Seudónimos
Lo mejor –para mí, claro– de mis comentaristas asiduos es que con frecuencia me obligan a pensar, a fijarme en cosas que hasta ese momento me han pasado desapercibidas. Lansky no es, desde luego, quien menos me suscita estos entretenimientos (lo que debo agradecerle) y ha sido a raíz de un reciente comentario suyo que me he parado a pensar en lo que entiendo yo por seudónimo. Por llevar el asunto genérico a la cuestión concreta de la que nace, la pregunta sería: ¿Podemos considerar Bob Dylan como seudónimo?
Al hilo del reciente post también de Lansky sobre los diccionarios, voy y consulto el de María Moliner, que sé que le gusta más que el Corominas (y no digamos que el de la RAE) y la buena señora me informa de que un seudónimo, además de sinónimo de sobrenombre, es el nombre empleado por un escritor o artista en vez del suyo verdadero. No difiere mucho esta definición de la que, en su tercera acepción, aporta el DRAE y que es "nombre utilizado por un artista en sus actividades, en vez del suyo propio". Lo que entiendo que podemos sacar en claro es que el seudónimo es un segundo nombre distinto del verdadero o propio y ambos, el seudónimo y el nombre "verdadero", coexisten. De alguna manera, la Colomer apunta que el seudónimo es el nombre "falso" en la medida en que se usa en vez del "verdadero"; y calificar de falso al seudónimo, aunque algo forzado a mi juicio, no deja de ser congruente con el origen etimológico del prefijo que lo conforma.
Por supuesto podríamos enzarzarnos en una interminable discusión bizantina sobre el grado de "veracidad" que corresponde al nombre o al seudónimo. ¿En qué medida un nombre es verdadero? En mi opinión en la que mide la parte de la personalidad que nomina. No sé medir si Leopoldo Alas es (o fue) más verdadero que Clarín, pero de lo que no me cabe duda es que ambos, nombre y seudónimo, son verdaderos o, dicho de otro modo, que el seudónimo no es falso. ¿Por qué entonces identificamos Clarín como el seudónimo? A mi modo de ver por la simple razón de que Leopoldo Alas existió siempre como nombre de la persona y, por muy cutre que parezca el motivo, era el que constaba en los documentos oficiales. Añado que, en coherencia con las definiciones del diccionario, la persona llamada Leopoldo Alas eligió llamarse Clarín para identificarse como actor en una faceta de su actividad, la literaria, mientras que siguió queriendo ser Leopoldo Alas en el resto de sus actos. Exactamente igual que yo soy Miroslav Panciutti para escribir este blog (que, lamentablemente, no es La Regenta).
Pero, sin meternos en la complicada y engañosa dicotomía entre verdad y falsedad, lo que es claro es que el recurso a la misma criterio para discernir qué es o no un seudónimo sólo procede cuando coexisten dos (o más incluso) nombres. En mi opinión, si sólo hay un nombre porque cualesquiera otros que pudieran haber existido han sido suprimidos (de iure o de facto), resulta muy forzado calificar a éste, al único nombre actual, como seudónimo, por más que lo haya sido en un origen. Ciertamente, cuando el chavalillo que aún no había cumplido los diecisiete y que quería convertirse en cantante decidió que iba a llamarse Bob Dylan (y en otro momento referiré mi opinión sobre cuánto había en esa elección de homenaje al poeta galés Dylan Thomas), estaba adoptando un seudónimo, pues en principio su elección tenía la finalidad de amparar su actividad musical, mientras que en el resto de su vida cotidiana en Hibbing, Minnesota, seguía siendo Bobby Zimmerman. Sin embargo, cuando ya con dieciocho años, el mismo chaval se mudó a la universidad de Minnesota ya se presentó ante todos como Bob Dylan y, a partir de entonces fue gradualmente "borrando" el nombre oficial, aquél con el que fue inscrito en el Registro Civil, para finalmente oficializar a su vez el nuevo, que no fue sólo el suyo sino también el de su mujer e hijos. Por otro lado, y como simple anécdota, Dylan al nacer fue inscrito, en efecto, como Robert Allen Zimmerman pero en hebreo fue llamado Shabtai Zisel ben Abraham; de esos dos nombres originarios, ¿cuál era el "verdadero" y cuál el seudónimo?
Con lo dicho hasta aquí, no creo que haya dudas de que considero que "Bob Dylan" no es un seudónimo, de la misma forma que tampoco me lo parecen muchísimos otros nombres que no siendo los originarios han sustituido y borrado a aquéllos para pasar a ser la única forma en que el sujeto es nombrado, no sólo por los demás, cercanos o no, sino hasta por sí mismo. Pero es que además, en el caso de Dylan (como seguramente en la mayoría de los casos similares) hay un factor que contribuye a que no me encaje el calificativo de seudónimo y es la voluntariedad consciente de querer cambiar el nombre, con todo lo que eso supone de ruptura simbólica con el yo que había sido para convertirse en uno nuevo. Robert Allen Zimmerman no sólo quería un apelativo "pegadizo" sino también que no sonara a judío. Rechazaba (probablemente por motivos bastante endebles propios de la mezcla de vanidad e inseguridad tan típicas de los adolescentes) lo que era y quería ser otro y ese otro lo fue construyendo con grandes dosis de inventiva (o de mentiras, si se prefiere) y surrealismo. Pero, como fuera y por las razones que fuera, lo cierto es que él hizo voluntariamente a Bob Dylan. Y yo tiendo a pensar que mucho más propio es el nombre que uno elige que el que le eligen otros.
