Ensaladas amorosas
El Diccionario de la RAE aporta tres definiciones para el amor como sentimiento y ninguna de las tres me gusta. La primera acepción, especialmente, me parece singularmente equívoca pues, de aceptarla, estaríamos limitando el amor a una de sus variantes que es el amor romántico. Así, para los académicos, el amor es un "sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser". Lo de intenso (¿con qué unidades se mide?) es para que no nos creamos que cualquier sentimiento, aunque cumpla las restantes condiciones es amor; para que sea amor se tiene que sentir mucho, muy fuerte. Pero lo verdaderamente simpático (por no decir otra cosa) es esa concepción del amor como un sentimiento que tiene por objeto (y causa) llenar un hueco, cubrir nuestras carencias. Amamos, viene a decir el diccionario, porque nos falta algo, porque estamos incompletos; amamos porque necesitamos amar, porque necesitamos del amado para satisfacer esa necesidad. Es, en el fondo, la teoría de la media naranja, una de las diversas versiones de lo que doy en llamar el amor romántico.
Para mí, amar es sencillamente sentir benevolencia, desear el bien. Obviando el amor genérico, solemos hablar de amor cuando hay un receptor; amamos pues a alguien cuando deseamos el bien de ese alguien. Creo yo que cuando amamos (cuando nuestro cerebro está "produciendo" ese sentimiento benevolente), independientemente de la intensidad y del receptor, estamos en un estado mental de armonía, de satisfacción; un estado que tiene mucha relación con la felicidad. De hecho, en casi todas las disciplinas y filosofías orientales los estados de armonía interior (espiritual) están vinculados a energías fluyentes positivas que no dejan de ser sentimientos benevolentes. Al mismo tiempo, cuando amamos no caben los "malos rollos"; diríase que los "sentimientos negativos" se disuelven en el amor. A riesgo de sonar cursi, diré que cuando amamos somos buenos o, para no arrogarme certezas, nos sentimos buenos. Quizá así pueda entenderse la famosa frase de San Agustín –ama y haz lo que quieras– ya que, cuando uno ama es bueno y lo que hará serán siempre bondades.
Hace unos años, pensando en las relaciones afectivas, se me ocurrió concebirlas como ensaladas, siendo los diversos sentimientos en ellas involucrados las correspondientes hortalizas. El amor, en los términos en que lo he definido, decidí que sería el tomate (supongo que por similitudes con el corazoncito icónico). Así, toda relación afectiva sería una ensalada que, por su propia denominación, ha de tener tomate. El tomate siempre es tomate (digamos que en mi metáfora no admito las posibles variedades) y, por tanto, no caben distinciones cualitativas; o sea, el amor es siempre el mismo. Sin embargo, hay diversos tamaños de tomates; siempre son tomates, pero unos son más grandes que otros. En la ensalada que es cualquier relación afectiva, el amor que existe, siendo siempre de la misma naturaleza, puede ser de mayor o menor intensidad; puedes amar más o menos (aunque no tengo apenas sugerencias sobre las eventuales medidas). Por supuesto, en cualquiera de esas ensaladas tiene que haber tomate porque, si no, la relación no merecería el epíteto de afectiva; claro que puede que el tomate sea muy pequeñito o, independientemente del tamaño, esté mezclado con tantas otras hortalizas que pierda protagonismo.
De hecho, a mi modo de ver, lo que distingue las diversas relaciones afectivas es justamente la precisa distribución de hortalizas. No es que haya pues diferentes tipos de amor (siempre es tomate), sino distintos tipos de ensalada. Por ejemplo, es casi un lugar común lo de que el amor más puro es el de los padres hacia sus hijos; yo más bien diría que la relación afectiva padres-hijos es una ensalada en la que apenas hay otra cosa que tomates gordos, si, efectivamente, casi el único sentimiento que los padres "producen" hacia sus hijos es el deseo de su bienestar, de su felicidad. Una relación de pareja es una ensalada que, obviamente, tiene bastantes más ingredientes además del tomate. Claro que deseo el bien de mi pareja, pero ese sentimiento (el amor) va unido a otros; y en esa unión y en los distintos grados de vinculaciones mutuas es en donde radican las peculiaridades de las distintas relaciones.
