sábado, 12 de noviembre de 2016

Leonard Cohen, pájaro en el alambre

2016 será recordado como funesto para la música, leo en El País: han muerto David Bowie (en enero), Prince (en junio) y ahora, el pasado 7 de noviembre aunque la noticia no se comunicó hasta el jueves 10, Leonard Cohen. Bowie me gustaba mucho durante mi primera juventud, la música que hacía durante la etapa tontamente llamada Glam rock pero a partir de finales de los setenta cambió hacia un estilo que no me atraía en absoluto; aún así, esos primeros discos (y sobre todos ellos el excepcional Ziggy Stardust) los he seguido escuchando ininterrumpidamente a lo largo de los años. Prince, en cambio, nunca fue santo de mi devoción. Sí, claro, Purple rain es una pasada, pero así a bote pronto casi no podría resaltar ningún otro tema y eso que tengo unos cuantos discos suyos. No niego que fuera muy bueno pero es que el funk a mí … Ahora bien, Leonard Cohen es harina de otro costal. Sus canciones me acompañan fielmente desde el principio de mis tiempos, que dato en el verano del 73, nunca he dejado de escucharlas, tengo todos sus discos; en suma: me encanta y lo admiro. Por tanto, su muerte, aunque la más natural por razones cronológicas, es la que más me ha dolido. Siento que se me ha ido un amigo, de verdad.

Verano del 73, catorce añitos recién cumplidos y acabado el bachillerato elemental. La casa de mi amigo Jose que tenía hermanos mayores ya en la universidad, que viajaban a Inglaterra y que volvían con elepés de folk y de rock (y de folk-rock). Uno de esos discos venía en una funda blanca y en el centro un cuadrado que era la foto en blanco y negro (a muy baja resolución) de un tipo con sombrero y mirada obrero y mirada seria. Se llamaba Songs from a Room y, como enseguida me enteré, era el segundo álbum de un judío de Montreal (aunque anglófono) que antes que cantante había sido (y seguía siendo) poeta. Y, pese a mi rudimentario inglés (que más de cuatro décadas después no ha mejorado mucho más), me empeñé en traducir las letras, empezando, desde luego, por el hipnótico tema que abre el disco, Bird on the wire y así descubrir que ese tipo, como un pájaro posado en el alambre o un borracho en un coro de medianoche había intentado su propio modo de ser libre. Es curioso, me aprendí de memoria ese estribillo de tres versos ( Like a bird on the wire, / like a drunk in a midnight choir / I have tried in my way to be free) que he tarareado incontables veces durante toda mi vida, preguntándome siempre por qué coño un pájaro posado en un alambre o un borracho en un coro de medianoche son referencias de la búsqueda de la libertad, sin llegar a saberlo –en realidad sin ponerme a investigarlo– hasta ahora mismo, mientras dedico el tiempo a leer sobre Leonard inmerso en el sonido de su música.

  
Bird on the wire - Leonard Cohen (Songs from the Room, 1969)

