Día 15: De camino y llegada a Budapest
Salimos de Györ algo más tarde de lo habitual, con la idea de llegar a primera hora de la tarde a Budapest siguiendo el curso del Danubio. Obviamente, descartamos la autopista y tomamos la carretera 1 que, aunque cercana, tampoco va pegada al río hasta que llega a Komárom. Ese tramo es de sólo cuarenta kilómetros, pero lleva bastante tráfico local y además no haces cada poco va atravesando pueblitos, todos bastante cutres, como descuidados, así que tardamos casi una hora en llegar. En esa pequeña ciudad fronteriza (tiene un puente sobre el Danubio que lleva a la otra parte de la misma ciudad, sólo que con nombre eslovaco) tratamos de cambiar euros por florines. Habíamos visto un letrero que anunciaba el cambio y entramos en el local junto al que estaba, que resultó ser una especie de inmenso almacén tipo economato popular con mercancías de lo más diverso; a lo mejor vestigios del pasado comunista. Nos dirigieron a un banco de la misma calle, que también me resultó curioso. Era un gran espacio que en el centro tenía dos filas de sillas enfrentadas para que los clientes esperasen, y en el perímetro un mostrador corrido en forma de U, en el cual se disponían los puestos de las empleadas (eran todas mujeres). Habría como ocho puestos, pero sólo tres empleadas, de las cuales una no estaba atendiendo. No se hacía cola, sino que se cogía un número, como en la carnicería, y se esperaba hasta que saliese encima de alguna empleada. Sólo dos personas antes que nosotros, pero la cosa iba muy pausada. Mientras esperábamos se sentaron enfrente nuestro dos señoras, una con un maquillaje y un peinado de lo más extravagante (felliniano) y la otra bajita y regordeta con aspecto de campesina. Hablaban animadamente entre sí y, al mismo tiempo, una cruzaba las piernas enseñando todo el muslo, mientras que la gordita iba lentamente abriéndolas y se le subía la falda, hasta llegar a mostrarnos por un ratito sus genitales desprotegidos de cualquier braga o similar. Conste que la escena de erótica no tenía nada, más bien resultaba surrealista. Por suerte nos llamaron casi en ese momento y cambiamos sin problemas cincuenta euros. Acto seguido, pasamos a la farmacia vecina donde, con la ayuda de mímica sonora, conseguimos comprar una crema para aliviar las tremendas picaduras de mosquito que ambos padecemos. Luego cruzamos a Eslovaquia sólo para sacar una foto del puente sobre el Danubio desde la orilla izquierda.
A partir de Komárom la carretera se junta mucho más al Danubio y, especialmente desde el desvío por la ruta 11, donde el río comienza a dibujar varios meandros y el viaje se hace paisajísticamente mucho más agradable. Ya no se está en una llanura inmensa, sino que se serpentea por terrenos ondulados, con colinas boscosas y preciosos árboles de flores blancas en la ribera. Veo en Google maps que esta zona tiene la consideración de parque natural húngaro y no es de extrañar, máxime en un país con tan pocas montañas (al menos en lo visto viniendo desde Eslovaquia). La siguiente parada que hicimos fue en Esterzgom, cuna del reino de Hungría, según releo en el libro de Magris. La calle principal, también peatonalizada, es agradable, con algunas casonas de pretensiones palaciegas (barrocas tardías o neoclásicas), una estatua central al estilo austriaco y un mercadillo de ropas y artesanía. Allí fueron los capuchinos de la sobremesa (el almuerzo, muy escueto, había sido en Komárom). Nos íbamos ya con la idea de que la famosa catedral neoclásica era un extraño monumento circular que habíamos visto a la entrada de la ciudad cuando, saliendo de una curva, nos la encontramos de frente con toda su imponente majestad. Se eleva, como en efecto dice Magris, en una colina desde la que domina la villa y el Danubio. Personalmente, el neoclásico no me dice mucho, lo encuentro frío, casi sin alma (el barroco no es plato de mi gusto, pero no se le puede acusar de falta de emotividad), así que poco bueno puedo decir sobre esta enorme catedral, que es la cabeza de la iglesia húngara, salvo que, pese a todo, no está de más detenerse a hacerle una breve visita. Las vistas sobre el río, eso sí, magníficas.
