La vida de María carece de interés
Con loable eficacia didáctica, en su post del pasado 12 de diciembre, Júbilo Matinal nos explica que cuando él (en realidad, cuando cualquiera) hace una afirmación, por muy tajante que parezca, siempre está expresando su opinión. Aunque coincido, lo cierto es que no todo el mundo interpreta así los enunciados simples y claros (porque, dicho sea de paso, lo que la gente entiende por “afirmación tajante” suele corresponder a oraciones sintácticamente sencillas). Consciente de ello, el mismo Júbilo aclara que emplea con frecuencia fórmulas tales como “en mi opinión …” o “a mi juicio …” pero sólo por “escarmentada cortesía”, ya que le parecen añadidos redundantes. Ahora bien, para serlo, tenemos que suponer que en el plano connotativo del discurso viene implícito para el oyente ese significado añadido; o sea, que decir (por repetir el ejemplo de Júbilo) “el cielo es azul” es procesado por el receptor del mensaje como “opina que el cielo es azul”. Sin embargo, los significados connotativos dependen de factores subjetivos (tanto del emisor como del receptor), así como de códigos contextuales compartidos en mayor o menor grado por los grupos de hablantes. De hecho, Júbilo lo sabe e incluso lo ha sufrido; es decir, ha comprobado que la frase “el cielo es azul” muchos no se la traducen como antes he dicho sino, por ejemplo, “este tipo me está imponiendo su creencia de que el cielo es azul y si yo no estoy de acuerdo con él me considerará un imbécil, cuando el imbécil es él por afirmar tamaña tontería de forma tan tajante”. Por eso, las fórmulas que suavizan los enunciados, aunque puedan parecer superfluas en cuanto a su aportación significante (y no siempre lo son), cumplen una función vehicular necesaria, o al menos conveniente, para la comunicación: evitar el rechazo del receptor, acotar el contexto semántico, “engrasar” los canales de ida y vuelta que sostienen todo diálogo (o discusión). No otra es la finalidad de la cortesía.
El ejemplo traído del post de Júbilo no es demasiado pertinente a lo que estoy contando. Más a cuento viene un comentario reciente de Lansky al post anterior, el cuarto de una serie dedicada al relato de los sucesos (probablemente ficticios en su gran mayoría) que conforman la narración tradicional de la Navidad cristiana. Dice textualmente Lansky: “Y estoy con los protestantes, la vida de María carece de interés”. La primera parte de la frase es en realidad una subordinada de la segunda que es, y así se percibe, el mensaje principal ("la vida de María carece de interés, como piensan los protestantes"); aunque tiene su importancia en la matización del significado, prescindiré de momento de ella. En cuanto a la parte principal puede, sin duda, calificarse como una afirmación tajante, y la primera pista radica en su elemental estructura sintáctica. Si le aplicara la fórmula “redundante” a la que recurre a su pesar Júbilo, la frase se convertiría en “en mi opinión (que es la misma que la de los protestantes), la vida de María carece de interés”. Nótese cómo el añadido (a diferencia del ejemplo de Júbilo) no es ya tan redundante, aunque sólo sea porque da pie a discutir dicha opinión, pierde gran parte de su connotación despectiva, para abrir una línea de diálogo. Se me dirá que (bajo el entendido de la fórmula elíptica de Júbilo) el significado denotativo de la frase no cambia; pero esa conclusión revelaría una excesiva ignorancia de los mecanismos de la comunicación, al prescindir de todos los contenidos connotativos que acompañan a una expresión. Dicho de otra forma, si bien puedo aceptar que ambas construcciones gramaticales denotan lo mismo, la elegida por Lansky connota muchas más cosas, nos da un mensaje mucho más cargado de significado. Cuestión distinta es la calidad e intención de ese mensaje connotado.
