domingo, 20 de marzo de 2011

Flash Gordon

El mundo se acaba. Un planeta desconocido se precipita sobre la Tierra. Sólo un milagro puede salvarnos, dicen los científicos. / En las selvas africanas retumban incesantemente los tambores y los negros aúllan mientras aguardan el fatal destino. / Los árabes, en el desierto, se resignan ante lo inevitable y vueltos hacia La Meca rezan por su salvación. / En Times Square, Nueva York, una apiñada muchedumbre está pendiente de los tabloides de noticias que van describiendo la trayectoria de vuelo del cada vez más cercano cometa. / El científico Hans Harkov trabaja día y noche perfeccionando un mecanismo para salvar el mundo. El ingente esfuerzo ha debilitado su superdotado cerebro. / A bordo de un avión transcontinental viajan Flash Gordon, famoso jugador de polo graduado en Yale, y Dale Arden, una pasajera. / De pronto, un llameante meteorito desprendido del planeta alcanza al aparato en un ala, quebrándosela. El avión intenta mantenerse inútilmente hasta que se precipita sin control. / Flash, sosteniendo a la chica en sus brazos, salta a tiempo. Sus paracaídas se abren con chasquidos: bajan flotando hacia la tierra. / Aterrizan muy cerca del gran observatorio del doctor Zarkov. Flash se desembaraza de los paracaídas. / Zarkov, desaliñado y con una mirada de loco salvaje, se les enfrenta apuntándoles con una pistola. ¿A qué viene eso doctor? Aparte ese arma, somos amigos –dice Flash. De amigos nada; sois espías que habéis venido a robarme mi secreto. Venid conmigo. / Con un estruendo ensordecedor, el cohete del doctor Zarkov, con Flash y Dale a bordo, se lanza a toda velocidad hacia los cielos … / y se dirige de frente, con un loco a los mandos, contra el planeta que se abalanza hacia la tierra.



Esto es lo que contaban las trece viñetas que ocupaban la mitad inferior de una página de las ediciones dominicales de los rotativos yanquis que recibían material de la King Features Syndicate, la agencia de prensa propiedad del imperio creado por William Randolph Hearst. El autor del comic (y del que estaba en la parte superior: Jim de la Selva) era un joven y extraordinario dibujante, Alex Raymond, que llevaba ya unos años trabajando de negro para la KFS y por fin, en el primer domingo de 1934, le dejaron presentar dos historias con su propio nombre, iniciando así una carrera que lo convertiría en uno de los nombres más importantes de la historia del comic. En cambio, no mereció el mismo reconocimiento Don Moore, un veterano escritor en revistas pulp-fiction, quien parece que fue el autor principal de los alocados guiones de las aventuras del rubio Flash. La serie enseguida adquirió una tremenda popularidad logrando, como pretendían los directivos de la KFS, competir eficazmente con las tiras de Buck Rogers que llevaba dos años como estrella indiscutible de las páginas dominicales de los periódicos estadounidenses. Alex Raymond estuvo publicando sus tiras durante diez años seguidos, lo que al ritmo de media página semanal, hace algo más de quinientos capítulos. A principios del 44 fue llamado a filas y, a su vuelta, el rubio héroe estaba a cargo de otras manos. De hecho, ha seguido dibujándose sin interrupción hasta marzo de 2003, y de sus aventuras se han encargado hasta doce profesionales distintos, pero el de verdad será siempre el original de Raymond.

A través de Internet he podido conseguirme las primeras trescientas veintisiete entregas de Raymond, en sus formatos y coloraciones originales (aunque la vista en pantalla no es para nada igual que impresa en papel periódico), que cubren hasta el 7 de abril de 1940. También he conseguido la versión española que, manteniendo el mismo formato de los originales estadounidenses pero alterando el cromatismo, publicó Ediciones B en 1988. La editorial española presentó las aventuras en cuadernillos de treinta y dos páginas (a 200 pesetas cada uno) rompiendo de esta forma la agrupación que habían establecido los americanos en capítulos de distinto número de hojas. Sin embargo, me da que cualquier división de la historia se hizo siempre, incluso la americana, a posteriori y nada tenía que ver con las intenciones de Raymond mientras la dibujaba. No hay más que comprobar la cantidad excesiva de acción que concentraba el artista en cada entrega dominical y el ritmo alocado del relato me sugiere que no había demasiado plan conjunto de la obra; dudo que al acabar una semipágina supiera cómo iba a continuar los embrollos que planteaba más allá de dos o tres entregas. Lo anterior, para quien no conozca las aventuras de Flash Gordon, le dará una idea de que la línea narrativa era de lo más errática y fantasiosa, pero ese evidente defecto se convertía en uno de sus principales atractivos.

