jueves, 30 de noviembre de 2017

Crueldad (2)

En “Más allá del bien y del mal” (1886), Nietzsche nos dice que la crueldad, aquel animal salvaje, no ha muerto en absoluto, que lo que denominamos «cultura superior» se basa en la espiritualización y profundización de la crueldad. Viene a decirnos que la cultura lo que hace es la domesticación de la crueldad: “Lo que disfrutaba el romano en el circo, el cristiano en los éxtasis de la cruz, el español ante las hogueras o en las corridas de toros, el japonés de hoy que se aglomera para ver la tragedia, el trabajador del suburbio de París que tiene nostalgia de revoluciones sangrientas, la wagneriana que «aguanta», con la voluntad en vilo, Tristán e Isolda, lo que todos ésos disfrutan y aspiran a beber con un ardor misterioso son los brebajes aromáticos de la gran Circe llamada «Crueldad». De otra parte, Freud también sostuvo que una de las pulsiones intrínsecas del ser humano es la crueldad, la cual relaciona muy estrechamente con la pulsión sexual (“Tres ensayos de teoría sexual”, 1905).

¿Es verdad que forma parte de nuestro ser (del de los humanos) la pulsión de la crueldad? Es decir, ¿tenemos un “instinto básico” que nos hace disfrutar con el sufrimiento? Hago conmigo mismo experimentos mentales, me represento espectador o actor de sufrimientos ajenos y, desde luego, ninguna de esas escenas imaginadas me provoca el más mínimo agrado. Al contrario, algunas de ellas (pienso ahora en determinados pasajes de lectura) me generan profundo malestar que incluso somatizo. Sin embargo, eso no significa que esa pulsión no esté agazapada en los más hondo de mi psique, quizá reprimida como sostendría Herr Sigmund (en tal caso, bendita represión, digo yo). Lo que es cierto es que hay muchas personas que se excitan viendo porno que simula violaciones, y no pocas a las que violar añade una plus de placer al acto sexual. También hay gente que disfruta torturando, espero que pocos. Entonces, esos tipos –muchísimos si ampliamos el abanico– ¿no serían desviados patológicos? Su trastorno, si trastorno cabe llamarlo, ¿no sería, en vez de un fallo de la estructura psíquica, incapacidad de represión de un “impulso congénito”?

En el fondo, me da igual. Quiero decir que puedo aceptar que forme parte de nuestra naturaleza, pero prefiero seguir sosteniendo que es de esa parte diabólica, de nuestra parte inhumana, por más que lo dicho sea una boutade biológica. Pero enseguida me pregunto, ¿acaso no es la compasión también una pulsión básica, primigenia? Y si, como creo, es así, ¿es posible en un mismo individuo que coexistan ambas pulsiones? Como parece que la respuesta es afirmativa, habremos de admitir que la mente humana es capaz de aislar en compartimentos estancos emociones tan contradictorias. Un felón que está violando a una mujer y gozando a causa del sufrimiento de ella no puede, a la vez, sentir compasión por su víctima; sin embargo, de vuelta en su casa, puede llorar angustiado al encontrarse a su hijita enferma. He de aceptar que esto es así pero, sin embargo, reconozco no ser capaz de entenderlo, de “aprehenderlo”. ¿O será que –resabio de mi educación religiosa– no concibo nuestra naturaleza diabólica o, al menos, considero inadmisible que ella nos posea?

Pero el párrafo de Nietzsche (es el 229, para quien quiera releerlo) me vuelve a llevar a una idea muy vieja que, sin embargo, hace tiempo que no escucho en los debates sobre ciertos asuntos, entre ellos y sobre todo, el relativo a los toros. Me refiero a la sublimación (“espiritualización” dice el filósofo) de la crueldad en espectáculos para el consumo. El espectáculo de la crueldad vendría así a saciar, siquiera en parte, las pulsiones de crueldad de los individuos, evitando en consecuencia que necesitaran el ejercicio real de la crueldad. Lo cierto es que, a medida que se han ido sucediéndo las décadas, los espectáculos que consisten en actos de crueldad van sustituyéndose por los que representan tales actos. Las fiestas bárbaras de los pueblos (por ejemplo, la cabra que se defenestra desde el campanario) o la tan culta tauromaquia tendrían su origen, Nietzsche dixit, en la sublimación de la crueldad. El aficionado a los toros, al disfrutar del ceremonioso y maquiavélico sufrimiento que se inflige al animal hasta su muerte final, alimenta su crueldad. Los romanos saciaban la misma pulsión como espectadores del dolor de otros seres humanos. ¿No es lo mismo? “Moralmente” no, sin duda; no es lo mismo hacer sufrir a otra persona que a un animal. Sin embargo, ¿estamos seguros de que la fuente del placer no es la misma? Yo diría que sí.