Una hortaliza fundamental en esas ensaladas (las relaciones afectivas) es la lechuga. La lechuga vendría a ser la necesidad de ser amados, el sentimiento que para el DRAE motiva el amor, en una especie de comercio emocional. Es absolutamente normal desear ser amados y este deseo, este sentimiento, probablemente es lo que más nos motiva a establecer relaciones afectivas. Pero no creo que haya que hilar demasiado fino para distinguir la lechuga del tomate y, sin embargo, en el marketing del amor romántico, se nos venden ambos sentimientos como una misma cosa (una extraña hortaliza híbrida de tomate y lechuga). Más de una persona me ha dicho que no concibe que la amen sin que, de forma indisoluble, necesiten que ella a su vez lo ame; si alguien me amara y no necesitara que yo lo ame (o, lo que es lo mismo, me amara independientemente de mis sentimientos), no me estaría amando con amor de pareja; es más, ese sentimiento no sería amor verdadero y no es el que quiero (éstas, más o menos, fueron las palabras de una buena amiga en una ya vieja conversación).
Yo no doy tanta importancia a la lechuga, aunque sí admito que en la práctica lo es y mucho. Tanto que, en mi opinión, en la mayoría de las relaciones de pareja hay bastante más lechuga que tomate y, lo que es peor, la cantidad de tomate parece estar en relación con la de lechuga. Así que se da la absurda paradoja de que si alguien progresa en el ideal budista de sentir menos necesidades (y, por ende, ganar en libertad), entre ellas sentir menos la necesidad de ser amado, si su esquema de relación afectiva es el descrito, "producirá" menos amor o, si este esquema de relación afectiva es el de su pareja, ella dejará de valorar el tomate que le llega al venir cada vez con menos lechuga. ¿Me lío, verdad? En fin, dejémoslo ahí, aunque la analogía da para muchas simulaciones.
Naturalmente, además de la lechuga, hay muchas más hortalizas que acompañan al tomate. En mi opinión, no todas las hortalizas son convenientes o, para evitar juicios de valor, diré que, en esta etapa de mi vida y teniendo en cuenta mis circunstancias y aspiraciones personales, me interesa decidir las hortalizas que quiero y las que no quiero en mis ensaladas. Lo malo es que las ensaladas, en principio, ya vienen envasadas de fábrica con ingredientes fijos para determinadas etiquetas predefinidas. En la parte del supermercado dedicada a las relaciones afectivas entre adultos, apenas se nos ofrece más que una combinación, conocida como ensalada romántica, que tiene un montón de lechuga pero también otras hortalizas que en otro momento a lo mejor me decido a relacionar. Y lo peor es que tenemos tan asumido que esas son las únicas relaciones posibles, que nos han condicionado los sentimientos (sentimos como suponemos que hemos de sentir). La revolución a la que me refería en el post anterior se concreta, en suma, en aprender a hacernos nuestras propias ensaladas.
Para mí, amar es sencillamente sentir benevolencia, desear el bien. Obviando el amor genérico, solemos hablar de amor cuando hay un receptor; amamos pues a alguien cuando deseamos el bien de ese alguien. Creo yo que cuando amamos (cuando nuestro cerebro está "produciendo" ese sentimiento benevolente), independientemente de la intensidad y del receptor, estamos en un estado mental de armonía, de satisfacción; un estado que tiene mucha relación con la felicidad. De hecho, en casi todas las disciplinas y filosofías orientales los estados de armonía interior (espiritual) están vinculados a energías fluyentes positivas que no dejan de ser sentimientos benevolentes. Al mismo tiempo, cuando amamos no caben los "malos rollos"; diríase que los "sentimientos negativos" se disuelven en el amor. A riesgo de sonar cursi, diré que cuando amamos somos buenos o, para no arrogarme certezas, nos sentimos buenos. Quizá así pueda entenderse la famosa frase de San Agustín –ama y haz lo que quieras– ya que, cuando uno ama es bueno y lo que hará serán siempre bondades.
Hace unos años, pensando en las relaciones afectivas, se me ocurrió concebirlas como ensaladas, siendo los diversos sentimientos en ellas involucrados las correspondientes hortalizas. El amor, en los términos en que lo he definido, decidí que sería el tomate (supongo que por similitudes con el corazoncito icónico). Así, toda relación afectiva sería una ensalada que, por su propia denominación, ha de tener tomate. El tomate siempre es tomate (digamos que en mi metáfora no admito las posibles variedades) y, por tanto, no caben distinciones cualitativas; o sea, el amor es siempre el mismo. Sin embargo, hay diversos tamaños de tomates; siempre son tomates, pero unos son más grandes que otros. En la ensalada que es cualquier relación afectiva, el amor que existe, siendo siempre de la misma naturaleza, puede ser de mayor o menor intensidad; puedes amar más o menos (aunque no tengo apenas sugerencias sobre las eventuales medidas). Por supuesto, en cualquiera de esas ensaladas tiene que haber tomate porque, si no, la relación no merecería el epíteto de afectiva; claro que puede que el tomate sea muy pequeñito o, independientemente del tamaño, esté mezclado con tantas otras hortalizas que pierda protagonismo.