Yo no leí Flash Gordon en la versión de Ediciones B sino, según rememoro ahora gracias a la página de un aficionado, en la que publicó Buru Lan comics, una editorial donostiarra, a partir del año 1971. Se vendía en los kioscos por fascículos semanales que salían los viernes al astronómico precio de cinco duros. Cuando había salido un determinado número de fascículos (¿12?) se vendían las tapas para encuadernarlos y formar un tomo. Empezaron con la historia ya avanzada y luego volvieron para atrás (los tomos que llamaron 01 y 02). Desde luego, no hice la colección completa pero sí que llegué a comprar bastantes fascículos y a encuadernar tres o cuatro tomos que perdí hace muchísimo tiempo. Por más que he buscado, me ha sido imposible averiguar las fechas de publicación, pero identificando cuáles portadas de fascículos me suenan, estimo que debí estar enganchado a las aventuras de Flash durante poco más de un año, entre mayo del 71 y el fin de curso del 72 (tercero de bachillerato). Por esas mismas fechas, leía también El Jabato, el TBO y algunos otros ejemplares de los comics disponibles en esos cutres tiempos del tardofranquismo. De hecho, era un lector voraz de tebeos, y éstos eran objetos preciados en la frenética actividad de intercambio de mi colegio. Los fascículos de Flash Gordon, sin embargo, tenían una particularidad singular que los diferenciaban de los otros y que los excluían del mercadeo.

Esa especificidad era el erotismo. Mis lecturas de Flash Gordon se extendieron durante mis doce años, el año en que con bastantes sobresaltos inicié mi pubertad. Las mujeres que dibujaba Alex Raymond contribuían poderosamente a turbar mi libido (lo que para nada conseguían ni la Claudia del Jabato ni la Sigrid del capitán Trueno), tanto por su sensual dibujo como por esas personalidades descaradas, dispuestas siempre a tomar la iniciativa para llevarse al guapo de Flash al catre (aunque el chiquillo que yo era entonces no lo habría expresado así). Releyendo estos días las viñetas descargadas en el ordenador, he sentido un ligerísimo escalofrío evocativo al toparme con la reina bruja Azura, que droga a Flash para que pierda la memoria y, olvidando quien es, se enamore de ella. Entre las brumas de mi memoria creo vislumbrar a ese crío que fantaseaba con que, sin hacer él nada (era muy muy tímido), bellas mujeres lo seducían apropiándose de su voluntad. Me pregunto ahora si esas mis primigenias pulsiones eróticas obedecían a una morbosa atracción por la sumisión o a la necesidad de justificar mi caída pecaminosa (estudiaba en un colegio del Opus) debido al debilitamiento del libre albedrío. Vaya usted a saber, sobre todo a estas alturas, pero lo cierto es que los fascículos de Flash Gordon no salían de mi casa y tuvieron que ser muy manoseados. Años después, acabando la universidad, fui a ver la peli, y aparte de parecerme espantosa (tanto la película como la música de Queen), no me dijo ya nada. Claro que por entonces era un jovencito radical y exigente; quizá debería volverla a ver ahora que soy casi un viejete y bastante más tolerante.

20 comentarios:

  1. Pues yo también les echaba un vistazo de vez en cuando. Pero lejos de despertar en mí alma cándida instinto pecaminoso alguno, era tal la admiración que sentía por aquellas mujeres tan bien hechas que mi obsesión era dibujarlas. Y así estuve,durante largo tiempo, fijándome primero en los trazos, los labios,las piernas,los pies, el cuerpo, el movimiento, y después de una larga observación, como si de tanto mirarlas la imagen surgiera por arte de magia de mis manos, las dibujaba, y no salían mal mis dibujos. Supongo que de mayor quería ser como ellas. ¡Y casi lo he conseguido!

    Un besote belleza, y buenas noches

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  2. Yo lo leía en el final de los 50, principios de los 60 en España en una magnífica edición apaisada y en B. y N. de KFS, también leía El hombre enmascadarado (The Phantome), Rick Kirby, Mandrake el Mago y Big Ben Bolt, todos de la misma empresa, y no leía ni Capitán Trueno ni Jabato ni Robetto Alcazar ni El Guerrero del Antifaz ni nada de las mediocres en general manufacturas nacionales.

