Los ladrones de tiempo
Este fin de semana he leído El pibe que arruinaba las fotos, la reciente novela de Hernán Casciari; me la bajé de su blog, por el cual transito de vez en cuando. El libro, como él cuenta en su último post, es una recopilación de los relatos "autobiográficos" que había ido publicando en su blog, dándoles, claro, una cierta continuidad. Así que muchos ya me eran conocidos, pero eso no quita para que leyera la novela con gusto; el tipo escribe bien y, sobre todo, resulta tremendamente ameno. Una de las historias me sorprendió especialmente; el tataranieto llega del futuro y le habla de esa sociedad:
—En el futuro no hay dinero —me dice Woung—. El valor más preciado es el tiempo. Todos nacemos ricos, digamos. Cada chico que nace, tiene unos cien años de crédito. Después crecés y vas gastando tiempo. ¿Querés comprarte una moto? Te cuesta seis meses. ¿Una casa? Un año y pico. Todo lo que comprás se te va debitando. Y todo lo que vendés, se te acumula.
—No entiendo.
—Imaginate que te vas con una puta —me dice Woung—. Una puta cobra 30 minutos un servicio completo. Cuando terminás de cogerte a la puta, vos tenés media hora menos de vida, y la puta media hora más. Es fácil.
—¿Y entonces quiénes son los ricos en el futuro?
—El concepto de riqueza varía según los intereses de cada quién. Por ejemplo, yo tengo veintitrés años, es decir, tengo un capital suficiente para tener siete coches, dos chalets, y darme la gran vida durante cinco años más y morir. O también tengo la posibilidad de vivir sin lujos hasta que cumpla los ochenta o los noventa. Cada uno hace lo que quiere.
—La gente gana exactamente lo que trabaja —me dice Woung—. El que trabaja seis horas al día, gana seis horas al día. El que trabaja cuarenta horas a la semana, gana eso. Y se puede vivir sin trabajar, pero claro, vivís menos.
—Entonces el trabajo cualificado no cuenta —digo—. Un carpintero que tarda dos horas en hacer una silla, y un poeta que tarda dos horas en componer un poema ganan lo mismo.
—Exacto: cada uno gana dos horas.
—¿Pero si el poema es maravilloso?
—Esa es una gran tara de tu sociedad... Creer que un poema puede ser más maravilloso que una silla.
Sugerente, ¿verdad? Pero no me sorprendió por el tema sino porque yo, hace unos treinta años, escribí un cuento cuyo argumento era casi calcado del que ahora publica Casciari. Debió ser hacia finales de los setenta, a mediados de mi carrera universitaria. Recuerdo perfectamente que la inspiración, absolutamente obvia, fue la lectura de Momo, la novela de Michael Ende sobre los hombres de gris que roban el tiempo a los hombres. Pensé entonces que si el tiempo pudiera ser aprehensible, intercambiable, lo lógico es que se convirtiera en la unidad económica. E imaginé una sociedad en la que, igual que en la futura de Casciari, la gente nacía con un crédito determinado y disponía de él como moneda de cambio, gastándolo pero también adquiriéndolo. El cuento, que era bastante largo (tendría como treinta páginas mecanografiadas) desarrollaba una trama de intriga en la que había unos especuladores que fraudulentamente hacían bajar la cotización del tiempo de una comuna hippie para, adquiriéndolo a la baja, revenderlo a unos ancianos poderosísimos de Londres. La cosa iba empeorando, y pese a los esfuerzos de los "buenos", al final, no como en Momo, esa sociedad derivaba hacia una cruel dictadura en la que se obligaba a una mayoría esclavizada a tener hijos para, al poco de nacer, despojarles de su crédito temporal (obviamente morían) en beneficio de la cruel gerontocracia dirigente.