Tal es mi opinión que, afortunadamente, no convencerá a todos. Por ejemplo, la cantante Joni Mitchell, una canadiense que fue amiga y compartió escenarios con Dylan, en una entrevista reciente en Los Angeles Times, declara que "Bob no es en absoluto auténtico, que es un plagiario y que su nombre y su voz son falsas, que todo lo que a él se refiere es un fraude". Es curioso que lo diga quien nació siendo Roberta Joan Anderson y adquirió el Mitchell por vía marital, como es la norma en los USA. ¿Acaso su nombre si es verdadero porque no lo eligió? Pero, aún considerándolo falso, no estoy segura de que ni siquiera Joni considerara que Bob Dylan es un seudónimo, un alias (que en inglés quiere decir un nombre falso), y que, por tanto, diga Robert Zimmerman, a.k.a. (also known as, también conocido como) Bob Dylan. Y simplemente porque al no ser ya Robert Zimmerman el apelativo que nombra a Bob Dylan, Bob Dylan no puede ser ya (aunque alguna vez lo fue) un seudónimo.
Al hilo del reciente post también de Lansky sobre los diccionarios, voy y consulto el de María Moliner, que sé que le gusta más que el Corominas (y no digamos que el de la RAE) y la buena señora me informa de que un seudónimo, además de sinónimo de sobrenombre, es el nombre empleado por un escritor o artista en vez del suyo verdadero. No difiere mucho esta definición de la que, en su tercera acepción, aporta el DRAE y que es "nombre utilizado por un artista en sus actividades, en vez del suyo propio". Lo que entiendo que podemos sacar en claro es que el seudónimo es un segundo nombre distinto del verdadero o propio y ambos, el seudónimo y el nombre "verdadero", coexisten. De alguna manera, la Colomer apunta que el seudónimo es el nombre "falso" en la medida en que se usa en vez del "verdadero"; y calificar de falso al seudónimo, aunque algo forzado a mi juicio, no deja de ser congruente con el origen etimológico del prefijo que lo conforma.
Por supuesto podríamos enzarzarnos en una interminable discusión bizantina sobre el grado de "veracidad" que corresponde al nombre o al seudónimo. ¿En qué medida un nombre es verdadero? En mi opinión en la que mide la parte de la personalidad que nomina. No sé medir si Leopoldo Alas es (o fue) más verdadero que Clarín, pero de lo que no me cabe duda es que ambos, nombre y seudónimo, son verdaderos o, dicho de otro modo, que el seudónimo no es falso. ¿Por qué entonces identificamos Clarín como el seudónimo? A mi modo de ver por la simple razón de que Leopoldo Alas existió siempre como nombre de la persona y, por muy cutre que parezca el motivo, era el que constaba en los documentos oficiales. Añado que, en coherencia con las definiciones del diccionario, la persona llamada Leopoldo Alas eligió llamarse Clarín para identificarse como actor en una faceta de su actividad, la literaria, mientras que siguió queriendo ser Leopoldo Alas en el resto de sus actos. Exactamente igual que yo soy Miroslav Panciutti para escribir este blog (que, lamentablemente, no es La Regenta).
Pero, sin meternos en la complicada y engañosa dicotomía entre verdad y falsedad, lo que es claro es que el recurso a la misma criterio para discernir qué es o no un seudónimo sólo procede cuando coexisten dos (o más incluso) nombres. En mi opinión, si sólo hay un nombre porque cualesquiera otros que pudieran haber existido han sido suprimidos (de iure o de facto), resulta muy forzado calificar a éste, al único nombre actual, como seudónimo, por más que lo haya sido en un origen. Ciertamente, cuando el chavalillo que aún no había cumplido los diecisiete y que quería convertirse en cantante decidió que iba a llamarse Bob Dylan (y en otro momento referiré mi opinión sobre cuánto había en esa elección de homenaje al poeta galés Dylan Thomas), estaba adoptando un seudónimo, pues en principio su elección tenía la finalidad de amparar su actividad musical, mientras que en el resto de su vida cotidiana en Hibbing, Minnesota, seguía siendo Bobby Zimmerman. Sin embargo, cuando ya con dieciocho años, el mismo chaval se mudó a la universidad de Minnesota ya se presentó ante todos como Bob Dylan y, a partir de entonces fue gradualmente "borrando" el nombre oficial, aquél con el que fue inscrito en el Registro Civil, para finalmente oficializar a su vez el nuevo, que no fue sólo el suyo sino también el de su mujer e hijos. Por otro lado, y como simple anécdota, Dylan al nacer fue inscrito, en efecto, como Robert Allen Zimmerman pero en hebreo fue llamado Shabtai Zisel ben Abraham; de esos dos nombres originarios, ¿cuál era el "verdadero" y cuál el seudónimo?
