El azar y la necesidad
Almorzaba el otro día (¿este lunes pasado?) con un compañero del trabajo unos diez años mayor que yo. Es barcelonés, pero lleva en esta isla muchísimos años. Aunque le conozco desde hace bastante tiempo sabía poco de su vida personal; por ejemplo, desconocía por qué vino a vivir aquí. A partir de preguntárselo, empezó a contarme su vida: vino a hacer las milicias universitarias, conoció en su primer fin de semana de permiso a la que sería su mujer, entró a trabajar en el estudio de un arquitecto local ... Una serie de hechos tremendamente casuales que fueron engarzando sus días hasta acumular casi 40 años.
Su narración me hizo notar -y así se lo dije- las pocas veces en que el devenir de nuestras vidas es consecuencia directa de decisiones propias. ¿Pocas veces? En mi caso ninguna, me contestó. A mí todo me ha venido dado, nunca he elegido. Muy exagerada me pareció esa opinión, pero no dejó de llamarme la atención, por más que el tono de la charla no requiriese de ningún rigor, que en términos generales mi amigo estaba bastante convencido de su opinión. No diría yo lo mismo repasando mi vida; pero, desde luego, mucho menos afirmaría que he sido hacedor consciente de mi biografía. Como máximo, puedo entresacar de ella contadas ocasiones en las que tuve la oportunidad de elegir y además lo hice.
Nuestras vidas, como toda la dinámica temporal de la realidad, serían pues resultado del azar y la necesidad, plagiando el título del famoso ensayo de Jacques Monod (me impresionó mucho ese libro en una lectura adolescente; me gustaría encontrarlo y releerlo). Esas fuerzas impersonales serían los motores de nuestras vidas, guiándolas por vías que se nos van mostrando a medida que las transitamos. Y en la práctica poco depende de nuestra voluntad tomar una u otra vía, sea porque ni nos damos cuenta de que estamos ante un cambio de agujas, sea porque es más fácil dejarse llevar. Si es así, poco contenido real tienen expresiones como "ser dueños de nuestra vida" o "ser libres".
Ser libres, por ejemplo, se suele asociar con la capacidad de decidir. Claro que, para poder decidir, tienen que darse al menos dos condiciones: que haya opciones reales y que uno sea consciente de ellas. En contra de lo que opina mi amigo, creo que siempre, en cada momento de nuestra vida, se nos presentan opciones. Lo que suele pasar es que no las vemos; o mejor, no les prestamos atención y, de hacerlo, suele ser fugazmente, sin plantearnos ejercer nuestra capacidad decisoria. Sencillamente, dejamos que la rutina o agentes externos nos impongan nuestra actuación (o nuestra "no actuación"), en clara abdicación de nuestra voluntad libre.
Claro que tener que ejercer la libertad en cada momento sería agotador y llegaríamos a absurdos patológicos que, de tanto querer decidir nuestra vida, la vaciaríamos de contenido. Así que supongo que la voluntad, concibiéndola como el conductor del tren de nuestra vida, mantiene durante la mayor parte del trayecto el piloto automático (azar y necesidad) y reserva la toma de decisiones ante las que considera encrucijadas. Me refiero a esos momentos en que se nos plantean las "grandes" decisiones: qué carrera estudio, si me caso o no con fulanito/a, si me mudo o no, si acepto este trabajo, etc ... La mayoría de ellas son decisiones muy importantes en parte porque su valor ha sido socializado (incluso ritualizado) tras una larga experiencia histórica. Sin duda lo son, desde una óptica social, y también para la historia propia de cada uno, aunque no sea más porque estas "grandes decisiones" crean el marco que condiciona muchas de las opciones que se nos van a presentar en el futuro. Aunque no creo que de forma absoluta, sí es verdad que condicionan la misma posibilidad (o imposibilidad) de determinadas opciones así como nuestro comportamiento ante ellas (lo que decidamos). Habiendo "decidido" (y conseguido), como es mi caso, ser funcionario en esta isla, es muy poco probable que se me presenten ciertas opciones y, de otra parte, mi actitud ante las que vengan estará muy condicionada por estas circunstancias.
Me surgen, no obstante, dos dudas a este respecto. Primera: aun admitiendo su importancia, sobre todo restrictiva, ya que limitan y condicionan nuestros futuros, estas "grandes decisiones" ¿son realmente las más importantes de nuestra vida? ¿No se nos presentan acaso muchas opciones que, quizás por no anunciarse con la alharaca de las otras (y no estar "previstas" en nuestro entorno social), dejamos pasar y, a lo mejor, ponen en juego cuestiones más fundamentales? Intuyo que sí. De hecho, mientras escribo tengo la impresión de que algo así es lo que me ha estado pasando con muchísima frecuencia durante los últimos veinte años.
