Día 9: Passau y la Alta Austria
El desayuno del hotelito de Passau fue excelente, el mejor de todos hasta la fecha, superando incluso al de Estrasburgo. Sacamos el coche de su litera mecánica y lo movimos unos pocos centenares de metros hasta el borde de la ciudad vieja, dejándolo en el aparcamiento de un centro comercial en el que estaban las mismas cadenas que en todos lados. Bajamos por la Ludwigstrasse y enseguida llegamos al Dom, en cuya plaza se había montado un mercadillo agrícola. Callejeamos por el casco de Passau, entre casonas y alguna que otra iglesia, hasta llegar al borde del Danubio y, desde ahí, hasta el extremo en punta de la planta urbana, que tiene forma de barca cuya proa la delimitan los dos ríos principales que allí confluyen. Mientras nos reíamos con una mamá pato que trataba de conducir ordenadamente a sus cinco patitos, empezó a llover, así que a paso rápido iniciamos la vuelta para recoger el coche y seguir trayecto.
Passau está justo en la frontera entre Alemania y Austria que, en ese punto, se dibuja siguiendo el curso del Inn (desde el sur hasta Passau) y el del Danubio (desde Passau hacia el este). Así que yo pensaba que nada más salir de la ciudad estaríamos ya en Austria pero resultó que cogimos la pequeña carretera que va por la margen norte del Danubio y, por lo tanto, sigue siendo Baviera. No pasa nada, nos dijimos, unos kilómetros más adelante la frontera vira hacia el norte así que la cruzaremos. Mas justo cuando llegábamos al punto en que en el mapa se ve la línea de crucecitas, la carretera, en vez de continuar pegada al Danubio, giró hacia el noreste, siguiendo también la frontera y pareciendo que nos negaba la entrada a Austria. Ese brusco giro, como se puede imaginar, significaba convertirse en una ruta de montaña, llena de curvas que ascendían las laderas boscosas que encajonan en ese tramo al Danubio. Así, a través de un paisaje precioso, llegamos a Gottsdorf , un pequeño caserío que habría de recibir el honor de despedirnos de Alemania, pues poco después, por fin, cruzábamos la frontera para entrar en Republik Österreich. Cuando vi el cartelito en el formato de la Unión Europea (con las estrellitas azules) caí en la cuenta que el nombre de Austria, con su equívoca referencia al sur, proviene de la conversión fonética en las lenguas latinas de la denominación germánica que lo que quiere decir es “territorio oriental”. La confusión terminológica entre Austria y Australia (que para este país sí es congruente la denominación) se la deben tomar a cachondeo los austríacos, lo que explica la profusión de camisetas en las que se lee que en Austria no hay canguros.
La historia es que con tanto rodeo volvíamos a ir mal de tiempo, pese a lo cual preferimos seguir por carreteras locales pegadas al Danubio antes que meternos en la autopista. El paisaje era, desde luego, precioso, más incluso que el bávaro, pero en cambio la calidad urbanística y arquitectónica de los pueblos por los que íbamos pasando era muy inferior a la de sus análogos alemanes. No vimos ningún conjunto pintoresco y, para colmo, casi todas las afueras estaban llenas de feas edificaciones industriales. Otra cosa que nos llamó negativamente la atención fue la abundancia de carteles publicitarios en las carreteras, que no había en Alemania. En uno de esos pueblos poco atractivos, Efferding, paramos a almorzar en un local turco. Poco después aparcábamos a la orilla del Danubio, a la entrada de Linz.
La capital de la Alta Austria no es, a mi juicio, demasiado atractiva. La Hauptplatz, el “vestíbulo” del casco, ya que es lo primero que te encuentras entrando desde el Danubio, resulta interesante, sobre todo por sus proporciones y características urbanas. El resto del casco viejo un aprobado alto, a lo sumo. Lo que más me justificó la breve visita fue la impresionante catedral gótica construida entre ¡1862 y 1924! Parece que Linz quería una catedral gótica a toda costa y vaya que si la tuvo. Puedo asegurar que da el pego perfectamente y hasta que uno no se fija en ciertos detalles se queda preguntándose cómo es que desconocía que aquí hubiera esta catedral tan imponente. Curioso, desde luego, el renacer del gótico en el siglo XIX.
