Pubertad (1)
Cuarto de bachillerato, seguro. Ese nuevo curso, aunque eran los mismos compañeros del pasado, parecía distinto. Algo raro se notaba, aunque él ni idea de qué sería. Casi desde el primer trimestre se empezó a formar un grupo aparte al que, poco a poco, a medida que pasaban las semanas, se iban sumando algunos. En los recreos se apartaban, parecía que hablaban de cosas ignotas que ni siquiera intuía. El líder era Dionisio (ay de quien le llamara Dioni), un repetidor con aura de maldito, el que al año siguiente organizaría la primera y única revuelta contra el pusilánime profesor de inglés. Pero eso en cuarto todavía no había ocurrido, en realidad no ocurría nada, salvo los apartamientos misteriosos, la extraña división de la clase en dos grupos estancos y él, sin entender nada, en el que poco a poco menguaba. También se impuso un código espontáneo, una regla de silencio y respeto que parecía haber existido de siempre, pero no, el año pasado no había sido así. O sea, que descubrió que había otro mundo que no comprendía y al que no tenía acceso aunque confusamente intuyera que también a él le llegaría el momento.
Vicente, Ángel, Jose, los más cercanos, seguían de este lado. Alguna vez les preguntó, ¿qué les pasa a ésos?, son gilipollas, dijo Vicente, se creen muy mayores, dijo Ángel, y Jose se encogía de hombros, quizá el único que, como él, sentía una inquieta desazón, tal vez hasta la misma sutil amenaza de un cambio. Pero no era asunto con el que se sintieran cómodos y casi por inercia seguían con las carreras de chapas que ya se les antojaban absurdas o peloteando en el patio. Además, tampoco había pistas consistentes. Bueno, que muchos se rascaban la entrepierna, Dionisio el que más. Cómo es que te pica tanto, le preguntó una vez; ya te picará a ti dentro de un tiempo y estalló en risotadas. En fin, que no pasaba nada y el curso seguía con sus monotonías y pocos motivos de interés. Por ejemplo las clases de historia de don Antonio, aunque la euforia que le producían la chafaran enseguida las aborrecidas lecciones de solfeo del Sapo. Así día tras día, durante el otoño y luego el helador invierno que agarrotaba los dedos. Él tenía trece años. De casa al colegio y a las seis la vuelta, media hora cada caminata acompañado de sus dos hermanos menores, unos niños. Por la tarde casi nada que hacer, atento sobre todo a no molestar a su madre, que cualquier transgresión de las infinitas normas merecía luego, cuando volvía su padre, los consabidos zapatillazos (o quizá no, quizá para esas fechas ya habían cesado, se le nublan los recuerdos). A las nueve a la cama, obedeciendo el dictado de la odiosa familia Telerín. Él, privilegio de primogénito, tenía permiso para leer un rato en su litera de arriba.
Cree recordar que fue después de la Semana Santa del 73, en el último trimestre, pero no podría asegurarlo; cuarenta años son demasiados y su infancia la tiene casi olvidada, arrinconada en alguna circunvolución del cerebro cuya ruta de acceso ha extraviado. Pero sí se acuerda de la escena: Dionisio que le da un palmetazo en la espalda en un cambio de clase y le dice qué, ya te pican, y sí, inadvertidamente se estaba rascando la entrepierna. Estruja su memoria pero es inútil, no es capaz de ver su primera paja y mucho menos precisar las circunstancias. ¿Cómo descubriría que sobarse el pene (¿decían ya entonces polla?) era tan agradable? ¿Se sorprendería con la primera eyaculación? De nada de todo ello guarda registro consciente y sólo puede deducir conjeturas. Por ejemplo, está convencido de que la primera masturbación fue previa a las poluciones nocturnas; cuando éstas sucedieron, algunas semanas más tarde, ya estaba al cabo de la calle (o eso creía él) del funcionamiento de la cosa. Tampoco tiene ninguna duda de que se trató de un descubrimiento íntimo, en nada inducido por pistas ajenas. Él solo cruzó esa línea divisoria y aunque no declaró nada en absoluto el tránsito en algo debió marcarle porque en pocos días pasó al otro grupo, ya para entonces mayoritario.
