Santos que curan
Poco después del famoso saco de Roma (1527) por el ejército de Carlos V, suceso que tanto conmocionó a la Europa cristiana, Alfonso de Valdés, secretario del emperador, escribió su polémico Diálogo de Lactancio y un Arcediano, seguramente el mejor ejemplo hispano del irónico estilo de su admirado Erasmo. La tesis central de la obra es, dicho pronto y mal, que el duro palo que el César le dio a Clemente VII fue algo permitido por Dios para que, después de tantas advertencias desatendidas, la Iglesia rectificara su vergonzoso comportamiento y afrontara una verdadera reforma del cristianismo. Alfonso, como su hermano gemelo Juan, pertenece a esa gran lista de españoles que, casi siempre sin éxito, se han esforzado por propiciar la tolerancia y la razón, de modo que irremisiblemente no encuentran sitio en ninguna de las dos Españas y, por tanto, son denostados y apaleados por los representantes de ambas. Es lamentable que las vidas y obras de tantos personajes de este tipo sean tan poco relevantes en la enseñanza de nuestra Historia y la mayoría casi hayan caído en el olvido. Por mi parte, procuro indagar, a veces con esfuerzo, sobre sus afanes y así, poco a poco, voy anotándome una lista de nombres que, en mi modesta opinión, merecerían ser reivindicados y puestos como ejemplo de lo bueno que este país podría ser.
En todo caso, este post no tiene por objeto ni siquiera esbozar esa glosa, sino referirme a su divertida crítica (muy inspirada en el Elogio de la Locura de Erasmo) a la devoción supersticiosa de los santos y, en particular, a las presuntas capacidades curanderas de éstos. Dice Valdés por boca de Lactancio: "Mirad cómo habemos repartido entre nuestros santos los oficios que tenían los dioses de los gentiles. ... El cargo de Esculapio habemos repartido entre muchos: Sanct Cosme y Sanct Damián tienen cargo de las enfermedades comunes; Sanct Roque y Sanct Sebastián, de la pestilencia; Sancta Lucía, de los ojos; Sancta Polonia, de los dientes; Sancta Águeda, de las tetas; y por otra parte, Sanct Antonio y Sanct Aloy, de las bestias; Sanct Simón y Judas de los falsos testimonios; Sanct Blas, de los que estornudan". Nuestro autor cita tan sólo a los más recurridos o que le vienen en mente, porque lo cierto es que el catálogo de especialidades médicas del santoral es asombrosamente exhaustivo y no ha cesado de ampliarse desde la Edad Media. Lástima que en estos tiempos nuestros tal conocimiento se esté perdiendo, que digo yo que quizá no sería mala cosa recuperarlo en la ESO para acompañar los tratamientos médicos con las pertinentes oraciones u ofrendas al santo que en cada caso corresponda, respetando, claro está, los pertinentes ritos. De paso, nos serviría para instruirnos en forma amena y edificante leyendo las vidas y obras de estos personajes.
Al hilo de la reciente lectura del Diálogo de Valdés, he buscado y finalmente encontrado unos libracos heredados de mi abuelo materno y a los que, pese a tantos años en mi poder, nunca les había dedicado más que ojeos ocasionales. Se trata de los doce tomos, uno por mes del año (en realidad son trece, que hay otro posterior que es un apéndice) de la obra, en su día muy popular, del jesuita francés Jean Croiset, titulada "Año Christiano, o exercicios devotos para todos los días del año", publicados hacia mitad del XIX en Madrid, traducida por el también jesuita José Francisco de Isla y completada para la versión española por los franciscanos Pedro Centeno y Juan de Rojas. El esquema es sencillo: en cada día del año se señalan los santos cuya festividad se celebra y a continuación siguen unos breves y muy hagiográficos relatos de sus vidas y milagros. Santa Águeda, por ejemplo, que Lactancio poco respetuosamente cita como encargada de curar los males de las tetas, viene glosada el 5 de febrero, que tal es el día que la Iglesia le ha dedicado. Su historieta, rayana en la fantasía, viene bastante más extensa y amenamente narrada que la que resume la wikipedia u otras páginas de internet. Pero como ésta, infinidad de colegas del santoral son glosados por el erudito hagiógrafo en sabrosos textos que, en un rápido repaso, me han abierto el apetito, aunque (he de confesarlo) no tanto la devoción. Más de uno de estos señores o señoritas (pues ellas, en su gran mayoría, son vírgenes y mártires, de lo cual cabe deducir que para evitar este último título lo mejor que podía hacer una mujer era ser desflorada cuanto antes), casi todos diría yo, son merecedores de una actualización de sus biografías a partir del correspondiente texto de Croiset. Amenazo con dedicarme a ello en próximos posts (ya he reconocido mi morbosa atracción por este género literario, hoy tan de capa caída).
