miércoles, 28 de octubre de 2015

Catequesis

Recordando un post de hace unos días, si almohada es para mí la palabra más bonita de nuestro idioma, esta otra, catequesis tengo que emplazarla entre las más feas; el traqueteo de las tres primeras sílabas (KTK) no me resulta nada agradable. Pero esa fonética da una pista decisiva sobre su origen etimológico: griego, evidentemente. Y sí, proviene del verbo heleno κατηχέω que viene a significar “resonar” y, por extensión, “enseñar a través del sonido, de la voz, oralmente”. De esta palabra griega viene no sólo catequesis, sino también catecúmeno, así como los términos derivados. Por tanto, en base a la etimología (y así fue exactamente en los orígenes del cristianismo), la catequesis es el ejercicio de la instrucción oral, el catequista el instructor, el catecúmeno el instruyendo y el catecumenado el periodo durante el cual catequista y catecúmeno ejercen la catequesis. Sólo hay que añadir a esta introducción etimológica que el término fue usado desde el principio casi exclusivamente con finalidad religiosa. Es decir, aunque en sentido estricto podría ser correcto llamar catequesis a la instrucción en materias como física, biología o idiomas, lo cierto es que no se usaba así. Y esta especialización de la palabra hacia la instrucción oral religiosa se ha mantenido hasta nuestros días, de modo tal que el verbo (catequizar) no requiere de objeto directo, a diferencia del más genérico enseñar: ¿qué enseñas? pero no ¿qué catequizas?

No sé si toda instrucción religiosa se denominaba catequesis pero lo que está claro es que a partir del siglo III, más o menos, el término fue apropiado en exclusiva por el cristianismo. En la tradición cristiana, desde la muerte de Jesús, los apóstoles se dedicaron a viajar para propagar su doctrina siguiendo las instrucciones del resucitado (“Id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”, Mt. 28, 19-20). Pero en esos primeros momentos no puede aún hablarse de catequesis; los apóstoles evangelizaban y convertían a la nueva doctrina (que, hasta Pablo, ni siquiera ellos tenían claro que fuera distinta del judaísmo) a todos los que se animaban a ello, y los bautizaban sin apenas pejiguerías. Tendrían que pasar entre cien y ciento veinte años desde la muerte de Cristo (para entonces Jerusalén había sido arrasada por Tito, harto de las rebeliones judías) hasta que algunos de los primeros Padres de la Iglesia (San Ireneo, entre otros) empezaron a plantear que sería conveniente un tiempo de preparación antes del bautismo en el que los candidatos fueran iniciados en la Palabra y dieran pruebas de su conversión. Sin duda, esta reclamación de mayores rigores en la admisión mucho tenía que ver con la proliferación de las primeras herejías (por ejemplo, a Ireneo le tocó enfrentarse a los gnósticos) que tantos problemas estaban dando en la cohesión interna de la joven institución. En paralelo, naturalmente, se fue “objetivando” la doctrina (y también seleccionando las fuentes aceptables de las que no lo eran) a fin de que en todas las partes del Imperio (al que de momento se limitaba la nueva religión) se contara lo mismo a los aspirantes.

Total, que entre finales del II y principios del III se consolida la institución del catecumenado en todas las provincias y queda fuertemente estructurada. Parece que había dos etapas: una primera llamada probación precatecumenal que podía durar unos tres años y en la que los “alumnos” se denominaban oyentes; y luego pasaban a ser elegidos en la siguiente etapa (probación catecumenal), de bastante menor duración (solía coincidir con la cuaresma), que culminaba en el bautismo. Orígenes (185-254) incluye también una fase siguiente que llama probación penitencial posbautismal, lo que parece sugerir –si hacemos la analogía con un contrato laboral actual– una especie de periodo de prueba: vale, ya eres cristiano, pero aún no nos fiamos del todo. Como es fácil de entender, el triunfo secular del cristianismo a partir de su oficialización por Constantino (y, sobre todo, después de Nicea) se tradujo en un aflojamiento del catecumenado. Para el siglo VI ya se había generalizado el bautismo de los recién nacidos (o casi) con lo que el catecumenado desapareció. O, para aceptar el punto de visto cristiano, la instrucción de los ya cristianos en la doctrina se concentró en la ceremonia de la Misa (la liturgia de la Palabra, previa a la Eucaristía) y, en especial, durante la cuaresma. A estas alturas, pocos cristianos saben el entronque histórico de la cuaresma con el viejo catecumenado. Desde que el cristianismo se convirtió en religión oficial y se generalizó el bautismo infantil, obviamente el catecumenado como tal quedó reservado a los adultos que querían convertirse (los que eran obligados a convertirse –los indios americanos, por ejemplo– creo que estaban exentos) y el término catequesis pasó poco a poco a referirse a la instrucción religiosa de los que ya eran cristianos (la inmensa mayoría). Por cierto, he de aclarar que el bautismo de los niños (sin necesidad de catecumenado, obviamente) fue admitido por los jerarcas cristianos desde los primeros tiempos, aunque mientras la religión no era mayoritaria los “ingresos” eran mayoritariamente de adultos. En todo caso, es muy interesante el cuestionamiento (herético, claro) del bautismo infantil: primero en el siglo V a cargo de un tipo singular, Pelagio, y mil años después y con consecuencias mucho más trágicas por los anabaptistas de Tomas Müntzer.

