El telegrama largo (1)
El 22 de febrero de 1946, el consejero de la embajada de los Estados Unidos en Moscú, un diplomático de cuarenta y dos años recién cumplidos, envió un telegrama al Departamento de Estado en Washington que contenía la friolera de más de cinco mil palabras (impreso ocupó dieciséis páginas). Tan desmesurada extensión le valió inmediatamente que fuera denominado como el telegrama largo, título con el que ha quedado identificado para la posteridad, casi como si se tratara de un record guinness. Pero la importancia histórica de ese telegrama no se debe a su longitud sino a que el texto que contenía se convirtió en la base teórica sobre la que se sustentó la política norteamericana en relación a la Unión Soviética, la que se denominó de contención (quizá no el término más preciso) y que condicionó el largo periodo de la Guerra Fría que, con altibajos en su intensidad, duró hasta la presidencia Reagan con el desmoronamiento de los regímenes comunistas europeos.
El autor de ese histórico telegrama se llamaba George Frost Kennan, (1904-1995), quien para entonces era, desde luego, un experto en los asuntos de Rusia, afición que podría habérsele instilado por vía genética, pues un tío abuelo suyo fue un apasionado viajero y explorador de las inmensas extensiones del imperio de los zares (contra cuyo régimen se opuso con vehemencia). Poco después de graduarse en Princeton decidió incorporarse al recién creado servicio diplomático estadounidense, lo que requería aprobar un duro examen de ingreso y pasar siete meses en la academia de Washington. Sus primeros destinos fueron Ginebra y luego Hamburgo. Estando en Alemania, el Foreign Service le ofreció un programa de especialización en idiomas y, como primero de todos, optó por un curso sobre historia, política y cultura rusas en la Universidad de Berlín (a lo largo de su carrera Kennan dominaría muchos más idiomas). En 1931, todavía veinteañero, ocupa el puesto de tercer secretario en la embajada americana en Riga, y sus funciones principales se centran en los asuntos económicos soviéticos.
En esas fechas no había relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y la URSS. La administración norteamericana recibió con bastante desagrado la revolución bolchevique y no se cortó un pelo en hacer cuanto se le ocurrió para incordiar a Lenin y sus colegas: embargo económico, apoyo financiero a los blancos, aporte de tropas a la invasión japonesa de los territorios rusos orientales ... Probablemente, el ideólogo que influyó más en la oposición de la administración USA al estado soviético fue Robert Lansing, quien entre 1915 y 1920, siempre bajo Woodrow Wilson, ocupó el cargo de Secretario de Estado. Lansing había conocido a los revolucionarios al poco de llegar al poder y enseguida le cayeron muy mal (y se esforzó por aumentar la aversión que también Wilson les tenía). Valga como muestra, lo que escribió justo en los días de la Revolución: "la avaricia, la ambición, la crueldad y el odio son las piedras angulares de esa repugnante y horrible estructura que los bolcheviques están tratando de construir sobre las ruinas del orden social y los estados civilizados". Este hombre de los primeros, entre los políticos estadounidenses, que se preocupó seriamente por el peligro rojo. Durante el año 1919, por ejemplo, escribió cantidad de textos alertando de los riesgos inminentes que suponían los bolcheviques: "Me pregunto hasta cuándo vamos a tolerar la propaganda radical que están trayendo a este país y que impele a la clase trabajadora a rebelarse contra el orden económico. ¿Cuánto podemos durar con esta actitud sin precipitarnos en el desastre?" Para esos momentos las valoraciones de Lansing no pueden sino parecernos exageradas (bastante ocupados estarían los bolcheviques, digo yo, con sus propios asuntos internos, muy lejos todavía de la estable situación de algunos años después). Sin embargo, lo cierto es que las ideas de Lansing tenían eco en un nada despreciable sector de la opinión norteamericana y, en cualquier caso, se tradujeron en acciones políticas concretas (hostiles) frente al estado soviético al menos hasta el final de la guerra civil (1923). Luego, poco a poco, la consolidación del poder comunista y el obligado pragmatismo que domina las relaciones exteriores, trajo consigo una progresiva suavización del anti-bolchevismo oficial, hasta la apertura de la embajada en Moscú en 1933.
