El telegrama largo (2)
Dejaba el primer post sobre el telegrama largo en la incorporación de Kennan como tercer secretario a la flamante embajada norteamericana en Moscú, a cargo William Bullit. Como ya dije, este hombre fue sin duda singular. Bien dispuesto a su llegada hacia el régimen soviético, su primordial objetivo era afianzar una verdadera amistad entre Rusia y los Estados Unidos, pese al escepticismo reticente que predominaba en el Departamento de Estado. Para cuando se abrió la embajada, Stalin ya había alcanzado de hecho el poder omnímodo personal, si bien todavía no lo había desplegado en la extensiva, cínica y cruel purga de cualquiera que pudiera hacerle sombra que estaba a punto de iniciarse. Bullit, poco impresionado con las actividades sociales de los bolcheviques, decidió que sería una eficaz estrategia diplomática introducir el glamour y la ostentación en la nueva clase privilegiada. Ciertamente, la huella más recordada de su periodo como embajador (1933-1936) la constituyen las suntuosas fiestas que celebró en la Spaso House, la sede de la delegación.
El gobierno comunista ofreció tres edificios como posibles sedes de la nueva embajada y Bullit se decidió por esta mansión neoclásica, situada en el distrito Arbat, una de las divisiones del Okrug central de la capital rusa, a algo menos de dos kilómetros al oeste del Kremlin. Este barrio moscovita se originó en el XVII ocupándose por residencias de nobles y acaudalados personajes del zarismo, quienes gustaban de su ambiente rural y tranquilo, pese a su cercanía al centro comercial y administrativo (allí vivieron Tolstoi y Pushkin, por ejemplo). El eje principal que articulaba el distrito era (y sigue siendo) la calle Arbat, el principal acceso a Moscú desde el oeste. Por ella entraron en septiembre de 1812 las tropas napoleónicas al mando de Murat, para ocupar una ciudad abandonada tras la sangrienta batalla de Borodino (léase Guerra y Paz), las que provocaron, o tal vez no que sigue siendo un misterio, el devastador incendio que arrasó la casi totalidad de las casas de madera del barrio. Sin embargo, se reconstruirían a lo largo del XIX, ahora en piedra, y el barrio alcanzó mayores esplendores. La calle Arbat, plena de actividad comercial (sigue así, pero hoy peatonalizada) se comparaba con el Boulevard Saint Germain parisiono.
En 1913, Nikolay Vtorov, uno de los más importantes financieros e industriales rusos de la época, compró una gran parcela vacía frente a la recoleta plaza Spasopeskovskaya. Encarga la construcción de su nueva casa al estudio de los arquitectos Vladimir Adamovich (1872-1941) y Vladimir Mayat (1876-1954). Estos dos arquitectos, aunque todavía jóvenes, gozaban ya de reconocimiento profesional. Las obras que he podido ver de ellos en la red, tienen un cierto aire pre-art-déco que me hace aventurar que estuvieran vinculados a los movimientos de vanguardia de la época que en Rusia desembocarían en la arquitectura constructivista. Por eso extraña que se atuvieran a los cánones del ya trasnochado estilo neoclásico, que me lo explico suponiendo que fuera una imposición del propietario. Hay que tener en cuenta que el "neoclásico" fue el modelo de referencia de la aristocracia zarista durante todo el XIX y de algún modo, aunque fuera tarde, reclamado por la burguesía enriquecida de los años anteriores a la Gran Guerra, en sus ostentaciones emuladoras. Para ser más precisos, el adoptado por Adamovich y Mayat para la mansión era el que llamaban Nuevo Estilo Imperio, cuya más prominente figura había sido Joseph Bovè, el arquitecto del Teatro Bolshoi. Las obras duraron algo más de un año (brevísimo tiempo desde la óptica actual) y en agosto de 1914, poco antes de que estallara la guerra, los Vtorov se mudaron a la suntuosa mansión de planta simétrica, ventanas palladianas, capiteles jónicos, salones abovedados y muchos más detalles de exuberante lujo. No he logrado averiguar las dimensiones del inmueble, ni de la parcela ni del edificio, pero desde luego (midiendo en el GoogleEarth estimo en unos 5.000 m2 la superficie de la parcela, pero me da que es mayor).
