lunes, 9 de noviembre de 2015

Fe

Creo en Dios porque experimento su presencia en mi vida, porque mantengo con Él una relación personal y amorosa, todo lo misteriosa que suena así dicho, todo lo atribuible a sugestión o a proyección que se quiera, pero no por ello menos real y eficaz y operante en mi vida. Es una experiencia, y como tal los razonamientos pueden explicarla o discutirla, pero no pueden negarla ni permiten ignorarla. Creo que cualquier adulto serio que tenga fe la tiene de esa manera, y que quien no la tiene de esa manera no es exactamente creer en Dios lo que hace, sino adscribirse a una moral, afiliarse a una iglesia o profesar una ideología. Cosas todas respetables, y hasta útiles y convenientes, pero que NO son la fe.

El párrafo anterior es el final de un comentario de Vanbrugh al post del pasado miércoles 4. Probablemente es la confesión personal de fe (cristiana, en este caso) más convincente que he escuchado. Para ser más precisos: que a mí más me convence y en eso influye mucho el que conozca a V. Lo aclaro porque he leído bastantes confesiones de este cariz, no pocas de ellas que destilaban mucha sinceridad, también mucho sentimiento. Pero, por muy ilustres que hayan sido algunos de esos escritores, será que no es lo mismo que escuchar la versión personal de alguien a quien conoces. Valga lo dicho para sentar, en primer lugar, que creo sin ninguna sombra de duda que Vanbrugh, efectivamente, experimenta la presencia de Dios en su vida, que mantiene con Él una relación personal y amorosa. Salvando cuantas distancias se quieran, lo mismo que Lo sentían y se relacionaban con Él los místicos del Siglo de Oro, por ejemplo.

Entiendo que “creer en algo” es tener el convencimiento profundo de que ese algo existe, es real. Empleo el adjetivo “profundo” porque ahora no se me ocurre otro para expresar que ese convencimiento va más allá del conocimiento de la realidad del objeto de la creencia. Yo sé, por ejemplo, que habito en un planeta sensiblemente esférico que da vueltas en torno al sol, pero a ese conocimiento no lo llamo fe porque no se convierte en “experiencia profunda”, no determina mi personalidad, mis emociones, mis sentimientos, mis motivaciones. Me da la impresión de que el meollo definitorio de lo que V. llama fe es justamente la estrecha, indisoluble, ligazón entre el conocimiento de la realidad de algo (sea éste verdad o no) y sus efectos en nuestra estructura psíquica, ya que aquél, en mayor o menor grado, se erige en elemento determinante de ésta. Es lo que Vanbrugh llama “experiencia”. Él experimenta la existencia de Dios pero supongo que no “experimenta” (en ese sentido) que habita en un planeta del Sistema Solar. En mi caso, algo que yo conozco y experimento con ese alcance semántico –ya que no es la existencia de Dios– sería que soy mortal.

Desde luego, si alguien experimenta la presencia de Dios en su vida y lo hace de forma continuada (es decir, no ocasionalmente después de un viaje de ácido, por ejemplo), ha de creer necesariamente en Él. En este blog dediqué un post a hablar de Antony Flew, filósofo británico célebre por ser una de las más señeras figuras del ateísmo que, sin embargo, en sus últimos años (murió en 2010) llegó a la conclusión de que Dios sí existía. El suyo, según cuenta él mismo, fue un proceso estrictamente intelectual, nada que ver con lo que explica V. De hecho, su pequeño libro de 2007 –Dios existe– acaba confesando que, aunque cree que Dios existe (y un Dios personal, omnipotente, que se relaciona con los hombres, el Dios del cristianismo, en suma), todavía no había establecido contacto con él pero confía en que "quizás algún día pueda oír una voz que dice: ¿me oyes ahora?" Si interpreto bien a Vanbrugh, Flew no llegó a tener fe, lo más el deseo de tenerla. Ciertamente, definir la fe en Dios en la forma en que lo hace V se me hace excesivamente restrictivo. Creer en Dios (o en el Dios cristiano, para acotar) no es sólo estar convencido de su existencia y de, al menos, sus principales atributos, sino sentirlo y relacionarse con Él. Si quienes no viven esa presencia de Dios no tienen fe, mucho me temo que la gran mayoría de los que se dicen católicos (y aseguran creer en Dios) carecen de ella. O quizá me equivoco.