Pero, a mi juicio, la fórmula de Júbilo no vale en este ejemplo si nos molestamos en darle una segunda vuelta de tuerca. Lansky no opina (ni tampoco los protestantes) que la vida de María carezca de interés. La frase es equivalente a “la vida de María no es interesante” o, precisando más, "la vida de María no genera atención". Sin embargo, habría que ser un absoluto ignorante para desconocer que la vida de la Virgen no es que haya despertado atención, es que ha interesado a lo largo de la historia occidental (y sigue interesando) a cientos de millones de personas y que ha sido motivo de innumerables obras en casi todos los ámbitos de nuestra cultura; en otras palabras, dudo mucho que haya otra vida (salvo la de su hijo) sobre la que se haya manifestado con mayor intensidad y extensión el interés de los seres humanos. Naturalmente, Lansky lo sabe (y también los protestantes), luego hemos de concluir que lo que ha querido decir no es que en su opinión la vida de María carezca de interés, sino que a él no le interesa (como tampoco le interesa a los protestantes). Y no se me diga que es lo mismo, ni siquiera desde la subjetividad del hablante, decir que algo no es interesante a decir que algo no me interesa. Evidentemente, el interés es subjetivo, pero desde el momento en que lo atribuimos como cualidad de algo (la vida de María), el único modo que tenemos de verificar la veracidad del adjetivo es considerando la cantidad de personas que han mostrado interés, que le han dedicado atención.
Sentado que Lansky lo que ha querido decir es que a él no le interesa la vida de María (aunque, probablemente por prisas o por exigencias de estilo, haya prescindido de alguna fórmula que suavizara el tono tajante de la expresión), nos encontramos con que al mensaje se le adhieren otros subyacentes que, a mi modo de ver, son mucho más significativos que el denotativo, que sólo aparentemente es el principal. Porque, ciertamente, que Lansky me (nos) informe de que no le interesa la biografía de la Virgen tiene para mí la misma relevancia que puede tener para él que yo le informe de que no me gusta la zanahoria cruda. El texto que llevo publicado (las cuatro entregas) va ya por las nueve mil palabras. A la vista del comentario, lo primero que uno se pregunta es si Lansky lo ha leído, ya que de haberlo hecho (lo cual le agradecería) cuesta entender el porqué, dado que el asunto no le interesa. Pero, lo haya leído o no, también cuesta entender la pertinencia del comentario. Viene a ser equivalente a cuando estás charlando con alguien, soltándole algún rollo, y en una pausa va y te dice que a él (como a un determinado grupo de gente) lo que dices no le interesa (o, para ser más literal: “lo que cuentas carece de interés”). El mensaje no es, desde luego, el denotativo sino este otro: “deja ya de hablar (escribir) sobre este tema que me aburres”. Por supuesto, en la conversación “presencial” casi nadie se atreve a decir frases de este tipo (tajantes y sumamente desagradables), por mucho que se esté aburriendo; se recurre a técnicas de desviación o, si no hay más remedio, a excusas inventadas para escaquearse del tormento auditivo. En la lectura de un post, a mi juicio, con mucho mayor motivo son improcedentes estos mensajes, pues basta con no leer lo que a uno no le interesa o, si no le ha parecido interesante tras leerlo, abstenerse de comentar. De hecho, supongo que todos los que tenemos blog medimos el interés que ha suscitado un post por la cantidad y calidad de los comentarios que recibe (entre otras cosas); cuestión distinta es que escribamos para despertar interés. De hecho, si estoy escribiendo sobre los sucesos que sustentan la tradición navideña es porque a mí me interesan, aunque haya podido comprobar que a varios de mis lectores asiduos no (como, por ejemplo, supongo que le ocurre a Vanbrugh quien, sin embargo, no necesita hacérmelo saber a través de una “opinión tajante”).
Hallo más mensajes subyacentes en el comentario citado, pero tampoco se trata de desarrollar un ejercicio (muy aburrido sería) de desencriptación semiótica, sino simplemente de aprovecharlo como mero divertimento. Lo dejo pues, advirtiendo que tengo intención de seguir mi relato de historia-ficción apoyado, eso sí, en fuentes que forman parte de nuestra tradición cultural (nuestra sí, incluso de los que no somos cristianos). Pero antes de darle al botón de publicar quiero hacer una breve acotación sobre el interés de la vida de María para los protestantes. Tiene razón Lansky en que en las religiones llamadas protestantes la veneración a la Virgen (como a los santos) tiene escasa importancia, sobre todo si se pone en relación con el tremendo peso de la mariología en el catolicismo. A este respecto sería interesante (al menos para mí) reflexionar sobre el papel que ha jugado el culto a los santos y a la madre de Jesús en la continuidad del paganismo en el catolicismo (sobre todo en la religión popular), y no es irrelevante en tal sentido recordar que las denuncias en esa línea formaron parte del movimiento reformista del XVI. Sin embargo, está arraigada la idea falsa de que los protestantes no creen en María (no sé exactamente en qué se supone que no creen, pero bueno), cuando lo cierto es que creen todo lo que dice el Nuevo testamento sobre ella. En cuanto a que les interese su vida o no, habría que preguntárselo a los protestantes que cada uno conozca; desde luego, es verdad que han escrito sobre ella muchísimo menos que los católicos. Sin embargo, veo más factible que les interese a ellos la historia de la madre de Dios que a mí, que no creo que lo fuera. En todo caso, me da que hoy en día tampoco le interesa demasiado a los católicos.
