martes, 24 de abril de 2007

El reloj mágico

En una de mis fantasías infantiles poseía un reloj mágico. Era un reloj de esfera grande, protegida por una tapa metálica que, liberando un resorte, se abría hacia arriba. Entonces podía verse, tras el cristal ligeramente abombado, una única aguja que giraba incansable al ritmo constante y monótono con que yo imaginaba que discurría el tiempo. En el punto sur de la esfera, opuesto a la bisagra que engarzaba la tapa, se disponía una ventanita como la que en los relojes normales indica la fecha; pero en ésta se contabilizaban las vueltas transcurridas desde el inicio.

¿Qué inicio? Con el egocentrismo propio de la niñez, el inicio era mi nacimiento. Porque se suponía que el reloj me había sido entregado por algún mago benéfico en atención a a los altos designios que me esperaban. Recuerdo que la aguja completaba cada vuelta más o menos en un minuto; lo cual no es de extrañar, ya que en mi escasa imaginación la asimilaba con la segundera de los relojes que conocía. Por aquel entonces yo debía andar entre los ocho y nueve años, lo que sumaría en torno a cuatro millones y medio de vueltecitas de la aguja; ciertamente, no me había explicado cómo cabría en una ventanita tan pequeña una cifra de siete dígitos.

El reloj, además, tenía en su punto oriental la clásica ruedecita que, en los relojes normales, vale para darles cuerda (en extinción), rectificar la hora o la fecha, etc. Pero en el mío era el mando mediante el cual controlaba sus efectos mágicos. Bastaba para activarlos con tirar de ella hacia afuera; en ese exacto momento el fluir del tiempo se detenía, toda la actividad, todo lo que se moviera, quedaba quieto parado hasta que se volviera a apretar el botón llevándolo a su posición inicial. Pero, atención, el único que no quedaba afectado era –por supuesto- yo mismo, el elegido de los dioses. Aunque para no caer en el embeleso general, no podía soltar en ningún momento el reloj.

Me resulta curiosa esa condición que, en mi propia fantasía, yo mismo me imponía. Sospecho que me parecía justo imponerme un elemento de riesgo que compensara algo mi gran suerte, que me obligara a ser cuidadoso en mis actos, so pena de no sólo perder las inmensas ventajas de la posesión de tan mágico objeto, sino quedar atrapado en la parálisis universal con la catastrófica consecuencia de que ésta se volvería eterna pues, ¿quién empujaría la ruedecita para que la aguja volviera a moverse? Supongo además que necesitaba ese "factor de riesgo" como ingrediente creativo de las múltiples aventuras que desarrollaba en torno a la magia del reloj. Porque (¿hace falta decirlo?) vivía muchas peripecias imaginarias y, en varias de ellas, aparecían malvados personajes que, envidiosos de mi pertenencia, trataban de arrebatármela.

Pero no se trata ahora de evocar ninguna de esas historietas; quizás, siguiendo el ejemplo de Nanny-Ogg, me anime a convertirlas en cuentos para niños. Baste a este post con la descripción del reloj mágico y de sus efectos. Y en ese aspecto hay que añadir que, dado que corría el riesgo de que el reloj se me escapara de las manos, lo doté de un cordón fino de hilos trenzados que siempre llevaba anudado a mi cinturón. Habría podido concebir un reloj de muñeca pero no, se trataba de un reloj de bolsillo, copiado de una película en blanco y negro que vi en la tele y que no logro identificar pese a que recuerdo escenas sueltas (entre ellas las de una estación brumosa de clara apariencia victoriana en la que un viejo barbudo con levita sacaba "mi" reloj de su bolsillo para comprobar si el tren se estaba demorando).

En fin, volvamos a los efectos mágicos. No sólo lograba detener el tiempo del universo, sino también modificar, a más o a menos, la velocidad con que transcurría. La verdad, no recuerdo que nunca acelerara la aguja (es decir, no recuerdo ninguna aventura imaginaria sucedida desde esa hipótesis), pero sí que tal posibilidad existía. Ambas opciones se activaban una vez que se había parado la aguja; entonces había que tirar un poquito más de la ruedecita mágica hasta llevarla a una segunda posición y desde ahí moverla hacia un lado o hacia otro según se quisiera acelerar o ralentizar la velocidad del tiempo; el grado de variación de la velocidad dependía de cuanto se moviera la ruedecita. Hechos tales ajustes, se volvía a empujar ésta hasta su posición inicial y la aguja (y el tiempo) volvía a moverse a la velocidad deseada. Por supuesto, la velocidad "correcta" siempre podía recuperarse sin errores pues la ruedecita tenía una muesca en el punto justo para facilitar su ajuste.

Como cualquiera adivina, yo manipulaba el transcurrir del tiempo (lo detenía o lo ralentizaba) para poder hacer cosas que, al ritmo normal, me resultaban imposibles o muy difíciles. Hacía de todo, desde chiquilladas caprichosas hasta verdaderos actos benéficos que la humanidad me agradecería eternamente si no fuera porque jamás habían de enterarse (a veces, esa obligación de guardar el secreto, me escocía un poco). Supongo que esta fantasía mía (que alternaba con muchas otras también de naturaleza mágica) no tiene nada de original y habrá sido compartida por muchos otros niños. Si ahora, a mi edad, la rememoro es porque he pasado toda la tarde tratando de organizarme una estrategia que me permita, en poco más de una semana útil, ponerme al día con la cantidad de tareas que de pronto me han caído encima. Y, tras encontrar tres o cuatro truquillos para maximizar la relación entre esfuerzo y resultados y, si hay suerte, salir razonablemente airoso de lo que me espera, en vez de ponerme manos a la obra, decido postergarlo hasta mañana y escribir esta chiquillada. Porque, desde luego, me vendría muy bien que me dejaran el reloj imaginario de mi infancia.

PS1: Mi reloj mágico tenía también otra propiedad y era que podías adelantar las cifras de la ventanilla inferior hasta su límite último, hasta señalar el número máximo de vueltas que había de dar la aguja. Obviamente ese número marcaba el final de mi vida. He de decir que nunca me atreví, ni siquiera imaginariamente, a descubrir ese límite. Pero el que dotara a mi reloj de esa posibilidad me recuerda mi obsesión infantil por la muerte y cómo la necesidad de controlar las derivas angustiosas de mi cerebro han seguramente modelado mi manera de pensar (y de ser). Pero esto no es objeto del presente post.

 
Time - Pink Floyd (The Dark Side of the Moon, 1973)

PS2: Como todavía sigo impactado por el conciertazo del sábado pasado, repito música de Pink Floyd. Esta vez Time, porque viene a cuento.


