La sentencia de Marta del Castillo
Este domingo me he leído la larguísima sentencia del caso de Marta del Castillo. Durante los casi tres años transcurridos desde su desaparición no he conocido casi nada del asunto, aunque desde luego ha sido inevitable enterarme del crimen y tener una idea poco precisa de las circunstancias atroces que repetidamente aparecían en los medios de comunicación. Una chiquilla sevillana que había sido asesinada por unos amigos después de ser violada y cuyo cadáver no se había encontrado pese a los esfuerzos de la policía. Supongo que si poca atención he prestado a este asunto ha sido por un inconsciente mecanismo de defensa psicológica que, entre otras cosas, me hace eludir impulsos empáticos, ponerme a pensar en esa muchacha, en sus padres –sobre todo– que ni siquiera la han podido enterrar, en unos chavales capaces de hacer tanto mal sin que parezca que les afecte en lo más mínimo ... También influía en mi apartamiento una cierta sensación de rechazo, casi de asco, al tratamiento mediático.
El viernes salió la sentencia que condena al asesino confeso a veinte años sólo por el homicidio y absuelve a los otros tres imputados (al "Cuco" ya lo había condenado el Tribunal de Menores por encubrimiento). Como era de esperar, las reacciones "populares" han sido de indignación pues lo "justo" habría sido que todos los imputados hubieran sido condenados. Un impresentable presentador de telebasura afirmó el sábado que "desde ayer muchísima gente en este país ha dejado de creer en la justicia". Veo en una encuesta online de un periódico nacional que a la pregunta de si considera justa la sentencia, el 97% contesta negativamente. Naturalmente, ninguno de ellos ha leído la sentencia, para qué, si ya todos ellos habían emitido la suya propia de antemano. Porque de lo que se trata en casos así, cuya gravedad objetiva se amplifica impúdica y morbosamente por los medios, es de castigar rotundamente. La sangre llama a la sangre y lo de menos es probar con certeza la identidad de los criminales.
La presión mediática también la notan los Tribunales. Si no, cuesta entender el prolijo desarrollo expositivo que hace la sentencia de cada detalle relevante así como las abundantes referencias jurisprudenciales. Sin embargo, no he leído (tampoco he buscado mucho) ninguna valoración del texto del Tribunal, como si a todos les diera igual su corrección jurídica. Llamativo es que se dediquen varias páginas a argumentar algo que se me antoja superfluo: que el derecho a la presunción de inocencia de todo imputado significa que corresponde a la acusación probar sin dudas razonables, con las garantías inherentes a un proceso judicial, que es culpable. Si no se puede probar, el Tribunal debe absolver. En este caso, el único elemento acusatorio contra los absueltos (incluyendo al Cuco, a quien no se juzgaba) eran las confesiones de los implicados, numerosísimas, incoherentes y contradictorias entre sí. Pero, sobre todo, incompatibles con las escasas pruebas objetivas, básicamente los restos de ADN encontrados en la casa donde Marta fue asesinada y las llamadas entre móviles que permiten localizar dónde estaba cada uno de ellos en las distintas franjas horarias.
No se ha probado, por ejemplo, que la chica fuera violada y el Tribunal entiende que no lo fue, ni tampoco muerta por estrangulamiento sino de un fuerte golpe en la sien. Esa imputación provenía únicamente del condenado (la dijo, con variantes, en dos de sus diez confesiones) y, sin embargo, es algo de lo que parecía convencida la gran mayoría de los medios. ¿Por qué esa preferencia mediática por la más atroz y morbosa de las diez confesiones? Pero también cabe preguntarse por qué iba a soltarla el acusado si con ella se añadía otro cargo más. Según él por presión policial (poco creíble) pero, fuera cual fuese el motivo, no es en sí misma una prueba, y por ello ha sido absuelto de ese delito. Yo, por supuesto, no tengo ni idea de si los otros imputados han tenido o no participación en el crimen. Incluso con los datos disponibles de las llamadas de los móviles y la ausencia de ADNs incriminatorios, cabe elucubrar sobre sus culpabilidades. La propia sentencia establece que hubo al menos una tercera persona involucrada en la eliminación del cadáver. Hasta he de reconocer que, como muchísimos en este país, tiendo a pensar (probablemente influido por lo que me han hecho saber los medios) que esos otros individuos no son ajenos al crimen. Pero la cuestión no es mi pálpito, ni siquiera los de los magistrados. Lo relevante es si se pueden probar las acusaciones, y no se ha podido.