Con lo dicho hasta aquí, no creo que haya dudas de que considero que "Bob Dylan" no es un seudónimo, de la misma forma que tampoco me lo parecen muchísimos otros nombres que no siendo los originarios han sustituido y borrado a aquéllos para pasar a ser la única forma en que el sujeto es nombrado, no sólo por los demás, cercanos o no, sino hasta por sí mismo. Pero es que además, en el caso de Dylan (como seguramente en la mayoría de los casos similares) hay un factor que contribuye a que no me encaje el calificativo de seudónimo y es la voluntariedad consciente de querer cambiar el nombre, con todo lo que eso supone de ruptura simbólica con el yo que había sido para convertirse en uno nuevo. Robert Allen Zimmerman no sólo quería un apelativo "pegadizo" sino también que no sonara a judío. Rechazaba (probablemente por motivos bastante endebles propios de la mezcla de vanidad e inseguridad tan típicas de los adolescentes) lo que era y quería ser otro y ese otro lo fue construyendo con grandes dosis de inventiva (o de mentiras, si se prefiere) y surrealismo. Pero, como fuera y por las razones que fuera, lo cierto es que él hizo voluntariamente a Bob Dylan. Y yo tiendo a pensar que mucho más propio es el nombre que uno elige que el que le eligen otros.
Tal es mi opinión que, afortunadamente, no convencerá a todos. Por ejemplo, la cantante Joni Mitchell, una canadiense que fue amiga y compartió escenarios con Dylan, en una entrevista reciente en Los Angeles Times, declara que "Bob no es en absoluto auténtico, que es un plagiario y que su nombre y su voz son falsas, que todo lo que a él se refiere es un fraude". Es curioso que lo diga quien nació siendo Roberta Joan Anderson y adquirió el Mitchell por vía marital, como es la norma en los USA. ¿Acaso su nombre si es verdadero porque no lo eligió? Pero, aún considerándolo falso, no estoy segura de que ni siquiera Joni considerara que Bob Dylan es un seudónimo, un alias (que en inglés quiere decir un nombre falso), y que, por tanto, diga Robert Zimmerman, a.k.a. (also known as, también conocido como) Bob Dylan. Y simplemente porque al no ser ya Robert Zimmerman el apelativo que nombra a Bob Dylan, Bob Dylan no puede ser ya (aunque alguna vez lo fue) un seudónimo.
It Ain't Me Babe - Johnny Cash and June Carter Cash (en directo hacia 1973)
PS: La canción que acompaña a este post tenía que ser, necesariamente, de Dylan. He elegido ésta porque, aunque en otro contexto, el "no soy yo, no soy yo" del estribillo enlaza con el tema que trato. Pero además, porque la cantan Johnny Cash y su mujer y sé que a Lansky le gusta el hombre de negro (aunque la calidad de esta versión deja bastante que desear) y a ver si así rectifico mi anterior desacierto con Sun Ra. De otra parte, debo señalar la autoría de los dibujos que ilustran este post: los de María Moliner y Dylan Thomas pertenecen a Fernando Vicente; el de Clarín, a José Torres Villa; el de Joni Mitchell es obra del norteamericano Mark Bego; finalmente, el de Dylan es la portada de su magnífico disco de 1975 Blood on the Tracks, una ilustración de Paul Till a partir de una fotografía suya.
Los chimanes bolivianos (Amazonía)reciben de sus padres un nombre de niños que luego se cambian a voluntad por el suyo 'verdadero' que no pueden decir a nadie, porque es secreto y su esencia y puede ser apropiado por un enemigo.Tengo entendido que muchos indios norteamericanos también adquirían su nombre 'verdadero' después de la pubertad, en sueños o pruebas extenuantes.
ResponderEliminarAhora bien, un psedónimo puede tener la función del heterónimo: un nombre de guerra, como dicen los franceses, o de oficio, 'nom de plume', o puede tener la función de ocultar, como ciertamente pasa con los pseudónimos/anónimos tipo Pimpinela Escarlata o los mismos nicks de Internet y los blogs.
En el caso de Dylan es un homenaje,al poeta galés, un heterónimo de trabajo, y finalmente y algo muy frecuente en USA, como bien dices, su nombre adoptado, como los indigenas que menciono en el primer párrafo de esta contestación, su apellido original además es demasiado judío probablemente para la industria musical
(No creas que no aprecio tu paciencia, Miroslav)
Johnny Cash me encanta, claro, pero también y mucho,la Mitchell
ResponderEliminarOtro cuyo nombre ya no es pseudónimo es el de John Wayne, en cuya partida de nacimiento figuraba el impresentable (para un tipo que haría de duro en los western de John Ford y Howard Hawks) Marion Michael Morrison.
ResponderEliminarPero los que más me sorprenden son los nombres con una pegada como la de Robert Mitchum (pegada la del nombre, quiero decir, aunque no dudo que el actor también la tuviera), pues parecen pseudónimos pero son los nombres reales.