CATEGORÍA: Recuerdos

domingo, 22 de abril de 2007

Articulistas dominicales

En El País Semanal de hoy encuentro un artículo de Javier Cercas escrito a partir de una carta al director del mismo periódico en la que "dos admiradores de Cortázar lamentan que un anuncio televisivo se haya apropiado de la voz y las palabras del escritor para hacer propaganda de una marca de automóviles". A este tema dediqué un post, así que, pese a que Cercas no me resulta especialmente ameno, leo su artículo. Un rato después, tras desbaratar inmisericorde la mayoría de los argumentos de ese texto en un debate silencioso e interior, me premio con la lectura del post de hoy de Kotinussa que, vistos su tema y su fecha, no creo muy aventurado suponer que viene motivado tras la lectura de algún o algunos suplementos dominicales. La casualidad se me convierte en causalidad que me anima a comentar el artículo de Cercas, porque también yo pienso que, pese a mi carencia de postín (que no pretendo), a veces cuento mejor y antes las mismas cosas.

Dice Cercas que no le "extrañaría" que a Cortazar le "pareciese" (le hubiera parecido, habría sido más correcto) una buena idea (el que usaran su voz leyendo un texto suyo para vender coches). Reconozco que leí el artículo buscando la explicación de esa conjetura, máxime cuando unas líneas antes afirma que él también quiere a Cortazar "como cualquier persona decente". Por cierto, ¿a cuento de qué viene lo de las personas decentes? Me ha recordado a Rajoy convocando su última manifestación (sí, la del millón y medio de asistentes); ¿qué pasa? ¿que si no quieres a Cortazar no eres decente? Bueno, el caso es que pensé que Cercas es un conocedor profundo de Cortázar (no se quiere a quien no se conoce, decencias al margen) y, por tanto, esperaba que a partir de ese conocimiento aportase sus argumentos.

Vana esperanza pues todo el artículo no es más que una manida y pobre retórica buscando engarzar publicidad y literatura o simplemente aludir a los más que conocidos recursos a la intertextualidad. Al final, sugiere que los escritores anuncien los productos que les gusten consumir y de ese modo, a lo mejor, se aumenta el índice de lectura y el nivel cultural de nuestra sociedad. Pues muy bien, pero lo mejor es el remate: "no tengo ni idea de lo que opinaría Cortazar"; pues entonces, ¿para qué c... empiezas diciendo que no te extrañaría que le hubiese parecido una buena idea?

Me da la impresión que nuestro amigo Javier ha errado de plano en su tema de discusión, al menos si lo que está haciendo es "contestando" a las personas que escribieron a El País. La "incongruencia cultural" a que se refería esa carta (publicada el fin de semana del 27-28 de marzo; mira que tarda en publicarse la "reflexión" de Cercas), me da la impresión de que no tenía tanto que ver con la mayor o menor legitimidad de los vínculos entre literatura y publicidad en términos generales, como con el caso particular de Cortázar al respecto. Por cierto -más casualidades- en El País de hoy se publica un artículo de Vargas Llosa en el que, a propósito de una exposición en el Victoria and Albert Museum londinense, diserta sobre las relaciones entre el arte y el mercado. Pero este es el "aspecto general" que, aunque susceptible de tanto debate como se quiera, no era -a mi juicio- lo que planteaban quienes escribieron aquella carta.

Total que, en mi opinión, Cercas aprovecha la lectura de una carta al director para irse por los cerros de Úbeda, demostrando que o no entendió la queja de esas personas o le dio igual porque él lo que quería era contar su rollito (que poco o nada aporta, dicho sea de paso). Como agravante además hay que señalar que basta dedicar un ratito a buscar en internet para encontrar varias opiniones sobre este asunto (yo lo hice la tarde del 28 de marzo, antes de publicar el post; supongo que a estas alturas habrá más). Pero hay que publicar un artículo en EPS, aunque no se tenga nada significativo que decir.

Y ya está, el articulillo no da para más (no da ni para lo que he escrito, pero la "culpa" es de Kotinussa). En todo caso, su lectura no ensombreció ni un ápice el arrobamiento que me ha dejado el conciertazo de Roger Waters ayer noche en el Palau Sant Jordi. ¡Qué maravilla! Me gustaría describir la música, el ambiente, las imágenes, los sentimientos, la magia ... ojalá pudiese. Dejo aquí un enlace a la crónica de El Periódico y los 7'49" de Us and them, por más que el sonido mp3 a través de ordenador esté tan infinitamente lejos de cómo sonó ayer esta canción.


 
Us and them - Pink Floyd (The Dark Side of the Moon, 1973)

CATEGORÍA: Personas y personajes

miércoles, 18 de abril de 2007

Monjes lógicos

Durante el almuerzo de hoy con un grupo de compañeros del curre nos hemos puesto a plantear problemas de ingenio; ya se sabe, de éstos de lógica o de los llamados de pensamiento lateral. La verdad es que hemos pasado un buen rato, riéndonos de las derivas surrealistas que toman nuestros procesos mentales y sorprendiéndonos de algunas soluciones inesperadas. Luego, como suele ocurrir, las conversaciones dominantes pasaron descaradamente al terreno de los chistes y ya el cachondeo fue absolutamente generalizado.

Yo me acordé de un problema viejo que, en su momento, había conseguido desesperarme. Lo propuse y fue uno de los pocos que, pese al brainstorming colectivo, quedó sobre la mesa, sin resolver. Se me pidió que diera la solución, pero no quise. Que piensen un poco más durante algunos días; me consta que tres o cuatro de mis compañeros no podrán evitar el gusanillo. El problema es bonito y no tiene truco; quiero decir que la solución resulta de la pura lógica, sin necesidad de pensamientos laterales ni nada por el estilo.

Hace un rato, ya en mi casa, me he puesto a buscar en internet y descubro que se trata de un problema clásico que aparece en varias webs dedicadas a estos temas (lógica, matemáticas, ingenio, etc). En una de ellas encuentro un enunciado que me gusta más que el que yo conocía (porque es más simple y la simplicidad, en estas cosas, corre pareja a la belleza). Lo transcribo a continuación:

En un perdido monasterio viven unos monjes de clausura, todos ellos especialistas en lógica, que tienen prohibido por su regla comunicarse entre sí por ningún medio. Tan sólo se reúnen una vez al día en el refectorio y se sientan a comer en una gran mesa redonda sin comunicarse de ninguna forma. Un día les visita el superior de la orden, que no tiene esta restricción y les dice en el refectorio:

“Esta noche os ha visitado un ángel y a los elegidos os ha dibujado una marca en la frente. En cuanto sepáis quienes sois los elegidos, tras la comida partiréis inmediatamente a la ermita del monte a pasar una semana en oración.”

No ocurre nada hasta que el séptimo día los monjes que asisten al refectorio ven que faltan algunos de sus compañeros. (Se considera que el primer día es el siguiente al de la visita del superior).

* ¿Cómo supieron quiénes eran los elegidos?
* ¿Cómo supieron los demás que no lo eran?
* ¿Cuántos eran los elegidos que se marcharon?

