Brecha generacional
A veces, webeando (neologismo que he descubierto hace poco, graciosa su ambigüedad fonética), caigo en páginas de adolescentes en torno a los veinte. Uno es uno y sus circunstancias, y mis circunstancias son tan distintas de las de los adolescentes que apenas encuentro en sus escritos nada que me concierna. De otra parte, distorsionando ligeramente la intención de la frase orteguiana (según las interpretaciones canónicas) y entendiendo el yo y las circunstancias como cosas independientes, pienso que hacerse mayor ("madurar") podría equivaler a ir reduciendo el peso de las últimas en el yo, a ser cada vez más yo y menos circunstancias. Desde luego, la personalidad de un adolescente está constituida mucho más por circunstancias.
O quizás no; quizás la diferencia radique en la relación personal con las propias circunstancias, en cómo las integramos en nuestro yo. Madurar podría ser digerir más armónicamente nuestras circunstancias; constructivamente, en el sentido de aprovecharlas para "construir" nuestro yo propio. Sea cómo sea, no me siento nada cercano a las preocupaciones, sentimientos, ideas, valores, enfoques ... que se expresan en la mayoría de los blogs adolescentes. No puedo evitar, además, que mientras los leo me vengan una mezcla de sensaciones poco caritativas (o, si se prefiere, políticamente incorrectas) hacia los autores, nacidas sin duda de una actitud presuntuosa de quien ya ha pasado por eso. La adolescencia, por suerte, es una enfermedad que se cura con el tiempo.
Por tanto, me declaro al otro lado de la brecha generacional que impide la comunicación entre "jóvenes y viejos". La incomunicación es radical porque radica en la diferencia absoluta de circunstancias. La comunicación entre personas –me estoy refiriendo, obviamente, a una comunicación más allá de la trivialidad– supone compartir las circunstancias orteguianas, esas que forman parte de nuestro yo. Pero las circunstancias del adolescente y del adulto son tan distintas que es imposible que haya comunicación verdadera, salvo que el adolescente sea muy "maduro" o el adulto muy "infantil".
Casi ninguna de las cosas que afectan los sentimientos de mi hijo es relevante entre las que configuran mi yo. En ese sentido, en el de integrarse como circunstancias propias de mi personalidad, poco o nada me aportan. Sin embargo, sé que son sus circunstancias y por tanto, a través del amor que le tengo, me interesan y me preocupan. A los padres (a los adultos en general) nos interesan las circunstancias de nuestros hijos (de los adolescentes en general) porque los amamos, porque querríamos que las integraran lo mejor posible en la construcción de su personalidad, porque ya las hemos vivido y conocemos sus tempestuosas potencias, porque nos sentimos responsables ...
Intentamos pues abrir la comunicación, desde nosotros hacia ellos, no desde el interés por las circunstancias compartidas sino desde el amor. En cierto modo (perdóneseme lo estrambótico del símil) un padre intentando comunicarse con su hijo se asemeja a una mujer fingiendo un orgasmo. Aun así, conozco adultos (las que conozco son madres) que fingen tan bien que llegan casi a sentir como propias esas circunstancias adolescentes, casi a volverse ellas de nuevo adolescentes y entonces vivir como propias las preocupaciones de sus hijos. Pero estos no son sino episodios ilusorios, y para nada recomendables. En fin, no creo que pueda haber verdadera comunicación desde los adultos hacia los adolescentes; no obstante, por amor, lo intentamos.
No es el caso en la dirección opuesta. Los adolescentes rechazan esforzadamente la comunicación. Ya no es sólo que no compartan sus circunstancias con los adultos, sino que quieren a toda costa no compartirlas. Así es porque así debe ser, porque el adolescente debe construir su yo también desde el rechazo (lo de "matar" al padre). Ellos son mucho más conscientes que nosotros de la diferencia radical entre ambas circunstancias, simplemente porque las nuestras no existen para ellos (todavía) mientras que, en cambio, las suyas nosotros ya las hemos vivido y somos capaces, en mayor o menor grado, de recordarlas y entender cómo fueron integradas en lo que hoy somos. Supongo que cualquier adolescente es capaz de darse cuenta de que sus padres tuvieron su edad y sacar las evidentes conclusiones. Pero esas conclusiones son letra muerta, conocimiento fláccido que no es capaz de hacer vibrar nada en su interior. Un adulto es, por definición, alguien que no puede entenderlos; por más que sea justamente al revés.