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  3. Lansky: Por esas fechas que dices, tenías que leer los comics de la Editorial Dólar de Madrid, cuadernillos apaisados con la portada en color y las páginas en blanco y negro que salían a tres y luego cuatro pesetas. En efecto, esta editorial fue reproduciendo las aventuras de todos los héroes del cómic norteamericano que citas (Rip Kirby, por cierto, fue el personaje que creó Alex Raymond a su vuelta de la segunda fuerra mundial), si bien con más intervenciones de la censura (en dibujos y traducciones) que las que hixo en la versión que yo conocí una década después. Yo a esos personajes (salvo a Flash) los conocí más tarde, casi veinteañero (o si los lei fue de pasada y no me llamaron entonces mucho la atención). Después de Flash, hacia mis trece años, me aficioné a los cuadernillos de la Marvel (Spiderman, los 4 Fantástico, Capitán América, etc). Ah, una última cosa: es bastante probable que el Flash Gordon que tú leyeras fuera no el original, sino el que dibujó Dan Barry desde inicios de los cincuenta.

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  4. Zaffe: Con lo erótica que tú eres, ¿no te inducían pensamientos pecaminosos las aventuras de Flash? En fin, te creeré. En cuanto a tu calidad como dibujante, doy fe. Deberías demostrarla ilustrando de tu propia mano tus estupendos posts.

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  5. Un erudito veinteañero -cuando te iniciaste- no puede competir con mi sapiencia desde la niñez, pero sí a una y no a otra de tus suposiciones; en efecto, editorial Dolar, que compró los derechos de la King Faeture era la editora en españa, y no, lei tanto los Flash de Dan Barry como los de Alex Raymond, que también dibujó Ana de la Selva además de Rick Kirby y Jorge y Juan

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  6. Yo tuve una infancia de lo más inocente, también desde el punto de vista de los comics: fui de Tintin y de Asterix, donde las mujeres más voluptuosas que aparecían eran la Castafiore y la mujer del jefe Abraracurcix. Y antes, TBO, Pulgarcito y cosas así. Ya en la adolescencia, y hasta la fecha, me desentendí por completo del género. Algún vistazo distraído al Corto Maltés, al Prícipe Valiente y algunas cosas de Corben, más por apreciar la calidad del dibujo que por meterme verdaderamente en la historia. Me temo que el comic más típico me es ajeno por completo, y ya no me veo con ganas de interesarme.

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  7. Bueno, me olvidaba de Quino (¡Mafalda!), claro. Ése sí que lo he trabajado. Y de Lauzier, del que hace mucho que no sé nada pero que a mis veintitantos años me hizo reir mucho. Otra línea completamente diferente, como ves. Prácticamente otro género, aunque también sea 'historieta' dibujada.

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  8. ¡Y Spirou y Fantasio, y el Marsupilami!

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  9. Vanbrugh: Vaya, al final resulta que tampoco es que no leyeras comics. La diferencia es que, como francófilo que eres, te fuiste más a la escuela gala (y belga, of course). Tintín, para mí, es sagrado; de hecho, ya de mayor me volví a comprar todos los libros, para rememorar mis lecturas en la librería que tenía mi abuelo en Eibar y donde, entre los ocho y los once años, era completamente feliz (los ratos en que me tocaba acompañarlo durante las vacaciones veraniegas en San Sebastián). De esa época recuerdo, aunque no los lei exhaustivamente, las aventuras de Spirou, Fantasio y el Marsupilami, que incluso me llegaban en una revista francesa cuyo nombre ya no recuerdo (a lo mejor hasta era de contrabando, en esos finales de los sesenta). En todo caso, son recuerdos comiqueros anteriores a la pubertad.

    Y es que, si lo pienso, podría casi hacer una autobiografía snetimental jalonándola con los comics que correspondían a cada edad, al menos hasta los veintimuchos. A esa última etapa comiquera (cercano yo ya a los treinta) correspondería Lauzierm que me parece un genio, del cual tengo cinco o seis albumes y del que tampoco sé qué ha sido. Entre medias, por supuesto Moebius, Pratt y tantos otros. Y, constante siempre, el absolutamente genial Quino.

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  10. Tintin siempre me parecio un poquito (sólo un poquito) gilipollas y el Haddock que le acompañaba un peligroso enfermo mental. Lo de Asterix tenía para mí más gracias, aunque despedía bastante tufo nacionalista. Lauzier se suicidó hace unos años, Vanbrugh, como era lógico; era buenísimo pero para adultos. ¡Vaya infancia la tuya sin una mala pistola de rayos que echarte al bolsillo!