Por cierto, con el enunciado que me conocía (que no afecta para nada al proceso de razonamiento), este mismo enigma aparece publicado en la colección del club Mensa (el de los superdotados) calificado como sencillo (con lo que a mí me costó sacarlo y teniendo que recurrir a una pista). Pues nada, a ver si algún ocioso dedica un ratillo a buscar la solución, naturalmente sin buscar en internet las múltiples páginas en que ésta aparece. Y si la deduce que no la cuente en los comentarios, para no estropear el razonamiento a quienes quieran seguir dándole al coco.

Me olvidaba: la pista es que, para que ocurriera lo que ocurrió, que todos los monjes marcados y sólo ellos se fueran a la vez del monasterio, todos y cada uno de ellos (marcado y no) debían confiar en que todos y cada uno de sus compañeros aplicaban el razonamiento lógico de forma impecable.

Aquí podemos ver, tal como Zurbarán dejó constancia, a los monjes que no se fueron del convento recibiendo la visita de un enviado del obispo que les explicaba la artimaña que haabían urdido los "marcados por el ángel" para escapar de la vida monástica de la cual estaban ya bastante hartos.

Ah, por cierto: ¿alguien sabe por qué los varones chinos comen mucho más arroz que los japoneses?

CATEGORÍA: Todavía no la he decidido

martes, 17 de abril de 2007

Siguiendo la cadena

Kotinussa me enlaza en una cadena literaria. Había visto en varios blogs este juego de ir pasándose unos a otros tareas, meme creo que se llama, pero hasta ahora nunca me lo habían propuesto. Y, la verdad, no lo echaba en falta, porque escribir cualquiera de la mayoría de memes que he visto me habría resultado trabajoso y me habría dejado probablemente con un montón de dudas en cuanto a la elección de las respuestas.

No es el caso del presente: se trata de copiar el segundo párrafo de la página 139 del libro que esté leyendo. Como bien dice Koti, el ejercicio da la oportunidad de opinar sobre el libro y, en su caso, recomendarlo. El problema es que hoy mismo he acabado un libro y empezado otro; pero de este segundo aún no he llegado a la página 139. Podría, no obstante, atenerme al enunciado y copiar el párrafo correspondiente, pero no me apetece dar un salto hacia adelante en la lectura. Y eso que el libro en cuestión merece la pena. Se trata de Eichmann en Jerusalén, de Hannah Arendt. Llevaba varios años buscándolo (tampoco con demasiada perseverancia) y en este viaje a Madrid lo he finalmente conseguido. He leído cuatro o cinco tochazos de Arendt (me parece una de las personas más lúcidas del pasado siglo) y me faltaba la que seguramente es su obra más popular. De momento no me está defraudando.

En fin, que copiaré del libro recién acabado, El corazón helado, la última novela de Almudena Grandes. Creo haber leído todas sus novelas, me gusta cómo escribe pero tampoco es que la considere una figura mayor. Esta novela supone, sin embargo, un notable salto cualitativo, su obra más ambiciosa, por usar las mismas palabras de la editorial pues estoy de acuerdo. La trama es obviamente de ficción, muy bien estructurada, compleja e intrigante; pero se monta sobre la historia reciente de España a lo largo de cuatro generaciones y dos familias principales (república, guerra, franquismo/exilio francés, transición, actualidad). De otra parte, muy bien escrita, con interesantes juegos de estilo que no le había visto antes, recreándose en el lenguaje que se hace por momentos muy visual (a veces parece excesivamente premioso, pero es una nota estilística consciente). Y, finalmente, cargada de pasión y emoción (se adivina que la autora las sintió al escribirla) que se transmiten con tremenda eficacia y hondura: en más de un momento se me empañaron los ojos y también hubo ratos que los sollozos se me salieron del pecho. En resumen, que la recomiendo; y ahí va el párrafo:

Aquel calor no era más que un pálido reflejo del incendio que acababa de desatarse en mi interior, una catástrofe fulgurante, instantánea, donde el pudor atizaba a la excitación y era a su vez implacablemente alimentado por ella, para que yo pudiera escuchar el crujido de las ramas que se desgajaban de los árboles, el chisporroteo de las cortezas resinosas, el susurro de las púas en llamas, y oler el fuego, verlo avanzar por las laderas de un monte imaginario que era yo y estaba ardiendo de una culpa inocente, que no había hecho nada para merecer, y de una vergüenza infinita que sin embargo no era capaz de apagar todos los focos, siéntese, por favor, perdóneme, no le he ofrecido nada, ¿quiere tomar un café?, y Raquel Fernández Perea, que era mucho más guapa de lo que parecía, encendiendo la última vela antes de zambullirse desnuda en el agua con su cuerpo de treinta y cinco años y su piel de melocotón, esas piernas tan bonitas y las caderas levemente más anchas de lo que parecía exigir la estrechez de su cintura, para que mi padre la rodeara con sus brazos mientras pensaba que su hijo Álvaro era un gilipollas que no tenía ni idea de lo que era horrible, ni cursi, ni hortera en este mundo. Esa nueva sensación, la conciencia de no ser más que un pardillo, el ingenuo y fortuito espectador de una complejidad que no estaba a mi alcance, se sobrepuso a la excitación y a la culpa, a la vergüenza y al asombro, sin matizar la formidable confusión a la que todo lo que un instante antes era yo había quedado reducido sin remedio. Y esto no es nada, me dije, seguro que esto no es nada.

Pues ya está. ¿Se supone que ahora he de encasquetarle la misma tarea a alguien? Pues sólo me atrevo con cuatro mujeres: Amaranta, Marguerite, Nanny-Ogg y Eva. Que me perdonen.



CATEGORÍA: Literaturas

lunes, 16 de abril de 2007

Recuerdos de emociones viejas

Esta mañana he ido a la clínica de Madrid en la que vivimos la primera etapa del cáncer de mama de mi ex: diagnóstico, primera mastectomía, consultas varias al oncólogo, primera tanda de quimio ... Durante el primer semestre de 2004 esta clínica fue casi un segundo domicilio (para mi ex casi un primero). Así que esta mañana me han venido los recuerdos de hace tres años y por algunos instantes, mientras caminaba hacia allí desde la casa de mi hermana, repitiendo el itinerario entonces cotidiano, me he sentido la misma persona de hace tres años.

¿Qué sentía entonces? Muchas cosas mezcladas que, seguramente, no dejé que se desenvolvieran, que pospuse para que no interfirieran con la acción necesaria, tomar las riendas, dar los pasos procedentes. No quería sentir, aunque sentía y mucho. No quería prestar atención a mis sentimientos y mucho menos dejar que afloraran. Pensaba entonces (y todavía lo sigo pensando aunque ahora admito muchas dudas) que lo que había de hacer era mostrarme confiado y optimista, ofrecerle una seguridad en que todo iba a resolverse satisfactoriamente.