Juntarse con los entendidos tampoco resultó nada del otro mundo y eso que sí, que era otro mundo en el que había entrado y, como todo territorio recién descubierto, lleno de misterios. Pero en los corros de los recreos no se hacían preguntas, conversaciones deslavazadas, elipsis de sobrentendidos. Ya mayor, hablando con gentes de diferentes entornos escolares, concluyó que tantos silencios pudorosos disfrazados de falsas seguridades fueron consecuencia del opresivo ambiente de los tiempos y del país y, particularmente, de su colegio, regido por una institución católica empeñosa y eficazmente dedicada al condicionamiento mental de los adolescentes. Así, aquellos muchachos nunca se consultaron sus dudas, ni intercambiaron las experiencias que todos suponían comunes y a la vez excepcionalmente originales, y desde luego habría sido impensable practicar en grupo concursos masturbatorios en los servicios del colegio, experiencia que le relató en la siguiente década un amigo universitario. Hablaban de sexo sin apenas decir nada, merodeando con circunloquios el terreno más prohibido, esbozando fantasías ingenuas y absurdas, construidas con retazos de escenas atisbadas de adultos o conversaciones espiadas a las hermanas mayores.
Porque, claro, el tema principal eran las chicas, esa especie ajena que hasta hacía poco les era indiferente y de pronto, ahora que eran mayores, se había convertido en el sostén de sus prestigios. No se trataba ya de coleccionar cromos sino de acumular "triunfos" con esas criaturas extrañas, experiencias mínimas con primas, amigas de las hermanas, hasta con las asistentas, que se magnificaban con aires de suficiencia cuando, con toda seguridad, ninguna de ellas había sucedido fuera de la imaginación de quien la contaba. Las mejores, las más audaces, eran las de Dionisio que se jactaba de haber besado con lengua y saber desabrochar un sujetador con una sola mano. Él en cambio no recuerda haber contado nunca ninguna patraña; probablemente por cierta repulsión innata a las mentiras descaradas pero también por vergüenza a quedar en evidencia. Escuchaba, eso sí. Y las historietas de los recreos se recomponían luego en películas mentales proyectadas en el encierro del cuarto de baño de su casa. Cortometrajes, porque el tiempo de intimidad era breve; en todo caso, no necesitaba ni mucha duración ni demasiada intensidad erótica en los contenidos.
Acabó cuarto, el curso de transición, el del prólogo. En realidad no pasó nada, todo fue humo, intuiciones de futuras realidades de momento sólo fantaseadas. Llegarían sí en el siguiente año académico, el primero del bachillerato superior, cuando los chavales pasaban a ser considerados casi adultos y también peligrosos para los atentos profesores, que redoblarían sus esfuerzos de adoctrinamiento. Antes vino el verano del 73, en el que cumplió catorce y conoció a Fátima en el mes de veraneo en Luanco. Una preciosa morena, la primera chica real de su vida, la etapa necesaria para entrar con pie algo más firme (tampoco mucho) en ese otro mundo inquietante. Pero eso ocurriría en quinto.
Oh, boy! - The Grateful Dead (Grateful Dead, 1971)
Yo nací en el 73, así que, además de gustarme mucho por lo bien escrito que está y de dejarme con ganas de leer la continuación, el relato me ha hecho pensar en cómo cambiaron algunas cosas en algo más de diez años, ya que cuando yo tenía trece o catorce no quedaba el más mínimo secretismo en torno a esas cuestiones, si bien la iniciación en ese terreno venía acompañada por cierto temor del que a algunos les llevó tiempo librarse, porque nosotros (incluso quienes no habíamos tenido una educación religiosa) el cruzar esa línea divisoria lo seguíamos considerando pecado.
ResponderEliminarEs curioso, en aquel ambiente opresivo lo peor era el sentimiento de culpa. Y, sin embargo, este sentimiento no frenaba la fuerza de la naturaleza, del deseo o de lo que quiera que fuera. O era que la represión creaba un morbo insuperable. Lo digo, porque yo ya con diez años me pajeaba de lo lindo,a pesar de todas las angustias, era monaguillo en mi parroquia y junto con los otros monaguillos nos lo hacíamos en corro, nos medíamos el pene, descubríamos los primeros pelos que nos crecían, etc. Uno algo mayor nos lo enseñó y hasta nos explicó cómo se follaba. No lejos de la parroquia había una zona de putas y allá íbamos a verlas de lejos, a seguirlas hasta la casa en la que hacían sus trajines y a imaginar lo que hacían con el cliente que las acompañaban. Eso sí luego a la noche el terror pánico por tan "tremendos" pecados cometidos durante el día.
