Luchar por el amor
Me fascina lo claro que se tienen las ideas sobre estos asuntos. Lo digo sin asomo de ironía aunque sí, lo reconozco, con un muy ligero tono reivindicatorio: vale que yo no lo tenga nada claro, pero por muy seguros que otros estén no necesariamente sus verdades me han de ser válidas. Al final, esa es la cuestión. Uno no puede vivir de convicciones prestadas, así que, por mucho que se repita que algo es como es, si no lo siente ... pues no. Y este prefacio viene a cuento de los comentarios que ha suscitado el post del pasado lunes (algunos hechos de forma privada).
Por ejemplo, maik! dice que si no siento ganas de luchar por su amor es porque no la quiero; aunque luego matiza la rotundidad de la frase con un “puede que sea eso lo que ella siente”. Es decir que, recomponiendo ambas oraciones en una sola, quiero pensar que lo que viene a opinar maik! es que “ella siente que no la quiero porque no muestro ganas de luchar por nuestro amor”. Puedo aceptar esta opinión; no puedo en cambio admitir ninguna sentencia del tipo “si A es así entonces B asá”; al menos no referida a mis sentimientos.
Sin embargo, me parece interesante la expresión “luchar por una relación”, justamente porque, como bien dice Marguerite, está tan manida que ha perdido su sentido. Kali también desconfía del término “lucha” y propone “trabajar el amor”. En cualquier caso pareciera existir un cierto consenso en que para que el amor se mantenga es necesario un determinado esfuerzo (llámese lucha, trabajo, como se quiera). Además, de esa forma encaja con un planteamiento muy propio de la moral cristiana: uno sólo se merece aquello por lo que se esfuerza; o también: todo lo que vale la pena (lo bonito) cuesta esfuerzo, luego si algo es fácil es que no vale gran cosa.
Yo, desde luego, no creo que el amor tenga mucho que ver con el esfuerzo. El amor es algo que siento por otra persona y, a mi juicio, es tanto más amor cuanto menos depende de otros factores, cuanto más “gratis” y espontáneo es. Si alguien “lucha” por obtener mi amor (o por mantenerlo o por “construirlo”), percibirlo puede provocar en mí diversos sentimientos, pero difícilmente amor. No digo que no sean sentimientos valiosos (más o menos que el amor), sino que son distintos. Por ejemplo, puedo sentir agradecimiento, puedo sentir ternura, puedo sentir admiración ... Ahora, me parece probable que esos otros sentimientos tengan efectos benéficos sobre el amor que ya existe; por eso, quizás indirectamente, los esfuerzos bienintencionados para mantener una relación amorosa puedan contribuir a “despertar” el amor. Pero éste ha de estar ahí.
Lo que sí creo es que el amor puede ser el motor para luchar por algo, que no es el amor, sino factores diversos de, por ejemplo, la relación amorosa. Es decir, porque te amo y quiero estar contigo, renuncio a este trabajo y me mudo a tu ciudad, por ejemplo. Pero el amor no es resultado del esfuerzo, sino su causa. Y cuidadín con confundirlos, especialmente cuando esos esfuerzos, como he dicho, provocan sentimientos confluyentes que más tarde, quizás, pasen facturas poco agradables. En este nivel sí que entiendo correcta la expresión “luchar por amor”; pero para mí se lucha por esos factores que pueden ser requisitos para el desenvolvimiento real del amor, no se lucha por el amor en sí mismo.
Ahora bien, creo que, sobre todo en las relaciones largas, van trabándose tantos lazos y ligándose tantos “factores” que puede ocurrir que, cuando “luchamos” por conservarlas, no seamos capaces de distinguir los sentimientos que hay ahí y, desde luego, sea muy complicado discernir el amor de todo lo demás que se ha ido añadiendo. Por muy ingenuo que pueda parecer, a mí me gustaría (entre otras cosas porque puedo permitírmelo) que en mis relaciones no se mezclaran con el amor demasiados factores ajenos. Puede que en otra etapa de mi vida (y con otros condicionantes vitales) no sostuviera esto, pero es así como ahora lo siento.
En este marco, más ideal que real, no concibo demasiado que haya de esforzarme en sentir amor. Porque lo que siento (variable a lo largo del tiempo) es lo que siento de forma espontánea. Además, intuyo que no puedo modificarlo conscientemente, mediante mis esfuerzos; yo diría que al contrario, que si me esforzara en provocar en mí la exaltación de esos sentimientos seguramente los estaría menoscabando. Resulta pues que no me cuesta nada amar a K y, en contra de lo que piensa maik!, el amor que siento (en las diversas formas en que lo he ido sintiendo) por K me parece muy bonito aunque, desde luego, no me lo haya ganado (como, en mi opinión, nadie se gana el amor).