Pero sentía y sentía mucho; y ha tenido que pasar toda esa angustiosa etapa, y luego la crisis y ruptura de nuestra pareja, para que yo mismo me reconociera lo mucho que estaba sintiendo, lo mucho que sufrí, me emocioné, me preocupé ... durante esos meses. Esos sentimientos alteraron mi metabolismo cotidiano: acumulé stress, no dormía seguido, adelgacé ... Pero no encontraron vías de escape, de reconocimiento, ni siquiera ante mí mismo. Salvo excepciones puntuales, algunas aunque muy escasas. Ahora me acuerdo de cuando, tras la primera operación, la trajeron de vuelta a la habitación, todavía no del todo despertada de la anestesia, con una sonrisa un poco enajenada, pareciendo algo tan frágil .... Tuve que irme al cuarto de baño para que no me viera llorar, porque noté que me rompía todo por dentro y no fui capaz -esa vez- de evitar que la emoción se exteriorizase.

Más o menos un año después, cuando ella me dijo que no quería seguir conmigo, que "todas las células de su cuerpo me rechazaban", uno de sus reproches fue que se sintió muy sola durante el cáncer, que ella tuvo mucho miedo y no se sintió acompañada por mí. Obviamente, ni siquiera en esos momentos en que buscaba vestirme de enemigo acumulando argumentos para separarse, llegó a acusarme de no haber hecho todo lo que debía en el plano objetivo, de las acciones. Así que está claro que se refería a una soledad emocional, a que yo no había sabido transmitirle mis emociones, no había sabido cobijar las suyas.

Por eso, es bastante probable que lo que yo creía entonces que era lo correcto no lo fuera tanto. Es probable que no supiera transmitirle equilibradamente seguridad y amor. A estas alturas, por supuesto, no me preocupa demasiado ni me crea para nada sentimiento de culpa. He reflexionado mucho sobre esa etapa durante los meses que siguieron a nuestra ruptura y sé que hay muchos más factores. Al final, de todo ello se aprende y -espero- se sale mejor persona. En todo caso, lo cierto es que esta mañana he recuperado emociones de hace tres años.



CATEGORÍA: Recuerdos

domingo, 15 de abril de 2007

Derechas e izquierdas

Ayer noche una conversación familiar derivó hacia asuntos políticos. En un momento se planteó la disquisición sobre las diferencias entre izquierdas y derechas, primero referidas a la actual coyuntura española pero enseguida buscando su generalización. La cosa, desde luego, no está nada clara; nadie fue capaz de aportar criterios mínimamente precisos para distinguir entre uno y otro del extremo ideológico.

Naturalmente, el expediente más sencillo es asociar el ámbito de la izquierda con el PSOE y el de la derecha con el PP, por referirme a los dos partidos españoles principales. Pero eso no resuelve nada y menos si queremos hacernos una idea algo coherente del contenido ideológico de cada opción. Si no, basta comparar el ideario del PSOE republicano de los años 30, por ejemplo, con el de Zapatero y sus muchachos; hasta cabría dudar que existe continuidad entre ambos, al menos en el plano de las ideas. Es decir, si tratáramos de explicar a un extraterreste lo qué entendemos por posiciones de izquierda, difícilmente le aclararíamos algo aportándole los discursos, políticas, planteamientos a lo largo de varios años de cualquier partido que así consideremos.

No me parece pues muy desencaminado afirmar que los conceptos de derecha e izquierda son variables temporalmente. En mi etapa universitaria, durante la cual estuve bastante "politizado" las diferencias entre izquierda y derecha radicaban en consideraciones económicas, a partir de los criterios de análisis marxista. Ser de izquierda era estar a favor de la socialización de los medios de producción y, consecuentemente, en contra de la apropiación privada de las plusvalías; los que no estaban de acuerdo y defendían el capitalismo eran de derechas, y punto. Por supuesto, en aquel entonces no se había aún derrumbado el "socialismo real"; ya se sabe que con la caída del muro de Berlín desaparecieron de casi todos los partidos de izquierda las ideologías marxistas ortodoxas.

Así que, desde hace ya algunos años, las diferencias entre derecha e izquierda no hay que buscarlas en la economía o, por lo menos, no en concepciones opuestas de filosofía económica. Pero haberlas (diferencias) sigue habiéndolas; al menos eso creo. Se me ocurría ayer noche que sería instructivo ponerse a hacer una lista, a modo de colección de notas diferenciales. Sin pretensiones teóricas, a modo de "brain storming"; ir diciendo cosas que pueden ser características de la derecha o de la izquierda. La única exigencia metodológica es procurar mantenerse lo más aséptico posible; es decir, que cada enunciado calificativo de una u otra franja del espectro careciera de connotaciones valorativas, que pudiera ser aceptado por quienes se declaran de esa opción (y no por quienes lo hacen de la contraria).

No sé, pero me da la impresión de que no sería fácil hacer que la colección fuera acrecentándose. Y también me da la impresión de que la mayoría de los enunciados que fuéramos capaces de parir se referirían al ámbito de las costumbres, de los valores, de la ética. En fin, será cuestión de ponerse manos a la obra y ver qué va saliendo.

CATEGORÍA: Política y Sociedad

jueves, 12 de abril de 2007

Relaciones jerárquicas

Los seres humanos, en prácticamente todas las esferas de nuestras vidas, nos organizamos de forma jerárquica. Jerarquía: gradación de personas, valores o dignidades; Gradación: disposición de algo (de las personas) en grados sucesivos, ascendentes o descendentes (ambas definiciones del DRAE). Dado un conjunto de n seres humanos interconectados en una red social, lo más probable es que la relación que vincula a cualesquiera dos de ellos, A y B, sea jerárquica; es decir, que en virtud de esa relación A>B o B>A.

En teoría, la totalidad de los seres humanos estamos interrelacionados, máxime si generalizamos el concepto de “relación” para dar cabida a todos los vínculos posibles, por muy sutiles que sean. Abro paréntesis: recuérdese la hipótesis de los “seis grados de separación” según la cual dos personas tomadas al azar de entre todos los habitantes del planeta estarían unidas por una cadena de conocidos de, como mucho, seis miembros. Y, naturalmente, el muy popular Juego de Bacon. Cierro paréntesis.

Ahora bien, las relaciones jerárquicas se perciben mucho mejor en grupos sociales más reducidos; pongamos, los formados por personas que se relacionan personalmente todos con (¿o contra?) todos y con cotidianeidad. Por ejemplo, quienes trabajan en el mismo sitio, una familia, una pandilla de amigos que se junta con frecuencia, etc. En estos grupos hay una tendencia “natural” (?) a que entre cada dos miembros del mismo se establezca una relación jerárquica. Y con frecuencia esto ocurre incluso cuando las relaciones, en su origen, son igualitarias; pareciera como si éstas fueran inestables y tendieran a encontrar el “equilibrio” disponiéndose jerárquicamente.