Respecto a esas "grandes decisiones" me hago una segunda pregunta: ¿en qué medida las decidimos? Porque la mayoría de ellas, al menos en mi caso, las tomamos con una tremenda falta de conocimiento. Este desconocimiento no sólo es objetivo (carecemos de la información mínimamente necesaria) sino, sobre todo, subjetivo, porque muchas las asumimos en edades en que no estamos para nada preparados. De otra parte, apenas tenemos opciones reales, de modo que lo que "elegimos" es casi casi lo que hay (y gracias; piénsese, por ejemplo, en el ámbito laboral). En mi colegio había un profesor de filosofía que repetía que el ser humano hace lo que puede y, entre lo que puede, lo que debe. O sea, suponiendo que pudiera hacer más de una cosa (lo que para mi profesor ya era poco habitual), tampoco le quedaba apenas margen de libertad porque había de escoger lo que debía (naturalmente, en base a unos imperativos sociales claros).
Soy consciente de que el "sentido del deber" lo tengo muy arraigado, fruto de una educación de una época determinada (padres, colegio, entorno). Quiero creer que he logrado despojarme de la mayor parte de esos "imperativos morales" bastante hipócritas y, sobre todo, ajenos. Pero de lo que no me he desprendido (ni tampoco pienso de momento que me convenga hacerlo) es de ese sentido, más abstracto, de la responsabilidad ética. Naturalmente, en esa cajonera que me fueron construyendo en mi infancia guardo ahora otros valores, ahora sí mucho más míos. Como sea, el caso es que me temo que suscribo la frase de aquel profesor antipático: se hace lo que se puede y, entre lo que se puede, lo que se debe. Lo que no comparto (o no quiero compartir) es que el margen de libertad no exista; en la mayoría de los casos, pienso, se puede elegir entre varias opciones posibles y éticamente válidas. Incluso diría que el criterio de "selección ética" (personal, desde luego) es el que más llena de libertad la decisión.
Quizás, dándole la vuelta al discurso, uno de los imperativos éticos fundamentales sería el obligarse a ejercer lo más posible la libertad personal, lo que exigiría, antes de nada, estar atento a identificar el abanico de opciones que se nos abre cotidianamente. Es más que probable que tal "cambio de chip", que no es otra cosa que la voluntad consciente de adueñarnos de nuestras vidas, nos permitiera vivir "más" y, por ende, ser "más"; y que cada uno llene de contenido a su manera el adverbio.
No ha sido esta mi actitud durante la mayor parte de mi vida adulta (a partir de finalizar la universidad). Pienso ahora que durante los más de dieciseis años de mi relación de pareja adolecí de una especie de ceguera rutinaria, mantuve casi todo el rato el piloto automático. Desde luego, casi nada ejercí mi libertad en lo que a las "grandes decisiones" se refiere (pongamos la de vivir juntos y la de separarnos, por irnos a los hitos inicial y final). Pero incluso cuando hube de corregir el piloto automático de la rutina, las más de las veces fue ella quien me obligó a decidir; seguramente, si no hubiera sido así, habría seguido dejando que operara el azar y la necesidad. Es curioso que, habiendo sido tan poco capaz de ejercer mi libertad decisoria por propia iniciativa respecto a mi propia vida, me haya tocado influir sobre unas cuantas personas para animarlas a que ellas la ejerzan. Cuantas veces predicamos a los demás nuestras carencias.
Pues nada, lo dicho, que esto de la libertad personal ... Hay lo que hay, pero es bastante más de lo que creemos y se trata de aprovecharlo. Dejo aquí esta desordenada retahila de confusiones para ejercer uno de esos actos tan oficialmente representados como paradigma de la libertad, pese a su escaso contenido real (pero no nulo, cuidado). Elegiré lo menos malo (y en mi marco tengo muy claro cuál es la opción concreta); los resultados, esta noche.
Su narración me hizo notar -y así se lo dije- las pocas veces en que el devenir de nuestras vidas es consecuencia directa de decisiones propias. ¿Pocas veces? En mi caso ninguna, me contestó. A mí todo me ha venido dado, nunca he elegido. Muy exagerada me pareció esa opinión, pero no dejó de llamarme la atención, por más que el tono de la charla no requiriese de ningún rigor, que en términos generales mi amigo estaba bastante convencido de su opinión. No diría yo lo mismo repasando mi vida; pero, desde luego, mucho menos afirmaría que he sido hacedor consciente de mi biografía. Como máximo, puedo entresacar de ella contadas ocasiones en las que tuve la oportunidad de elegir y además lo hice.