Naturalmente, muy distinto habría sido todo si se hubiera dispuesto del análisis forense del cadáver. Pero el desalmado del asesino se ha negado tenazmente a declarar verazmente dónde está o quizá sea cierto que lo arrojaron al Guadalquivir y la policía no ha sido capaz de hallarlo, a pesar de los intensísimos rastreos. Puedo entender que a más de uno se le pase por la cabeza que lo que habría que haber sometido a tortura al tal Carcaño para obligarle a confesar dónde se había desecho del cuerpo de la chica. Pero, claro, admitir métodos así es abrir la caja de Pandora. Aunque, tristemente, ya está bastante abierta en cuanto a la Justicia, que tan a menudo confundimos con venganza.
El viernes salió la sentencia que condena al asesino confeso a veinte años sólo por el homicidio y absuelve a los otros tres imputados (al "Cuco" ya lo había condenado el Tribunal de Menores por encubrimiento). Como era de esperar, las reacciones "populares" han sido de indignación pues lo "justo" habría sido que todos los imputados hubieran sido condenados. Un impresentable presentador de telebasura afirmó el sábado que "desde ayer muchísima gente en este país ha dejado de creer en la justicia". Veo en una encuesta online de un periódico nacional que a la pregunta de si considera justa la sentencia, el 97% contesta negativamente. Naturalmente, ninguno de ellos ha leído la sentencia, para qué, si ya todos ellos habían emitido la suya propia de antemano. Porque de lo que se trata en casos así, cuya gravedad objetiva se amplifica impúdica y morbosamente por los medios, es de castigar rotundamente. La sangre llama a la sangre y lo de menos es probar con certeza la identidad de los criminales.
La presión mediática también la notan los Tribunales. Si no, cuesta entender el prolijo desarrollo expositivo que hace la sentencia de cada detalle relevante así como las abundantes referencias jurisprudenciales. Sin embargo, no he leído (tampoco he buscado mucho) ninguna valoración del texto del Tribunal, como si a todos les diera igual su corrección jurídica. Llamativo es que se dediquen varias páginas a argumentar algo que se me antoja superfluo: que el derecho a la presunción de inocencia de todo imputado significa que corresponde a la acusación probar sin dudas razonables, con las garantías inherentes a un proceso judicial, que es culpable. Si no se puede probar, el Tribunal debe absolver. En este caso, el único elemento acusatorio contra los absueltos (incluyendo al Cuco, a quien no se juzgaba) eran las confesiones de los implicados, numerosísimas, incoherentes y contradictorias entre sí. Pero, sobre todo, incompatibles con las escasas pruebas objetivas, básicamente los restos de ADN encontrados en la casa donde Marta fue asesinada y las llamadas entre móviles que permiten localizar dónde estaba cada uno de ellos en las distintas franjas horarias.
No se ha probado, por ejemplo, que la chica fuera violada y el Tribunal entiende que no lo fue, ni tampoco muerta por estrangulamiento sino de un fuerte golpe en la sien. Esa imputación provenía únicamente del condenado (la dijo, con variantes, en dos de sus diez confesiones) y, sin embargo, es algo de lo que parecía convencida la gran mayoría de los medios. ¿Por qué esa preferencia mediática por la más atroz y morbosa de las diez confesiones? Pero también cabe preguntarse por qué iba a soltarla el acusado si con ella se añadía otro cargo más. Según él por presión policial (poco creíble) pero, fuera cual fuese el motivo, no es en sí misma una prueba, y por ello ha sido absuelto de ese delito. Yo, por supuesto, no tengo ni idea de si los otros imputados han tenido o no participación en el crimen. Incluso con los datos disponibles de las llamadas de los móviles y la ausencia de ADNs incriminatorios, cabe elucubrar sobre sus culpabilidades. La propia sentencia establece que hubo al menos una tercera persona involucrada en la eliminación del cadáver. Hasta he de reconocer que, como muchísimos en este país, tiendo a pensar (probablemente influido por lo que me han hecho saber los medios) que esos otros individuos no son ajenos al crimen. Pero la cuestión no es mi pálpito, ni siquiera los de los magistrados. Lo relevante es si se pueden probar las acusaciones, y no se ha podido.