En Teoría de Conjuntos (algo me acuerdo, aunque sea vagamente) se destacaban dos tipos de relaciones: las de orden y las de equivalencia; en términos sociológicos corresponderían, respectivamente, a las jerárquicas y a las igualitarias. Supongo que la jerarquía es bastante importante para la eficiencia; quizás por eso, cuando los grupos sociales persiguen objetivos han de organizarse jerárquicamente. Y, a fin de cuentas, casi todas las agrupaciones que a lo largo de la historia han habido habiendo obedecían a finalidades prácticas. En todo caso, el ingrediente jerárquico se ha ido fusionando tan íntimamente con la idea de relación que cuesta imaginar alguna que sea de verdad de verdad igualitaria, desnuda de tentaciones jerarquizantes; incluso hasta en esas relaciones que podrían pasar de preocuparse por la eficiencia.

Supongo que la idea jerárquica la tenemos ya metida en el cerebro y, por tanto, opera “en automático” en nuestra forma de plantearnos una relación con cualquiera. Descubro en internet que neurólogos norteamericanos han apuntado que, según la percepción que tengamos de nuestro nivel jerárquico ante cualquier relación, se activan unas u otras partes del cerebro. Esto implica varias cosas interesantes: primero, que cuando nos estamos relacionando con otro le estamos asignando (sin ser casi conscientes de ello) un determinado “escalafón” en una escala (real o imaginaria) jerárquica; segundo, que al mismo tiempo también nos lo estamos asignando a nosotros mismos y comparamos nuestro grado con el suyo; tercero, que el tipo de actividad cerebral que generamos en esa relación (la concreta combinación de cada tipo de emociones, de pensamientos “racionales”, etc) tiene que ver con esa comparación que nos hacemos de ambas situaciones jerárquicas; cuarto, que además, el tipo de actividad puede variar en función los resultados de interacciones anteriores, las cuales, a su vez, pueden modificar la percepción de nuestras relativas situaciones jerárquicas ... Podría seguir, pero creo que basta para hacerse una idea de las consecuencias y de su importancia. A mí me parecen alucinantes.

Lo que, en resumen, pone de manifiesto el estudio de los neurólogos yanquis es algo muy sabido: que el que nos sea reconocido un nivel jerárquico (cuanto más alto, mejor) es una de las motivaciones básicas del ser humano. Bajo esta perspectiva, y a riesgo de pasarme en la caricatura, los demás existen para servirnos de espejo y medida. También bajo esta perspectiva, la sociedad debe organizarse jerárquicamente porque, de no estarlo, yo no podría saber “cuanto” valgo, que lugar ocupo en el ranking. Cuanto soy depende de cuanto sean los demás; si no hubiera demás, yo no sería. Y finalmente, sólo soy en tanto me relaciono jerárquicamente (competitivamente) con los demás.

Naturalmente, no comparto esta filosofía de corolarios baratos. Pero tampoco creo que haya de despreciarse la importancia de estas pulsiones en el comportamiento humano y, por ende, en las organizaciones sociales y en la marcha de la historia. Porque sí me parece que, nos guste o no, en mayor o en menor medida, todos tenemos dentro el virus perverso de la jerarquitis. Por más que lo rechacemos desde una bienintencionada manera de pensar (y a veces de engañarnos), estoy seguro de que, nos demos cuenta o no, influye con frecuencia en nuestros comportamientos, en nuestros estados de ánimo, en nuestros juicios de valor ... Así que, suponiendo que opinemos -como yo opino- que la jerarquitis es mala (por lo menos, en las dosis en que se suele presentar) y que queramos –como yo quiero- reducirla lo más posible de nuestras relaciones, no hay que perder de vista su importancia y casi omnipresencia: en todas las organizaciones sociales, en nuestro sistema de creencias, en los cerebros de nuestros prójimos y en el nuestro propio.

En fin, me paro aquí. Cuando empecé a escribir este post quería contar una serie de anécdotas personales relacionadas con la vanidad de ciertas personas que he conocido, cuyas motivaciones casi únicas parecen tener que ver con que se les reconozca un determinado estatus o, más precisamente, con que se les trate como se supone que debe tratárseles dado que se supone que tienen un determinado estatus. Quería hablar de la errónea idea que esas personas tienen sobre la relación entre el respeto (que se les debe a ellos) y el estatus. Me apetecía contar algunas de mis meteduras de pata (y limitaciones prácticas) por no ser lo suficientemente “listo” para acatar eas reglas tan imbuidas de jerarquitis. Pero, como me ocurre con frecuencia, empecé en plan teórico y me he enrollado; así que, las anécdotas personales las dejo para un siguiente post (que no será nada difícil que salga más entretenido que este).

CATEGORÍA: Política y Sociedad

sábado, 7 de abril de 2007

More than words

Bueno, para zanjar el tema de las luchas por amor y similares, K me envía una canción de Extreme, cuya letra dice lo que siente al respecto. Pues vale, la asumo (podría ponerme a discutir pequeños matices, pero no es cuestión de echar más leña al fuego). Que no, que no ... que sí que la asumo, cojo recortes. Pongo una traducción copiada de la Red y luego la versión acústica de Youtube que K me ha enviado.

Más que palabras

Diciendo te quiero
No son las palabras que quiero escuchar de ti
No es que quiera
Que no lo digas, pero si solo supieras
Que fácil sería mostrarme lo que sientes
Más que palabras es todo lo que necesitas para hacerlo real
Entonces no necesitarás decir que me quieres
Porque ya lo sabré

Qué harías si mi corazón fuera partido en dos?
Más que palabras para mostrarme lo que sientes
Que tu amor por mí es real
Qué dirías si quitase esas palabras?
Entonces no podrías hacer las cosas volver a empezar
Con solo decir te quiero

Más que palabras

Ahora he tratado de hablar contigo y hacerte entender
Todo lo que tienes que hacer es cerrar los ojos
Solo alarga tus manos y tócame
Abrázame fuerte y no me dejes marchar nunca
Más que palabras es todo lo que necesito que me muestres
Entonces no tendrás que decirme que me quieres
Porque ya lo sabré

Qué harías si mi corazón fuera partido en dos?
Más que palabras para mostrarme lo que sientes
Que tu amor por mí es real
Qué dirías si quitase esas palabras?
Entonces no podrías hacer las cosas volver a empezar
Con solo decir te quiero

Más que palabras

 
More than words - Extreme (Porno graffitti, 1990)


CATEGORÍA: Todavía no la he decidido

Viernes Santo

Viernes Santo: se recuerda la crucifixión; bueno, toda la jornada fue bastante jodidilla. Hace unos días intenté ver en la tele la peli de Mel Gibson, en la que hablan en arameo y en latín (creo). Pero no aguanté y me fui a la cama. Llevo un rato, en cambio, oyendo el Jesuschrist Superstar, que también es muy adecuado a la fecha. No me importaría volver a ver la peli; ¿no la pasan en algún canal durante la semana santa? Supongo que a estas alturas ya no se considerará blasfema. Cuando la estrenaron (finales del 74, creo recordar) yo estaba en 6º y me acuerdo bastante bien del escándalo que se montó. No se debía ver porque uno ponía en riesgo su salvación eterna. Un año después la vi, muy lejos de España, eso sí.