Durante la guerra Vtorov se convirtió en uno de los mayores proveedores del gobierno zarista (lo que redundaría en importantes incrementos de su fortuna) y, tras la revolución, se puso al servicio del régimen bolchevique. Sin embargo, en 1918, fue asesinado en su oficina en circunstancias que nunca se aclararon. Su familia, en todo caso, no debía sentirse muy segura en Moscú y en cuanto pudo escapó de Rusia. La casa fue expropiada y convertida en edificio oficial, vinculado al comisariado de asuntos exteriores, pero usada más que para tareas administrativas como residencia de cargos importantes (el propio Chicherin, por ejemplo) y visitantes extranjeros. Que los bolcheviques la asociaran al mundo de la diplomacia pudo estar entre los motivos por los que se la sugirieran a Bullit. Al americano le gustaría, seguro, pues el neoclásico era también el estilo predominante en la arquitectura gubernativa y de las clases altas en los USA; pero también porque le pareció perfecta para organizar los fiestorros que tenía en mente y, además, contaba con un moderno sistema de calefacción recién instalado por los soviéticos. Así que le encargó a nuestro amigo Kennan que negociara un alquiler de tres años porque tenía pensado construir una nueva embajada al estilo de Monticello, la famosa y también neoclásica residencia de Jefferson en Virginia (ese plan nunca se materializó y hasta hoy la Spaso House sigue siendo la embajada americana).
La inauguración de la intensa actividad pública de la nueva embajada parece que puede fijarse en la primera celebración del 4 de julio, con una multitudinaria recepción oficial complementada con un partido de baseball entre los diplomáticos y los periodistas acreditados en Moscú; todos americanos, claro, que no me imagino a los rusos bateando y corriendo de base en base. Pero fue a finales de ese 1934, con la recepción de navidad, cuando el embajador dejó claras sus intenciones. Ordenó a su equipo que preparara una fiesta que nunca hubiera sido vista en Moscú para anonadar a los invitados soviéticos. Así que se tajeron cantidad de animales exóticos del zoo de Moscú y de granjas cercanas (un centenar de pinzones, un cachorro de oso, pavos reales), flores desde Helsinki, paté de Estrasburgo, una orquesta de Praga ... Ya comenzada la fiesta, con casi todos los miembros del Politburó presentes, súbitamente se apagaron las luces e hicieron su entrada tres grandes focas amaestradas: una llevaba en equilibrio el árbol de navidad, la segunda una bandeja con copas y la última una botella de champán. Después del show de las focas, parece que algún error del domador produjo un cierto desbarajuste con los otros animales (el oso desgarró el uniforme a un general soviético) que empezaron a dispersarse alocadamente entre los invitados, mientras los pinzones volaban enloquecida y ruidosamente por los salones. Como fuera, lo cierto es que la recepción causó conmoción y alteró radicalmente el nivel de la actividad social de los diplomáticos y miembros de la elite bolchevique.
Sin embargo, la verdadera guinda de las fiestas de Bullit, que ha alcanzado el carácter de legendaria, llegó el 24 de abril con la celebración del llamado Baile del plenilunio primaveral. En el salón de la gran lámpara de araña se dispuso un pequeño bosque de diez abedules sobre un césped artificial de achicoria, la mesa de comedor se recubrió de tulipanes finlandeses, un inmenso aviario estaba abarrotado de faisanes, loros y de nuevo un centenar de pinzones cebra, y además había varias cabras montesas, gallos blancos y el inevitable cachorro de oso. Asistieron más de cuatrocientos invitados y, aunque Stalin no fue, sí lo hicieron numerosos miembros de la cúpula comunista. La fiesta duró hasta el amanecer y por supuesto fue un éxito absoluto. Seguramente la mejor descripción del acontecimiento debe estar en el libro Bears in the Caviar, del diplomático Charles Thayer (a quien en tiempos de McCarthy expulsarían del Servicio acusándolo de espía comunista y homosexual), por entonces asistente personal de Bullit. Pero no tengo ese libro (ni lo he conseguido en internet), por lo que me he de conformar con las breves notas que en su diario escribió Yelena Shilovskaya, la mujer de Mikhail Bulgakov.
