martes, 10 de marzo de 2009

Idiosincrasia

Fea palabra esa de idiosincrasia. Rasgos distintivos y propios de un individuo o de una colectividad, dice el diccionario que significa. Me parece fea, sí, más que por el idio por la sincrasia; se me hace difícil la pronunciación de esas sílabas ásperas y que tan mal combinan. Además, tiendo a ver una falta de ortografía en la palabreja, la típica s colada por una c, influencia, sin duda, de democracia. Pero no es la parte de atrás, sino la de delante, la que conforma la familia léxica de este término. Así, resulta que la palabreja está emparentada con otras dos más populares: idioma e idiota. Y hago la frase perogrullesca: el idiota proclama la idiosincrasia de su idioma. Pues sí, porque el idioma, en su origen, es la forma de hablar propia de un individuo, las locuciones distintivas de cada uno por contraste con el lenguaje común a todos. O sea, el idioma se concibe (en su origen etimológico) en el rasgo paradigmático de los que conforman la idiosincrasia. De ahí, disculpéseme el salto lógico al vacío, el arduo esfuerzo social (y cultural) de construcción de la idiotez de un colectivo (uy, perdón, de la identidad) se hace desde y a través del idioma.

Cuando me hablan de la idiosincrasia de algún colectivo (siempre para justificar presuntos derechos) me esfuerzo por detectar hasta qué punto mi interlocutor se cree lo que está diciendo. Muchos, demasiados, sí se lo creen. Me imagino que estas idioteces sean como una llave y nuestra aceptación intelectual de las mismas, la cerradura; el raciocinio debería ofrecer resistencia a que esa llave tan mal dentada entrase en la cerradura, pero la repetición infinita de los tópicos (siempre acompañados del marchamo de la corrección política) funcionaría como un maravilloso tres en uno que no mejora en nada la calidad de los conceptos (una idiotez sigue siéndolo por más que se repita) pero sí vence el rozamiento que oponía nuestro cerebro; o sea, nos hace más idiotas. Lo ya dicho, el arduo esfuerzo (cada vez menos arduo) de la idiotización social.

Todos queremos ser especiales. Especial no es lo mismo que distinto; vamos a ver, rasgos distintivos todos tenemos algunos, claro está, si no, cómo identificarnos, cómo no confundirnos; al fin y al cabo, no somos robots. Pero la idiosincrasia, tal como se entiende, tal como se revindica (por cierto, ¿por qué el prefijo iterativo? ¿no bastaría con vindicar, que ha caído en desuso?), es el conjunto de rasgos distintivos que me (nos) hacen más chachi que los demás y, sobre todo, que me (nos) otorgan unos derechos que no tienen los otros. Claro que más que derechos son privilegios; aclaro que el privilegio es una ventaja en virtud de un rasgo especial del privilegiado, mientras que los derechos, para merecer con justicia ese título, no deben desenvolverse en el plano de la especificidad sino de la generalidad. Quizá por eso los derechos sean mucho menos satisfactorios que los privilegios, porque los primeros no nos hacen sentir especiales. Ya sé, por supuesto, que hoy en día es feo llamarlos privilegios y, por eso, a los que lo son, se les dice derechos. Pero qué coño, los derechos que tienen su justificación en la "idiosincrasia" (y en la idiotez) son privilegios.

Querer sentirse especial, destacar de la masa anodina e inmensa de los vulgares seres humanos, ¿por qué? Tendrá algo que ver con el miedo a la muerte, ¿ansia de inmortalidad? Quizá la razón consciente se resiste a aceptar nuestra irrelevancia individual; la necesidad de relevancia, de adquirir significado: ¿un grito de auxilio? Para sentirnos especiales nos reclamamos inmortales (para ser inmortales nos dotamos de alma, de Dios). Pero hacer teologías es un camino que no está muy de moda ni tampoco a la altura de nuestras idiosincrasias. Además, con tanto ecumenismo se ha perdido la satisfacción de ser especiales ante Dios (y poder convertir/masacrar paganos, infieles, moros y judíos, protestantes y herejes, etc). Como sea, ser especial (sentirnos así) es la única forma de constatar que somos; porque, si no, nos fundimos, nos con-fundimos, y por tanto dejamos de ser, volvemos al todo indiferenciado. ¿Acaso no es eso estar muertos?

La vuelta de tuerca de la idiotez idiosincrática es que, en la actualidad, se reclama ese ser especial no en lo individual sino en lo colectivo, en un nosotros amorfo hecho sujeto de derechos (privilegios) y de personalidad. La idiosincrasia de un pueblo vale para reclamar las ventajas y justificar los rechazos. En la identificación del pueblo vale todo, naturalmente; eso se llama flexibilidad, adaptarse a las necesidades. Es llamativo que, pese a lo que ha demostrado sangrientamente la historia el siglo pasado, siguen pesando más (aunque se disfracen en el lenguaje sus manifestaciones) para la construcción de los vínculos sociales los factores "étnicos" que los "racionales". Por llevarlo al plano de la filosofía política, el plebiscito cívico de Renan sigue perdiendo la batalla contra el Volk de Herder. Como cada uno de nosotros es un pobre diablo, un idiota incapaz de tener relevancia en sí mismo (me temo que todos lo sospechamos aunque ni a nosotros mismos nos lo confesemos), reclamemos nuestra idiosincrasia colectiva, somos especiales en tanto pueblo. O sea, que soy lo que soy gracias a que pertenezco a este pueblo tan especial y maravilloso.

