Etapa 2: Tegueste - Tacoronte
Me he despistado y salgo tarde de cada, lo que me pasará factura. A las seis y cuarto estoy aparcando junto a la plaza de San Marcos de Tegueste, la meta de ayer y la salida de hoy. Una neblina cubre el valle y el aire está fresco, condiciones idóneas. Camino en dirección Sur por la calle del Prebendado Pacheco. Esta calle peatonal honra a uno de los más ilustres próceres de la villa. Su nombre completo era Antonio Pereira-Pacheco y Ruiz y vivió entre 1790 y 1858. Nació en La Laguna, hijo del contador general de Tenerife y notario mayor del Tribunal del Santo Oficio. Desde muy pequeño lo encauzaron en la carrera eclesiástica bajo el amparo de don Luis de la Encina. Cuando a éste lo nombran Obispo de Arequipa en 1809, se lleva consigo al joven Antonio, quien residirá en el Perú hasta los veintiséis años. Vuelve a Tenerife y le otorgan la parroquia de Tegueste que ya no abandonaría hasta su muerte (sin perjuicio de ocupar otros cargos vinculados a la catedral lagunera que, además, le aportarían rentas económicas y de ahí el título de prebendado). Mas sobre todo fue un escritor prolífico, con cantidad de obras descriptivas y también muchas de carácter panegírico. Un personaje importante de la historia local –fundó la primera escuela pública del pueblo, participó en la creación de la casa consistorial e impulsó el cementerio de la localidad–, pero hasta hoy, que me he fijado en el nombre de la calle, no conocía de la existencia de este buen señor.
La calle acaba en la reciente glorieta oval sobre la TF-13 –la carretera general de La Laguna a Punta del Hidalgo– adaptada (absurdamente) como plaza pública con grupo escultórico incluido: por lo visto hay otros ejemplos de esculturas en las vías públicas del municipio, que responden a un proyecto denominado “Museo al Aire Libre” que inició hace unos años el Ayuntamiento. Sigo por la calle el Baldío, cruzo el Camino Viejo y afronto la calle Bellavista que, tras 350 metros de subida, desemboca en el cementerio municipal. Se trata de un recinto de planta aproximadamente cuadrada (unos 60 metros de lado) con un eje central que va desde la verja a una capilla adosada al muro testero; a ambos lados de esa calle, bloques de cuatro filas de nichos. Éste no es el cementerio que impulsó el Prebendado hacia mitad del XIX; aquél estaba en el centro del pueblo, en una calle cerca de la Iglesia Parroquial de San Marcos, y hasta tenía número postal en su puerta. A ése camposanto, demolido en los sesenta, alude la letra de la folía: “Cementerio de Tegueste / cuatro muros y un ciprés / tan pequeño y sin embargo / ¡cuánta gente duerme en él”. En el que estoy fue inaugurado en 1953 y ampliado en 2012; la verdad, no vale gran cosa (hablo con conocimiento de causa, que tengo vistos muchísimos cementerios); lo mejor, la vista panorámica sobre el pueblo, el valle, la línea de costa y las montañas de Anaga.
Bordeo el cementerio y sigo por el camino del Valle (según la cartografía de Grafcan), un sendero de tierra apisonada trazado ascendente a media ladera y ancho suficiente para que circulen vehículos (de hecho, en la ladera de enfrente veo unas construcciones horadadas en la ladera, coches aparcados y un grupo de personas hablando alto y con música; llegaré en un rato para comprobar que es una cueva adaptada como local privado para hacer fiestecillas de amigos). Aprovecho para decir que previamente, en casa, había dibujado el itinerario para guardarla en el móvil (wikiloc), de modo que al caminar el GPS me permite saber si me salgo o no de la ruta prevista. Una ayuda casi imprescindible, como comprobé al dejar atrás el cementerio y elegir, en una bifurcación de tres caminos, uno erróneo; al cabo de pocos pasos la aplicación me advertía que me estaba desviando. Poco puedo decir de este tramo del camino: los primeros novecientos metros son ascendentes con una pendiente en torno al 8%, que para Tenerife es muy aceptable. Luego, durante algo más de dos kilómetros es hacia abajo, en cuesta algo más pronunciada. La mayor parte del paisaje es montañosa con vegetación arbustiva silvestre, pero a veces aparecen fincas bien trabajadas, todas de viñedos; una en especial me admira, en la hoya de la Sardina, con las vides ocupando ordenadamente el fondo y las laderas de esa especie de anfiteatro. Más adelante, después de bordear la montaña de la Calderilla –otro de los muchos pequeños conos volcánicos con el cráter en su cumbre que hay dispersos en esta Isla– llego al pequeño asentamiento de El Lomo. Se trata de uno más de tantísimos núcleos que se distribuyen dispersos por todo Tenerife. Alguna casa de arquitectura tradicional da fe de que, en su origen, serían las propias de una explotación agrícola; pero la mayoría de los inmuebles (no más de treinta, en todo caso) son producto del crecimiento espontáneo y explosivo de las últimas décadas. Pese a su escaso tamaño, cuento unos cuantos guachinches (restaurantes que sirven vino de producción propia) y alguna casa rural; de hecho, he cenado en uno de ellos.