Cosa distinta es que ese amor que siento sea el que K quiere sentir; también cosa distinta es que se lo exprese adecuadamente. Me dice Marguerite (y me emociona cómo lo dice) que quien ama necesita saber que el amado también le ama y que eso hay que hacerlo ver no con lógica y honestidad sino expresando el amor, permitiendo al otro que se “sacie” sintiéndose amado. Tienes razón, Marguerite, y lo sé aunque a veces hayan de recordármelo. Pero ...
Pero, en primer lugar, si bien debemos ser conscientes de nuestras inseguridades y, por ende, de las necesidades que de ellas devienen (y, por tanto, atenderlas), eso no quiere decir que debemos “fomentar” esas inseguridades, sino más bien lo contrario. A todos nos gusta sabernos amados, pero quizás (al menos es lo que pienso) deberíamos “evolucionar” para sentir cada vez menos esa necesidad. Y, sobre todo, nuestro amor no debería estar en relación al que recibimos (o al que creemos recibir).
Claro que, como en todo, es una cuestión de equilibrio. Yo procuro ser equilibrado, pero admito que reacciono muchas veces condicionado por mis historias pasadas (como todos, imagino). En todo caso, sigo pensando que si, en una relación, ambos procuraran no estar demasiado atentos a medir la “temperatura” del amor ajeno, puede que se vivieran las cosas y los sentimientos más fluida y plenamente.
Y cuando dije “es lo que hay”, por mucho que suene a lentejas (es verdad, lo reconozco) y por mucho que ni a Kali ni a Marguerite les gusten las lentejas, lo cierto es que, en el amor y en todo, lo que hay es lo que hay. Y no se entienda como una minusvaloración porque bien podría ser que fuera todo lo contrario. No tengamos miedo a las frases que no nos “suenan” bien. En todo caso, lo que pretendía era decir que la naturaleza de mis sentimientos es la que es (y a mí me parece bien), que no puedo ni quiero falsearla y, finalmente, que no está en mi mano cambiarla. Y eso es lo que estoy dando, sin precio (gratis), y sin necesidad de contrapartidas. Es lo que hay (y, en mi opinión, y no sólo en la mía, no está tan mal; pero, en todo caso, no está en ningún concurso).
Acabo convencido, como decía al principio, de que cada convencimiento es íntimo y, por tanto, es casi imposible de transmitir (máxime cuando se está tan poco fino como yo). Sigo pensando que poco tienen que ver el amor y la lucha pero, sin embargo, sí creo que hay sentimientos valiosos (y que orbitan en torno al amor) por cuya permanencia (e incluso crecimiento) merece la pena esforzarse.
Cor meu - Franca Masù (Alguímia, 2003)
Canta Franca Masu, una sarda de Alghero, villa preciosa del noroeste de esa isla italiana en la que todavía se habla catalán. Acabo de descubrirla (a la Masu; en Alghero estuve hace muchos años) y suena más que interesante
Por ejemplo, maik! dice que si no siento ganas de luchar por su amor es porque no la quiero; aunque luego matiza la rotundidad de la frase con un “puede que sea eso lo que ella siente”. Es decir que, recomponiendo ambas oraciones en una sola, quiero pensar que lo que viene a opinar maik! es que “ella siente que no la quiero porque no muestro ganas de luchar por nuestro amor”. Puedo aceptar esta opinión; no puedo en cambio admitir ninguna sentencia del tipo “si A es así entonces B asá”; al menos no referida a mis sentimientos.
Sin embargo, me parece interesante la expresión “luchar por una relación”, justamente porque, como bien dice Marguerite, está tan manida que ha perdido su sentido. Kali también desconfía del término “lucha” y propone “trabajar el amor”. En cualquier caso pareciera existir un cierto consenso en que para que el amor se mantenga es necesario un determinado esfuerzo (llámese lucha, trabajo, como se quiera). Además, de esa forma encaja con un planteamiento muy propio de la moral cristiana: uno sólo se merece aquello por lo que se esfuerza; o también: todo lo que vale la pena (lo bonito) cuesta esfuerzo, luego si algo es fácil es que no vale gran cosa.
Yo, desde luego, no creo que el amor tenga mucho que ver con el esfuerzo. El amor es algo que siento por otra persona y, a mi juicio, es tanto más amor cuanto menos depende de otros factores, cuanto más “gratis” y espontáneo es. Si alguien “lucha” por obtener mi amor (o por mantenerlo o por “construirlo”), percibirlo puede provocar en mí diversos sentimientos, pero difícilmente amor. No digo que no sean sentimientos valiosos (más o menos que el amor), sino que son distintos. Por ejemplo, puedo sentir agradecimiento, puedo sentir ternura, puedo sentir admiración ... Ahora, me parece probable que esos otros sentimientos tengan efectos benéficos sobre el amor que ya existe; por eso, quizás indirectamente, los esfuerzos bienintencionados para mantener una relación amorosa puedan contribuir a “despertar” el amor. Pero éste ha de estar ahí.
