El brazo amputado de Valle Inclán (3)
Nos habíamos quedado en la llegada al Café de la Montaña del joven periodista Manuel Bueno Bengoechea, habitual tertuliano y amigo de don Ramón María. Según la versión más difundida del incidente, la que se recoge en la mayoría de páginas de internet que lo evocan, al cabo de un rato de escucha de la perorata valleinclanesca, Bueno interrumpiría al gallego para desdeñosamente decir algo así como que todo lo que hablaban no eran más que palabras huecas pues el duelo no podría nunca celebrarse dada la minoría de edad de Leal da Câmara. Este relato tiene su origen en la obra que sobre Valle Inclán escribió en 1944 Gómez de la Serna (y que es la fuente del post anterior, paréntesis en esta historia). Dice Ramón que "mi versión está compulsada con los relatos conseguidos, a través de los años, de labios de los más veraces testigos presenciales del suceso", y cita expresamente a Paco Sancha y a Ruíz Castillo quienes, efectivamente, allí estuvieron, pero de los cuales no he encontrado testimonio escrito. Oigamos, en todo caso, cómo lo recuerda Ramón casi medio siglo después y a más de diez mil kilómetros de distancia:
–Es inútil que traten ustedes de ese duelo –dijo Manuel Bueno–. No puede verificarse porque Leal da Câmara no tiene edad para batirse. –No zea uzted majadero, que uzted no zabe una palabra de eso –replicó Valle-Inclán. Manuel Bueno, al oírse insultado así, dio un paso atrás y levantó en el aire su bastón con barra de hierro. Valle agarró una botella de agua por el cuello, como si manejase el as de bastos, y llenando de agua a todos, dio lugar a que Manuel Bueno descargara el bastonazo; pero con tan mala fortuna, que le incrustó en la carne el gemelo del puño.
No cuadra, sin embargo, que la intervención de Bueno provocadora del enojo de Valle Inclán fuera a colación de la minoría de edad de Leal. El portugués tenía veintidós años (creo que la mayoría era entonces a los veinticinco), pero es que el señorito andaluz, según la mayoría de los testimonios, era tres o cuatro años menor. Y hay que recordar que fue Bueno el que, al poco de suceder el incidente entre los dos jóvenes, acicató al granadino para que exigiese las reparaciones a su honor ofendido. ¿A qué, entonces, venir con el cuento de la minoría de edad? En su esclarecedor artículo, González Martel da cuenta de que, con motivo de la trifulca entre Bueno y Valle se concertó esa misma tarde noche el consiguiente duelo y que en el "acta" que para anunciar el mismo se publicó tres días después en El Globo madrileño se apuntaba que la disputa había sido "acerca de la capacidad legal de un individuo para acudir al terreno del honor". Es más que probable, pues, que la que se eligió como justificación "oficial" para explicar la trifulca del café de La Montaña pasara a convertirse en la creencia de todos, muy en especial de quienes no estuvieron allí y lo conocieron por terceras personas (caso de Ramón) en la causa verdadera. Pero, ya digo, no cuadra que esas palabras las pronunciara Bueno.
En una de las entrevistas concedidas al Diario de Lisboa en los cuarenta, Leal cuenta su versión de lo ocurrido esa tarde (bien es verdad que él tampoco estaba allí, pero supongo que por lo que le afectaba se enteraría bien de cómo fueron los hechos): "No antigo Café La Montaña, Valle-Inclán increpou Manuel Bueno, por aceitar ser testemunha do duelo: -- "Leal es un niño y ese duelo es un infanticidio, un crimen", gritou colérico. Manuel Bueno ofendeu-se e descarregou a bengala sobre Valle-Inclán atingindo-o num braço". Esta versión parece más verosímil. Imaginemos a Valle que, mientras diserta sobre teoría de duelos, ve entrar a Bueno en el café, quien se sienta a la mesa, quizá con un cierto aire de suficiencia, conocedor de su papel protagonista en el asunto que tan el candelero se encuentra esos días. Algo diría el periodista vasco, no lo de la minoría de edad sino cualquier otra cosa, seguro que sin importancia, pero es que don Ramón María testaría esperando la más mínima excusa para saltar sobre él, para hacerle víctima de su famosa energúmena indignación. Comprensible, Valle tenía estima al dibujante portugués y achacaba con razón a Bueno que, en vez de calmar los ánimos tras el infantil incidente, lo hubiese magnificado llevándolo hasta un extremo que podía acabar en tragedia. Recuérdese que el propio Leal describe en la carta a su madre su asombro al recibir a la mañana siguiente la carta del vasco; no parecía que la cosa tuviera que ser para tanto. Así que sería Valle el que, a partir de cualquier palabra inofensiva de Bueno, le increparía, afeándole su papel en el curso de los acontecimientos, sin cortarse en dedicarle los incisivos insultos a que era tan aficionado. Fue don Ramón María y no Bueno quien exclamó que el duelo sería un infanticidio (en algunas versiones así consta) y tal afirmación valía para cualquiera de los contendientes, aunque, ciertamente, su preocupación era por su amigo. Pues el portugués, y era sabido por todos, en su vida había cogido un sable y llevaba desde el desafío tomando apresuradas clases de esgrima del capitán cubano, vecino de su misma fonda, y al cual ya me referí en el post anterior.
