Etapa 1: La Laguna ─ Tegueste
Llego a La Laguna hacia las cinco y cuarto de la tarde. Aparco en la calle Santo Domingo, casi enfrente de la ermita del mismo nombre, erigida a principios del XVI (declarada monumento en 1986). Camino hasta la plaza del Adelantado, construida también por las mismas fechas como plaza mayor y polo central de la Villa de Abajo. Estoy frente al Ayuntamiento lagunero, el edificio mandado erigir por Alonso Fernández de Lugo para albergar el Cabildo de la Isla: he decidido que el principio y fin de cada etapa sea en la casa consistorial del núcleo urbano correspondiente. Tomo la calle de La Carrera, cuyo primer tramo estaría en cualquier catálogo de las calles más bellas del mundo: a mano derecha el muro encalado y ciego del convento de Santa Catalina y a mano izquierda un conjunto de magníficas casonas que ahora forman el complejo consistorial. Por cierto, el nombre oficial de este eje principal del Centro Histórico es el de Obispo Rey Redondo (1834-1917), un burgalés que ocupó la diócesis tinerfeña desde finales del XIX hasta su muerte; pero casi nadie lo conoce por ese nombre. El nombre anterior de La Carrera se debe a las muy populares “carreras de sortijas” (o de cintas de caballo), un ejercicio de destreza en el que el jinete debía ensartar en una vara corta (de unos 20 cm.) una anilla o sortija pendiente de una cinta enrollada en un carrete anclado a un poste horizontal a unos tres metros de altura. En esta calle se celebraron estos concursos hasta el siglo XVIII, cuando se adoquinó.
Recorro en unos diez minutos, a paso calmo –es sábado y los laguneros pasean por La Carrera– los ochocientos metros que separan la plaza del Adelantado de la más antigua de La Concepción, foco original del poblamiento de la ciudad (la Villa de Arriba). Doblo a la derecha por la calle Los Bolos y de nuevo a la derecha por San Agustín. Estoy en la plaza de la Junta Suprema de Canarias, en homenaje a la que se constituyó en 1808 en reacción contra la abdicación de Carlos IV en José Bonaparte (por cierto, hay quienes opinan que la primera manifestación del nefasto y aún presente pleito insular fue con motivo de la creación de esa Junta). Enseguida doblo a la izquierda por Rodríguez Moure (sacerdote e historiador lagunero, 1855-1936) y tras dos cortas cuadras llego a otra de mis calles preferidas en esta ciudad: el Camino Largo, aunque su nombre oficial sea avenida de la Universidad. Este bonito viario, con un paseo central flanqueado por espectaculares palmeras centenarias y dos vías laterales, fue urbanizado en la segunda década del siglo pasado siguiendo el trazado de uno de los antiguos senderos que conectaban la ciudad con los terrenos agrícolas de La Vega lagunera. Recorro el primer tramo, hasta la calle Concepción Salazar, justo antes de la parcela en la que se disponen las cuatro viviendas proyectadas en 1962 por Rubens Henríquez, una de las mejores muestras de la arquitectura del Movimiento Moderno en Tenerife.
La calle Concepción Salazar también es muy agradable, aunque lleva ya muchos años pidiendo a gritos que la reurbanicen (yo la peatonalizaría pues es muy estrecha); tiene unos árboles magníficos y también unos estupendos chalés en sus márgenes; estamos en dominio de los laguneros pudientes. María Concepción Salazar y Chirino, por cierto, fue la viuda de unos de los próceres del XIX, Fernando Nava y Grimón, y la Laguna la ha honrado con esta calle porque a su muerte, en 1911, donó a la ciudad la casa de Mesa, en el número 7 de la calle de La Carrera a fin de dedicarla a colegio para niños pobres. Cubiertos los trescientos cincuenta metros de esa calle salgo al estadio municipal Francisco Peraza, más conocido como La Manzanilla. Francisco Peraza fue uno de los futbolistas pioneros en Tenerife, a principios del siglo pasado; al llegar la República perteneció a la Unión Republicana e, integrado en el Frente Popular, formó parte del último Ayuntamiento lagunero antes de la Guerra Civil. Tras el triunfo del levantamiento militar en Canarias, Peraza sufrió cárcel y represalias, y finalmente se exilió en Venezuela. Curiosamente, fue el Ayuntamiento franquista de 1969 el que le dio al estadio lagunero su nombre actual (ya había pasado suficientemente tiempo, supongo).