El relato quedó bastante resultón, tanto que tuvo cierto éxito circulando entre los compañeros de mi facultad e incluso me ayudó a enrollarme con una de las chicas más guapas de la nueva promoción. Se llamaba Lourdes y lo nuestro no duró mucho; al final del cuatrimestre ya se había aburrido de mí y puso sus ojos (no sólo) en mi amigo Alberto, quien inmediatamente dejó de serlo. Lo curioso es que a esta Lourdes no volví a verla hasta principios de los noventa. Habíamos ido a Nueva York y nos alojábamos en casa de una amiga peruana, Francesca. Un día quedamos con otra peruana que también vivía en Manhattan y era Lourdes. Ni la reconocí; estaba gorda y fea. Pero ella sí se acordaba de mí y, sobre todo, de mi cuento del tiempo-moneda. Esa tarde me hizo recordar cuánto se había empeñado en que redactara una segunda versión con final feliz. Y, en efecto, cambié el final (las mañas femeninas y el hambre adolescente), aunque no cedí del todo y rematé el cuento de forma abierta, con un guiño de esperanza al lector, insinuando que en una futura continuación a lo mejor los buenos restauraban la justicia y acababan con la dictadura de los ladrones de tiempo. Pero nunca hubo siguiente entrega.
Esta tarde he estado revolviendo toda la casa a ver si encontraba ese viejo cuento. No he tenido éxito. Puede que esté por algún lado (guardo multitud de papeles añosos) pero mi casa parece un almacén de libros, revistas, carpetas y folios y, aunque siempre me prometo dedicarle tiempo y esfuerzo a ordenarlos, la verdad es que sigo acumulando y cada vez el desbarajuste es mayor. Así que, de momento, no dispongo de la prueba de mi autoría original (que tampoco era nada original) en una fecha en la que Casciari no era más que un pibito de siete u ocho años. Pero eso no quita para que esta tarde, leyendo su novela, me haya sacudido un fogonazo de recuerdos.
—En el futuro no hay dinero —me dice Woung—. El valor más preciado es el tiempo. Todos nacemos ricos, digamos. Cada chico que nace, tiene unos cien años de crédito. Después crecés y vas gastando tiempo. ¿Querés comprarte una moto? Te cuesta seis meses. ¿Una casa? Un año y pico. Todo lo que comprás se te va debitando. Y todo lo que vendés, se te acumula.
—No entiendo.
—Imaginate que te vas con una puta —me dice Woung—. Una puta cobra 30 minutos un servicio completo. Cuando terminás de cogerte a la puta, vos tenés media hora menos de vida, y la puta media hora más. Es fácil.
—¿Y entonces quiénes son los ricos en el futuro?
—El concepto de riqueza varía según los intereses de cada quién. Por ejemplo, yo tengo veintitrés años, es decir, tengo un capital suficiente para tener siete coches, dos chalets, y darme la gran vida durante cinco años más y morir. O también tengo la posibilidad de vivir sin lujos hasta que cumpla los ochenta o los noventa. Cada uno hace lo que quiere.
...
—¿Y el trabajo, entonces? —quiero saber— ¿Cómo funciona, cuánto gana la gente en el futuro? —La gente gana exactamente lo que trabaja —me dice Woung—. El que trabaja seis horas al día, gana seis horas al día. El que trabaja cuarenta horas a la semana, gana eso. Y se puede vivir sin trabajar, pero claro, vivís menos.
—Entonces el trabajo cualificado no cuenta —digo—. Un carpintero que tarda dos horas en hacer una silla, y un poeta que tarda dos horas en componer un poema ganan lo mismo.
—Exacto: cada uno gana dos horas.
—¿Pero si el poema es maravilloso?
—Esa es una gran tara de tu sociedad... Creer que un poema puede ser más maravilloso que una silla.