Del caserío El Lomo tomo, en dirección Sur, el camino Barranco del Infierno, una pista asfaltada, que a solo unos 200 metros gira en ángulo recto hacia el Este. Este barranco del Infierno viene desde la montaña de la Atalaya, en el escarpe que separa los términos municipales de Tegueste y de La Laguna, y desemboca, a la altura de la urbanización San Gonzalo, en el de las Cuevas que, más adelante, cruza Tejina y llega hasta el océano junto al barrio de Jóver. Según compruebo en el mapa, tuve que cruzarlo, pero ni me di cuenta. En todo caso, nada tiene que ver con el homónimo mucho más famoso que discurre en el término municipal de Adeje (y que está declarado como espacio natural protegido). Total, que tras cubrir el kilómetro aproximado de este camino Barranco del infierno, llego a la carretera del Portezuelo a Las Toscas (TF-154), una de las entradas naturales al Valle de Tegueste (como ya comenté en el post anterior, sigue el trazado de uno de los caminos reales históricos). Caminar por una carretera como ésta, con tráfico y casi sin arcenes, es bastante incómodo, máxime cuando voy cuesta arriba; pero no hay alternativa y tengo que ir por ella durante unos novecientos metros, hasta encontrar, a mano derecha, el camino Valle Molina.
Este camino es un sendero hormigonado de suave pendiente, pero apenas lo sigo cien metros cuando he de girar hacia la izquierda para coger el de la Padilla Alta. Estoy en el tramo
estrella de la etapa: mil trescientos metros por un sendero de tierra y piedras sueltas que sube desde los 400 a los 600 metros sobre el nivel del mar; un 15% de pendiente media que seguro que es mucho mayor puntualmente. Al principio lo llevo con ánimo, mirando hacia el valle de Molina y la enorme balsa de más de seiscientos mil metros cúbicos de agua que da servicio a más de dos mil agricultores de la comarca. Pero a medida que me introduzco en el bosque, el esfuerzo va pasando factura: bichos varios que se me pegan en el cuello sudoroso, telarañas en la cara, arañazos de los zarzales … Casi media hora me costó llegar al caserío de la Padilla Alta (perteneciente a Tegueste pero con acceso desde el municipio de La Laguna) y de allí enlazar con la calle Tabares, el eje longitudinal que articula el barrio de Guamasa por su parte alta.