Sigo por otra de mis calles favoritas, el Camino Fuente Cañizares, que también merecería ser liberada de los funestos coches. La Fuente Cañizares era originariamente un manantial que desaguaba las escorrentías de la montaña de San Diego y que el capitán Fernando Cañizares, gobernador de la Isla, ordenó cerrar y limpiar para destinarlo al abastecimiento urbano. En 1776 se reedificó, cerrándose con el muro que aún se mantiene. En esta calle está la casa del pintor Pedro González, uno de los grandes del española. Además fue el primer alcalde de La Laguna en la Democracia, con el partido socialista. Yo estuve en su casa poco después de que dejara el cargo, a finales de los ochenta, acompañando a un amigo periodista que, en aquellos tiempos estaba muy implicado en conspiraciones políticas. Más o menos por la misma época, a través de la que entonces era mi mujer, conocí a su hijo, Pedro Zerolo. Lo gracioso es que pasaron unos cuantos años antes de que me enterara de que eran padre e hijo. Los dos están muertos.
Llego a la Avenida de San Diego, a la que el título le viene demasiado grande. Se trata de un eje recto que nace en San Agustín (a la altura de la plaza de la Junta Suprema, por donde antes pasé) que era uno de los puntos desde los que salía de la ciudad. El entonces llamado Camino de San Diego daba acceso a las fincas agrícolas de esa parte de la fértil vega lagunera y llevaba ese nombre porque en su extremo Norte, al final de sus mil cuatrocientos metros de longitud, se había erigido a mediados del XVII el convento de San Diego del Monte, gracias a la herencia de las tierras de Juan de Ayala a favor de los franciscanos descalzos. Recorro los 600 metros del último tramo de la “avenida” entre chalés de distintas calidades y facturas (uno de ellos, ya hacia el final, “la casa del ganadero”, donde radica el Servicio Técnico de Ganadería y Pesca del Cabildo) hasta topar con el muro y reja del antiguo complejo monacal, del que en la actualidad solo resta la ermita. Fue a raíz de la Desamortización que impulsaron los gobiernos del Trienio Liberal que en la Isla se suprimieron los conventos. Este de San Diego se hallaba muy deteriorado y fue subastado; en 1839 toda la propiedad pasó a manos privadas y hasta hoy. Cuando, hace unos años, dirigía los trabajos del Plan General municipal, mantuve un par de reuniones con los propietarios, con la finalidad de alcanzar algún tipo de fórmula urbanística que permitiese convertir la ermita en dotación pública; no se llegó a nada. Aunque he visto fotos y leído descripciones del templo, lo cierto es que nunca he entrado.
A partir de aquí me dispongo a salir del perímetro urbano y entrar en suelo rústico (deformación profesional); según Wikiloc (estoy grabando la ruta en el móvil), llevo hechos 3.600 metros. Giro a la izquierda siguiendo el muro de la ermita y enseguida a la derecha, por un sendero de tierra muy estrecho (no llega a un metro) que discurre hacia el Noroeste, entre tuneras, zarzas y diversa vegetación silvestre. A mano derecha se supone que deberían estar los restos del muro del antiguo convento, pero no lo veo. Ese muro es objeto de una de las leyendas laguneras: dice la tradición que siempre lo reconstruían y siempre, al día siguiente, aparecía derruido. Parece que quien rompía las piedras empujándolas hacia fuera era el mismo Diablo, para permitir que las brujas, en las noches de aquelarre, entraran al convento a bailar en el conocido como “Llano de las Brujas”; no pocas de las mujeres que se supone que frecuentaron estos lugares fueron sentenciadas por la Inquisición. Pero, como ya he dicho, ni vi el muro, ni me adentré a buscar el Llano de las Brujas ni mucho menos se me apareció Satán. En cambio, lo que sí hice fue empezar a sudar porque el camino se empina cada vez más y a arañarme unas cuantas veces con las zarzas. Ese tramo es la subida al Monte de San Diego, uno de los promontorios de la estribación que desde Las Mercedes hasta Guamasa constituye la barrera montañosa que separa el término municipal de La Laguna del de Tegueste. Lo cierto es que en este primer municipal el sendero está en pésimo estado, aunque lo tienen en su catálogo de rutas municipales (da la impresión de que no se transita con frecuencia); en fin, otro tirón de orejas entre los muchos que mentalmente le tengo dados al Ayuntamiento de Aguere. Sigo subiendo y paso junto a una antigua cantera de toba roja para poco después alcanzar la cima (700 metros, según la wikiloc) y disfrutar de una magnífica vista de la vega lagunera y la ciudad detrás.
