viernes, 29 de diciembre de 2006

Reunión con 8 mujeres

El pasado jueves 21 me invitaron al almuerzo del estudio de mi amigo J. Comida griega que no estaba nada, pero que nada mal. Por supuesto fue la princesita; es más, ejerció como anfitriona (se levantó un par de veces para saludar brevemente a cada uno de los comensales), porque J estaba casi en un extremo en actitud lánguidamente condescendiente. Durante el almuerzo, bromas y risas políticamente correctas.

Tras los brindis se propuso movernos a algún bar a seguir la marcha. Al final fuimos un grupo de 8 mujeres y yo; ni la princesita ni J (ni unos pocos más) quisieron ir, pretextando cosas pendientes que hacer. Así que me encontré las siguientes 5 horas en compañía exclusiva y abundantemente femenina, con edades que variaban desde los veintipocos de Judit hasta los algo más de cuarenta de Vero; entre medias, Susana, Belén, Elena, Dácil, Bea y Dolo.

La conversación fue avanzando por "áreas temáticas", alcanzando mayores dosis de franqueza y cachondeo (ya nada políticamente correcto) a medida que los rones y whiskis iban haciendo sus efectos. Supongo que mi presencia en el grupo limitaría el desparpajo fluido de las charlas "only women" aunque, de ser así, las autocensuras fueron reduciéndose cada vez más. Siempre he opinado que las charlas entre mujeres son infinitamente más entretenidas que las que mantenemos los tíos; así que, pese a mi abrumadora minoría (o precisamente por eso) estaba encantado. De otra parte, el ser el único hombre del grupo me confería un indudable protagonismo; era algo así como una especie de arbitro o gurú que podía (y que debía) "validar" las distintas opiniones femeninas. Esa cualidad me venía reforzado por ser -ay- el de más edad y también seguramente por mi situación externa al estudio en el que todas trabajaban y, a la vez, conocedor casi íntimo de sus acontecimientos desde hace muchos años.

El primer asunto que se trató fue -cómo no- la influencia de la princesita en el estudio. Confirmé (si es que me hubiera hecho falta, que no) como todas estaban hasta los ovarios de la muchachita. Pero, al mismo tiempo, me percaté de que también estaban muy preocupadas por el futuro del estudio y, consecuentemente, de sus puestos de trabajo. Lo significativo es que nadie se atrevía a hablar con J y explicarle lo mal que se estaban poniendo las cosas, aunque muchas pensaban que, dada la habilidad de la princesita para cargar las culpas a los demás y su ascendiente sobre mi amigo, podrían resultar damnificadas gravemente a corto plazo. Yo opiné que era más que probable que si alguna se quejaba a J sólo agravaría su situación personal, al menos mientras durara su encantamiento. Quizás, si todas conjuntamente le hablaran ... En fin, el tema dio bastante de sí, combinando risas, preocupaciones, chismes, cinismo ... de todo.

Pero la protagonista de la tarde fue Bea, arquitecta de 36 años casada y con dos hijos pequeñitos. Acababa de tomar la decisión de separarse y quería desahogarse, soltar el revoltijo de emociones que la inundaban, oír opiniones ajenas, compartir sus sentimientos (hay que decir que Bea es una mujer -como hay tantas- "excesiva": habla mucho y apasionadamente, siempre acelerada, se vuelca a tope en todo lo que hace; y así sucesivamente). Su separación tiene -como todas- una historia particular previa.

A Salva, su marido, le detectaron un cáncer de hígado hará un año. El pronóstico, al principio, no era nada esperanzador. A él, por lo que ella me ha contado y mis propias percepciones las pocas veces en que coincidimos, la noticia lo apabulló, se quedó en un estado de desconcierto, lleno de miedo y tristeza. Tengo la impresión que, desde los primeros momentos, fue Bea quien tomó las riendas, forzó las acciones precisas para moverse. Esto es bastante corriente en casos de cáncer en pareja; en mi propio caso, con mi ex-mujer, ocurrió algo parecido. El enfermo, al saberlo, recibe un golpe casi paralizante; también su pareja se queda anonadada pero, normalmente a diferencia del otro, se niega a aceptar cualquier pronóstico fatal y, en cierto grado como respuesta a esa negación y para evitar pensamientos depresivos, impone un ritmo frenético de actividad, coge la dirección del proceso. Así hizo Bea, organizando todos los viajes (se operó y trató con quimio y radio en Barcelona), hablando con los médicos, resolviendo las múltiples gestiones ... y, por supuesto, cumpliendo con sus obligaciones laborales (en un Ayuntamiento y en el estudio profesional de mi amigo) y domésticas. A ello hay que sumar que la noticia del cáncer casi coincidió con la del embarazo de su segundo hijo, que nació hace pocos meses.