Pese a todo, con estos mimbres hay que jugar. Jugar el rol que nos toca, intentar abrir puertecillas a la comunicación, por más que ésta nunca llegue a ser verdadera, porque la interacción es necesaria en sí misma para que crezcan ellos, y también para nosotros. Lo que pasa es que es jodido comprobar el poco fruto de nuestros esfuerzos. Hace unos años, en una de las múltiples fases conflictivas de mi hijo, leí un libro de una psicóloga americana (Judith Rich Harris; El mito de la educación) que sostenía que los padres apenas podían influir en la construcción de la personalidad de sus hijos (la tesis viene apoyada en multitud de estudios de campo). Mi propia experiencia me inclina a darle la razón, pero en parte y con matices. Así, en primer lugar, diría que las acciones de los padres sobre los hijos tienen con demasiada frecuencia efectos muy distintos a los que se pretendían (influyen pero en otra dirección, a veces en la opuesta). De otra parte creo (o quiero creer) que la influencia de los padres es a largo plazo, que va depositándose ahí adentro y que, superada la adolescencia, aparece aprovechada en la personalidad del nuevo adulto. Por cierto, entonces se redescubren a los padres y, si hay suerte (y predisposición por ambas partes), se puede abrir una comunicación más merecedora de este nombre.
En fin, espero que si algún adolescente me lee no se cabree demasiado conmigo. La verdad es que he escrito los anteriores tópicos tras leer el blog de una chica, Kandralin, al que llegué por un comentario suyo a otro que leo con frecuencia. Lo curioso es que en su blog me tiene enlazado. Otra chica joven me había comentado anteriormente, así que he de concluir que algunos adolescentes (muy pocos, imagino) de vez en cuando leen lo que escribe uno que es casi cincuentón y cuyas circunstancias tan lejanas están de las suyas. Qué curioso.
CATEGORÍA: Todavía no la he decidido
O quizás no; quizás la diferencia radique en la relación personal con las propias circunstancias, en cómo las integramos en nuestro yo. Madurar podría ser digerir más armónicamente nuestras circunstancias; constructivamente, en el sentido de aprovecharlas para "construir" nuestro yo propio. Sea cómo sea, no me siento nada cercano a las preocupaciones, sentimientos, ideas, valores, enfoques ... que se expresan en la mayoría de los blogs adolescentes. No puedo evitar, además, que mientras los leo me vengan una mezcla de sensaciones poco caritativas (o, si se prefiere, políticamente incorrectas) hacia los autores, nacidas sin duda de una actitud presuntuosa de quien ya ha pasado por eso. La adolescencia, por suerte, es una enfermedad que se cura con el tiempo.
Por tanto, me declaro al otro lado de la brecha generacional que impide la comunicación entre "jóvenes y viejos". La incomunicación es radical porque radica en la diferencia absoluta de circunstancias. La comunicación entre personas –me estoy refiriendo, obviamente, a una comunicación más allá de la trivialidad– supone compartir las circunstancias orteguianas, esas que forman parte de nuestro yo. Pero las circunstancias del adolescente y del adulto son tan distintas que es imposible que haya comunicación verdadera, salvo que el adolescente sea muy "maduro" o el adulto muy "infantil".
Casi ninguna de las cosas que afectan los sentimientos de mi hijo es relevante entre las que configuran mi yo. En ese sentido, en el de integrarse como circunstancias propias de mi personalidad, poco o nada me aportan. Sin embargo, sé que son sus circunstancias y por tanto, a través del amor que le tengo, me interesan y me preocupan. A los padres (a los adultos en general) nos interesan las circunstancias de nuestros hijos (de los adolescentes en general) porque los amamos, porque querríamos que las integraran lo mejor posible en la construcción de su personalidad, porque ya las hemos vivido y conocemos sus tempestuosas potencias, porque nos sentimos responsables ...