El Padre Croiset, por cierto, escribió esta obra a caballo entre los siglos XVII y XVIII, o sea que la traducción española que poseo es bastante posterior a su génesis (desconozco si hubo alguna versión española contemporánea a la original francesa). Este jesuita tiene fama por ser uno de los primeros impulsores de la devoción en Francia del culto al Sagrado Corazón de Jesús. Como hay tantos ateazos entre mis lectores, me veo obligado a aclarar que en 1675 Jesús se le apareció a una monja veinteañera, Margarita María Alacoque, en el monasterio de la Visitación de Paray-le-Monial (Borgoña), mostrándole el pecho abierto y el corazón sangrante por la ingratitud de los hombres a quienes había amado tanto. A partir de ahí, gracias sobre todo a unos cuantos jesuitas (entre ellos el autor de mis libros) el culto se fue extendiendo por toda la cristiandad y muy en especial en nuestro católico reino. Así tenía que ser, y el propio Cristo lo certificó apareciéndose unos cuantos años después, en 1733, a un estudiante de los jesuitas para asegurarle que su Sagrado Corazón reinaría en España con más veneración que en otras partes. De hecho, por si alguien no lo sabe, nuestro país está consagrado oficialmente al Sagrado Corazón desde 1919 y en su mero centro, en el Cerro de los Ángeles, se erige el poco afortunado (estéticamente) monumento que lo atestigua. Pero monumentos similares los hay por toda la geografía patria, por ejemplo, en la cima del monte Urgull donostiarra, a cuyos pies se casaron mis padres, moderadamente devotos del sacrocardio y respetuosos (quizá admiradores) de las enseñanzas jesuíticas. Que por algo mi nombre bautismal es el de uno de los más insignes santos de la Compañía.
Vuelvo a Valdés, humanista admirador de Erasmo, sufrido defensor de la renovación de la Iglesia a través de la concordia (y presunto autor del Lazarillo). Fue contemporáneo de Ignacio de Loyola, apenas un año menor, e incluso puede que se conocieran. Pero Valdés murió antes de que la Compañía de Jesús alcanzara el tremendo protagonismo que le tocaría asumir a partir de Trento, murió antes de que los breves años de "apertura" religiosa que vivió España bajo el manto de Carlos V, dieran paso (de nuevo) a la reacción dogmática e inquisitorial. Probablemente, el secretario del César lo intuiría en sus últimos años (murió con sólo 42), pues desde la muerte de Gattinara, el gran canciller del emperador, éste cada vez se mostraba menos dispuesto a amparar a los humanistas pero, en todo caso, no llegó a conocer en toda su crudeza el rígido catolicismo de su hijo, tan distinto en carácter y estilo. Las burlonas críticas a los ritos supersticiosos, fueran las reliquias o las oraciones a los santos para curarse los males pasaron a considerarse pecaminosas, cuando no heréticas, y el libro que me ha motivado este post fue prohibido por la Inquisición. Así que volverían las devociones que tanto huelen a idolatrías paganas y, como ya he dicho, se multiplicarían, en creciente progresión que no ha cesado todavía. Lástima que mi ex-mujer, que sufrió un cáncer de mama, no hubiera rezado a Santa Águeda.
En todo caso, este post no tiene por objeto ni siquiera esbozar esa glosa, sino referirme a su divertida crítica (muy inspirada en el Elogio de la Locura de Erasmo) a la devoción supersticiosa de los santos y, en particular, a las presuntas capacidades curanderas de éstos. Dice Valdés por boca de Lactancio: "Mirad cómo habemos repartido entre nuestros santos los oficios que tenían los dioses de los gentiles. ... El cargo de Esculapio habemos repartido entre muchos: Sanct Cosme y Sanct Damián tienen cargo de las enfermedades comunes; Sanct Roque y Sanct Sebastián, de la pestilencia; Sancta Lucía, de los ojos; Sancta Polonia, de los dientes; Sancta Águeda, de las tetas; y por otra parte, Sanct Antonio y Sanct Aloy, de las bestias; Sanct Simón y Judas de los falsos testimonios; Sanct Blas, de los que estornudan". Nuestro autor cita tan sólo a los más recurridos o que le vienen en mente, porque lo cierto es que el catálogo de especialidades médicas del santoral es asombrosamente exhaustivo y no ha cesado de ampliarse desde la Edad Media. Lástima que en estos tiempos nuestros tal conocimiento se esté perdiendo, que digo yo que quizá no sería mala cosa recuperarlo en la ESO para acompañar los tratamientos médicos con las pertinentes oraciones u ofrendas al santo que en cada caso corresponda, respetando, claro está, los pertinentes ritos. De paso, nos serviría para instruirnos en forma amena y edificante leyendo las vidas y obras de estos personajes.
