martes, 10 de febrero de 2015

Tres poemas de Gil de Biedma

Esta tarde, así, de pronto, me ha venido el antojo de releer poemas espigados de Gil de Biedma. Algo me habrá despertado las ganas, alguna asociación de ideas subconscientes mientras almorzaba con el ronroneo televisivo de fondo, apenas atendido. Pero lo cierto es que con el café saboreaba ya en mi boca ese verso inicial, desde hace tiempo tan mío, "que la vida iba en serio ..." El desorden de mis estanterías escondió con éxito el par de libros que de Jaime sé que tengo, si no es que acaso hayan escapado hacia ajenos ojos. Sí encontré, en cambio, otro de más reciente llegada, una biografía escrita por Miguel Dalmau, amena y sugerente, que te engancha a la personalidad atormentada del poeta, a su inteligencia sin concesiones.

Transcribo a continuación uno de los más impresionantes poemas de amor del siglo pasado. Su título –Pandémica y Celeste– remite a las dos advocaciones de Afrodita recogidas en El Banquete de Platón al exponer las dos formas amatorias: las experiencias puramente eróticas a través de la promiscuidad, o espiritualización del amor único. Ahora bien, no son opciones excluyentes sino, así lo declara poéticamente Gil de Biedma, complementarias; como si se necesitara de la acumulación de cuerpos para reforzar o dar sentido al "verdadero amor". El poema lo escribió en el verano de 1963, en Deià, paraje inspirador de mitologías clásicas (Robert Graves), justamente cuando su relación sentimental de años llegaba a su fin. Gil de Biedma tenía treinta y cuatro años.

PANDÉMICA Y CELESTE

Imagínate ahora que tú y yo
muy tarde ya en la noche
hablemos hombre a hombre, finalmente.
Imagínatelo,
en una de esas noches memorables
de rara comunión, con la botella
medio vacía, los ceniceros sucios,
y después de agotado el tema de la vida.
Que te voy a enseñar un corazón,
un corazón infiel,
desnudo de cintura para abajo,
hipócrita lector -mon semblable,-mon frère!
Porque no es la impaciencia del buscador de orgasmo
quien me tira del cuerpo a otros cuerpos
a ser posible jóvenes:
yo persigo también el dulce amor,
el tierno amor para dormir al lado
y que alegre mi cama al despertarse,
cercano como un pájaro.
¡Si yo no puedo desnudarme nunca,
si jamás he podido entrar en unos brazos
sin sentir -aunque sea nada más que un momento-
igual deslumbramiento que a los veinte años !
Para saber de amor, para aprenderle,
haber estado solo es necesario.
Y es necesario en cuatrocientas noches
-con cuatrocientos cuerpos diferentes-
haber hecho el amor. Que sus misterios,
como dijo el poeta, son del alma,
pero un cuerpo es el libro en que se leen.
Y por eso me alegro de haberme revolcado
sobre la arena gruesa, los dos medio vestidos,
mientras buscaba ese tendón del hombro.
Me conmueve el recuerdo de tantas ocasiones…
Aquella carretera de montaña
y los bien empleados abrazos furtivos
y el instante indefenso, de pie, tras el frenazo,
pegados a la tapia, cegados por las luces.
O aquel atardecer cerca del río
desnudos y riéndonos, de yedra coronados.
O aquel portal en Roma -en vía del Babuino.
Y recuerdos de caras y ciudades
apenas conocidas, de cuerpos entrevistos,
de escaleras sin luz, de camarotes,
de bares, de pasajes desiertos, de prostíbulos,
y de infinitas casetas de baños,
de fosos de un castillo.
Recuerdos de vosotras, sobre todo,
oh noches en hoteles de una noche,
definitivas noches en pensiones sórdidas,
en cuartos recién fríos,
noches que devolvéis a vuestros huéspedes
un olvidado sabor a sí mismos!
La historia en cuerpo y alma, como una imagen rota,
de la langueur goûtée à ce mal d’être deux.
Sin despreciar
-alegres como fiesta entre semana-
las experiencias de promiscuidad.
Aunque sepa que nada me valdrían
trabajos de amor disperso
si no existiese el verdadero amor.
Mi amor,
íntegra imagen de mi vida,
sol de las noches mismas que le robo.
Su juventud, la mía,
-música de mi fondo-
sonríe aún en la imprecisa gracia
de cada cuerpo joven,
en cada encuentro anónimo,
iluminándolo. Dándole un alma.
Y no hay muslos hermosos
que no me hagan pensar en sus hermosos muslos
cuando nos conocimos, antes de ir a la cama.
Ni pasión de una noche de dormida
que pueda compararla
con la pasión que da el conocimiento,
los años de experiencia
de nuestro amor.
Porque en amor también
es importante el tiempo,
y dulce, de algún modo,
verificar con mano melancólica
su perceptible paso por un cuerpo
-mientras que basta un gesto familiar
en los labios,
o la ligera palpitación de un miembro,
para hacerme sentir la maravilla
de aquella gracia antigua,
fugaz como un reflejo.
Sobre su piel borrosa,
cuando pasen más años y al final estemos,
quiero aplastar los labios invocando
la imagen de su cuerpo
y de todos los cuerpos que una vez amé
aunque fuese un instante, deshechos por el tiempo.
Para pedir la fuerza de poder vivir
sin belleza, sin fuerza y sin deseo,
mientras seguimos juntos
hasta morir en paz, los dos,
como dicen que mueren los que han amado mucho.