Naturalmente, muy distinto habría sido todo si se hubiera dispuesto del análisis forense del cadáver. Pero el desalmado del asesino se ha negado tenazmente a declarar verazmente dónde está o quizá sea cierto que lo arrojaron al Guadalquivir y la policía no ha sido capaz de hallarlo, a pesar de los intensísimos rastreos. Puedo entender que a más de uno se le pase por la cabeza que lo que habría que haber sometido a tortura al tal Carcaño para obligarle a confesar dónde se había desecho del cuerpo de la chica. Pero, claro, admitir métodos así es abrir la caja de Pandora. Aunque, tristemente, ya está bastante abierta en cuanto a la Justicia, que tan a menudo confundimos con venganza.
La Ballata del Michè - Teresa de Sio (Faber, amico fragile, 2000)
Actualización: Varias veces me he referido en este blog a las frecuentes casualidades que sorprenden mi cotidianeidad, contrapuntos desconcertantes a mis rutinas. Ayer, cuando publiqué este post, era ya tarde y estaba cansado; quería acostarme y seguir un rato con el libro que tengo entre manos. Así que, contra mi costumbre, casi regla, no acompañé el texto de la correspondiente canción. Además, a bote pronto, no se me ocurría ningún tema adecuado para tan escabroso asunto. Esta tarde, mientras caminaba de vuelta de la oficina hacia la parada del tranvía, iba pensando desordenadamente en varias cosas. Me acordé de repente de que había leído en la sentencia que en la cárcel el condenado había amagado con ahorcarse; amagado, no más, pues los pies los tenía apoyados en el suelo cuando lo encontraron. Me vino a la cabeza la idea de que quizá eso, suicidarse de veras, era lo que tendría que hacer si no fuera un desalmado incapaz de cualquier remordimiento. La Ley del Talión, sí, pero voluntariamente autoinfligida, lo cual cambia bastante las cosas. Fue apenas un fogonazo neuronal, al que tampoco le habría dedicado más tiempo si no hubiese sido porque, justo en ese momento, me empezó a sonar en el Ipod el tema que acabo de subir. Se trata de una canción de Fabrizio de André, cantada por Teresa de Sio en un fantástico concierto homenaje al catautor celebrado en 2000 en Génova, su ciudad natal. Primer flash: el protagonista es un chico llamado Miguel (Michè), como el asesino de Marta del Castillo. Pero lean los primeros versos: Cuando han abierto la celda / era ya tarde porque / con una cuerda al cuello / frío pendía Miguel. /Todas las veces que un gallo / oiga cantar pensaré / en aquella noche en prisión / en la que Miguel se colgó. / Esta noche Miguel / se ha colgado de un clavo porque / no quería pasar veinte años en prisión. También se trata de un condenado por asesinato, aunque su crimen, tal como lo narra De André, es desde luego mucho menos repulsivo que el sucedido hace tres años en Sevilla. Pero no me digan que no es una extraña coincidencia: ¿será que tengo poderes inconscientes para programar mi Ipod?
Los jueces deben estar aterrados ante la vindicta pública por no saber cómo contentar a esa fiera picada en sus costillas.
ResponderEliminarDa gusto encontrar un poco de cordura, entre tanto bombo mediático. Yo también me he leído la sentencia y opino igual: bastante que le han caído 20 años a Carcaño con las pruebas que había. Es más, la justificación que hace para acusarle de asesinato está más que forzada, cuando lo aparente en la declaración que se da por buena es un homicidio casi imprudente. Lo siento por los padres de la chica, pero sin cadáver poca cosa ha podido hacer el Tribunal.
ResponderEliminarLa gente reclama justicia, pero en realidad quieren venganza, un sentimiento menos matizable o elaborable intelectualmente pero más lógico emocionalmente. Y es en ese sentido, el de la venganza, en el que la sentencia es decpecionante, impecable jurídicamente, en cambio.
ResponderEliminarEs inevitable que la gente pida venganza, y creo que una de las funciones de la Justicia institucional es dar alguna clase de salida a esa necesidad. No pido que la Justicia sirva para vengarse, pero sí que sirva para evitar que la gente desee vengarse, para que tenga la sensación de que 'se ha hecho justicia'. Algo funciona mal cuando con tanta frecuencia sucede que tanta gente se queda con la sensación de que la Justicia, tal como funciona, no le sirve. Es fácil pensar que lo que funciona mal es la gente, pero no me parece muy útil. Quizás habría que empezar a preguntarnos también si no hay algo mal planteado en las leyes y en los mecanismos judiciales, porque lo cierto es que, cada vez por más caminos, la impresión general es que la Justicia sirve para muy poquito. Y una impresión general así es francamente peligrosa.
