martes, 1 de mayo de 2007

¿Cuántos Agapitos hay por ahí?

Cuando se leen historias de tiempos de guerra es inevitable preguntarse por qué tantos individuos fueron capaces de comportarse como lo hicieron. Pareciera que desaparecen de muchas conciencias, quizás de la mayoría en ciertos tiempos y lugares, los más elementales componentes de los que solemos llamar humanidad. ¿Qué habríamos hecho cada uno de nosotros, qué habría hecho yo, si hubiese tenido la desgracia de vivir momentos así? Esta pregunta hay que hacérsela así, en primera persona, antes de atreverse a juzgar; y -por supuesto-hay que hacérsela desde la inmersión, lo más profunda posible, en el conocimiento del tiempo evocado.

Los alemanes, tras la derrota del 45, se vieron enfrentados a la barbarie del nazismo y a la incómoda (y dolorosa, quiero creer) acusación de los hechos a sus conciencias. Karl Jaspers, en su obra La Cuestión de la Culpabilidad Alemana (1946), fue el filósofo que más profundizó en esta materia, proponiendo hasta cuatro clases de culpabilidad: la criminal, la política, la moral y la metafísica. Esta última se produce cuando se rompen los vínculos humanos que nos permiten identificar al Otro, reconocerlo como parte de la misma humanidad a la que pertenecemos. Para que esto ocurra se requiere un clima agobiante de degeneración moral colectiva, lo suficientemente presionante para acallar e incluso anular la conciencia individual. Uno se abandona en el seno de lo colectivo y puede seguir sintiéndose "buena persona". Estoy aludiendo a la banalidad del mal acuñada por Hanna Arendt al reflexionar sobre el nazismo al hilo del juicio a Eichmann. Me parece importante tener en cuenta, cuando se vuelven las vistas hacia periodos ominosos, lo que esta autora decía de Eichmann: que era "... normal, tanto más cuanto que no constituía una excepción en el régimen nazi. Sin embargo, en las circunstancias imperantes en el Tercer Reich, tan sólo los seres excepcionales podían reaccionar "normalmente".

En España tuvimos la Guerra Civil y una muy dura posguerra. Yo no viví esos tiempos que me fueron contados, en mi época escolar, desde la perspectiva maniquea de quienes vencieron, narración casi mitológica del caudillo providencial que salva a la España "eterna" de las atrocidades criminales de los satánicos rojos. Las cosas, naturalmente, no fueron así, pero ... ¿cómo fueron? Todavía hoy, a setenta años de distancia, es difícil el conocimiento de esos tiempos porque parece casi inevitable que las emociones y (lo que es peor) los intereses manipuladores se opongan al intento. Sin embargo, más allá del cómputo de atrocidades (bastantes más a cargo de los "nacionales") y de la fría relación de "hechos" (el primero de los cuales no es sino una rebelión militar contra el régimen legal), cuando uno lee relatos sobre esos años se queda con la sensación de que abundaban malas, muy malas, personas. O quizás no eran más de las que siempre hay pero, por diversas causas, adquirieron un protagonismo tal que les permitió convertir casi en norma sus atrocidades y contribuir a que el odio pasara a ser un sentimiento omnipresente.

Hago un paréntesis para narrar a vuelapluma la historia de uno de esos "malos bichos", descubierta recientemente en un libro de Francisco Espinosa (Contra el Olvido, 2006). Se trata de Agapito García Atadell, un militante socialista que en el 36, tras el golpe militar, queda al frente de una de las famosas "checas" de la capital y se dedicó durante tres meses a detener, registrar y asesinar a centenares de personas, aprovechando, de paso, para robar dinero, joyas y otros bienes con los que logró amasar una fotuna considerable. Este "angelito", ya muy famoso en el Madrid sitiado y también entre los rebeldes, decide escapar cuando advierte que las cosas pueden ponérsele feas. Viaja en noviembre del 36 hasta Marsella, donde toma un barco para Cuba; sin embargo, parece ser que la noticia de su embarque llega hasta Luis Buñuel que estaba en París, quien la transmite al embajador español. El caso es que, a través de una embajada neutral, las autoridades republicanas lo ponen en conocimiento de las franquistas, con la intención de que lo detengan porque el barco había de tocar puertos de la zona "nacional". El barco, efectivamente, atraca en La Palma el 24 de noviembre. Parece ser que en el barco viajaba un falangista (un tal Ricord Vivó) que estaba encargado por los rebeldes de identificar a Agapito. La verdad, los detalles de esta parte de la historia suscitan varias dudas en la obra de Espinosa (y no he encontrado explicaciones satisfactorias en búsquedas en internet); por ejemplo, no me resulta lógico que el barco suba hasta Vigo viniendo desde Marsella para luego dar la vuelta en dirección a Canarias (Espinosa insinúa que en Vigo accedió al barco el falangista al servicio del gobierno de Franco). Como fuera, el caso es que Agapito, que no debía tener un pelo de tonto, se olió lo que le esperaba en La Palma e identificó a Ricord Vivó, al cual sobornó. Así, cuando el buque atracó en la Isla Bonita, el falangista coge e identifica a otro pasajero, uno de Bilbao que iba a Cuba a reunirse con su mujer. Sin embargo, el capitán del barco sabía que García Atadell era el que era, con lo cual las autoridades franquistas detuvieron a ambos y, a los pocos días, los mandaron a la prisión provincial de Sevilla. Allí se pasaron unos mesecitos hasta que, un poco por casualidad, el vasco logró hacer valer su verdadera identidad y ser liberado. Entonces Agapito cambió de táctica y confesó su "currículum profesional" ofreciendo análogos servicios en la retaguardia rebelde. Pero no tuvo suerte; en julio del 37 un consejo de guerra le condenó a garrote vil, sentencia que se ejecutó el 15 de ese mes. Por cierto, nunca apareció la maleta cargada de dinero que llevaba este individuo y con la cual pretendía tener bien cubierto su futuro.