No había visto jamás un baile así. Todos vestían frac, sólo una pocos con chaqueta o smokings. Bailaban en una sala con columnas iluminadas por rayos de luz procedentes de una galería; detrás de una puerta que los separaba de la orquesta, había faisanes y otras aves vivas. Cenamos en pequeñas mesas en un comedor enorme donde, en un rincón, había jaulas con cachorros de osos, cabras y gallos. Durante la cena, los músicos tocaban el acordeón. Nuestra mesa estaba cubierta con una tela verde transparente iluminada desde el interior. Había ramos de tulipanes y rosas. Ni menciono la abundancia de comida y champán. En la planta superior (es una mansión grande y lujosa) habían preparado una habitación con una parrilla de pinchos de carne y la gente estaba haciendo danzas caucásicas. Quisimos irnos a las tres y media, pero no nos dejaron. Salimos a las cinco y media de uno de los coches de la embajada. Era ya de día cuando llegamos a casa.
Bulgakov, en efecto, estuvo esa noche en la embajada americana. Por esas fechas, ya era muy crítico con el régimen y si podía seguir escribiendo y en el teatro se representaban sus piezas era gracias a que a Stalin le gustaban. Yelena era su tercera mujer, con la que llevaba casado sólo dos o tres años, y que había conseguido animarle a retomar la que había de ser su obra maestra: El Maestro y Margarita. Un capítulo de la novela está dedicado al gran baile de Satanás, en el que Margarita, tras ser bañada en sangre y aceite de rosas y convertida en reina del Diablo, ejerce de anfitriona en una gran fiesta que, en gran parte, está inspirada en la organizada por Bullit en 1935. Así que, si no valió demasiado para el acercamiento entre los yanquis y los bolcheviques, habrá de reconocerse que contribuyó a la producción de una de las grandes novelas del siglo pasado. ¿Justificará eso la pasta que se gastaron? Yo diría que no, pero hay quien paga gustoso el precio de pasar a la historia. De hecho, el 29 de octubre del año pasado, el actual embajador americano en Moscú quiso celebrar las relaciones culturales entre Rusia y Estados Unidos con el que llamó el Baile Encantado, una recreación (seguro que no tan excesiva) del legendario Baile del Plenilunio de Primavera. Nunca segundas partes fueron buenas.
El gobierno comunista ofreció tres edificios como posibles sedes de la nueva embajada y Bullit se decidió por esta mansión neoclásica, situada en el distrito Arbat, una de las divisiones del Okrug central de la capital rusa, a algo menos de dos kilómetros al oeste del Kremlin. Este barrio moscovita se originó en el XVII ocupándose por residencias de nobles y acaudalados personajes del zarismo, quienes gustaban de su ambiente rural y tranquilo, pese a su cercanía al centro comercial y administrativo (allí vivieron Tolstoi y Pushkin, por ejemplo). El eje principal que articulaba el distrito era (y sigue siendo) la calle Arbat, el principal acceso a Moscú desde el oeste. Por ella entraron en septiembre de 1812 las tropas napoleónicas al mando de Murat, para ocupar una ciudad abandonada tras la sangrienta batalla de Borodino (léase Guerra y Paz), las que provocaron, o tal vez no que sigue siendo un misterio, el devastador incendio que arrasó la casi totalidad de las casas de madera del barrio. Sin embargo, se reconstruirían a lo largo del XIX, ahora en piedra, y el barrio alcanzó mayores esplendores. La calle Arbat, plena de actividad comercial (sigue así, pero hoy peatonalizada) se comparaba con el Boulevard Saint Germain parisiono.
