Casitas, urbanismo, canciones y Víctor Jara
En los últimos fines de semana estoy viendo la serie norteamericana Weeds (pirateada, sí) que desarrolla una graciosa e irónica trama ambientada en una típica urbanización californiana (los suburbios, sin el matiz peyorativo que este término tiene en español). La protagonista es una joven viuda con dos hijos y un alocado cuñado que, bajo la apariencia de la normalidad burguesa, se dedica a vender marihuana para poder salir adelante. Desde la primera vez que la vi quedé muy gratamente sorprendido con la presentación. Comienza con una vista aérea animada en la que la trama viaria de la urbanización se va conformando en un anillo del que se ramifican calles en fondo de saco para, inmediatamente, llenarse las manzanas resultantes de hileras de casitas uniformemente distribuidas. Esas casas se ven a continuación en imagen real perfectamente alineadas y adosadas. Luego pasan cuatro todo terrenos blancos uno tras otro por delante de una pretenciosa fuente sobre la que se erige una pérgola. Enseguida, tres tipos vestidos con gorrita, camiseta blanca, pantalón corto y zapatillas de deporte, corren por la senda sinuosa de un parque flanqueado en su borde por las siluetas de las viviendas. Ahora dos breves planos de la urbanización y la fachada de un restaurante de alguna franquicia americana del que salen cinco ejecutivos en camisa blanca para que enseguida vayan entrando otros tantos. Sigue una vista de helicóptero de una calle curva con varias casas macizotas y llenas de cubiertitas inclinadas situadas en sus jardines privados no vallados (característico de los suburbios yanquis); de sus entradas de garaje van saliendo casi simultáneamente siete cochazos oscuros que, alcanzada la calle, circulan en una ordenada fila. Después aparecen varias chicas también corriendo, todas con gorrita blanca, camiseta verde de asillas, short negro y deportivas. En otras versiones de la presentación se intercalan otras escenas, como la del archiconocido autobús escolar del que van descendiendo uno a uno los niños, todos con la misma indumentaria o un plano frontal de cuatro niñas rubiecitas columpiándose con una sincronización casi perfecta en un área de juegos infantil. En total, apenas cincuenta segundos que sintetizan en breves cuadros los rasgos definitorios de la vida en los suburbios residenciales de la Norteamérica blanca y burguesa, cargando la tinta en su carácter uniformemente estereotipado; todos los elementos que constituyen cada vista son idénticos.
El tema que suena durante la intro de la serie, con aire de canción infantil, se llama Little Boxes (cajitas) y fue compuesta en 1962 por Malvina Reynolds (1900-1978), una cantautora del folk activista de la posguerra que tan popular llegó a ser durante los sesenta. Según cuenta su hija, la canción nació un día que Malvina viajaba con su marido desde San Francisco hacia La Honda, un pequeño pueblo de las montañas de Santa Cruz, donde había de cantar para una asociación pacifista. Me imagino a la pareja conduciendo hacia el sur por la autopista interestatal 280 (la Junípero Serra, aunque por entonces no la habían bautizado) y, nada más entrar en el vecino condado de San Mateo, encontrándose a la izquierda con una inmensa urbanización de casitas adosadas. Se trataba de Westlake, uno de los ejemplos más famosos y grandes del "urbanismo" residencial americano que se iría imponiendo al resto del mundo. Fue obra de Henry Doelger, un caso típico del self-made-man americano que, desde unos orígenes pobres, llega a convertirse en uno de los mayores promotores inmobiliarios. En el 45, compró a la compañía de aguas Spring Valley grandes extensiones de terrenos arenosos que todos consideraban demasiado apartados de la ciudad; sin embargo, contra la opinión unánime de todos sus colegas, Doelger estaba decidido a construir el nuevo entorno residencial de la clase media americana.
