sábado, 11 de diciembre de 2010

Paréntesis pertinente al brazo amputado de don Ramón María del Valle-Inclán

En el comentario a mi anterior post, me recomienda Lansky la biografía que de don Ramón María del Valle-Inclán (que así gustaba que escribieran su nombre) hizo su tocayo Gómez de la Serna, el Ramón por excelencia (publicada en Austral en 1944). Ya había leído esa obra, pero hace tantos años que apenas la recordaba como un bien trabado rosario de anécdotas que me entretuvo mucho y me hizo tremendamente atractiva la personalidad del genial escritor gallego. Como llevo una semanita o algo más indagando en mis escasos ratos libres sobre Valle he querido aprovechar el consejo lanskyano (suelen ser buenos) y, gracias a la Biblioteca Pública que tengo a pocos metros de mi casa, ayer me conseguí un ejemplar de la mentada biografía. Ya casi la he acabado (se lee fácil y agradablemente) y no me puedo resistir a transcribir en este post parentésico algunas de las descripciones, propias y ajenas, que sobre don Ramón María trae a colación su ingenioso biógrafo. Creo que a mi reconstrucción de la historia que culminó con la amputación de su brazo izquierdo (no del derecho como, Grillo dixit, aparecía en la efigie del Museo de Cera madrileño) le vienen bien imágenes vívidas que recreen el carácter y figura del Marqués de Bradomín.

Valle se instaló por segunda vez en Madrid en 1896 (o en 1897, según afirma Ramón). Julio Cejador y Frauca, un filólogo de descomunal erudición pero de agrio carácter, nada amigo de las vanguardias juveniles finiseculares (abominador especialmente del modernismo y de Rubén Darío) y, por tanto, no muy proclive a simpatizar con Valle, debió conocerlo por aquellas fechas y, siempre según Gómez de la Serna, se refiere a esos primeros años madrileños en los siguientes términos: "Llegó a la corte, presentándose entre los jóvenes como personaje misterioso, aventurero, acuchilladizo y linajudo, que recordaba en el vivir la manera romántica, bien que adobada con cierto aristocrático refinamiento, conforme a la época decadente de los artistas de París. Según esta misma idea románticomodernista, fraguó en su fantasía el tipo de un personaje, hidalgo a la antigua y bohemio a la moderna, todo a la vez, a quien dio por nombre el Marqués de Bradomín, gallego tradicionalista y monárquico chapado a la antigua, linajudo y señor de sus Estados; pero mundano y lascivo, conquistador donjuanesco, refinado en placeres: en suma, en el fondo del alma, un español aristócrata a la antigua española, forrado de los decadentismos de la moderna aristocracia. A este dechado, que tiene no poco del famoso libertino italiano Casanova, acomodó su manera de presentarse en todas partes, ya que no su manera de vivir, por no permitírselo la maldita falta de pecunia; y tal fue el personaje que se propuso retratar en sus obras literarias". Conviene decir que Valle, en La pipa de kif (1919), dedica el poema Aleluya a retratar con brevísimos y burlones versos a los puristas ortodoxos que tan mal le caían y, entre ellos, aparece el ilustre Cejador de quien dice: «Y Cejador, como un baturro / Versallesco, me llama burro».

Sin duda, desde su más temprana juventud, Valle había decidido construirse un personaje y gran medida de su genio era la fidelidad al mismo; supongo que habría algo de "imperativo ético" en ese ajustar disciplinadamente todo el comportamiento personal al modelo elegido. Claro que no cualquiera podía ser Valle aunque lo pretendiera. Dice Ramón que Juan Ramón Jiménez (1881-1958) lo recuerda junto a Rubén Darío en un café madrileño del 1899: "Y al final de su perorata, polícroma, musical, plástica, había siempre una frase dinámica, ascensional, de espesa cauda de oro vivo, que subía, subía, subía, entre el coreo y el vítor generales y daba en lo más alto de su poder un estallido final, el trueno negro, como un gran punto redondo, áureo y rojo un instante, negro luego y desvanecido en lo más negro". Tenía que ser un placer maravilloso escucharle en sus discursos cafeteros (siempre, eso sí, que no fueras tú el objeto de sus frecuentes invectivas); tal como lo cuenta Juan Ramón, fuegos de artificio para los oídos. Si esta anécdota estuviera bien datada, habría ocurrido más que probablemente no muchos días antes del accidente a cuya narración aún no he llegado; sin embargo, el onubense no se trasladó a Madrid hasta abril de 1900 (justamente por invitación conjunta de Francisco Villaespesa y el propio Rubén Darío, por entonces corresponsal en la capital española del periódico argentino La Nación). Así que me temo que cuando el joven Juan Ramón (menos de veinte años tendría) conoció a Valle Inclán, éste ya era manco. No obstante, aunque la anécdota evocada por Gómez de la Serna yerre en la data, imagino que sigue siendo perfectamente válida como descripción del florido verbo del gallego.