Intentamos pues abrir la comunicación, desde nosotros hacia ellos, no desde el interés por las circunstancias compartidas sino desde el amor. En cierto modo (perdóneseme lo estrambótico del símil) un padre intentando comunicarse con su hijo se asemeja a una mujer fingiendo un orgasmo. Aun así, conozco adultos (las que conozco son madres) que fingen tan bien que llegan casi a sentir como propias esas circunstancias adolescentes, casi a volverse ellas de nuevo adolescentes y entonces vivir como propias las preocupaciones de sus hijos. Pero estos no son sino episodios ilusorios, y para nada recomendables. En fin, no creo que pueda haber verdadera comunicación desde los adultos hacia los adolescentes; no obstante, por amor, lo intentamos.
No es el caso en la dirección opuesta. Los adolescentes rechazan esforzadamente la comunicación. Ya no es sólo que no compartan sus circunstancias con los adultos, sino que quieren a toda costa no compartirlas. Así es porque así debe ser, porque el adolescente debe construir su yo también desde el rechazo (lo de "matar" al padre). Ellos son mucho más conscientes que nosotros de la diferencia radical entre ambas circunstancias, simplemente porque las nuestras no existen para ellos (todavía) mientras que, en cambio, las suyas nosotros ya las hemos vivido y somos capaces, en mayor o menor grado, de recordarlas y entender cómo fueron integradas en lo que hoy somos. Supongo que cualquier adolescente es capaz de darse cuenta de que sus padres tuvieron su edad y sacar las evidentes conclusiones. Pero esas conclusiones son letra muerta, conocimiento fláccido que no es capaz de hacer vibrar nada en su interior. Un adulto es, por definición, alguien que no puede entenderlos; por más que sea justamente al revés.
Pese a todo, con estos mimbres hay que jugar. Jugar el rol que nos toca, intentar abrir puertecillas a la comunicación, por más que ésta nunca llegue a ser verdadera, porque la interacción es necesaria en sí misma para que crezcan ellos, y también para nosotros. Lo que pasa es que es jodido comprobar el poco fruto de nuestros esfuerzos. Hace unos años, en una de las múltiples fases conflictivas de mi hijo, leí un libro de una psicóloga americana (Judith Rich Harris; El mito de la educación) que sostenía que los padres apenas podían influir en la construcción de la personalidad de sus hijos (la tesis viene apoyada en multitud de estudios de campo). Mi propia experiencia me inclina a darle la razón, pero en parte y con matices. Así, en primer lugar, diría que las acciones de los padres sobre los hijos tienen con demasiada frecuencia efectos muy distintos a los que se pretendían (influyen pero en otra dirección, a veces en la opuesta). De otra parte creo (o quiero creer) que la influencia de los padres es a largo plazo, que va depositándose ahí adentro y que, superada la adolescencia, aparece aprovechada en la personalidad del nuevo adulto. Por cierto, entonces se redescubren a los padres y, si hay suerte (y predisposición por ambas partes), se puede abrir una comunicación más merecedora de este nombre.
En fin, espero que si algún adolescente me lee no se cabree demasiado conmigo. La verdad es que he escrito los anteriores tópicos tras leer el blog de una chica, Kandralin, al que llegué por un comentario suyo a otro que leo con frecuencia. Lo curioso es que en su blog me tiene enlazado. Otra chica joven me había comentado anteriormente, así que he de concluir que algunos adolescentes (muy pocos, imagino) de vez en cuando leen lo que escribe uno que es casi cincuentón y cuyas circunstancias tan lejanas están de las suyas. Qué curioso.
Es cierto, la brecha generacional sólo se salva a través del amor y de la comunicación. Yo creo que cuando nuestros hijos son chiquitos, no nos resultan bastante estimulantes intelectualmente, después no lo somos nosotros para ellos. Supongo que en el momento en que nos cruzamos, tenemos intereses distintos. En fin, las circunstancias.
ResponderEliminarUn saludo
Necesito un momento para que me respiren los ojos. Me he leído como cuatrocientos cincuenta mil posts tuyos de una sola sentada, y luego he decidido hacer una pausa para irme a comer (que era también la única manera que hacer ver que trabajaba, delante de mi jefe)... pausa que habrás aprovechado para escribir un post nuevo, y que me ha hecho seguir aquí enganchada leyéndote.