ResponderEliminarpues a mí ese montonazo de 'ciudadanos' a los que ni les va ni les viene la pobre víctima, protestando por la blandura de la sentencia, me parecen una masa/horda linchadora, así que, a la inversa que Vanbrugh, sí pienso que el problema es -en este caso al menos- la gente, y su penosa educación
ResponderEliminarPues sí, son una horda linchadora bastante dsagradable, y lo que el instinto pide de entrada es opinar lo contrario que ellos y ponerse en el otro lado. Pero por un lado me molesta que las masas linchadoras me dicten mi opinión, aunque sea por vía negativa y de rechazo. Por otra tengo los suficientes años como para saber que la razón no está nunca del todo, ni tampoco deja nunca del todo de estar, en ninguno de los lados; y por pequeña que sea, no quiero ignorar la poca razón que puedan tener. Y por último, con razón o sin ella, una masa social crecientemente descontenta de las instituciones, la Justicia señaladamente entre ellas, y crecientemente dispuesta a actuar al margen de ellas, es un serio problema en potencia que las personas razonables, además de deplorar y lamentar desde nuestra ecuánime superioridad intelectual, deberíamos empezar a pensar cómo se puede resolver.
ResponderEliminarY yo me reitero en que por desastrosa y lenta que sea la justicia, la prefiero a las masas vindicativas cuando no linchadoras, insisto
ResponderEliminarDavid: Más que por no contentarla, deben estar aterrados por no ser capaces de apaciguarla. Sus esfuerzos en ese sentido son notorios, como ya he escrito, en una sentencia muy prolija, en especial en la explicación de la presunción de inocencia.
ResponderEliminarCarlos: También yo pensé que la calificación de asesinato, a partir del supuesto que se da por bueno, podría ser algo excesiva. Supongo que lo repentino del golpe, sin que aparentemente se "explique" por el progresivo acaloramiento de la discusión, es lo que convenció a los magistrados de la alevosía del acto. En todo caso, las propias circunstancias del crimen, relevantes para la tipificación penal del delito, se mantienen en el terreno de las hipótesis (por más que el juez las considere hechos probados) y, probablemente, en la decisión ha influido la presión mediática del caso.
Lansky: En efecto. El deseo de venganza parece ser una pulsión de nuestra naturaleza, quizá la tengamos inscrita en los genes, no sé.
Vanbrugh: La Justicia podría servir para que la gente deseara evitar vengarse si las sentencias de los Tribunales, mayoritariamente, se acercaran mucho más a la idea que en cada caso la gente considerara que satisface sus deseos de venganza. Supongo que la proscripción de la venganza privada se logró atribuyendo al poder judicial esa función de satisfacer las pulsiones vengativas, no sólo de las víctimas sino del "populacho" en su conjunto. Sin embargo, me parece un camino peligroso, del cual ya hemos avanzado un buen trecho, cual es la confusión en cuanto al contenido y límites de la Justicia. En este caso al menos, tengo la impresión de que lo que ha fallado no ha sido la Justicia sino la investigación policial, al no conseguir reunir pruebas suficientes para poder estar seguros de que los absueltos eran culpables.
Lansky & Vanbrugh: Tiendo a coincidir con el primero en que, en este caso al menos, el problema principal radica en la gente y "su penosa educación". Penosa en el sentido de que es una pena que la humanidad no haya conseguido todavía mitigar su pulsión vengativa (aunque, ciertamente, más lamentable es todavía que haya especímenes que parecen carecer de mecanismos autolimitadores de su capacidad de hacer mal). De otra parte, estoy de acuerdo con Vanbrugh en que la existencia de "una masa social crecientemente descontenta de las instituciones, la Justicia señaladamente entre ellas, y crecientemente dispuesta a actuar al margen de ellas, es un serio problema" y, como ante cualquier problema, hay que esforzarse por resolverlo. Pero me temo que el camino no es la reforma de la Justicia para que sea más compatible con las ansias linchadoras de la opinión pública, opción muy peligrosa y probablemente contraproducente. En mi opinión, los esfuerzos deberían dirigirse a amortiguar esa pulsión colectiva de venganza, en vez de alimentarla morbosamente. Soy un ingenuo, lo sé.
