sábado, 22 de septiembre de 2007

... Y yo con estos pelos

Cada vez tienes más pelo en la espalda, me dijiste el otro día. Es verdad, paradojas ridículas de hacerse mayor (no diré viejo); uno que siempre ha sido lampiño y, de unos años a esta parte, van apareciéndole pelos en los sitios más absurdos y menos convenientes bajo cualquier estética. Apenas queda pelo en la cabeza, pero asoman cerdas alambrinas por las fosas nasales; entre los escasos pelillos del pecho me descubro largos y rígidos invasores albinos ... Y no sigo.

Me vienen a la cabeza recuerdos de mis trece, catorce y quince años, en plena revolución hormonal y ansioso por una piel más pilosa, como la de algunos compañeros del cole que exhibían orgullosos las piernas peludas e incluso empezaban a fardar de bigotillo. Yo nada; rubito con cara de niño, apenas aparentando los trece, catorce, quince años.

Quinto de bachiller fue en el curso 73-74. En mi colegio tenía fama de responsable, por la simple razón (supongo) de que sacaba muy buenas notas. Era un colegio del Opus, obsesionado por la pureza sexual de sus alumnos. ¡Qué mal lo pasé ese curso! Todos los días pecando mortalmente y acojonándome con mi destino infernal porque, por más que me confesara, era consciente de la inutilidad de mis propósitos de enmienda. Aunque hubieron de pasar dos o tres añitos más, mi crisis religiosa empezó a cimentarse desde la represión sexual opusina.

Ese fue el curso de las pellas (¿se sigue diciendo así?). Aprovechando mi fama me montaba unas excusas perfectas ante los profesores para escaparme; excusas que, a diferencia de lo que ocurría con otros compañeros, no requerían la confirmación paterna. La mayoría de las veces, bien solo o con mi amigo José, el plan era igual: el P24 hasta la calle Bravo Murillo, dos películas de “reestreno” en alguno de los varios cines de sesión continua que en esa calle había, acabando entera una bolsa de pipas de las grandes, luego vuelta con el mismo autobús. Precio total 24 pesetas; en esa época no se podía ni columbrar el euro.

A veces, bajaba en Plaza de Castilla y tomaba el metro hasta la Gran Vía. Valdeacederas, Tetuán, Estrecho, Alvarado, Cuatro Caminos, Rios Rosas, Iglesia, Bilbao (entre medias de las dos últimas la estación abandonada de Chamberí, donde una vez creí ver, en el breve intervalo que el tren la atravesaba, a dos fantasmales personas de pieles muy blancas bailando desnudas), Tribunal, José Antonio. Sí, porque la estación de metro era Avenida José Antonio, aunque así nunca llamáramos a la Gran Vía. Esa lista de estaciones (como otro tramo de la línea 4) lo tengo grabado desde la infancia. El metro de Madrid, entonces, era otra cosa.

Los cines de la Gran Vía eran de estreno; más caros y daban una sola película. Pero recuerdo haber ido allí a ver alguna de Carmen Sevilla, en aquellos remotos inicios pseudo-eróticos. Por supuesto, eran para mayores de dieciocho. Me acuerdo de viajar con una bolsa en la que llevaba una chaqueta y camisa, meterme en los baños de Galerías Preciados de Callao y cambiarme de ropa, además de ensombrecerme con lápiz de ojos (robado a mi madre) mi bigote inexistente y ponerme unas gafas oscuras de gruesa montura de concha. Intentos patéticos de parecer mayor que seguro que no engañarían a nadie, pese a lo cual algún portero me dejó pasar (también otras veces me robotaron tras haberme gastado las pelas en la entrada). Pero la sensación de ridículo y la vergüenza quedaban compensadas con la visión (pocos minutos) de Carmen Sevilla en sujetador. Compruebo que andaría entonces por los cuarenta y tres años y, para el chaval que yo era, estaba buenísima. Cómo se habría marchitado mi erotismo si a la imagen de esa mujer estupenda se le hubiera superpuesto la señora que en los noventa presentaba el Telecupón y hablaba de sus ovejitas; pero claro, faltaban todavía veinte años.

Mira que eran malas esas películas de lo que se llamó el “destape”. Justo los últimos años de Franco (y los primeros tras su muerte, antes de la aparición de las salas X, pero entonces yo no vivía en España). La excusa era aquello de las exigencias del guión. Me viene ahora a la cabeza una actriz que, a diferencia de doña Carmen, tuvo su único esplendor durante esos años: Nadiuska. En esos años creíamos que era rusa (por el nombre) y compruebo ahora en Wikipedia que provenía de Alemania; repaso sus títulos (25 pelis entre el 72 y el 78; no está nada mal) y me suena que vi dos o tres. Por supuesto no me acuerdo de ninguna; sí recuerdo, en cambio, que la Nadiuska estaba estupenda y que se exhibía bastante más que las españolas contemporáneas.

Pero, volviendo al tema, por más que los cambios hormonales me tuvieran en ebullición casi constante, poco pelo me salía; de nada sirvió que empezase a afeitarme bastante antes de necesitarlo. Años después, en cuanto pude, me dejé barba; pero ya era universitario y tenía más de dieciocho años. Y ni siquiera entonces vaya a pensarse que la barba era una gran cosa: larga sí, porque los pelos crecían, pero poco espesa; resultado: bastante desaliñada y para nada imponente.

Me reconciliaría con mi naturaleza lampiña ya metido en la treintena, y para entonces la cuestión ya no sería no tener demasiado pelo en cara, pecho y piernas, sino que el de la cabeza comenzaba a ralear. Pues esa etapa, la del otoño en las cumbres, parece que ha pasado y ahora toca el florecer de las estepas yermas, con lo bonitas que estaban lisitas y pelonas. Y sí, es verdad, cada vez tengo más pelo en la espalda.

CATEGORÍA: Recuerdos

6 comentarios:

  1. Bueno seguramente serán rubios ¿no?, y si te molestan mucho que tu chica coja unas pinzas y se dedique a quitarlos. que tampoco será para tanto.

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  2. Es lo que tiene el tiempo: lo que tanto deseábamos de jóvenes puede llegar a ser, como minimo, una molestia cuando nos hacemos mayores :)

    Besos

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  3. Si tú te quejas por tus pelillos imagínate todo lo que debió quejarse Carmen Sevilla cuando los años se encargaron de dilapidar el sex simbol que era...

    Lo tuyo no es nada chaval ;)

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  4. Yo llevo toda la vida vigilando los cuatro pelos que me salen de una mancha en la cara, los más tiesecillos que me empiezan a salir en la barbilla, los tengo a raya con las pinzas. Pero me hacen dudar de mi verdadera naturaleza. ¿Seré una bruja? Los otros pelos, los de siempre, los que sufrimos todas (hablo en femenino por razones obvias), esos ni a tiros (o lo que es lo mismo, ni con láser), así que a la vejez me he dao a la cuchilla.

    Creo que algún día escribiré un post sobre el tema yo también.

    Besotes.

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  5. Tal vez le consuele saber que no era el único. Mi Carmen Sevilla cantaba "Crucero de verano" en el cine España, a diez mil kilómetros del suyo. Y también lo que hacía falta entonces, sobra ahora.

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  6. Pelos en la espalda, pellas, Carmen Sevilla, Nadiuska, y de nuevo pelos en la espalda... ¿pero dónde me he metido? jaja... :P

    Un gusto leerte, volveré por aquí, con tu permiso.

    ¡Saludos!

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