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  11. Miroslav:
    La revista francesa que mencionas y que leías en Eibar, chez Le grand Pere (bonita imagen) creo que podría ser 'Pilote' (me encantaba Achiles Talon, cerveaux choc)

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  12. Hombre, el Pilote me lo compraba yo en Hendaya y en San Juan de Luz, a los once y doce años. Era todo maravilloso, desde entrar en la papelería francesa, chapurrear mi mal francés de escolar con el vendedor y ¡pagar en francos! hasta desentrañarlo luego trabajosamente con la ayuda de mi hermana, descubriendo montones de palabras nuevas y de significados desconocidos de las palabras que creía conocer. Fue un complemento magnífico del francés del colegio con el que se hablaba de verdad. Ahí me enamoré del idioma y de Francia en general, que era el Verano y el Ancho Mundo... Sí, en comics, como en tantas otras cosas, soy francófilo perdido.

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  13. Tintin era bastante repelente, me lo parecía ya cuando lo leía de niño, lo que no me impedía disfrutar mucho con las historias y con los dibujos. Pero el Capitán Haddock era genial, como Hernández y Fernández, y el Profesor Tornasol, y Serafín Latón... había montones de personajes y de detalles secundarios que le daban a las historias una especie 'profundidad', en el sentido de 'tercera dimensión', muy equivalente a la de los propios y magníficos dibujos.

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  14. Y no tuve pistolas de rayos, pero Spirou y Fantasio tenían una mochila con hélice para volar, y una "zorglonda" hipnótica, y un cacharro que eliminaba la gravedad y hacía crecer las plantas, y granadas de metomol, que fundía los metales, y un marsupilami lleno de habilidades insospechadas... Maldita la falta que me hacía una pistola de rayos, semejante ordinariez...

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  15. Tonnerre de Brest et mille sabords ! Menos el mismo Tintin,los personajes de los álbumes de Tintin ( en francés) eran graciosísimos. Además siempre tocaban temas interesantes que despertaban nuestro interés.

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  16. Pues a mi la Sigrid, siempre me puso. Más de Asterix y Lucky Luke que de Tintin, al que, dicho sea de paso, nunca soporte.

    Más del Capitán Trueno que del Jabato.

    Luego ya llegó el Universo Marvel...Y por supuesto Ibánez, forever!!!

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  17. En Italia leíamos, a mediados largos de los sesenta, los cómics de Blake y Mortimer. Recuerdo "Mortimer e la camera di Horus" como el más releído de mi infancia. A partir de aquel fascículo, mi hermano estuvo muchos años empeñado en ser arqueólogo. También leíamos "Topolino" (Mikey Mouse),que mi padre coleccionaba por aquel entonces...

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  18. ¡Zaffe! recuerdo a Mortimer y Blake, linea clara, como Tintin, pero mucho más guais en mi opinión

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  19. Mortimer y Blake, Lauzier, Tintin, Asterix, Lucky Luke, Spirou, etc, etc ... La escuela francesa (y belga) de comic, dibujos de líena clara, sí, muy agradables de ver, para que la imagen no interfiriera en el desarrollo narrativo de la historia, sino que la llevara sin molestias. A mí me gusta mucho esa escuela, lo que no impide que también disfrute de otras (no siempre hay que comer de lo mismo). En cuanto a Tintín, está más que sabido que era un repipí y hasta un poco demasiado fachilla, pero qué se le va a hacer, es uno de mis referentes básicos infantiles. Lo de Tintín y Astériz viene a ser algo así como lo de los Beatles y los Rolling. Tanto en música como en comic, me gustan ambas opciones pero mientras en el rock me decanto más por los segundos, en el cómic me inlcino por el personaje de Herge (motivo sentimentales, ya lo he dicho).

    Por cierto, Lansky, no sabía que Lauzier hubiera muerto. Ahora, según leo en internet no fue un suicidio sino cáncer: ¿qué sabes al respecto?

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  20. Una amiga mía, exquisita parisina y de fiar que me ha vuelto a dar alojamiento recientemente en la ciudad de los hoteles cutres y caros, lo que la agradezco infinito, sostiene que se mató para no soportar los brutales tratamientos y que hasta el último momento estuvo ácidamente cachondo. Le gustaban las tías listas y guapas (como las de sus dibujos) más que a un tonto un lapiz (no va por los arquitectos, que ya no usáis lapiz)

    Por cierto, no sólo Tintin, el perro, Milú, también era insoportable; lo afirmo yo, un furibundo amante d elos perros.

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