ResponderEliminarSufro de algo crónico pero muy útil, que es el hecho de tener treinta años (cumplidos justo hace dos horas y dieciocho minutos, aunque estoy en Londres, con lo que igual los cumplí hace tres horas... en fin, no sé contar, da igual) A lo que iba. Tengo treinta años, pero por algún motivo aún me identifico más con los adolescentes que con la gente de mi quinta. Sigo pensando que igual es, el tener un hijo, lo que te hace olvidarte de todo. Creo que los adolescentes necesitan sentirse especiales y exclusivos, porque se están descubriendo (O debería decir, se empiezan a conocer, y no todo lo que les muestra el espejo les hace gracia). Creo que cierran el círculo precisamente por eso, porque es un arma de poder, como lo es para un niño pequeño negarse a comer. Estoy completamente convencida de que son accesibles (algunos como una autopista, otros menos que un camino de cabras en medio de una tormenta) Ahora, de lo que estoy segura al cien por cien es que todo lo que lleven dentro el día, el mes o el año en que empiecen su adolescencia les hará tirar por un derrotero u otro, y que ahí, el imput de los padres tendría que ser el más fuerte. Que cuando llegas a ese momento de "ñoco, me ha salido un pelo en.... buf, qué risa más tonta, pero si tengo ganas de llorar, partirle la cara al de al lado, fumarme un porro y visitar a Onán, todo a la vez.... mamá, tengo miedo, ¿He dicho yo eso? que buena está esa tía, le voy a preguntar si quiere ver la peli de Spongebob en mi casa (en fin , que me estoy yendo del tema...) Me refería a que sí, que nunca lo dudes, que todo, absolutamente todo lo que vivimos de nuestros padres, los padres que están al pie del cañón, nos queda ahí, como la madre del vino, un poso que se va alterando y que vamos modificando con nuestros propios criterios, pero que sois vosotros (los padres, esos puretas extraños que no nos comprenden, los anticristos de la diversión, la depresión, la agonía y el rocanról, porque somos adolescentes, exclusivos y demasiado importantes para pararnos a analizaros)... sois vosotros los que habéis puesto ahí ese poso. Lo malo no es que el poso no sea el perfecto, porque perfecto nunca lo va a ser (a juzgar valores, opiniones, costumbres y manías, nos vamos a poner a estas alturas... No, thank you!) Lo malo sería que no hubiera poso. Ahí es donde aparecen sustancias alternativas que lo echan todo a perder.
Dioses... perdón. Esto era sólo un comentario. Es que no acabo de salir del todo de la adolescencia. Ni fui nunca consciente de haber estado en ella. (Es como un alzheimer sin prisas, más o menos. No te mueres, pero siempre te está matando).
Un saludo,
A.
Yo también creo que la influencia paterna se pierde (toda o casi toda) durante la adolescencia. El adolescente quiere reinvidicarse alejándose (y hasta avergonzándose) de sus padres y se deja influir por otras gentes que le ayudaran a acabar de formarse. Pero, al terminar esta etapa tan "volcánica" la influencia paterna vuelve a salir a la luz.
ResponderEliminarBesos
Si no existiera la adolescencia los padres e hijos no se reencontrarían después para redescubrirse y fascinarse los unos con los otros.
ResponderEliminarCreo que es una fase necesaria y, aunque ahora yo no los comprenda, se entienden entre ellos y con eso les llega.
Cuando hablas de esas madres que adquieren el rol de adolescentes para estar más cerca de sus hijos, me has traído a la mente a un par de personas... y efectivamente, debe ser tan sacrificado como fingir un orgasmo.
Básicamente estoy de acuerdo con todo el post. En cuanto a la mimetización con los adolescentes, yo estoy contenta por haber pasado la mía hace tiempo. Ahora es mejor. Un beso.
ResponderEliminarYo llevo 18 años trabajando con adolescentes. Al mismo tiempo que yo envejecía, ellos han cambiado muchísimo en estos años. Ellos tienen siempre la misma edad, y cada vez más inmaduros en general, y yo cada vez mayor.
ResponderEliminarEs una situación muy rara y muy difícil, porque para los padres es algo que pasa en unos años, y no se tienen que enfrentar con adolescentes a los 60 años, sino a los 40. Yo, sin embargo, hasta que me jubile.