Lansing fue el primer vocero del anti-bolchevismo en la administración norteamericana, pero sus ideas impregnaron el aire de la División para Europa del Este del Departamento de Estado gracias a su primer y duradero jefe, Robert F. Kelley. Este hombre, que había estudiado ruso en Harvard y trabajado como espía durante la primera guerra, diez años mayor que Kennan, seguramente se convertiría en su mentor ideológico y le transmitiría su profundo anticomunismo. La línea defendida por el Departamento de Estado mientras Kelley estuvo al frente de la citada división fue que no debía haber ningún tipo de cooperación con el régimen soviético. De hecho, durante dieciséis años Estados Unidos (siempre con presidentes republicanos salvo la segunda etapa de Wilson) se negó a reconocer a la URSS, pero Franklin D. Roosevelt debió pensar que ya era tiempo de acabar con esa anomalía. Hay que recordar que a principios del 33 Hitler había sido designado canciller y para noviembre de ese año, que fue cuando los responsables de exteriores soviético y norteamericano acordaron el establecimiento de relaciones diplomáticas, ya el bigotes había dado muestras más que suficientes de que pensaba poner las cosas feas en Europa. Por mucho que los bolcheviques siguieran sin gustar a la administración USA, las borrascas que se cernían sobre Europa aconsejaban no descuidar el inmenso flanco oriental y, además, siempre es bueno estar metido dentro de las filas rivales (aunque para ello debas dejarle que hagan lo mismo en tu casa). Así que hacia finales de ese año, William C. Bullit, diplomático ya de larga carrera a pesar de contar solo cuarenta y dos años, aterrizó en Moscú como primer embajador norteamericano ante Stalin.
Este Bullit era un tipo inquieto, cuya vida merecería un examen detenido. Lo relevante ahora es decir que, muy jovencito todavía, formó parte del equipo de Wilson en Europa y que, tras visitar Rusia en 1919, de vuelta a la Conferencia de París intentó sin éxito convencer al presidente de la conveniencia de reconocer la Unión Soviética. No le caerían tan mal los bolcheviques a este hombre, quien curiosamente se casaría uños años después con Louise Bryant, una periodista marxista y anarquista que era ni más ni menos que la viuda de John Reed, el famoso autor de Los diez días que estremecieron el mundo (hay una peli de Warren Beatty que no está mal). En fin, que con esos antecedentes era el hombre idóneo para el puesto ya que los bolcheviques lo tenían por un viejo amigo; imagino además que se lo tomaría como un agradable, aunque tardío, reconocimiento de sus esfuerzos. Pero aunque Bullit llegó a Moscú con las mejores intenciones y se consiguió un espectacular edificio como sede para la embajada (la casa Spaso, expropiada por el gobierno soviético a la familia de un importante industrial textil), que todavía lo sigue siendo, tampoco pecaba de sobredosis de ingenuidad y una de las primeras cosas que hizo fue reclamar a su lado al protagonista de este post (y los que seguirán). De modo que Kennan, junto a dos colegas más también de reconocido prestigio en cuanto a sus conocimientos sobre el hermético mundo ruso y soviético, fue destinado en calidad de tercer secretario a la flamante embajada. Había llegado, por primera vez y apenas a punto de cumplir los treinta, al cogollo de su principal interés profesional.
