domingo, 26 de agosto de 2007

La mili en África (I)

En un post anterior conté que mi tía me había facilitado una carpeta con papeles de mi abuelo materno. Transcribo ahora las dos primeras de seis cuartillas mecanografiadas escritas en abril de 1927, al cumplirse un año de su mili en Tetuán. Mi abuelo tenía 21 años cuando partió de Bilbao hacia África; en el otoño del año anterior, 1925, se había producido el desembarco español de Alhucemas y la posterior victoria sobre las cábilas rifeñas. Con esta acción bélica, la dictadura de Primo de Rivera acababa, al menos provisionalmente, con el agobiante problema del protectorado español, que así dejó de ser uno de los asuntos candentes de la política interior. Por tanto, mi abuelo vivió su mili en un territorio "pacificado"; por apenas unos meses evitó los riesgos de una permanente situación de guerra no declarada.Leo lo que escribió ese chico que treinta y dos años después sería mi abuelo y me cuesta reconocer al hombre que conocí. El lenguaje es cursi y sensiblero; no podía ser de otra forma, me dice mi madre, cuando su autor favorito era el santanderino novecentista José María de Pereda. Mi abuelo dejó la escuela con ocho años y a esa edad entró a trabajar; con esos condicionantes se le puede disculpar (e incluso admirar) el lenguaje de que disponía. Pienso, en todo caso, que tiene cierto interés descubrir cómo eran las cosas hace ochenta años; por eso, con mínimas correcciones, aquí va esta primera parte.

Después de los reconocimientos y demás preliminares de reglamento, fui avisado a concentración para el día 15 de marzo de 1926, siendo el sorteo de África el 19 del mismo mes. En ese sorteo, de 82 soldados de infantería que pedían Marruecos, me tocó en suerte el número 35. En el destino a Cuerpo, que se efectuó tres días después, lo fui al Batallón de Cazadores de África nº 6, que tiene su Plana Mayor en Tetuán, capital de nuestro Protectorado.

Para incorporarnos fuimos llamados el día 30 del citado mes de marzo, a las cinco de la tarde, al cuartel bilbaíno de Reina Victoria. A las siete de la mañana del día siguiente nos pusimos en marcha hacia la estación de ferrocarril, adonde llegamos en un cuarto de hora. Allí nos acomodaron en los coches que para tal efecto había puesto la Compañía y poco después partió el convoy entre los últimos adioses y lágrimas de los deudos y amigos que había ido a despedirnos.

Las cuatro horas que el tren tarda en recorrer los ciento y pico de kilómetros que separan a la capital de Vizcaya de la Montañesa las pasamos demostrándonos una alegría que no sentíamos, pero que parecía que quisiéramos comunicarnos unos a otros para animarnos ante la mala estrella que en el sorteo tuvimos. ¡Qué pena me daba dejar atrás los deliciosos y alegres pueblecitos que íbamos pasando sin saber cuándo podríamos volver a verlos, si es que esto llegaba! Mas la obligación nos llamaba a otra parte y sólo un adiós podíamos dedicarles ...

Son las doce del día cuando el tren entra en agujas , parando pocos segundos después en la estación santanderina: ya nos queda poca tierra de nuestra querida patria que pisar. En la estación somos esperados por un Oficial que nos manda formar fuera de la misma, para seguidamente dirigirnos al Cuartel del Regimiento de Infantería Valencia nº 23. Una vez llegados, pasan lista, tras la cual tenían preparado el rancho (que seguramente no probó ni la décima parte de nosotros). Por mi parte, tuve la suerte que me estuviera esperando en la estación mi tío Adolfo, quien pidió permiso para que me dejaran pasar el día y la noche con él, a lo cual accedió el Oficial. Así, marchamos inmediatamente a comer y a visitar a la familia que tenemos en Santander, tras lo cual, a las cuatro de la tarde, salimos en el tren del Norte para Reinosa, villa a la que llegamos cinco horas después.