Estaba a punto de empezar el boom inmobiliario de la posguerra y Doelger, intuyéndolo o no, acertó al ofrecer a las crecientes oleadas de jóvenes parejas un nuevo modelo de hábitat. Concibió, en sus propias palabras, "una ciudad dentro de la ciudad", con casas, colegios, centros comerciales, oficinas, iglesias, equipamientos y parques; separada pero suficientemente cercana de la metrópoli; y, sobre todo, a costes asequibles para el ciudadano medio, a quien la publicidad se encargaría de bombardear con la imagen icónica de la vivienda unifamiliar en un entorno idílico para vivir y educar a los niños, entre gentes como ellos. Planificó el proceso de urbanización y construcción de las casas con criterios de eficiencia, economía y uniformidad. Se diseñaron unos pocos tipos de plantas de viviendas que se combinaban con fachadas en varios estilos y se implementaron métodos de prefabricación que abarataran costes. Probablemente, fue el primer caso de una eficiente planificación estrechamente vinculada a la construcción y comercialización, al menos sobre un área de tan grandes dimensiones. El desarrollo urbanístico-inmobiliario duró diecisiete años (desde el 47 al 64) y dio como resultado 7.500 casas y 3.000 apartamentos.
Cuando Malvina Reynolds se asombró ante la urbanización, ésta ya tenía que estar prácticamente acabada. La canción que le inspiró ridiculiza la uniformidad de las casitas y su mala calidad constructiva. A este respecto incluso inventó una palabra (ticky-tacky) para referirse a los materiales de baja calidad con que se construían las viviendas estandarizadas. Sin embargo, lo cierto es que el resultado arquitectónico e incluso urbanístico no es nada desdeñable, como suele ocurrir con las primeras muestras de casi todo; luego, lamentablemente, los modelos se copian masivamente y se van vulgarizando y degradando. De hecho, Westlake ha sido considerado en varias publicaciones el mejor suburbio estadounidense y cuenta con ejemplos de muy dignas viviendas. Véase, por ejemplo, este adosado de 1953 en una parcela de poco más de 300 m2, con 130 m2 construidos; no está nada mal si lo comparamos con sus anodinos y cutres "herederos". Pues se está vendiendo en 460.000 €; o sea que la urbanización de casitas asequibles se ha convertido en un barrio de gente más pudiente que sus originales pobladores.
La preparación de este post me ha llevado a descubrir unos cuantos datos que ignoraba sobre los orígenes de modelos urbanísticos residenciales que ahora estamos hartos de ver en las periferias de nuestras ciudades. Es un asunto que profesionalmente me interesa y me ocupa y que, hace ya muchos años cuando ni de lejos era el fenómeno que hoy es, dio como resultado una canción que, por lo que me entero, ha servido para bautizar no sólo a las viviendas-cajita sino también a todo un modo de vida suburbano que se ha convertido en el hábitat arquetípico de los valores burgueses dominantes de la segunda mitad del siglo pasado (y ahí seguimos). Pero fue la canción lo que me motivó a escribir el post y, en concreto, el que, tras oírla durante varias capítulos con la certeza de que ya la conocía en otra versión y el molesto machaqueo mental de no poder poner nombre a mi recuerdo. Ayer, finalmente, me vino a la cabeza; se trataba del tema de Víctor Jara titulado las casitas del barrio alto, que me retrotraía a mis vivencias de finales de los setenta. Sólo entonces, contento de haber desvelado el misterio personal, busqué en internet y me enteré de quién era la compositora así como de la multitud de versiones que este tema ha tenido (en la segunda temporada de Weeds cada capítulo va introducido por una versión distinta de la canción). Antes que Jara, en 1970, el cantautor español Adolfo Celdrán hizo la primera adaptación al castellano, con una traducción bastante fiel al original (la imagen adjunta es un comic que ilustra la letra española), aunque no me gusta demasiado cómo la canta. El chileno se toma más libertades para que los textos se ajusten mejor a la realidad urbana y social de Santiago, cuya burguesía estaba subyugada (¿sigue estándolo?) por el american way of life. El tema aparece en su sexto disco, El derecho de vivir en paz (1971), que apenas dos años después los militares se encargarían de negarle.