El autor de ese histórico telegrama se llamaba George Frost Kennan, (1904-1995), quien para entonces era, desde luego, un experto en los asuntos de Rusia, afición que podría habérsele instilado por vía genética, pues un tío abuelo suyo fue un apasionado viajero y explorador de las inmensas extensiones del imperio de los zares (contra cuyo régimen se opuso con vehemencia). Poco después de graduarse en Princeton decidió incorporarse al recién creado servicio diplomático estadounidense, lo que requería aprobar un duro examen de ingreso y pasar siete meses en la academia de Washington. Sus primeros destinos fueron Ginebra y luego Hamburgo. Estando en Alemania, el Foreign Service le ofreció un programa de especialización en idiomas y, como primero de todos, optó por un curso sobre historia, política y cultura rusas en la Universidad de Berlín (a lo largo de su carrera Kennan dominaría muchos más idiomas). En 1931, todavía veinteañero, ocupa el puesto de tercer secretario en la embajada americana en Riga, y sus funciones principales se centran en los asuntos económicos soviéticos.
En esas fechas no había relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y la URSS. La administración norteamericana recibió con bastante desagrado la revolución bolchevique y no se cortó un pelo en hacer cuanto se le ocurrió para incordiar a Lenin y sus colegas: embargo económico, apoyo financiero a los blancos, aporte de tropas a la invasión japonesa de los territorios rusos orientales ... Probablemente, el ideólogo que influyó más en la oposición de la administración USA al estado soviético fue Robert Lansing, quien entre 1915 y 1920, siempre bajo Woodrow Wilson, ocupó el cargo de Secretario de Estado. Lansing había conocido a los revolucionarios al poco de llegar al poder y enseguida le cayeron muy mal (y se esforzó por aumentar la aversión que también Wilson les tenía). Valga como muestra, lo que escribió justo en los días de la Revolución: "la avaricia, la ambición, la crueldad y el odio son las piedras angulares de esa repugnante y horrible estructura que los bolcheviques están tratando de construir sobre las ruinas del orden social y los estados civilizados". Este hombre de los primeros, entre los políticos estadounidenses, que se preocupó seriamente por el peligro rojo. Durante el año 1919, por ejemplo, escribió cantidad de textos alertando de los riesgos inminentes que suponían los bolcheviques: "Me pregunto hasta cuándo vamos a tolerar la propaganda radical que están trayendo a este país y que impele a la clase trabajadora a rebelarse contra el orden económico. ¿Cuánto podemos durar con esta actitud sin precipitarnos en el desastre?" Para esos momentos las valoraciones de Lansing no pueden sino parecernos exageradas (bastante ocupados estarían los bolcheviques, digo yo, con sus propios asuntos internos, muy lejos todavía de la estable situación de algunos años después). Sin embargo, lo cierto es que las ideas de Lansing tenían eco en un nada despreciable sector de la opinión norteamericana y, en cualquier caso, se tradujeron en acciones políticas concretas (hostiles) frente al estado soviético al menos hasta el final de la guerra civil (1923). Luego, poco a poco, la consolidación del poder comunista y el obligado pragmatismo que domina las relaciones exteriores, trajo consigo una progresiva suavización del anti-bolchevismo oficial, hasta la apertura de la embajada en Moscú en 1933.
Lansing fue el primer vocero del anti-bolchevismo en la administración norteamericana, pero sus ideas impregnaron el aire de la División para Europa del Este del Departamento de Estado gracias a su primer y duradero jefe, Robert F. Kelley. Este hombre, que había estudiado ruso en Harvard y trabajado como espía durante la primera guerra, diez años mayor que Kennan, seguramente se convertiría en su mentor ideológico y le transmitiría su profundo anticomunismo. La línea defendida por el Departamento de Estado mientras Kelley estuvo al frente de la citada división fue que no debía haber ningún tipo de cooperación con el régimen soviético. De hecho, durante dieciséis años Estados Unidos (siempre con presidentes republicanos salvo la segunda etapa de Wilson) se negó a reconocer a la URSS, pero Franklin D. Roosevelt debió pensar que ya era tiempo de acabar con esa anomalía. Hay que recordar que a principios del 33 Hitler había sido designado canciller y para noviembre de ese año, que fue cuando los responsables de exteriores soviético y norteamericano acordaron el establecimiento de relaciones diplomáticas, ya el bigotes había dado muestras más que suficientes de que pensaba poner las cosas feas en Europa. Por mucho que los bolcheviques siguieran sin gustar a la administración USA, las borrascas que se cernían sobre Europa aconsejaban no descuidar el inmenso flanco oriental y, además, siempre es bueno estar metido dentro de las filas rivales (aunque para ello debas dejarle que hagan lo mismo en tu casa). Así que hacia finales de ese año, William C. Bullit, diplomático ya de larga carrera a pesar de contar solo cuarenta y dos años, aterrizó en Moscú como primer embajador norteamericano ante Stalin.
