lunes, 12 de julio de 2021

Ideología (de género)

Dice el DRAE que ideología es “conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político”. Me entero ahora de que el término lo inventó un filósofo francés de la Ilustración – Antoine-Louis-Claude Destutt, marqués de Tracy– de quien nunca había oído hablar, pero quienes le dieron su sentido actual fueron Marx y Engels en una de sus primeras colaboraciones, “La ideología alemana”. En ese texto, Marx y Engels dejan claro que las representaciones mentales, las ideas que los hombres producen, se hayan condicionadas por su vida material, lo cual es difícil de negar. Es más, una ideología concreta supone una forma de entender el mundo material, sea para justificarlo (ideologías establecidas o dominantes) o para cambiarlo (ideologías reformistas o revolucionarias). Como se dice ya desde las primeras páginas de la obra citada, la ideología de por sí (las abstracciones intelectuales), separada de la historia real, carece de todo valor. Es decir, desde la concepción marxista –y así ha seguido hasta hoy– ideología es una palabra cargada de intencionalidad. Son ideas, productos intelectuales por tanto, pero su razón de ser no es tanto la verdad sino servir de “superestructura” para intereses prácticos en el mundo real. 
 
Ideología y conocimiento científico serían pues ámbitos del quehacer humano con frecuencia contradictorios. De hecho, el avance del conocimiento científico ha llevado a lo largo de la historia al cuestionamiento de las ideas que sustentaban el modo de pensar y actuar de las sociedades. Normalmente, esos cuestionamientos han sido obstaculizados -con frecuencia mediante sangrientas represiones– por los poderes de esas sociedades que, con motivo, se sentían atacados. No obstante, a medio o largo plazo, han funcionado mejor las tácticas lampedusianas (cambiar todo para que todo siga igual), reconvirtiendo los nuevos conocimientos en ideología al servicio de los mismos poderosos. Incluso, cuando los cambios han sido revolucionarios, la sustitución de los antiguos poderosos por otros nuevos, no supuso alterar el mecanismo básico de siempre, que la nueva ideología se convirtiera en sustento del nuevo régimen. Es más, en esos casos, el dogmatismo ideológico alcanzaba aún mayor grado de intolerancia frente a planteamientos que lo cuestionasen (piénsese, por ejemplo, en la Unión Soviética). 
 
No es de extrañar, pues, que la palabra ideología esté bastante desprestigiada y se use con frecuencia con voluntad peyorativa. Calificar una determinada concepción del mundo, de la sociedad, como ideología suele equivaler a atribuirle fines espurios, favorables a intereses egoístas y contrarios al bien común. También implica acusarla de falsedades o cuando menos de basarse en premisas que no pueden comprobarse. Para los denunciantes, quienes defienden “ideologías” son personas malvadas (a veces miembros de alguna conspiración mundial) que pretenden imponer un nuevo orden social. Por supuesto, bajo esta óptica es muy difícil que el conjunto de ideas asumidos “tradicionalmente” y que, en mayor o menor grado, sustentan el vigente orden social, sea calificado de ideología. De hecho, es bastante probable que los que califican a un determinado “conjunto de ideas” como ideología sean los representantes del orden social vigente que es cuestionado por esa “ideología”. Pero, obviamente, también el “conjunto de ideas” que defienden estos señores es ideología. 
 
El “conjunto de ideas” que más enconadamente se califica de ideología en acepción absolutamente peyorativa es la llamada “ideología de género”. Simplificando mucho, esta “ideología” se basa en la distinción entre la componente biológica de la diferenciación sexual y los distintos aspectos del carácter y comportamiento de la persona (incluyendo su identidad y orientación sexual) que, más que condicionados por la biología, resultan de una construcción social. Así, se llama sexo a lo biológico y género al conjunto de características de cada sexo asignadas socialmente. Quienes se oponen a esta “ideología” (y la tildan como tal) entienden que el género (el rol social) es consecuencia “natural” –no social– del sexo y, por lo tanto, quienes se sienten de un sexo distinto al de nacimiento (trans) o que se sienten atraídos por individuos de su mismo sexo (homosexuales) son personas como mínimo enfermas, cuando no malvadas. Según los detractores de la “ideología de género”, ésta obedece a una perversa conspiración que pretende subvertir todos los valores morales de nuestra civilización para, entre otros fines, controlar el explosivo crecimiento demográfico y dominar la sociedad. 
 
En los libros o artículos “anti-género” (yo dispongo, por ejemplo, de La ideología de género; o el género como herramienta de poder, de Jorge Scala, un abogado argentino especializado en derecho de familia y vinculado a los movimientos de “defensa de la vida”), se encuentran descripciones más o menos veraces de los postulados que combaten aunque, inevitablemente, con sutiles tergiversaciones que arriman el ascua a las sardinas propias. Es cierto que el concepto de género y su creciente preponderancia en muy distintas disciplinas intelectuales nace y se desarrolla durante la segunda mitad del siglo veinte, muy impulsado a partir de los años noventa por la que se ha llamado la tercera ola del feminismo. También es verdad que gran parte de los textos más radicales desde la perspectiva de género están escritos por mujeres militantes (y no pocas de ellas homosexuales), lo cual se convierte en argumento de los “anti-género” para negar la honestidad intelectual de esos estudios ya que, dicen, no buscan la verdad sino reforzar sus presupuestos “ideológicos”. 
 
El movimiento contra la ideología de género nace y se desarrolla vinculado a la Iglesia Católica también a finales del pasado siglo. Probablemente, el más importante de los teólogos que abordó el asunto del género fue el entonces Cardenal Ratzinger, en su Informe sobre la Fe, publicado en la temprana fecha de 1985. Durante el Papado de Juan Pablo II, Ratzinger ocupó la presidencia de la Congregación para la Defensa de la Fe y, desde ese puesto, se consolidó como una de las voces más influyentes contra los planteamientos de género; en 2004, por ejemplo, escribía que hombre y mujer tienen igual dignidad como personas pero que esta igual dignidad está supuesta y manifiesta en diferencias esenciales y complementarias, físicas, psicológicas y ontológicas. Después de abdicar, en una conversación con el Papa Francisco, le dijo que “ésta es la era del pecado contra Dios el Creador. Dios creó al hombre y la mujer; Dios creó el mundo de cierta manera… y estamos haciendo exactamente lo contrario”. Un documento importante fue el Lexicón. Términos ambiguos y discutidos sobre familia, vida y cuestiones éticas, publicado por el Consejo Pontificio para la Familia en 2004. El actual Papa Francisco se ha manifestado en varias ocasiones contra la “ideología de género” a la que ha calificado de maldad. Seguramente, el documento más relevante para conocer la posición actual de la Iglesia al respecto sea la Encíclica Amoris Laetitia (la alegría del amor). En su párrafo 56 dice: “Otro desafío surge de diversas formas de una ideología, genéricamente llamada gender, que niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer. Esta presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer”.

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