Sobre Eduardo Galeano
Hoy es sábado por la mañana y estoy reordenando escritos viejos. Repaso viejas cartas a Laura; en este caso, del 23 de septiembre de 1994. Le hablo de Eduardo Galeano y lo que dije entonces se me vuelve a la cabeza porque acabo de terminar su último libro. Así que no me resisto a publicarlo en este blog absurdo.
Como regalo de cumpleaños (trigesimoquinto ya), R consiguió unos libros que hacía tiempo andaba buscando para mí. Tres volúmenes de Eduardo Galeano, escritor uruguayo (Montevideo, 1940), periodista molesto que se exilió en Argentina en 1973 y cuatro años después en España. Yo le conocí en Perú a mediados de los setenta por Las Venas Abiertas de América Latina (¿el primero suyo?) cuya lectura he recomendado con fervor a todos en quienes notaba un interés bienintencionado hacia América Latina. Es un repaso a la historia americana estructurado desde el enfoque marxista; pero el armazón riguroso y coherente se vivifica -algo poco usual en los textos materialistas- con multitud de relatos de gentes y lugares con nombres propios, a modo de ejemplos palpables de las formas y permanencias de la explotación. Por eso, creo que es acertada la reseña de un periodista peruano que aparece en la contraportada del libro: Bajo una red de datos económicos y sociales, el autor empina anécdotas rutilantes en este reportaje-ensayo-mural-obra de artesanía asmirable que ensambla géneros que andaban dispersos; la historia económica, el relato vital ... Más contundente fué Heinrich Böll en su opinión: En los últimos años he leido pocas cosas que me hayan conmovido tanto. Y esta última cita viene a cuento para señalar lo que cualquiera con mínima sensibilidad hacia América (¡y no debemos admitir la apropiación yanqui del nombre!) recibirá de Las Venas ...: enorme dosis de amor comprometido que no puede dejar indiferente. Así lo cuenta el propio autor en el apéndice a la edición que me compré a principios de los ochenta en Madrid, diciendo que el libro había sido escrito para conversar con las gentes y que -siete años después- las respuestas más estimulantes no le habían venido de las reseñas de los diarios sino de algunos episodios reales ocurridos en las calles. Por eso, concluye, se sintió alegre al comprobar que no había escrito un libro mudo. Yo estoy de acuerdo, lo estuve desde el primer encuentro, y por eso he venido recomendándolo: en Perú, con el mayor entusiamo de los veinte años escasos del que además vive (y no sólo está) en la América protagonista; en Madrid, vuelto y advertido de la poca verdad vital de la cacareada hispanidad (el sudaca basureado versus el modelo europeo); y luego cada vez menos, porque el entusiamo decrece y América la vas alejando. A pesar de ello queda el piloto automático que a veces se enciende aunque no sea más que para cabrearme (ejemplo: el fastuoso cinismo oficial del quinto centenario); pero también suena la alarma para recordarte que tienes que volver a encontrarte con Galeano, y que lo de menos es el plazo que transcurre porque sabes que ambas citas son siempre en el mismo presente.
Total, que en alguna ocasión había leido algo sobre Memorias del Fuego y tintineó el piloto y comentario a R. Hago un aparte: me acabo de levantar y le he preguntado a R; respuesta: al poco de conocernos (1989) lo vimos juntos en uan conocida librería chicharrera y yo le dije que tenía que comprármelo pero era muy caro. Esa fué la primera vez que le solté a R el rollo laudatorio sobre Las Venas. ..., el cual -a medida que aumentaba la densidad de nuestra convivencia (y simplemente porque ello implica estar juntos más tiempo ante las mismas personas)- tuvo que sufrir siempre que venía a cuento mi vocación apostólica. Me recuerda R una charla con Lillian, la amiga cubana de Paco que vive en California desde chiquitita, es profesora de literatura y ejerce de hispana intelectual de izquierdas en los USA, y que no había leido el libro. Así que la última recomendación fechada es del verano de 1991. Y basta ya, aunque añada que R todavía no ha leido Las Venas.