En 1913, Nikolay Vtorov, uno de los más importantes financieros e industriales rusos de la época, compró una gran parcela vacía frente a la recoleta plaza Spasopeskovskaya. Encarga la construcción de su nueva casa al estudio de los arquitectos Vladimir Adamovich (1872-1941) y Vladimir Mayat (1876-1954). Estos dos arquitectos, aunque todavía jóvenes, gozaban ya de reconocimiento profesional. Las obras que he podido ver de ellos en la red, tienen un cierto aire pre-art-déco que me hace aventurar que estuvieran vinculados a los movimientos de vanguardia de la época que en Rusia desembocarían en la arquitectura constructivista. Por eso extraña que se atuvieran a los cánones del ya trasnochado estilo neoclásico, que me lo explico suponiendo que fuera una imposición del propietario. Hay que tener en cuenta que el "neoclásico" fue el modelo de referencia de la aristocracia zarista durante todo el XIX y de algún modo, aunque fuera tarde, reclamado por la burguesía enriquecida de los años anteriores a la Gran Guerra, en sus ostentaciones emuladoras. Para ser más precisos, el adoptado por Adamovich y Mayat para la mansión era el que llamaban Nuevo Estilo Imperio, cuya más prominente figura había sido Joseph Bovè, el arquitecto del Teatro Bolshoi. Las obras duraron algo más de un año (brevísimo tiempo desde la óptica actual) y en agosto de 1914, poco antes de que estallara la guerra, los Vtorov se mudaron a la suntuosa mansión de planta simétrica, ventanas palladianas, capiteles jónicos, salones abovedados y muchos más detalles de exuberante lujo. No he logrado averiguar las dimensiones del inmueble, ni de la parcela ni del edificio, pero desde luego (midiendo en el GoogleEarth estimo en unos 5.000 m2 la superficie de la parcela, pero me da que es mayor).
Durante la guerra Vtorov se convirtió en uno de los mayores proveedores del gobierno zarista (lo que redundaría en importantes incrementos de su fortuna) y, tras la revolución, se puso al servicio del régimen bolchevique. Sin embargo, en 1918, fue asesinado en su oficina en circunstancias que nunca se aclararon. Su familia, en todo caso, no debía sentirse muy segura en Moscú y en cuanto pudo escapó de Rusia. La casa fue expropiada y convertida en edificio oficial, vinculado al comisariado de asuntos exteriores, pero usada más que para tareas administrativas como residencia de cargos importantes (el propio Chicherin, por ejemplo) y visitantes extranjeros. Que los bolcheviques la asociaran al mundo de la diplomacia pudo estar entre los motivos por los que se la sugirieran a Bullit. Al americano le gustaría, seguro, pues el neoclásico era también el estilo predominante en la arquitectura gubernativa y de las clases altas en los USA; pero también porque le pareció perfecta para organizar los fiestorros que tenía en mente y, además, contaba con un moderno sistema de calefacción recién instalado por los soviéticos. Así que le encargó a nuestro amigo Kennan que negociara un alquiler de tres años porque tenía pensado construir una nueva embajada al estilo de Monticello, la famosa y también neoclásica residencia de Jefferson en Virginia (ese plan nunca se materializó y hasta hoy la Spaso House sigue siendo la embajada americana).
La inauguración de la intensa actividad pública de la nueva embajada parece que puede fijarse en la primera celebración del 4 de julio, con una multitudinaria recepción oficial complementada con un partido de baseball entre los diplomáticos y los periodistas acreditados en Moscú; todos americanos, claro, que no me imagino a los rusos bateando y corriendo de base en base. Pero fue a finales de ese 1934, con la recepción de navidad, cuando el embajador dejó claras sus intenciones. Ordenó a su equipo que preparara una fiesta que nunca hubiera sido vista en Moscú para anonadar a los invitados soviéticos. Así que se tajeron cantidad de animales exóticos del zoo de Moscú y de granjas cercanas (un centenar de pinzones, un cachorro de oso, pavos reales), flores desde Helsinki, paté de Estrasburgo, una orquesta de Praga ... Ya comenzada la fiesta, con casi todos los miembros del Politburó presentes, súbitamente se apagaron las luces e hicieron su entrada tres grandes focas amaestradas: una llevaba en equilibrio el árbol de navidad, la segunda una bandeja con copas y la última una botella de champán. Después del show de las focas, parece que algún error del domador produjo un cierto desbarajuste con los otros animales (el oso desgarró el uniforme a un general soviético) que empezaron a dispersarse alocadamente entre los invitados, mientras los pinzones volaban enloquecida y ruidosamente por los salones. Como fuera, lo cierto es que la recepción causó conmoción y alteró radicalmente el nivel de la actividad social de los diplomáticos y miembros de la elite bolchevique.