Nuestras vidas, como toda la dinámica temporal de la realidad, serían pues resultado del azar y la necesidad, plagiando el título del famoso ensayo de Jacques Monod (me impresionó mucho ese libro en una lectura adolescente; me gustaría encontrarlo y releerlo). Esas fuerzas impersonales serían los motores de nuestras vidas, guiándolas por vías que se nos van mostrando a medida que las transitamos. Y en la práctica poco depende de nuestra voluntad tomar una u otra vía, sea porque ni nos damos cuenta de que estamos ante un cambio de agujas, sea porque es más fácil dejarse llevar. Si es así, poco contenido real tienen expresiones como "ser dueños de nuestra vida" o "ser libres".
Ser libres, por ejemplo, se suele asociar con la capacidad de decidir. Claro que, para poder decidir, tienen que darse al menos dos condiciones: que haya opciones reales y que uno sea consciente de ellas. En contra de lo que opina mi amigo, creo que siempre, en cada momento de nuestra vida, se nos presentan opciones. Lo que suele pasar es que no las vemos; o mejor, no les prestamos atención y, de hacerlo, suele ser fugazmente, sin plantearnos ejercer nuestra capacidad decisoria. Sencillamente, dejamos que la rutina o agentes externos nos impongan nuestra actuación (o nuestra "no actuación"), en clara abdicación de nuestra voluntad libre.
Claro que tener que ejercer la libertad en cada momento sería agotador y llegaríamos a absurdos patológicos que, de tanto querer decidir nuestra vida, la vaciaríamos de contenido. Así que supongo que la voluntad, concibiéndola como el conductor del tren de nuestra vida, mantiene durante la mayor parte del trayecto el piloto automático (azar y necesidad) y reserva la toma de decisiones ante las que considera encrucijadas. Me refiero a esos momentos en que se nos plantean las "grandes" decisiones: qué carrera estudio, si me caso o no con fulanito/a, si me mudo o no, si acepto este trabajo, etc ... La mayoría de ellas son decisiones muy importantes en parte porque su valor ha sido socializado (incluso ritualizado) tras una larga experiencia histórica. Sin duda lo son, desde una óptica social, y también para la historia propia de cada uno, aunque no sea más porque estas "grandes decisiones" crean el marco que condiciona muchas de las opciones que se nos van a presentar en el futuro. Aunque no creo que de forma absoluta, sí es verdad que condicionan la misma posibilidad (o imposibilidad) de determinadas opciones así como nuestro comportamiento ante ellas (lo que decidamos). Habiendo "decidido" (y conseguido), como es mi caso, ser funcionario en esta isla, es muy poco probable que se me presenten ciertas opciones y, de otra parte, mi actitud ante las que vengan estará muy condicionada por estas circunstancias.
Me surgen, no obstante, dos dudas a este respecto. Primera: aun admitiendo su importancia, sobre todo restrictiva, ya que limitan y condicionan nuestros futuros, estas "grandes decisiones" ¿son realmente las más importantes de nuestra vida? ¿No se nos presentan acaso muchas opciones que, quizás por no anunciarse con la alharaca de las otras (y no estar "previstas" en nuestro entorno social), dejamos pasar y, a lo mejor, ponen en juego cuestiones más fundamentales? Intuyo que sí. De hecho, mientras escribo tengo la impresión de que algo así es lo que me ha estado pasando con muchísima frecuencia durante los últimos veinte años.
Respecto a esas "grandes decisiones" me hago una segunda pregunta: ¿en qué medida las decidimos? Porque la mayoría de ellas, al menos en mi caso, las tomamos con una tremenda falta de conocimiento. Este desconocimiento no sólo es objetivo (carecemos de la información mínimamente necesaria) sino, sobre todo, subjetivo, porque muchas las asumimos en edades en que no estamos para nada preparados. De otra parte, apenas tenemos opciones reales, de modo que lo que "elegimos" es casi casi lo que hay (y gracias; piénsese, por ejemplo, en el ámbito laboral). En mi colegio había un profesor de filosofía que repetía que el ser humano hace lo que puede y, entre lo que puede, lo que debe. O sea, suponiendo que pudiera hacer más de una cosa (lo que para mi profesor ya era poco habitual), tampoco le quedaba apenas margen de libertad porque había de escoger lo que debía (naturalmente, en base a unos imperativos sociales claros).