En lo que sí hay coincidencia entre los testigos y biógrafos es en el estallido verbal de Valle Inclán y en que reiteradamente y a voz en grito calificó al vasco de majadero. Este epíteto está hoy en desuso y es una pena, pues es redondo tanto semántica como fonéticamente. La verdad es que uno de los ámbitos en el que más se aprecia el empobrecimiento léxico generalizado es en el de los insultos. Hace un siglo cualquiera medianamente culto era capaz de traer a la boca una mucho mayor cantidad de epítetos ofensivos que los escasos y monótonos que pueden escucharse hoy en día; y, desde luego, bastante más ingeniosos, máxime si quien los profería era un figura de la talla de don Ramón María quien, cuando insultaba, humillaba al oponente hasta el abatimiento. Al oírse llamar majadero de esa manera, es explicable que Manuel Bueno se levantara molesto e hiciera ademán de blandir el bastón, aunque no me queda del todo claro si fue en gesto de agresión o de defensa ya que todo fue muy rápido y, casi a la vez, Valle también se había alzado –¿en reacción al movimiento del periodista o llevado de su propia ira?– y con sus aspavientos exagerados "en un abrir y cerrar de ojos limpió la mesa de tazas, vasos y botellas con las que apedreó a Manolo Bueno”, según cuenta Tomás Orts-Ramos, uno de los testigos más fiables de la escena. Enseguida el gallego agarró por el gollete una botella y, sin cuidarse de evitar mojar a los restantes contertulios con el riego por aspersión consecuente, la zarandea amenazadoramente frente al otro. Es entonces cuando Bueno, ahora sí para defenderse, golpea con su bastón en la muñeca izquierda de Valle.
Ya por esos días se rumoreó, y así se ha recogido en alguna biografía del escritor (Corpus Barga), que el bastón que portaba Bueno era de los llamados "de camorrista" o, también, bastón estoque, con una barra de acero incrustada en el ánima de la madera, que más que bastón era un arma y además prohibida. Aunque la verdadera naturaleza del bastón nunca se dilucidó (para bien del periodista bilbaíno) el rumor no resulta disparatado ya que el mayor peso y contundencia que en ese caso tendría explica más verosímilmente los desastrosos efectos del golpe. Porque el impacto parece que se produjo en el aire, cuando Valle interrumpe con su mano izquierda la trayectoria del bastón que, lógicamente, iría hacia la botella blandida con la derecha. Y ese choque provoca una herida profunda: se astilla el hueso de la muñeca y además se hunde en la carne el gemelo del puño izquierdo. Pero además hubo un golpe en la cabeza que produjo un desgarrón en el cuero cabelludo, del que manó sangre en abundancia y que, más que probablemente, fue lo que de verdad asustó a los presentes y puso fin inmediatamente al altercado. Parece que fue Orts quien tomó la iniciativa (entre otras cosas recaudando dinero entre los presentes para cubrir los gastos médicos, que todos eran pobres como ratas) y junto a Pedro González Blanco, otro joven periodista asiduo a la tertulia, montaron a Valle en un coche y fueron al dispensario de la calle Desengaño, donde trabajaba un médico amigo de Orts. Pero ahí no los atendieron (no he descubierto por qué) y entonces fue el propio cochero quien recomendó otro centro médico, éste en la calle de Concepción Jerónima, donde se le hicieron las elementales curas de urgencia: limpieza y vendaje de ambos cortes. Y luego se le despacha para su casa, todos pensando que las heridas no tienen mayor importancia y que ahora lo que está pendiente, más que el desafío pendiente entre Leal y el granadino, es el que habrá de venir entre Valle y Bueno como consecuencia de la riña en el café de La Montaña, sin duda de mucha mayor enjundia. Pero eso y el final de la historia ya lo cuento en una próxima entrega.