El ejemplo traído del post de Júbilo no es demasiado pertinente a lo que estoy contando. Más a cuento viene un comentario reciente de Lansky al post anterior, el cuarto de una serie dedicada al relato de los sucesos (probablemente ficticios en su gran mayoría) que conforman la narración tradicional de la Navidad cristiana. Dice textualmente Lansky: “Y estoy con los protestantes, la vida de María carece de interés”. La primera parte de la frase es en realidad una subordinada de la segunda que es, y así se percibe, el mensaje principal ("la vida de María carece de interés, como piensan los protestantes"); aunque tiene su importancia en la matización del significado, prescindiré de momento de ella. En cuanto a la parte principal puede, sin duda, calificarse como una afirmación tajante, y la primera pista radica en su elemental estructura sintáctica. Si le aplicara la fórmula “redundante” a la que recurre a su pesar Júbilo, la frase se convertiría en “en mi opinión (que es la misma que la de los protestantes), la vida de María carece de interés”. Nótese cómo el añadido (a diferencia del ejemplo de Júbilo) no es ya tan redundante, aunque sólo sea porque da pie a discutir dicha opinión, pierde gran parte de su connotación despectiva, para abrir una línea de diálogo. Se me dirá que (bajo el entendido de la fórmula elíptica de Júbilo) el significado denotativo de la frase no cambia; pero esa conclusión revelaría una excesiva ignorancia de los mecanismos de la comunicación, al prescindir de todos los contenidos connotativos que acompañan a una expresión. Dicho de otra forma, si bien puedo aceptar que ambas construcciones gramaticales denotan lo mismo, la elegida por Lansky connota muchas más cosas, nos da un mensaje mucho más cargado de significado. Cuestión distinta es la calidad e intención de ese mensaje connotado.
Pero, a mi juicio, la fórmula de Júbilo no vale en este ejemplo si nos molestamos en darle una segunda vuelta de tuerca. Lansky no opina (ni tampoco los protestantes) que la vida de María carezca de interés. La frase es equivalente a “la vida de María no es interesante” o, precisando más, "la vida de María no genera atención". Sin embargo, habría que ser un absoluto ignorante para desconocer que la vida de la Virgen no es que haya despertado atención, es que ha interesado a lo largo de la historia occidental (y sigue interesando) a cientos de millones de personas y que ha sido motivo de innumerables obras en casi todos los ámbitos de nuestra cultura; en otras palabras, dudo mucho que haya otra vida (salvo la de su hijo) sobre la que se haya manifestado con mayor intensidad y extensión el interés de los seres humanos. Naturalmente, Lansky lo sabe (y también los protestantes), luego hemos de concluir que lo que ha querido decir no es que en su opinión la vida de María carezca de interés, sino que a él no le interesa (como tampoco le interesa a los protestantes). Y no se me diga que es lo mismo, ni siquiera desde la subjetividad del hablante, decir que algo no es interesante a decir que algo no me interesa. Evidentemente, el interés es subjetivo, pero desde el momento en que lo atribuimos como cualidad de algo (la vida de María), el único modo que tenemos de verificar la veracidad del adjetivo es considerando la cantidad de personas que han mostrado interés, que le han dedicado atención.