Soy consciente de que el "sentido del deber" lo tengo muy arraigado, fruto de una educación de una época determinada (padres, colegio, entorno). Quiero creer que he logrado despojarme de la mayor parte de esos "imperativos morales" bastante hipócritas y, sobre todo, ajenos. Pero de lo que no me he desprendido (ni tampoco pienso de momento que me convenga hacerlo) es de ese sentido, más abstracto, de la responsabilidad ética. Naturalmente, en esa cajonera que me fueron construyendo en mi infancia guardo ahora otros valores, ahora sí mucho más míos. Como sea, el caso es que me temo que suscribo la frase de aquel profesor antipático: se hace lo que se puede y, entre lo que se puede, lo que se debe. Lo que no comparto (o no quiero compartir) es que el margen de libertad no exista; en la mayoría de los casos, pienso, se puede elegir entre varias opciones posibles y éticamente válidas. Incluso diría que el criterio de "selección ética" (personal, desde luego) es el que más llena de libertad la decisión.
Quizás, dándole la vuelta al discurso, uno de los imperativos éticos fundamentales sería el obligarse a ejercer lo más posible la libertad personal, lo que exigiría, antes de nada, estar atento a identificar el abanico de opciones que se nos abre cotidianamente. Es más que probable que tal "cambio de chip", que no es otra cosa que la voluntad consciente de adueñarnos de nuestras vidas, nos permitiera vivir "más" y, por ende, ser "más"; y que cada uno llene de contenido a su manera el adverbio.
No ha sido esta mi actitud durante la mayor parte de mi vida adulta (a partir de finalizar la universidad). Pienso ahora que durante los más de dieciseis años de mi relación de pareja adolecí de una especie de ceguera rutinaria, mantuve casi todo el rato el piloto automático. Desde luego, casi nada ejercí mi libertad en lo que a las "grandes decisiones" se refiere (pongamos la de vivir juntos y la de separarnos, por irnos a los hitos inicial y final). Pero incluso cuando hube de corregir el piloto automático de la rutina, las más de las veces fue ella quien me obligó a decidir; seguramente, si no hubiera sido así, habría seguido dejando que operara el azar y la necesidad. Es curioso que, habiendo sido tan poco capaz de ejercer mi libertad decisoria por propia iniciativa respecto a mi propia vida, me haya tocado influir sobre unas cuantas personas para animarlas a que ellas la ejerzan. Cuantas veces predicamos a los demás nuestras carencias.
Pues nada, lo dicho, que esto de la libertad personal ... Hay lo que hay, pero es bastante más de lo que creemos y se trata de aprovecharlo. Dejo aquí esta desordenada retahila de confusiones para ejercer uno de esos actos tan oficialmente representados como paradigma de la libertad, pese a su escaso contenido real (pero no nulo, cuidado). Elegiré lo menos malo (y en mi marco tengo muy claro cuál es la opción concreta); los resultados, esta noche.
CATEGORÍA: Todavía no la he decidido
En cuestiones políticas creo que la libertad está restringida a elegir dentro de lo que elegible y no siempre coincide con lo que libremente votarías.
ResponderEliminarEn el ámbito personal las decisiones propias casi siempre o por lo menos, según mi experiencia personal, tienen una cantidad inmesa de consecuencias que vienen con el paquete de tu elección y con las que casi nunca habías contado. El azar sin embargo casi siempre se centra en el marco puntual de lo acontecido y casi nunca te planteas que tuviera una retahíla de circuncstacias colaterales.
El azar tiene mucho que ver en nuestra vida, cierto pero también es cierto que, ante algo que el azar nos pone delante tenemos la opción de aceptarlo o rechazarlo.
ResponderEliminarMuchas veces esas peqeñas decisiones que, como tú dices, se nos presentan sin grandes alharacas pueden ser mucho más trascendentales que las grandes porque nos llevan por senderos que ni tan siquiera imaginábamos.
Quiero creer que tenemos un poco (aunque sólo sea un poco) de libertad para decidir y elegir. No toda, pero un poquitín, sí.
Besos
Por cuestiones de creencias religiosas, creo en que puedo elegir el destino que sigo. Por consiguiente, aunque el azar cuenta en determinados "tropiezos" de nuestra vida, somos nosotros, libres en ese aspecto, los que tomamos la decisión del camino a seguir... y por tanto, debemos también aceptar lo que ese destino nos presente.
ResponderEliminarY después de esta lección de religiosidad (ironía incluida), debería sentirme orgullosa del camino que estoy andando en este momento.
Besos de una maia.
lo que dice tu compañero de trabajo lo dijo Miguel BOsse hace unos meses, que todo lo que le ha pasado en su vida, no lo planificó, sino que se dio y el se dejo llevar.
ResponderEliminarCuando lo escuche, pensé, jope lu tu tambien, cada vez que planifico algo se da lo contrario, mejor dejarse llevar.
AHora lo dice tu compañero, pues empezare a pensar que es más general de lo que suponia.
ultimament yo ya no planifico mas sino me dejo llevar, y del todo mal no me va... hasta parece que algo de luz hay al final del camino..
ya sabes el dicho "el hombre propone y Dios dispone" :P
un beso