Magris recomienda visitar Vac, a la que califica de bellísima ciudad con sus palacios renacentistas y barrocos. Pero no lo hicimos pues estaba en la otra margen del Danubio y llegar hasta ella nos obligaba a un rodeo cuando ya íbamos faltos de tiempo. En cambio, a sólo veinte kilómetros al norte de Budapest, sí nos paramos a pasear por la ribera del gran río y por las preciosas callejuelas de Szentendre. Se trata también de un pueblo descaradamente turístico, que ha elegido el arte como reclamo y así está lleno de galerías, museos y pintores callejeros que ofrecen sus obras o te hacen un retrato en unos minutos. Un paseo muy agradable, si bien demasiado corto pues ya eran las seis de la tarde y nuestro programa se estaba retrasando demasiado.
Entramos a Budapest desde el norte y enseguida nos vimos inmersos en una autopista con una cantidad ingente de coches conducidos a toda velocidad por húngaros enloquecidos. Íbamos atravesando la periferia de la capital, con muchos espacios verdes y bloques de vivienda colectiva de inconfundible estilo socialista. De pronto, la rauda riada se desvió hacia la circunvalación y nosotros seguimos rectos para encontrarnos en una calle bastante más estrecha que discurre pegada al Danubio: entrábamos en Buda y, a partir de ahí, a paso absolutamente de tortuga, alternando pequeños avances en segunda con parones interminables. El tremendo atasco de Budapest nos habría desesperado si no fuera porque estábamos absolutamente boquiabiertos con lo que veíamos, con la magnificencia y monumentalidad de tantos edificios a ambos lados del río. Dice Magris que “Budapest es la más hermosa ciudad del Danubio; una sabia autopuesta en escena, como en Viena, pero con una robusta sustancia y una vitalidad desconocidas en la rival austriaca”. Todavía no la hemos paseado a la luz del día, pero sí puedo decir que en la primera impresión nos ha impactado más que la capital imperial. Ya lo confirmaremos a lo largo de los próximos dos días.
En fin, que gracias a la tremenda lentitud del tráfico metropolitano no nos perdimos y llegamos sin errores al apartamento que habíamos reservado, aunque nos costara una hora y media recorrer los escasos seis kilómetros urbanos. A esas horas ya sólo podíamos salir a cenar algo y así nos llegamos hasta una terraza frente al Danubio, en la orilla de Pest, y probamos la sopa de goulash y un plato de carne guisada con mucho tomate y tagliatelle de acompañamiento. A las once estábamos de vuelta, bastante cansados pero con fuerzas todavía para poner una lavadora dejar constancia de los avatares del día.
A partir de Komárom la carretera se junta mucho más al Danubio y, especialmente desde el desvío por la ruta 11, donde el río comienza a dibujar varios meandros y el viaje se hace paisajísticamente mucho más agradable. Ya no se está en una llanura inmensa, sino que se serpentea por terrenos ondulados, con colinas boscosas y preciosos árboles de flores blancas en la ribera. Veo en Google maps que esta zona tiene la consideración de parque natural húngaro y no es de extrañar, máxime en un país con tan pocas montañas (al menos en lo visto viniendo desde Eslovaquia). La siguiente parada que hicimos fue en Esterzgom, cuna del reino de Hungría, según releo en el libro de Magris. La calle principal, también peatonalizada, es agradable, con algunas casonas de pretensiones palaciegas (barrocas tardías o neoclásicas), una estatua central al estilo austriaco y un mercadillo de ropas y artesanía. Allí fueron los capuchinos de la sobremesa (el almuerzo, muy escueto, había sido en Komárom). Nos íbamos ya con la idea de que la famosa catedral neoclásica era un extraño monumento circular que habíamos visto a la entrada de la ciudad cuando, saliendo de una curva, nos la encontramos de frente con toda su imponente majestad. Se eleva, como en efecto dice Magris, en una colina desde la que domina la villa y el Danubio. Personalmente, el neoclásico no me dice mucho, lo encuentro frío, casi sin alma (el barroco no es plato de mi gusto, pero no se le puede acusar de falta de emotividad), así que poco bueno puedo decir sobre esta enorme catedral, que es la cabeza de la iglesia húngara, salvo que, pese a todo, no está de más detenerse a hacerle una breve visita. Las vistas sobre el río, eso sí, magníficas.