De hecho, a mi modo de ver, lo que distingue las diversas relaciones afectivas es justamente la precisa distribución de hortalizas. No es que haya pues diferentes tipos de amor (siempre es tomate), sino distintos tipos de ensalada. Por ejemplo, es casi un lugar común lo de que el amor más puro es el de los padres hacia sus hijos; yo más bien diría que la relación afectiva padres-hijos es una ensalada en la que apenas hay otra cosa que tomates gordos, si, efectivamente, casi el único sentimiento que los padres "producen" hacia sus hijos es el deseo de su bienestar, de su felicidad. Una relación de pareja es una ensalada que, obviamente, tiene bastantes más ingredientes además del tomate. Claro que deseo el bien de mi pareja, pero ese sentimiento (el amor) va unido a otros; y en esa unión y en los distintos grados de vinculaciones mutuas es en donde radican las peculiaridades de las distintas relaciones.
Una hortaliza fundamental en esas ensaladas (las relaciones afectivas) es la lechuga. La lechuga vendría a ser la necesidad de ser amados, el sentimiento que para el DRAE motiva el amor, en una especie de comercio emocional. Es absolutamente normal desear ser amados y este deseo, este sentimiento, probablemente es lo que más nos motiva a establecer relaciones afectivas. Pero no creo que haya que hilar demasiado fino para distinguir la lechuga del tomate y, sin embargo, en el marketing del amor romántico, se nos venden ambos sentimientos como una misma cosa (una extraña hortaliza híbrida de tomate y lechuga). Más de una persona me ha dicho que no concibe que la amen sin que, de forma indisoluble, necesiten que ella a su vez lo ame; si alguien me amara y no necesitara que yo lo ame (o, lo que es lo mismo, me amara independientemente de mis sentimientos), no me estaría amando con amor de pareja; es más, ese sentimiento no sería amor verdadero y no es el que quiero (éstas, más o menos, fueron las palabras de una buena amiga en una ya vieja conversación).
Yo no doy tanta importancia a la lechuga, aunque sí admito que en la práctica lo es y mucho. Tanto que, en mi opinión, en la mayoría de las relaciones de pareja hay bastante más lechuga que tomate y, lo que es peor, la cantidad de tomate parece estar en relación con la de lechuga. Así que se da la absurda paradoja de que si alguien progresa en el ideal budista de sentir menos necesidades (y, por ende, ganar en libertad), entre ellas sentir menos la necesidad de ser amado, si su esquema de relación afectiva es el descrito, "producirá" menos amor o, si este esquema de relación afectiva es el de su pareja, ella dejará de valorar el tomate que le llega al venir cada vez con menos lechuga. ¿Me lío, verdad? En fin, dejémoslo ahí, aunque la analogía da para muchas simulaciones.
Naturalmente, además de la lechuga, hay muchas más hortalizas que acompañan al tomate. En mi opinión, no todas las hortalizas son convenientes o, para evitar juicios de valor, diré que, en esta etapa de mi vida y teniendo en cuenta mis circunstancias y aspiraciones personales, me interesa decidir las hortalizas que quiero y las que no quiero en mis ensaladas. Lo malo es que las ensaladas, en principio, ya vienen envasadas de fábrica con ingredientes fijos para determinadas etiquetas predefinidas. En la parte del supermercado dedicada a las relaciones afectivas entre adultos, apenas se nos ofrece más que una combinación, conocida como ensalada romántica, que tiene un montón de lechuga pero también otras hortalizas que en otro momento a lo mejor me decido a relacionar. Y lo peor es que tenemos tan asumido que esas son las únicas relaciones posibles, que nos han condicionado los sentimientos (sentimos como suponemos que hemos de sentir). La revolución a la que me refería en el post anterior se concreta, en suma, en aprender a hacernos nuestras propias ensaladas.
