miércoles, 7 de noviembre de 2007

Tengo que dar una conferencia

Hará un par de meses, un amigo me propuso participar como ponente en un curso de formación que organiza la Asociación de Arquitectos Urbanistas, cuyo comité regional él preside. Le dije que sí, pero tenía que haberle dicho que no, tenía que haber declinado su invitación. ¿Por qué dije que sí y por qué tenía que haber dicho que no? La primera razón a ambos interrogantes es sencilla: porque no me paré a meditarlo como habría debido. La gran mayoría de las decisiones de nuestras vidas (casi la totalidad, me atrevería a decir) las tomamos sin pararnos apenas a meditar sobre ellas. Si consideramos que, por lo general, nos va razonablemente bien, habrá que concluir que más vale no meditar mucho, aunque que las cosas sean así ya es, me parece a mí, motivo suficiente para meditar (si, claro está, tuviésemos tiempo y ganas).

Pero las decisiones obedecen a motivos, aunque no sean muy meditados. Pensando sobre ellos (acaso inventándomelos a posteriori), es probable que aceptara la invitación en primer lugar por vanidad; los urbanistas han convocado a un elenco de profesionales de espléndida calidad, así que, que me sumaran a ese grupo se asemeja inevitablemente a un delicioso masaje al ego. Esta complacencia vanidosa se infló cuando otra amiga, también de le Junta, me comentó que opinaban que yo era muy didáctico y que, por eso, querían que mi intervención fuese la inaugural, la que marcara el tono del curso. Ahora bien, para no dejar una imagen tan miserable de mi persona, quiero pensar que entre mis motivos para decir que sí también estuvo el echar una mano a los amigos en una tarea que, como ellos, considero fundamental y urgente: la formación de profesionales del urbanismo. La importancia y urgencia de esta tarea, al menos por estos pagos ultraperiféricos, es por sí solo tema para toda una conferencia.

Lo curioso, cuando me puse a pensar un poquillo, es que los dos motivos que se me ocurrieron para decir que sí, de haberlos meditado algo más, se habrían tornado en razones para decir que no. Porque la vanidad de presumir que puedo, con suficiente nivel de calidad, contribuir a la formación urbanística de alguien se convierte en una sensación íntima de ridículo cuando constato que, tras veinticinco años en estas tareas, apenas tengo nada claro. A esta sensación de desconcierto profesional (que no se limita sólo al ámbito del urbanismo, debe ser cosa de la edad), se le suma un progresivo descreimiento profesional, una impresión últimamente constatada en demasiadas ocasiones de que el planeamiento es una mera excusa y de que nuestro trabajo apenas vale para nada, en términos de utilidad social.

Con tan tristes aptitudes y actitudes, seguramente la decisión más justa, si lo hubiese meditado un poco, habría sido no participar en el curso, pero ya me había comprometido y no era nada elegante escaquearme. Así que he pasado los últimos dos meses con una permanente sensación de desasosiego, la que se tiene cuando uno piensa que va a hacer algo que no le corresponde, que va convertirse hasta cierto punto en un farsante. Y esa sensación, para colmo, provoca una cierta parálisis, con lo cual he ido dejando pasar el tiempo sin ponerme a preparar la conferencia, esperando quizás que me viniera una ráfaga genial de inspiración. No ha sido el caso.

A falta de apenas una semana, y con exceso de trabajo, no tuve más remedio que ponerme a pensar en la charla. Y empecé, como es natural, repasando el tema que los organizadores me habían asignado: Ciudades y Metrópolis en el Territorio, ahí es nada. Según se aclara en el programa, se trata de reflexionar sobre la forma en que se ha gobernado el crecimiento de los espacios urbanos y metropolitanos presentando las trayectorias producidas en ámbitos similares al nuestro. Me vino a la memoria un famoso artículo publicado en 1992 por el mismo amigo que me ha invitado al curso en el que sostenía que esta Isla funcionaba en su conjunto como una ciudad. Si entonces, aunque fuera con algo de intención provocativa, podía sostenerse que el espacio insular, considerado globalmente, tenía características de área metropolitana, cuánto más puede argumentarse hoy en día, tras los últimos años de crecimiento explosivo y desordenado.