El nombre, cualquier nombre, no deja de ser una convención. Y normalmente impuesta: en este caso, el que uno elige es, casi por definición, el que NO puede considerarse "verdadero", porque una de las notas que, a mi juicio, caracterizarían a este es que te haya sido impuesto por otros.
ResponderEliminarPero mi opinión es que, siendo todos los nombres una convención formal, el criterio para establecer cuál es el verdadero y cuáles los seudónimos ha de ser también formal y convencional. Así, creo que "verdadero" es el nombre civil oficialmente reconocido, el que figura en la documentación oficial: pasaporte, escrituras de propiedad, etc. Si Leopoldo Alas fue propietario de algún bien inmueble, probablemente la escritura de este no figuraba a nombre de Clarín. Luego Clarín no era su nombre verdadero.
Así, el de Bob Dylan, que comenzó siendo un seudónimo, pasó a convertirse en nombre verdadero en el momento en que pasó a figurar en sus documentos civiles. Sinceramente no creo que exista otro posible criterio para establecer -si realmente consideramos importante hacerlo- si se trata o no de un seudónimo.
Tal es mi dictamen, que someto a cualquier otro mejor fundado en el sentido común, y todas esas cosas.
Lógica de notario absolutamente impecable, dicho sea con todos mis respetos y aquiescencia. Afortunadamente existen otras formas de realidad además de las d elos registradores de la propiedad, o eso afirman los físicos modernos
ResponderEliminarAl hilo de la elección de nombres, me acabo de acodar de un dato curioso. En España, en general, el nombre de las personas lo eligen los padres, así que ,el que tiene hijos , tiene que llamarlos con un nombre que al menos le agrada.
ResponderEliminarMe contó una chica que en Rumanía eligen el nombre los padrinos ( esa es la tradición) , asi que puedes tener un hijo o una hija con un nombre horroroso que ni siquiera tú has elegido.
Curiosidades de otras culturas.
Sí, Lansky. Existen otras formas de realidad que las de los registradores de la propiedad. Pero la cuestión de si un nombre puede considerarse seudónimo o nombre verdadero no pertenece a ellas. Entra, por derecho propio, en el estricto e interesante campo de realidades que administran los notarios, los registradores y otros funcionarios concienzudos. Si alguien se interesa por semejante asunto, está ya adoptando el punto de vista de un registrador de la propiedad, y solo desde ese mismo punto de vista puede contestársele. Para cualquier otra perspectiva, que un nombre sea o no seudónimo -cuestión en la que os habéis enredado, muy legítimamente, Miroslav y tú, no yo- carece por completo de importancia.
ResponderEliminarEso es, exactamente, lo que pretendía decir con mi anterior comentario. Gracias por ayudarme a aclararlo.
"Sólo desde ese punto de vista puede contetarsele"
ResponderEliminarYa digo, notarios
Te llamaré 'Viernes', digo, 'Bosón'
Yo he escrito "contestársele", no "contetarsele".
ResponderEliminarDoy fe.
Seré más preciso: la cuestión pasó al terreno de lo notarial, exactamente, con este comentario tuyo hecho en el anterior post: Bob Dylan se llamaba Robert Zimmmermamn y adoptó el de Bob (Robert) Dylan, en honor al poeta Dylan Thomas. De él se deriva el posterior post (valga la aparente redundacia, más bien aliteración sobrevenida) de Miroslav, en el que trata de averiguar qué entendemos por nombre verdadero y qué por seudónimo. Que esta averiguación pertenezca por completo al campo de actividades de los notarios y registradores de la propiedad es culpa del orden mismo de las cosas, y que estemos ocupándonos de ella y haciendo todos de notario -unos, claro, mejor que otros- culpa estrictamente tuya.
ResponderEliminarNo se admiten erratas, claro
ResponderEliminarDe acuerdo, ¿qué le debo?
¿Sí? ¿No joda? ¿Por una firmita?
La hostia!!!
No, no, lo de la hostia es dos portales más abajo, donde dice "Parroquia". Lo de aquí se llama "la minuta". Una minucia, vaya, como su propio nombre indica.
ResponderEliminarSeñorita Lupita el hecho de que los padrinos elijan el nombre de los ahijados y no sus padres también ha sido una costumbre muy española hasta no hace tanto. Más que nada porque hasta no hace tanto eran los padrinos y no los padres los que se encargaban de registrar los nombres en cuestión.
ResponderEliminarAmaranta : No lo sabía. Yo pensaba que era una costumbre típica de Rumanía. Ignorancia la mía. Gracias por contarmelo...pero la costumbre española data de hace bastante tiempo no......?
ResponderEliminarEn realidad no los 'llamamos', vienen en cuanto no tomas precauciones. (Y entonces los numeramos)
ResponderEliminarPues de la primera mitad del siglo pasado.
ResponderEliminarIgual, igual que en la cola de la carnicería, Lansky.
