El brazo amputado de Valle Inclán (y 4)
Dejo pendiente para algún rato futuro en que disponga de más tiempo la reconstrucción más detallada de la amputación valleinclanesca, porque lo cierto es que me quedan varias lagunas que hasta ahora no he sabido drenar satisfactoriamente. Sabemos que la riña entre Valle y Bueno sucedió el veinticuatro de julio y que esa misma noche el escritor herido fue atendido de urgencias en alguna casa de socorro del centro de la Villa y Corte (y ya sobre este extremo anoto las primeras dudas, pues aunque conté en el post anterior que fueron primero a la calle Desengaño para acabar en otra de Concepción Jerónima, en alguna que otra página que he encontrado por internet mencionan direcciones distintas). También parece bien sentado que nada más que le hicieron una cura somera y le vendaron el brazo, prescribiéndole reposo. Parece que esa noche casi no pudo dormir a causa del dolor y así siguió durante los siguientes días. En varios de los artículos que he leído sobre el incidente se despacha el tema diciendo algo así como que la herida se infectó y la gangrena había avanzado tanto que hubo que amputar el brazo. Gómez de la Serna, en la biografía que tengo ante mis ojos, comenta que "todo se arregló de momento, pero al día siguiente se gangrenaba la pequeña herida, y el médico dijo a Ruiz Castillo y Benavente que había que cortar el brazo". Me entero, no obstante, que la radical operación se produjo el doce de agosto ... ¡Diecinueve días después de la lesión! Demasiado tiempo, sin duda, que necesitaría más explicaciones. También he visto alguna versión que habla de una intervención en dos fases: que primero tajaron por encima de la muñeca, pero días después, al ver que la infección seguía hubieron de cortar pasado el codo. No muy verosímil pero ...
Que la amputación fue el sábado doce de agosto es dato cierto pues consta en el certificado médico expedido dos días después por Don Manuel Barragán y Bonet, Doctor en Medicina y Cirugía, domiciliado en la Corredera Baja, 37. El lugar fue la Casa de Salud «Santa Teresa», sita en el Paseo de la Castellana nº 7 antiguo. El cirujano habla de una fractura interna de los huesos del antebrazo como causa, lo que parece desmentir la tradicional explicación de que se le hubiera clavado el gemelo. Por cierto, este Manuel Barragán, que entonces estaba en la treintena larga, unos años después sería uno de los fundadores de la Asociación Española de Urología y una de las personalidades más ilustres en ese campo de la medicina en el primer tercio del siglo pasado (murió en 1932). Habida cuenta de que Valle Inclán murió a causa de un cáncer de vejiga, cuyos síntomas dolorosos empezaron a manifestarse a principios de los veinte (y que el escritor combatía fumando cáñamo en pipa), me pregunto si su antiguo sajador, ahora ya ilustre urólogo, volvería a tratarle profesionalmente; otro enigma a desvelar.
Es, como digo, de lo más extraño que pasara tanto tiempo entre el altercado y la amputación. Leal, cuando rememora muchos años después el incidente en la prensa lisboeta, dice que la agresión no habría tenido consecuencias si Valle Inclán hubiese querido ser curado de inmediato, pero el grande don Ramón prefirió seguir en el café bebiendo copas y cuando aceptó que lo llevaran al hospital de la Princesa ya era tarde y el brazo tuvo que ser amputado. Está claro que el portugués no estuvo allí y no es tanto que se invente lo que ocurrió, sino más bien, supongo yo, que asume una de las variopintas versiones que se propalaron, acordes con la fama altanera de Valle. En esa misma línea, se cuenta que el escritor, informado por Benavente de la opinión médica de que habían de amputarle el brazo (imagino que el día en que los dolores serían tan insoportables que sus amigos lo llevaron donde Barragán) dio su consentimiento con absoluta despreocupación pues, al fin y al cabo, no era ese el brazo con el que escribía. También se cuenta que pidió que no le anestesiaran y que le afeitaran el lado izquierdo de la barba para poder ver bien la operación mientras, con toda parsimonia, se fumaba un habano. Obviamente, leyendas acordes con la fama del personaje, anécdotas indudablemente falsas que contribuirían a consolidar su aureola de aristócrata bohemio. Porque ninguna gracia tuvo que hacerle a Valle-Inclán perder el brazo, por más que fuera el izquierdo, aunque luego fuera capaz de aprovechar su desgracia como elemento relevante en la construcción de sí mismo como personaje literario. Por eso sólo una vez admitió el dolor de la pérdida del brazo, y fue refiriéndose a la muerte de su hija a la que no pudo abrazar. Aunque, según cuenta César González-Ruano en sus Memorias, una muchacha con la que tenía amores le enseñó una vez una carta de don Ramón María, ligue anterior de la chica, en la que éste le aseguraba que sólo había sentido ser manco aquella tarde en que no pudo abrazarla más que con un solo brazo. Dice Ruano que la muchacha estaba muy orgullosa de aquella bella ocurrencia, aunque a él le sentó bastante mal el autoplagio.