Hay muchos aficionados a los toros que niegan que el placer que obtienen en una corrida se relacione con el sufrimiento del animal, sino que es de tipo estético. Puedo creerlo, pero me atrevo a suponer que para ser capaz de sentir esa emoción placentera (la estética) han tenido previamente que suprimir o reducir a niveles casi inapreciables la compasión. O sea, quiero suponer que un aficionado a los toros, mientras asiste a la corrida, no percibe el sufrimiento del animal, ha logrado –como decía en el post anterior– “deshumanizarse”. Entonces, todas esas personas que hay en la plaza, ¿son crueles? Podríamos (podrían), en sentido estricto, sostener que no, toda vez que su placer no proviene del padecimiento de la res. Sin embargo, aunque sea forzar los límites semánticos del término, yo diría que la suya podría calificarse como crueldad pasiva o derivada. Porque, me pregunto, ¿qué pasaría si a esos aficionados se les “obligara” a percibir el sufrimiento del toro? En ese momento, la compasión (si la tienen) habría de generarles un malestar que imposibilitara el que llaman goce estético; si no es así, algo me hace sospechar que uno de los componentes de ese deleite es, lo confiesen o no, precisamente el sufrimiento. Cabe imaginar varios “experimentos mentales” a los que someter a los taurinos para intentar deslindar cuánto de su placer es debido a sus crueldades personales, por más que éstas hayan encontrado en la afición a la fiesta un sublimación respetable, socialmente aceptada (cada vez menos). En todo caso, estos “crueles pasivos o derivados” quizá no sean estrictamente crueles –sin duda no son tan condenables como los verdaderamente crueles– pero intuyo que son farsantes de sí mismos.

Retomo el párrafo de Nietszche para plantear una duda: si es verdad que la civilización ha ido sublimando la crueldad instintiva del ser humano (el que me aferro a seguir llamando su naturaleza diabólica) a través de actos sociales de crueldad ritualizada y si, por otra parte, muchos de estos actos van siendo suprimidos porque repugnan a una sensibilidad más compasiva cada vez socialmente mayoritaria, ¿no estaremos forzando a los crueles a buscar sus fuentes de placer mediante actos mucho más dañinos? Para responderse creo que han de ponerse sobre la mesa bastantes factores, que ya los expondré en una próxima entrega.

7 comentarios:

  1. A estas alturas de la vida no creo que nadie deba tomarse en serio ni a Nietzsche ni a Freud, aunque sólo sea porque los tiempos en que el intelectual era un señor que, sentado un sillón, deducía que el alma era
    una mónada, tenía siete partes o quizás estaba en un plato de habas han pasado por fortuna, muy a pesar de los lloriqueos de tres o cuatro cancamuseros que matarían por tener ellos su propio cultillo de papafritas.

    De hecho, al argumento de Nietzsche se le podría dar la vuelta y decir que la cultura superior también es la sublimación de la compasión o la solidaridad. ¿Cuántas obras sublimes tratan del amor o de los afanes de un pobre diablo que acaba triunfando contra toda expectativa? Y antropológicamente, diría que los rituales crueles están más relacionados con una especie de magia simpática que trata de prevenir adversidades desprevenidas, por así decirlo, provocando males controlados.

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    1. Hay asuntos -y entre ellos las cuestiones morales- en los que poco influye el progreso de los conocimientos. De hecho, las reflexiones que se han venido haciendo sobre ese tipo de temas siguen siendo vigentes desde los tiempos de los griegos.