Por supuesto, los cafés eran el hábitat por excelencia de esos jóvenes airados de la bohemia literaria, entre los cuales, dice Ramón, Valle "promiscuaba" ... "practicaba el trato humano, se sentaba en el refectorio de los asilos y refugios que son los cafés para pasar la noche, pero de pronto, pareciendo ser un compadre más, levantaba su voz insultativa y ponía como nuevos a los farsantes, feriantes, facinerosos y faranduleros". Gómez de la Serna cita a Pedro de Répide que rememora las airadas pataletas del gallego: "De pronto Valle irguióse y comenzó a increpar a Bargiela que, atónito como cuantos presenciábamos la escena, no podía reaccionar con la misma presteza. Empezó a escupirle salivazos, además de injurias, y entre éstas lanzóle un improperio inédito, que en medio del desagradable incidente me movió al regocijo y a la risa ..." Este Pedro de Répide fue uno de los más célebres cronistas de Madrid y asiduo tertuliano de los múltiples cafés del periodo de entresiglos. Rafael Cansino Assens (a quien Borges tanto admiró), algunos años más tarde, hacia 1916, en su catálogo de "escuelas" madrileñas situaba a Répide en el grupo de Valle Inclán (los "preciosistas y arcaizantes"), pero la amistad entre ambos debía venir desde hace mucho antes, de finales de los años 90, con Valle recién instalado en Madrid y de Répide todavía acabando sus estudios de Derecho y Filosofía y Letras en la universidad madrileña. Cuando Gómez de la Serna publica la biografía que motiva este post, exiliado en Buenos Aires, Pedro de Répide también lo está en Venezuela. Ambos añoraban Madrid y ambos regresaron casi sólo para morir. Primero lo hizo Répide, en el verano de 1947, arriesgándose a las inquinas del régimen por sus ideas liberales y republicanas (amén de su homosexualidad); era ya un viejo achacoso (aunque no tenía sino sesenta y cinco años) y triste, que no duró ni siquiera un año más.

En los cafés madrileños se concentraban esos personajes bajo las batutas dirigentes de unos pocos de ellos; Valle Inclán era, sin duda, de los más destacados. Y luego ... a armar bronca, eso cuando la bronca no se armaba en el propio café. Así lo cuenta de nuevo Ramón: "De los cafés primeros, del café de Madrid –que estaba donde está hoy el Crédito Lyonés– y del de la Montaña salían aquellos bohemios literarios hacia los deseos de escándalo que producía la España de esos tiempos; deseos de ir a la delegación, a la "delega", como se llamaba a la comisaría". Imaginémonos al frente de esas cuadrillas bohemias al que en breve sería el Marqués de Bradomín (llevando del brazo porbablemente a su amado Alejandro Sawa): "Con su nariz de carnaval, con sus quevedos unidos con una cinta negra al cuello y su tirilla putiaguada y atosigante, el empaque de don Ramón era imponente". Y casi acabaré este post trayendo, gracias de nuevo al librito de Gómez de la Serna, las palabras de don Miguel de Unamuno sobre Valle. Me cuesta imaginar dos caracteres contemporáneos más antagónicos (nada más conocerse, riñeron, y pasaron muchos años para reconciliarse). Pues dijo el bilbaíno del gallego: "Vivió, esto es, se hizo en escena. Su vida más que un sueño fue farándula. Él hizo de todo muy seriamente una gran farsa".

