lunes, 14 de noviembre de 2016

Leonard Cohen y Judy Collins

Leonard Cohen fue un hombre de letras, un escritor. Aunque escribió novelas, su más intensa vocación era la poesía. De hecho, antes incluso de acabar sus estudios de literatura inglesa en McGill University publicó su primer poemario –Let us compare Mithologies (1956)– que recibió muy buenas críticas, como también los que siguieron: The spice-box of Earth (1961) y Flowers for Hitler (1964). Llegaron a considerarlo uno de los poetas jóvenes canadienses con más aptitudes. Pero la poesía difícilmente da para comer y quizá una de las pocas consecuencias buenas de esta lamentable (y universal) situación haya sido empujar a Cohen al mundo de la canción popular; al menos así lo confesó él mismo en 1971: “me resultaba cada vez más difícil pagar las cuentas de la tienda de comestibles”. También es verdad que el fenómeno que se vivió en el Greenwich neoyorkino durante los primeros sesenta había llamado la atención de Leonard; a caballo durante esos años entre la isla griega de Hydra y Canadá (también Londres), más de una vez se diría que él quería participar de esa movida. Y sí, iría al Greewich pero bastante más tarde, cuando Dylan y sus contemporáneos ya no estaban allí. Se ha hablado mucho de las similitudes entre Dylan y Cohen –ambos eran judíos, ambos magníficos letristas, a ambos les gustaba usar sombrero– pero, en realidad, eran muy distintos. No sólo había una diferencia de edad de seis años y más si la referimos a sus respectivos inicios en la música (Dylan con veinte, Cohen con treinta y tres), sino unos orígenes sociales e inquietudes vitales muy diferentes. Aún así, se admiraron mutuamente; en especial Leonard a Bob.

  
Suzanne - Judy Collins (In my Life, 1967)

Pero volvamos al (no tan) joven poeta que quiere convertirse en cantante. La persona fundamental en el inicio de su carrera, la que con mayores méritos merece ser calificada como su “madrina artística”, fue sin duda Judy Collins. Debemos remontarnos a 1966, a finales de mayo. Judy estaba por entonces trabajando en el que sería su quinto álbum, In my Life; con veintisiete años recién cumplidos era ya una de las voces consagradas del folk norteamericano, no una estrella de primera fila, pero sí sobradamente reconocida como intérprete. Como cuenta en su biografía (Sweet Judy Blue Eyes, my life in music, 2011), solía escuchar bastantes temas de compositores jóvenes, atenta a encontrar canciones que pudiera hacer suyas. Desde hacía un tiempo, Mary Martin, una amiga canadiense muy activamente involucrada en el music-business le venía hablando de un tal Leonard Cohen. Un poeta con mucho talento, le decía, y además ha publicado un par de novelas; lee poesía en esos pequeños clubs de Montreal y de Toronto, pero cree que ha escrito algunas canciones y le gustaría que las escucharas. Incluso le facilitó sus dos novelas – Beautiful losers y The favorite game– que a Judy le encantaron pero no le dieron ninguna pista sobre sus habilidades como compositor de canciones. En todo caso, ante la insistencia de Mary, la cantante aceptó que el poeta canadiense fuera a visitarla a su apartamento en Nueva York.

  
Suzanne - Leonard Cohen (Songs of Leonard Cohen, 1967)

Cuenta Judy que cuando le abrió la puerta se encontró con un tipo apuesto, ligeramente inclinado y en el rostro una sonrisa dulce, atractiva, rara; era, dice ella, la sonrisa de un artista inteligente y sensible. Desde ese mismo instante supo que era especial y también que no le importaba en absoluto que supiera o no escribir canciones. A pesar de no haberse visto nunca, ahí, en el umbral del piso de la Collins, se abrazaron como si fueran viejos amigos. Lo pasó a la sala y lo presentó a un matrimonio amigo que la acompañaba (Michael y Linda Liebman). Judy sirvió bebidas –Leonard pidió vino– y se pusieron a hablar, rompiendo los hielos, conociéndose. Se sentían muy a gusto; al cabo de un rato decidieron salir a cenar y pasaron una deliciosa y divertida velada. Pero lo curioso, lo que extrañó a Judy, es que en ningún momento se refirió Leonard a sus canciones y mucho menos se ofreció a interpretarlas. ¿Quién era ese escritor que había escrito canciones pero que no necesitaba cantarlas? Nada habitual, desde luego, en una época en que cualquiera tenía una guitarra y te cogía por banda para tocarte sus canciones, antes incluso de que tuvieras tiempo de saludarlo. Tanta reserva a Judy la intrigó pero también la cautivó. Pensó que a lo mejor era la timidez lo que le impedía mostrar sus composiciones. O tal vez, se malició, pretendía seducirla antes de dejar que las escuchara. Ella misma reconoce que, si esa fue su táctica, le dio resultado desde el primer momento. Lo cierto es que cuando se despidieron lo invitó a que volviera al día siguiente y probablemente sería ella la que le pediría que le cantara sus canciones.