Solo tres años después, al poeta le estalla la que luego llamó su crisis de madurez. Tras su ruptura amorosa abandonó el "sótano negro" de la calle Muntaner y se muda a un apartamento cerca del Turó Park, que decora con ortodoxo gusto burgués. Poco a poco el rechazo hacia sí mismo va creciendo, sin que frente al malestar encuentre más que salidas transitorias –viajes, alcohol, ligues– y la incapacidad de escribir. Uno de sus últimos poemas antes del hundimiento fue el famoso "Contra Jaime Gil de Biedma", personal auto-juicio sumarísimo que se saldaba con una condena ejemplar: dejaba de creer en la poesía, la poesía ya no le servía.

CONTRA JAIME GIL DE BIEDMA

De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación —y ya es decir—,
poner visillos blancos
y tomar criada,
renunciar a la vida de bohemio,
si vienes luego tú, pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,
zángano de colemena, inútil, cacaseno,
con tus manos lavadas,
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?

Te acompañan las barras de los bares
últimos de la noche, los chulos, las floristas,
las calles muertas de la madrugada
y los ascensores de luz amarilla
cuando llegas, borracho,
y te paras a verte en el espejo
la cara destruida,
con ojos todavía violentos
que no quieres cerrar. Y si te increpo,
te ríes, me recuerdas el pasado
y dices que envejezco.

Podría recordarte que ya no tienes gracia.
Que tu estilo casual y que tu desenfado
resultan truculentos
cuando se tienen más de treinta años,
y que tu encantadora
sonrisa de muchacho soñoliento
—seguro de gustar— es un resto penoso,
un intento patético.
Mientras que tú me miras con tus ojos
de verdadero huérfano, y me lloras
y me prometes ya no hacerlo.

Si no fueses tan puta!
Y si yo supiese, hace ya tiempo,
que tú eres fuerte cuando yo soy débil
y que eres débil cuando me enfurezco...
De tus regresos guardo una impresión confusa
de pánico, de pena y descontento,
y la desesperanza
y la impaciencia y el resentimiento
de volver a sufrir, otra vez más,
la humillación imperdonable
de la excesiva intimidad.

A duras penas te llevaré a la cama,
como quien va al infierno
para dormir contigo.
Muriendo a cada paso de impotencia,
tropezando con muebles
a tientas, cruzaremos el piso
torpemente abrazados, vacilando
de alcohol y de sollozos reprimidos.
Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,
y la más innoble
que es amarse a sí mismo!

 
Contra J.G.B - Luis Emilio Batallán & Joaquín Sabina (Tu Retrato, 2007)

Y para acabar el que más temprano conocí y más hondamente me hirió. Y la herida sigue vigente, más cada año que pasa. Según el propio poeta lo mejor que nunca escribió. Lo hizo en la primavera del 67, saliendo de su crisis cargado de una fuerte pulsión autodestructiva. Se publicaría en 1968, en el que sería su último libro, bajo el expresivo título de Poemas Póstumos. Tenía treinta y siete años; más o menos la edad mía cuando lo leí por primera vez.

NO VOLVERÉ A SER JOVEN

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.



5 comentarios:

  1. Ese poema, el último que transcribes, a mi también me hiere cada vez más... ¡Qué pedazo de cabrón era el poeta! (o ¡Qué pedazo de poeta!)

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    1. Gran poeta, desde luego. Poeta necesario, lo califica García Montero en un artículo reciente. Aunque quizá todo poeta que nos "hiere" sea, para cada uno, necesario.

      Por cierto, inicié este post diciendo que sin saber por qué me había venido el antojo de releer sus versos. Por la noche descubrí el motivo: conmemorando los 25 años de su muerte (8 de enero de 1990) se ha organizado una exposición en Málaga. Tuve que haber escuchado la noticia sin registrarla conscientemente.

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    2. en un viejo país ineficiente...

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  2. DE VITA BEATA

    En un viejo país ineficiente,
    algo así como España entre dos guerras
    civiles, en un pueblo junto al mar,
    poseer una casa y poca hacienda
    y memoria ninguna. No leer,
    no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,
    y vivir como un noble arruinado
    entre las ruinas de mi inteligencia.

    ¿Y qué me dices de "Años Triunfales?

    AÑOS TRIUNFALES

    Media España ocupaba España entera
    con la vulgaridad, con el desprecio
    total de que es capaz, frente al vencido,
    un intratable pueblo de cabreros.

    Barcelona y Madrid eran algo humillado.
    Como una casa sucia, donde la gente es vieja,
    la ciudad parecía más ocura
    y los Metros olían a miseria.

    Con la luz de atardecer, sobresaltada y triste,
    se salía a las calles de un invierno
    poblado de infelices gabardinas
    a la deriva, bajo el viento.

    Y pasaban figuras mal vestidas
    de mujeres, cruzando como sombras,
    solitarias mujeres adiestradas
    – viudas, hijas o esposas-
    en los modos peores de ganar la vida
    y suplir a sus hombres. Por la noche,
    las más hermosas sonreían
    a los más insolentes de los vencedores.

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  3. No suelo leer poesía, pero me suena el tercer poema. ¡Y qué gran verdad dice!

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