Pasada la noche en compañía de mis tíos, volvimos de nuevo para Santander, Adolfo y yo, en el tren que pasa por Reinosa a las 6 de la mañana y llega a la Capital a las 11. Con nuestra llegada coincidió la del vapor Barceló, que entró en el muelle con tropas repatriadas, y que era el que nos había de transportar a las tierras africanas. Después de comer con mi tío, fui al Cuartel a presentarme, mejor dicho, a quedarme, pues ya no salí de él hasta que a las ocho de la tarde nos formaron y llevaron al muelle para embarcarnos. Pero el vapor no estaba todavía bien desinfectado, por lo que intentaron volvernos al Cuartel, adonde no llegó ni la mitad, pues todos los que pudimos nos escapamos y, dejando la célebre manta y plato donde no estorbara, paseamos un buen rato por la calle de San Francisco y La Blanca, con las simpáticas montañesucas que encontramos quienes, con sus gracias, procuraban alegrarnos los últimos momentos que nos quedaban en España.

¡Viernes Santo! Son las ocho de la mañana cuando empiezan a llegar en grupos, que quieren ser formaciones, los reclutas que conmigo tuvieron la "suerte" de ser destinados a tierras marroquíes. Viéndoles llegar estoy en el muelle, donde coincidí con los primeros grupos aparentando ser uno de tantos curiosos que allí se congregaban y no un futuro soldado que al fin había de embarcar en aquel vapor que se mecía tranquilo en el hermoso muelle santanderino. Por fin llegan los compañeros que lo habíamos sido desde Bilbao, entre los cuales quise ver si alguno se decidía a "perder el barco", pues le tenía mucho miedo a tan largo viaje por mar metido en vapor de cabotaje; mas ninguno quiso decidirse, ante lo cual, y para no aburrirme solo en viaje por tierra, opté por marchar en compañía de los demás, cosa que más de una vez me pesó durante el trayecto.

A las nueve levó anclas nuestro barco, entre los acordes de un castizo y español pasodoble con que nos despedía la Banda del Regimiento Valencia y los atronadores y tristes adioses que las familias y el noble pueblo de Santander nos dedicaban, Pronto fuimos dejando atrás aquellos muelles donde se seguían agitando pañuelos y pronto La Magdalena, residencia veraniega de nuestros Reyes, nos privó de verlos. Mas entonces se presentó a nuestra vista otra belleza que nos hizo olvidar lo que atrás quedaba; a un lado la playa del Sardinero con sus innumerables y preciosas "villas", y al otro ... ¡al otro la inmensa llanura del mar!

Ese día todo marchó bien hasta el anochecer, momento en que sentí los primeros síntomas del mareo; pero bien pronto se me pasó y pude seguir admirando lo que hasta entonces nunca había tenido ocasión de hacer: un anochecer tranquilo en alta mar. Después de cuatro días de navegación, el último de los cuales tuvimos un fuerte temporal a la altura de Cádiz, del que no creíamos salir bien parados, llegamos al puerto de Ceuta el día 5 a las nueve de la noche, pero no nos permitieron salir del vapor por más que estuviésemos deseando saltar a tierra. ¡Qué raro se me hacía el oír las bocinas de los automóviles y ver la iluminación de la población! Y es que tantas horas viendo solamente mar y cielo (aunque algunas veces alcanzábamos a ver las costas) y solo escuchando el rumor del agua o la sirena de algún otro vapor que por casualidad se cruzaba con nosotros, parece que transporta a uno a otro mundo desconocido, otro mundo más pequeño, del cual al volver al nuestro quedamos aturdidos ...

A las nueve de la mañana del día siguiente, el martes 6 de abril, desembarcamos, tomamos café y seguidamente fueron formando por grupos de distintas Armas y Cuerpos. Se quedaron en la Plaza los que a ellos habían sido destinados así como los de la Zona de Larache, que seguirían el viaje en barco. Los de la Zona de Tetuán fuimos llevados a la estación para embarcar, a las 12 del mediodía, en un tren que nos condujese a dicha Plaza; llegamos allí dos horas después.

En la estación de Tetuán, nueva formación, y salida para el Campamento en que tenían enclavados los barracones y cuarteles el Batallón de África 6. Ese día no pudo ser más aprovechado ya que, además de todo lo que queda dicho, fuimos destinados a compañías, nos cortaron el pelo (que fue una de las cosas que más sentí), nos equiparon con prendas y armamento de soldado y nos hicieron vestirnos (más bien disfrazarnos) con aquellas ropas que a nadie le venían a la medida ni por aproximación, dejándonos después libres por el campamento, pues a la Plaza no dejaba llegar la vigilancia que en ella había, si no era con cinto y machete.

