Saint Germain des Pres (y 2)
Al día siguiente, a las cinco de la tarde, en la Rue du Dragon, cuando está a punto de entrar en la Academia Julian, Catherine es abordada por otro chico guapo y moreno. Ella reanuda su camino sin siquiera responderle, pero él la sigue, entrando también en el zaguán del edificio (¿has estado antes aquí? Éste no es sitio para chicas americanas tan bonitas. No deberías estar metida ahí dentro con este maravilloso tiempo. Es mucho más agradable un paseo por el campo. Ven conmigo, tengo coche). Catherine se escabulle y pasa a la sala de dibujo, donde un numeroso grupo de estudiantes toma apuntes de un modelo desnudo. La chica encuentra un caballete libre, apoya su carpeta de láminas, se coloca unas gafas, mira hacia el modelo y …La sorpresa le hace abrir exageradamente ojos y boca: el muchacho que posa desnudo es Jean, su amante de hace dos noches. Casi inmediatamente, Jean, que pasea la mirada distraídamente por su público, la reconoce y también se sorprende y avergüenza, encogiéndose en un torpe intento de ocultar su desnudez. Los alumnos vociferan enfadados, Catherine nerviosísima empuja el caballete al suelo y sale corriendo de la sala, el nuevo chico, Raymond, la persigue llevándole la carpeta que ha dejado olvidada. Ya en la calle, ella le quita la carpeta de las manos sin ningún gesto de agradecimiento, sin decir palabra, y se aleja a toda prisa.
Han pasado solo unos minutos, Catherine camina sola, rumiando sus pensamientos; a su lado se detiene el mismo Bentley gris y Raymond se asoma por la ventanilla derecha invitándola a entrar. ¿Éste es tu coche? Sí, contesta él. Entonces ella abre la portezuela y se acomoda. ¿Dónde vamos? A tu casa, responde ella abruptamente. Él arranca y enseguida están subiendo las escaleras del apartamento de la otra noche. Es muy bonito, dice ella, un sitio perfecto para traer chicas. Demasiado caluroso en verano, contesta el muchacho con una sonrisa de suficiencia. ¿El apartamento es tuyo? Sí, claro, y también el coche. ¿Qué hacen tus padres? No demasiado, son embajadores. En México, imagino; y ahora es ella la que sonríe ante la mueca de desconcierto del chaval. ¿Cómo lo sabes? Porque das el tipo, contesta ella, ¿has estado en México? Sí, dice él, justamente regresé ayer. ¿Y cuándo vas a volver? En tres semanas, ¿por qué? ¿Y las clases? Pueden esperar. ¿Estudias Ciencias Políticas? Sí, es un empeño de mi padre … Pero, ¿cómo sabes todo eso? Catherine sonríe, una sonrisa que es a medias de cinismo y de tristeza. Se levanta y pasea por la sala mientras el chico la observa intrigado. Descorre las cortinas de una ventana y señala hacia el exterior: Le Vau, dice. ¿Dónde? Pregunta, Raymond acercándose. Esa cúpula, dice ella señalando la del Instituto de Francia, es de Le Vau. ¿Sí? ¿Estás segura? Por supuesto que lo estoy, contesta desdeñosa. Vaya, estoy impresionado. ¿Te interesan las antigüedades? Entonces este apartamento te encantará, está todo lleno de muebles antiguos. ¿Quieres echar un vistazo? No gracias, responde la chica, ya lo he hecho. Ah, claro, me olvidaba de que tú lo conoces todo; entonces, vayamos a dar una vuelta por el campo, es lo mejor que podemos hacer con este tiempo. Catherine vuelve a sentarse al sofá pero su sonrisa irónica ha desaparecido.
— No lo entiendo, —murmura para sí misma —no entiendo por qué posa … Por las chicas, supongo, pero … Es tan desagradable: qué vergonzoso tiene que ser estar ahí desnudo, delante de tanta gente que te mira.
— Me parece que exageras un poco.
— ¿Por qué? Acaso tú también has posado.
— No, pero …
— ¿Conoces entonces a muchos modelos? —lo interrumpe ella.
— A unos cuantos, sí. Uno se encuentra con gente muy rara por ahí.
— ¿Y al chico de la Academia, lo conoces?
— ¿Ése? Es un pobre diablo. Pretende ser actor.