Se me antoja ahora, mientras escribo estas tonterías, que ese 1992 puede adoptarse (sin ninguna pretensión de rigor científico) como una cierta frontera o límite temporal. El famoso 92 de las Olimpiadas y la Expo, algo así como el fin de fiesta de muchas cosas y, entre ellas, quizás, de la voluntad de gobierno público de los procesos de transformación del territorio. Puede que exagere o sea poco preciso, pero no puedo evitar la sensación de que más o menos por aquellas fechas empezó una especie de actitud de renuncia, de rendimiento o abandono de muchas ilusiones. Creo que este fenómeno, en el cual seguimos, debió ser general; en todo caso afectó al conjunto del Estado y, sin duda, lo hemos ido viviendo en Canarias. Y eso por más que durante la primera mitad de los noventa todavía fuéramos capaces de engañarnos un poco entre todos con algunas iniciativas que, si bien quedaron en meros cacareos, todavía tenían capacidad movilizadora.

Pero no quiero hablar el próximo martes de áreas metropolitanas. Por suerte, tras mi intervención habla un figura del urbanismo madrileño que seguro que se despacha extensa y sabiamente sobre el tema, excusándome por tanto de desacertadas redundancias. Aprovecharé el texto que aclara el tema de nuestras ponencias para justificar que, suponiendo que todos los asistentes conocen las características metropolitanas de esta Isla, lo que me gustaría es reflexionar sobre la forma en que se gobiernan los procesos de transformación territorial y urbanística. La forma en que se gobiernan o en que se desgobiernan ...

Bueno, me voy a corregir porque acabo de soltar una pedantería ambiciosa muy por encima de mis capacidades. Es verdad que me gustaría reflexionar pero me contentaré con lograr expresar, sin demasiada sistemática, algunos de mis desconciertos relacionados con el gobierno del territorio, la ordenación urbanística, etcétera ... Con esa idea he empezado a preparar mi charla, entendiéndola como una recopilación de apuntes, necesariamente poco desarrollados, sobre aspectos que me preocupan de mi actividad profesional, a la que le conviene urgentemente contar con nuevos personajes. No es mala idea porque, si renuncio a cualquier pretensión de estructuración clásica (ya se sabe: presentación, nudo, desenlace o exposición y argumentación de las tesis para alcanzar conclusiones coherentes) no me debería resultar difícil compilar rollo más que suficiente para cubrir la hora y media que he de estar frente a mis víctimas.

Como la charla va a ser desordenada, tengo también la excusa perfecta para no montar el típico powerpoint en el que vayan apareciendo las "ideas fuerza" de mi exposición a medida que voy hablando. De una parte, mis ideas, si acaso merecen tal título, son desde luego bastante debiluchas, y de otra, así evito la tendencia a limitarme a leer lo que aparece en la pantalla y, no lo disimulemos, me evito también bastante curre (o a ver si se piensan que preparar un buen powerpoint es fácil). No obstante, me he apiadado de mi desconocido público y no he querido privarles de la imprescindible proyección de diapositivas que debe acompañar toda conferencia que se precie. Así que, finalmente, he montado en el ordenador unas cuantas imágenes curiosas, bonitas, intrigantes ... que irán pasando automáticamente mientras yo hablo y que, por supuesto, no tendrán nada que ver con el contenido de lo que yo diga. De este modo es probable que logre distraerles y evitar que se percaten de la vaciedad de la charla.

Durante los últimos tres días (además de ir escribiendo el texto de la que será la conferencia) he ido juntando imágenes, la mayoría de ellas acumuladas en mi ordenador y recibidas por mail. Hay panorámicas de paisajes bellísimos, fotos de espléndida calidad, escenas insólitas y/o humorísticas, estampas antiguas ... de todo. Mientras las seleccionaba (tengo unas cuatrocientas) y combinaba aleatoriamente para que se sucedieran de la forma más heterogénea posible, me lo he pasado bastante bien y también me han venido bastantes ideas a la cabeza (que, naturalmente, nada tenían que ver con el objeto del curso). En fin, ya veremos qué resultado da esta "ingeniosa" táctica. De momento ya me he enterado de que no es tan original (parece que en los congresos médicos, por ejemplo, los oradores gustan de amenizar sus conferencias con imágenes ajenas al tema). Por otra parte, un compañero que ha visto algunas de las imágenes me ha dicho que son tan interesantes que lo que voy a lograr es que no me presten ninguna atención. La solución el próximo martes.

PS: Esta foto es una imagen de la Gran Vía madrileña en 1929; como puede comprobarse ya había problemas de tráfico. Y sí, se trata de una de las que pasaré en mi charla.

CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas

12 comentarios:

  1. Cachis pues ve pasándonos algunas de las fotos con tus post que yo las quiero ver.

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  2. Bueno Miro, si das conferencias igual que escribes...tranquilo...te encontrarás con un público entregado.

    Besos

    (me encanta la foto, realmente me encantan las fotos antigüas)

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  3. Ya sé donde estaré el próximo martes.

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  4. Como ha dicho la vecina: si tus conferencias se parecen a tus posts, no habrá problema.

    Yo también quiero más fotos, sobre todo de estas antiguas que me encantan :)

    Besos

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  5. Estoy de acuerdo con Marguerite y Nanny, si hablas igual que cantas va a ser coser y cantar.

    besotes y mucha suerte

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  6. niñas ... copiotas ...:-P

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  7. Lo que tienes que decir es que sin tus ayudantes no vas a ninguna parte, y nos llevas a todas para la conferencia.

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  8. Madre mía, no sabes cómo te entiendo. Me he pasado la mayor parte del tiempo que dí clases sintiéndome una estafadora, porque soy muy autocrítica y pienso que los demás siempre saben más y lo hacen mejor que yo (lo estoy superando, últimamente me doy atracones de confianza antes de acostarme, y así sueño que soy dabuten).

    Luego está el tema de los powerpoints, que los odio; estuve en unas jornadas como oyente y se retrasaron una hora de reloj su comienzo porque cincohombrespuntocom no eran capaces de hacer funcionar el proyector (tuve espasmos, porque me llegaba a levantar el culo de la silla en un impulso por enchufarlo yo misma, ya que en clase lo solía usar cada día y me los conozco yo a estos bichos como si los hubiera parío); vamos, que sin sus diapos no eran nadie y no eran capaces de dar la conferencia, pa echar a correr. De todas formas, si al final haces algo porque te resulta útil, recuerda no poner más de 8 o 9 líneas en cada diapositiva, con las letras bien gordas, y en plan telegrama, sólo ideas principales (debe ser un guión, el desarrollo viene en la exposición oral, lo cual es frecuentemente olvidado por muchos pseudo-conferenciantes).

    Y finalmente, deberías dejarte llevar (por si aún te quedaban dudas) y canalizar la exposición hacia la crítica de todas las deficiencias de que eres testigo experto. Sé tan políticamente incorrecto como fiel a ti mismo.

    Espero que la disfrutes mucho.

    Besotes.

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  9. Pues fíjate que justamente ayer me tocó a mí dar una especie de "Charla-Conferencia" de dos horas frente a la dirección y altos cargos de mi empresa (nada que ver con lo tuyo salvo lo del power point y lo de hablar en público).

    En mi caso el índice de la charla me lo habían marcado así que poco tenía que hacer, salvo aguantar dos horas hablando ante medio centenar de ojos mirándome.

    Como ocurre siempre con estas cosas, lo peor es pensarlo... luego todo sucede bastante rápido y sin tantos problemas.

    Un beso.

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  10. Hubo un tiempo en el que formé parte de una cierta élite intelectual. Época en la que debía impartir cursos, clases, charlas, ponencias... y en la que tenía la responsabilidad de parte de la formación de futuros profesionales. Y, aunque nunca acepté disertar sobre temas en los que no creyera lo suficiente como para repetirlos, ni vendí mis principios al mejor postor por alto que fuera el precio, si me vi pillada por compromisos varios... así que puedo decir que me he calzado durante algúnos kilómetros los mocasines con los que andas ahora y por ello comprenderte. Afortunadamente, esos tiempos quedaron atrás y puedo llamarle al pan, pan; y al vino, vino; sin necesidad de barnices de erudicción ninguna, ni de demostrar que he leido y a quién he leido. ¡No sabes que alivio siento desde que puedo hablar con sencillez y sin dependencias intelectuales de ningún tipo!
    Bueno, creo que me he extendido demasiado. No dudo que el martes se cumplirán todas tus expectativas, las que te permites y las que no también...
    Un abrazo cálido

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  11. Uy, el Panciutti se va a descubrir.
    Que nos vamos a poder enterar quien está detrás de tan magnífico escritor e intelectual.
    Y encima para unos tipos tan aburridos como los urbanistas.

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  12. Gracias a todas por los ánimos, peor estamos ya a sábado y sigo poco inspirado.

    Y, Pola Vacilona, quizá los urbanistas no sean tan aburridos, aunque hayan de aparentarlo. Pero te aseguro que hay de todo tipo, hasta travestis con bigote.

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