Sugerente, ¿verdad? Pero no me sorprendió por el tema sino porque yo, hace unos treinta años, escribí un cuento cuyo argumento era casi calcado del que ahora publica Casciari. Debió ser hacia finales de los setenta, a mediados de mi carrera universitaria. Recuerdo perfectamente que la inspiración, absolutamente obvia, fue la lectura de Momo, la novela de Michael Ende sobre los hombres de gris que roban el tiempo a los hombres. Pensé entonces que si el tiempo pudiera ser aprehensible, intercambiable, lo lógico es que se convirtiera en la unidad económica. E imaginé una sociedad en la que, igual que en la futura de Casciari, la gente nacía con un crédito determinado y disponía de él como moneda de cambio, gastándolo pero también adquiriéndolo. El cuento, que era bastante largo (tendría como treinta páginas mecanografiadas) desarrollaba una trama de intriga en la que había unos especuladores que fraudulentamente hacían bajar la cotización del tiempo de una comuna hippie para, adquiriéndolo a la baja, revenderlo a unos ancianos poderosísimos de Londres. La cosa iba empeorando, y pese a los esfuerzos de los "buenos", al final, no como en Momo, esa sociedad derivaba hacia una cruel dictadura en la que se obligaba a una mayoría esclavizada a tener hijos para, al poco de nacer, despojarles de su crédito temporal (obviamente morían) en beneficio de la cruel gerontocracia dirigente.
El relato quedó bastante resultón, tanto que tuvo cierto éxito circulando entre los compañeros de mi facultad e incluso me ayudó a enrollarme con una de las chicas más guapas de la nueva promoción. Se llamaba Lourdes y lo nuestro no duró mucho; al final del cuatrimestre ya se había aburrido de mí y puso sus ojos (no sólo) en mi amigo Alberto, quien inmediatamente dejó de serlo. Lo curioso es que a esta Lourdes no volví a verla hasta principios de los noventa. Habíamos ido a Nueva York y nos alojábamos en casa de una amiga peruana, Francesca. Un día quedamos con otra peruana que también vivía en Manhattan y era Lourdes. Ni la reconocí; estaba gorda y fea. Pero ella sí se acordaba de mí y, sobre todo, de mi cuento del tiempo-moneda. Esa tarde me hizo recordar cuánto se había empeñado en que redactara una segunda versión con final feliz. Y, en efecto, cambié el final (las mañas femeninas y el hambre adolescente), aunque no cedí del todo y rematé el cuento de forma abierta, con un guiño de esperanza al lector, insinuando que en una futura continuación a lo mejor los buenos restauraban la justicia y acababan con la dictadura de los ladrones de tiempo. Pero nunca hubo siguiente entrega.
Esta tarde he estado revolviendo toda la casa a ver si encontraba ese viejo cuento. No he tenido éxito. Puede que esté por algún lado (guardo multitud de papeles añosos) pero mi casa parece un almacén de libros, revistas, carpetas y folios y, aunque siempre me prometo dedicarle tiempo y esfuerzo a ordenarlos, la verdad es que sigo acumulando y cada vez el desbarajuste es mayor. Así que, de momento, no dispongo de la prueba de mi autoría original (que tampoco era nada original) en una fecha en la que Casciari no era más que un pibito de siete u ocho años. Pero eso no quita para que esta tarde, leyendo su novela, me haya sacudido un fogonazo de recuerdos.
CATEGORÍA: Recuerdos
Yo también he empezado a leer el libro de Casciari, pero todavía no he llegado a ese pasaje.
ResponderEliminarCuando lo haga me acordaré de ti.
Un beso.
Y yo, por mi parte, siempre he dicho que los verdaderos "lujos", los necesarios, valga la contradicción, son físico-einstenianos: el espacio y el tiempo. Vender tu tiempo, cuando lo que mejor puedes comprar con dinero es tiempo para tí, es un absurdo (lo tengo algo mejor comentado en el blog)
ResponderEliminarCasciari es un tipo gracioso, ocurrente, y además un gran crítico de TV
Lansky
Porfa, busca ese cuento, que queremos leerlo.
ResponderEliminarLa obra más conocida de Michel Ende es "La historia interminable", pero cuando se las regalaron a mis hijas, recuerdo que me gustó mucho más "Momo". Parece una fábula para niños, pero tiene su miga.