Hablando de leyendas, uno de quienes más contribuyó a la proliferación de las mismas, aparte del propio protagonista, fue su émulo y amigo Gómez de la Serna, quien en 1918 publicó "Algunas versiones de cómo perdió el brazo don Ramón María del Valle-Inclán". No he conseguido ese texto, pero en su biografía del 44 hace referencia a algunas de tales invenciones que, según dice y me lo creo, fueron del agrado del gallego. Así, entre otras, fabula Gómez de la Serna que el brazo se lo cortó él mismo para echar algo de sustancia al puchero o porque quería contar con un brazo relicario, o que se lo tajó para echárselo a un león que le perseguía y de tal modo evitó que lo devorara, o que una mujer enamorada se lo arrancó para evitar que la abandonase, o que lo perdió en una riña a navajazos con un bandolero mexicano ... En fin, como puede comprobarse, el brazo ausente de Valle Inclán fue tema durante muchos años del mundillo literario madrileño.
Pero, por volver a ese largo periodo que tanto me extraña entre la discusión del Café y la amputación quirúrgica, no quiero olvidarme de señalar que al día siguiente por la tarde se presentaron en la casa de Valle Inclán (a quien imagino presa de dolores y guardando cama) los padrinos de Manuel Bueno, unos tales señores Paleri y Balbás, para resolver la cuestión de honor suscitada con la pelea y bajo el supuesto de que el escritor gallego había sido el ofensor. Que Bueno se preocupara de tales menesteres, además de dar una idea de la importancia que en esos tiempos se daba a la dignidad ofendida (y mal entendida, añado yo), muestra que nadie se esperaba que el golpe en la muñeca fuera a tener el grave final que finalmente tuvo. Supongo que ni el propio don Ramón María, que tuvo la presencia de ánimo y la chulería tan propia para disentir del periodista vasco y opinar que había sido éste el ofensor y, consecuentemente, quien debía disculparse. Así que Valle Inclán nombra padrinos (Miguel Sawa y José Riquelme Flores) y comienzan las negociaciones para resolver la nueva cuestión de honor que, por ser mucho más interesante, hace que se olvide la previa entre el portugués y el granadino que fue causante de la reyerta. Por lo visto las negociaciones duran cuatro días y finalizan sin llegar a ninguna conclusión concreta con la publicación el 27 de julio, en el periódico madrileño El Globo, de un acta sobre el asunto de honor, algo que, por lo visto, era práctica habitual en estos casos (me habría gustado leer esa nota de prensa, pero lamentablemente El Globo no se consigue por internet). En todo caso, barrunto que las expectativas de duelo entre Bueno y Valle se diluirían a medida que la salud del escritor empeoraba. De hecho volvieron a ser amigos y forma parte del riquísimo anecdotario valleinclanesco que cuando éste, ya manco, tornó al Café a reanudar sus hábitos tertulieros se encontró con Manuel Bueno y le tendió la mano (la única que le quedaba) diciéndole que lo pasado, pasado estaba. A esta versión, Gómez de la Serna enfrenta otra menos favorecedora, en la que, nada más ser amputado, Valle Inclán sólo ansiaba poder salir a la calle a matar a su desmochador y, para evitarlo, los amigos de ambos llevaron (me imagino que a regañadientes) al vasco a la alcoba del convaleciente (que olía a yodoformo, dice Ramón) para forzar una "lacónica y magnífica reconciliación". ¿Cuál es la versión verdadera? Pues a lo mejor hasta las dos lo son.