Estoy en Guamasa, un barrio que conozco bastante bien (casi estuve a punto de comprar una casa aquí); una urbanización en el borde del municipio de La Laguna con Tacoronte, que es el destino final de esta etapa. Hasta ahora llevo recorridos unos seis kilómetros y medio en algo más de dos horas. Según la wikiloc me quedan algo más de seis kilómetros. Bien es verdad que lo que queda de ruta es siempre a través de viarios asfaltados por suelo urbano (el suelo urbano de este sprawl del Norte tinerfeño) y con suave pendiente descendente. Pero por muy bien que vaya, una hora más de caminata no me la quita nadie, por lo que me anochecerá antes de llegar. Estas circunstancias (consecuencia de mi falta de previsión) hicieron que esta segunda parte de la etapa fuera menos entretenida. Me limito pues a dejar constancia del itinerario: la calle Tabares hasta el final, cruzo la carretera del Boquerón y sigo por la Ñamera para doblar hacia la derecha por el Camino Garimba; lo sigo durante un kilómetro (va paralelo al límite municipal) hasta llegar al Camino Cruz de Caridad que, girando hacia el Oeste, me entra por fin en el municipio de Tacoronte; este camino, 650 metros más adelante, desemboca en el de La Caridad, que sigo unos cuatrocientos metros (paso por delante de la residencia canina donde dejábamos hace ya tantos años a Cani) hasta el bivio que forma con las calles Miranda y del Adelantado; tomo esta última que discurre hacia el Sur (ya es de noche) y que, después de casi kilómetro y medio, acaba en la del Calvario; por esta sigo apenas quinientos metros y ya estoy en el núcleo central de Tacoronte; subo por Valerio Padrón, El Cantillo, doblo por La Candelaria y continuo por Santa Rita, giro por Pérez Reyes y enseguida por San Agustín para entrar por un lateral a la plaza del Cristo, espacio abierto entre la Iglesia y el Ayuntamiento (el mismo esquema urbano que en Tegueste). En la plaza han puesto una pantalla gigante y están proyectando una película de dibujos animados. Como es de noche no puedo describir el pequeño centro histórico de este pueblo; lo haré aprovechando que aquí he de comenzar la tercera etapa (que no será mañana lunes, que tengo el día ocupado). Espero a que llegue K. a recogerme.
Bordeo el cementerio y sigo por el camino del Valle (según la cartografía de Grafcan), un sendero de tierra apisonada trazado ascendente a media ladera y ancho suficiente para que circulen vehículos (de hecho, en la ladera de enfrente veo unas construcciones horadadas en la ladera, coches aparcados y un grupo de personas hablando alto y con música; llegaré en un rato para comprobar que es una cueva adaptada como local privado para hacer fiestecillas de amigos). Aprovecho para decir que previamente, en casa, había dibujado el itinerario para guardarla en el móvil (wikiloc), de modo que al caminar el GPS me permite saber si me salgo o no de la ruta prevista. Una ayuda casi imprescindible, como comprobé al dejar atrás el cementerio y elegir, en una bifurcación de tres caminos, uno erróneo; al cabo de pocos pasos la aplicación me advertía que me estaba desviando. Poco puedo decir de este tramo del camino: los primeros novecientos metros son ascendentes con una pendiente en torno al 8%, que para Tenerife es muy aceptable. Luego, durante algo más de dos kilómetros es hacia abajo, en cuesta algo más pronunciada. La mayor parte del paisaje es montañosa con vegetación arbustiva silvestre, pero a veces aparecen fincas bien trabajadas, todas de viñedos; una en especial me admira, en la hoya de la Sardina, con las vides ocupando ordenadamente el fondo y las laderas de esa especie de anfiteatro. Más adelante, después de bordear la montaña de la Calderilla –otro de los muchos pequeños conos volcánicos con el cráter en su cumbre que hay dispersos en esta Isla– llego al pequeño asentamiento de El Lomo. Se trata de uno más de tantísimos núcleos que se distribuyen dispersos por todo Tenerife. Alguna casa de arquitectura tradicional da fe de que, en su origen, serían las propias de una explotación agrícola; pero la mayoría de los inmuebles (no más de treinta, en todo caso) son producto del crecimiento espontáneo y explosivo de las últimas décadas. Pese a su escaso tamaño, cuento unos cuantos guachinches (restaurantes que sirven vino de producción propia) y alguna casa rural; de hecho, he cenado en uno de ellos.
Del caserío El Lomo tomo, en dirección Sur, el camino Barranco del Infierno, una pista asfaltada, que a solo unos 200 metros gira en ángulo recto hacia el Este. Este barranco del Infierno viene desde la montaña de la Atalaya, en el escarpe que separa los términos municipales de Tegueste y de La Laguna, y desemboca, a la altura de la urbanización San Gonzalo, en el de las Cuevas que, más adelante, cruza Tejina y llega hasta el océano junto al barrio de Jóver. Según compruebo en el mapa, tuve que cruzarlo, pero ni me di cuenta. En todo caso, nada tiene que ver con el homónimo mucho más famoso que discurre en el término municipal de Adeje (y que está declarado como espacio natural protegido). Total, que tras cubrir el kilómetro aproximado de este camino Barranco del infierno, llego a la carretera del Portezuelo a Las Toscas (TF-154), una de las entradas naturales al Valle de Tegueste (como ya comenté en el post anterior, sigue el trazado de uno de los caminos reales históricos). Caminar por una carretera como ésta, con tráfico y casi sin arcenes, es bastante incómodo, máxime cuando voy cuesta arriba; pero no hay alternativa y tengo que ir por ella durante unos novecientos metros, hasta encontrar, a mano derecha, el camino Valle Molina.