–Es inútil que traten ustedes de ese duelo –dijo Manuel Bueno–. No puede verificarse porque Leal da Câmara no tiene edad para batirse. –No zea uzted majadero, que uzted no zabe una palabra de eso –replicó Valle-Inclán. Manuel Bueno, al oírse insultado así, dio un paso atrás y levantó en el aire su bastón con barra de hierro. Valle agarró una botella de agua por el cuello, como si manejase el as de bastos, y llenando de agua a todos, dio lugar a que Manuel Bueno descargara el bastonazo; pero con tan mala fortuna, que le incrustó en la carne el gemelo del puño.
No cuadra, sin embargo, que la intervención de Bueno provocadora del enojo de Valle Inclán fuera a colación de la minoría de edad de Leal. El portugués tenía veintidós años (creo que la mayoría era entonces a los veinticinco), pero es que el señorito andaluz, según la mayoría de los testimonios, era tres o cuatro años menor. Y hay que recordar que fue Bueno el que, al poco de suceder el incidente entre los dos jóvenes, acicató al granadino para que exigiese las reparaciones a su honor ofendido. ¿A qué, entonces, venir con el cuento de la minoría de edad? En su esclarecedor artículo, González Martel da cuenta de que, con motivo de la trifulca entre Bueno y Valle se concertó esa misma tarde noche el consiguiente duelo y que en el "acta" que para anunciar el mismo se publicó tres días después en El Globo madrileño se apuntaba que la disputa había sido "acerca de la capacidad legal de un individuo para acudir al terreno del honor". Es más que probable, pues, que la que se eligió como justificación "oficial" para explicar la trifulca del café de La Montaña pasara a convertirse en la creencia de todos, muy en especial de quienes no estuvieron allí y lo conocieron por terceras personas (caso de Ramón) en la causa verdadera. Pero, ya digo, no cuadra que esas palabras las pronunciara Bueno.
En una de las entrevistas concedidas al Diario de Lisboa en los cuarenta, Leal cuenta su versión de lo ocurrido esa tarde (bien es verdad que él tampoco estaba allí, pero supongo que por lo que le afectaba se enteraría bien de cómo fueron los hechos): "No antigo Café La Montaña, Valle-Inclán increpou Manuel Bueno, por aceitar ser testemunha do duelo: -- "Leal es un niño y ese duelo es un infanticidio, un crimen", gritou colérico. Manuel Bueno ofendeu-se e descarregou a bengala sobre Valle-Inclán atingindo-o num braço". Esta versión parece más verosímil. Imaginemos a Valle que, mientras diserta sobre teoría de duelos, ve entrar a Bueno en el café, quien se sienta a la mesa, quizá con un cierto aire de suficiencia, conocedor de su papel protagonista en el asunto que tan el candelero se encuentra esos días. Algo diría el periodista vasco, no lo de la minoría de edad sino cualquier otra cosa, seguro que sin importancia, pero es que don Ramón María testaría esperando la más mínima excusa para saltar sobre él, para hacerle víctima de su famosa energúmena indignación. Comprensible, Valle tenía estima al dibujante portugués y achacaba con razón a Bueno que, en vez de calmar los ánimos tras el infantil incidente, lo hubiese magnificado llevándolo hasta un extremo que podía acabar en tragedia. Recuérdese que el propio Leal describe en la carta a su madre su asombro al recibir a la mañana siguiente la carta del vasco; no parecía que la cosa tuviera que ser para tanto. Así que sería Valle el que, a partir de cualquier palabra inofensiva de Bueno, le increparía, afeándole su papel en el curso de los acontecimientos, sin cortarse en dedicarle los incisivos insultos a que era tan aficionado. Fue don Ramón María y no Bueno quien exclamó que el duelo sería un infanticidio (en algunas versiones así consta) y tal afirmación valía para cualquiera de los contendientes, aunque, ciertamente, su preocupación era por su amigo. Pues el portugués, y era sabido por todos, en su vida había cogido un sable y llevaba desde el desafío tomando apresuradas clases de esgrima del capitán cubano, vecino de su misma fonda, y al cual ya me referí en el post anterior.