La reincorporación de Valle Inclán a la vida pública y activa debió ser hacia principios de septiembre. Sus numerosos amigos, impresionados por el suceso, le consiguieron un brazo ortopédico y organizaron una función benéfica a su favor de su drama Cenizas. De esos primeros tiempos de manquedad datan innumerables anécdotas, incluyendo no pocos chistes macabros a su costa que circulaban por Madrid. Hasta el propio Valle empezó a hacer gala de su minusvalía con alusiones cervantinas que tuvieron que ser algo machaconas para obligar a Benavente a decirle quejoso que lo suyo no fue en Lepanto. Pero ya está bien, que tampoco es cuestión de enrollarme más, que estos posts sólo iban de la pérdida del brazo.
Que la amputación fue el sábado doce de agosto es dato cierto pues consta en el certificado médico expedido dos días después por Don Manuel Barragán y Bonet, Doctor en Medicina y Cirugía, domiciliado en la Corredera Baja, 37. El lugar fue la Casa de Salud «Santa Teresa», sita en el Paseo de la Castellana nº 7 antiguo. El cirujano habla de una fractura interna de los huesos del antebrazo como causa, lo que parece desmentir la tradicional explicación de que se le hubiera clavado el gemelo. Por cierto, este Manuel Barragán, que entonces estaba en la treintena larga, unos años después sería uno de los fundadores de la Asociación Española de Urología y una de las personalidades más ilustres en ese campo de la medicina en el primer tercio del siglo pasado (murió en 1932). Habida cuenta de que Valle Inclán murió a causa de un cáncer de vejiga, cuyos síntomas dolorosos empezaron a manifestarse a principios de los veinte (y que el escritor combatía fumando cáñamo en pipa), me pregunto si su antiguo sajador, ahora ya ilustre urólogo, volvería a tratarle profesionalmente; otro enigma a desvelar.
Es, como digo, de lo más extraño que pasara tanto tiempo entre el altercado y la amputación. Leal, cuando rememora muchos años después el incidente en la prensa lisboeta, dice que la agresión no habría tenido consecuencias si Valle Inclán hubiese querido ser curado de inmediato, pero el grande don Ramón prefirió seguir en el café bebiendo copas y cuando aceptó que lo llevaran al hospital de la Princesa ya era tarde y el brazo tuvo que ser amputado. Está claro que el portugués no estuvo allí y no es tanto que se invente lo que ocurrió, sino más bien, supongo yo, que asume una de las variopintas versiones que se propalaron, acordes con la fama altanera de Valle. En esa misma línea, se cuenta que el escritor, informado por Benavente de la opinión médica de que habían de amputarle el brazo (imagino que el día en que los dolores serían tan insoportables que sus amigos lo llevaron donde Barragán) dio su consentimiento con absoluta despreocupación pues, al fin y al cabo, no era ese el brazo con el que escribía. También se cuenta que pidió que no le anestesiaran y que le afeitaran el lado izquierdo de la barba para poder ver bien la operación mientras, con toda parsimonia, se fumaba un habano. Obviamente, leyendas acordes con la fama del personaje, anécdotas indudablemente falsas que contribuirían a consolidar su aureola de aristócrata bohemio. Porque ninguna gracia tuvo que hacerle a Valle-Inclán perder el brazo, por más que fuera el izquierdo, aunque luego fuera capaz de aprovechar su desgracia como elemento relevante en la construcción de sí mismo como personaje literario. Por eso sólo una vez admitió el dolor de la pérdida del brazo, y fue refiriéndose a la muerte de su hija a la que no pudo abrazar. Aunque, según cuenta César González-Ruano en sus Memorias, una muchacha con la que tenía amores le enseñó una vez una carta de don Ramón María, ligue anterior de la chica, en la que éste le aseguraba que sólo había sentido ser manco aquella tarde en que no pudo abrazarla más que con un solo brazo. Dice Ruano que la muchacha estaba muy orgullosa de aquella bella ocurrencia, aunque a él le sentó bastante mal el autoplagio.
