domingo, 9 de agosto de 2009

María

Atravesaba los secos campos manchegos con la cabeza embotada. Como sonámbulo condujo hasta llegar a Despeñaperros, casi se sale en la primera curva, eso fue el despertador. El tramo andaluz lo recorrió ya algo más atento; pasó de largo junto a Granada (y se asombró de su pecado) y hacia las cinco de la tarde llegaba a Almuñécar. Estaba asustado. María, con sus infinitas llamadas durante toda la semana, había logrado erosionar su confianza y traspasarle la angustia. El día anterior, un viernes, había pedido una semana libre, pese a que apenas llevaba tres meses trabajando en ese estudio de arquitectos. Voy mañana para estar contigo, no te preocupes, le había telefoneado. Ella le pidió que la recogiera a las seis en un bar junto a la playa. Tendré hecha mi maleta, le dijo, y así nos podremos ir directamente a Torremolinos.

Encontró el bar sin dificultad; faltaba media hora así que se sentó y pidió una clara. María, como siempre, llegó tarde. Apareció en bikini, muy bronceada, guapísima … y sonriente. Lo abrazó muy alegre (¿qué pasaba con sus angustias?) y tomándole la mano, lo arrastró riendo hacia el pueblo. Ven, quiero que conozcas a mis tíos; además, no he terminado de preparar la maleta. Un breve callejeo y entraron en una casa de dos plantas, saludos a los tíos y a un primo de ocho o nueve años, tomarse un café con leche con un bollo demasiado dulce, esperar a que María se arreglara … Serían las ocho cuando por fin se vieron solos en el R5 amarillo e iniciaron la marcha hacia Torremolinos.

La carretera costera en una tarde de agosto recordaba a cualquier calle madrileña en horario laboral. Los apenas cien kilómetros de distancia duraron casi tres horas. Tres horas en las que María descartó su aparente alegría del recibimiento para encerrarse en un mutismo hosco, sin casi participar en la conversación que él intentaba mantener, salvo con monosílabos secos y tristes. Ese silencio era hostil, acusador. Tú eres el culpable de lo que me pasa, decía sin decir. Si no te pasa nada, habría querido contestar él al reproche mudo, pero ya no se atrevía, ya el miedo se lo había contagiado.

Al llegar al apartamento de su madre, por un rato, María recobró el buen humor. Dejaron las cosas y ella se quitó la ropa, quedándose en bragas y sujetador. Lo abrazó, apretándose mucho, le buscó la boca y se hundió en un beso que sabía a lujuria, pero también a angustia. Él, esforzándose, la apartó. Tenemos que hablar, le dijo. Y hablaron, o mejor dicho, habló sobre todo él. Le explicó que no podía pasar nada, que sólo había sido una vez y ni siquiera había llegado hasta el final, que tenía que tranquilizarse porque seguramente era su ansiedad la culpable del retraso, que él la quería y que pasara lo que pasara estaría con ella. Entonces, preguntó ella, ¿te casarías conmigo?

A él ni se le había ocurrido pensar en esa opción. Sin embargo, sólo titubeó un segundo. No, eso no lo haría. Acababa de cumplir veintitrés años, María sólo tenía diecinueve. La quería, estaba enamorado de ella, pero eso no le bastaba. Si ocurría lo que era imposible que ocurriese, estaba dispuesto a afrontarlo, a hacer lo que ella quisiese, eso le dijo, pero no se casaría. Estaban sentados en el sofá; mientras le decía estas palabras trató de acariciarle la cara; ella le apartó la mano bruscamente. Enseguida, de pronto, estalló en sollozos, todo el cuerpo se le convulsionaba casi como si tuviera un ataque epiléptico. Él quiso abrazarla, calmarla, pero de nuevo el rechazo, esta vez aun más airado. Luego empezó a gritar, a tirarse de los pelos, a insultarle. Pasó así un buen rato hasta que, ya sin fuerzas, María pareció tranquilizarse.

Voy a por agua, dijo pasados unos momentos de silencio denso. Él estaba de pie, mirando por la ventana. Se sentía muy triste, como si una desesperación líquida lo estuviera anegando por dentro. Querría llorar también él, pero sabía que los dispositivos necesarios los tenía bloqueados. Sin pensar en nada, se dio la vuelta. Ahí estaba María, el brazo derecho en alto y en el puño cerrado unas tijeras de cocina que se precipitaban hacia él. Los reflejos decidieron solos con un brusco movimiento hacia un lado. Inmediatamente la sujetó y le quitó las tijeras. ¿Estás loca? Quiero matarte, gritó ella, y se desplomó boca abajo, llorando y golpeando el suelo con los puños.