CATEGORÍA: Reflexiones sobre emociones
Me alegra qe lo tengas tan claro. Para mí todo esto se parece más a una empanadilla, rellena de hortalizas si quieres, pero empanadilla al fín y al cabo.
ResponderEliminarNo estaría mal eso de encontrar el "mix" justo y adecuado, pero dudo que exista la fórmula magistral. De todos modos, si la encuentras.......... ¡pásanosla!.
Besitos
Me he quedado con las ganas de conocer el resto de hortalizas.
ResponderEliminarAún así, creo que quien quiere, puede detectar perfectamente la ensalada con exceso de lechuga y una cantidad de tomate siempre acorde con la ensalada contraria.
Hay también quien si no ve mucha lechuga no reconoce el plato como ensalada, por mucho tomate que le pongas.
En fin... que con lo que a mí me gusta el tomate, no entiendo cómo no me ofrecen ninguno. ;)
Besos.
Me alegra que alguien, aparte de mí, se preocupe por este tema, que parece que se ha convertido el hermano feo de la filosofía contemporanea.
ResponderEliminarHace mucho tiempo que soy consciente de que mi idea de lo que es el amor es claramente insuficiente. Dicho de otro modo: no sé lo que es ni me atrevo a intentar saberlo. ¿Algún día lo lograré? Sé, eso sí, que no tiene nada que ver con la carencia ni la necesidad ni la oportunidad de la que habla ese académico de corazón de corcho.
Algo creo que hay tras cualquier relación afectiva, y se trata de pulsiones eróticas, tanto si se trata de relaciones de pareja, de amistad o paterno-filiales. Sé que esto es comulgar mucho con los postulados del psicoanálisis, pero si antes lo veía con los ojos ahora, además, lo siento con el corazón. Se admiten disensiones.
Peligrosa metáfora, esta de la ensalada en que te has embarcado. Yo la completaría añadiendo que, aunque hay ensaladas para todos los gustos y aunque es, efectivamente, muy recomendable que cada uno, o más bien cada dos, den con su propia receta, no deja de ser verdad que hay "ensaladas tipo", mezclas armoniosas y más o menos clásicas que encajan con lo fundamental de la mayoría de los gustos y necesidades; y que hay, en cambio, algunos ingredientes y algunas proporciones entre ellos que, por muy respetables que consideremos a priori los gustos de cada cual, difícilmente encajan en lo que se suele entender por ensalada comestible. Por traducir un poco la metáfora, hay muchos y muy personales tipos de relaciones afectivas, pero a algunas de ellas apetece poco considerarlos "relaciones", y menos aún "afectivas".
ResponderEliminarEn cualquier caso es muy de agradecer que hayas resistido la tentación de titular este post "aquí hay tomate". Y que no hayas entrado en detalles sobre algunos posibles ingredientes, por ejemplo el pepino.
Vaya por Dios, ya he tenido que decir una ordinariez.
Yo creo que hay una pequeña diferencia con la necesidad de ser amado, que no es imprescindible en una relación como decía tu amiga en su conversación contigo, con ser un buen receptor del amor que te dan. No se puede establecer una relación de amor en la pareja sino somos receptores recíprocos del amor, a diferencia del amor entre padres e hijos, donde los padres para amarlos no necesitan que ellos sean receptores conscientes de ese amor, es más un trabajo de construcción de principios bastante duro, en el que el primer obstáculo es el hijo, que se niega a recibirlo y sólo lo haces por ese sentimiento de amor que sientes por él. Sin embargo si una pareja no está abierta a recibir el amor, el amor que sientes no merece el esfuerzo ni siquiera de sentirlo. Realmente el que no se sienta la necesidad de ser amado no es imprescindible sino que a veces puede ser contraproducente por la connotación de dependencia que tiene la palabra necesidad. Ahora sí, hemos de ser receptores, con todo lo que ello significa en la valoración de lo que nos están dando y el efecto rebote que tiene todo eso en las muestras de nuestro propio amor por esa persona.
ResponderEliminarPrecisamente quien no tiene la necesidad de ser amado está en mayor disposición de para valorar en su justa medida la gratitud de la benevolencia de quien ama. Y eso sí que nos hace libres, pero sobre todo muy agradecidos por lo que sentimos y lo que nos hacen sentir a su vez.