Hablando de leyendas, uno de quienes más contribuyó a la proliferación de las mismas, aparte del propio protagonista, fue su émulo y amigo Gómez de la Serna, quien en 1918 publicó "Algunas versiones de cómo perdió el brazo don Ramón María del Valle-Inclán". No he conseguido ese texto, pero en su biografía del 44 hace referencia a algunas de tales invenciones que, según dice y me lo creo, fueron del agrado del gallego. Así, entre otras, fabula Gómez de la Serna que el brazo se lo cortó él mismo para echar algo de sustancia al puchero o porque quería contar con un brazo relicario, o que se lo tajó para echárselo a un león que le perseguía y de tal modo evitó que lo devorara, o que una mujer enamorada se lo arrancó para evitar que la abandonase, o que lo perdió en una riña a navajazos con un bandolero mexicano ... En fin, como puede comprobarse, el brazo ausente de Valle Inclán fue tema durante muchos años del mundillo literario madrileño.
Pero, por volver a ese largo periodo que tanto me extraña entre la discusión del Café y la amputación quirúrgica, no quiero olvidarme de señalar que al día siguiente por la tarde se presentaron en la casa de Valle Inclán (a quien imagino presa de dolores y guardando cama) los padrinos de Manuel Bueno, unos tales señores Paleri y Balbás, para resolver la cuestión de honor suscitada con la pelea y bajo el supuesto de que el escritor gallego había sido el ofensor. Que Bueno se preocupara de tales menesteres, además de dar una idea de la importancia que en esos tiempos se daba a la dignidad ofendida (y mal entendida, añado yo), muestra que nadie se esperaba que el golpe en la muñeca fuera a tener el grave final que finalmente tuvo. Supongo que ni el propio don Ramón María, que tuvo la presencia de ánimo y la chulería tan propia para disentir del periodista vasco y opinar que había sido éste el ofensor y, consecuentemente, quien debía disculparse. Así que Valle Inclán nombra padrinos (Miguel Sawa y José Riquelme Flores) y comienzan las negociaciones para resolver la nueva cuestión de honor que, por ser mucho más interesante, hace que se olvide la previa entre el portugués y el granadino que fue causante de la reyerta. Por lo visto las negociaciones duran cuatro días y finalizan sin llegar a ninguna conclusión concreta con la publicación el 27 de julio, en el periódico madrileño El Globo, de un acta sobre el asunto de honor, algo que, por lo visto, era práctica habitual en estos casos (me habría gustado leer esa nota de prensa, pero lamentablemente El Globo no se consigue por internet). En todo caso, barrunto que las expectativas de duelo entre Bueno y Valle se diluirían a medida que la salud del escritor empeoraba. De hecho volvieron a ser amigos y forma parte del riquísimo anecdotario valleinclanesco que cuando éste, ya manco, tornó al Café a reanudar sus hábitos tertulieros se encontró con Manuel Bueno y le tendió la mano (la única que le quedaba) diciéndole que lo pasado, pasado estaba. A esta versión, Gómez de la Serna enfrenta otra menos favorecedora, en la que, nada más ser amputado, Valle Inclán sólo ansiaba poder salir a la calle a matar a su desmochador y, para evitarlo, los amigos de ambos llevaron (me imagino que a regañadientes) al vasco a la alcoba del convaleciente (que olía a yodoformo, dice Ramón) para forzar una "lacónica y magnífica reconciliación". ¿Cuál es la versión verdadera? Pues a lo mejor hasta las dos lo son.
La reincorporación de Valle Inclán a la vida pública y activa debió ser hacia principios de septiembre. Sus numerosos amigos, impresionados por el suceso, le consiguieron un brazo ortopédico y organizaron una función benéfica a su favor de su drama Cenizas. De esos primeros tiempos de manquedad datan innumerables anécdotas, incluyendo no pocos chistes macabros a su costa que circulaban por Madrid. Hasta el propio Valle empezó a hacer gala de su minusvalía con alusiones cervantinas que tuvieron que ser algo machaconas para obligar a Benavente a decirle quejoso que lo suyo no fue en Lepanto. Pero ya está bien, que tampoco es cuestión de enrollarme más, que estos posts sólo iban de la pérdida del brazo.
La gangrena puede tardar bastante en manifestarse, como cualquier infección...
ResponderEliminarCualquera se lee este parrafón solo pensar en los dolores que pasaria Valle (pobrecito)
ResponderEliminarUn Castor