Esta idea de la fe lleva directamente a concebirla como una gracia, un don que infunde Dios a la persona; y más o menos por ahí han discurrido varios teólogos (al menos, desde la Reforma de Lutero) cuando, con no pocos malabarismos y enredamientos, discutían sobre las relaciones entre fe y libertad y otras pertinentes que hoy a casi nadie interesan. Vanbrugh, a diferencia de muchos otros, habría tenido la fortuna de ser agraciado con el don de la fe en Dios; es decir, que él experimente en su vida la presencia amorosa de Dios es debido a que su cerebro ha sido dotado de algún tipo de receptores neuronales capaces para ello. Para no abundar demasiado en intervenciones divinas, podría ser que todos hayamos sido dotados con estos receptores (de otro modo, Dios en tanto nuestro Creador habría sido bastante injusto negando a una parte notable de la humanidad la posibilidad de experimentar su presencia), pero que bastantes nos hayamos empeñado en obturar esa percepción. Algo así, más o menos, viene a ser lo que predica la Iglesia al respecto: que la fe es una gracia divina pero que el hombre ha de currársela (y siempre es libre, por supuesto, de renunciar a ella).

Como he dicho antes, creo efectivamente que V siente la presencia de Dios. De hecho, que los humanos sintamos la presencia de entes que no tienen realidad física (o, mejor quizá, que no pueden ser percibidos por los sentidos de que disponemos para "sentir" el mundo material que nos rodea) no es nada excesivamente raro. Conozco a una persona que siente que su mujer, muerta hace ya tres años, está presente en su vida y la siente así, con absoluta certeza. Sabe perfectamente, desde luego, que esa presencia no es material y está dispuesto a admitir que "puede" ser una trampa de su cerebro pero, al mismo tiempo, piensa (yo diría que se inclina más por esta opción) que su mujer tiene una realidad independiente de su cerebro y, por tanto, su espíritu, vivo en las mismas coordenadas espacio-temporales que las suyas, está efectivamente presente, acompañándole y relacionándose con él. Cuando leí el comentario de Vanbrugh inmediatamente pensé en este amigo. Hay dos diferencias, claro: que esa mujer no es Dios, sino que fue una persona real (la conocí, por cierto) y, por tanto, el cerebro de mi amigo lo tiene más fácil para identificarla; y que éste admite, aunque a regañadientes, que esa experiencia continuada que vive podría ser una construcción de su cerebro.

En cualquier caso, creo entender lo que dice V. y también que no tenga ningún deseo de "liberarse" de esa fe (esto viene a cuento de su comentario previo en el mismo post). Porque estoys convencido de que el cerebro humano es los suficientemente poderoso para crear experiencias que se perciban tan o más reales que las que recibimos a través de los "canales convencionales". También creo, de otra parte, que la necesidad de Dios, como explicación y "solución" a las angustias existenciales que, estoy seguro, el ser humano empezó a sentir desde su más temprana edad, es intrínseca a nuestra especie. De ahí que el fenómeno de la fe –como vivencia– no me parece ninguna anomalía. Si el amor y la pena por su pérdida ha hecho posible que mi amigo sienta la presencia de su mujer, ¿por qué no hemos de sentir la presencia de Dios por motivos análogos? Y, sin duda, si nuestras ansias de trascendencia o el miedo a la desaparición en la nada siguen estando ahí, me parece evidente que creer "de verdad" en un Dios amoroso, omnipotente y eterno –si se puede o si se ha sido agraciado con la fe– es fantástico, y nadie que lo experimente desearía dejar de creer. Incluso, aunque admitiera que se trata de una sugestión o proyección (como apunta el propio V). De hecho, no me sorprendería que en el supuesto (de ciencia-ficción) de que pudiéramos moldear nuestros cerebros, una gran mayoría pediría que se le insertase el módulo de la fe.

Sea como sea, acabo manifestando mi acuerdo con lo que, al respecto de lo que siente, dice Vanbrugh: "Es una experiencia, y como tal los razonamientos pueden explicarla o discutirla, pero no pueden negarla ni permiten ignorarla". Así es.