Sin embargo, la verdadera guinda de las fiestas de Bullit, que ha alcanzado el carácter de legendaria, llegó el 24 de abril con la celebración del llamado Baile del plenilunio primaveral. En el salón de la gran lámpara de araña se dispuso un pequeño bosque de diez abedules sobre un césped artificial de achicoria, la mesa de comedor se recubrió de tulipanes finlandeses, un inmenso aviario estaba abarrotado de faisanes, loros y de nuevo un centenar de pinzones cebra, y además había varias cabras montesas, gallos blancos y el inevitable cachorro de oso. Asistieron más de cuatrocientos invitados y, aunque Stalin no fue, sí lo hicieron numerosos miembros de la cúpula comunista. La fiesta duró hasta el amanecer y por supuesto fue un éxito absoluto. Seguramente la mejor descripción del acontecimiento debe estar en el libro Bears in the Caviar, del diplomático Charles Thayer (a quien en tiempos de McCarthy expulsarían del Servicio acusándolo de espía comunista y homosexual), por entonces asistente personal de Bullit. Pero no tengo ese libro (ni lo he conseguido en internet), por lo que me he de conformar con las breves notas que en su diario escribió Yelena Shilovskaya, la mujer de Mikhail Bulgakov.
No había visto jamás un baile así. Todos vestían frac, sólo una pocos con chaqueta o smokings. Bailaban en una sala con columnas iluminadas por rayos de luz procedentes de una galería; detrás de una puerta que los separaba de la orquesta, había faisanes y otras aves vivas. Cenamos en pequeñas mesas en un comedor enorme donde, en un rincón, había jaulas con cachorros de osos, cabras y gallos. Durante la cena, los músicos tocaban el acordeón. Nuestra mesa estaba cubierta con una tela verde transparente iluminada desde el interior. Había ramos de tulipanes y rosas. Ni menciono la abundancia de comida y champán. En la planta superior (es una mansión grande y lujosa) habían preparado una habitación con una parrilla de pinchos de carne y la gente estaba haciendo danzas caucásicas. Quisimos irnos a las tres y media, pero no nos dejaron. Salimos a las cinco y media de uno de los coches de la embajada. Era ya de día cuando llegamos a casa.
Bulgakov, en efecto, estuvo esa noche en la embajada americana. Por esas fechas, ya era muy crítico con el régimen y si podía seguir escribiendo y en el teatro se representaban sus piezas era gracias a que a Stalin le gustaban. Yelena era su tercera mujer, con la que llevaba casado sólo dos o tres años, y que había conseguido animarle a retomar la que había de ser su obra maestra: El Maestro y Margarita. Un capítulo de la novela está dedicado al gran baile de Satanás, en el que Margarita, tras ser bañada en sangre y aceite de rosas y convertida en reina del Diablo, ejerce de anfitriona en una gran fiesta que, en gran parte, está inspirada en la organizada por Bullit en 1935. Así que, si no valió demasiado para el acercamiento entre los yanquis y los bolcheviques, habrá de reconocerse que contribuyó a la producción de una de las grandes novelas del siglo pasado. ¿Justificará eso la pasta que se gastaron? Yo diría que no, pero hay quien paga gustoso el precio de pasar a la historia. De hecho, el 29 de octubre del año pasado, el actual embajador americano en Moscú quiso celebrar las relaciones culturales entre Rusia y Estados Unidos con el que llamó el Baile Encantado, una recreación (seguro que no tan excesiva) del legendario Baile del Plenilunio de Primavera. Nunca segundas partes fueron buenas.
El video es una escena la versión de El Maestro y Margarita, dirigida en 2005 por Vladimir Bortko de 2005 para televisión. El baile de la embajada americana no sería tan macabro como éste, desde luego.
Para gustos colores... pero a mi me invitan a una fiesta donde al llegar me encuentro un inmenso aviario estaba abarrotado de faisanes, loros y de nuevo un centenar de pinzones cebra, y además había varias cabras montesas, gallos blancos y el inevitable cachorro de oso y me entra un acojone tamaño XXL, pensando que a lo peor, me ha invitado sí, pero de segundo plato.
ResponderEliminarPues en mi caso, todas las fiestas que me invitan son más o menos así...
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