ResponderEliminarVanbrugh, en relación a tu primer comentario (me abstengo de intervenir en las sucesivas florituras de estoque entre tú y Lansky), me llama la atención que, a tu juicio, una de las notas que caracterizarían al nombre "verdadero" es que te haya sido impuesto por otros. ¿Y eso por qué? Vaya de entrada que, como creo haber sostenido en el post, la diferencia entre verdadero y falso, por más que etimológicamente subyazca en el significado de la palabra, es para mí irrelevante como criterio para discernir entre nombre "propio" y seudónimo. No obstante, entrando al trapo (aunque mantengo su improcedencia a efectos de mi tesis), hay una larga tradición, que va desde el ocultismo hasta la religión (una forma más pública de ocultismo), de considerar que "encontrar" el nombre forma parte de un ritual simbólico vinculado a la transformación interior, al descubrimiento del "yo verdadero". En tal sentido, mucho más verdadero suele considerarse el nombre que uno se pone (o que le es comunicado por sus espíritus ancestrales) que el que le ponen, tal como, por ejemplo, refiere Lansky sobre los chamanes bolivianos, que no es en absoluto un caso único. En todo caso, y a la espera de que me expliques el porqué de tu afirmación, considero justamente todo lo contrario: que, sin perjuicio de que no tenga nada claro si cuando decimos verdadero hablamos de lo mismo (de hecho no tengo demasiado claro ni siquiera de qué hablo yo), el nombre que uno adopta es, en principio, más "verdadero" que el que le han puesto sus padres (o padrinos, como dicen Lupita y Amaranta). Y lo pienso por la simple y boba razón de que si, en alguna mínima medida y de alguna forma, el nombre refleja la personalidad, podemos convenir en que ser más verdadero cuanto mejor la refleje y podemos presumir (que ya es mucho presumir, lo sé) que uno se sentirá más a gusto con su nombre cuanto más se "reconozca" en él; y ya para acabar esta argumentación extremadamente débil (pero menos que la tuta que es inexistente), podemos admitir que si un tipo se cambia el nombre que le han puesto es porque en el nuevo se reconoce mejor, ergo es más "verdadero". ¿A que no te he convencido?
ResponderEliminarNi falta que hace, porque, repito, la "veracidad" del nombre, amén de ser cuestión irresoluble, se me antoja irrelevante. Admito que dejo sin resolver cuál sería el criterio para distinguir entre nombre y pseudónimo cuando ambos están en uso. Aunque me produce un cierto rechazo estético (las notarías y registros suelen estar decoradas con un gusto espantoso y que minuta sea diminutivo me parece un cruel sarcasmo), me inclino a falta de herramienta mejor por admitir la "oficialidad" como la nota que otorga el título de nombre a uno y de seudónimo al otro. Pero, si uno de los nombres, incluso el que sigue siendo oficial, ha caído en desuso (total o casi totalmente) y no cumple su función básica que es la de nombrar al sujeto, pues todos o casi todos lo ignoran, nadie o casi nadie lo pronuncia para llamarlo o dirigirse a él, etc, etc, entonces, para mí, no hay seudónimo y sólo hay un nombre. Aplicando mi tesis al ejemplo del post, si Dylan no hubiese cambiado oficialmente su nombre y hubiese seguido apuntado como Robert Allen Zimmerman, pero todos lo conociésemos como Dylan igual que ahora lo conocemos (incluyéndose a él mismo), seguiría sosteniendo que Bob Dylan no es un seudónimo sino su nombre, y que Robert Zimmerman, habiéndolo sido, ya no es su nombre ni tampoco, claro está, un seudónimo (ya no es nada).
Por cierto, sin que sirva de precedente (aunque he dejado constancia de abundantísimos precedentes), estoy entusiasta y plenamente de acuerdo con la afirmación de Lansky: "Afortunadamente existen otras formas de realidad además de las de los registradores de la propiedad". Incluso me atrevería a añadir que, con frecuencia, las formas de realidad de dichos señores (y similares) son unas de las más "irreales".
ResponderEliminarMiroslav: Sigue mi respuesta en dos comentarios. Es demasiado larga para uno solo.
ResponderEliminarMiroslav:
No dudo de que hay sociedades, culturas y tradiciones en las que el nombre acaba eligiéndolo el propio interesado tras interesantes rituales. Todos hemos oído hablar de ellas, precisamente porque suponen una rareza. En nuestra propia cultura, desde haceunos dos mil quinientos años, el nombre nos lo eligen y nos lo imponen otros. El propio y personal , y el familiar, que heredamos. Y en muchas otras igual de milenarias o más –la china, la hindú, la árabe…- también. Los padres, los padrinos, los oráculos, los horóscopos… hay una buena variedad de sistemas para hacerlo, pero todos acaban en que alguien, que no es el interesado, elige e impone un nombre para el individuo que nace o que ingresa en la sociedad. No tengo datos, pero así a ojo de buen cubero, y tirando prudentemente por bajo, estimo que un buen noventa por ciento de los seres humanos nacidos durante los tres mil últimos años han llevado toda su vida un nombre que no habían elegido y que les había sido impuesto. En esta estimación aproximada me basé para afirmar, bastante a la ligera, te lo reconozco, porque no es un asunto que me interese especialmente, que una de las notas del nombre verdadero es la de ser impuesto por otros.