A partir pues de la Alta Edad Media, la catequesis pasó a entenderse en la Iglesia en el sentido amplio de instruir a los fieles en la Palabra de Dios (no voy a entrar ahora si la "instrucción" se limitaba a la doctrina divina o se "aprovechaba" para legitimar el poder secular y aborregar a la grey). Con tal alcance la definió el difunto Juan Pablo II en su exhortación apostólica Catechesi Tradendae (1979), en la que define catequesis como el "conjunto de esfuerzos realizados por la Iglesia para hacer discípulos, para ayudar a los hombres a creer que Jesús es el Hijo de Dios, a fin de que, mediante la fe, ellos tengan la vida en su nombre, para educarlos e instruirlos en esta vida y construir así el Cuerpo de Cristo". El Papa polaco va un poco más allá y establece que la catequesis, la sagrada misión de enseñar la doctrina de Cristo, es un deber pero también un derecho de la Iglesia. Derecho éste que, obviamente, le viene otorgado por el propio Dios, a pesar de lo cual su ejercicio es obstaculizado por muchos Estados. Ciertamente, en ese momento pensaba en los comunistas (aún no se había desmoronado el sistema que él tanto aborrecía), pero no puede dejarse de advertir que lo que estaba haciendo era reclamar frente a la comunidad internacional el derecho de la Iglesia de poder intervenir en la educación. Curiosamente, el mismo año en que hacía esta exhortación se había firmado el Concordato con España; es probable que lo que le reconocía nuestro Estado en esta materia estuviera en su mente como modelo extensible al resto de los países. En todo caso, es incuestionable que los católicos de bien creen honestamente que es su deber propagar la fe verdadera, convertir a los paganos y ateos para procurarles su salvación eterna (aunque hoy ya pocos lo admitan a cualquier precio, como antaño). Por eso es comprensible –sin necesidad de introducir consideraciones maliciosas– que la Iglesia, desde siempre, haya dedicado gran parte de sus esfuerzos a controlar y, a ser posible, organizar las instituciones educativas. Es de justicia decir también que en ese empeño no ha sido normalmente demasiado generosa con quienes planteaban enseñanzas que no le gustaban; no dieron muestras de la tolerancia que ahora, que distan mucho de estar en la situación preponderante de siglos pasados, reclaman a los Estados.

Ahora bien, aunque no pongo en duda que en sentido amplio toda actividad apostólica pueda denominarse catequesis, creo que su acepción más usual es más reducida. En mi opinión, lo que se entiende por catequesis sería una combinación de las dos primeras acepciones que para esta palabra recoge el DRAE: la instrucción en el contenido de una religión (la cristiana, en concreto) por medio de preguntas y respuestas. Y así llegamos a lo que, a mi juicio, es el elemento central de la catequesis, que no es otro que el catecismo (también con el mismo origen etimológico). Desde muy pronto (una vez desaparecida la época del catecumenado prebautismal), catequizar equivalió a "dar el catecismo", una instrucción elemental dirigida a los niños sobre los dogmas básicos, la vida de Jesús, las principales oraciones, etc. Pero también (sobre todo, diría yo) se pretendía fomentar en el crío una actitud piadosa y orientarlos hacia una vida honesta. Naturalmente, esos valores (piedad, honestidad, etc) se dibujaban desde la perspectiva cristiana, que en gran parte de su contenido no difiere de una ética casi universal. Sin embargo, siempre se aprovechaba la instrucción para infiltrar reglas de dudosa objetividad moral, dirigidas sutilmente a propiciar la aceptación por el educando del orden social consolidado en el cual, claro, la Iglesia ocupaba una posición privilegiada. Esta interesada mezcla de valores morales –no todos "neutros"– y de "información" –muy sesgada desde los intereses eclesiásticos– es, a mi juicio, la primera característica de la actividad catequética (esta palabra sí que espantosa) que históricamente ha desarrollado la Iglesia. Y. claro, visto desde una óptica actual, es también la primera crítica que ha de hacerse a la misma. No se quería enseñar, educar, sino como mucho instruir, en el sentido de que el católica interiorizara unas instrucciones de pensamiento y comportamiento. Por ello, en la evolución lingüística, el término adoctrinar que en su origen carecía de toda connotación –de hecho era sinónimo de catequizar: instruir en la doctrina cristiana– ha pasado a tenerla muy negativa en nuestros días.

