El ministro y el retrato de Unamuno
Ayer conocí –con bastante retraso– que una de las primeras decisiones del actual ministro de Educación, al poco de llegar a su despacho, fue ordenar que se retirara uno de los cuadros que allí estaba: un retrato de Unamuno pintado en 1936, poco antes de su muerte, por Gutiérrez Solana. La noticia saltó el 14 de julio pasado gracias a El Confidencial y enseguida se hicieron eco otros medios. El ministro no ha dado ninguna explicación de por qué no ha querido que el rector de Salamanca por excelencia siguiera presidiendo su lugar de trabajo, silencio que obviamente ha disparado las elucubraciones. Desde luego, cada uno puede decorar su oficina como quiera y ni se me ocurriría cuestionar el derecho del titular de la cultura española a que no le guste ese cuadro. Pero no nos engañemos, siendo ministro uno no puede ignorar que actos como éste revisten no poca carga simbólica, así que más le habría valido explicar sus razones.
El cuadro llevaba en ese despacho trece años. Lo colocó Pilar del Castillo, ministra de Aznar, tomándolo en préstamo del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, junto con cuarenta pinturas más. Así que cinco titulares del Ministerio antes que don Íñigo lo han tenido a su vista diariamente, sin que a ninguno de ello le haya molestado. De más está decir que Solana es uno de los nombres más importantes del expresionismo español, el más reconocido pintor de la "España Negra". Ciertamente, su voluntad de denuncia lo convertía en un artista incómodo para los que ostentaban el poder en el país caciquil que era el nuestro en los inicios del pasado siglo. Artísticamente fue, sin duda, un gran pintor; no voy a ser yo el que lo afirme a estas alturas, aunque sí dejo constancia que me gusta mucho. ¿Quizá, sin embargo, el gusto artístico del bisoño ministro no esté bien formado? Sería lamentable, dado el cargo que ocupa, pero a lo mejor así es, sobre todo vista la calidad del cuadro con que recientemente ha sustituido al Solana retirado. Se trata de un óleo sobre lienzo, que tiene por título Improvisando con Paco de Lucía un 26 de febrero y que el propio autor, un pintor joven llamado Rubén Rosado López, le ofreció gratuitamente a Méndez de Vigo a través de twitter cuando conoció que había un espacio vacío en el despacho. Parece ser que la idea es promocionar a los artistas españoles emergentes (en breve se invitará los ciudadanos a que vayamos al despacho del Ministro a contemplar muestras de nuestros jóvenes creadores). A mí, claro está, me parece muy bien; y mejor todavía que devuelvan el retrato de Unamuno a un museo público para que todos podamos disfrutarlo (y, ya de paso, el resto de cuadros que adornan las paredes del edificio de la calle Alcalá).
Mas puede que don Íñigo sí posea un exquisito gusto pictórico pero le tenga tirria al filósofo vasco y eso explique su desagrado ante el cuadro. Sus antecedentes familiares sugieren indicios en este sentido, pues no debe olvidarse que el nuevo ministro es hijo y nieto de militares africanistas, vinculados desde luego a Franco y al Glorioso Alzamiento. De sobra es conocido que a los de esa casta nunca les cayó demasiado bien el filósofo, y famosísimo es el incidente del 12 de octubre del 36 (dos meses y medio antes de su muerte) cuando hubo de enfrentarse a Millán Astray y a toda una turba de exaltados falangistas. Lo que no se conoce tanto es que lo que hizo que don Miguel saltara en el paraninfo de la universidad salmantina (pese a haberse prometido estar calladito) fue el discurso de un tal Francisco Maldonado, profesor de literatura, que atacaba con virulencia a vascos y catalanes, calificándolos de "cáncer de España", entre los aplausos y jaleos del general lisiado. La intervención de Unamuno –en la que pronunció su famoso "vencer no es convencer" y "no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión"– ha pasado la historia como una de sus más brillantes intervenciones, el absoluto triunfo moral de la inteligencia y de las demás cualidades nobles del ser humano sobre la arrogancia de la fuerza bruta. Lamentablemente, un triunfo sólo moral, como demostraría la historia. Releo ahora (a través de Hugh Thomas) ese discurso pre-póstumo y no me resisto a transcribir algunas frases sueltas: " Acabo de oír el necrófilo e insensato grito "¡Viva la muerte!". Esto me suena lo mismo que "¡Muera la vida!". Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente"; "Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis, porque para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España". Aún sin la violencia trágica de aquellos años, no me parece que estas palabras sean completamente extemporáneas.