ResponderEliminarAntonio: Sí las cosas cambiaron mucho para las siguientes generaciones, en especial en cuanto a la opresión religiosa que nos interiorizaban. De eso irá la continuación. En todo caso, creo que la mía es de las últimas generaciones que la sufrió.
ResponderEliminarMolón: Como imaginarás, este post me lo ha motivado la lectura del último tuyo. El ambiente opresivo que me tocó, aún correspondiendo (calculo) a una década posterior, quizá hasta fuera peor. No obviamente en términos generales, ya que la rigidez media del país se había suavizado, pero sí por los "docentes" que me cayeron en suerte, bastante peores, te aseguro, que los salesianos. Por ejemplo, eso de "compartir" las prácticas de iniciación sexual (que algunos amigos también me han contado) era algo simplemente inimaginable entre mis condiscípulos del colegio.
La masturbación se atacaba desde dos frentes por el poder fáctico designado para designar las buenas costumbres, la Iglesia católica, se actuaba sobre todo con la infancia, la juventud y las mujeres: desde el frente de la salud, afirmando que era insana de forma absolutamente falsa y acientífica (por ejemplo y hasta tiempos relativamente recientes el padre de la actual alcaldesa de Madrid, ginecólogo de proen el Régimen) y desde el de la moral señalándolo como pecado nefando: Onan. Desde mi más tierna infancia me llamó la atención que el pecado al parecer más importante fuera el ordinal sexto ¿por qué no lo pasaban al primer lugar? me preguntaba yo. Sólo me confesé una vez, previo a la primera comunión, supongo que soy un caso atípico en aquella España preconciliar en la que la iglesia era dueña de las buenas costumbres y que ahora los Rouco pretenden reimplantar. Por cierto, yo también tuve mi Dionisio (el nombre está bien traído, Apolo es otra cosa), claro, tuve dos, me asustaban, me chuleaban, pero también me abrieron los ojos, pongamos que se llamaban (nos llamábamos por los apellidos) Contreras y Arellano, vaya dos patas para un banco…dónde andarán
ResponderEliminarLansky: Suerte tuviste de no sufrir la "tortura psicológica" del adoctrinamiento religioso-moral durante tu pubertad. Teniendo en cuenta que eres mayor que yo, sólo me lo explico o bien porque caíste en instituciones escolares que no se esforzaban demasiado en instilar los miedos angustiosos del pecado en las mentes infantiles o bien porque venías inmunizado de fábrica. No fue mi caso, desde luego.
ResponderEliminarA quienes interiorizamos en la pubertad las angustias de esa prácticas "pedagógicas" no nos pueden parecer comparables los dos "frentes" a que te refieres. El "científico" simplemente no me afectó en absoluto y, visto desde mi edad adulta, sólo me produce cachondeo. Pero no es cachondeo precisamente lo que me genera el otro.
Por cierto, el nombre de Dionisio era el real de aquel chaval. No había caído hasta tu comentario en su adecuada connotación mitológica. Otro ejemplo de cómo la realidad imita al arte. Y sí, también nosotros nos llamábamos por los apellidos, aunque a veces por los nombres.