Y ahora sí remato y lo hago con el poema que Antonio Machado dedicó a Valle. El sevillano conoció al gallego también hacia finales de los noventa, recién instalados ambos en Madrid, y desde entonces le guardó caluroso afecto. En junio 1932 participó, junto con Unamuno, Américo Castro y muchos otros grandes nombres, en el almuerzo de homenaje a Valle Inclán celebrado en el hotel Palace. No llegarían a pasar cuatro años cuando, el 14 de febrero de 1936, dos días antes de las elecciones que darían el triunfo al Frente Popular, se organizó en el Teatro de la Zarzuela de Madrid un fervoroso homenaje (descaradamente electoralista desde las izquierdas) al escritor recientemente fallecido. Cito del resumen que pubilcó el periódico Ahora: "En nombre de la Comisión organizadora leyó con acento vibrante unas cuartillas de ofrenda María Teresa León. José de Benito llevó la voz del Ateneo en adhesión al homenaje. Federico García Lorca leyó versos de Rubén Darío dedicados a la figura y a la obra del autor de las Sonatas. Luís Cernuda dio lectura a un ensayo de Juan Ramón Jiménez titulado Don Ramón del Valle-Inclán (Castillo de quema). Paco Vighi, narrador llano y donoso, refirió algunas anécdotas de la vida de Valle. Fuera de programa estaba la intervención de una muchacha (Elisa Risco) que, en representación de los lectores de las bibliotecas populares, hubo de asociarse al homenaje fervorosamente. Finalmente, Rafael Alberti, alma de la iniciativa, brillantemente desarrollada en la velada de ayer, leyó unas cuartillas de Antonio Machado dedicadas a Valle-Inclán". Machado no fue, probablemente para no contrariar a la viuda opuesta al acto, aunque se había dicho que él iba a presidir el homenaje. Aunque desconozco la fecha en que estos versos fueron escritos, su excesivo aroma fúnebre y el último terceto sugieren que son algo posteriores al acto; en todo caso, faltaba muy poco para que la escena descrita en el soneto fuera una dolorosa realidad.

Yo era en mis sueños, don Ramón, viajero
del áspero camino, y tú, Caronte

de ojos de llama, el fúnebre barquero

de las revueltas aguas de Aqueronte.


Plúrima barba al pecho te caía.

(Yo quise ver tu manquedad en vano.)
Sobre la negra barca aparecía

tu verde senectud de dios pagano.


Habla, dijiste, y yo: cantar quisiera

loor de tu Don Juan y tu paisaje,

en esta hora de verdad sincera.

Porque faltó mi voz en tu homenaje,

permite que en la pálida ribera

te pague en áureo verso mi barcaje.

5 comentarios:

  1. Miroslav,
    me es gratamente imposible no leer todos tus posts, como los de Lnsky y otros más.

    Si te entretienen la anécdotas aquí tienes otra tangencial a este tuyo:

    Paseaba (el cursi) Juan Ramón Jimenez, por campos de Moguer con no recuerdo qué amigo literato. El 'zenobio' se fijó en una matita, la olió y preguntó qué sería...

    - Heliotropo, maestro. Eso que utiliza usted en su poemas.

    [Adolescencia J.R.J. 'En el balcón, un instante/ nos quedamos los dos solos (...)/y en el aire erraba aún/ un perfume de heliotropos...' (no lo recuerdo completo de memoria.)]

    Sí, se atizaban fuerte entre ellos...

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  2. De ese libro a mi me encanta la anécdota en la que Valle relata como se sentó en un tronco en la selva y este se puso a caminar, pue era caimán, lo embridó y le llevó de vuelta al pueblo. Pero lo más genial es cuando un tertuliano se permite dudar de la veracidad del relato y el autor se encoleriza y le dice que qué sabrá él de saurios, con su ceceo característico

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  3. Lo que yo daría por tener una máquina del tiempo y acudir, de improviso, a esas tertulias donde brillaba el genio y el ingenio en mayúsculas.
    Me fascinan estas entradas tan completas y profundas, Miroslav. Voy a buscar esta biografía.
    Estupendos los comentarios de tus visitantes, igualmente.
    Un beso y gracias siempre

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  4. hace tiempo que no sé de tí, Miros. ¿Va todo bien?

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  5. No me pasa nada, Lansky, gracias por tu interés. Simplemente estoy autosecuestrado hasta el próximo martes por los agobios laborales de fin de año. Un abrazo.

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