Quedamos, pues, que no es que leyera ninguna reseña acerca de Memorias, sino que lo ví en una librería y luego me olvidé. Pero R archivó el dato e intentó comprarlo un par de veces, sin que nunca estuvieran los tres volúmenes completos. Por fin lo encargó, llegó completo a esta isla "ultraperiférica" (jerga CEE) y me lo regaló. ¡Hay que joderse el rollo que suelto para contar tamaña chorrada, cual si fuera una aventura verniana! La explicación te la daré -si me acuerdo- más adelante ... y sigo. El caso es que Galeano y yo volvemos a encontrarnos en este Agosto último, no ocupado por el viaje de otros años sino por trabajo, mucho calor, tensión baja y desganas y otros acontecimientos más trascendentales cuyo relato también pospongo.
Desde luego, durante la lectura de Memoria se mantiene el presente del encuentro anterior (o quizás sea más exacto decir que nos bajamos del tren temporal y estamos en el mismo apartadero de entonces, aunque el adverbio entonces sea inexacto). Carece de importancia que calificar a mi calva de incipiente sea ahora un desmesurado exceso de optimismo, que me cueste reconocer al Miroslav de los setenta más allá de la identificación visual de las fotos y todo el resto de fenómenos misteriosos (y que personalmente me agobian un tantito, aunque no pasa de ahí) relacionados con la conciencia de la propia vivencia que se empeña en diluirse, negándose la permanencia (¿a que queda fatal este abuso de la rima en "encia"?). Yo sé que yo no soy el mismo, pero la prolongación atemporal del primer encuentro en este segundo es una ocasión para seguir obstinadamente demostrándome que sí lo soy.
Y a Galeano lo encontré igualito, si bien también se le notan los quince o más años pasados, pero ello no invalida que ambos sigamos en presente. Además, en su caso, lo que ahora veo y no distinguí en el ahora inmediato de Las Venas ... son matices que dan profundidad a mi conocimiento del otro; al fin y al cabo, el trato se prolonga y aprecio lo que en la primera impresión no terminé de calar. Lo encuentro más sabio y tolerante, más intrincado en la esencia de la América de la que habla, hasta el punto que logra -en admirable ejemplo de humildad y amor, que son las fuentes de las que nace la sabiduría- dejar de hablar de América para que sea América la que a su través hable. Y América habla de su historia usurpada, relatos breves de tiempos y gentes ya pasados pero cuya realidad -por más que enmascarada- es la savia que fluye por sus venas. Lo que se cuenta está, pues, vivo; tan vivo que vibra en mil resonancias al ser leido transmitiendo la seguridad de su presencia. Por eso no cabía el análisis estructurado (por más que estuviera vivificado como ninguno, tal como se narraban Las Venas...). Entender la historia es, con frecuencia, hacer que encaje en nuestros pobres esquemas interpretativos y lo que creemos entender no es ya materia viva, sino restos disecados, en que faltan piezas, se añaden otras y -sobre todo- el ensamblaje resultante es muy distinto del real. De otro lado, América ha sufrido la usurpación de la memoria; la labor más urgente no es entonces analizar la impostura que oficialmente se presenta como la Historia (desfile militar de próceres con uniformes recien salidos de la tintorería) para inyectar dosis de resignación y aceptación fatalista. Por el contrario -como justifica Galeano- se ha de constribuir al rescate de la Memoria dejando a la propia América que hable con las voces acalladas de sus gentes y sus tierras.