— ¿Es tu amigo?
— Bah, no exageremos. Es un buen chico, tiene su encanto. Yo le ayudo. Cuando estoy fuera le presto el apartamento y el coche. Eso le hace feliz; le gusta sentirse como si fuera yo. Es curioso, ¿verdad?
— Me parece algo horrible, muy triste.
— Sí, bueno, la vida es dura. ¿Por qué te interesa tanto ese chico? Se diría que te gusta.
— ¿A mí? ¿Estás loco?
— Vale, vale, pero relájate. ¿No te acaloras moviéndote tanto?
Catherine se ha levantado del sofá, nerviosa, y abre un armario del que caen un colchón y una manta enrollada. Qué práctico el sistema, dice sonriendo. Sí, así es como es, contesta él acercándose hasta el armario, te traes a una chica, sacas la cama … ¿Qué me dices sobre ir al campo? Aquí hace calor. Pues quítate la bufanda, le replica ella y se separa. Nunca delante de chicas, ¿dónde vas? A México, contesta ella, mientras recoge su carpeta y se precipita escaleras abajo. El muchacho se reclina sobre la barandilla a verla irse; luego, con gesto de fastidio, se quita la bufanda: Es una aburrida y sí, ciertamente, hace demasiado calor aquí. Y se deja caer en el sofá.
Apenas un rato después, Catherine se apea de un taxi y entra corriendo en la Academia Julian. Están saliendo los estudiantes, entre ellos, solo, Jean, su amante de la otra noche. Ambos se quedan un instante quietos, pero enseguida él se da la vuelta y espera a una chica que viene con una carpeta de dibujo. Le pasa el brazo por el hombro y, abrazado a ella, pasa por delante de Catherine, sin detenerse, sin decirle nada, sin mirarla siquiera.
Han pasado solo unos minutos, Catherine camina sola, rumiando sus pensamientos; a su lado se detiene el mismo Bentley gris y Raymond se asoma por la ventanilla derecha invitándola a entrar. ¿Éste es tu coche? Sí, contesta él. Entonces ella abre la portezuela y se acomoda. ¿Dónde vamos? A tu casa, responde ella abruptamente. Él arranca y enseguida están subiendo las escaleras del apartamento de la otra noche. Es muy bonito, dice ella, un sitio perfecto para traer chicas. Demasiado caluroso en verano, contesta el muchacho con una sonrisa de suficiencia. ¿El apartamento es tuyo? Sí, claro, y también el coche. ¿Qué hacen tus padres? No demasiado, son embajadores. En México, imagino; y ahora es ella la que sonríe ante la mueca de desconcierto del chaval. ¿Cómo lo sabes? Porque das el tipo, contesta ella, ¿has estado en México? Sí, dice él, justamente regresé ayer. ¿Y cuándo vas a volver? En tres semanas, ¿por qué? ¿Y las clases? Pueden esperar. ¿Estudias Ciencias Políticas? Sí, es un empeño de mi padre … Pero, ¿cómo sabes todo eso? Catherine sonríe, una sonrisa que es a medias de cinismo y de tristeza. Se levanta y pasea por la sala mientras el chico la observa intrigado. Descorre las cortinas de una ventana y señala hacia el exterior: Le Vau, dice. ¿Dónde? Pregunta, Raymond acercándose. Esa cúpula, dice ella señalando la del Instituto de Francia, es de Le Vau. ¿Sí? ¿Estás segura? Por supuesto que lo estoy, contesta desdeñosa. Vaya, estoy impresionado. ¿Te interesan las antigüedades? Entonces este apartamento te encantará, está todo lleno de muebles antiguos. ¿Quieres echar un vistazo? No gracias, responde la chica, ya lo he hecho. Ah, claro, me olvidaba de que tú lo conoces todo; entonces, vayamos a dar una vuelta por el campo, es lo mejor que podemos hacer con este tiempo. Catherine vuelve a sentarse al sofá pero su sonrisa irónica ha desaparecido.
— No lo entiendo, —murmura para sí misma —no entiendo por qué posa … Por las chicas, supongo, pero … Es tan desagradable: qué vergonzoso tiene que ser estar ahí desnudo, delante de tanta gente que te mira.
— Me parece que exageras un poco.
— ¿Por qué? Acaso tú también has posado.