Recojo mogollón de periódicos atrasados. La tarea me lleva un par de horas porque aprovecho para hojearlos uno a uno. Así puedo leer cosas que olvidé en su día. De todas maneras, las noticias mejoran con el tiempo (si no, no merecen la pena). Han caído, entre muchos otros textos, tres artículos de Mario Vargas Llosa. Hay dos páginas que he recortado para repasar en otro momento. Una sobre barrios empresariales de nueva creación (son dos, ambos en el entorno de Madrid: la "ciudad" del Banco de Santander y el "Distrito C" de Telefónica); el tema me interesa por motivos profesionales. La otra página es un reportaje en el que se advierte de que el esperma de los europeos pierde calidad (Alarma en los bancos de semen). Hay una foto preciosa de un espermatozoide intentando fecundar un óvulo: una esfera azul hundiéndose en una selva de espaguetis anaranjados. (He buscado la imagen en Internet y la he encontrado; es ésta). Me siento tentado de calcular cuántos espermatozoides de calidad me quedan; seguro que todavía unos cuantos en cada eyaculación, pero me temo que no van a fecundar ya ningún óvulo.

Ordenamos los armarios, algo que quería hacer desde hace seis meses. Todavía no están acabados, pero falta poco. Veo la copa Davis y sufro (es viernes santo, de eso se trata). No hay pan para la cena (hoy no abren las panaderías; la ciudad está desierta); quedan cuatro rebanadas de pan de molde. Y la puerta de la casa de K se cerró con la llave puesta por dentro y a las 12 de la noche hay quien quiere y no puede entrar. Cerrajero de guardia mientras me quedo esperando. Y me pongo a escribir por escribir, mientras sigo oyendo el Jesucristo rock. Ah ... me acuerdo de que tengo por algún lado la canción de Herodes, versionada por Axl Rose y Meat Loaf. La voy a buscar y la pongo en este post. ---- El cual ya finalizo porque K ha llegado y se ha hecho tarde.

 
Herod's song - Axl Rose & Meat Loaf

CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas

Luchar por el amor

Me fascina lo claro que se tienen las ideas sobre estos asuntos. Lo digo sin asomo de ironía aunque sí, lo reconozco, con un muy ligero tono reivindicatorio: vale que yo no lo tenga nada claro, pero por muy seguros que otros estén no necesariamente sus verdades me han de ser válidas. Al final, esa es la cuestión. Uno no puede vivir de convicciones prestadas, así que, por mucho que se repita que algo es como es, si no lo siente ... pues no. Y este prefacio viene a cuento de los comentarios que ha suscitado el post del pasado lunes (algunos hechos de forma privada).

Por ejemplo, maik! dice que si no siento ganas de luchar por su amor es porque no la quiero; aunque luego matiza la rotundidad de la frase con un “puede que sea eso lo que ella siente”. Es decir que, recomponiendo ambas oraciones en una sola, quiero pensar que lo que viene a opinar maik! es que “ella siente que no la quiero porque no muestro ganas de luchar por nuestro amor”. Puedo aceptar esta opinión; no puedo en cambio admitir ninguna sentencia del tipo “si A es así entonces B asá”; al menos no referida a mis sentimientos.

Sin embargo, me parece interesante la expresión “luchar por una relación”, justamente porque, como bien dice Marguerite, está tan manida que ha perdido su sentido. Kali también desconfía del término “lucha” y propone “trabajar el amor”. En cualquier caso pareciera existir un cierto consenso en que para que el amor se mantenga es necesario un determinado esfuerzo (llámese lucha, trabajo, como se quiera). Además, de esa forma encaja con un planteamiento muy propio de la moral cristiana: uno sólo se merece aquello por lo que se esfuerza; o también: todo lo que vale la pena (lo bonito) cuesta esfuerzo, luego si algo es fácil es que no vale gran cosa.

Yo, desde luego, no creo que el amor tenga mucho que ver con el esfuerzo. El amor es algo que siento por otra persona y, a mi juicio, es tanto más amor cuanto menos depende de otros factores, cuanto más “gratis” y espontáneo es. Si alguien “lucha” por obtener mi amor (o por mantenerlo o por “construirlo”), percibirlo puede provocar en mí diversos sentimientos, pero difícilmente amor. No digo que no sean sentimientos valiosos (más o menos que el amor), sino que son distintos. Por ejemplo, puedo sentir agradecimiento, puedo sentir ternura, puedo sentir admiración ... Ahora, me parece probable que esos otros sentimientos tengan efectos benéficos sobre el amor que ya existe; por eso, quizás indirectamente, los esfuerzos bienintencionados para mantener una relación amorosa puedan contribuir a “despertar” el amor. Pero éste ha de estar ahí.

Lo que sí creo es que el amor puede ser el motor para luchar por algo, que no es el amor, sino factores diversos de, por ejemplo, la relación amorosa. Es decir, porque te amo y quiero estar contigo, renuncio a este trabajo y me mudo a tu ciudad, por ejemplo. Pero el amor no es resultado del esfuerzo, sino su causa. Y cuidadín con confundirlos, especialmente cuando esos esfuerzos, como he dicho, provocan sentimientos confluyentes que más tarde, quizás, pasen facturas poco agradables. En este nivel sí que entiendo correcta la expresión “luchar por amor”; pero para mí se lucha por esos factores que pueden ser requisitos para el desenvolvimiento real del amor, no se lucha por el amor en sí mismo.

Ahora bien, creo que, sobre todo en las relaciones largas, van trabándose tantos lazos y ligándose tantos “factores” que puede ocurrir que, cuando “luchamos” por conservarlas, no seamos capaces de distinguir los sentimientos que hay ahí y, desde luego, sea muy complicado discernir el amor de todo lo demás que se ha ido añadiendo. Por muy ingenuo que pueda parecer, a mí me gustaría (entre otras cosas porque puedo permitírmelo) que en mis relaciones no se mezclaran con el amor demasiados factores ajenos. Puede que en otra etapa de mi vida (y con otros condicionantes vitales) no sostuviera esto, pero es así como ahora lo siento.

En este marco, más ideal que real, no concibo demasiado que haya de esforzarme en sentir amor. Porque lo que siento (variable a lo largo del tiempo) es lo que siento de forma espontánea. Además, intuyo que no puedo modificarlo conscientemente, mediante mis esfuerzos; yo diría que al contrario, que si me esforzara en provocar en mí la exaltación de esos sentimientos seguramente los estaría menoscabando. Resulta pues que no me cuesta nada amar a K y, en contra de lo que piensa maik!, el amor que siento (en las diversas formas en que lo he ido sintiendo) por K me parece muy bonito aunque, desde luego, no me lo haya ganado (como, en mi opinión, nadie se gana el amor).