Como la vida está llena de casualidades, justamente cuando ya tenía casi acabado este post descubro en El País de hoy un reportaje a doble página sobre "la muerte lenta de Víctor Jara". No me cuenta casi nada nuevo sobre esas fechas terribles, pero sí me entero de que se está juzgando su asesinato y de que, aprovechando la exhumación del cadáver para las investigaciones forenses del juicio, ayer se celebró en Santiago un funeral publico, en el que más de treinta y seis años después de su muerte y entierro casi clandestino, el cantante pudo recibir el homenaje emotivo de sus paisanos. Aunque ya pensaba poner su versión de Little Boxes, aprovecho la noticia para redoblar mi propio homenaje.
Estaba a punto de empezar el boom inmobiliario de la posguerra y Doelger, intuyéndolo o no, acertó al ofrecer a las crecientes oleadas de jóvenes parejas un nuevo modelo de hábitat. Concibió, en sus propias palabras, "una ciudad dentro de la ciudad", con casas, colegios, centros comerciales, oficinas, iglesias, equipamientos y parques; separada pero suficientemente cercana de la metrópoli; y, sobre todo, a costes asequibles para el ciudadano medio, a quien la publicidad se encargaría de bombardear con la imagen icónica de la vivienda unifamiliar en un entorno idílico para vivir y educar a los niños, entre gentes como ellos. Planificó el proceso de urbanización y construcción de las casas con criterios de eficiencia, economía y uniformidad. Se diseñaron unos pocos tipos de plantas de viviendas que se combinaban con fachadas en varios estilos y se implementaron métodos de prefabricación que abarataran costes. Probablemente, fue el primer caso de una eficiente planificación estrechamente vinculada a la construcción y comercialización, al menos sobre un área de tan grandes dimensiones. El desarrollo urbanístico-inmobiliario duró diecisiete años (desde el 47 al 64) y dio como resultado 7.500 casas y 3.000 apartamentos.
Cuando Malvina Reynolds se asombró ante la urbanización, ésta ya tenía que estar prácticamente acabada. La canción que le inspiró ridiculiza la uniformidad de las casitas y su mala calidad constructiva. A este respecto incluso inventó una palabra (ticky-tacky) para referirse a los materiales de baja calidad con que se construían las viviendas estandarizadas. Sin embargo, lo cierto es que el resultado arquitectónico e incluso urbanístico no es nada desdeñable, como suele ocurrir con las primeras muestras de casi todo; luego, lamentablemente, los modelos se copian masivamente y se van vulgarizando y degradando. De hecho, Westlake ha sido considerado en varias publicaciones el mejor suburbio estadounidense y cuenta con ejemplos de muy dignas viviendas. Véase, por ejemplo, este adosado de 1953 en una parcela de poco más de 300 m2, con 130 m2 construidos; no está nada mal si lo comparamos con sus anodinos y cutres "herederos". Pues se está vendiendo en 460.000 €; o sea que la urbanización de casitas asequibles se ha convertido en un barrio de gente más pudiente que sus originales pobladores.
La preparación de este post me ha llevado a descubrir unos cuantos datos que ignoraba sobre los orígenes de modelos urbanísticos residenciales que ahora estamos hartos de ver en las periferias de nuestras ciudades. Es un asunto que profesionalmente me interesa y me ocupa y que, hace ya muchos años cuando ni de lejos era el fenómeno que hoy es, dio como resultado una canción que, por lo que me entero, ha servido para bautizar no sólo a las viviendas-cajita sino también a todo un modo de vida suburbano que se ha convertido en el hábitat arquetípico de los valores burgueses dominantes de la segunda mitad del siglo pasado (y ahí seguimos). Pero fue la canción lo que me motivó a escribir el post y, en concreto, el que, tras oírla durante varias capítulos con la certeza de que ya la conocía en otra versión y el molesto machaqueo mental de no poder poner nombre a mi recuerdo. Ayer, finalmente, me vino a la cabeza; se trataba del tema de Víctor Jara titulado las casitas del barrio alto, que me retrotraía a mis vivencias de finales de los setenta. Sólo entonces, contento de haber desvelado el misterio personal, busqué en internet y me enteré de quién era la compositora así como de la multitud de versiones que este tema ha tenido (en la segunda temporada de Weeds cada capítulo va introducido por una versión distinta de la canción). Antes que Jara, en 1970, el cantautor español Adolfo Celdrán hizo la primera adaptación al castellano, con una traducción bastante fiel al original (la imagen adjunta es un comic que ilustra la letra española), aunque no me gusta demasiado cómo la canta. El chileno se toma más libertades para que los textos se ajusten mejor a la realidad urbana y social de Santiago, cuya burguesía estaba subyugada (¿sigue estándolo?) por el american way of life. El tema aparece en su sexto disco, El derecho de vivir en paz (1971), que apenas dos años después los militares se encargarían de negarle.