Tras tu comentario, y pensándolo un poco más, se me ocurren algunos otros motivos que me reafirman en esta opinión: dices, por ejemplo que “que si, en alguna mínima medida y de alguna forma, el nombre refleja la personalidad, podemos convenir en que será más verdadero cuanto mejor la refleje y podemos presumir (que ya es mucho presumir, lo sé) que uno se sentirá más a gusto con su nombre cuanto más se "reconozca" en él”. Corto párrafo en el que, sin embargo, encuentro así, a primera vista, al menos tres argumentos a favor de mi tesis y en contra de la tuya.
- Primero, la suposición de que en alguna mínima medida el nombre refleje o deba reflejar la personalidad me parece perfectamente infundada y falsa. Como empezaba diciendo mi comentario anterior creo que el nombre propio, como cualquier nombre que demos a cualquier cosa, como el idioma entero, es una convención arbitraria; y en consecuencia creo también que no hay el menor motivo para suponer que el nombre contenga ni refleje nada en absoluto de lo nombrado, ni falta que le hace. La idea contraria me parece corresponder a un estadio de pensamiento –el pensamiento mágico- que la humanidad mayoritariamente superó hace unos tres mil años y del que personalmente no he participado jamás, -y creo que tú, excepto cuando te da por el nominalismo romántico-shamánico, tampoco.
- Segundo, consecuencia de lo anterior, la idea de que un nombre sea más verdadero cuanto mejor refleje la personalidad de lo que nombra me parece igualmente falsa. Suponiendo que considerar “verdadero” a un nombre quiera decir algo, lo único que se me ocurre que pueda querer decir es que sirva para identificar a lo que nombra de modo cierto, inequívoco y unívoco. Como cualquier otra cosa convencional- es decir, que dependa de un “convenio”, de un acuerdo; una vez más: como todo el idioma en general,- un nombre será más verdadero cuanta más gente lo reconozca inequívocamente como tal, es decir cuanto más eficaz y seguramente sirva para su función, que es designar lo nombrado.
- Tercero: de lo hasta aquí dicho se deduce que no creo que un nombre sea más verdadero cuanto más a gusto se sienta con él el nombrado. Si el nombre sirve correctamente para designar al nombrado, que a este le guste más o menos es perfectamente indiferente. Lo que hace verdadero al nombre es, insisto, el eficaz cumplimiento de su misión de designar sin errores. Lo que guste o no a su usuario no tiene nada que ver, y tampoco que “se reconozca” más o menos en él –concepto este que, en realidad, no sé muy bien qué quiere decir-. Si yo me llamara Afrodisio, nombre que no me gusta en exceso, llevara toda la vida oyéndome llamar así y todo el mundo supiera que cuando se habla de Afrodisio Vanbrugh se está hablando de mí, ese sería mi verdadero nombre, gustárame más o menos. Lo demás son leyendas célticas y folklore new age.
ResponderEliminarComo ya le dije a Lansky, no soy especialmente aficionado a las notarías y registros. No creo que ni sus criterios ni su decoración deban extenderse a los terrenos de la vida en los que no tienen nada que hacer. Pero en una cuestión como la de los nombres, que sirven fundamentalmente para saber con cierto grado de seguridad de qué se habla, la verdad es que los criterios notariales y registrales son bastante útiles y no se me ocurre ningún buen motivo para usar otros que no lo sean tanto. De su decoración convengo contigo en que sí, podemos prescindir tranquilamente
Pues yo estoy de acuerdo con Vanbrugh en aquello de que una de las características del nombre es que otros te lo ponen. El primer argumento es evidente, hay una imposibilidad física de que el nombrado al nacer pueda opinar al respecto. Pero es que también es improbable que un ser cuando empieza a hablar sea consciente y pueda nombrarse por si mismo. Con lo cual hay un largo periodo de tiempo en el que el nombre que nos pusieron se va fundiendo con nuestro ser. Una vez alcanzado el tiempo en el que una persona sabe por fin quién es (aunque yo creo que hasta que no mueres dejas de saber muchas cosas sobre ti) y estaría en condiciones de elegir un nombre por si mismo, quizás es demasiado tarde para desprenderse de esa característica externa que te ha dado el nombre que elegieron por ti. La gente ya te ha identificado con él y por mucho que tú decidieras cambiarlo, no puedes cambiar esa identificación que los demás ya han interiorizado con respecto a tu nombre y tu persona.
ResponderEliminarNo obstante para reforzar el argumento de Vanbrugh sobre que el nombre te lo dan otros como algo fundamental, en esos ejemplos que trae Lansky sobre aborígenes son los dioses o espíritus los que revelan el nombre verdadero al sujeto. Con lo cual vuelta a que no es el sujeto quien elege el nombre. Más bien yo diría que es el nombre el que te elige a ti.
O acaso vosotros identificarías mi forma de escribir con otro nick que no fuera Amaranta...¿a que si cambiara de nick sería muy fácil que al leer algo escrito por dijeseis ésta es Amaranta y no ese nick que pone ahí???...
Es curioso como de un post notablemente claro, se ha pasado, y por el mismo autor, Miroslav, pero ya en sus comentarios, a una confusión tan grande que a Vanbrugh, ventajista lógico habitual, le permite lanzarse a saco.