En septiembre de 1960, Cohen, veintiséis años recién cumplidos, compró una casa en la pequeña isla griega de Hydra. No sé por qué se le ocurrió ir a esa roca casi pegada a la península de Argos y no muy lejos de Atenas. Tal vez había leído El Coloso de Maroussi, una de las mejores obras de Henry Miller en la que cuenta su estancia en Grecia unos meses de 1939 invitado por Lawrence Durrell. Miller dio un salto a la pequeña isla y nos dejó una descripción que, al releerla ahora, me recuerda que en su momento me provocó ganas de ir a conocerla (pero todavía no he estado en Grecia): “Hydra es casi una roca desnuda y su población, casi exclusivamente marineros, está disminuyendo rápidamente. La ciudad, inmaculada, se agrupa sobre el puerto en forma de un anfiteatro. Sólo dos colores, azul y blanco, y el blanco es blanqueado todos los días, hasta los adoquines de la calle. Las casas son aún más cubistas que en Poros. Estéticamente es perfecta, el epítome de esa anarquía intachable que reemplaza, porque los incluye y los trasciende, todos los arreglos formales de la imaginación. Esta pureza, esta perfección salvaje y desnuda de Hydra, se debe en gran parte al espíritu de los hombres que una vez dominaron la isla”. En fin, que Cohen se desplazó a Hydra desde Montreal donde llevaba ya unos años –tras haber acabado la universidad canadiense y haber pasado un tiempo en la neoyorkina de Columbia– trabajando y escribiendo poesía. Su abuela acababa de morir y le había dejado un dinero, lo que le permitió pagar los 1500 dólares que le costó la casa de tres plantas y con una gran terraza desde la que se veían las montañas y el resto de las edificaciones de la población, tan resplandecientemente blancas.
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En la isla no había agua corriente y sólo una hora de electricidad por las mañanas y otra por las tardes. Tampoco había teléfono, pero al poco de llegar Leonard con Lena, su novia de entonces, empezaron a colocar los postes y enseguida los cables. Esos cables representaron para Cohen la civilización, las ataduras del mundo actual de las cuales era imposible liberarse por mucho que se intentase, incluso aún mudándose a una mínima isla del Egeo. Un día, desde su ventana, vería al primer pájaro que se posaba en uno de esos nuevos cables de teléfono y se le antojaría un símbolo de libertad. En cuanto al borracho en un coro de medianoche parece que la explicación es bastante más prosaica: alude a los cánticos de los jóvenes extranjeros bohemios instalados en Hydra mientras subían las interminables escaleras desde el puerto, después de abundantes ingestas alcohólicas. Entre esos extranjeros con los cuales había amistado Leonard había una pareja noruega, Marianne Ihlen y Axel Jensen, un escritor y su bella musa. Se habían casado muy jóvenes contra la voluntad de sus familias e inmediatamente (en 1958) se trasladaron a la isla. Parece (porque hay distintas versiones) que Axel se enrolló con Lena y abandonó a su mujer; Leonard se encontró a Lena llorando y ambos se consolaron mutuamente. Posteriormente, ambos reconocerían que se enamoraron desde que se vieron, pero que la historia fue “una bonita película lenta”. El caso es que vivieron juntos unos años y, cuando rompieron, Leonard escribió su preciosa So long, Marianne, que aparecería en su primer disco (Songs of Leonard Cohen); pero de Marianne ya hablaré en otro post.

Porque en este post, el primero en homenaje al gran cantautor desaparecido, me limito a recordar mi primer encuentro con él, con ese su segundo disco que ya por entonces tenía cinco años. Luego, ese mismo verano, escuché el primero y a lo largo de quinto de bachillerato conocí los dos siguientes, Songs of love and hate y New skin for an old ceremony. Esos cuatro álbumes fueron para mí la discografía completa de Leonard Cohen durante la universidad y luego, en los primeros ochenta, bajó un tanto la intensidad de mi relación, pero la volví a recuperar con entusiasmo a finales de esa década y desde entonces. Acabo con la traducción del pájaro en el alambre y con la versión que de la canción hizo Judy Collins, antes incluso de que Cohen la publicase.
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Bird on the wire - Judy Collins (Who Knows Where the Time Goes, 1968)
 
Como un pájaro en el alambre / como un borracho en un coro de medianoche / he intentado a mi modo ser libre.
Como un gusano en un anzuelo / como un caballero sacado de algún viejo libro / he guardado todas mis cintas para ti.
Si he sido desconsiderado / espero que puedas perdonarme / Si he sido falso / espero que sepas que nunca lo fui contigo.
Como un bebé nacido muerto / como una bestia con su cuerno / he desgarrado a todos los que se acercaron a mí.
Pero juro por esta canción / y por todos mis errores / que rectificaré por ti.
Vi a un mendigo apoyado en su muleta de madera / me dijo: no debes pedir demasiado / Y vi a una bella mujer apoyada en su puerta oscura / me gritó: hey, ¿por qué no pides más?
Como un pájaro en el alambre / como un borracho en un coro de medianoche / he intentado a mi modo ser libre.