Cosa distinta es que ese amor que siento sea el que K quiere sentir; también cosa distinta es que se lo exprese adecuadamente. Me dice Marguerite (y me emociona cómo lo dice) que quien ama necesita saber que el amado también le ama y que eso hay que hacerlo ver no con lógica y honestidad sino expresando el amor, permitiendo al otro que se “sacie” sintiéndose amado. Tienes razón, Marguerite, y lo sé aunque a veces hayan de recordármelo. Pero ...

Pero, en primer lugar, si bien debemos ser conscientes de nuestras inseguridades y, por ende, de las necesidades que de ellas devienen (y, por tanto, atenderlas), eso no quiere decir que debemos “fomentar” esas inseguridades, sino más bien lo contrario. A todos nos gusta sabernos amados, pero quizás (al menos es lo que pienso) deberíamos “evolucionar” para sentir cada vez menos esa necesidad. Y, sobre todo, nuestro amor no debería estar en relación al que recibimos (o al que creemos recibir).

Claro que, como en todo, es una cuestión de equilibrio. Yo procuro ser equilibrado, pero admito que reacciono muchas veces condicionado por mis historias pasadas (como todos, imagino). En todo caso, sigo pensando que si, en una relación, ambos procuraran no estar demasiado atentos a medir la “temperatura” del amor ajeno, puede que se vivieran las cosas y los sentimientos más fluida y plenamente.

Y cuando dije “es lo que hay”, por mucho que suene a lentejas (es verdad, lo reconozco) y por mucho que ni a Kali ni a Marguerite les gusten las lentejas, lo cierto es que, en el amor y en todo, lo que hay es lo que hay. Y no se entienda como una minusvaloración porque bien podría ser que fuera todo lo contrario. No tengamos miedo a las frases que no nos “suenan” bien. En todo caso, lo que pretendía era decir que la naturaleza de mis sentimientos es la que es (y a mí me parece bien), que no puedo ni quiero falsearla y, finalmente, que no está en mi mano cambiarla. Y eso es lo que estoy dando, sin precio (gratis), y sin necesidad de contrapartidas. Es lo que hay (y, en mi opinión, y no sólo en la mía, no está tan mal; pero, en todo caso, no está en ningún concurso).

Acabo convencido, como decía al principio, de que cada convencimiento es íntimo y, por tanto, es casi imposible de transmitir (máxime cuando se está tan poco fino como yo). Sigo pensando que poco tienen que ver el amor y la lucha pero, sin embargo, sí creo que hay sentimientos valiosos (y que orbitan en torno al amor) por cuya permanencia (e incluso crecimiento) merece la pena esforzarse.

 
Cor meu - Franca Masù (Alguímia, 2003)

Canta Franca Masu, una sarda de Alghero, villa preciosa del noroeste de esa isla italiana en la que todavía se habla catalán. Acabo de descubrirla (a la Masu; en Alghero estuve hace muchos años) y suena más que interesante


CATEGORÍA: Todavía no la he decidido

miércoles, 4 de abril de 2007

Duros a cuatro pesetas

Ahora tenemos el euro, así que habrá que actualizar el dicho, aunque no se me ocurre cómo; ¿quizás euros a ochenta céntimos?

Estoy leyendo la última novela de Almudena Grandes; en la página 267 se cuenta que uno de los personajes, en el Madrid asediado de febrero del 39, compraba duros de plata a siete pesetas. Confiaba –obviamente- en que la peseta perdería su valor y que la plata de la moneda de duro valdría en breve más de las cinco pesetas nominales.

En la Barcelona de principios del XX, Santiago Rusiñol montó un tenderete en la plaza de Cataluña ofreciendo duros a cuatro pesetas. Según la anécdota, no vendió ni uno (y así gano la apuesta porque eso era lo que él había dicho que iba a ocurrir); parece que los transeúntes desconfiaban, pensaban que se trataba de moneda falsa, que había algún tipo de engaño, lo que fuera.

No estoy seguro de si la expresión “nadie da duros a cuatro pesetas” se impuso a partir de la excentricidad de Rusiñol o, por el contrario, ésta fue motivada por la existencia previa del dicho; me inclino más por la segunda opción. En tal caso, Rusiñol lo único que hizo fue corroborar cuan profundamente instalada estaba esa creencia en los cerebros barceloneses. Nadie da duros a cuatro pesetas, por lo tanto, si alguien dice que lo hace, es mentira, ni te molestes en comprobarlo.

El personaje de Almudena Grandes hizo algo muy parecido (aunque sea ficción, quiero suponer que esos actos pudieron efectivamente ocurrir en aquellos años) y en la novela tiene éxito. ¿Acaso son (eran) los madrileños menos desconfiados que los catalanes? ¿O quizás se deba a que el margen de ganancia que ofrece el personaje de ficción (40%) es mayor que el que proponía Rusiñol (25%)? Algo puede haber por ahí, porque es sabido que un estafador tiene tantas más probabilidades de éxito cuanto más exagerado (y por tanto increíble) es el beneficio (ilusorio) que ofrece.

Yo, la verdad, también creo que nadie da duros a cuatro pesetas. Y esa creencia me lleva a descartar, sin apenas perder tiempo en echar algo más que un vistazo rápido, los múltiples anuncios de formas de negocio o enriquecimiento rápidas y fáciles. Y las pocas veces que no lo he hecho así lo único que he sacado en claro es que el dicho se cumplía y que, probablemente, era yo el que estaba pagando un duro a cambio de cuatro pesetas (eso cuando llegaban a cuatro).

Ahora bien, la frasecita me la creo en materias pecuniarias, evaluables económicamente. No en muchos otros aspectos de la vida en los que, con harta frecuencia, te encuentres que te dan duros por cuatro pesetas (o por nada) o que eres tú mismo quien lo hace. La explicación radica en que no se trata de duros ni de pesetas. O que, cuando nos empeñamos en valorar esos intercambios, las unidades de medida son subjetivas; por lo que lo que para ti es un duro para mí puede ser una peseta. O que, aunque coincidiéramos en la cuantificación de los valores, el ejercicio resulta inútil porque no estamos haciendo negocios y, a lo mejor, cuantos más duros doy más estoy ganando.

PS: Por cierto, he buscado en la Red referencias a esos duros de plata y no las he encontrado (he dedicado poco tiempo). Sin embargo, compruebo que en 1933 la República emitió monedas de una peseta en plata; posteriormente, en 1937, se emitieron en bronce (las populares "rubias").


CATEGORÍA: Todavía no la he decidido

lunes, 2 de abril de 2007

Notas desordenadas y confusas sobre nuestra relación

Es complicado. No se puede estar demasiado pendiente de cómo va una relación; aquí sería aplicable lo de que el observador modifica el estado de lo observado. Principio de indeterminación de Heisenberg.