Bueno, dentro de lo que cabe, todo ha ido muy bien. Extraído el tumor (cortando unos cuantos trozos de vísceras; por cierto, el hígado vuelve a crecer) y pasadas la quimio y la radio con efectos dolorosos y muy debilitantes, aparte de otros secundarios, todas las pruebas indican que no hay señales de células cancerosas. Aún así, Salva habrá de sufrir de por vida una serie de limitaciones, especialmente referidas a su régimen alimenticio. Además, todavía está débil y no debería trabajar, no obstante lo cual, en contra de la opinión de Bea, desde hace un par de meses ha empezado a ir a su bufete (es abogado) media jornada. También asistió a algunas sesiones con una psicóloga, pero decidió dejarlas.

Y ahí está una de las cuestiones fundamentales: en el estado psicológico de Salva. Se siente hundido, asustado, no ha asumido lo que le ha ocurrido y no ha reaccionado en términos positivos ante lo que parecen ser buenos pronósticos. Al mismo tiempo, se ha ido encerrando cada vez más en sí mismo (tampoco creo que nunca haya sido demasiado expansivo, sobre todo si se le compara con su mujer) y se comporta con Bea, si no exactamente hostil, de un modo que se asemeja. Bea siente (esto lo repitió mucho) que le está continuamente reprochando todo, cualquier detalle nimio de su comportamiento; siente como si le estuviera culpando de que ella pueda seguir con su vida y él no, de que él haya tenido el cáncer y ella no. Para colmo, esta actitud de incomodidad sorda entre ambos no se hace explícita porque Salva no quiere hablar, se refugia en una especie de victimismo fatalista, haciendo notar con frecuencia sus dolencias y su estado enfermizo (por ejemplo, a principios de mes cogió una neumonía).

Bea dice que no puede más, que está harta. Que ella se cree capaz de "tirar del carro", pero no sintiéndose sola y -sobre todo- reprochada. Que cada vez le apetece menos volver a su casa, que cada vez le importa él menos, que cada vez tiene menos ganas de compartir nada con su marido. El último viaje a Barcelona (pocos días antes de la reunión que estoy narrando) fue la gota que le colmó el vaso, porque la hostilidad de él aumentó. Así que, nada más volver, con la impetuosidad que la caracteriza, sin demasiada meditación (ella misma lo reconoce) decidió que no podían seguir juntos. Se lo dijo y a él le pareció muy bien; obviamente, sin ningún entusiasmo, como si fuera la consecuencia obligada (y morbosamente deseada) de su victimismo, de sus deseos de hundirse más en su depresión (porque supongo que es lo que él tiene).

Y hasta aquí los antecedentes. Luego vinieron las opiniones, cubriendo una amplia gama, cada una de ellas muy asociada al carácter e historia personal de quien la emitía. En un extremo estaba Vero, desde el principio convencida de que la relación había muerto y que lo que Bea tenía que hacer era olvidarse y volcarse a fondo en una nueva vida; Vero ha tenido muchas parejas y ninguna durante demasiados años. En la otra punta se colocaba Belén, unos treinta y cinco, defensora a ultranza del "romanticismo Corín Tellado", que se resistía a admitir que la relación se hubiera acabado. Bueno, tampoco voy a transcribir aquí el largo debate, bastante caótico, alternando reflexiones "profundas", bromas y cachondeos, sentimientos, diagnósticos tajantes ... Diré que al final hubo casi unanimidad en que no había sido la enfermedad la que había acabado con la relación, que ya antes Bea y Salva habían perdido muchos de sus vínculos afectivos. Los dos o tres años anteriores cada uno había ido separándose del otro, dedicándose cada vez más a su vida propia (básicamente profesional). En esas estaban, siguiendo juntos por la inercia adquirida y ante la ausencia de conflictos explícitos, cuando Bea se quedó embarazada y, enseguida, el cáncer. La enfermedad focalizó toda perspectiva y postergó cualquier otra consideración. Pero también, una vez superada esta primera (y esperemos que única) fase, sirvió para que afloraran en forma de conflictos explícitos las incompatibilidades y pocas ganas de seguir juntos.