Sentado que Lansky lo que ha querido decir es que a él no le interesa la vida de María (aunque, probablemente por prisas o por exigencias de estilo, haya prescindido de alguna fórmula que suavizara el tono tajante de la expresión), nos encontramos con que al mensaje se le adhieren otros subyacentes que, a mi modo de ver, son mucho más significativos que el denotativo, que sólo aparentemente es el principal. Porque, ciertamente, que Lansky me (nos) informe de que no le interesa la biografía de la Virgen tiene para mí la misma relevancia que puede tener para él que yo le informe de que no me gusta la zanahoria cruda. El texto que llevo publicado (las cuatro entregas) va ya por las nueve mil palabras. A la vista del comentario, lo primero que uno se pregunta es si Lansky lo ha leído, ya que de haberlo hecho (lo cual le agradecería) cuesta entender el porqué, dado que el asunto no le interesa. Pero, lo haya leído o no, también cuesta entender la pertinencia del comentario. Viene a ser equivalente a cuando estás charlando con alguien, soltándole algún rollo, y en una pausa va y te dice que a él (como a un determinado grupo de gente) lo que dices no le interesa (o, para ser más literal: “lo que cuentas carece de interés”). El mensaje no es, desde luego, el denotativo sino este otro: “deja ya de hablar (escribir) sobre este tema que me aburres”. Por supuesto, en la conversación “presencial” casi nadie se atreve a decir frases de este tipo (tajantes y sumamente desagradables), por mucho que se esté aburriendo; se recurre a técnicas de desviación o, si no hay más remedio, a excusas inventadas para escaquearse del tormento auditivo. En la lectura de un post, a mi juicio, con mucho mayor motivo son improcedentes estos mensajes, pues basta con no leer lo que a uno no le interesa o, si no le ha parecido interesante tras leerlo, abstenerse de comentar. De hecho, supongo que todos los que tenemos blog medimos el interés que ha suscitado un post por la cantidad y calidad de los comentarios que recibe (entre otras cosas); cuestión distinta es que escribamos para despertar interés. De hecho, si estoy escribiendo sobre los sucesos que sustentan la tradición navideña es porque a mí me interesan, aunque haya podido comprobar que a varios de mis lectores asiduos no (como, por ejemplo, supongo que le ocurre a Vanbrugh quien, sin embargo, no necesita hacérmelo saber a través de una “opinión tajante”).
Hallo más mensajes subyacentes en el comentario citado, pero tampoco se trata de desarrollar un ejercicio (muy aburrido sería) de desencriptación semiótica, sino simplemente de aprovecharlo como mero divertimento. Lo dejo pues, advirtiendo que tengo intención de seguir mi relato de historia-ficción apoyado, eso sí, en fuentes que forman parte de nuestra tradición cultural (nuestra sí, incluso de los que no somos cristianos). Pero antes de darle al botón de publicar quiero hacer una breve acotación sobre el interés de la vida de María para los protestantes. Tiene razón Lansky en que en las religiones llamadas protestantes la veneración a la Virgen (como a los santos) tiene escasa importancia, sobre todo si se pone en relación con el tremendo peso de la mariología en el catolicismo. A este respecto sería interesante (al menos para mí) reflexionar sobre el papel que ha jugado el culto a los santos y a la madre de Jesús en la continuidad del paganismo en el catolicismo (sobre todo en la religión popular), y no es irrelevante en tal sentido recordar que las denuncias en esa línea formaron parte del movimiento reformista del XVI. Sin embargo, está arraigada la idea falsa de que los protestantes no creen en María (no sé exactamente en qué se supone que no creen, pero bueno), cuando lo cierto es que creen todo lo que dice el Nuevo testamento sobre ella. En cuanto a que les interese su vida o no, habría que preguntárselo a los protestantes que cada uno conozca; desde luego, es verdad que han escrito sobre ella muchísimo menos que los católicos. Sin embargo, veo más factible que les interese a ellos la historia de la madre de Dios que a mí, que no creo que lo fuera. En todo caso, me da que hoy en día tampoco le interesa demasiado a los católicos.
El Boss canta (creo que en 2006) O Mary don’t you weep, una canción de esclavos o un espiritual negro tradicional, que ha sido versionado por multitud de cantantes gospel (y no gospel). Al hilo de este post, me habría encantado que la María del título fuera la Virgen para mostrar que la música cristiana americana (abrumadoramente protestante) también le dedica su atención a la madre de Cristo. De hecho, así lo había creído siempre que escuchaba este tema (lo tengo por Aretha Franklin y por Pete Seeger) hasta que acabo de enterarme por la wiki inglesa de que se refiere María de Betania, la hermana de Lázaro, el resucitado. No obstante, no me resisto a enlazar esta estupenda versión en vivo.