Al hilo de la reciente lectura del Diálogo de Valdés, he buscado y finalmente encontrado unos libracos heredados de mi abuelo materno y a los que, pese a tantos años en mi poder, nunca les había dedicado más que ojeos ocasionales. Se trata de los doce tomos, uno por mes del año (en realidad son trece, que hay otro posterior que es un apéndice) de la obra, en su día muy popular, del jesuita francés Jean Croiset, titulada "Año Christiano, o exercicios devotos para todos los días del año", publicados hacia mitad del XIX en Madrid, traducida por el también jesuita José Francisco de Isla y completada para la versión española por los franciscanos Pedro Centeno y Juan de Rojas. El esquema es sencillo: en cada día del año se señalan los santos cuya festividad se celebra y a continuación siguen unos breves y muy hagiográficos relatos de sus vidas y milagros. Santa Águeda, por ejemplo, que Lactancio poco respetuosamente cita como encargada de curar los males de las tetas, viene glosada el 5 de febrero, que tal es el día que la Iglesia le ha dedicado. Su historieta, rayana en la fantasía, viene bastante más extensa y amenamente narrada que la que resume la wikipedia u otras páginas de internet. Pero como ésta, infinidad de colegas del santoral son glosados por el erudito hagiógrafo en sabrosos textos que, en un rápido repaso, me han abierto el apetito, aunque (he de confesarlo) no tanto la devoción. Más de uno de estos señores o señoritas (pues ellas, en su gran mayoría, son vírgenes y mártires, de lo cual cabe deducir que para evitar este último título lo mejor que podía hacer una mujer era ser desflorada cuanto antes), casi todos diría yo, son merecedores de una actualización de sus biografías a partir del correspondiente texto de Croiset. Amenazo con dedicarme a ello en próximos posts (ya he reconocido mi morbosa atracción por este género literario, hoy tan de capa caída).
El Padre Croiset, por cierto, escribió esta obra a caballo entre los siglos XVII y XVIII, o sea que la traducción española que poseo es bastante posterior a su génesis (desconozco si hubo alguna versión española contemporánea a la original francesa). Este jesuita tiene fama por ser uno de los primeros impulsores de la devoción en Francia del culto al Sagrado Corazón de Jesús. Como hay tantos ateazos entre mis lectores, me veo obligado a aclarar que en 1675 Jesús se le apareció a una monja veinteañera, Margarita María Alacoque, en el monasterio de la Visitación de Paray-le-Monial (Borgoña), mostrándole el pecho abierto y el corazón sangrante por la ingratitud de los hombres a quienes había amado tanto. A partir de ahí, gracias sobre todo a unos cuantos jesuitas (entre ellos el autor de mis libros) el culto se fue extendiendo por toda la cristiandad y muy en especial en nuestro católico reino. Así tenía que ser, y el propio Cristo lo certificó apareciéndose unos cuantos años después, en 1733, a un estudiante de los jesuitas para asegurarle que su Sagrado Corazón reinaría en España con más veneración que en otras partes. De hecho, por si alguien no lo sabe, nuestro país está consagrado oficialmente al Sagrado Corazón desde 1919 y en su mero centro, en el Cerro de los Ángeles, se erige el poco afortunado (estéticamente) monumento que lo atestigua. Pero monumentos similares los hay por toda la geografía patria, por ejemplo, en la cima del monte Urgull donostiarra, a cuyos pies se casaron mis padres, moderadamente devotos del sacrocardio y respetuosos (quizá admiradores) de las enseñanzas jesuíticas. Que por algo mi nombre bautismal es el de uno de los más insignes santos de la Compañía.