Resulta bastante obvio que el tal Agapito era un bicho malo, de repugnante catadura moral; también lo es que su capacidad efectiva de hacer el mal se la brindaron unas circunstancias concretas, que aprovechó para intentar beneficiarse impunemente lo más posible sin -imagino- ningún cargo de conciencia. Vuelvo a mi anterior pregunta: ¿había en esos años una extraordinaria abundancia de tales malvados especímenes? O, por el contrario, ¿son tiempos y circunstancias como aquéllas las que hacen que estos elementos adquieran sus nefastos protagonismos?

Tiendo a inclinarme más por la segunda opción, la cual, en el fondo, es mucho más preocupante. Porque quizás todos tengamos Agapitos agazapados dentro nuestro, dispuestos a dominar nuestro comportamiento cuando el entorno les sea favorable. Porque el afloramiento de los Agapitos puede que dependa en gran medida del clima ético que nos rodee. Porque ese clima es extremadamente sensible a las excitaciones externas, las más de las veces provocadas irresponsablemente por quienes juegan al maniqueismo simplista y simplificador, por quienes gustan tanto de juzgar y condenar. Bueno, ya me he enrollado bastante para no decir casi nada de lo que me rondaba la cabeza cuando me puse a escribir (pero para eso es este blog).

CATEGORÍA: Todavía no la he decidido

4 comentarios:

  1. Me parto de risa. Haces un buen desarrollo de tus pensamientos en este post para acabar diciendo que no has escrito nada de lo que tenias pensado en un principio.
    Es bueno que te fluyan tantas ideas.

    Creo que, actualmente, nos encontramos en un tiempo donde hay demasiados Agapitos.

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  2. Creo que la respuesta a tu pregunta es que hubo de todo.

    Hubo mucha gente que aprovechó el momento para venganzas personales y para apropiarse de bienes ajenos y que si no lo habían hecho antes es porque no habían podido, no porque no hubieran tenido ganas. En cuanto las circunstancias les permitieron "enmascarar" la violencia con supuestas "razones ideológicas", hicieron todo aquello que habían estado pensando hacer desde hacía años. Esto ocurrió mucho en pueblos pequeños, donde hay a veces estallidos de brutalidad por motivos nimios. Afloraron conflictos de terrenos, peleas familiares y todo tipo de rencillas.

    La decisión de repartir armas a los sindicatos hizo que mucha gente sin escrúpulos y hasta delincuentes accedieran a ellas y se sintieran legitimados para usarlas indiscriminadamente. Eran armas que no servían para luchar contra los golpistas (armas cortas sobre todo), pero que venían de perlas para aterrorizar al vecino o dar el paseo al que tenía un terreno colindante. Además, muchos de los que accedieron a esas armas no iban en la misma onda que el gobierno, sino que su intención era provocar la revolución. Por eso se pusieron sus propios objetivos (quema de archivos y de cualquier cosa que simbolizara el mundo que deseaban que desapareciera, por ejemplo).

    Precisamente esa violencia sin objetivo, esa brutalidad en provecho propio hizo que muchos intelectuales de izquierda se exiliaran, pero no al final de la guerra, sino casi al principio, al ver los derroteros que había tomado la cosa, asustados de ver al gobierno de la República desbancado por gente que los hacía firmar manifiestos "pistola al pecho", como aclararon Marañón y Ortega cuando tuvieron oportunidad, desde el extranjero, de hacerlo.

    La Guerra Civil sirvió de excusa para demasiadas cosas que no se quieren reconocer.

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  3. Eran tiempos extremos, tiempos difíciles. En esos momentos suele salir lo peor y lo mejor del ser humano. La pregunta es quien saldría de nuestro interior en esas circunstancias. Afortunadamente (¿o lamentablemente?) a menos que te veas envuelto en algo así nunca lo sabremos.

    Besos

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  4. Hoy he recibido un mail desde La Palma, en el cual se me informa sobre el destino del equipaje que llevaba Agapito. Agradezco a José López, el remitente, este mensaje que me ha parecido muy interesante y, por tanto, copio y pego a continuación:

    En relación con sus notas "¿Cuántos Agapitos hay por ahí?" le comunico que las maletas de Agapito, que no "la maleta", desaparecieron aquí, en la Isla de La Palma, adecuadamente repartido su contenido ( al parecer muy importante entre joyas, diamantes, libras y dólares) entre los jerarcas fascistas de entonces, algunos de los cuales arreglaron mucho sus incipientes negocios; aún corren por La Palma jugosos comentarios y algunos chismes sobre el destino de esas maletas; lo cierto es que de un expolio hecho por un rojo se aprovecharon los azules, que jamás devolvieron nada, pese a haber sido reconocidas algunas joyas procedentes de ese botín por el Marqués de La Eliseda en su obligada estancia en S/C de La Palma, desterrado a La Palma sobre 1943 por Franco por pedirle, entre otros, la reposición de la monarquía. El buque en cuestión, el "Mexique", no venía de Marsella sino del Puerto de Saint Nazaire( Dpto. del Loira) y fondeó en el puerto de S/C de La Palma el 24 de Noviembre de 1936, siendo asaltado el barco por milicias de Acción Ciudadana y de Falange, ya que los jerarcas palmeros estaban previamente advertidos desde Vigo de la posible presencia del nefasto Atadell; estas milicias que se apoderaron de Agapito y de sus acompañantes y por supuesto de las maletas, que se esfumaron, aunque no tanto, algo sabemos de lo que pasó con su contenido. José López

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