Como la vida está llena de casualidades, justamente cuando ya tenía casi acabado este post descubro en El País de hoy un reportaje a doble página sobre "la muerte lenta de Víctor Jara". No me cuenta casi nada nuevo sobre esas fechas terribles, pero sí me entero de que se está juzgando su asesinato y de que, aprovechando la exhumación del cadáver para las investigaciones forenses del juicio, ayer se celebró en Santiago un funeral publico, en el que más de treinta y seis años después de su muerte y entierro casi clandestino, el cantante pudo recibir el homenaje emotivo de sus paisanos. Aunque ya pensaba poner su versión de Little Boxes, aprovecho la noticia para redoblar mi propio homenaje.
Notas: La foto de Malvina Reynolds está tomada del blog de su hija y el comic proviene de la página oficial de Adolfo Celdrán.
CATEGORÍA: Canciones y otras líricas
Vi Weeds y no me enganchó demasiado, pero sí me resultó muy interesante lo que me contás.
ResponderEliminarUn beso
Excelente resumen, Miroslav. En una entrevista que leí hace mucho en Play Boy (sí, los textos “también” solían ser muy interesantes) a Andy Warhol este decía que prefería la ciudad al campo, “porque la ciudad tiene trozos de campo, pero el campo no tiene trozos de ciudad”. El urbanícela albino en realidad se debía referir a su Central Park, pero lo cierto es que desde Westlake (que es también apellido de un excelente novelista negro) en el campo también hay trozos (malos por lo común) de ciudad, las urbanizaciones (aquí en España), condominios (América hispana) o suburbs (USA, en castellano suburbio no e sun residencial area, como en inglés, sino una periferia degradada)). A partir de ahí hubo lo que los físicos llaman un ‘cambio de fase’, ya no es que hubiera una matriz rural en la que se insertaban, a modo de nudos, poblaciones, ciudades o pueblos, sino un continuo urbano/periurbano híbrido en el que a veces, milagrosamente casi, quedaban algunos trozos preservados de ‘campo’ o naturaleza como la llaman los ingenuos ignorantes. Y eso, y no la mala calidad de las urbanizaciones, su banalidad o trivialidad es lo que a mi juicio es verdaderamente decisivo.
ResponderEliminarPor cierto aquí también tenemos nuestros pioneros, quizás más positivos que Doelger y desde luego anteriores, como Ildefonso Cerdá en Cataluña o Arturo Soria en Madrid.
La cantante esa, que no conocía por su nombre al menos, lo de llamarse “Malvina” en un país anglosajón, y no Falklands, no deja de ser una provocación hippie. Parece.
Me sumo a la felicitación de Lansky. La verdad es que como todo lo que acaba "popularizándose" o "democratizándose" es decir abaratándose lo suficiente, con su correspondencia en todos los niveles de calidad, como para que lo que antes sólo disfrutaban unos cuantos se adocene y pase a ser objeto de consumo más o menos masivo, las urbanizaciones de adosados son hoy estéticamente, pero no sólo, una suerte de inquietantes pueblos fantasmagóricos. Un amigo mío los llamaba psicochalets, no sé si por que los considera el chalets placebo de las clases medias-medias o por ese caracter de estética de terror psicológico que arrastran. La mejor novela de Félix Bayón, Adosados, de la que se haría posteriormente una excelente película, retrata magníficamente ese aire de inquietante tranquilidad de esos lugares.
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