Vuelvo a Valdés, humanista admirador de Erasmo, sufrido defensor de la renovación de la Iglesia a través de la concordia (y presunto autor del Lazarillo). Fue contemporáneo de Ignacio de Loyola, apenas un año menor, e incluso puede que se conocieran. Pero Valdés murió antes de que la Compañía de Jesús alcanzara el tremendo protagonismo que le tocaría asumir a partir de Trento, murió antes de que los breves años de "apertura" religiosa que vivió España bajo el manto de Carlos V, dieran paso (de nuevo) a la reacción dogmática e inquisitorial. Probablemente, el secretario del César lo intuiría en sus últimos años (murió con sólo 42), pues desde la muerte de Gattinara, el gran canciller del emperador, éste cada vez se mostraba menos dispuesto a amparar a los humanistas pero, en todo caso, no llegó a conocer en toda su crudeza el rígido catolicismo de su hijo, tan distinto en carácter y estilo. Las burlonas críticas a los ritos supersticiosos, fueran las reliquias o las oraciones a los santos para curarse los males pasaron a considerarse pecaminosas, cuando no heréticas, y el libro que me ha motivado este post fue prohibido por la Inquisición. Así que volverían las devociones que tanto huelen a idolatrías paganas y, como ya he dicho, se multiplicarían, en creciente progresión que no ha cesado todavía. Lástima que mi ex-mujer, que sufrió un cáncer de mama, no hubiera rezado a Santa Águeda.
O' Come all ye faithfull - Bob Dylan (Christmas in the Heart, 2009)
Ah, que me olvidaba: Feliz y cristiana Navidad a todos. Aunque odio los villancicos (o quizá por eso) no me resisto a dedicarles este magnífico ejemplo de mi admirado Dylan destrozando uno de los más famosos.
pero que ateillo eres... creo que estamos en un momento en el que voy a buscar algún Santo pluridisciplinar al que encomendarnos unos cuantos, que buena falta nos va a hacer de aquí a mayo.
ResponderEliminarNo estoy entre tus lectores ateazos, como sabes, pero nunca me había parado a averiguar de dónde sale esa devoción anatómico forense por el sagrado corazón de Jesús. La verdad es que, creyente y todo, todos esos cultos parciales por tal o cual santo o por esta o aquella víscera me producen un marcado repelús, y encuentro pocas cosas que resulten más ajenas a mi fe que ellos. No me extraña que a los ateazos os resulten tan atractivos: son un verdadero filón de argumentos con los que ridiculizar la religión, y si alguna vez dudais de vuestras convicciones -los mejores creyentes dudamos de las nuestras con cierta frecuencia, no vais a ser vosotros menos- imagino que os basta echarle un vistazo a los trece tomazos de Croiset, por ejemplo, para regresar confortados a la ortodoxia atea más rígida.
ResponderEliminarLa imagen de Santa Águeda, si es que es ella la ciudadana a la que le están haciendo ese fino trabajo de pezón, parece sacada de cualquier página porno BDSM. Es que no inventamos nada nuevo...
Jesús: Ya buscaré en mi Croiset el más adecuado para que compremos la correspondiente imagen. En la propia calle Bencomo (yendo hacia la Catedral) hay una tienda de artículos religiosos; seguro que tendrán algunas estatuillas que podamos adquirir para colocar sobre los ordenadores.
ResponderEliminarVanbrugh: Qué de acuerdo habrías estado con los erasmistas españoles del XVI. Estoy seguro (lamento ser pesado) de que, de haber vivido en esa época, habrías escrito elegantes textos en latín abogando por la incorporación de las reclamaciones luteranas a la Iglesia, en el bando de los conciliadores.
Pero te equivocas en una cosa. El entretenido anecdotario del folklorismo católico no me da ningún argumento para ridiculizar la fe religiosa (sí, en cambio, el comportamiento histórico, manipulador e interesado, de la Iglesia). Mis dudas, que no convicciones, son más "metafísicas".
Y dale con Erasmo, creo que haces una lectura descontextualizada de el bueno del holandés, como otros con descartes, Lutero o los malvados.
ResponderEliminar¿Que hubiera pasado si en vez de niño, Jesús hubiera sido niña? (pregunta típica, creo, de Grillo)
Lansky: ¿Lectura descontextualizada? Pues ya me explicarás por qué. Valdés, de quien proviene el texto que cito y que me ha motivado el post, compartía con Erasmo el rechazo de la piedad popular (supersticiones análogas a las paganas, las califica) manifestada en el culto pedigüeño a los santos. Erasmo y sus seguidores (muchos en la España de los veinte y treinta del siglo XVI) pueden legítimamente calificarse como una tercera vía, conciliadora, entre las dos posturas extremas del fraticida cisma: la ortodoxia avalada por la Inquisición o la ruptura.
ResponderEliminarSi Jesús hubiera nacido niña no habría podido ejercer de "reformador" religioso ni mucho menos ser convertido tras su muerte en Dios hecho carne. O quizá sí, porque, como sabes, para Dios nada es imposible. Pero tampoco hace milagros más allá de lo necesario y en una sociedad como la judía de entonces lo lógico era, puestos a encarnarse, que lo hiciera en un varón (ya sé que tu pregunta era retórica, pero la hipótesis sí que implica una descontextualzación).
Exacto
ResponderEliminar