Hace ya bastante tiempo que creo, (observo, sospecho) que los no creyentes definitivos o 'dudantes formales' conocen mejor la/s biblia/s - y aquella simpática Historia Sagrada del cole - que las personas de fe, que aceptan la versión que sea a pies juntillas y sin apenas dudas.
ResponderEliminarEsa loada teología brillantísima de el actual Papa me parece un tanto sospechosa por no decir irrisoria. El hombre no debe creerse lo que escribe y el pensamiento le debe andar por otros derroteros. Es puro 'toreo de salón', es un entretenimiento como una papiroflexia mental.
Tengo una hermana cristianísima, católica apostólica romana y meapilas con fe de carbonero, que cuando trata de catecumenizarme se sorprende de lo 'mucho' que sé del asunto.
Y no sé tanto, no tanto como Miros, aunque me intereso por esta y las demás religiones porque me parece muy interesante (iba a decir divertido) constatar hasta qué punto la mayor parte del género humano necesita creencias, fes y asideros firmes para actuar en la vida y para ganarse lo que quiera que sea BUENO en el más allá.
Quisiera envidiar a los creyentes, pero me resulta imposible: no me cabe en la cabeza nada a ese respecto y tampoco lo necesito. Por eso colgué el post aquél que titulé 'La confesión de Manuel'
Más para tus investigaciones y tu solaz.
ResponderEliminarTranscribo una frase literal leída en no recuerdo que medio digital:
"La frase 'es más facil que un camello pase por el ojo de una aguja'..., dicha en el Evangelio de san Mateo, traducida del griego por san Gerónimo, realmente es un error que comete el santo al traducir el texto, ya que en el mismo texto KAMELOS, que se interpreta como 'camellos', realmente es la soga gruesa con que se amarran los barcos."
Pero, qué quieres que te diga: hay veces que es mjor no investiagr porque me parece mucho más fantástico y apropiado de los evangelios lo de imaginar al camello intentando pasar por el ojo de la aguja... o el 'camello' pasándole más grifa a los redactores, etc.
Miroslav, confieso que te he sido infiel, o mejor dicho, infiel a mi asiduidad respecto a la lectura de mis blogs preferidos, en estas últimas semanas. Se debe a mi entrega entera a la familia y los enigmas de Vanbrugh.
ResponderEliminarDesde luego este último post no hace más que despertar mi interés hacia tus "Navidades apócrifas" que leeré con mucha atención en estos próximos días. En cuanto a su esencia, te doy toda la razón.
Y me pregunto : ¿ qué placer o ventaja puede sacar uno de una falta de respeto o de mera educación ?
Qué tía, C.C., eres más lista que el hambre y me enorgullezco de ser tu amigo.
ResponderEliminar¡ Has resuelto lo de Vanbrugh !!
(Tendrías que estar en Madrid como cuando nos reunimos una vez con Van, Lansky y Miros: son tres tipos brillantes, de estupenda conversación, re.cultos y amables.)
Yo no soy responsable de los significados connotativos que mi interlocutor añade por su cuenta a mi discurso. Si cuando yo afirmo “la vida de la virgen no es interesante” él, en vez de entender, como en buena lógica es lo único que se puede entender “a este tipo la vida de la Virgen no le parece interesante”, decide entender “este tipo considera que ‘que la vida de la virgen no es interesante’ es una verdad absoluta y demostrada que todos estamos obligados a creer y que, por lo tanto, pretende imponerme que crea”, esa decisión es un problema suyo, que yo no tengo la menor obligación de hacer nada por evitar. Puedo ser bueno, caritativo y cortés e, intuyendo que mi partenaire pueda no ser muy despierto y tener, por tanto, cierta probable tendencia a entender mal lo que yo digo bien, incluir alguna cláusula tranquilizadora del tipo “en mi opinión”, “a mi juicio” o “naturalmente, puedo equivocarme”. Pero ni tengo la menor obligación de añadir ninguna de esas redundancias, ni hago nada mal si no las añado. Son quienes piensan que hay “cosas opinables” y “cosas no opinables”, y que las afirmaciones tajantes deben reservarse para las no opinables, en las que todo el mundo ha de estar de acuerdo, mientras que las opinables deben ser enunciadas con cautela, humildad y avisos de que lo son, quienes deben –en mi opinión, claro- corregir cuanto antes una visión de las cosas tan errónea. Los que sabemos que todo es opinable, y que ninguna afirmación de nadie, por tajante que sea, expresa ni puede pretender expresar otra cosa que la opinión particular de quien afirma, estamos en nuestro perfecto derecho de seguir manifestando nuestras opiniones tan tajantemente como tengamos por conveniente, sabiendo que los significados connotativos que nuestros oyentes quieran añadirles son asunto estrictamente suyo. Las fórmulas que suavizan los significados, pues, aunque yo mismo las use con frecuencia, siguen pareciéndome no solo superfluas, sino incluso nocivas, en la medida en que suponen una concesión a un modo de entender la comunicación que considero erróneo y que, por tanto, ayudan a legitimar y mantener eso que personalmente creo un error.