— No, pero …
— ¿Conoces entonces a muchos modelos? —lo interrumpe ella.
— A unos cuantos, sí. Uno se encuentra con gente muy rara por ahí.
— ¿Y al chico de la Academia, lo conoces?
— ¿Ése? Es un pobre diablo. Pretende ser actor.
— ¿Es tu amigo?
— Bah, no exageremos. Es un buen chico, tiene su encanto. Yo le ayudo. Cuando estoy fuera le presto el apartamento y el coche. Eso le hace feliz; le gusta sentirse como si fuera yo. Es curioso, ¿verdad?
— Me parece algo horrible, muy triste.
— Sí, bueno, la vida es dura. ¿Por qué te interesa tanto ese chico? Se diría que te gusta.
— ¿A mí? ¿Estás loco?
— Vale, vale, pero relájate. ¿No te acaloras moviéndote tanto?
Catherine se ha levantado del sofá, nerviosa, y abre un armario del que caen un colchón y una manta enrollada. Qué práctico el sistema, dice sonriendo. Sí, así es como es, contesta él acercándose hasta el armario, te traes a una chica, sacas la cama … ¿Qué me dices sobre ir al campo? Aquí hace calor. Pues quítate la bufanda, le replica ella y se separa. Nunca delante de chicas, ¿dónde vas? A México, contesta ella, mientras recoge su carpeta y se precipita escaleras abajo. El muchacho se reclina sobre la barandilla a verla irse; luego, con gesto de fastidio, se quita la bufanda: Es una aburrida y sí, ciertamente, hace demasiado calor aquí. Y se deja caer en el sofá.
Apenas un rato después, Catherine se apea de un taxi y entra corriendo en la Academia Julian. Están saliendo los estudiantes, entre ellos, solo, Jean, su amante de la otra noche. Ambos se quedan un instante quietos, pero enseguida él se da la vuelta y espera a una chica que viene con una carpeta de dibujo. Le pasa el brazo por el hombro y, abrazado a ella, pasa por delante de Catherine, sin detenerse, sin decirle nada, sin mirarla siquiera.
Francoise Hardy - Tous les garçons et les filles (1962)
PS: La primera ilustración es la pintura de 1881 de Marie Bashkirtseff, alumna de la Academia Julian, la única escuela que por entonces permitía el acceso a las mujeres. La foto del Instituto de Francia con la cúpula de Le Vau está tomada de una web de viajes. La tercera y última, en la que se ve la entrada a la Academia Julian a través del zaguán desde la rue du Dragon, es propiedad de Julián Villalba. Con esta segunda entrega acaba el relato plagiado, sin que nadie se haya atrevido a aventurar cuál es el original. La solución en breve (espero).
Hola, Miroslav. ¿ Has borrado la primera parte de este post y todos los anteriores ?
ResponderEliminarC.C.: No, no he borrado nada, De hecho,yo puedo ver todos los posts de mi blog.
ResponderEliminarConfieso que tu acertijo me tiene despistado por completo. No tengo ni idea de a qué... ¿Novela? ¿Película? ¿Canción?... se refiere y, lo que es peor, no tengo ni idea de por dónde tratar de averiguarlo, una vez repasada, sin éxito, la principal filmografía de los cuatro o cinco directores franceses que me han parecido probables.
ResponderEliminarEn cambio la canción de Françoise Hardy me ha llevado directamente a mi infancia remota. Esta y otras cuantas de la misma cantante las oían mis hermanas mayores cuando yo tenía cuatro o cinco años, y me aprendí la letra de memoria, sin la menor idea de qué estaba diciendo: "Tule gar sonse le fill de monás..."
Como siempre, el post delicioso. Fue un placer conocerte, Miros.
ResponderEliminarNi remota idea tampoco del acertijo.
Jaaaaaa: "tule gar sonse le fill de monás..."
Hay un anuncio de colonia en la tele que acaba con una voz femenina de sensual y marcado acento francés: "L'amour est en trésor". LLamó a un programa un enamorado de Kate Winslet (la prota) protestando por la grosería:
¿Cómo se piede decir que 'la mula está estresá' hablando de esa criatura tan linda?
César vallejo o Henry James
ResponderEliminarYour article is great. Come in, read my stuff, click.
ResponderEliminarufa747
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