Ya he comentado en otras ocasiones que debo de ser un caso raro, pero no soy el único caso raro que conozco. Soy dos años mayor que tú, y desde los seis a los diecisiete años estuve en un colegio de curas. Once años durante los cuales NADIE NUNCA me habló de la masturbación, ni para prohibírmela ni para recomendármela. En Ciencias Naturales de 5º de Bachillerato el profesor, un marianista entonces joven que luego abandonó la orden, aunque siguió siendo creyente y manteniendo muy buenas relaciones con la orden -aún hoy es amigo mío, casado con una amiga mía, y es, por cierto, una de las personas más brillantes y divertidas que he conocido nunca- hizo alguna alusión jocosa al asunto, de pasada, con ocasión de explicar el aparato genital. Risas de la clase y se acabó la historia. Yo era consciente de que masturbarse era uno de los 'actos impuros' a que se refería el sexto mandamiento, y de que las imaginaciones que precedían y acompañaban la operación caían dentro de la jurisdicción del noveno; y, muchacho piadoso como era entonces -sigo siendo piadoso, pero ya no muchacho- me confesé abundantemente de ambas cosas con distintos curas. Jamás ninguno hizo otra cosa que relativizar el asunto, explicarme que ni mucho menos era el más grave de los pecados, sugerirme estrategias para tratar de evitarlo y, en general, tranquilizarme y recomendarme que no me obsesionara con el asunto. Nunca me sentí agobiado, ni culpabilizado, ni angustiado, ni nadie me habló del infierno, ni de las penas en el otro mundo, ni de enfermedades ni cegueras en este. Sin duda tuve mucha suerte, pero mi pubertad fue una época francamente luminosa y feliz, también desde este punto de vista.
ResponderEliminarY, sin embargo, yo entiendo muy bien a Miroslav, aunque soy del 77 en mi casa de sexo ni hablar y eso porque mi padre le tenía miedo (y, de paso, mi madre también)
ResponderEliminarNo he hecho la comuníón, no he pisado iglesias más que para visitarlas, no me sé el padrenuestro, iba a clases de ética (porque mis padres, qué graciosos, decían que éramos ateos)
Y, sin embargo, qué más da.
El miedo estaba ahí, en casa, agazapado. Un miedo que venía de lejos y los años no consiguieron llevarse.
Mi adolescencia fue luminosa pero no feliz.
Qué interesantes estas confesiones Miroslav!
Qué maravilloso post !!
ResponderEliminarEs obvio que la masturbación de los jovenzuelos (y de mayorzuelos) es un tema universal: tos los chavales de 10, 12, o 14 años se la pelaban y lo por el orbe entero; puede que ahora mismo haya más de un millón de chavalillos meneándosela.
En la España de nuestro tiempo - del mío desde luego - se tenía mayor sentimiento de culpabilidad por la represiva educación católica, pero eso no bastaba; el tirón del impulso sexual era demasiado fuerte. 'Pecabas' pero aún confesando y cumpliendo la penitencia sabías que volverías a hacerlo... tal vez en la misma sacristía. Yo también fui monaguillo.
No entiendo cómo la Iglesia no entendía eso y era más permisiva o hacía la vista gorda.
Empecé bastante antes por verlo y oirlo a los mayores que yo del colegio y del barrio. Naturalmente sin eyacular: solo snetir un agradable hormigueo en el bajo vientre.
Me gusta mucho el comentario de Molón Suave (no sé cómo he podido tardar tanto en descubrir a este brillante bloguero, chappeau!): en mi cole sí nos la medíamos, nos la cascábamos en corrillo y más de uno, sin torcida intención, te la tocaba para ver su dureza o pedía que se la tocásemos a él.
Pronto, prontísimo, desubríamos que las chicas eran mucho más interesantes. Recuerdo que a todos nos atraían más que nuestros pajilleos, pero resultaba imposible o muy difícil ligarse a una: besarla, tocarle los pechos por encima de la ropa o abrazarse muy pegaditos ya era un triunfazo. De follar, ni rosquen.
Ya con 18, 19 y 20 en adelante sí caían algunas...
Y hoy... Hoy todavía tengo tratos con algunas chiquillas de entonces, abuelas ahora, que al vernos o mandarnos emailes dicen "Cómo pudimos ser tan tontas y tan ingenuas... Tú o Fulanito me gustábais un montón. No os dejamos hacer nada; nos hemos casado sin saber nada de sexo y lamentamos no habernos dejado de pamplinas y haber empezado ya entonces a flirtear u pajearos y follar con aquellos curpetes que teníamos tan frescos, tan anhelantes, sanos y lozanos. Nosotras - siguen diciendo - también ardíamos por dentro pero al no ver a las migas masturbarse ni hablar de sexo claramente, tampoco se nos ocurría masturbarnos en solitario.
Qué pena ¿no?