En lo que sí hay coincidencia entre los testigos y biógrafos es en el estallido verbal de Valle Inclán y en que reiteradamente y a voz en grito calificó al vasco de majadero. Este epíteto está hoy en desuso y es una pena, pues es redondo tanto semántica como fonéticamente. La verdad es que uno de los ámbitos en el que más se aprecia el empobrecimiento léxico generalizado es en el de los insultos. Hace un siglo cualquiera medianamente culto era capaz de traer a la boca una mucho mayor cantidad de epítetos ofensivos que los escasos y monótonos que pueden escucharse hoy en día; y, desde luego, bastante más ingeniosos, máxime si quien los profería era un figura de la talla de don Ramón María quien, cuando insultaba, humillaba al oponente hasta el abatimiento. Al oírse llamar majadero de esa manera, es explicable que Manuel Bueno se levantara molesto e hiciera ademán de blandir el bastón, aunque no me queda del todo claro si fue en gesto de agresión o de defensa ya que todo fue muy rápido y, casi a la vez, Valle también se había alzado –¿en reacción al movimiento del periodista o llevado de su propia ira?– y con sus aspavientos exagerados "en un abrir y cerrar de ojos limpió la mesa de tazas, vasos y botellas con las que apedreó a Manolo Bueno”, según cuenta Tomás Orts-Ramos, uno de los testigos más fiables de la escena. Enseguida el gallego agarró por el gollete una botella y, sin cuidarse de evitar mojar a los restantes contertulios con el riego por aspersión consecuente, la zarandea amenazadoramente frente al otro. Es entonces cuando Bueno, ahora sí para defenderse, golpea con su bastón en la muñeca izquierda de Valle.
Ya por esos días se rumoreó, y así se ha recogido en alguna biografía del escritor (Corpus Barga), que el bastón que portaba Bueno era de los llamados "de camorrista" o, también, bastón estoque, con una barra de acero incrustada en el ánima de la madera, que más que bastón era un arma y además prohibida. Aunque la verdadera naturaleza del bastón nunca se dilucidó (para bien del periodista bilbaíno) el rumor no resulta disparatado ya que el mayor peso y contundencia que en ese caso tendría explica más verosímilmente los desastrosos efectos del golpe. Porque el impacto parece que se produjo en el aire, cuando Valle interrumpe con su mano izquierda la trayectoria del bastón que, lógicamente, iría hacia la botella blandida con la derecha. Y ese choque provoca una herida profunda: se astilla el hueso de la muñeca y además se hunde en la carne el gemelo del puño izquierdo. Pero además hubo un golpe en la cabeza que produjo un desgarrón en el cuero cabelludo, del que manó sangre en abundancia y que, más que probablemente, fue lo que de verdad asustó a los presentes y puso fin inmediatamente al altercado. Parece que fue Orts quien tomó la iniciativa (entre otras cosas recaudando dinero entre los presentes para cubrir los gastos médicos, que todos eran pobres como ratas) y junto a Pedro González Blanco, otro joven periodista asiduo a la tertulia, montaron a Valle en un coche y fueron al dispensario de la calle Desengaño, donde trabajaba un médico amigo de Orts. Pero ahí no los atendieron (no he descubierto por qué) y entonces fue el propio cochero quien recomendó otro centro médico, éste en la calle de Concepción Jerónima, donde se le hicieron las elementales curas de urgencia: limpieza y vendaje de ambos cortes. Y luego se le despacha para su casa, todos pensando que las heridas no tienen mayor importancia y que ahora lo que está pendiente, más que el desafío pendiente entre Leal y el granadino, es el que habrá de venir entre Valle y Bueno como consecuencia de la riña en el café de La Montaña, sin duda de mucha mayor enjundia. Pero eso y el final de la historia ya lo cuento en una próxima entrega.
María de Medeiros - O Que Será? (A Little More Blue, 2007)
PS: Esta canción poco o nada tiene que ver con el post, pero siempre me ha gustado muchísimo (Chico Buarque es uno de los grandes, quién lo duda) y recientemente he descubierto esta versión de María de Medeiros, mujer que si ya me gustaba mucho como actriz pues ahora más, y a la que un día de estos dedicaré un post.
Señor,
ResponderEliminarMuy buena la versión de "O que será". Me hizo acordar a esta de Simone:
http://www.youtube.com/watch?v=ZYPNsxRjWbA&feature=related
Yendo al post, me asombra mucho que terminando el siglo 19 todavía no fuera ilegal batirse en duelo. Supongo que no es tan distinto de las riñas en los estadios de futbol (barras brava, hooligans, tifosi, ¿cómo les dicen en España?) pero que fuera de práctica entre gente tan culta me asombra.
http://www.funjdiaz.net/fono1.cfm?pagina=1
ResponderEliminarDiscúlpame Miroslav:
en esta dirección se encuentran unas 'curiosidades' de letrillas y cosas de un ¿interés? y guasa que ahora no caigo a cual de tus lectores creo que podría divertir.
A tí, sin ir más lejos, quizás te guste hurgar para esos posts tan variopintos y divertidos - si es que te queda tiempo libre.
Te felicito estas fiestas cordialmente.