martes, 5 de mayo de 2009

Pensión por horas

Yo trabajo en el bar de una pensión por horas; llevo el café a quien hace el amor. Suben y bajan parejas siempre iguales; ya no las veo, ni siquiera con las gafas. Pero me quedé parado allí como un cretino viendo a aquellos dos llegar una mañana: limpios, elegantes, no parecían reales, parecían mismamente dos santos de un cuadro. Me pidieron una habitación, les enseñé la menos asquerosa, la numero tres. Les puse en la cama las sábanas más nuevas y luego, como San Pedro, les di las llaves, las llaves de aquel paraíso. Cerré la puerta sobre sus sonrisas.

Yo trabajo en el bar de una pensión por horas; llevo el café a quien hace el amor. Suben y bajan parejas siempre iguales; ya no las veo, ni siquiera con las gafas. Pero me quedé parado allí como un cretino, al abrir la puerta en aquella mañana gris. Se habían ido, en perfecto silencio, dejando solo dos cuerpos sobre el lecho. Ya sé que no es asunto mío, pero no es justo: morir a los veinte años y además aquí. Me los envolvieron en las sábanas blancas y el último viaje lo hicieron solos; sin flores, sin gente, sólo un furgón. Pero allá donde estén, estarán bastante bien.

Yo trabajo en el bar de una pensión por horas. Subo el café a quien hace el amor. Seré un cretino pero, quién sabe por qué, no me da la gana darle a nadie la llave de la número tres.


Albergo a Ore. Marcella Bella

Hoy he pasado unas horas conversando y almorzando con una persona que lo ha pasado y lo sigue pasando muy mal. Sabiendo lo que ha pasado y lo que le queda y, sobre todo, sabiendo que él lo sabe (todos en realidad lo sabemos, pero no la medida), no he podido sino admirar su entereza y su ánimo. Ha sido un rato muy agradable para los tres comensales pero al despedirnos y venir caminando hacia casa arrastraba conmigo un sentimiento agridulce, una especie de tristeza serena.

Me apetecía escribir un cuento melancólico y así andaba, tecleando bobadas en la pantalla, con la música de fondo en aleatorio. Y enseguida el azar decidió, entre las aproximadamente veintemil canciones que guardo en la biblioteca de iTunes, que sonara esta versión del Albergo a Ore, cuya letra es justamente el cuento que yo quería escribir, aunque se me adelantara en casi cuarenta años un tal Herbert Pagani. Me sentí tentado de transcribir la versión italiana que, a fin de cuentas, era la que deletreaban mis pensamientos, pero habría sido una impostura pues, a diferencia de Pierre Menard con su Quijote, yo no he alcanzado aún a interiorizar la erudición necesaria para tan arriesgadas aventuras intelectuales. Así que mi texto no es más que una pobre traducción a la lengua en la que menos mal me expreso, ejercicio que ni siquiera es original porque ya lo hizo (con mayores licencias) el propio Pagani al adaptar al italiano un tema francés, Les amants d'un jour, compuesto por Margueritte Monnot en 1956 y cantado por Edith Piaf.

Por cierto, resulta que ni yo mismo me acordaba de que este tema, cantado por Gino Paoli, ya lo he usado como banda sonora de un post anterior; entonces escribí un cuento que ahora me viene ya dado. Aparte de melancólico, desmemoriado. Qué se le va a hacer.


CATEGORÍA: Canciones y otras líricas

3 comentarios:

  1. Es un texto hermoso y melancólico. Gracias por la traducción porque, al menos yo, la he disfrutado. Y la canción, también.

    Besos

    ResponderEliminar
  2. Me he perdido entre tus enlaces, tristes hoy, con esa preciosa música de fondo...

    Besos
    Sombra

    ResponderEliminar
  3. Siempre te digo y te repito cuánto me asombra tu capacidad variopinta para contarnos de todo un mucho.
    Esta entrada es viva muestra de ello.

    Un beso

    ResponderEliminar