Por fortuna las cosas son hoy muy distintas para los chavales. Creo haber dicho que muy cerca de mi casa hay dos colegios (de religiosas, por cierto); a la hora de los recreo salen, se meten algunos en las rampas de nuestros garages y ahí los veo charlar, fumar, hacer corrillos de risas y a dos pasos hay una parejita quinceañera echando un polvete a tergo o dos chicas comiéndose los morros tan tranquilas entre calada y calada de un pitillo o un canuto.
No creo que por eso vayan a ser adultos del mañana peores que los de hoy.
Vanbrugh,
ResponderEliminarsin duda eres un caso raro aunque no único. Me atrevería a asegurar que ni un 5% de los chicos españoles es o eran así: no masturbadores ni con el coco comido por el impulso y el deseo sexual tan temprano.
Mi pudertad fue también luminosa y feliz por fuera de ese jaleo sexual, tan propio de la represión de aquella generación española.
Creo que a mi NO llegó a afectarme a la personalidad, aunque suene a futurible. Mal comparado es como si se me dijesen que me pudo traumatizar ver entonces la gran mayoría de las pelis en blanco y negro.
Cierto que, como dice Emma, el miedo andaba por allí agazapado... pero no más que el temor a no parobar todo en junio o a pellar una gripe.
Es más, el miedo es bueno. Lo malo es ser cobarde o no superarlo sin demsiado trauma
Miroslav: Una década más o menos posterior, sí, eso calculo yo. En cualquier caso aquella represión, supongo que como la de cualquier época, resultaba más o menos potente en función de la sensibilidad del muchachito que la recibía (ningún mérito tener más sensibilidad, mucho menos a esas edades.) Yo tenía algúnos compañeros que eran un auténtico golfos que se burlaban de todo, incluidas las monsergas de de los santos padres. Otros tuvieron la suerte de tener padres (padre y madre) que relativizaban cuando no rechazaban directamente la religión y que no llevaron a sus hijos a colegios de curas o de monjas.
ResponderEliminarGrillo.- Gracias por el elogio. No se yo si...
Vanbrug.- Si estuviste como parece en un colegio religioso, me cuesta mucho creer lo que dices. Aunque diciéndolo tú (te sigo en el blog de Lansky) lo acepto como una excepción maravillosa que tuviste la suerte de vivir.
Molón,
ResponderEliminarlo que te digo suena a elogio porque lo es. Y bien directo.
Creo que te explicas muy bien, tocas temas bastante sensibles y se ve que eres un hombre con las ideas claras o capaz de contar sin ambages lo que quieres, lo que deseas incluso cuando no lo veas tan claro.
Que me digas a continuación 'no se si...' no queda sin embargo tan frontal ni vale como manera cortés de insinuar lo que quiera que insinúes. Eso ya es asunto tuyo.
Convéncete de que no me va a alterar mi curso/discurso, como tampoco debe cambiar el tuyo - que sin duda seguiré leyendo porque me gusta. Veo ahí muy fiel y típicamente plasmados los desasosiegos de un seminarista que a base de pensar bien y con honestidad salió de sus dudas y es hoy un buen ciudadano con cosas que decir.
Otra vez ¡ chappeau ! y quién sabe si no un definitivo 'adiós, muy buenas',
[Milos, tío: ya es la segunda o tercera vez que tomo tu blog para algo que no va directamente relacionado con el tema. Lo siento, lo siento un poco.]
Tengo tu mismisima edad Miroslav, también cumplí los catorce en el verano del 73. Coincido con Vanbrugh el haber estudiado durante trece años en los marianistas y también el que no salí traumatizado de allí sino todo lo contrario. Vivía en una capital de provincias, que cuando ahora la imagino me la imagino en blanco y negro, socialmente estábamos bastantes coaccionados por el ambiente de aquella época. Precisamente en mi colegio fue donde empecé a encontrarme con gente socialmente más avanzada que a mi alrededor. La revista que editábamos en mi curso, acabó siendo denunciada a los tribunales y alguno de los religiosos pasó algún día en prisión como consecuencia de registro que hizo la Brigada Político Social. Y uno de los que fue allí a dar una conferencia en la época fue un joven abogado laboralista que se llamaba Felipe González.