15 comentarios:

  1. Por supuesto que se trata de una experiencia. Pero lo que se puede discutir es cuál debe ser la interpretación racional más plausible de esa experiencia, y qué consecuencias se pueden derivar de ella. Una cosa es tener una experiencia que quien la tiene la INTERPRETA como una experiencia "de dios", y otra cosa es que esa experiencia SEA una experiencia "de dios". Lo que la mayoría de los ateos negamos no es que los creyentes tengan una determinada clase de experiencias. Lo que negamos es que el hecho de que las experimenten tenga algo ni muy remotamente que ver con que lo que su religión afirma sobre dios, el alma, el pecado, la gracia, la caridad, etc., etc., etc., sea VERDAD, es decir, que sea como ellos lo INTERPRETAN.

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    1. ¿No enlazaste en Twitter un artículo que hablaba sobre el sentimiento religioso en diversas culturas y lo comparaba con la relación de los niños con sus amigos imaginarios? Porque en cierto sentido, me recuerda al post.

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    2. Lo que comentas, Jesús, me resulta obvio y muy sabido. Ciertamente –y el propio V. lo reconoce– la experiencia que él vive es una construcción de su mente y, desde luego, no demuestra ni que sea una experiencia "de Dios" ni, mucho menos, que Dios exista (la primera premisa ya implicaría la segunda).

      De todas maneras, las consecuencias racionales que se pueden derivar de esas experiencias poco tienen que ver, en efecto, con la existencia o atributos (en caso de existir) de Dios. Quizá sí se podría avanzar en saber qué mecanismos precisos hacen que el cerebro "produzca" esa experiencia y a qué se debe.

      En todo caso, supongo que las conclusiones que uno puede sacar son muy distintas si tiene o no esas experiencias. Puedes llegar a admitir que tus sentidos te engañan si, por ejemplo, ves a una persona a tu lado, la escuchas hablar y hasta puedes tocarla porque resulta que te demuestran que no existe; pero, ciertamente, la demostración tendrá que ser muy convincente para que reniegues de esa percepción. En cierto modo, puedo imaginar que un creyente que vive como describe V. (con intensidad y de forma continuada) una experiencia de Dios, tenderá firmemente a creer en Él hasta que le demuestren rotundamente que no existe. Y eso es algo que me temo que de momento no ha ocurrido.

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    3. Añado que, más que tomarse la declaración de V como un argumento que contrarrestar en la sempiterna discusión sobre la existencia de Dios, lo que a mí me ha interesado es la experiencia en sí. Me gustaría conocer más de la misma o de otras similares: ¿en qué consisten? ¿qué se siente?, etc. Será porque no las he vivido.

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  2. Me parece una muy buena descripción de la fe, precisamente porque no la mezclas con la religión, que, a mi juicio, es algo bastante diferente, aunque la fe, en muchas ocasiones, acabe concluyendo en la creación de una religión. La fe es eso: una experiencia personal. Afirmar que sea una gracia de Dios me parece un tanto osado, en el sentido de que o deja a Dios en muy buen lugar, pues, siendo nuestro creador, bien pudo habernos dotado de esa gracia a todos y no cometer la "injusticia" de otorgársela sólo a algunos. El que tengamos que currárnosla parece que convierte a Dios o en un tirano o en alguien que se burla de nosotros, especialmente porque nos crea sin pedirnos opinión.

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    1. Si te fijas, planteo que cabe la posibilidad que todos tengamos esa capacidad de creer en Dios (y de vivir experiencias más o menos místicas) pero algunos –la mayoría, diría yo– las obturamos. En todo caso, si aceptamos la hipótesis de Dios me resulta un poco incongruente hacer juicios morales sobre él desde nuestros valores.

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  3. Hay dos diferencias, claro: que esa mujer no es Dios, sino que fue una persona real... ...y, por tanto, el cerebro de mi amigo lo tiene más fácil para identificarla; y que éste admite, aunque a regañadientes, que esa experiencia continuada que vive podría ser una construcción de su cerebro.

    Sin regañadiente alguno, también yo soy muy consciente de que esa experiencia continuada que vivimos los creyentes, la de la presencia de Dios activa en nuestras vidas, podría ser una construcción de nuestros cerebros.