Poco a poco consiguió calmarla. En la mesilla de noche encontró unos somníferos de su madre y la convenció de que se tomara media pastilla. Por fin, serían las tres de la madrugada, pudo arroparla entre las sábanas. No se te ocurra acostarte conmigo, fueron sus últimas palabras antes de dormirse. Él dispuso unos cojines al pie de la cama y se echó sobre ellos. Durmió a ratos, despertándose sobresaltado muchas veces temiendo alguna nueva locura. Cuando el sol ya estaba alto se levantó y preparó unos cafés con leche. María, en la cama, recibió la taza con una mirada de odio que él no le conocía. Vete, le dijo, no quiero volver a verte. Él sabía que debía irse pero le daba miedo dejarla sola. Le ofreció llevarla de vuelta a Almuñécar. ¿No me has entendido? No soporto verte ni un instante más, vete inmediatamente.

Y eso hizo. Volvió a conducir como un autómata, sin prestar atención al paisaje (tampoco esta vez entró en Granada cuando pasó junto a la ciudad) ni ser capaz de pensar en nada. Llegó a Madrid ya acabándose ese domingo de agosto. Al día siguiente, para sorpresa de sus jefes, se presentó a trabajar. No volvió a hablar con María hasta septiembre y ella se negó a verlo. Pasó tres meses de duelo intenso, como corresponde a un enamoramiento veinteañero. Supo por amigos comunes que María seguía como siempre, alegre, dicharachera y, por supuesto, muy guapa. Ese otoño empezó tercero de farmacia y enseguida empezó a salir con alguien de la universidad. Él encontraría el clavo que desclava en Paloma, una compañera de la oficina, la noche festiva de finales de octubre del 82. A María volvería a verla casi diez años después, pero esa es ya otra historia.



Heaven Stood Still. Willy Deville (Live, 1993)

Este viernes ha fallecido, con sólo 55 años, Willy Deville. Desde que lo descubrí, hacia mediados de los ochenta, es uno de los músicos que he seguido. No tuvo grandes éxitos (salvo quizá su canción más famosa, Demasiado Corazón) pero siempre me pareció que mantenía una línea inquieta y creativa. En fin, que me gustaba y me apena que ya no vaya a darnos nuevos temas. He elegido esta canción suya como homenaje porque tiene el tono melancólico adecuado, pero aseguro a quienes no lo conozcan que la mayoría de su obra es bastante más animada.

CATEGORÍA: Recuerdos

17 comentarios:

  1. Estas cosas a los 19 años son explicables, aunque no sanas. El problema es cuando estas historias se dan más tarde (como a los 40).

    Como siempre, una historia muy bien explicada.

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  2. Coincido con Silvia: a los 19 años todavía puede uno entenderlo. ¡Esperemos que María haya madurado!

    No sabía que murió Willy Deville. Ando medio desconectada para variar y no perder la costumbre. Qué pena...

    Un beso

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  3. A los 19 (y a los 23) se puede poseer un espléndido cuerpo de mujer. Y ahí está la tremenda trampa, porque encierra una mente peor que la de un niño (que es autosuficiente en sus certezas e incognitas), la de un pre adulto. Sin embargo, esta sociedad idiota glorifica esas edades, no hablo de los cuerpos ( a mí me gustan mucho las tetas 'caídas' hacia arriba, aunque me guste más sujetar las leve y dulcemente comenzadas a caer), sino de los 'cocos', cocos confusos y autodestructivos. Sólo cabe esperar a que maduren sin pudrirse antes. La juventud es una condena.

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  4. Pues siento una tremanda curiosidad desde ayer, porque dices en el post a María que teníais que hablar. Ella no te deja hablar y te marchas sin decirle aquello que ibas decirle. ¿Qué era lo que con vientitres años ibas a decirle para solucionar vuestra situación?.