ResponderEliminarHombre, elbucaro, bienvenido. Me conforta ver que alguien coincide conmigo en que no todos los curas eran represores tarados. Personalmente estoy profundamente agradecido a los marianistas por todo lo que he aprendido y crecido con ellos, y no solo en los once años del colegio, sino hasta ahora mismo, cuando seguimos manteniendo una inmejorable relación.
ResponderEliminarMolón, espero que lo de que te cueste creerme sea retórica. Te aseguro que mis once años de colegio fueron absolutamente felices, fui educado en la libertad, en el respeto a los demás y a mí mismo, en la tolerancia, en la independencia de criterio y en el amor a la vida. Y en una profunda y liberadora fe en Dios, que constituye, sin duda, la base más sólida de mi actual vida feliz.
Vanbrugh: Ya lo has comentado en otras ocasiones, es cierto. Desde luego mi el tuyo ni el de Lansky son mi caso. Lejos de mí, que conste, sacar ninguna conclusión con el más mínimo afán generalizador (ya hemos tenido bastante –de momento– con la discusión sobre universales y particulares), por lo que me limito a relatar la historia de ese chaval que lo veo tan ajeno que me cuesta escribirla en primera persona. En todo caso, la parte relativa a los agobios, culpabilidades, angustias e infiernos la reservo para la continuación. En esta primera entrega quería rememorar el descubrimiento del sexo en la pubertad, suceso sin duda trascendental en la vida de cualquiera y del que, sin embargo, tan poco me acuerdo de los detalles. Quizá algo de eso se deba a que mi pubertad y adolescencia no puedo calificarlas como tú de época luminosa y feliz, excluyendo naturalmente las lagunas de alegría que claro que hubo. Tampoco voy a decir que fue desgraciada, que sería injusto y exagerado. Me gustaría pensar que los factores que influyeron en no ser lo feliz que se merece a esas edades me tocaron a mí y a pocos más, que fueron minoritarios y que la mayoría de los chavales en esos años eran felices. En todo caso, dudo que la mayoría haya tenido tanta suerte como tú, en concreto en la educación religiosa. Como te dice Molón a mí también me extraña mucho que en esos años hubiera curas con esa mentalidad tan tolerante en relación al sexo (yo encontré uno bastante después, al final de los setenta y no a los principios que es la datación de los tuyos). Me extraña mucho, pero no pienses que no lo creo. Al contrario, me alegro mucho por tu suerte.
ResponderEliminarEmma: Yo no diría que nosotros (mis condiscípulos y yo) le tuviéramos miedo al sexo. En casa desde luego ni siquiera era un tema tabú, simplemente no existía (algún día hablaré de la relación de mi madre con el sexo). Y en el colegio el sexo, del que nunca se hablaba explícitamente, era omnipresente a partir de que cruzábamos la línea a que me refiero en este post. Omnipresente en nuestros anhelos fantasiosos e ignorantes y también en la obsesión "pedagógica" de los profesores. Las connotaciones negativas que adquirió nunca fueron por el sexo en sí, sino por la estrecha relación, casi central, con la religión que se empeñaban en inculcarnos. Pero no era miedo al sexo, era angustia por sus consecuencias, no las médicas sino las relativas a la salvación eterna. Supongo que esa manipulación malvada (no se me ocurre otro adjetivo) de las mentes infantiles, algunos la acusarían más que otros, dependiendo de su sensibilidad (como dice Molón) o de los mecanismos de defensa psicológica que trajeran de fábrica o les hubieran aportado en otros entornos. Es decir, este asunto afectaría en distinto grado la felicidad de cada crío pero de lo que no me cabe duda es que a ninguno tal línea pedagógica contribuiría a hacerle feliz.