Lo que sí creo es que el amor puede ser el motor para luchar por algo, que no es el amor, sino factores diversos de, por ejemplo, la relación amorosa. Es decir, porque te amo y quiero estar contigo, renuncio a este trabajo y me mudo a tu ciudad, por ejemplo. Pero el amor no es resultado del esfuerzo, sino su causa. Y cuidadín con confundirlos, especialmente cuando esos esfuerzos, como he dicho, provocan sentimientos confluyentes que más tarde, quizás, pasen facturas poco agradables. En este nivel sí que entiendo correcta la expresión “luchar por amor”; pero para mí se lucha por esos factores que pueden ser requisitos para el desenvolvimiento real del amor, no se lucha por el amor en sí mismo.
Ahora bien, creo que, sobre todo en las relaciones largas, van trabándose tantos lazos y ligándose tantos “factores” que puede ocurrir que, cuando “luchamos” por conservarlas, no seamos capaces de distinguir los sentimientos que hay ahí y, desde luego, sea muy complicado discernir el amor de todo lo demás que se ha ido añadiendo. Por muy ingenuo que pueda parecer, a mí me gustaría (entre otras cosas porque puedo permitírmelo) que en mis relaciones no se mezclaran con el amor demasiados factores ajenos. Puede que en otra etapa de mi vida (y con otros condicionantes vitales) no sostuviera esto, pero es así como ahora lo siento.
En este marco, más ideal que real, no concibo demasiado que haya de esforzarme en sentir amor. Porque lo que siento (variable a lo largo del tiempo) es lo que siento de forma espontánea. Además, intuyo que no puedo modificarlo conscientemente, mediante mis esfuerzos; yo diría que al contrario, que si me esforzara en provocar en mí la exaltación de esos sentimientos seguramente los estaría menoscabando. Resulta pues que no me cuesta nada amar a K y, en contra de lo que piensa maik!, el amor que siento (en las diversas formas en que lo he ido sintiendo) por K me parece muy bonito aunque, desde luego, no me lo haya ganado (como, en mi opinión, nadie se gana el amor).
Cosa distinta es que ese amor que siento sea el que K quiere sentir; también cosa distinta es que se lo exprese adecuadamente. Me dice Marguerite (y me emociona cómo lo dice) que quien ama necesita saber que el amado también le ama y que eso hay que hacerlo ver no con lógica y honestidad sino expresando el amor, permitiendo al otro que se “sacie” sintiéndose amado. Tienes razón, Marguerite, y lo sé aunque a veces hayan de recordármelo. Pero ...
Pero, en primer lugar, si bien debemos ser conscientes de nuestras inseguridades y, por ende, de las necesidades que de ellas devienen (y, por tanto, atenderlas), eso no quiere decir que debemos “fomentar” esas inseguridades, sino más bien lo contrario. A todos nos gusta sabernos amados, pero quizás (al menos es lo que pienso) deberíamos “evolucionar” para sentir cada vez menos esa necesidad. Y, sobre todo, nuestro amor no debería estar en relación al que recibimos (o al que creemos recibir).
Claro que, como en todo, es una cuestión de equilibrio. Yo procuro ser equilibrado, pero admito que reacciono muchas veces condicionado por mis historias pasadas (como todos, imagino). En todo caso, sigo pensando que si, en una relación, ambos procuraran no estar demasiado atentos a medir la “temperatura” del amor ajeno, puede que se vivieran las cosas y los sentimientos más fluida y plenamente.
Y cuando dije “es lo que hay”, por mucho que suene a lentejas (es verdad, lo reconozco) y por mucho que ni a Kali ni a Marguerite les gusten las lentejas, lo cierto es que, en el amor y en todo, lo que hay es lo que hay. Y no se entienda como una minusvaloración porque bien podría ser que fuera todo lo contrario. No tengamos miedo a las frases que no nos “suenan” bien. En todo caso, lo que pretendía era decir que la naturaleza de mis sentimientos es la que es (y a mí me parece bien), que no puedo ni quiero falsearla y, finalmente, que no está en mi mano cambiarla. Y eso es lo que estoy dando, sin precio (gratis), y sin necesidad de contrapartidas. Es lo que hay (y, en mi opinión, y no sólo en la mía, no está tan mal; pero, en todo caso, no está en ningún concurso).
Acabo convencido, como decía al principio, de que cada convencimiento es íntimo y, por tanto, es casi imposible de transmitir (máxime cuando se está tan poco fino como yo). Sigo pensando que poco tienen que ver el amor y la lucha pero, sin embargo, sí creo que hay sentimientos valiosos (y que orbitan en torno al amor) por cuya permanencia (e incluso crecimiento) merece la pena esforzarse.
Cor meu - Franca Masù (Alguímia, 2003)
Canta Franca Masu, una sarda de Alghero, villa preciosa del noroeste de esa isla italiana en la que todavía se habla catalán. Acabo de descubrirla (a la Masu; en Alghero estuve hace muchos años) y suena más que interesante
CATEGORÍA: Todavía no la he decidido
Pues yo tengo que reconocer que no he "luchado" nada, ni me he empeñado demasiado en ninguna historia.
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