Este Bullit era un tipo inquieto, cuya vida merecería un examen detenido. Lo relevante ahora es decir que, muy jovencito todavía, formó parte del equipo de Wilson en Europa y que, tras visitar Rusia en 1919, de vuelta a la Conferencia de París intentó sin éxito convencer al presidente de la conveniencia de reconocer la Unión Soviética. No le caerían tan mal los bolcheviques a este hombre, quien curiosamente se casaría uños años después con Louise Bryant, una periodista marxista y anarquista que era ni más ni menos que la viuda de John Reed, el famoso autor de Los diez días que estremecieron el mundo (hay una peli de Warren Beatty que no está mal). En fin, que con esos antecedentes era el hombre idóneo para el puesto ya que los bolcheviques lo tenían por un viejo amigo; imagino además que se lo tomaría como un agradable, aunque tardío, reconocimiento de sus esfuerzos. Pero aunque Bullit llegó a Moscú con las mejores intenciones y se consiguió un espectacular edificio como sede para la embajada (la casa Spaso, expropiada por el gobierno soviético a la familia de un importante industrial textil), que todavía lo sigue siendo, tampoco pecaba de sobredosis de ingenuidad y una de las primeras cosas que hizo fue reclamar a su lado al protagonista de este post (y los que seguirán). De modo que Kennan, junto a dos colegas más también de reconocido prestigio en cuanto a sus conocimientos sobre el hermético mundo ruso y soviético, fue destinado en calidad de tercer secretario a la flamante embajada. Había llegado, por primera vez y apenas a punto de cumplir los treinta, al cogollo de su principal interés profesional.
Little Lou, ugly Jack, prophet John - Belle & Sebastian (Belle & Sebastian, 2010)
Habría que relacionar esto que cuentas (e igual lo haces en sucesivas entregas) con la fascinante historia en EEUU del CPUSA (el partido comunista estadounidense) desde algo antes de los años 20 hasta ahora
ResponderEliminarTe agradezco la sugerencia, Lansky. la verdad es que la intención de esta serie era reflexionar sobre cómo se construye una determinada concepción y el grado de adecuación de ésta con la realidad (o la interacción entre ambas: realidad y percepción ideológica de la misma). El telegrama largo resulta muy interesante es tal sentido, sobre todo visto desde la ventaja del toro pasado. En todo caso, el propio CPUSA era sujeto y objeto de fenómenos similares (incluidos la percepción "oficial" sobre el bolchevismo) así que me parece muy pertinente que encuentre su lugar en estos posts. Además, así repasaré algunas historias que en su momento, como bien dices, me fascinaron (si no recuerdo mal, sobre todo las aventuras de unos cuantos grillados en la década de los veinte).
ResponderEliminarSiempre es un honor leer estas lecciones de historia... y reflexionar sobre lo que nos cuentas. Gracias.
ResponderEliminarBesos de una maia.
Gracias a ti, Wendeling. Pero no son lecciones, sino compartir las curiosidades que me despiertan temas con los que me voy topando.
ResponderEliminarAl hilo de lo que se dice en los comentarios, Tim Weiner, en su libro sobre la CIA, cuenta detalladamente la estrategia y la posición que, a partir del "telegrama largo", adoptan los Estados Unidos para combatir la amenaza roja. Es fascinante, y un poco espeluznante, ver como no pocas veces las obsesiones, fobias y errores de unas cuantas personas desconocidas para el común de los mortales son las que configuran las políticas de los Estados e incluso, como en este caso, el devenir de la Historia.
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