Grillo: ¿Qué no habrás hecho tú? Al final va a resultar que los que no compartimos nuestras iniciaciones masturbatorias somos minoría. Por supuesto que el sentimiento de culpabilidad no impedía el pajeamiento compulsivo. La cuestión está en cuánto era ese sentimiento de culpabilidad que pretendían que interiorizáramos Se me ocurren algunos indicadores derivados de mi experiencia. Por ejemplo, ¿te sentías fatal después de cascártela? ¿Te angustiabas dudando de que se te perdonara el pecado porque sabías que ibas a volverlo a cometer y por tanto ni tú mismo te creías que tenías verdadero propósito de enmienda, requisito imprescindible para la validez del sacramento? Me cuesta concebir que un niño adecuadamente concienciado en esas crueles técnicas de condicionamiento mental pudiera dedicarse a tales prácticas en grupo. O sea que vuelvo a lo que acabo de decirle a Emma. Represión en materia de sexo había, qué duda cabe, pero algunos (a lo mejor la mayoría) resultaron inmunes a ella (o poco afectados).
Molón Ya me he aprovechado de esta frase tuya en comentarios anteriores. En efecto, los efectos de la represión y ese tipo de "educación" religiosa dependen tanto o más que de la "calidad y eficacia" de los represores, de la sensibilidad de los reprimidos. Lo que no creo que pueda concluirse en ningún caso es que esa línea "pedagógica" tuviera algún tipo de efectos saludables. Bueno, miento, sé de algunos que sí defenderían que tiene efectos saludables (obviamente los que la ejercen incluso de buena fe); ah, y también podríamos traer a colación la tan manida frase de que lo que no te mata te hace más fuerte (que pese a mi intención irónica, he de reconocer que algo de verdad lleva; a mí al menos creo que me ha hecho más fuerte, pero el precio que he pagado sigo pensando que no compensa). En fin, por suerte, por esos años ya había dentro del "sistema educativo" otros modelos mucho más benévolos. Leídos los comentarios de El Búcaro y de Vanbrugh, además de alegrarme por su suerte, siento de segunda mano un agradecimiento hacia los marianistas.
ResponderEliminarEl Búcaro: Ya sabía que éramos de la misma edad, a ver si hasta compartimos cumpleaños. No puedo sino repetir que me alegro mucho por la suerte que tuviste. A mí, en la capital de nuestra patria una, grande y libre, me tocó una orden que estaba (y sigue estando) en las antípodas de lo que contáis de los marianistas. Uno no elige las cartas, hay que apáñarselas para jugar lo mejor posible con ellas.
Miros,
ResponderEliminarYo nací en el 41... ¡ Uff !
Y en casa llegamos a ser 10 hermenoas (5 y 5). Te podrás imaginar que por muy estricta que fuera la educación de entonces y tan represiva con respecto al sexo, entre tanta patuela en casa se propiciaban más los desmadres y desobediencias que en una casa de uno, dos, o tres hermanos. Las pillerías corrían y se engrosaban entre tantos a la velocidad del rayo. Las niñas, hermanas, no solían ser tan lanzadas. Una incluso de fue a monja de la Asunción, su cole, y regresó harta al mes de estar interna. Eso sí: sigue con su fe inquebrantable.
Por otro lado, si bien mi madre era muy beata, nuestro padre era un librepensador hecho primero en los jesuitas (interno, de niño) y luego en Escuelas de aquella Institución Libre de Enseñanza; y después la carrera en la Politécnica de Paris. Un hombre muy abierto.
Y, encima, era bibliófilo: en casa había toda clase de lecturas, muchas de las cuales estaban en el Ínidice- que eran las que con más ganas nos devorábamos. Aún anda por ahí un libro en B/N con unas fotos malísimas sobre anatomía masculina y femenina, croquis, explicaciones, posturas, riesgos, etc. (Era el libbo que leíamos en el cuarto de baño...)
Me eduqué en los HH Maristas. Lo dicho ya aquí: el sexo reprimidísimo. Un Hermano (Marista) empezó a sobarme en clase a solas, castigado durante la hora del recreo, podría tener 9 o 10 años. Brinqué de encima de su regazo me fui al recreo, se lo conté a mis otros 4 hermanos y quedamos en no decir nada ni en el cole ni en casa pero darle una paliza en un momento propicio y a solas... Eso te da una idea.
Por otro lado, a no más de 200 mts. del colegio, tan bien equipado y fetén, existían unos barrios muy marginales y allá que íbamos a ver, a 'aprender' y 'pecar', tan ricamente. Precisamente subíamos a un monte contiguo que llamábamos el JAC por su tres grandísima letras de Juventud Acción Católica, visibles desde media Málaga y allí era el pajilleo en pandillita.