El libro (tres volúmenes) consiste en la acumulación de relatos cortos (entre media y una página la mayoría, ocasionalmente alguna más). Algo más de mil relatos en algo menos de mil páginas. En orden cronológico (el primer volumen -Los Nacimientos- cubre las voces de la cosmogonía prehispánica y los siglos XVI y XVII, el segundo -Las caras y las máscaras- pasea por el XVIII y el XIX, y el tercero -El siglo del viento- llega hasta 1984), pero dispersos por toda la geografía americana (y a veces de fuera). Cada relato se inicia con una fecha y un lugar y concluye con unas referencias bibliográficas; dice Galeano que esas son las principales obras citadas para enmarcar cada texto (hay más de mil referencias). Los relatos -a veces- se encadenan con sus continuaciones, pero -la mayoría- son piezas sueltas que aportan la materia vital de la reconstrucción histórica propuesta.
El libro se lee con pasión. Una vez devorado, queda en la mesilla de noche para ser abierto en azares insistentemente repetidos. Cada texto descubre sugiriendo la multitud de los que no han cabido en las páginas del libro, de modo que apetece completarlos añadiendo otros, recombinarlos para que expliquen sus relaciones infinitas. Esta es, a mi entender, la vertiente poética de la narración. Un libro que has de leer (si no lo has hecho ya) y que complementa a Las Venas...
Así que, Laura (Ciao, come stai? Hasta ahora no te había saludado y ésto no deja de ser una carta), te lo recomiendo, y lo hago después de que lo leyera al poco de tu llamada telefónica, en que me hablaste de Sor Juana Inés de la Cruz, de la que apenas tenía noticias y de la que nada había leido (y sigo sin leer). Pues Juana es una de las voces americanas de la Memoria del Fuego y -además- habla cuatro veces. Así que no me he podido resistir a copiar esos relatos (tecleando yo mismo, en vez de recurrir a la fotocopiadora, pues de alguna manera me imagino que así lo estoy escribiendo. Te diré que, hace ya tiempo, empecé a copiar el Quijote; aunque prefiero pensar que lo estoy escribiendo como lo hacía el Pierre Menard de las Ficciones de Borges. En resumen, que a continuación callo por un rato para que oigas la voz de Galeano en los relatos sobre Sor Juana. Espero que te guste, etc, etc. Luego seguiré (confío).
Como regalo de cumpleaños (trigesimoquinto ya), R consiguió unos libros que hacía tiempo andaba buscando para mí. Tres volúmenes de Eduardo Galeano, escritor uruguayo (Montevideo, 1940), periodista molesto que se exilió en Argentina en 1973 y cuatro años después en España. Yo le conocí en Perú a mediados de los setenta por Las Venas Abiertas de América Latina (¿el primero suyo?) cuya lectura he recomendado con fervor a todos en quienes notaba un interés bienintencionado hacia América Latina. Es un repaso a la historia americana estructurado desde el enfoque marxista; pero el armazón riguroso y coherente se vivifica -algo poco usual en los textos materialistas- con multitud de relatos de gentes y lugares con nombres propios, a modo de ejemplos palpables de las formas y permanencias de la explotación. Por eso, creo que es acertada la reseña de un periodista peruano que aparece en la contraportada del libro: Bajo una red de datos económicos y sociales, el autor empina anécdotas rutilantes en este reportaje-ensayo-mural-obra de artesanía asmirable que ensambla géneros que andaban dispersos; la historia económica, el relato vital ... Más contundente fué Heinrich Böll en su opinión: En los últimos años he leido pocas cosas que me hayan conmovido tanto. Y esta última cita viene a cuento para señalar lo que cualquiera con mínima sensibilidad hacia América (¡y no debemos admitir la apropiación yanqui del nombre!) recibirá de Las Venas ...: enorme dosis de amor comprometido que no puede dejar indiferente. Así lo cuenta el propio autor en el apéndice a la edición que me compré a principios de los ochenta en Madrid, diciendo que el libro había sido escrito para conversar con las gentes y que -siete años después- las respuestas más estimulantes no le habían venido de las reseñas de los diarios sino de algunos episodios reales ocurridos en las calles. Por eso, concluye, se sintió alegre al comprobar que no había escrito un libro mudo. Yo estoy de acuerdo, lo estuve desde el primer encuentro, y por eso he venido recomendándolo: en Perú, con el mayor entusiamo de los veinte años escasos del que además vive (y no sólo está) en la América protagonista; en Madrid, vuelto y advertido de la poca verdad vital de la cacareada hispanidad (el sudaca basureado versus el modelo europeo); y luego cada vez menos, porque el entusiamo decrece y América la vas alejando. A pesar de ello queda el piloto automático que a veces se enciende aunque no sea más que para cabrearme (ejemplo: el fastuoso cinismo oficial del quinto centenario); pero también suena la alarma para recordarte que tienes que volver a encontrarte con Galeano, y que lo de menos es el plazo que transcurre porque sabes que ambas citas son siempre en el mismo presente.