Empiezo el descenso. Durante unos doscientos metros el sendero discurre sobre rocas con bastante pendiente; hay que ir con cuidado para evitar torceduras de tobillo. Superado ese tramo se llega a un recodo donde el pavimento es de hormigón (para dar acceso a una vivienda): estamos en el camino de Peñuelas; un poste nos informa de las distancias a Tegueste y a La Laguna.Poco más adelante, el hormigón deja paso al asfalto y las casas en los márgenes son cada vez más frecuentes hasta desembocar en la carretera general a Punta del Hidalgo (la TF-13). Este de Peñuelas es uno de los tres caminos reales que conducían al valle de Tegueste a mediados del XIX, según nos cuenta Antonio Pereira Pacheco en su “Noticia Histórica de Tegueste” (1854). Mientras los otros dos –el de la Cantera y el del Portezuelo– se corresponden en la actualidad con sendas carreteras, éste que acabo de recorrer no debe ser muy distinto hoy de lo que escribía el cronista: “…es una bajada bastante pendiente, está empedrado como de causalidad, ya una piedra redonda grande, ya otra pequeña, ya se elevaba un risco agudo, ya aparece un chapatal de agua de las propiedades colindantes, en término que con sólo estar serenado es bastante para caer los caminantes, como caen, y es el camino frecuentado diariamente en verano e invierno, así de los vecinos de Tegueste el viejo y nuevo, como de los de Tejina”.Lo cierto es que hasta la aparición de los vehículos a motor (y las carreteras) el camino de las Peñuelas fue la comunicación más importante entre la antigua capital de la Isla y los núcleos de Tegueste, Tejina y Punta del Hidalgo.
Al cruzar la TF-13, el camino de Peñuelas se convierte en el de Los Laureles, que fue restaurado a principios de los noventa (me acuerdo del proyecto), sustituyendo el suelo de tierra del antiguo callejón de Don Marcos por un empedrado. Se trata de un muy agradable y breve paseo –apenas medio kilómetro – entre antiguas especies vegetales de Monteverde y laurisilva, además de estar flanqueado por algunas edificaciones notables (la antigua casa de los Tacoronte y la hacienda de los Zamorano). Desemboca este camino en la Placeta, oficialmente de Pedro Melián Díaz (un emigrante retornado de La Habana que, en 1909, donó al municipio una tubería de hierro galvanizado para traer el agua hasta la fuente de esa placeta). Además del chorro, del que se abastecían los vecinos y abrevaba el ganado, ha de destacarse la presencia de una antigua capilla mortuoria (el Calvario) que ha sido sustituida por la actual capilla, sin demasiado interés. De ahí sigo por la calle del Pino y en un momento estoy en la plaza de San Marcos, la principal de Tegueste, con la Iglesia del mismo nombre a la derecha y el Ayuntamiento, a la izquierda. El núcleo fundacional de la villa, sin embargo, no es éste sino la llamada plaza de la Araña, que he dejado a mi espalda, al otro lado del barranco de Tapias. Ese conjunto de casas originario se agrupaba en torno a la antigua ermita de San Marcos que, demolida en 1869, fue desplazada en 1700 a su ubicación actual. El templo, de estilo romántico mudéjar, dispone de tres naves con torre campanario y es el centro del BIC Conjunto Histórico declarado en 1986. El Ayuntamiento es una edificación reciente carente de interés. Me siento en un banco de la plaza a reponer fuerzas. Llevo caminando hora y cuarto más o menos y he recorrido según el móvil unos siete kilómetros. Ha sido una etapa corta, pero no está mal para empezar.