NATURALMENTE que teníamos el sentido de pecado y mala conciencia después de aquellas fechorías, pero no más que por haber acorralado un gato en un callejón y apedrearlo... (Qué brutos, coño) Los remuerdos se pasaban en media hora.
Y luego la finca durante las vacaciones: ver el apareamiento de los animales, los partos, las matanzas y (como he contado en otro post), bañarnos en pelotas en una alberca y meterle mano a las niñas de los cortijos colindantes.
Mi fe se tambaleaba ya en el cole. Pra cuando llegué a la facultad de Medicina en Madrid solo quedaba un vestigio testomonial del pecado y los arrepentimientos... Sin embargo guarado un recuerdo gratísimo de mi cole, de los 'curas' (los había estupendos) y en general de toda mi infancia y pubertad. A los pocos antiguos alumnos que aún trato (en Málaga son un auténtico Club) los veo o bien blasfemos por tanta religión a machamartillo, o bien aún engnachados en la fe tan tranquilamente. Pocos me queda que, como yo, no crean ni detesten.
Fue estupendo. Qué gratos recuerdos.
Como ya sabéis con 20 me fui a Alemania y allí llegué bastante 'bien' para lo mucho que me curtieron en todos los sentidos. En el 59 o 60 de aquél país follar era facilísimo.
Con el rollo de mis 2 años de medicina pronte me quitaron el pico y la pala y me tuvieron de ayte. de enfermero en un hospital. No sé si debería contar - ¿por que no ya? - que una noche de guardia me tiré (que feo suena dicho así) a una novicia de mi edad que me dijo que quería ser monja y servir a Dios, pero que también era humana y mujer... y por qué no probar antes de los votos definitivos. Lo hicimos, estuvo bien, pero a los pocos días me dijo que prefería a Dios. Joder, con ese no puedo competir...
Lo de la novicia ya lo contaste Grillo, a no ser que yo sea bruja y lo haya soñado. Otra historia romantiquísima de las tuyas.
ResponderEliminarSip, fué muy tierno por parte de la sor y por la mía. Muy honesto y bien charlado previamente
ResponderEliminarPero ni lo he contado en el blog ni lo has soñado. Te lo mandé en un email privado como complemeneto o manifestación de que uno no es necesariamente un borrico follafornicón y en varias ocasiones he sabido prestar a las historias amorosas el respeto, la delicadeza y la dedicacion que merecen.
Varias veces. Varias veces. Varias veces. Y encantado.
De esto hace 50 años y jamás lo había contado a nadie excepto a ti porque venía a cuento; y ahora muy breve y sin detalles aquí.
Muy interesantes vuestras experiencias y comentarios.
ResponderEliminarYo no creo que la importancia del sexo esté sobrevalorada, pero si alguien lo hace, aunque sea negativamente, esos son los censores, empezando por los que siempre tuve más cerca: la iglesia católica.
Yo creo que el pudor es importante. Como forma de autoestima.
Yo creo en la vieja sabiduría de (algunos) chistes:
“—¿tú qué prefieres follar o hacerte pajas?
(un tiempo meditando y al final el interlocutor responde):
—Buenooo, follando se conoce gente, ¿no?”
No siempre, añado yo
Yo creo que lo que es bueno (sienta bien) para uno y no hace daño a otro es bueno. Y lo grave de la represión de nuestras infancias, normalmente a cargo de malévolos y a su vez reprimidos curas, es que no respeta ese derecho inocente al propio placer sin mal a terceros ni segundos.
Yo creo que esa represión se intenta que siga existiendo, pero sobre todo se la intenta reinstalar, con leyes del gobierno actual y presiones eclesiales que parecen eternas.
Y para chiste viejo este:
ResponderEliminar- Oye, a ti te gusta mucho tu mujer ¿no?
- Muchísimo
- ¿Y por que no te la follas a ella en vez de a la mía...?
Grillo ...y a dos pasos hay una parejita quinceañera echando un polvete a tergo o dos chicas comiéndose los morros tan tranquilas ..
ResponderEliminar¿Y no ha pensado en grabarlos y vender el vídeo como una peli porno? Lo mismo se saca una pasta :-D :-D :-D