Hay en la historia de Bea y Salva muchas similitudes con la mía y, al mismo tiempo, tantas diferencias. Yo me quedé con la impresión de que, dada la situación emocional de mi amiga, la separación es inevitable y debe ser inmediata, sin perjuicio de que, calmados los ánimos, pudieran volver a juntarse. Pero, la verdad, no creo que esto último ocurra; primero, porque es poco frecuente que una vez que se separan las parejas vuelvan; segundo, porque los veo (y desde que los conozco) muy distintos, con poco en común (en todo caso, dos hijos, que ya es bastante). Cuando mi ex-mujer me planteó separarnos (también dijo que temporalmente) y propuso que fuéramos a una psicóloga, ésta opinó que éramos dos personas muy compatibles, que creía que teníamos "mucho camino por delante que compartir". No creo que hubiera dicho lo mismo de Bea y Salva.

Lo que -hago un inciso- me lleva a algo que siempre he pensado: que es muy difícil que se consolide una relación de pareja entre personas sin suficientes "cosas objetivas" en común. Intuyo que es una condición necesaria aunque, obviamente, no suficiente. Pero esto sería otro motivo de otro post.

Y retomo el hilo para ir acabando (no pensaba que fuera a escribir tanto). Sentada la postura rupturista, y todos con suficientes rones en el cuerpo, la conversación se volcó en asuntos sexuales. Porque -también coincidencia casi unánime- Bea tenía rápidamente que follar, como terapia de choque antidepresiva, como la manera más eficaz de desahogarse, de cargar las pilas. Alguna propuso que se enrollara con un compañero del Ayuntamiento en el que trabaja, un chico más joven que ella y bastante pánfilo que -parece ser- es "mono"; pero la propuesta fue descartada porque probablemente esté enamoriscado de ella y de lo que se trataba era de rollitos dulces y cariñosos, pero sin riesgos de ataduras. Diré que yo estaba también entre los candidatos y que, en el cachondeillo premeditadamente ambiguo (que quede la duda de si es o no broma), Bea se sumó al juego.

Y así seguimos un buen rato, cayendo de vez en cuando unas cuantas confesiones sobre gustos y fantasías sexuales que, tras las carcajadas inmediatas por la franqueza impudorosa de la declarante, resultaban ser compartidos muy mayoritariamente. En fin, reunión interesante y, sobre todo, divertida. Todos encantados y nos despedimos prometiéndonos repetir lo antes posible.

POST REPUBLICADO PROVENIENTE DE YA.COM

2 comentarios:

  1. interesante historia, me resulta como muy familiar el tema ...
    es dificil tomar ese tipo de decisiones en un marco de salud precaria de uno de los componentes de la pareja ... entran muchas otras cosas en juego, (tal vez relacionadas al amor o no ... quien sabe...)
    lo cierto es que la parte sexual siempre se resiente ... (creo la cosa mas que nada empieza a flojear por ahi)
    entiendo que Bea necesite su buena dosis de sexo sin compromiso ... ojala encuentre un buen companero para ello...
    besos, un muy feliz 2007 ... y mucha suerte con Bea... ;)

    Publicado Viernes, 29 Diciembre 2006 17:10

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  2. Me ha quedado la sonrisita en la cara (me refiero por la reunión de mujeres, no por la separación de Bea) después de leerte, recordando algunos encuentros similares al que cuentas.

    Besos de una maia y feliz año nuevo.

    Publicado Sábado, 30 Diciembre 2006 15:56

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