ResponderEliminarSupongo que esto no es lo que consideras una discusión fructífera en busca de la verdad 'a pachas', Miros, sino la retórica que algunos malvados dicen que caracterizaba a Bizancio
Notable la economía de palabras con la que Lansky logra adjudicarme a la vez la culpa y el provecho (??) de lo que llama "confusión". Con semejante habilidad no sé a dónde habría llegado en Bizancio, pero aquí, desde luego, se proclama por derecho propio campeón absoluto de ese ventajismo predador que, naturalmente, él me atribuye a mí. Me parece bien, que conste, es el ABC de una estrategia en la que es maestro.
ResponderEliminarTemo más lo plúmbeo que lo frívolo, lo cual es lógico, porque de los pedantes, esto es, los expertos, nunca se aprende nada útil
ResponderEliminar(Y no va por tí, maestro)
Evidente que no va por mí (gracias por lo de maestro). Probablemente soy plúmbeo, pero lo que seguro soy, y a mucha honra, es frívolo.
ResponderEliminarY, a Dios gracias, no soy experto en absolutamente nada. Como cualquiera puede apreciar.
ResponderEliminarLansky, las discusiones bizantinas a mí me divierten mucho (seguro que a Vanbrugh, también). De otra parte, no creo que haya mucha confusión en lo que escribimos y la que hay, derivada sobre todo de escribir con cierto apresuramiento, se va matizando y ajustando en las sucesivas intervenciones. Y sí, si considero esta "metodología argumentativa" una forma fructífera de búsqueda de la verdad (amén de una manera muy entretenida de pasar el tiempo que en estos momentos no me puedo permitir). Y aprovecgo para decirte que la distinción que surgió en tu blos sobre discutir "para ganar" o "para aprender" nada tiene que ver con la bondad o maldad de los interlocutores sino, en todo caso, son dos ejemplos de juegos de suma cero (la primera forma) o de suma positiva (la segunda). Que sé que te gusta la teoría de juegos.
ResponderEliminarVanbrugh: me ha interesado mucho tu réplica a mis (ya lo reconocía) endebles argumentos. Pero creo que hay también preocupantes fisuras en tus pilares lógicos y a ver si esta tarde, con más calma, te los expongo. De otra parte, el comentario de Amaranta apunta muy certeramente a un factor absolutamente central que todos hemos preferido obviar (reconozco que yo, en alguna medida, interesada y por tanto tramposamente).
ResponderEliminarSí, Miros, pero sigo pensando y opinando que así como tu post era claro, tus largas respuestas no lo son en absoluto y de ahí que lo de que se va mejorando conforme se discute no siempre es cierto y además que:
ResponderEliminar1) hayan dado lugar a las respuestas largas así mismo de Vanbrugh, y
2) sean calificables de bizantinas tus correcciones/comentarios
Os complicáis demasiado. El nombre verdadero es el que pone en tu partida de nacimiento y el seudónimo es cómo quieres que te llamen.¿Para esto tantos comentarios? ;)
ResponderEliminarLansky:
ResponderEliminar0) Asumo modestamente que mis largas respuestas no sean claras. Procuraré mejorarlas. Obviamente no siempre se va mejorando conforme se discute, pero si se discute respetando las reglas de la lógica (y de la pertinencia), lo más probable es que sí se avance. ¿O no es así como avanza el conocimeinto humano?
1) Las respuestas largas de Vanbrugh (como sus posts) son una delicia, llenas de "chicha" para pensar, y "re-discutir", abriendo nuevas líneas argumentativas. La famosa máxima de Gracián es, en la mayoría de los casos, una estupidez; lo bueno, si largo, mejor.
2) También estoy dispuesto a aceptar que califiques de bizantinas a mis correcciones/comentarios. Yo diría incluso que toda la discusión es bizantina. Propongo, de hecho, que reivindiquemos el bizantinismo, despojando el término de sus connotaciones peyorativas.
De acuerdo, bizantinas, pues, siempre que no salgamos del campo estricto de la teología y no llamemos en nuestro auxilio a Wittgenstein, Russell, Cantor, Godel, Hillbert o Frege
ResponderEliminar(Tu abierto talante denota simplemente que vas a mojar gratamente en Italia: soy un burdofisiologista)
Gracias, Miroslav. Las discusiones, cuanto más bizantinas mejor, son una de las cosas con las que mejor me lo paso. Me consta que a tí te pasa lo mismo, y sospecho que a Lansky, Amaranta y el resto de contertulios, también.
ResponderEliminarA Lupita parece que menos, ha resumido eficacísimamente en una frase de veintiun palabras la misma opinión que yo he diluido a lo largo de seis o setecientas. Así no hay discusión que prospere, mujer.
Vanbrugh : Era una broma.....
ResponderEliminarUna broma muy bien traída, Lupita. E insisto: en veintiún palabras has resumido lo fundamental de mi opinión.