Malvaloca: No, no creas que lo tengo tan claro. Simplemente con esta metáfora (la de empanadilla valdría igualmente) lo que trato de aclarar(me) es que solemos hablar del amor incluyendo bajo esa palabra muchos otros sentimientos; es decir, confundimos el tomate con la ensalada; de esta primera afirmación (que una cosa es el amor y otras los ingredientes adheridos) sí creo estar bastante convencido y compruebo que mucha gente no lo está. En cuanto a la fórmula magistral, yo también dudo que exista y mucho más que sea la misma para todos. En todo caso, sí es verdad que ando buscando mi propia receta.
ResponderEliminarRaquel: Pues a lo mejor me animo a referirme al resto de hortalizas; de hecho, pretendía usar esta metáfora de la ensalada para hablar del pack que se nos ofrece por defecto, el que llamo el amor romántico. Lo de que quien quiere puede detectar el exceso de lechuga me parece una afirmación demasiado optimista por tu parte; por mi experiencia, al menos, tiendo a estar bastante más de acuerdo con tu segunda opinión: para la mayoría de la gente, si no hay lechuga, eso no es una ensalada. Y en cuanto a tu gusto por el tomate, ¿quiere eso decir que aportas mucha lechuga al pack de pareja?
Sísifo: Creo yo que muchos, aparte de ti, se preocupan (y se han preocupado) por este tema, aunque bien es verdad que hablar del amor tiene el tremendo riesgo de caer en la cursilería o en el tópico. En efecto, afirmar que cualquier relación afectiva cuenta con pulsiones eróticas suena excesivamente a psicoanálisis; pero, sin entrar al trapo y manteniéndonos en un plano meramente lógico formal, vendrías a decir con ello que el amor (en tanto es el elemento cuya existencia adjetiva las relaciones afectivas) exige la presencia de la pulsión erótica. Estaría dispuesto a aceptar ese planteamiento siempre que redefiniéramos tanto amor como pulsión erótica, pero mucho me temo que, por ese camino, llegaríamos a diluir ambos conceptos sin obtener a cambio ninguna ventaja operativa. Ahora, sería cuestión de que desarrollases tu tesis ...
Júbilo: ¿Peligrosa? ¿Tú crees? Yo diría que más bien facilona en cuanto a sus posibilidades de tergiversación y frivolización, por más que el pepino no sea uno de mis ingredientes favoritos en la ensalada (aunque sí en el gazpacho) y, por tanto, no es uno de los que he asignado a un sentimiento concreto. En todo caso, estoy de acuerdo en que habría ensaladas que difícilmente consideraríamos comestibles (aunque nunca se sabe); pero lo que me apetece resaltar es que se nos dan por únicas unas determinadas ensaladas (admitiré con algunas variantes) y lo tenemos tan asumido que nos han condicionado nuestra forma de sentir y nuestras aspiraciones vitales. Y que conste, que no tengo nada que objetar a que quien esté contento con la ensalada única la disfrute; lo malo es que conozco a varias personas para las que la raíz de su insatisfacción vital (infelicidad, si quieres) es empeñarse en conseguir esa ensalada única, cuando deberían estar más que escarmentados de lo contrario; pero, en fin ...
Amy: Desde luego que hay una gran (no pequeña) diferencia entre la necesidad de ser amado y la capacidad de recibir amor; por ir a mi metáfora, son dos ingredientes distintos de las ensaladas. Y, en mi opinión, mientras la primera no es demasiado recomendable, la segunda es una habilidad que contribuye enormemente a la felicidad propia: qué maravilla aprovechar los efectos benéficos cuando tienes la suerte de que te amen (aunque no lo necesites ni lo busques). Me atrevería a decir que, paradójicamente, ambos ingredientes suelen presentarse en relaciones inversamente proporcionales; si alguien tiene mucha necesidad de ser amado, es frecuente que no sepa apreciar y disfrutar del amor que le dan y, viceversa y como bien dices, quien no tiene una relación afectiva para cubrir una carencia (la necesidad de ser amado) está seguramente en muchas mejores condiciones de aceptar y exprimir el maravilloso regalo del amor que le dan. Yo diría que el tomate sabe mejor sin lechuga. Pero, en suma, que estamos de acuerdo.
No puedo estar más de acuerdo en que en lo referente al amor,existe históricamente una inmensa campaña de márketing para vendernos uno o dos packs de ensaladas determinadas (llamémoslas como las llamemos) y que hay una tendencia generalizada a no permitirse o a dudar de todo lo que se sale de la ensalada que siempre se ha dado "como buena".