Muy cerquita de Linz (aunque, por supuesto, nos costó lo inenarrable llegar) está el encantador pueblecito de Mauthausen que no es conocido por su agradable arquitectura sino porque apenas a cinco kilómetros los nazis montaron el famoso campo de concentración homónimo. Llegamos justo cuando acababan de cerrar la venta de entradas, así que no pudimos visitar el museo, pero sí las barracas, el patio, la cámara de gas … Además, haciéndonos los locos, nos pegamos a un grupo de italianos con guía que iba explicando los diversos detalles del funcionamiento habitual del Lager, de la cotidianeidad de ese horror que ha existido hace menos de setenta años. Estar ahí, en el mismo espacio en el que, en otro tiempo no demasiado lejano, ocurrieron tales aberraciones no te deja para nada indiferente, por más que, como es mi caso, haya leído bastantes narraciones sobre los campos y el periodo nazi. Cuando llevábamos unos cuarenta minutos, empezaron a sonar unas ligeras sirenas para advertir a los visitantes que se iba a cerrar el recinto. En ese momento, me entraron las prisas por salir de ahí, pese a que ambos teníamos ganas de ir al servicio; supongo que subconscientemente me vendría un miedo irracional a que se cerraran las puertas dejándome dentro con los SS. Así que aguantándonos las ganas salimos a ver los jardines, plagaditos de monumentos conmemorativos de los diversos países en honor a sus muertos. Entre ellos el español, sobrio y de estilo picassiano (me gustó) y con una bandera republicana y unas flores en ofrenda.
Seguimos viaje hasta llegar a Grein, una villa preciosa junto al Danubio y presidida por una tremenda fortaleza en lo alto de la colina. Nos encantó la placita principal, con el Rathaus y los varios hoteles que a ella se abrían (se nota que es un pueblo eminentemente turístico). En una de sus terrazas nos tomamos el ya tradicional capuchino de media tarde, antes de correr hacia el coche porque había empezado a llover. A partir de ahí fuimos siguiendo el Danubio prácticamente pegados a la orilla y casi al nivel del agua. El río, desde Grein hasta Melk, discurre por un cauce bastante estrechado por montañas verdes a ambos lados (apenas hay plataforma llana antes de que empiecen la laderas) y, para mí, es el tramo más bonito de todos los que hasta ahora hemos recorrido. Conducíamos por la orilla izquierda del Danubio y, a la altura de Ybbs, cambiamos al otro lado para llegar a Melk. La entrada en esta ciudad te la marca la espectacular abadía benedictina que la domina desde lo alto. Ya había anochecido, así que poco más pudimos hacer que cenar en la plaza y prometernos que al día siguiente volveríamos (aun a costa de rehacer camino). Tomamos la pequeña carretera que sigue el Danubio (mal señalizada, en obras y a oscuras) y hacia las nueve y media llegamos a Aggsbach, el balneario junto al río donde habíamos reservado una habitación (en la que nos esperaban al menos siete mosquitos de buen tamaño que quedaron estampados en paredes y techo)
Passau está justo en la frontera entre Alemania y Austria que, en ese punto, se dibuja siguiendo el curso del Inn (desde el sur hasta Passau) y el del Danubio (desde Passau hacia el este). Así que yo pensaba que nada más salir de la ciudad estaríamos ya en Austria pero resultó que cogimos la pequeña carretera que va por la margen norte del Danubio y, por lo tanto, sigue siendo Baviera. No pasa nada, nos dijimos, unos kilómetros más adelante la frontera vira hacia el norte así que la cruzaremos. Mas justo cuando llegábamos al punto en que en el mapa se ve la línea de crucecitas, la carretera, en vez de continuar pegada al Danubio, giró hacia el noreste, siguiendo también la frontera y pareciendo que nos negaba la entrada a Austria. Ese brusco giro, como se puede imaginar, significaba convertirse en una ruta de montaña, llena de curvas que ascendían las laderas boscosas que encajonan en ese tramo al Danubio. Así, a través de un paisaje precioso, llegamos a Gottsdorf , un pequeño caserío que habría de recibir el honor de despedirnos de Alemania, pues poco después, por fin, cruzábamos la frontera para entrar en Republik Österreich. Cuando vi el cartelito en el formato de la Unión Europea (con las estrellitas azules) caí en la cuenta que el nombre de Austria, con su equívoca referencia al sur, proviene de la conversión fonética en las lenguas latinas de la denominación germánica que lo que quiere decir es “territorio oriental”. La confusión terminológica entre Austria y Australia (que para este país sí es congruente la denominación) se la deben tomar a cachondeo los austríacos, lo que explica la profusión de camisetas en las que se lee que en Austria no hay canguros.