      De otra parte, tampoco es que citara a Nietszche o a Freud como autoridades incuestionables.

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  2. Yo creo que tanto la crueldad como la compasión son pulsiones básicas de la especie, posibilidades que tiene cualquier individuo por el hecho de ser humano, pero que no se dan por igual en cada individuo concreto. Igual que la especie humana tiene la capacidad de hacer música, de razonar de manera abstracta y de escalar montañas, sin que eso signifique que esas capacidades se dan por igual en todos los individuos: los hay con buen oído y con malo, con mucha o con poca capacidad de abstracción, muy hábiles escaladores o negados totales, ser cruel y ser compasivo son posibilidades humanas, que se presentan en cada individuo con más o menos intensidad.
    Jurídica y socialmente no es lo mismo hacer sufrir a otra persona que a un animal, porque hemos convenido en que es más importante proteger del sufrimiento y de la muerte a los seres humanos que a los animales. Pero moralmente, en mi opinión, es exactamente lo mismo. Quien disfruta torturando a un gato o a un perro, estoy convencido, disfrutaría también torturando a un ser humano. No lo hace -en general; desgraciadamente hay algunos que sí lo hacen- por convenciones sociales interiorizadas y, sobre todo, porque las consecuencias sociales y penales son muy distintas en los dos casos. Pero creo que quien se limita a torturar animales no es menos cruel ni mejor persona que quien tortura personas, es solo más prudente o con menos posibilidades.

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    1. Me estoy preocupando, porque coincido plenamente con tus últimos comentarios.

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    2. Tranquilo, pasa a veces. No es grave, creo.

      (A mí me viene pasando desde que nací, y aquí me tienes...)

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  3. Si soy honesto, lo decía más por Freud, que intentó disfrazar de ciencia lo que en muchos casos eran obsesiones particulares. Vale que, como dicen los mejores psicólogos, la psicología sea una ciencia muy problemática porque, como te admitirán, algunos de los experimentos más sonados, como el de Zimbardo, son en realidad no replicables cuando no directamente manipulaciones para justificar ciertas ideologías... Pero lo de Freud ya era sospechosos hasta para cierta gente lúcida de su propia época y ha triunfado porque, como dijo una vez Lansky en su blog, literariamente parecía tener mucho talento y derrochaba cierta gracia.

    Sí, las mónadas son de Leibniz (un filósofo, en Twitter, decía que nacía del cálculo infinitesimal, que Leibniz desarrolló), pero las crearon los griegos, donde significaba "unidad". Las siete partes hace referencia a ciertas filosofías que aseguran que el alma tiene varias partes, creo que era una creencia de algún pueblo americano, y el plato de habas a Pitágoras y su supuesta negativa a comerlas por considerarlas dotadas de alma (también los Pitagóricos hablaron de mónadas).

    Sí, me hago cargo de que Nietzsche habló así porque no dejó de heredar cierto pensamiento muy influido por la justificación religiosa del mundo (incluyendo hechos como el famoso terremoto de Lisboa, que incluso es uno de los capítulos de Cándido de Voltaire). Pero más que con él, me meto con el pedante del que hablo al final del párrafo, ese tipo de persona que le gusta decir que es "políticamente incorrecto", ya que lo de "enfant terrible" ha pasado de moda, como hablar en francés, y que muchas veces es más bien bastante gilipollas, más orientado a provocar y dar que hablar a llegar a alguna conclusión verdadera. Es este pedante quien estropea la filosofía, haciéndola un concurso por llegar al párrafo más abstruso o agresivo, mostrando un absurdo culto por Nietzsche y otros, cuando a este y al resto no les habría hecho ni pizca de gracia.

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  4. Menuda parrafada, Joaquín. De todos modos, insistes en usar una acepción de cruel más amplia que la estricta, que es la que uso en los posts. Si tú atacas con saña a quien ha hecho daño a tus seres queridos no considero que seas cruel, porque aunque el "placer" que obtienes podría provenir del dolor de tu víctima, sería indirectamente, como venganza. Los verdaderamente crueles son los que causan dolor porque eso les produce placer (activos) y los que asisten al sufrimiento por la misma razón (pasivos).

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