Por supuesto, somos los de aquí. Y el aquí se eleva a la categoría de patria, con toda su parafernalia sagrada, sacramental y sacrificial (siempre la misma etimología). El aquí define al pueblo y, consecuentemente, excluye a los que no son de aquí. Eso sí, no somos xenófobos y en todo lugar hay gente buena, pero los que aquí vienen deben aceptar nuestras reglas (respetar nuestros privilegios). Porque, y venga una vuelta más de tuerca (nunca se sabe donde está el límite de la idiotez idiosincrásica), nosotros que somos tan especiales, tan chachis, somos un pueblo puteado. Pero el victimismo como acompañante habitual (¿causa o consecuencia?) de ese sentimiento vanidoso de ser especial daría para enrollarse mucho más.


Ahí va un grandioso blues en la grandiosa voz de Etta James. Tengo una gran pena, mi amor ya no me quiere; el cielo llora y las lágrima ruedan ante mi puerta. También cuando reclamamos amor pedimos, en gran medida, que nos hagan ser especiales. Y, de otra parte, el blues no es sino el lamento victimista de un pueblo (éste sí con motivos).

CATEGORÍA: Política y sociedad

9 comentarios:

  1. Completamente de acuerdo contigo, hasta en tus apreciaciones de cacofonía.

    Por cierto, no sé si sabes que en bioquímica experimental (y farmacología) idiosincrasia es una relación anómala a un fármaco o substancia. ¿Cual es la relación anómala a qué 'substancia' en los idio(tas)sincraticos?: la furia a la inteligencia, creo

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  2. No hay emoción más peligrosa que la de sentirse parte integrante de un grupo. Yo creo que no es tanta la necesidad de sentirnos especiales y diferentes como la de sentirnos aceptados, miembros, parte de un colectivo mayor que nos arropa y nos absuelve. Es peligrosa porque es un eficaz y barato sustituto de la de sentirnos amados. Si no has conseguido que nadie te quiera, si tienes incluso serias y fundadas dificultades para quererte a ti mismo -circunstancia que suele estar bastante relacionada con la anterior- siempre puedes mitigar la angustia y la soledad inevitables con la confortadora sensación de "pertenecer": a tu familia, a tu "casta", a tu tribu, a tu clan, a tu nación. Ser un individuo acarrea soledad, necesidad de elección, responsabilidad, duda, angustia. Ser un miembro de una de estas felices colectividades, a las que se pertenece por derecho de nacimiento o de lengua, sin necesidad de esfuerzo ni de elección personal, es enormemente consolador, y abole todas esas desagradables circunstancias del individuo abocado a pensar y a decidir. La diferencia y el victimismo creo que se añaden luego, como poderosos refuerzos de la emoción básica: la identidad colectiva, que sustituye, gratis y con compensaciones inmediatas, a la cara e incómoda identidad individual.

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  3. Hace poco acuñé, gracias a Pilar Rahola, la impredecible, una frase de Ortega y Gasset: decirse de izquierdas o de derechas son formas que tiene el hombre para demostrar su idiotez.

    Vas por ahí o yo estoy algo confuso?

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  4. Ya que lo preguntas -y confío que no sea una pregunta retórica-: estás confuso, en efecto.

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  5. Cacho de pan, si la frase es de Ortega, el que la acuñó fue él. Tu lo más que puedes hacer es citarla, apropiártela, aprendértela... pero no acuñarla.

    Por lo demás, yo tampoco veo que tenga mucho que ver con el contenido del post, pero en fin...

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  6. El caso es que todos queremos ser especiales, pero dentro de un grupo. La individualidad radical nos da miedo porque supone también incomprensión por el grupo y soledad.

    Creo que hasta los que consideran que no estan en ningún grupo social acaban formando uno propio porque el hecho social forma parte de la naturaleza humana. Y eso no es malo, lo malo es no ser consciente de ello.

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  7. En principio, el sentimiento de "pertenencia" a un grupo no tiene por qué ser malo; lo malo es cuando el grupo, entendido como una masa monolítica, se considera lo primordial y se arroga el derecho a acabar con todo lo que no sea como él.

    En el sentimiento de pertenencia siempre hay una proyección de las características individuales. En ocasiones, no hay unanimidad para decir qué es lo básico en el grupo: la raza, la lengua, el lugar de nacimiento, las costumbres... Sin embargo, quien opta por uno u otro criterio siempre lo hace partiendo del hecho de que él sí reune esos requisitos, por lo que, en definitiva, lo único que hace es decir: "hay que ser como yo". Otra de las manifestaciones de esto es atribur al grupo sentimientos, opiniones o estados de ánimo que sólo pueden darse en el individuo.

    Como dice Vanbrugh, al fin y al cabo no es más que una forma de sustraerse a la responsabilidad (y a la angustia) de no ser más que una persona.

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  8. Será cursi, lo sé, pero como dijo "el Principito": todas las rosas del jardín parecen iguales, pero no lo son, tú eres especial para mi...y ahí radica el secreto de ser "especial" , ya no el de la idiosincracia, que expone muy claramente usted en su post.

    Algo más, me gusta una frase de Shakespeare:" Dime amor, y me bautizaras de nuevo", se la hace decir a Romeo, ovbiamente que a su Julieta, y me marca una vez más que la mirada del otro nos define en mucho.

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  9. Nada que comentar porque suscribo tu post en su totalidad.

    Besos

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