Empiezo el descenso. Durante unos doscientos metros el sendero discurre sobre rocas con bastante pendiente; hay que ir con cuidado para evitar torceduras de tobillo. Superado ese tramo se llega a un recodo donde el pavimento es de hormigón (para dar acceso a una vivienda): estamos en el camino de Peñuelas; un poste nos informa de las distancias a Tegueste y a La Laguna.Poco más adelante, el hormigón deja paso al asfalto y las casas en los márgenes son cada vez más frecuentes hasta desembocar en la carretera general a Punta del Hidalgo (la TF-13). Este de Peñuelas es uno de los tres caminos reales que conducían al valle de Tegueste a mediados del XIX, según nos cuenta Antonio Pereira Pacheco en su “Noticia Histórica de Tegueste” (1854). Mientras los otros dos –el de la Cantera y el del Portezuelo– se corresponden en la actualidad con sendas carreteras, éste que acabo de recorrer no debe ser muy distinto hoy de lo que escribía el cronista: “…es una bajada bastante pendiente, está empedrado como de causalidad, ya una piedra redonda grande, ya otra pequeña, ya se elevaba un risco agudo, ya aparece un chapatal de agua de las propiedades colindantes, en término que con sólo estar serenado es bastante para caer los caminantes, como caen, y es el camino frecuentado diariamente en verano e invierno, así de los vecinos de Tegueste el viejo y nuevo, como de los de Tejina”.Lo cierto es que hasta la aparición de los vehículos a motor (y las carreteras) el camino de las Peñuelas fue la comunicación más importante entre la antigua capital de la Isla y los núcleos de Tegueste, Tejina y Punta del Hidalgo.
Al cruzar la TF-13, el camino de Peñuelas se convierte en el de Los Laureles, que fue restaurado a principios de los noventa (me acuerdo del proyecto), sustituyendo el suelo de tierra del antiguo callejón de Don Marcos por un empedrado. Se trata de un muy agradable y breve paseo –apenas medio kilómetro – entre antiguas especies vegetales de Monteverde y laurisilva, además de estar flanqueado por algunas edificaciones notables (la antigua casa de los Tacoronte y la hacienda de los Zamorano). Desemboca este camino en la Placeta, oficialmente de Pedro Melián Díaz (un emigrante retornado de La Habana que, en 1909, donó al municipio una tubería de hierro galvanizado para traer el agua hasta la fuente de esa placeta). Además del chorro, del que se abastecían los vecinos y abrevaba el ganado, ha de destacarse la presencia de una antigua capilla mortuoria (el Calvario) que ha sido sustituida por la actual capilla, sin demasiado interés. De ahí sigo por la calle del Pino y en un momento estoy en la plaza de San Marcos, la principal de Tegueste, con la Iglesia del mismo nombre a la derecha y el Ayuntamiento, a la izquierda. El núcleo fundacional de la villa, sin embargo, no es éste sino la llamada plaza de la Araña, que he dejado a mi espalda, al otro lado del barranco de Tapias. Ese conjunto de casas originario se agrupaba en torno a la antigua ermita de San Marcos que, demolida en 1869, fue desplazada en 1700 a su ubicación actual. El templo, de estilo romántico mudéjar, dispone de tres naves con torre campanario y es el centro del BIC Conjunto Histórico declarado en 1986. El Ayuntamiento es una edificación reciente carente de interés. Me siento en un banco de la plaza a reponer fuerzas. Llevo caminando hora y cuarto más o menos y he recorrido según el móvil unos siete kilómetros. Ha sido una etapa corta, pero no está mal para empezar.
Te parecerá corto, pero ha sido un señor paseo y además muy variado. Espero la siguiente parte.
ResponderEliminarYa puedes ver la segunda etapa en el blog. Como comprobarás, las publicó un día después del recorrido, aunque modificó la fecha para que coincida.
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