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  5. Tanto Silvia como Strika dicen que la respuesta de María fue exagerada aunque explicable. No estoy muy de acuerdo, exactamente no creo que fuera un problema de madurez. Puede que en el 2009 hayamos perdido un poco la consciencia de lo que significaba estar embarazada a los diecinueve años hace veintisiete años, en 1982 nada más y nada menos. Incluso Miros dice que el que él dejara a una chica embarazada podía significar un problema para él que empezaba a trabajar en una empresa y eso no es del todo real. Un embarazo para él en 1982 si se casaba lo más que podía significar era un aumento de sueldo. Para una chica de 19 años que estaba en la universidad perdía la posibilidad de seguir estudiando, según la capacidad económica que tuviera su familia, en muchos casos según la moral de su familia muchas acababan con la maleta en la calle. ¿Exagerada la respuesta de María? ¿Respuesta debido a su inmadurez? Me parece que nos hemos acostumbrado demasiado pronto a lo bueno y hemos olivdado lo que haber vivido en otros tiempos ha significado. La vergüenza a la que la sociedad te exponía en 1982 por quedarte embarazada también era un castigo adicional.

    Evidentemente si una mujer de cuarenta hoy en día se queda embarazada y reacciona tal cual lo hace esta chica, posiblemente sea debido a que ha perdido el rumbo de su vida, a la decepción de quien esperaba algo y no lo recibe, a su inmadurez, pero no a nada de lo que significaba estar embarazada con dicienueve años en 1982, con diecinueve años y soltera.

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  6. La jóvenes de ayer, la de hoy...sí, han cambiado cosas, pero siguen siendo lo que son; el espíritu d elos tiempos, ni siquiera las costumbres, pueden colmar sus insuficiencia. Claro que es un problema de madurez, qué si no.

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  7. ¿Amenazar a alguien con unas tijeras no es exagerado? Por más que una esté desesperada, y por más que en esa época la causa de la desesperación fuera muy angustiante, eso sólo puede provenir de alguien bastante desequilibrado. Creo que nos vimos buena onda cuando dijimos que María era inmadura. :P

    Saludos

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  8. Yo también creo que es un problema de madurez porque ésta supone la asunción de las consecuencias de nuestros actos. A María no le dijo "ahí te quedas con el problema", simplemente le dijo que no se casaría con ella pero que compartiría la reponsabilidad, que estaría a su lado.

    Respecto a la sociedad, ésta siempre discrimina lo diferente, lo que se sale de "la norma establecida no se sabe bien por quién". Pero me temo que depende mucho de la actitud de cada uno en el efecto que pueda tener esa discriminación. Las cosas no eran tan terribles para una madre sola como para justificar el hacer daño a alguien y la sociedad no ha cambiado tanto: ha remozado las formas que se muestran en el escaparate, pero apenas se ha modificado el fondo. Sigue siendo tan hipócrita y puritana como siempre.

    Y quién se lo propone sobrevuela y consigue ser tan feliz o infeliz como los demás. Lo dice alguien que asumió sola la maternidad en esos tempranos años 80.

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  9. Pobre María, menudo susto tendría en el cuerpo... Quizás sí que es exagerado lo de las tijeras (los jóvenes no controlan muy bien sus nervios, sus miedos y sus impulsos) pero no me resulta difícil comprender el miedo que tendría en el cuerpo.

    Besos

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  10. Algunos matices, Amy:

    Yo no digo que el dejar a una chica embarazada fuera a suponer un problema para mí en el trabajo. Desde luego, era (y sigue siendo) un problema grande. Ni me había planteado casarme porque no me sentía dispuesto a hacerlo, estuviera ella embarazada o no. De otra parte, eso de que casarse lo más que podía significar era un aumento de sueldo ... En primer lugar, yo no cobraba sueldo (era autónomo) y, sobre todo, casarse significaba muchas más cosas, mucos más que en el ámbito laboral.

    El 82, efectivamente, parece muy lejano, pero tampoco tanto (no me hagas sentir más viejo de lo que ya me siento). María provenía de una familia urbana de clase media alta y, desde luego, no estaba en riesgo de que la pusieran de patitas en la calle y ni siquiera de tener que dejar la carrera.

