domingo, 11 de junio de 2017

¿El estrangulador de Boston en Bangor House?

Marzo de 1965. Effie MacDonald trabaja como camarera de piso en la Bangor House. Había nacido cincuenta y cuatro años antes en Houlton, una pequeña ciudad doscientos kilómetros al Norte de Bangor, junto a la frontera con la provincia canadiense de Nuevo Brunswick. Estuvo casada pero se divorció en 1956; sin hijos, decidió mudarse a Bangor donde vivía Avis, su hermana menor y sus sobrinos. Alquiló una habitación en la calle Boynton y consiguió trabajo en una pastelería de Ohio Street, hasta que quebró. Entonces la contrataron en el prestigioso hotel para limpiar habitaciones. Una mujer tranquila, de carácter agradable, a la que le gustaba estar con su hermana y sus sobrinos, pero también pasar largos ratos a solas, haciendo crochet. Ese día fatídico, el 18 de marzo, Effie entró a trabajar hacia las nueve de la mañana, como de costumbre. La última vez que la vieron viva fue hacia las doce y media. A las dos de la tarde, el supervisor, preocupado porque no hubiera ido a almorzar (además sabía que tenía problemas de asma), ordenó que la buscaran. La encontraron muerta en una habitación vacía del tercer piso, violada y estrangulada con una de sus propias medios de nylon, que tenía enrollada al cuello con cuatro vueltas.

Vayamos un poco atrás en el tiempo y a otra ciudad, Boston. El 14 de junio de 1962, el hijo de Anna Šlesers, una costurera de 55 años, la encontró muerta en su apartamento; violada con algún objeto y estrangulada con el cinturón de su albornoz. Dos semanas después, descubren a Mary Mullen, una anciana de 85 años, muerta en el sofá de su piso; falleció de un ataque al corazón en brazos del asesino. En la tarde del 30 de junio, dos días después, Chester Steadman telefoneó a su cuñada, Nina Nichols, fisioterapeuta de 68 años, y preocupado por no recibir respuesta alertó a la policía; la encuentran muerta, vestida con una bata rosa rasgada de cintura para abajo, violada con una botella de vino y estrangulada con dos medias que estaban fuertemente apretadas alrededor de su cuello. Ese mismo día aparece otra víctima, Helen Blake, una enfermera de 65 años; también había sido agredida sexualmente y estrangulada con un calcetín y el sujetador. Durante julio y la primera mitad de agosto no hubo crímenes del que ya se conocía como el estrangulador de Boston. Pero el día 19 de agosto, la familia de Ida Irga, 75 años, se preocupa porque no contesta al teléfono; van a su apartamento y la encuentran tumbada de espaldas, las piernas abiertas y separadas por dos sillas, también violada y estrangulada, esta vez con la funda de una almohada. Dos días más tarde se descubre a Jane Sullivan, enfermera de noche en el Longwood Hospital, en la bañera de su casa, de rodillas, la cara y los brazos metidos en el agua, las bragas en los tobillos; llevaba muerta una semana y había sido estrangulada con dos medias de nylon. Hasta diciembre no hay nuevos estrangulamientos. El 5, la compañera de piso de Sophie Clark, una chica de veinte años que trabajaba por el día en un hospital y por la noche asistía a clases en el Carnegie Institute of Medical Technology, la encuentra echada boca arriba, las piernas separadas, vestida con una bata azul rota, estrangulada por una media anudada con una enagua; en la alfombra hay manchas de semen. El 31 de diciembre, Patricia Bissette, de veintitrés años y embarazada de un mes, no se presenta en la empresa de ingeniería donde trabaja y su jefe, inquieto, llama al conserje de su edificio; la encuentran en la cama, con sostén y una bata semiabierta, anudada a su cuello una blusa y sobre ésta, una media y dos calcetines. De nuevo un paréntesis que dura hasta el 6 de marzo de 1963, cuando se descubre a Mary Brown, de 69 años; violada, golpeada en la cabeza, estrangulada y apuñalada con un tenedor que el asesino dejó clavado en su pecho. El mismo día, en su apartamento del área universitaria, le toca a Beverly Samans, terapeuta musical de veintitrés años que estaba preparando su tesis de doctorado (en su máquina de escribir había una página con el irónico título de “aberraciones mentales”); está estirada en su cama, desnuda, las manos atadas a la espalda. Fue estrangulada con dos bufandas de seda y una media de nylon que están anudadas alrededor de su cuello; pero la causa de la muerte fueron dieciséis puñaladas, cuatro en el cuello y doce en el pecho, atravesándole el pulmón izquierdo. Pasan seis meses y el 8 de septiembre, una amiga que había quedado a almorzar con Evelyn Corbin, de 58 años, entra en su apartamento y la encuentra en la cama, una pierna colgando fuera, con dos medias alrededor del cuello y una tercera en su tobillo derecho; violada y estrangulada. El siguiente crimen es el veintitrés de noviembre, un día después del asesinato de Kennedy. La víctima se llamaba Joann Graff, 23 años; sus amigos la habían echado en falta en la noche de la víspera y en la iglesia por la mañana de ese domingo, así que avisaron a la policía: tenía la blusa subida hasta las axilas y dos medias de nylon y un leotardo anudados al cuello. Y acabo ya este macabro inventario con la última víctima, Mary Sulivan, una chica de diecinueve años a la que el 4 de enero de 1964 descubrieron sus dos compañeras de piso (pensaron primero que estaba durmiendo); la estrangularon con una media y dos bufandas.