La historia es que con tanto rodeo volvíamos a ir mal de tiempo, pese a lo cual preferimos seguir por carreteras locales pegadas al Danubio antes que meternos en la autopista. El paisaje era, desde luego, precioso, más incluso que el bávaro, pero en cambio la calidad urbanística y arquitectónica de los pueblos por los que íbamos pasando era muy inferior a la de sus análogos alemanes. No vimos ningún conjunto pintoresco y, para colmo, casi todas las afueras estaban llenas de feas edificaciones industriales. Otra cosa que nos llamó negativamente la atención fue la abundancia de carteles publicitarios en las carreteras, que no había en Alemania. En uno de esos pueblos poco atractivos, Efferding, paramos a almorzar en un local turco. Poco después aparcábamos a la orilla del Danubio, a la entrada de Linz.
La capital de la Alta Austria no es, a mi juicio, demasiado atractiva. La Hauptplatz, el “vestíbulo” del casco, ya que es lo primero que te encuentras entrando desde el Danubio, resulta interesante, sobre todo por sus proporciones y características urbanas. El resto del casco viejo un aprobado alto, a lo sumo. Lo que más me justificó la breve visita fue la impresionante catedral gótica construida entre ¡1862 y 1924! Parece que Linz quería una catedral gótica a toda costa y vaya que si la tuvo. Puedo asegurar que da el pego perfectamente y hasta que uno no se fija en ciertos detalles se queda preguntándose cómo es que desconocía que aquí hubiera esta catedral tan imponente. Curioso, desde luego, el renacer del gótico en el siglo XIX.
Muy cerquita de Linz (aunque, por supuesto, nos costó lo inenarrable llegar) está el encantador pueblecito de Mauthausen que no es conocido por su agradable arquitectura sino porque apenas a cinco kilómetros los nazis montaron el famoso campo de concentración homónimo. Llegamos justo cuando acababan de cerrar la venta de entradas, así que no pudimos visitar el museo, pero sí las barracas, el patio, la cámara de gas … Además, haciéndonos los locos, nos pegamos a un grupo de italianos con guía que iba explicando los diversos detalles del funcionamiento habitual del Lager, de la cotidianeidad de ese horror que ha existido hace menos de setenta años. Estar ahí, en el mismo espacio en el que, en otro tiempo no demasiado lejano, ocurrieron tales aberraciones no te deja para nada indiferente, por más que, como es mi caso, haya leído bastantes narraciones sobre los campos y el periodo nazi. Cuando llevábamos unos cuarenta minutos, empezaron a sonar unas ligeras sirenas para advertir a los visitantes que se iba a cerrar el recinto. En ese momento, me entraron las prisas por salir de ahí, pese a que ambos teníamos ganas de ir al servicio; supongo que subconscientemente me vendría un miedo irracional a que se cerraran las puertas dejándome dentro con los SS. Así que aguantándonos las ganas salimos a ver los jardines, plagaditos de monumentos conmemorativos de los diversos países en honor a sus muertos. Entre ellos el español, sobrio y de estilo picassiano (me gustó) y con una bandera republicana y unas flores en ofrenda.
Seguimos viaje hasta llegar a Grein, una villa preciosa junto al Danubio y presidida por una tremenda fortaleza en lo alto de la colina. Nos encantó la placita principal, con el Rathaus y los varios hoteles que a ella se abrían (se nota que es un pueblo eminentemente turístico). En una de sus terrazas nos tomamos el ya tradicional capuchino de media tarde, antes de correr hacia el coche porque había empezado a llover. A partir de ahí fuimos siguiendo el Danubio prácticamente pegados a la orilla y casi al nivel del agua. El río, desde Grein hasta Melk, discurre por un cauce bastante estrechado por montañas verdes a ambos lados (apenas hay plataforma llana antes de que empiecen la laderas) y, para mí, es el tramo más bonito de todos los que hasta ahora hemos recorrido. Conducíamos por la orilla izquierda del Danubio y, a la altura de Ybbs, cambiamos al otro lado para llegar a Melk. La entrada en esta ciudad te la marca la espectacular abadía benedictina que la domina desde lo alto. Ya había anochecido, así que poco más pudimos hacer que cenar en la plaza y prometernos que al día siguiente volveríamos (aun a costa de rehacer camino). Tomamos la pequeña carretera que sigue el Danubio (mal señalizada, en obras y a oscuras) y hacia las nueve y media llegamos a Aggsbach, el balneario junto al río donde habíamos reservado una habitación (en la que nos esperaban al menos siete mosquitos de buen tamaño que quedaron estampados en paredes y techo)
CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas
Hacia el Este, calor, humedad y tormentas.
ResponderEliminarEl reino de los magiares es como un viaje en el tiempo hacia lo que vivimos hace 50 anos.