Ayer hizo un año y hoy, después de tu desilusión triste, reviso viejos textos. El 4 de abril del año pasado ya escribía sobre el tipo de relación que quería, porque ya habías cuestionado su naturaleza. Dos primeros meses de mutuo descubrimiento. Y mucho amor (a eso me acostumbraste, dices ahora). Ya lo he dicho varias veces: apareciste para permitirme expresar un amor que guardaba, tú rompiste los diques. Contigo tantas emociones encontraron su cauce; supongo que esos dos primeros meses fueron el desbordamiento necesario.

Lo que vivía, lo que sentía junto a ti, unido a tus confusiones, a tus peticiones de definirlo, explican mi Declaración al inicio de junio. Decía entonces que no quería poner nombres, que sólo quería vivir según sintiera ... y ser honesto.

Ya antes del verano, durante el viaje en Italia y los meses después, conversamos en varias ocasiones sobre las relaciones amorosas, sobre la necesidad de ser amado, sobre el intercambio, sobre la exclusividad, sobre el tiempo juntos, sobre la intensidad de los sentimientos y su expresión ...

Empezó el curso y ahora, a posteriori, tengo la impresión de que se cerró una etapa. Quizás acabaron los momentos de los descubrimientos, quizás muchas emociones se habían serenado y fluían sin tanto ímpetu, quizás cotidianas repeticiones amagaban seguridades o compromisos. En todo caso, no lo sé, no puedo contestar a nada con la mínima convicción.

No obstante, seguimos viviendo momentos de alegrías compartidas, ha habido muchos de felicidad intensa, de sentir(me) tan bien; ya sabes, estar en paz, fluyendo desde/hacia mí/ti emociones buenas (amor, por supuesto). Eso ha sido todo este tiempo, hasta ayer mismo.

Porque ayer, tras tu desilusión triste, me dijiste que ya no te quería como antes, que no te trataba como antes. Y que tú necesitas saber que te quiero. Y al acabarse la tarde me pareció que llevabas todo el día empeñada en verlo así, en fijarte en la parte vacía del vaso, en resaltar lo que no te daba y, al mismo tiempo, negarte a dejar que se disolvieran los rencores, los miedos, las inseguridades.

Puede que sea verdad, que tengas razón. Es probable que no exprese mis sentimientos como antes, es probable, incluso, que no me fluyan las mismas sensaciones que antes (y, sobre todo, con la misma intensidad). Y, sin embargo, sé que te quiero, como yo entiendo querer (amar). Me pregunto a mí mismo y, de verdad, no descubro cambios en lo que siento hacia ti. En todo caso, los cambios han sido a más, no a menos. Siento más ahora que antes deseos de que seas feliz.

Pero la cuestión es que no tengo nada claro que lo que yo te doy (o lo que yo pueda darte) sea lo que tú quieres. Siento que tú esperas de mí determinados comportamientos, demostraciones de que te amo de la forma en que tú entiendes (a lo mejor no muy precisamente) que debo (o debería) amarte. No sé si te amo como debería o como tú querrías; pero lo que sé es que el hecho de que tú lo quieras (suponiendo que pudieras precisarlo) no va a propiciar (quizás al contrario) que te ame de esa manera.

Ojo: no me estoy excusando por algunas meteduras de pata en el trato, ejemplos concretos que puntualmente pueden molestarse. Sobre estas incidencias, en la mayoría de los casos, te he dicho que tienes razón y soy consciente de que debo corregir reacciones las más de las veces debidas a mi impaciencia, nervios, lo que sea.

A mí me gustaría que no necesitaras saber que te amo, que no estuvieras tan pendiente (así me lo parece) de si me das todo lo que necesito o de si, en función de ello, mi amor evoluciona en una u otra dirección. Porque creo (naturalmente, puedo equivocarme) que esa atención tuya opera de forma doblemente negativa: en ti, dificultándote disfrutar de tantas cosas maravillosas que vivimos juntos; en mí, coartando la expresión de lo que siento y disfrazándolo en función de los efectos que pueda producir en ti.

Recuerdo una vez que me hablabas de que para ti era importante, si había algo bonito entre ambos, “luchar” por mantenerlo, por no perderlo. Al margen del tópico romántico, el enunciado en sí me resulta poco jugoso. Yo te decía (y te sigo diciendo) que lo importante no es mantener la relación sino ser felices; la relación es un medio, no un fin en sí mismos. Y la disquisición sería simplemente académica (y, por tanto, sin excesivo interés práctico), si no fuera porque, muchas veces, lleva en sí misma un germen peligroso. Intuyo que cuando alguien se está preocupando de “luchar” por una relación, los sentimientos que le dan sentido puede que estén muy agotados. Y, dando un pasito más, se me ocurre que estar demasiado atento al termómetro de una relación (preparado para luchas por ella) es una manera de agostar esos sentimientos.

Claro que no estoy nada seguro de lo que digo. Sin embargo, sólo puedo decirte que yo, aquí y ahora, no voy a “luchar” por nuestra relación. Una de las cosas que hace que te ame es el sentir ese amor como algo que ocurre libremente, sin tasas ni contrapartidas. Lo siento, pero no me casa con ningún tipo de lucha.

Se puede (y seguramente se debe) luchar cuando hay que mantener otras cosas además del amor. Esa era mi situación en mi anterior relación. Probablemente, haya sido el final de esa relación de pareja lo que me ha llevado a pensar (y sentir) lo que pienso (y siento): Seguramente el desmoronamiento de mi vida de entonces es lo que explica mi actual rechazo a lo que llamo los ingredientes “añadidos” al amor, que no creo que sean amor, pero que parece que son consustanciales a las relaciones de pareja. Vale, pero eso no quita que sea sincero en lo que, aquí y ahora, pienso y siento.

Y sincero y honesto contigo he tratado de ser desde el principio, desde hace un año. Quisiera seguir siéndolo, aunque fuera a costa de otras cosas (pero, es que esas otras cosas, se degradarían necesariamente a mis ojos si no fuera honesto: sabes que ya he vivido eso). Pero somos distintos (tú lo dices; yo ya lo sé) y es muy posible que la forma en que te quiero, la forma en que te lo expreso, lo que siento por ti y cómo quiero vivirlo, no te valgan.

En fin, hay lo que hay. Sé que me estoy expresando muy mal. Me gustaría haber sido capaz de hacer un discurso coherente, pero ya veo que no; es cómo si demasiadas ideas incompletas y divergentes se me escaparan y ninguna se concretase de forma lógica. Bueno, acabaré diciéndote que me importas mucho, que suelo estar muy a gusto contigo (en algunos momentos más que en otros, como es natural), que siento con frecuencia que te hago feliz (y eso me gusta) y que, a veces, también siento que me estás pidiendo que sienta o exprese cosas que no siento como me parece que tú quieres que sienta (y eso me entristece). Pero es lo que hay.

 

PS: Buscaba una canción como fondo musical y no me decidía. Al final, ésta; no es mi estilo, pese a lo cual hay que reconocer que es preciosa. Pero si la he elegido es por el título ... claro, que habrás de averiguarlo.


CATEGORÍA: Todavía no la he decidido