    En cuanto al punto central, la inmadurez o no de María. Yo sí creo que era inmadura, aunque mejor sería decir que estaba bastante desequilibrada (y tengo otros datos que lo corroboran que no he escrito en este post). Tendía a la exageración extrema y a sacar casi todo de quicio. Por supuesto, no estaba embarazada. No sólo eso, sino que la regla le vino con dos días de retraso respecto a la fecha teórica. Desde diez días antes, prácticamente desde que se fue de Madrid para sus vacaciones, empezó a llamarme tres veces a diario para transmitirme sus angustias porque "sentía" que estaba embarazada. Ni te puedes imaginar cómo me calentaba la cabeza. Yo, por supuesto, trataba de calmarla, hacer que se diera cuenta de que era altísimamente improbable que eso ocurriera y, además, de que no se preocupara antes de tiempo. Esfuerzos inútiles, si no contraproducentes porque lo que consiguió ella fue que a mí me empezara a entrar la angustia. Incapaz de soportar ese estrés, fui a recogerla (como cuento) con la esperanza de que mi presencia la ayudara a equilibrarse, con el resultado que cuento.

    Tengo la sensación, confirmada con hechos posteriores, de que ella lo que quería era que yo le diera un cheque en blanco, una prueba de mi amor y compromiso por ella, diciéndole que estaba dispuesto a casarme. Si lo hubiera hecho, seguro que todo habría ido bien. Entonces, en los días que tardó en venirle la regla, me habría tratado amorosamente como a su "futuro marido" y, más que probablemente, me habría planteado la conveniencia de abortar (también tengo motivos para pensar esto). Luego habría pasado el susto y ella se sentiría muy feliz de que yo le hubiera respondido tan bien como deseaba. Todo eso te aseguro que lo pensé mientras lo vivía y, por mi tonta honestidad juvenil, me negué a hacer el teatro que me tocaba. En fin.

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  11. Pues contado asi el relato ya me cuadra un poquito más. Me refiero a que la inmadurez no hace que alguien coja unas tijeras para clavárselas a nadie, el desequilibrio sí. La cuestión de la fecha, 1982, no tiene nada que ver con tu edad, ni mi pretensión era que te sintieras más mayor por la referencia, sino con la moralidad que se respiraba, que no es la de ahora, ni por asomo y por situarnos en unos años que eran bastante duros a nivel moral con la mujer.

    Lo que quería decir es que una situación desesperada nos puede desequilibrar y en aquellos años un embarazo para según qué mujer podría ser una situación desesperada y a partir de ahí puede ocurrir cualquier cosa. Ahora explicas que el desequilibrio no era por el embarazo sino por la respuesta que esperaba de ti y que no recibió. Supongo que te sirvió en el futuro para verlas venir, digo a mujeres tipo atracción fatal.

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  12. Bueno, Miros, te felicito, sólo si una ex novia te ha intentado matar se puede decir cabalmente que uno ha tenido una vida sentimental excitante.

    Por cierto, el apuñalamiento con tijeras (como el envenenamiento) es una especialidad típica femenina, como la muerte a martillazos o con escopeta de caza lo es masculina, aunque los casos de violencia masculina con la pareja más que de inmadurez son síntoma ya de podedumbre pues, con excepciones, los agresores suelen ser talluditos.

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  13. Pues voy a diferir de Lansky. En la mayoría de los casos, el apuñalamiento con tijeras suele acabar en lesiones y no en asesinato, primero porque hay que tener una cierta puntería para matar a alguien con unas tijeras mínimamente grandes (las de cortar las uñas lo ponen más difícil) y segundo porque hay que contar que el agredido se defenderá y, en un momento de obcecación, pueden pasar muchas cosas pero el asesinato no es la más probable.

    En segundo lugar, está estadísticamente demostrado que las mujeres utilizamos medios para el asesinato que no impliquen fuerza física, aunque necesitan mayor preparación y de ahí el veneno, aunque hay otros medios. Además, el asesinato violento suele conllevar unas manchas de sangre horrorosas y todo el mundo sabe lo díficil que es limpiar una mancha de sangre.....

    En la violencia masculina si que coincido totalmente.

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  14. Yo dije primero lo del veneno, Silvia. En cuanto a las tijeras, yo tengo unas pequeñitas y redondeadas por la no punta para recortarme esos feos pelos que salen en la nariz; esas no valen, las de uñas, tampoco, pero las de limpiar pescado, las de cortar tela, ah, esas son perfectas para el apuñalamiento dorsal siempre que se usen con pericia: asidas juntas antes de las 'orejas', se clavan con firmeza y luego...se abren. Si no le matas, al menos le haces un canesú.

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  15. ¿Macabra? Ahora es cuando se pone interesante, con consejos prácticos y todo.

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