Así empezó mi suerte en la nueva vida que he de llevar, si Dios no dispone otra cosa, durante 24 meses. Como nunca faltan, a nuestra llegada nos encontramos con varios veteranos de la provincia de Vizcaya, que desde el primer momento se pusieron de nuestra parte, consiguiendo gracias a ellos sacar nuestra ropa de paisano y después gastarnos juntos unas pesetas en la cantina. Entre los congregados que bebiendo vino nos encontrábamos di con un muchacho de Valmaseda que conocía donde se encontraba la Oficina de la Inspección General de Intervención y Tropas Jalifianas, que era donde yo tenía que ir. Fui acompañado por él, por cuya mediación me prestaron también cinto y machete, a visitar a un señor Comandante, en casa del cual trabajaba una tía mía. No le encontramos en la Oficina, mas nos dieron las señas de su casa y allí nos dirigimos. La encontramos al primer intento y fuimos acogidos amablemente, teniendo la satisfacción de abrazar a mi tía. Después de pasar un rato agradabilísimo en compañía de aquella buena gente, y de haber dejado mi ropa de paisano en su casa, regresamos mi amigo y yo al campamento. No tardé, sin embargo, en volver, esta vez solo, a casa del señor Comandante para despedirme, pues a la mañana siguiente teníamos que salir para Rincón de Medik, donde estaban los demás quintos del Batallón haciendo instrucción. El resto del día, mejor dicho, de la noche, lo pasé con mis nuevos amigos en la cantina, marchándonos a dormir a la una de la mañana; tuvimos que hacerlo en el suelo, sin colchón y sin poder pegar el ojo, pues los ratones, algunos bastante creciditos ya, pasaban por nuestras cabezas "como Pedro por su casa".

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: Todavía no la he decidido

8 comentarios:

  1. Mi abuelo nació con el siglo, un pelín más mayor que tu abuelo.

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  2. Pues para haber dejado la escuela a los ocho años, tu abuelo escribía muy bien...

    Besos

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  3. Precisamente estaba yo pensando lo mismo que Zafferano...

    Mi abuelo nació en el siglo XIX !!!, si mal no recuerdo en 1890. Aunque vivió con nosotros muchos años era poco dado a contar historias y me quedé sin saber muchas cosas acerca de su vida como capataz de minas.
    Sí sé que a mi abuela la traía a maltraer con el dinero y es que mi abuelo y casi todos sus hijos varones eran bastante juerguistas.
    Los diversos negocios familiares no prosperaron.
    Que suerte tener una abuela que conserva papeles y poder descubrir a tu abuelo de primera mano.
    Besos

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  4. Fantástico relato, menuda forma de conservar la memoria. Si estos pequeños retazos del pasado nos parecen fascinantes... hacemos bien en llevar un blog, me parece a mí. Que no se pierdan nuestros escritos, son importantes.

    Tu abuelo me ha transportado a otra época.

    Por cierto, eres de la quinta de mi hermano mayor :D

    Besotes.

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  5. A mi también me ha transportado a otra época; lo que es increíble es como han cambiado las cosas en un tiempo relativamente corto, verdad?
    Va a ser verdad eso de que a algunos les vendría bien hacer la mili (pero de las de antes).

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  6. ¿Que le debemos perdonar el lenguaje?.

    Pásate por cualquier foro, incluso si se trata de universitarios y escoge cualquier mensaje al azar y verás que nivel.

    A mi me parece un relato cuasi periodístico pero de cuando los periodistas sabían escribir.

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  7. Pues a mí me ha gustado como escribía tu abuelo. Uno de mis abuelos (almeriense él) estuvo en la guerra de África (el otro ni idea) y fue por carta como conoció a su mujer y mi abuela; le escribía a mi tío abuelo las cartas para la familia. A mí me encantaría ver aquellas cartas. Lástima que, que yo sepa, hayan desaparecido.

    Besos

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  8. Hola compañero , mi abuelo seguro que compartió con el tuyo la misma guerra el mio estuvo en el desembarco de Alhucemas

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