A esa intención adoctrinadora de la catequesis (en el poco halagüeño sentido que hoy asignamos al término) contribuía en no poca medida la popular técnica de preguntas y respuestas tradicional de los catecismos. Intuitivamente, yo había pensado desde siempre que el invento era mérito de los jesuitas, probablemente por su fama de maquiavélicos y porque sabía que los dos más famosos autores españoles de catecismos –Astete y Ripalda– eran ambos de la orden de San Ignacio. Pero estaba equivocado pues resulta que ya en época catecumenal (o sea, durante el Imperio) se hacía la instrucción mediante el encadenamiento de preguntas breves que se acertaban con respuestas precisas. Ha de hacerse constar que el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica que publicó el Vaticano en 1997 rompe completamente con ese estilo memorístico y recitativo en la instrucción de la doctrina, pero es un texto tan farragoso que me cuesta imaginar que se emplee en las escuelas. Lo cierto es que no tengo ni idea de cómo se catequiza hoy en día, pero sí puedo dar fe de que, cuando yo lo fui –hace ya medio siglo– se seguía manteniendo la misma técnica que practicaban los primeros cristianos. Lo cual hace pensar que, si bien no contribuía apenas a que el chiquillo entendiera lo que memorizaba, debía ser bastante eficaz en el objetivo de que interiorizara las pertinentes instrucciones sobre lo correcto e incorrecto, zanjando de raíz cualquier asomo de pensamiento crítico. En mi caso al menos no dejó de tener éxito porque aún hoy soy capaz de recitar de carrerilla eso de "¿Eres cristiano? Soy cristiano por la gracia de Dios. ¿Qué quiere decir cristiano? Cristiano quiere decir discípulo de Cristo. ¿Cómo nos hacemos cristianos? Nos hacemos cristianos por el Santo Bautismo. ¿Cuál es la señal del cristiano? La señal del cristiano es la Santa Cruz." Y así sucesivamente.

17 comentarios:

  1. Que tiempos más bonitos me has recordado , al menos para mi lo fueron .No sé si la catequesis de ahora seguirá siendo igual .La formación en la niñez considero que es muy importante y la educación tiene un papel muy relevante , consecuencia de ello , cuando somos adultos somos conscientes libremente de decidir lo que nos interesa y lo que no , pero una buena base es el pilar existencial de cada uno. Tal vez , esté equivocada , pero pienso que una persona que tuvo una infancia feliz y con un entorno familiar acogedor , donde se le inculco el respeto , la humildad y el afecto hacia los demás ,en su etapa de madurez lo sigue siendo , en caso contrario , aquellas personas que se les negó esa oportunidad de recibirla o no tuvieron esa suerte ,en la madurez posiblemente sean personas más insolidarias , amargadas y tristes .Así que pienso que es extraordinario inculcar el valor de la bondad , respeto y humildad desde la niñez.

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    1. De acuerdo con lo de la infancia feliz, claro, pero la duda que me surge es si relacionas la catequesis con que lo sea.

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  2. De acuerdo en que la palabra no es de las más bonitas del castellano. Muy expresiva tu observación -evocativamente aliterativa- del traquetreo de las tres primeras sílabas. La verdad es que a un oyente que desconozca su significado estoy seguro de que le hará pensar en alguna clase de enfermedad o malformación, entre la caquexia y la catetez. O en algún tratamiento especialmente penoso emparentado con el cateterismo. Lo hago notar porque me parece evidente, aún a riesgo de que -me resigno a ello de antemano- algún comentarista ingenioso trate de ampliar estos parecidos meramente fonéticos a otros supuestos parecidos más sustanciales.