Voy a empezar por el final ya que tengo mi reflexión más fresca. Lo maravilloso de los blogs es que muchas veces, la mayoría, no tienes muy clara la edad del que escribe, hasta que en un momento dado se da una pista (o se dice directamente) sobre la misma; y a veces te sorprendes, porque le calculabas una edad que nada tenía que ver con la verdadera. Le lees porque te gusta. Parafraseando la letra de una canción de Paolo Valesi, "no sé muy bien cuál es mi edad; yo solo cuento las sonrisas".
ResponderEliminarLa otra reflexión es sobre la decisión de tener hijos y el miedo a la adolescencia de los mismos. Si yo tenía absolutamente decidido no tener críos no era porque no me apeteciera tener un "cacahuete", como los llama Aldara; no quería tenerlos porque temía (temo) la etapa adolescente; le tengo más miedo que a los terremotos, al curso de la economía, o las guerras. Así que ahora, con mi hijo de casi casi tres añitos... prefiero disfrutarlo sin mirar demasiado ese futuro, intentando aprender por el camino que me queda hasta que llegue todo lo que pueda para intentar hacer las cosas lo mejor posible. Ya te contaré dentro de quince años cómo me va.
Besotes.
Yo creo que cuesta tanto al adulto mirar atrás y pensar en tu yo adolescente como al adolescente querer interesarse por el mundo del adulto. No hace tanto una amiga mia afirmaba que ella jamás en su vida se había fumado un porro, lo afirmaba delante de mi hija. Y entonces es aquí cuando yo me pregunto cómo se puede tachar de un plumazo lo que viviste en una determinada etapa de tu vida, cómo lo puedes negar. O me estaré volviendo loca yo y todo lo que hizo esta chica delante mía está sólo en una memoria inventada por mi¿¿??. El caso es que no es la primera vez que compruebo que los adultos distorsionan aquello que han vivido o por lo menos adultos de los cuales tengo datos para saber que hacen este tipo de cosas. Evidentemente una persona así que niega su adolescencia en muchos aspectos más, nunca podría relacionarse muy bien con alguien que está en esta edad.
ResponderEliminarYo de adolescente no me recuerdo muy diferente de cómo soy ahora, mis pilares principales eran los mismos, la diferencia está en que ahora dispongo de mucha más información que antes y de que precisamente por esa información tengo una serie de responsabilidades que antes no tenía. En definitiva creo que los diferentes niveles de información de la que disponemos es lo que hace complicado mantener una conversación, incluso pasa con adultos, no hace tanto hablabas de unos compañeros de trabajo que habían iniciado una discusión y sin embargo cuando empezaste a arbitrar entre sus posturas encontraste que tenían las mismas y que sin embargo diferentes formas de nombrar el concepto hacía imposible acercar posturas.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarAna C:Totalmente de acuerdo. Es así y tampoco pasa nada; creo que luego, cuando ambos somos adultos, se puede producir el encuentro comunicativo.
ResponderEliminarAldara: Pufff, vaya comentario. Empezaré diciendo que admiro tu masoquismo; aunque todavía no he llegado a escribir cuatrocientos cincuenta mil posts, sí son bastantes (¿también has leído los de mi blog anterior?). Confío en que tu jefe no te despida por mi culpa (que es lo que debería hacer :).
En cuanto a tus comentarios a este post, antes de nada felicidades por tu ingreso en la nueva década. Dices muchas cosas (algunas me quedan algo confusas, he de confesarte) y, como es natural, no con todas estoy de acuerdo, pero requeriría otro post para recomentarte. No creo que tener un hijo te haga olvidar lo que sentías cuando eras adolescente, simplemente uno va cambiando y haciéndose adulto. Coincido en tu diagnóstico sobre la necesidad de sentirse especial del adolescente debido a sus inseguridades respecto a su propia identidad (entre otras cosas, porque la están construyendo); es paradójico, sin embargo, que ese sentirse especial se traduzca en la mayoría de ellos es la búsqueda mimética de integración en su grupo. En cuanto a lo de los padres, pues te diré que sí creo que vale para algo (efectivamente dejando poso) pero también que la comunicación verdadera es imposible (conste que me estoy refiriendo a un tipo específico de comunicación, que es a la que yo llamo así). Por último, sería interesante que explicaras qué quieres decir con eso de que te identificas más con los adolescentes que con los de tu quinta. Un beso.