Tampoco yo he dicho que el camino sea reforzar la Justicia para que sea más compatible con las ansias linchadoras de la opinión pública. Ni lo pienso. Pero sí pienso que una de las medidas imprescindibles -no 'el camino', no creo que existan recetas únicas e infalibles- es, desde luego, reformar a fondo la Justicia. No para eso que dices: simplemente para que funcione y deje de ser el cachondeo lento, politizado y escandalosamente arbitrario en tantas ocasiones que es, no solo a los ojos de las hordas linchadoras sino a los de cualquiera que la mire objetivamente.
ResponderEliminarYy para reclamar eso tan 'justo', Vanbrugh, utilizas d e pretexto precisamente una sentencia bastante ponderada y que no se deja presionar por opiniones públicas ni turbas linchadoras...pues no veo tu forma de razonar en este caso
ResponderEliminarNo, no la utilizo de pretexto. Como suele suceder en los blogs, la 'conversación' ha ido por ahí y ha acabado saliendo ese asunto en un post que hablaba de esa sentencia. No por elección mía.
ResponderEliminarPodría, desde luego, haberme callado mi opinión en atención al asunto del post, para no 'contaminar' una con otro. Pero casi nunca lo hago así, no me parece que haga falta.
No entiendo las comillas, por cierto, que le has puesto a "eso tan 'justo'" que reclamo. Si no te parece que lo sea, me gustaría saber por qué. Y si sí te lo parece, ¿a cuento de qué las comillas?
las comillas sirven para dos cosas, gramático mío: 1) para citar textualemnte, 2) para señalar que el sentido de lo escrito no es literal, 'listo'
ResponderEliminarEs obvio que la presión mediática ha repugnado a muchos hasta rechazar el caso, y alentado a más a saciar la innegable sed de venganza que llevamos inscrita en el código genético.
ResponderEliminarLa sentencia, los hechos y los argumentos empleados por las partes son un tanto engorrosos y sospechosos, (inculpados, fiscales, defensores, jueces, medios, familia y el 'poulacho'), pero es lo que hay: la Justicia no da más de sí en este ni en otros países civilizados.
Todo el maremagnum reactiva a los vengadores particulares por un lado, y anima a otros (jóvenes o no) a cometer delitos semejantes sabiendo que además de prensa y macabra 'fama' van a salir prácticamente impunes.
Ahí están los asesinos en serie, multiplicándose como hongos... por acá y por allá.
Cambiar este tipo de leyes y de castigos suena utópico. Y sonaría aún más aberrante la aplicación de una leve punzadita en la base del cráneo del infractor grave que le deja manso como un cordero sin afectarle otras funciones corporales.
De hecho, se aplica en casos muy limitados y previo consentimiento del criminal o de la familia en su caso.
Suena un poco nazi ¿no? La pregunta es ¿qué sería peor?... No tengo respuesta.
Y cambiar las leyes a golpe de noticia, legislar de una forma tan coyuntural es bastante perverso, ¿no?
ResponderEliminarGrillo: Si has leído la sentencia, comprobarás que los hechos, pruebas y argumentos que va desgranando no son demasiado engorrosos. Salvo que los jueces hayan prescindico dolosamente de datos conocidos (que no me lo parece), tampoco me parece que haya una mínima base racional para ver en ella indicios "sospechosos". Por ahí han ido las declaraciones del padre de la niña, comprensibles desde su dolor, pero peligrosas por lo fácil que es admitida en este país todo lo que suene a manejos turbios (piensa mal y acertarás).
ResponderEliminarSí coincido contigo en que el abuso mediático y morboso de estos hechos alimenta efectos muy perniciosos. La búsqueda de fama parece que es hoy día (inexplicablemente para mí) una de las motivaciones de muchas personas, especialmente de las más jóvenes.
En cuanto a tu sugerencia de la punzadita en la base del cráneo, suena mal, sí (véase La Naranja Mecánica), pero reconozco que tampoco yo tengo una respuesta absoluta.
Lansky: Dicho así tienes razón en que es bastante perverso. Ahora bien, las leyes, como cualquier otro producto humano, se pueden y deben ir cambiando a medida que se comprueba cómo funcionan. Pero, claro, con un mínimo rigor y sentido de generalidad.