  
Dress rehearsal drag- Judy Collins (In my Life, 1966)

La noche siguiente, antes de empezar, Leonard empezó confesando sus dudas sobre si lo que había escrito podían considerarse canciones. Luego se sentó en el sofá, apoyó la guitarra en su rodilla y empezó a cantar Suzanne. Dice Judy que entonces se hizo la magia. Luego interpretó Dress reherseal rag, una canción oscura, brutal, auténtica, sobre la contemplación del suicidio, que se te incrusta muy dentro, en las tripas. Judy se quedó anonadada, decidió inmediatamente que las interpretaría en el disco que estaba grabando y así lo hizo, de modo que fueron los dos primeros temas de Cohen en publicarse, pero no cantados por él (Suzanne lo grabaría en su primer disco al año siguiente, mientras que Dress reherseal rag habría de esperar hasta 1971 en Songs of Love and Hate). Judy Collins ha escrito en sus Memorias que se siente agradecida de no haberse enamorado de Leonard como se enamoró de sus canciones. Añade que podría haberlo hecho, que tenía ese encanto, ese brillo en los ojos, ese aire enigmático de quien oculta secretos … Todos los atributos que poseen los hombres hacia los que más se ha sentido atraída, hombres con enorme sex appeal, terriblemente inteligentes y divertidos, y que parecen estar destinados a entrar y salir constantemente de la vida de las mujeres que los aman. Adoró a Cohen, dice, pero no cayó en la pasión que le habría traído problemas. Lo cierto es que, a partir de ahí, mantuvieron una estrecha amistad que ha durado toda las vida. Conociendo la facilidad que tenía Leonard con las mujeres, a uno le queda la sospecha de si la preciosa y tierna muchacha de ojos azules (recuérdese la magnífica canción que le compuso Stephen Stills un par de años después) nocruzó, siquiera alguna vez, el límite de la amistad platónica.

  
Dress rehearsal drag - Leonard Cohen (Songs of Love and Hate, 1971)

El In my Life de Judy Collins tuvo muy buena acogida y fue disco de oro al año siguiente, en 1967, lo que hizo que el nombre de Leonard Cohen empezara a sonar en el ambiente folkie neoyorkino y estadounidense. Durante esos meses, Leonard viajó con frecuencia a Nueva York, alojándose en el celebérrimo Chelsea Hotel (ya dedicaré un post a la canción alusiva y al episodio que la motivó). Durante esas estancias ambos amigos solían pasear juntos por el Greenwich y Judy le insistía en que debía animarse a interpretar sus canciones pero él siempre se negaba, pensaba que se moriría de vergüenza ante el público. En abril del 67 se organizó en el Town Hall de Manhattan un concierto contra la guerra de Vietnam. Esta vez Judy lo acorraló y, pese a sus reiteradas negativas consiguió que a regañadientes aceptara. Ella lo presentó y él, con la camina colgada sobre sus caderas, caminó vacilante por el escenario, las piernas temblándole dentro de los pantalones. Empezó a cantar Suzanne ante un respetuoso y expectante silencio, pero enseguida, a mitad de la primera estrofa, se detuvo. No puedo seguir, musitó por el micrófono, y salió del escenario. El público reaccionó de inmediato: aplaudían, le pedían que volvieran, le decían que era genial. Mientras Leonard, abrazado a Judy, la cabeza en sus hombros, sollozaba y le repetía que no podía, que no podía. Luego se separó y sonrió, exhibió su hermosa y seductora sonrisa, mientras empezaba a desembarazarse de la correa de la guitarra. A Judy le pareció que era un niño de diez años; lo detuvo y sujetándolo por los hombros le dijo: crees que no puedes hacerlo, pero sí puedes y lo harás. Leonard la miró, volvió a sonreír y volvió al escenario. Terminó la canción entre atronadores aplausos. Desde entonces no dejó de ofrecer conciertos, algunos magníficos (estoy recordando ahora el magnífico de 2008 en Londres, con setenta y tres años). De esa primera actuación no parece que haya grabaciones disponibles; a cambio, he encontrado una actuación de ambos en televisión cantando Suzanne diez años después de lo que cuento en este post.


6 comentarios:

  1. Dentro de lo poco que conozco la "música anglosajona", especialmente la norteamericana, Leonard Cohen era, sin duda, con el que más he conectado siempre. Musicalmente me resulta mucho más próximo e interesante que Dylan, por ejemplo.

    (Ayer leí en Facebook a un cachondo que decía que admiraba a los seguidores de Cohen por ser capaces de distinguir cuando cantaba de cuando estaba muerto. No pude evitar que me hiciera gracia, pero personalmente me gustaba mucho esa forma suya apacible, casi adormilada, de cantar).

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    1. En la línea del comentario irónico de tu amigo de facebook: uno de los records que se le atribuye a Leonard Cohen es el de ser el más escuchado por los suicidas justo antes de suicidarse.

      De todas maneras, la carrera de Cohen ha sido larga. En sus cuatro primeros discos (los que asocio a mi primera juventud como cuento en el post anterior) canta casi adromilado, en efecto. Pero a partir de ahí se aprecia una evolución, una de cuyas características es que le va dando un poco más de marcha a su manera de cantar (sin pasarse, claro).

      Cohen tiene unas letras magníficas, aunque también Dylan. En cuanto a las melodías (que para tí prevalecen) pienso que son más ricas las de Dylan. En todo caso, es tonto hacer comparaciones. Cohen me gusta mucho, también.

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  2. Tienes razón, puede establecerse un cierto paralelismo, aunque Atahualpa fue a París en 1950, dieciséis años antes que el traslado de Cohen desde Montreal a Nueva York; otra diferencia es que don Ata tenía por esas fechas diez años más que Cohen y, sobre todo, una larga carrera como cantautor a cuestas mientras que el canadiense pretendía iniciarla.

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  3. Vaya viaje, la historia y las canciones. Gracias. Una se queda siempre huérfana, tras otro referente que en el mismo año se va. Vanbrugh, yo leí en facebook el día de la muerte: "hoy será el día en que todo el mundo se hará fan de Cohen" y pensé, primero "ah, ¿pero no somos todos ya fans de Cohen?", y luego, cuando comprendí la insolencia: "¡será capullo!"

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  4. Leonard Cohen es una de mis asignaturas pendientes. No conozco nada suyo más allá de la bonita canción que suena al comienzo del western de Robert Altman "McCabe & Mrs. Miller".

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