ResponderEliminarVaya de entrada que en mi anterior comentario ya era muy consciente de la debilidad de mis argumentos. No obstante, sí me gustaría cuestionar tu tajante afirmación de que es infundado y falso suponer que el nombre deba reflejar, en alguna mínima medida, la personalidad del nombrado. Tienes razón en que la idea de que el nombre propio contenga o refleje algo de lo nombrado pertenece (tiene su origen) al pensamiento mágico. En lo que no estoy tan de acuerdo es en que ese estadio de pensamiento haya sido superado por la humanidad (ni siquiera mayoritariamente). No voy a decirte que tampoco crea que tú lo has superado, ya que aseguras que nunca has participado de él, pero, en contra de lo que piensas, y a pesar de mi arraigadísimo racionalismo, escepticismo y materialismo, yo desde luego, reconozco en mi pensar, componentes de ese estadio de pensamiento.
ResponderEliminarPor tanto, como creo que todavía hoy el pensamiento mágico pervive en gran medida, aunque no sea en el plano denotativo o explícito, es que pienso que, siendo verdad que el nombre es convencional y que no es falso lo que dices de que tanto más verdadero será cuanto más sea reconocido para identificar al nombrado, también en alguna pequeña medida hay en el nombre propio un cierto componente mágico que sería el que pretende dotar de significado al nombrado. De hecho, lo que no es exactamente cierto es que, como dices, el nombre propio sea tan convencional como cualquier otra palabra del lenguaje. No, los nombres propios significan, al menos en su origen, algo; y al "asignárselos" a alguien (normalmente a tu hijo) se eligen por su significado. Ya no es tan así, pero desde luego, se siguen eligiendo muchísimas veces porque se les otorga un significado, aunque no sea el etimológico. Yo me llamo como me llamo por la devoción de mis padres a nuestro Santo común, bajo cuya advocación quisieron ponerme; ¿no te parece eso pensamiento mágico?
Dicho lo anterior, reconozco que lo importante en un nombre, en muchísima mayor medida que mis argumentos romántico-shamánicos (me ha encantado el término), es que sea reconocido por la mayoría para identificar al nombrado. O sea que te doy la razón en un 95%, pero me reservo un pequeño escape del 5%. En todo caso, como ya decía en el post, tampoco diría que se trata de verdad o falsedad. Es más, aunque tal sea el origen etimológico de la palabra seudónimo, creo que llevar la discusión a ese plano es improcedente. Me parece mejor considerar nombre el "oficial" y seudónimos cualesquiera otros, siempre que no haya excesivo desequilibrio en el conocimiento de uno y otro; es decir, que si casi nadie identifica a la persona por el oficial sino por el seudónimo, para mí, este pasa a ser el nombre. En este punto niego tu criterio general usando tu propio argumento: " Lo que hace verdadero al nombre es el eficaz cumplimiento de su misión de designar sin errores" (y añado sea o no el oficial).
Por último, como bien dice Amaranta, lo normal es que uno, como lleva el nombre desde antes de ser consciente de que es, la propia conciencia de su ser se le forma asociada al nombre. Por tanto, lo normal es que estemos a gusto con nuestro propio nombre y también en mis términos mágicos sea éste el nombre "verdadero". Aunque hay algunas excepciones, como Bob Dylan.
Vale, Miroslav. La próxima vez que te compres un bien inmueble, regístralo a nombre de Sr. Panciutti, a ver qué pasa. Entre mis criterios para la "veracidad" del nombre, no sé si lo recuerdas, además del reconocimiento mayoritario y sin errores estaba, y lo considero más fundamental aún, el de la seguridad. Sin duda se debe a mis querencias registrales. (Me compraré una mesita de cristal y tubo de aluminio y le pondré encima varios números atrasados del boletín oficial del Colegio de Notarios y Registradores. También he visto una litografía muy mona, que quedaría estupendamente en la pared entelada en color caca de oca...)
ResponderEliminarPor mi parte, en nuestro próxima común onomástica -por cierto: yo me llamo así porque mis padres quisieron que alguien de la familia se llamara igual que mi abuelo, es una cuestión afectiva, ninguna magia en ello- te regalaré una de esas tarjetitas que venden en las papelerías, donde explica el significado de nuestro nombre y los rasgos característicos de quienes lo llevan. Muy útil para tus investigaciones shamánicas.
¡Feliz Semana Santa!
No creo Miraslov, que Bob Dylan sea una excepción a lo que yo comentaba. Los seudonónimos o los nombres artísticos se suelen adoptar cuando te quieres mostrar a un conjunto de personas que no es el habitual donde tú ya tienes una identificación. Con lo cual Bob Dylan, Sara Montiel, Shakira, son nombres que se han fusionado junto al desarrollo artístico de alguien que por motivos de marketing y/o personales así los han adoptado. Pero supongo que estas personas en su ámbito personal nunca fueron ni Bob, ni Sara ni Shakira.
ResponderEliminarAmaranta, no lo sé en relación a Shakira ni a Sara Montiel; en cuanto a Bob Dylan, el cambio de nombre lo hizo con 16/17 años (en un mes cumple 70). Ten en cuenta que el nombre (Robert = Bob) no lo cambio, tan sólo el apellido. Aunque como puedes imaginar nunca lo he tratado personalmente, estoy prácticamente seguro de que en su ámbito personal ha sido para todos sus cercanos, durante al menos los últimos cincuenta años, Bob Dylan.
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