Magris recomienda visitar Vac, a la que califica de bellísima ciudad con sus palacios renacentistas y barrocos. Pero no lo hicimos pues estaba en la otra margen del Danubio y llegar hasta ella nos obligaba a un rodeo cuando ya íbamos faltos de tiempo. En cambio, a sólo veinte kilómetros al norte de Budapest, sí nos paramos a pasear por la ribera del gran río y por las preciosas callejuelas de Szentendre. Se trata también de un pueblo descaradamente turístico, que ha elegido el arte como reclamo y así está lleno de galerías, museos y pintores callejeros que ofrecen sus obras o te hacen un retrato en unos minutos. Un paseo muy agradable, si bien demasiado corto pues ya eran las seis de la tarde y nuestro programa se estaba retrasando demasiado.
Entramos a Budapest desde el norte y enseguida nos vimos inmersos en una autopista con una cantidad ingente de coches conducidos a toda velocidad por húngaros enloquecidos. Íbamos atravesando la periferia de la capital, con muchos espacios verdes y bloques de vivienda colectiva de inconfundible estilo socialista. De pronto, la rauda riada se desvió hacia la circunvalación y nosotros seguimos rectos para encontrarnos en una calle bastante más estrecha que discurre pegada al Danubio: entrábamos en Buda y, a partir de ahí, a paso absolutamente de tortuga, alternando pequeños avances en segunda con parones interminables. El tremendo atasco de Budapest nos habría desesperado si no fuera porque estábamos absolutamente boquiabiertos con lo que veíamos, con la magnificencia y monumentalidad de tantos edificios a ambos lados del río. Dice Magris que “Budapest es la más hermosa ciudad del Danubio; una sabia autopuesta en escena, como en Viena, pero con una robusta sustancia y una vitalidad desconocidas en la rival austriaca”. Todavía no la hemos paseado a la luz del día, pero sí puedo decir que en la primera impresión nos ha impactado más que la capital imperial. Ya lo confirmaremos a lo largo de los próximos dos días.
En fin, que gracias a la tremenda lentitud del tráfico metropolitano no nos perdimos y llegamos sin errores al apartamento que habíamos reservado, aunque nos costara una hora y media recorrer los escasos seis kilómetros urbanos. A esas horas ya sólo podíamos salir a cenar algo y así nos llegamos hasta una terraza frente al Danubio, en la orilla de Pest, y probamos la sopa de goulash y un plato de carne guisada con mucho tomate y tagliatelle de acompañamiento. A las once estábamos de vuelta, bastante cansados pero con fuerzas todavía para poner una lavadora dejar constancia de los avatares del día.
CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas
Me temo que esto del cruce y descruce de piernas es algo habitual en ese pais.
ResponderEliminarMe ha pasado algo así en un restaurante de la Blahja Luisa en la Rackocsi utca, pero en este caso la protagonista era una morena espectacular.
Por cierto junto a Szentendre hay un museo fantástico llamado Skanzen, dedicado a las construcciones populares existentes en las distintas regiones húngaras. Un conjunto de edificios traido piedra a piedra.
Lástima que no me conectara antes para avisarles porque vale la pena verlo (tiene un tren autentico en su interior para acceder a los distintos grupos de edificios.
Les queda como sugenrencia para la segunda parte del recorrido danubiano a través de las llanuras panonias.
Panciutti, se va a parecer Ud a Marco Aurelio, recluido en la frontera del "limes", filosofando sobre las tribus bárbaras.