ResponderEliminarGracias, Grillo, por la parte que me toca de tus consideraciones. El otro día te echamos de menos.
ResponderEliminarPor otra parte, y yendo al meollo de tu post, me parece que los dos significados que dices poder entender en la afirmación de Lansky sobre la falta de interés de la vida de la virgen: que la vida de la virgen no interesa mayoritariamente a la gente o que la vida de la virgen no le interesa personalmente a él, ni son los dos únicos que tiene tal afirmación ni son el que yo le doy –y tengo la impresión de que tampoco Lansky. - La frase bien puede querer decir, y así la entiendo yo , que la vida de la virgen no contiene ningún elemento que sea relevante para lo que interesa primordialmente a quien habla. (En el caso de Lansky, puesto que expresamente se agrupa con los protestantes en esa opinión, se entiende que ese interés primordial de quien habla, para el que la vida de la virgen no resulta significativa, es la vida y el mensaje de su hijo Jesús; pero en otro contexto, podría ser otro: si hubiera dicho “Estoy con Engels, la vida de la virgen no es interesante”, se entendería que no lo es desde el punto de vista del materialismo dialéctico, y si hubiera dicho “estoy con mis sobrinos, la vida de la virgen no es interesante” podríamos entender que no lo es como lectura entretenida para pasar la tarde del sábado.) Esa falta objetiva de importancia, o de interés, que se afirma de la vida de la virgen, es perfectamente compatible con que, en la práctica, haya llamado la atención de millones de personas, o incluso la del mismo que está afirmando que objetivamente no es interesante. Yo puedo coleccionar con pasión sellos de Burundi al mismo tiempo que reconozco que, objetivamente, la filatelia en general y la de Burundi en particular no son asuntos especialmente interesantes.
ResponderEliminarY con su afirmación no está, como pareces entender, mandándote callar o haciéndote saber groseramente que el asunto de tus posts –que, por otra parte, lee y comenta- le parezca ininteresante, sino, creo yo, añadiendo al asunto de que te ocupas un nuevo dato: el de que, en su opinión y en la de los protestantes, no es especialmente interesante para el tema central del que claramente es un aspecto colateral: la vida y el mensaje de Jesús. Es un punto de vista respetable. Yo, por ejemplo, no lo comparto. Soy en esto un católico muy ortodoxo y considero muy importante el papel que María juega en la vida de Jesús y, por ello, en la fe de los creyentes. En cambio no me parecen en absoluto nada interesante, como bien conjeturas, los detalles más o menos verosímiles que sobre su vida nos dan los evangelios apócrifos. Creo que, para lo que a un cristiano importa, lo que los cuatro evangelios canónicos nos cuentan sobre la virgen es más que suficiente, y prescindo gustoso de saber de qué color eran su pelo o su túnica
Vanbrugh: vaya de entrada, para evitar malentendidos, que el comentario de Lansky que he tomado como excusa para este post no me ha molestado en absoluto y que, en efecto, lo interpreté, máxime por su referencia a los protestantes, en que no es la vida de la Virgen lo interesante sino la de Jesús, e incluso, yendo algo más allá, que el interés (católico) por la vida de María desvía la atención de los cristianos del que debería ser su foco, el mensaje de su Hijo.