Trece mujeres estranguladas en poco más de dieciocho meses. Es comprensible el pánico que se vivió en Boston y alrededores y la preocupación e interés que había en todo el país. A finales de octubre de 1964, Albert DeSalvo fue detenido y a principios de marzo de 1965 confesó ser el autor de los estrangulamientos de Boston. No voy a derivar ahora a hablar sobre este hombre, porque entonces nos iríamos de Bangor y, además, requeriría varios posts. Diré solamente que mucha gente pensó que, a pesar de haber cometidos muchos ataques sexuales, él no era el estrangulador o, al menos, no había asesinado a las trece (en julio de 2013, la fiscal general del Estado anunció que los tests de ADN demostraban que los restos de semen en la escena del crimen de Mary Sullivan, la última víctima, eran de DeSalvo). Por eso, aunque era obvio que el detenido DeSalvo no podía haber sido el asesino de Effie MacDonald, dos detectives de Massachusetts se desplazaron a Bangor; no obstante, concluyeron que se trataba de otro asesino porque el crimen de Effie no se correspondía con el patrón de los estrangulamientos de Boston (lo cual me parece mucho decir, porque los trece asesinatos bostonianos fueron de lo más diversos). Algunas personas dijeron haber visto a un extraño merodeando sospechosamente por el hotel esa mañana y dieron su descripción con suficiente detalle como para que los dibujantes de la policía de Bangor hicieran un retrato robot que se publicó en el periódico del día 23 pidiendo la colaboración ciudadana (lo más llamativo eran sus ojos muy saltones). Por su parte, el encargado de la investigación de la policía de Bangor, el detective Clifton Sloane, estaba convencido de que el asesino fue un cliente alojado en el hotel que mató a la limpiadora en un estallido de cólera porque no estaba satisfecho con su habitación. Sloane incluso detuvo a su sospechoso pero tuvo que liberarlo ante la carencia de pruebas sólidas. Más de medio siglo después, el asesinato de Effie sigue sin resolverse.