ResponderEliminarNo he lído la sentencia, Miros. Cierto lo ineficaz de La Naranja Mecánica, ese era el quid que planetaba el director; aunque de entonces acá los adelantos médicos/cietíficos han sido extraordinarios. Aún asi, yo tampoco lo veo nada claro.
ResponderEliminarY, evidentemente, las leyes van cambiando y adecuándose a los tiempos - con excesiva lentitud y miramientos.
Yo creo en el progreso, para mejor, aunque siempre se paga un precio durante el camino.
Vamos, que soy optimista en ese sentido.
Aunque sea hacer autobombo,
ResponderEliminaren esta entrada y en esta otra planteo los mismos temas que tú: la falta de respeto a los derechos civiles, en este caso la presunción de inocencia, y la mala costumbre de sentar cátedra de temas de los que no tenemos ni puñetera idea, de manera que no tengo por menos que coincidir con tus apreciaciones.
De todas formas veinte años por matar a alguien de manera alevosa me parece muy, pero que muy poco. El homicidio imprudente podría haber colado si una vez cometido el crimen, el asesino hubiese llamado a la policía (en ese caso además hubiese tenido la atenuante de arrepentimiento) o inclusive si, a posteriori, hubiese dicho que hizo con el cadáver. Pero no, planea deshacerse de él y encima oculta su ubicación, presumiblemente, con el fin de que no le puedan inculpar de otros cargos.
En resumen, aun reconociendo no haber leído la sentencia, 20 años me parecen muy pocos.
Grillo: Dios, los dioses, el destino o el azar, te conserven el optimismo. Te envidio.
ResponderEliminarNúmeros: Aunque sea confirmarte tu autobombo, te diré que ya había leído la primera entrada que enlazas (la otra no lo sé, porque el link no me funciona). En todo caso, la he vuelto a leer, porque a tu blog me asomo menos de lo que debería, si bien siempre que lo hago procuro ponerme al día.
En cuanto a los veinte años, según creo recordar era la máxima pena que podía imponer el magistrado.
Muy interesante el post y las reflexiones a que ha dado lugar; como dice antes Carlos GG, es bueno encontrar un poco de cordura, y yo añadiría que, en cierto sentido, tranqulizador.
ResponderEliminarPosiblemente el poso de todo este sentimento popular sea la venganza y mucho más en estos casos donde las víctimas son niños o apenas personas que han llegado a la edad adulta. Pero aparte de esa venganza hay una sensación generalizada de que viente años por un asesinato sabe "a poca reinserción".
ResponderEliminarMe explico: independientemente de que la gente no entienda que el que acusa ha de probar la culpabilidad del presunto delincuente, una vez probada las penas a aplicar para cualquier tipo de delito del que hablamos siempre se quedan cortas para el espectador. Y sobrepasan lo esperable para los familiares del condenado, que no sé porqué siempre lo considerarán inocente por mucho que una sentencia diga lo contrario.
Bueno, Miros:
ResponderEliminarEl Dios en que no cero o los dioses lares me hicieron pasar varias veces por los aros del optimismo, el pesimismo ilustrado, la fe en el porvenir de lo terrible, y de nuevo me instalo en este optimismo que también da en no creer en nada y andar un tanto de jubilar por la vida. Serán los años.
En cualquier caso, tu post es sereno, sensato, razonado y de un hartazgo con las leyes y la aplicación de la Justicia que, como ves, está teniendo el eco y los comentarios muy adecuados.
¿Has probado con bicarbonato o con agua del Carmen? :))
(No es falta de respeto, sino tal vez sobra de respeto.)
Espero que ahora funcione
ResponderEliminarEl enlace corregido
Antonio: En realidad somos bastantes los cuerdos. Pero los exaltados gritan mucho más y, además, sus gritos se amplifican.
ResponderEliminarAmaranta: Qué alegría verte por aquí, que muy abandonado me tienes. Sobre lo que comentas sólo puedo decirte que estoy de acuerdo.
Grillo: Lo tuyo es bonhomía inteligente. Y no creo que la hayas alcanzado sólo con el agua del Carmen.
Gracias por lo de la bonhomía inteligente, Miros.
ResponderEliminarAunque yo creo que ya me pasa lo que dice María Jiménez: - Ahora no tengo prisa ni quien me la meta...