Total, que en alguna ocasión había leido algo sobre Memorias del Fuego y tintineó el piloto y comentario a R. Hago un aparte: me acabo de levantar y le he preguntado a R; respuesta: al poco de conocernos (1989) lo vimos juntos en uan conocida librería chicharrera y yo le dije que tenía que comprármelo pero era muy caro. Esa fué la primera vez que le solté a R el rollo laudatorio sobre Las Venas. ..., el cual -a medida que aumentaba la densidad de nuestra convivencia (y simplemente porque ello implica estar juntos más tiempo ante las mismas personas)- tuvo que sufrir siempre que venía a cuento mi vocación apostólica. Me recuerda R una charla con Lillian, la amiga cubana de Paco que vive en California desde chiquitita, es profesora de literatura y ejerce de hispana intelectual de izquierdas en los USA, y que no había leido el libro. Así que la última recomendación fechada es del verano de 1991. Y basta ya, aunque añada que R todavía no ha leido Las Venas.
Quedamos, pues, que no es que leyera ninguna reseña acerca de Memorias, sino que lo ví en una librería y luego me olvidé. Pero R archivó el dato e intentó comprarlo un par de veces, sin que nunca estuvieran los tres volúmenes completos. Por fin lo encargó, llegó completo a esta isla "ultraperiférica" (jerga CEE) y me lo regaló. ¡Hay que joderse el rollo que suelto para contar tamaña chorrada, cual si fuera una aventura verniana! La explicación te la daré -si me acuerdo- más adelante ... y sigo. El caso es que Galeano y yo volvemos a encontrarnos en este Agosto último, no ocupado por el viaje de otros años sino por trabajo, mucho calor, tensión baja y desganas y otros acontecimientos más trascendentales cuyo relato también pospongo.
Desde luego, durante la lectura de Memoria se mantiene el presente del encuentro anterior (o quizás sea más exacto decir que nos bajamos del tren temporal y estamos en el mismo apartadero de entonces, aunque el adverbio entonces sea inexacto). Carece de importancia que calificar a mi calva de incipiente sea ahora un desmesurado exceso de optimismo, que me cueste reconocer al Miroslav de los setenta más allá de la identificación visual de las fotos y todo el resto de fenómenos misteriosos (y que personalmente me agobian un tantito, aunque no pasa de ahí) relacionados con la conciencia de la propia vivencia que se empeña en diluirse, negándose la permanencia (¿a que queda fatal este abuso de la rima en "encia"?). Yo sé que yo no soy el mismo, pero la prolongación atemporal del primer encuentro en este segundo es una ocasión para seguir obstinadamente demostrándome que sí lo soy.