Nanny: Eso esperamos todos, ¿verdad? Porque si no, el oficio de padre es más deprimente (por inútil) que el de procurar que se materialice en la realidad lo que se llama ordenación racional del territorio (que es a lo que me dedico). Un beso.
Raquel: Si no existiera la adolescencia ... por supuesto; como tampoco nos haríamos adultos, ni ná de ná. Conste que también creo que es una fase necesaria (vamos no es que lo creamos tú y yo, es que es así); no vayas a pensar que pretendo abolirla. Lo que no quita para que me parezca una etapa terrible y dura, seguramente la peor de la vida de uno mismo (y en la que peor se hace pasar a los seres queridos). En mi opinión, quien piensa en ella como en una etapa maravillosa seguramente no supo sacarle el jugo que debería. Bueno, pero sobre esto último tampoco me hagas mucho caso, que estoy improvisando sin meditarlo. Un beso.
Alicia R: ¿Pero llegaste a mimetizarte con tus adolescentes? Deberías contarlo, porque imagino que fue duro y, probablemente, inútil. Seguro que ahora es mejor. Un beso.
Koti: Ser profesora de adolescentes sí que tiene que ser duro. Treinta o más años viendo la misma patología, con las variaciones de matiz propias de los cambios sociales. Tiene mérito, sin duda. Aunque, imagino, que también tiene sus esporádicas satisfacciones (estoy recordando tu orgulloso post del último fin de curso hablando maravillas de tus alumnos). Un beso.
illyakin: No es que lea muchos blogs, aunque de vez en cuando, a través de enlaces, me aventuro en nuevos. Pese a que mi muestra no es muy representativa para sacar conclusiones, a diferencia tuya, sí suelo intuir la edad de quien escribe (admito que a veces hay sorpresas, pero muy pocas, sobre todo en la clasificación por “grupos de edad”). Me guste o no, lo cierto es que sí creo que la edad es un factor muy relevante en la personalidad de alguien (tanto como el sexo, por ejemplo). De esto estoy tanto más convencido a medida que cumplo años. Lo cual no implica que no encuentre blogs que me gustan en gente bastante más joven que yo, pero también es cierto que la mayor afinidad de circunstancias se dan con los de edad más cercana a la mía. Al fin y al cabo, es lo natural.
En cuanto a la decisión de tener o no hijos ... mujer, nunca se me habría ocurrido que la misma pudiera estar condicionada por el miedo a la adolescencia, me has dejado un poco sorprendido. Yo pienso que esa “decisión” es, sobre todo, algo que nos “mandan” los genes porque, si fuera verdaderamente racional, tengo muy claro que la humanidad se habría extinguido hace tiempo. Creo que hay muchos motivos “sensatos”, aparte del miedo a la futura adolescencia, para decidir abstenerse de procrear. Claro que no todo en la vida lo hacemos con la sensatez por delante (por suerte) así que, desde luego, disfruta de tu pequeñín y pasa de preocuparte por lo que haya de ocurrir dentro de quince años (que ojalá sigamos pro aquí para que me lo cuentes). Un beso.
Amy: No puedo estar de acuerdo contigo en eso de que a ambos, al adulto y al adolescente, les cuesta lo mismo el interesarte por el otro. Hay una diferencia evidente: el adulto ha sido adolescente pero éste todavía no ha sido adulto. Que haya adultos que engañan a sus hijos o a sí mismos olvidándose de sus yoes adolescentes, no prueba sino que la estupidez humana es un virus ampliamente propagado. Sin duda, ese tipo de personas difícilmente podrá relacionarse bien con adolescentes; pero quienes nos acordamos de cómo éramos (y sentíamos) de adolescentes podremos, siendo inteligentes, relacionarnos mejor con nuestros hijos adolescentes, pero seguirá sin haber verdadera comunicación con ellos.