Pero quizás a un descendientes de militares africanistas, a un aristócrata casado con otra, a un católico ferviente apuntado a las corrientes más conservadoras de la Iglesia, no termine de inspirarle la controvertida figura de don Miguel. A lo mejor hasta considera que el bilbaíno ocupa un lugar menor en la cultura española y, por tanto, no es digno de presidir el despacho del responsable de la misma. A mí, la verdad, y pese a sus muchísimas contradicciones vitales (o puede que precisamente por ello), Unamuno me cae muy bien desde hace muchos, muchos años. Puedo entender, claro, que a otros no les guste, pero lo que me resulta difícil de aceptar es que no se le considere uno de los nombres señeros de la cultura española. Y si, como espero, don Íñigo lo entiende así, retirar su retrato del despacho es algo que debe justificarse suficientemente. Por eso, el silencio del ministro me parece inaceptable, culpable. Supongo (dado que yo no me he enterado hasta ayer y casi de casualidad) que confiaría en que el asunto no tendría trascendencia –y, efectivamente, poca ha tenido–; hasta puede que incluso pensara que su decisión carecía de toda trascendencia, lo cual se me antoja un agravante. Eso debe ser, visto que retirar un crucifijo de un Ayuntamiento de un Estado no confesional es mucho más llamativo que hacer lo mismo con el retrato de Unamuno. Pero es que somos españoles, señores.
Picture on the wall - Gary Moore (Bad for you, baby, 2008)
Bonito post tomando como pretexto una anécdota que me había pasado desapercibida. Puede en efecto, que al ministro no le guste Unamuno o Gutiérrez Solana (no le llames ‘Solana’, que parece que estás hablando de otro conocido ministro) o ambos, al fin y al cabo se trata de dos creadores no aptos para todos los públicos. Puede también que suceda lo contrario, que la presencia de Unamuno en el estupendo retrato en el que parece un pájaro carpintero a punto de perforar con su inteligente tristeza un tomazo de Kierkegard (genial la pajarita de papiroflexia que aparece a su derecha), le resulte demasiado poderosa y perturbadora para concentrase en su trabajo. Yo, por ejemplo, no podría concentrarme si tuviera enfrente siempre —en el supuesto de disponer de una pared suficiente— Las Meninas, pero me encantaría tener un autorretrato de Rembrandt de los muchos que pintó en diferentes épocas, a ser posible alguno juvenil riendo, o alguna de su extrema vejez. Me pasaría el rato mirándolo, no daría ni golpe, pero me lo pasaría muy bien. Finalmente, colocar un cuadro tan insulsamente ‘modelno’ que el que sostiene en la foto el ufano autor, permite no perder un segundo mirándolo y así nuestro ministro puede concentrase en hacer la enésima reforma del plan educativo vigente, no vaya a ser que dure el anterior lo suficiente como para que produzca resultados ¡Brillante decisión la del ministro, sí señor!
ResponderEliminarBien visto, Lansky. Probablemente a don Íñigo le encante la pintura de Gutiérrez Solana y además sea un rendido admirador de Unamuno pero, en efecto, ese cuadro, por su gran impacto artístico, le impida concentrarse, lo que no le ocurre con el insulso sustituto.
EliminarA veces la ironía se percibe claramente en la red.
Sinceramente a mí lo único que me llama la atención en esta historia es que un ministro pueda "coger prestadas" piezas de un museo y sustraerlas así del uso y disfrute generales en beneficio de los suyos particulares. Pero puesto que esto es así, me parece que tiene tanto derecho a prescindir de un cuadro que por lo que sea -eso es asunto suyo- ya no desea tener en su despacho como lo tuvo su antecesor para lo contrario, y que detenerse a especular sobre los motivos de sus preferencias pictóricas es, usted me perdone, cogérsela con papel de fumar y meterse en camisas de once varas. Hay muchas conductas ministeriales sobre las que los administrados tenemos perfecto derecho a opinar, pero no creo que esta sea una de ellas. Personalmente, ya que estamos, le alabo el gusto: a mí me sería imposible trabajar frente al careto de D. Miguel que pintó Gutiérrez Solana, y que siempre me ha recordado mucho al Profesor Halambique de El Cetro de Ottokar (Tintín), un tanto fuera de escala. Claro que tampoco estaría muy a gusto si tuviera que ver todos los días el ultraje a Paco de Lucía perpetrado por el joven talento. Hay gente pa tó.
ResponderEliminarA mí sí me gusta el retrato de Gutiérrez Solana, ya quisisera el Hergé ese tener la fuerza de aquel con su dichosa 'linea clara'. en cuanto a trabajar conél delante, yo preferiría... ninguno, una ventana con vistas a un jardín sería mejor en mi caso.
Eliminar"Hay muchas conductas ministeriales sobre las que los administrados tenemos perfecto derecho a opinar, pero no creo que esta sea una de ellas." Claro que podemos opinar; se trata de una anécdota, pero significativa probablemente. Esta es una ventaja de la transparencia de la información, aunque aplicada a un caso menor.
Hombre, Vanbrugh, derecho a opinar los administrados tenemos sobre lo que nos dé la gana. Digamos que toda la conducta de un ministro, en ejercicio de su carga, puede (y hasta debe) ser objeto de legítimo juicio. Lo que no quiera decir que le niegue al ministro su recíproco derecho a decorar su despacho como quiera; sin duda lo tiene. Ahora bien, disiento en esta materia puedan hacerse equivalente a los tuyos o míos cuando decidimos cómo decorar nuestros lugares de trabajo. Mi lugar de trabajo es mío (con todo el contenido del posesivo), mientras que el despacho del ministro no es de Don Iñigo; lo está ocupando ostentando una determinada representación. Y justamente por su cargo, todo lo que hace tiene una significación simbólica, de la que carecen nuestras actuaciones. Quitar el retrato de Unamuno es, como casi cualquier otra cosa, "semióticamente significativo" y él, salvo que sea estúpido (que lo dudo), lo sabe. Por tanto, a mi modo de ver, ya que ha hecho algo como ministro debería explicar el significado del acto.