    Soy algo más viejo que tú, pero solo en mis primerísimos años de colegio de curas, antes de que el Concilio empezara a dar consecuencias, recuerdo haber sido "catequizado" mediante ese tradicional sistema de preguntas y respuestas. Ya a mis ocho años, es decir, allá por el sesenta y seis, las clases de religión de mi cole habían abandonado ese acreditado procedimiento del Catecismo, y desde entonces hasta que me fui, nueve años después, fui adoctrinado por muy otros medios, que incluían y alentaban el debate, la reflexión todo lo crítica que quisiéramos y la aplicación de las teorías a la vida real de cada uno. De hecho en clase de Religión nos lo pasábamos todos, no solo yo, bastante bien. Y ya fuera del colegio, pero aún muy relacionado con él, como de hecho sigo, yo mismo he impartido algo llamado "catequesis" a adolescentes pensantes y peleones que se preparaban para ser confirmados y he alentado, a mi vez, que pensaran por su cuenta, y que cuestionaran, indagaran y debatieran sobre todo lo que mis orientaciones "catequéticas" les fueran sugiriendo. También de esto hace ya años, pero recuerdo que nos lo pasamos todos estupendamente y que los resultados fueron muy buenos.

    No creo que haya otra forma posible de "instruir" en la religión, o de enseñar religión; y ese es, creo, el exacto significado de esa palabra tan fea, catequesis.

    (De paso: es claro que, así orientadas como creo que deben estar las clases de religión si han de servir a su fin, pienso que nunca, en ningún caso, debería tener esta enseñanza carácter obligatorio, ni puede ser evaluada académicamente, como las matemáticas o la filosofía. De hecho en mi colegio la religión la aprobaba, por principio, todo el mundo. Aunque ya veo que en este post no has querido entrar en esa cuestión.)

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    1. Yo veo la enseñanza de la religión de una forma muy distinta a la que se practicaba en la catequesis, que sufrí —al contrario que Vanbrugh muy desagradablemente: si te equivocabas te ridiculizaban o incluso te hostiaban, en el mal sentido—, y el sistema, pues aún soy más viejo, era el del papagayo, que repite sin saber lo que significa lo que repite, por preguntas y respuestas programadas. Desagradable e inútil. Creo que antes de sufrir esa estúpida tortura yo ya era ateo, desde mi tierna infancia, por la gracia de dios, pero de no haberlo sido, por ese sistema me hubiera “convertido”… en ateo. Es lo que tiene el proselitismo brutal y tosco.

      Para mí la religión debe ser comparativa, si hablamos de cristianismo, pues con todas sus versiones, y enriquecida con los demás monoteísmos y budismos, panteísmos y lo que haga falta.

      Aquí en París estoy leyendo una novela de un francés que gusta mucho, Emmanuel Carrère, El reino. Se centra en la conversión de un agnóstico, el propio autor y su posterior ‘desconversión’ nuevamente al agnosticismo inicial. El camino que relata es el de una persona inquieta, torturada y honesta. Y mezcla esta historia personal y real con la del evangelista Lucas y Pablo, que es aún si cabe más fascinante.

      Si yo fuera cristiano, y católico, por qué no, creo que me sobraría toda la mitología a mi entender absurda, todas las resurrecciones, nacimientos de vírgenes e inmaculadas concepciones de esas mismas vírgenes, todo eso probadamente tomado de religiones anteriores, como el mitraísmo de la Roma clásica y los misterios de Eleusis griegos entre otros plagios. Lo que no me sobraría, lo que me parece esencial son Los diez mandamientos y las enigmáticas Bienaventuranzas; para mí, insisto, si fuera cristiano ahí estaría contenida toda la catequesis necesaria.

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    2. Como dice comentarios más abajo Jesús Zamora, el Carrère escribe que es un placer. Me leí de un tirón uno suyo sobre un tal Limonov -el personaje, por cierto, es un indeseable al que ni Carrère consigue hacer simpático, aunque intentarlo lo intenta, el hombre,- y otro sobre Philip K. Dick -a este, en cambio, lo he empezado a leer gracias, a medias, a Carrère y a Lansky, y me ha gustado mucho- y estoy deseosísimo de ponerle encima los ojos al Reino. Tanto que como no consiga pronto la versión internético-gratuita, igual hasta me lo compro en papel, no digo más...

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    3. A pesar de ser más viejo que yo, tuviste emjor suerte en este aspecto, Vanbrugh, pero de esto ya hemos hablado en otras ocasiones. En todo caso, por mucho que las catequesis hayan cambiado su técnica pedagógica radicalmente (de lo cual me alegro sinceramente), me temo que catequizar y adoctrinar tienen ya adherida indeleblemente la connotación peyorativa: hay demasiada historia detrás. Pero se ve que el término es del gusto de los católicos porque se ha preferido no renunciar al mismo, aunque ya no se adoctrine sino que se "enseñe" (ojalá).