Tampoco me creo (perdona mi escepticismo) que tú de adolescente no fueras muy diferente a como eres ahora, ni de que las diferencias fueran meramente de información o responsabilidades. Ser adolescente es, casi por definición, construirse la personalidad propia (entre los componentes de ésta, los que llamas tus “pilares”). Aunque los factores que citas influyen en la dificultad comunicarse entre todo tipo de personas, en el caso de los adolescentes el desencuentro es más radical (a eso me refería en el post).
Y (entre tú y yo). La adolescencia no es sólo una cuestión de hormonas, pro más que éstas sean el catalizador orgánico que pone en marcha el proceso. Un beso.
Pulgacroft: Pues de nada, y bienvenida tú también por estos lares, ovetense residente en la costa del sol. Algún día habrá que hablar sobre el eclecticismo, que me has aguijoneado al gusanillo. Un beso.
Pues miros ya no sólo depende de cómo yo me recuerdo, que también puede ser que yo distorsione mis recuerdos, sino de cómo me han visto los demás siendo adolescente y te puedo asegurar que ellos tampoco me ven muchas diferencias, en las fundamentales, en las circunstanciales sí claro está. Pero claro como adolescente nunca fui habitual, ni siquiera como niña. Puede que ahora sea más infantil que antes, pero esto ya es pura distorsión andaluza de exagerar la cuestión.
ResponderEliminarBueno... como mi jefe aún no me ha echado (ni le vendría a cuento, porque ya he entregado mi carta firmada conforme dejo la empresa en dos semanas...)entro otro ratito por aquí. La verdad es que es de las pocas veces que me he leído todos los comentarios a conciencia (es que el tema me interesa, y mucho. Que voy a ser profe de secundaria). Supongo que a lo que me refería con que entiendo mejor a los adolescentes, es que hay muchas cosas de la adolescencia que no tengo superadas, que me cuecen (y no, no me enriquecen. En absoluto.) y que me hacen sentir como si aún tuviera un pie en aquella edad, anclado, que me hace ver los por qués de muchas reacciones adolescentes. Claro que todo esto para mí es muy fácil de decir, ya que no tengo hijos, y menos adolescentes... y cuando tienes que lidiar con un ser al que quieres tantísimo y a la vez lo colgarías del techo con chinchetas por las orejas... todo debe de complicarse más. Creo que lo más, más importante, estriba en saber encontrar el punto de equilibrio entre la inflexibilidad de establecer quién manda, y la flexibilidad de comprender a quién le estás mandando qué. creo que por ahí se les puede inyectar autoestima, que en definitiva, es la clave de lo que andan buscando: autoestima para saber conocerse, para querer conocerse. Sí que es paradójico, que pese a querer ser especiales, tengan que "pertenecer". Pero es que para una mente a la que le faltan aproximadamente diez o veinte minutos de microondas, "pertenecer" lo es todo. Sería perfecto si pudiéramos formatearlos para que pensaran primero en individual y luego en colectivo, si supieran hacer diferencias (estoy generalizando, hay quien sabe hacerlas desde edades tempranísimas) También sería genial si todos/as tuvieran tal estabilidad emocional en casa que al salir a la calle pudieran pensar con más raciocinio. Sí, bueno, claro, también sería genial que el Depor ganara la Liga, que se consiguiera la paz mundial y que el cocholate con leche hiciera adelgazar, pero en fin...
ResponderEliminarOstras, menudo comentario te he vuelto a poner. Nunca máis, lo prometo! Lo siento!
A.
Me ha gustado la reflexión que haces, tal vez porque, por circunstancias de similitud generacional (contigo), descubro cosas que me preocupan e inquietan. Me gusta tu blog. Saludos.
ResponderEliminarLlego tarde a la lectura del post y para sorpresa mía, veo que me has mencionado. Hmm, aunque entiendo tu postura y me imagino el trato que tienes con esos enfermos , no puedo estar de acuerdo contigo...Porque soy adolescente y no creo que eso sea una fatalidad, porque disfruto hablando con mis padres no sólo de trivialidades sino también de temas profundos, porque nunca los he rechazado, en fin, que ellos son mi fuente de sabiduría y apoyo, por razones obvias. No pretendo ni necesito más (de momento). Será que soy simple o un bicho raro, la verdad es que no lo creo y ni me importa =)
ResponderEliminarPD. Sigo leyéndote