Y a Galeano lo encontré igualito, si bien también se le notan los quince o más años pasados, pero ello no invalida que ambos sigamos en presente. Además, en su caso, lo que ahora veo y no distinguí en el ahora inmediato de Las Venas ... son matices que dan profundidad a mi conocimiento del otro; al fin y al cabo, el trato se prolonga y aprecio lo que en la primera impresión no terminé de calar. Lo encuentro más sabio y tolerante, más intrincado en la esencia de la América de la que habla, hasta el punto que logra -en admirable ejemplo de humildad y amor, que son las fuentes de las que nace la sabiduría- dejar de hablar de América para que sea América la que a su través hable. Y América habla de su historia usurpada, relatos breves de tiempos y gentes ya pasados pero cuya realidad -por más que enmascarada- es la savia que fluye por sus venas. Lo que se cuenta está, pues, vivo; tan vivo que vibra en mil resonancias al ser leido transmitiendo la seguridad de su presencia. Por eso no cabía el análisis estructurado (por más que estuviera vivificado como ninguno, tal como se narraban Las Venas...). Entender la historia es, con frecuencia, hacer que encaje en nuestros pobres esquemas interpretativos y lo que creemos entender no es ya materia viva, sino restos disecados, en que faltan piezas, se añaden otras y -sobre todo- el ensamblaje resultante es muy distinto del real. De otro lado, América ha sufrido la usurpación de la memoria; la labor más urgente no es entonces analizar la impostura que oficialmente se presenta como la Historia (desfile militar de próceres con uniformes recien salidos de la tintorería) para inyectar dosis de resignación y aceptación fatalista. Por el contrario -como justifica Galeano- se ha de constribuir al rescate de la Memoria dejando a la propia América que hable con las voces acalladas de sus gentes y sus tierras.
El libro (tres volúmenes) consiste en la acumulación de relatos cortos (entre media y una página la mayoría, ocasionalmente alguna más). Algo más de mil relatos en algo menos de mil páginas. En orden cronológico (el primer volumen -Los Nacimientos- cubre las voces de la cosmogonía prehispánica y los siglos XVI y XVII, el segundo -Las caras y las máscaras- pasea por el XVIII y el XIX, y el tercero -El siglo del viento- llega hasta 1984), pero dispersos por toda la geografía americana (y a veces de fuera). Cada relato se inicia con una fecha y un lugar y concluye con unas referencias bibliográficas; dice Galeano que esas son las principales obras citadas para enmarcar cada texto (hay más de mil referencias). Los relatos -a veces- se encadenan con sus continuaciones, pero -la mayoría- son piezas sueltas que aportan la materia vital de la reconstrucción histórica propuesta.
El libro se lee con pasión. Una vez devorado, queda en la mesilla de noche para ser abierto en azares insistentemente repetidos. Cada texto descubre sugiriendo la multitud de los que no han cabido en las páginas del libro, de modo que apetece completarlos añadiendo otros, recombinarlos para que expliquen sus relaciones infinitas. Esta es, a mi entender, la vertiente poética de la narración. Un libro que has de leer (si no lo has hecho ya) y que complementa a Las Venas...
Así que, Laura (Ciao, come stai? Hasta ahora no te había saludado y ésto no deja de ser una carta), te lo recomiendo, y lo hago después de que lo leyera al poco de tu llamada telefónica, en que me hablaste de Sor Juana Inés de la Cruz, de la que apenas tenía noticias y de la que nada había leido (y sigo sin leer). Pues Juana es una de las voces americanas de la Memoria del Fuego y -además- habla cuatro veces. Así que no me he podido resistir a copiar esos relatos (tecleando yo mismo, en vez de recurrir a la fotocopiadora, pues de alguna manera me imagino que así lo estoy escribiendo. Te diré que, hace ya tiempo, empecé a copiar el Quijote; aunque prefiero pensar que lo estoy escribiendo como lo hacía el Pierre Menard de las Ficciones de Borges. En resumen, que a continuación callo por un rato para que oigas la voz de Galeano en los relatos sobre Sor Juana. Espero que te guste, etc, etc. Luego seguiré (confío).
CATEGORÍA: Personas y personajes
POST REPUBLICADO PROVENIENTE DE YA.COM
He leído el primer párrafo y antes de seguír quiero solamente apuntar que no es absurdo tu blog.Es la primera vez que leo uno y te juro que alucino en colores, me parece y me pareces increíble.Perdona, voy a seguír leyendo, ...es que no puedo parar.
ResponderEliminarComentado el Jueves, 27 Abril 2006 23:36 (conbisal@hotmail.com)