ResponderEliminarY soy consciente de que mucha gente sufre por no tener una ensalada que cree buena y deja por ello de degustar ensaladas a su alcance menos convencionales
(Dios esto empieza a parecer un anuncio de Florette)
Tengo preguntas acerca de cómo se manifiesta la presencia de tomate y ausencia de lechuga en una relación de pareja.
Y tengo un convencimiento de que sea del tipo que sea, la ensalada tiene que gustarle a los dos que conforman la relación porque si no , uno u otro, al final la termina escupiendo.
(off topic: no me das tiempo a pensar el comentario de un post y ya estás con otro mister prólijo!!)
Muás
pd :(en mi vida ha habido un antes y un después de la biodanza en materia de relaciones afectivas)
Probablemente tenga que excusarme de entrada por este comentario tan "plano". Hace un rato que me perdí en el post sobre la conceptualización del amor, la lechuga y el tomate, y luego acabé de aliñar mi torpe perplejidad con los comentarios. Me parece interesante analizar esas pulsiones sobre los hijos (que a mí me parecen sencillamente instinto de conservación), y las relaciones de pareja (más complicadas, menos espontáneas y sobretodo cargadas de condicionantes sociales y culturales). Pero me impresiona ver el nivel al que llega este blog y sus comentaristas. No es que tenga gran cosa más que añadir, salvo...manifestar mi admiración por el "posteador" y los comentaristas.
ResponderEliminarPara estar a la altura, sólo añadir que la lechuga es afrodisiaca. Y suele ser verde...
ResponderEliminarBuen provecho
No, creo que no aporto lechuga suficiente como para que alguien vea mi ensalada como tal. Y quizás mi pregunta debería haber sido ¿si tanto me gusta el tomate, por qué se empeñan en ofrecerme lechuga?
ResponderEliminarYo... bueno, yo me voy a meditar sobre qué tipo de ensalada tengo yo con el "husband" porque a mí nunca me había dado por comparar el amor con las ensaladas... curiosa pero bastante acertada metáfora.
ResponderEliminarBesos
Sí Miros estamos de acuerdo en la composición de la ensalada, lo que yo apuntaba es que muchas de las relaciones de hoy en día fracasan o quizás no llegan ni a empezar porque la gente confunde terriblemente la no necesidad de ser amado, con la indiferencia total y absoluta al amor que te dan. Y una ensalada sirve de poco si no nos la comemos a tiempo, más que nada porque los vegetales al contacto con el aire se oxidan por mucho aceite "virgen" que se le añada.
ResponderEliminarNo nos engañemos, todas las relaciones humanas son relaciones de poder...es tan sólo un reflejo tribal de cuando vivíamos en manadas. Este triste principio se intenta quebrar tan sólo en dos ámbitos: La amistad y el amor. Ahí, se supone, no hay relaciones de poder, sino de igualdad. Ahí se intenta burlar a la especie. Ahí, el amor propio (el único que existe sin duda, lo tenemos en los genes y nos permite durar) se refleja en el otro, al que amamos "como si fuaramos nosotros mismos"....pero eso no dura...como dice Lope de vega "....quien lo probó lo sabe"
ResponderEliminarentonces odiar las ensaladas sería una forma de filofobia?
ResponderEliminarSi, resulta muy cómodo coger las ensaladas empaquetadas y nos gusten más o menos valorar lo cómodo, pero si realmente queremos disfrutar de la ensalada debemos comprar cada ingrediente con todo esmero y sobre todo aliñarla con ilusión removerla bien no vaya a ser que lo del fondo se quede sin aliño y nos deje de gustar.
ResponderEliminarCuando nos comemos esa rica ensalada no pensamos en si va a acabar, o si nos comeremos otra o si será la última ensalada... simplemente disfrutarla hasta la última hoja.
Como la ensalda es compartida quizás tengamos que poner algún ingrediente que nos guste menos pero que en la mezcla se nos haga comestible, porque si el otro pone algún ingrediente que nos desagrada profundamente, no hay manera de comersela por mucho que nos guste el resto (exceptuando que la ensalada sea con los hijos que entonces por amargo que sea el ingrediente se traga...)
Pero es que además es una ensalada comlicada porqu eno se hace de una sino que se van añadiendo ingredientes con el tiempo, tambien se va comiendo... así que si según hacemos al ir comiendola nos comemos todo un ingrediente.... como sea el fundamental... complicado ir a comprar más... habría que empezar de nuevo... ¡sería otra ensalada!
bufff ¿me he explicado???
Vanbrugh, vete a lavar la boca, cochino.
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