Este camino es un sendero hormigonado de suave pendiente, pero apenas lo sigo cien metros cuando he de girar hacia la izquierda para coger el de la Padilla Alta. Estoy en el tramo
estrella de la etapa: mil trescientos metros por un sendero de tierra y piedras sueltas que sube desde los 400 a los 600 metros sobre el nivel del mar; un 15% de pendiente media que seguro que es mucho mayor puntualmente. Al principio lo llevo con ánimo, mirando hacia el valle de Molina y la enorme balsa de más de seiscientos mil metros cúbicos de agua que da servicio a más de dos mil agricultores de la comarca. Pero a medida que me introduzco en el bosque, el esfuerzo va pasando factura: bichos varios que se me pegan en el cuello sudoroso, telarañas en la cara, arañazos de los zarzales … Casi media hora me costó llegar al caserío de la Padilla Alta (perteneciente a Tegueste pero con acceso desde el municipio de La Laguna) y de allí enlazar con la calle Tabares, el eje longitudinal que articula el barrio de Guamasa por su parte alta.
Estoy en Guamasa, un barrio que conozco bastante bien (casi estuve a punto de comprar una casa aquí); una urbanización en el borde del municipio de La Laguna con Tacoronte, que es el destino final de esta etapa. Hasta ahora llevo recorridos unos seis kilómetros y medio en algo más de dos horas. Según la wikiloc me quedan algo más de seis kilómetros. Bien es verdad que lo que queda de ruta es siempre a través de viarios asfaltados por suelo urbano (el suelo urbano de este sprawl del Norte tinerfeño) y con suave pendiente descendente. Pero por muy bien que vaya, una hora más de caminata no me la quita nadie, por lo que me anochecerá antes de llegar. Estas circunstancias (consecuencia de mi falta de previsión) hicieron que esta segunda parte de la etapa fuera menos entretenida. Me limito pues a dejar constancia del itinerario: la calle Tabares hasta el final, cruzo la carretera del Boquerón y sigo por la Ñamera para doblar hacia la derecha por el Camino Garimba; lo sigo durante un kilómetro (va paralelo al límite municipal) hasta llegar al Camino Cruz de Caridad que, girando hacia el Oeste, me entra por fin en el municipio de Tacoronte; este camino, 650 metros más adelante, desemboca en el de La Caridad, que sigo unos cuatrocientos metros (paso por delante de la residencia canina donde dejábamos hace ya tantos años a Cani) hasta el bivio que forma con las calles Miranda y del Adelantado; tomo esta última que discurre hacia el Sur (ya es de noche) y que, después de casi kilómetro y medio, acaba en la del Calvario; por esta sigo apenas quinientos metros y ya estoy en el núcleo central de Tacoronte; subo por Valerio Padrón, El Cantillo, doblo por La Candelaria y continuo por Santa Rita, giro por Pérez Reyes y enseguida por San Agustín para entrar por un lateral a la plaza del Cristo, espacio abierto entre la Iglesia y el Ayuntamiento (el mismo esquema urbano que en Tegueste). En la plaza han puesto una pantalla gigante y están proyectando una película de dibujos animados. Como es de noche no puedo describir el pequeño centro histórico de este pueblo; lo haré aprovechando que aquí he de comenzar la tercera etapa (que no será mañana lunes, que tengo el día ocupado). Espero a que llegue K. a recogerme.
Tengo desde hace tiempo un uñero que si bien no me impide caminar, impide de tanto en tanto que intente algún récord. Veo que no pareces tener problemas para caminar...
ResponderEliminarNo, no tengo problemas y además, me gusta mucho. Ahora bien, de momento se trata de caminatas cortas con el objetivo de ir cogiendo fondo. La idea es aguantar un ritmo de 25 km. todos los días.
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