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    4. A mi frase "Aquí en París estoy leyendo una novela de un francés que gusta mucho, Emmanuel Carrère, El reino.", se le cayó un "me": que me gusta mucho quería decir.

      Y a mi frase: "Para mí la religión debe ser comparativa," le falta un "La enseñanza", y quedaría: la enseñanza de la religión debe ser comparativa

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  3. Los budistas sostienen que la transmisión oral es infaltable. Dicen que sin tenerla no se puede ser budista. A donde me ha llevado la etimologia de la palabreja.
    Y los aprendices, jóvenes de 12 a 18 años quizas, discuten de doctrina a los gritos, con la pasión con la que entre nosotros se habla de futbol. casi como cuenta Vanbrugh.

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    1. Hay varios budismos, algunos muy eruditamente basados en textos leídos, como la rama mahayana y la theravada. Al que tú te refieres es al budismo zen, cuya transmisión es ´sólo' oral y práctica y hasta hace alarde de cierto 'analfabetismo' en sentido etimológico y estricto, se dice que es la rama del budismo de los guerreros-

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    2. En un blog llamado Asia, Buda y rollitos de primavera se explicaban las ocho escuelas principales del budismo. Lástima que desapareciera.

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    3. Conste que en sus "buenas épocas", en el cristianismo también los asuntos doctrinales fueron objeto de apasionadas discusiones. Es que los cristianos ya no son lo que fueron ;)

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  4. Yo recuerdo tener los catecismos del colegio siendo muy pequeño (en 3º o 4º de primaria, tal vez); después, las clases de religión ya fueron muy "post-conciliares", y nada "catequizadoras", por fortuna. Mi última experiencia con el tema (indirecta) fue cuando mi hija hizo la comunión hace casi diez años: entonces la catequesis ya se había convertido en el típico "pinta y colorea" logsiano. Tampoco creo que las buenas mujeres que se encargaban de ella en la parroquia dieran para mucho más.
    Por cierto, una gozada de las enormes la novela de Carrère (¡qué hijoputa el tío, cómo escribe!). Se la recomiendo a todo el mundo, y sobre todo a los creyentes.

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    1. La catequesis que sufrí, Jesús, fue solo en primaria y mi primaria (yo no soy de la EGB, como recordarás) duraba sólo hasta los diez años; así que tampoco debimos tener experiencias muy distintas (teniendo en cuenta que eres algo más joven). En bachillerato la enseñanza de la religión, en mi colegio, se hacía a través de otras técnicas (bastante más "gruesas" e impactantes).

      Por cierto, confieso que no he leído a Carrere y ante tanta unanimidad no me quedará otro remedio.

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  5. Me alegro mucho de no haber visto el sistema de preguntas y respuestas, a pesar de que algún hermano lo echara de menos (fui a un colegio religioso). Mi catequesis fue, en efecto,d e debate, hablar y más o menos reflexionar sobre las enseñanzas. Hasta la Comunión, porque no quise confirmarme y ahí me quedé.

    Sobre los valores, téngase en cuenta que "piedad" era no sólo la bondad al prójimo, sino especialmente el debido respeto a las obligaciones y a tu grupo. No es de extrañar que la Iglesia enseñara a ser piadoso, en efecto.

    No he podido evitar recordar el Catecismo Patriótico de la Guerra de la Independencia Española, con Napoleón como representante del MAL.

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  6. Otro detalle respecto a mi experiencia con "El reino": me enteré de su existencia a mediados de agosto, cuando estaba pasando una temporada en Italia. La combinación de uno de mis autores favoritos y de uno de mis temas favoritos hizo de modo inevitable que se me despertaran unas ganas tremendas de leerlo, como podéis imaginar. Aún no se había publicado en español, pero sí que lo encontré en italiano, y aunque mi dominio de la lengua de Dante no daría ni para aprobar el examen de grado A1, lo devoré en muy pocos días (con no más de una visita al diccionario cada página, por término medio). Que un autor consiga atraparte en un idioma que conoces sólo muy vagamente, creo que está a la altura de muy pocos escritores.

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    1. Nada, me habéis convencido; a ver si hoy mismo me hago con El Reino. Por cierto, consultando la wiki, acabo de descubrir que sí he leído una novela de Carrère, El Adversario y, en efecto, me gustó mucho (no se me había fijado el autor en la memoria, cada vez estoy peor).

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