    Para ser exactos, que lo es, en el sentido de que todo lo que experimentamos se convierte –eso es experimentarlo– en una construcción de nuestros cerebros. También la presencia de mi mujer frente a mí, ambos sentados a la mesa del desayuno, es una construcción de mi cerebro. Construída, eso sí, a partir de datos suministrados por los sentidos, lo que me da una garantía de que, además del necesario procesamiento por mi cerebro, que es lo que lo convierte en una experiencia mía, la presencia de mi mujer es un fenómeno real. Porque "contrasto" mi "construcción mental" con esos datos es por lo que creo tener una cierta seguridad de que mi mujer está efectivamente ahí, y de que es, más o menos, como yo creo que es.

    Es obvio que en el caso de Dios carezco de esa garantía. Su presencia es, por tanto, de otra índole sustancialmente distinta que la de mi mujer y que la del resto de integrantes del mundo físico. Ese es el motivo de que haya tanta gente que no cree en la existencia de Dios, mientras que son raros los que no creen en la existencia de su cónyuge. Y es el motivo de que hablando de Dios utilicemos el verbo creer, que no utilizamos en cambio cuando hablamos de nuestra consciencia del mundo que nos rodea, en el que no es necesario "creer".Por eso hablamos de "fe".

    O sea que de lo que soy consciente es que la presencia de Dios podría no ser más que una construcción de mi cerebro.

    No sé si hay creyentes que han "superado" esa duda, y que experimentan la presencia de Dios con igual certeza que la del mundo físico en que habitan. Ni siquiera estoy seguro de que sea posible, ni deseable, superarla. Personalmente convivo muy a gusto con ella y no la considero como un "fallo" de mi fe, ni nada por el estilo, sino como una característica lógica, propia de mi relación con Dios, derivada de nuestras respectivas naturalezas e idiosincracias. Me parece una duda inevitable y saludable, que me ayuda a situar en el mundo real esta experiencia de Dios.

    Acicateado por ella, por ejemplo,me esfuerzo, y creo que no hay modo de ser creyente sin hacerlo, en contrastar mi experiencia de Dios. No con "datos" que me suministren los sentidos, que en este caso no existen. Sino con otros, igualmente útiles, datos.

    De los que hablaré en el siguiente comentario, porque en este ya no me caben.

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    1. Como siempre, mejoras lo que digo siendo más preciso. En efecto, cuando escribí que mi amigo admitía "que esa experiencia continuada que vive podría ser una construcción de su cerebro" debería haber puesto "sólo una experiencia de su cerebro" porque, en efecto, lo que quería decir es que no tenía realidad autónoma, independiente de él.

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  4. Cuando mi supuesta "experiencia de Dios" me encierra en mí mismo, cuando sus "exigencias" tienden a coincidir con mis apetencias o lo que creo mis intereses, por ejemplo, tengo una buena pista para sospechar que mi construcción mental es engañosa y de que tras ella no hay nada, o hay algo que yo estoy entendiendo y utilizando mal. Lo mismo cuando mi "experiencia de Dios" no me hace más feliz, me agobia, me aleja de los demás y de la vida. O cuando empieza a convertirse en algo íntimo y privado, de lo que no deseo hablar con nadie y reservo como un refugio para "deleites espirituales" inefables. O cuando las consecuencias vitales que de ella saco no tienen nada que ver, o están abiertamente reñidas, con lo que, como creyente, creo que Dios ha dejado dicho con más o menos claridad que espera de nosotros, en el Evangelio, sin ir más lejos. Todas estas posibilidades, muy reales, son señales claras de que mi construcción mental sobre Dios se está basando mal, o poco, o nada, en el posible fenómeno real "Dios", de que me estoy engañando. Y todas ellas son riesgos reales que corremos los creyentes, y en los que todos caemos, con más o menos frecuencia e intensidad.

    Cuando por el contrario mi supuesta "experiencia de Dios" me libera de angustias, me empuja hacia la vida y hacia los demás, me infunde valor para enfrentar problemas, paz para convivir con ellos y, a veces, hasta luz para resolverlos; me hace más abierto, más activo, más útil para mí y para los demás y, en definitiva, más feliz... Bueno, evidentemente nada de todo ello "prueba" que detrás de ella haya un "fenómeno real" de presencia de Dios. No trato de convencer a nadie, esto no son argumentos, sino una mera exposición de cómo funciona esa "experiencia" a la que imprudentemente me referí en un comentario al post anterior, dando lugar a este halagüeño post, que agradezco a Miroslav muy sinceramente, aunque un tanto turbado por el strip tease anímico sobrevenido. Nada de todo ello, digo, prueba una existencia de Dios que no puede ser probada –ni falta que le hace- ni mucho menos prueba que ese Dios esté activamente presente en mi vida ni en la de nadie. Pero a mí me corrobora y me afianza en mi vivencia y en mi creencia –mi fe– de que es así.