EliminarPor otro lado, estoy de acuerdo en que es más que discutible esa práctica de préstamos del patrimonio artístico español para adornar ministerios y, a lo mejor, tú habrías preferido orientar el post hacia ese tema. Sin duda, la anécdota es de tono muy menor, pero qué quieres, es sobre lo que me ha apetecido escribir; no todo van a ser asuntos trascendentales.
EliminarSolo puedo decir que si yo fuera ministro me sentiría absolutamente libre de poner en mi despacho el cuadro que me diera la gana, y no creería tener ninguna obligación de explicar a nadie los motivos de mis preferencias. Ser un cargo público te obliga a ser transparente en determinados ámbitos, pero no elimina tu derecho a la privacidad. Los cuadros de mi despacho de ministro, en mi opinión, pertenecen a mi espacio privado, y aunque claro está que cualquier ciudadano tiene derecho a opinar sobre ellos -como sobre mi peinado, mis corbatas o mi posible ceceo, igualmente privados- ninguno, creo, lo tiene a esperar que yo tome en consideración lo que mis preferencias en estos terrenos pueda "significar simbólicamente" para ellos -eso es asunto suyo, como mis preferencias lo son mío- ni, mucho menos, a pretender que yo deba explicarlas.
EliminarIncluso aunque sea del PP.
Servidor sí supo de la anécdota vía Twitter. Me ha gustado tu reflexión, pero tampoco descartaría que el ministro retirara el cuadro y lo sustituyera por el del joven en un vano intento de parecer más joven. No obstante, como lo que ha sonado es la retirada del retrato de Unamuno, ahora prefiera callar y hacerse el sueco hasta que el asunto se olvide. No siempre nuestros políticos tienen razones poderosas o significativas, y pueden ser tan tontos como el vecino.
ResponderEliminar¿... tan tontos como el vecino? Son mucho más listos que la mayoría de sus 'vecinos', como lo demuestran que hayan llegado a ministros por el mero hecho de conocer a quien conocen y militar dondemilitan. Otra cosa es que además sean cultos, inteligentes, honestos, respetuosos...
EliminarNo retiró el cuadro para sustituirlo por el de este joven pintor. Lo retiró (no sabemos por qué) y, enterado de que lo había hecho, el joven pintor le ofreció su obra maestra. Así que algún motivo (poderoso o no) tendría el ministro; lo que pasa es que no se ha dignado decirnos cuál.
EliminarError mío, pues
EliminarA Vanbrugh:
ResponderEliminar"Con fecha 22 de febrero de 2013, el Museo Nacional del Prado hizo público el Acuerdo de la Comisión Permanente del Real Patronato del Museo por el que se establecieron los precios por prestación de servicios y actividades del Museo.
En el artículo 5 de la citada resolución quedaron fijadas las normas específicas aplicables a los préstamos de obras de arte, el ámbito de aplicación, los precios correspondientes, reflejados en el anexo II de la resolución, así como el procedimiento de gestión aplicable a su tramitación administrativa.
En el apartado 2, se establece que los precios contenidos en el anexo II, serán abonados por todas las instituciones solicitantes, públicas o privadas, con excepción de aquellas con las que el Museo Nacional del Prado pueda establecer un acuerdo de intercambio de préstamos o servicios."
(Resolución de 24 de abril de 2013, del Museo Nacional del Prado, por la que se publica el Acuerdo de la Comisión Permanente del Real Patronato por el que se modifica la Resolución de 22 de febrero de 2013, por la que se establecen los precios por prestación de servicios y actividades del Museo.)
Ahora bien, es legal, pero ¿es legítimo y hasta lógico que un cuadro de valor se sustraiga de la mirada de todos los contribuyentes y visitantes de un museo, un espacio visitable si no público, para encerrarlo en un despacho privado y personal? Otra cosa es que se colocaran en un salón de plenos o un foro de reuniones de un ministerio... Hay cosas incluso peores, como los espléndidos retratos de ilustrados de Goya que están en El Banco de España a salvo de las miradas de los amantes de este pintor, yo entre otros.
Al contrario que Vanbrugh, a mí sí me parece significativamente interesante la sustitución del cuadro por parte del ministro... me interesa la psicopatología del poder, así, sin más.
También a mí me parece interesante conocer los motivos del ministro y, es más, creo que tenemos el derecho a conocerlos, pues retirar de un despacho público una magnífica obra pictórica que es el retrato de unos nombres señeros de la cultura española debe explicarse (no lo está haciendo un particular, sino el ministro encargado de la cultura española). El que no crea que ha de explicarlo dice muy poco, a mi juicio, del "talante" del señor ministro.
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