8 comentarios:

  1. Comparto tu entusiasmo por Cohen, canadiense, judío y ardiente admirador de Lorca, que fue primero poeta y luego cantor cuando se tropezó en España con uno con guitarra. Le charé de menos

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    1. Fue, en efecto, poeta antes que cantante, aunque para él ambas cosas son casi lo mismo, en estricta sujección a la tradición de la antigua Grecia (¿o del antiguo Israel?). De todos modos, desde su adolescencia cantaba y tocaba la guitarra, aunque mal (la aporreaba, según sus propias palabras). Como dices, las cosas cambiaron cuando se tropezó con un español con guitarra, pero no fue en España sino en su Montreal natal. Él mismo lo contó en Oviedo, en el discurso con motivo del premio Príncipe de Asturias; te lo transcribo:

      "Pero un día, a principios de los 60, estaba de visita en casa de mi madre en Montreal. Su casa está junto a un parque y en el parque hay una pista de tenis y allí va mucha gente a ver a los jóvenes tenistas disfrutar de su deporte. Fui a ese parque, que conocía de mi infancia, y había un joven tocando la guitarra. Tocaba una guitarra flamenca y estaba rodeado de dos o tres chicas y chicos que le escuchaban. Y me encantó cómo tocaba. Había algo en su manera de tocar que me cautivó. Yo quería tocar así y sabía que nunca sería capaz. Así que me senté allí un rato con los que le escuchaban y cuando se hizo un silencio, un silencio apropiado, le pregunté si me daría clases de guitarra. Era un joven de España, y solo podíamos entendernos en un poquito de francés, él no hablaba inglés. Y accedió a darme clases de guitarra. Le señalé la casa de mi madre, que se veía desde las pistas de tenis, quedamos y establecimos el precio de las clases.

      Vino a casa de mi madre al día siguiente y dijo: «Déjame oírte tocar algo». Yo intenté tocar algo, y él dijo: «No tienes ni idea de cómo tocar, ¿verdad?». Yo le dije: «No, la verdad es que no sé tocar». «En primer lugar déjame que afine la guitarra, porque está desafinada», dijo él. Cogió la guitarra y la afinó. Y dijo: «No es una mala guitarra». No era la Conde, pero no era una guitarra mala. Me la devolvió y dijo: «Toca ahora». No pude tocar mejor, la verdad. Me dijo: «Deja que te enseñe algunos acordes». Y cogió la guitarra y produjo un sonido con aquella guitarra que yo jamás había oído. Y tocó una secuencia de acordes en trémolo, y dijo: «Ahora hazlo tú». Yo respondí: «No hay duda alguna de que no sé hacerlo». Y él dijo: «Déjame que ponga tus dedos en los trastes», y lo hizo «y ahora toca», volvió a decir. Fue un desastre. «Volveré mañana», me dijo.

      Volvió al día siguiente, me puso las manos en la guitarra, la colocó en mi regazo, de manera adecuada, y empecé otra vez con esos seis acordes –una progresión de seis acordes en la que se basan muchas canciones flamencas–. Lo hice un poco mejor ese día. Al tercer día la cosa, de alguna, manera mejoró. Yo ya sabía los acordes. Y sabía que aunque no podía coordinar los dedos para producir el trémolo correcto, conocía los acordes, los sabía muy, muy bien.

      Al día siguiente no vino, él no vino. Yo tenía el número de la pensión en la que se hospedaba en Montreal. Llamé por teléfono para ver por qué no había venido a la cita y me dijeron que se había quitado la vida, que se había suicidado. Yo no sabía nada de aquel hombre. No sabía de qué parte de España procedía. Desconocía porqué había venido a Montreal, porqué se quedó allí. No sabía porqué estaba en aquella pista de tenis. No tenía ni idea de porqué se había quitado la vida. Estaba muy triste, evidentemente".

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    2. Entendido. Esa canción la compuso en la elitista isla griega de Hidra.

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    3. Sí claro. Es justamente lo que cuento en el post.

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  2. En Twitter se dice de cachondeo que 2016 es un año olvidable por la elección de Donald Trump y el Brexit, además de todas esas muertes. ¡Lástima!

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    1. En realidad, en todos los años ocurren cosas más que suficientes para hacerlos inolvidables.

      Por cierto, cuando hablas de que en Twitter "se dice" no termino de entenderlo (es que no lo uso). Se supone que son millones los que usan twitter, o sea que eso lo dirán algunos en concreto, no?

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    2. Lo mismo opino. Buena observación, es que la inteligencia "colectiva" es así: al final predomina lo que opinen tres gurús, o sea, "enteraos" con pretensiones de "intelectuales", que también lo he dicho en el blog de Lansky.

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