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    1. Como comento a Jesús Zamora, lo que me motivó a escribir este post es el interés por lo que esa vivencia tuya de la presencia de Dios y de la relación personal con él. La verdad es que en este comentario tampoco es que expongas "cómo funciona", que desde luego me gustaría mucho saber. Pero tampoco interpretes que te pido que lo hagas; soy consciente de que entramos en terrenos que atañen a la intimidad de cada uno.

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    2. Digamos qué he dado una idea general de "cómo funciona". Lo que no he explicado, ni intentaré hacerlo -no tanto porque sea bastante complicado, sino, fundamentalmente, porque pertenece a mi intimidad, con la que ya he dado tabarra más que suficiente- es "en qué consiste". Sí puedo decir que no hay en ello nada misterioso, esotérico ni exótico, nada reservado para iniciados ni elegidos, nada sustancialmente distinto, supongo, -salvo en las diferencias de intensidad y de modo derivadas de la psique y de la historia personales de cada quisque- de la clase de experiencias a que se refiere Jesús Zamora en su comentario, lineas abajo, de las 9:44, y que imagino que tiene todo ser humano mínimamente atento a su interior y mínimamente abierto a la dimensión "sagrada" del mundo. La diferencia, una vez más, está en el origen que cada uno atribuye a tales experiencias, en el modo en que las propicia, las vive y se las "explica" a sí mismo y en el papel que se ha habituado a darles en su vida.

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  5. Sugerencia de lectura
    http://gen.lib.rus.ec/book/index.php?md5=453a583c59e7e5f7aef5b86ee02ce35f

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    1. Ñooo, en inglés!!! Lo he descargado y leído (con el esfuerzo que me supone hacerlo en inglés) el prologo. Parece interesante, pero tendré que dedicarle un tiempo del que ando escaso. ¿Lo recomiendas porque lo has laído o simplemente porque va del tema del post?

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  6. No lo he leído aún, pero lo tengo en la lista

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  7. Para los que no somos creyentes en ninguna religión, hay un fenómeno psicológico que creo que puede servir de ayuda para entender "cómo es tener" la experiencia de la fe. La mayoría de nosotros tenemos también una experiencia análoga (no quiero decir que sea parecida desde el punto de vista fenomenológico, sino que tiene suficientes similitudes como para que la comparación sea relevante). Se trata de la experiencia de la MORAL, nuestra sensación de que hay cosas que están "objetivamente" bien o mal, de que existen objetivamente (es decir, independientemente de nuestras actitudes "meramente" psicológicas al respecto) tales cosas como los "derechos", e incluso como los "sujetos" (entendidos como una realidad objetiva, irreducible a los meros ir y venir de las partículas elementales que nos constituyen). Por supuesto, ni los derechos morales, ni el bien o el mal moral, ni los propios sujetos como "espíritus trascendentes", existen más que en nuestra imaginación, o mejor dicho, en nuestra experiencia de SENTIR que son reales. Y también se trata de una creencia que, cuando la experimentamos, contribuye a sentirnos más "auténticos", más "nosotros mismos", más "en armonía con el mundo"... especialmente cuando esa sensación nos lleva a hacer cosas contrarias a nuestros intereses, deseos, preferencias, o caprichos personales.
    De hecho, a lo largo de la historia (y todavía para muchas personas) esta experiencia no sólo no es diferente de la fe religiosa, sino que ES la fe religiosa, pues la distinción entre una actitud moral ante la vida y la experiencia de lo sagrado es social y culturalmente bastante reciente. Pero AMBAS, la experiencia de lo sagrado y la experiencia de lo "moralmente correcto", no dejan de ser un mero mecanismo psicológico que nos ha podido ayudar más o menos en la evolución de nuestra especie, sin necesidad de que tenga una "correspondencia objetiva" con algo que exista independientemente de nosotros TAL Y COMO ES EXPERIMENTADO por nosotros.

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