En mayo de 1963, Zenovia Clegg, de 62 años, apareció estrangulada con su propia bufanda en su habitación del Hotel Woodstock, en el Greenwich neoyorkino. Thomas Cavanagh, detective del NYPD que sirvió de inspiración para el Kojak televisivo, detuvo al asesino, un tal Charles Terry, nacido en 1930 en Waterville, Maine, apenas a una hora de Bangor. Se trataba de un psicópata obsesionado sexualmente con las mujeres mayores pero incapaz de violarlas él mismo (por eso las vejaciones sexuales las hacía con objetos). Era un tipo solitario, desconfiado y desagradable. Entre los 17 y los 19 años se alistó en los marines, pero fue expulsado por robar en un automóvil. A los 21 años fue condenado por violación; salió libre en 1958 pero al año siguiente, con 29, volvió a prisión por asalto a otra mujer. Al quedar en libertad, en 1962, trabajó unos meses en un hotel de Waterville hasta que fue despedido porque no obedecía las órdenes. Entonces, en junio, se fue a Boston, donde permanece hasta el 30 de agosto de ese año. En ese periodo de dos meses y medio son asesinadas las seis primeras víctimas del estrangulador, todas mujeres mayores (entre 55 y 85 años) y todas agredidas sexualmente con objetos; esta primera serie de crímenes sí parece responder a un patrón. Luego viaja hacia el Sur, hasta instalarse por unos meses en Nueva Orleans; estaba en la ciudad el 17 de diciembre cuando se descubre en un motel a una azafata estrangulada. Finalmente, ya en 1963 se desplaza a Manhattan, donde estrangula a Zenovia y es detenido el 6 de junio en un bar. Por esas fechas, la policía de Boston no tenía casi pistas, así que enviaron detectives a interrogar a Terry, pero éste se negó a hablar. Fue condenado a la silla eléctrica pero se le conmutó la pena por la de cadena perpetua. Murió el 15 de abril de 1981 de cáncer de pulmón en la prisión de Attica, NY; tenía cincuenta años.

En resumen, que el asesino de Effie MacDonald en esta Bangor House que acabo de rodear en todo su perímetro, no fue ni Albert DeSalvo ni Charles Terry. He de confesar que cuando me enteré de que el detective Cavanagh estaba convencido de que Terry fue el primer estrangulador de Boston, me entusiasmé con la posibilidad –que enseguida descubrí errónea– de que lo hubiesen arrestado un par de años después, para que hubiera podido volver a su Maine natal y estrangular a Effie. No, no fue ni él ni Albert, pero creo que no podemos concluir rotundamente que el asesino no haya sido un tercer estrangulador de Boston, dado que los siete crímenes comprendidos entre el 5 de diciembre de 1962 y el 4 de enero de 1964 no responden todos al mismo patrón. En cinco de ellos las víctimas son chicas jóvenes (entre 19 y 23 años) mientras que dos son mujeres mayores (de 58 y 69); de otra parte, no todas fueron violadas por el asesino (sí vejadas sexualmente) y algunas fueron brutalmente golpeadas y acuchilladas y otras no. Tras leer los antecedentes de DeSalvo y su enfermiza necesidad sexual, tengo para mí que él no cometió, no ya los 13 asesinatos, sino ni siquiera los siete posteriores a que Terry abandonara Boston. Además del de Mary Sullivan (probado con el ADN), le atribuiría quizá los de Joan Graff (23), Sophie Clark (20) y Patricia Bissette (23). O sea, que me quedan al menos tres crímenes que deben imputarse a un tercer asesino. Un tercer estrangulador de Boston que nunca fue atrapado y tal vez, el 18 de marzo de 1965 se alojó en Bangor House y mató a la pobre Effie MacDonald.

5 comentarios:

  1. Hoy en día se sabe que a veces surge un imitador, motivo por el cual a veces la policía publica detalles falsos sobre los asesinatos para poder descartarlos. No deja de ser siniestro...

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    1. También se sabía entonces. Intuyo que aunque no quedaran todos muy convencidos de la autoría única (más bien yo diría que lo contrario), ya que no encontraban a otros culpables, les vino bien dejar que se pensara que el (único) estrangulador de Boston era Albert DeSalvo. Aunque es significativo saber que nunca se le condenó por serlo (aunque, probablemente, sí lo asesinarían en prisión por eso o para que no cantara demasiado).

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  2. Además de los dos jazzmen que citas, hay un tema inspirado en los sucesos que citas de la prisión de Attica y es Attica State, que justamente es de John Lennon (en realidad de la John&Yoko / Plastic Ono Band).

    No sabía que Chapman estaba en Attica. Veo ahora que lleva pidiendo la libertad condicional desde 2000 y ya se la han denegado nueve veces.

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  3. Es muy recomendable la pelicula que Richard Fleischer dirigio en 1968 sobre el desdichado DeSalvo, muy bien interpretado por un sorprendente Tony Curtis.

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    1. Sí, en efecto es muy buena. Y me parece muy acertado el adjetivo con que calificas la actuación de Curtis (a mí también me sorprendió).

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