ResponderEliminarNo obstante, el meollo de mi post (al menos así lo pretendía), no es tanto la detección de los significados connotativos que un oyente/lector puede interpretar del comentario de Lansky, cuanto, tomando éstos como ejemplo, poner de manifiesto la relevancia de los mismos en la comunicación humana. En tal sentido, me resulta más pertinente el primer comentario de los tres tuyo que anteceden en el que dices, tajantemente, que “yo no soy responsable de los significados connotativos que mi interlocutor añade por su cuenta a mi discurso”. Discutible afirmación, si me lo permites. Como bien sabes, los significados connotativos no son simplemente añadidos al denotativo que arbitrariamente se inventa el receptor. Ciertamente, hay componentes subjetivos del receptor muy difícilmente conocibles o controlables por el emisor que pueden generar una interpretación muy personal del mensaje. Estoy pensando ahora, por ejemplo, en tantas personas hiper-susceptibles que parecen estar deseando buscar en cualquier conversación pistas de que el interlocutor le está ofendiendo. Ciertamente, de estas “connotaciones” que descubre su oyente no puede hacerse responsable al hablante.
Pero la mayoría de las connotaciones responden a unas “reglas de interpretación” comunes a un grupo social, y que se deducen de factores suficientemente objetivables del entorno comunicativo. La elección de una u otra forma de expresar un mismo mensaje denotativo se hace, de hecho, siendo más o menos consciente de los connotativo que le acompañan. Es más, muchas veces (y el ejemplo de Lansky me parece ilustrativo) los mensajes implícitos son más “potentes” que el denotativo, apenas relevante. En estos casos es lícito atribuir que la intencionalidad del hablante radica más en la connotación que en la denotación, y el hablante lo sabe y, por tanto, sí creo que tiene responsabilidad sobre lo que dice (porque el significado connotativo no se lo va a inventar “por su cuenta” el oyente, sino que lo va a deducir de acuerdo a unas reglas que comparte con el hablante y con la mayoría de los que pertenecen a su misma comunidad comunicativa).
Y añado que lo anterior poco tiene que ver con que toda afirmación, por muy tajante que sea, no es más que la expresión de la opinión particular de quien la hace, algo que comparto plenamente. De hecho, en el ejemplo de Lansky, la cuestión no es que sea su opinión el nulo interés de la vida de María (algo que, por otra parte, es obvio), sino las connotaciones (básicamente derivadas del contexto) que se añaden a la expresión de esa opinión. Estoy de acuerdo contigo en que las fórmulas que “suavizan” las afirmaciones pueden ser hasta nocivas cuando contribuyen a dar a entender que se puede distinguir entre opiniones personales y verdades no opinables. Pero, repito, no estaba hablando de eso. Por el contrario, evitar, controlar o matizar (que no suavizar) las connotaciones es una manera de asegurarse de que el interlocutor recibe el mensaje que se le quiere dar, entiende la opinión que tiene el hablante. Se trata simplemente de mejorar la eficacia comunicativa, no torpedearla.
ResponderEliminarVamos a ver, Miroslav. Me parece que una discusión parecida a esta, podríamos decir que equivalente a esta desde un punto de vista estructural, ya la hemos tenido antes más de una vez, tú y yo.
ResponderEliminarQue yo comparta con mis interlocutores unas reglas de interpretación, gracias a lo cual pueda saber de antemano qué significados connotativos van a encontrar en mi discurso, no significa que apruebe esas reglas, ni que esté dispuesto a alentarlas ni a perpetuarlas. Por decirlo de otro modo: que sepa de mis interlocutores lo suficiente como para saber cómo de mal me interpretarán, y por qué, no quiere decir que su interpretación deje de estar mal, ni que yo tenga ninguna obligación de formular mi discurso de otro modo para que ellos no lo interpreten mal. Tengo perfecto derecho a seguir pensando que su interpretación connotativa de mi discurso es errónea, y que es a ellos, y no a mí, a quien corresponde evitarla.
Que no tengo por qué dejar de ser tajante para que ellos no se asusten, vaya, y puedo perfectamente decidir que, si no quieren asustarse, se enteren de que no hay nada en lo que digo, ni en mi forma de decirlo, por lo que deban asustarse.
(Volvemos, si recuerdas, a la vieja cuestión del 'vascuence' y del jersey verde: si alguien decide que 'vascuence? es una palabra insultante para referirse a 'vasco', es tarea suya dejar de pensar así, yo no tengo por qué dejar de usar una palabra que no es insultante en mi intención. Si alguien decide ofenderse cuando me pongo mi jersey verde, será él quien tenga que dejar de ofenderse por tonterías, no yo quien tenga que dejar de usar mi legítimo e inofensivo jersey verde.)
En efecto, Vanbrugh, ya hemos tenido esta discusión; puede que no estemos más que matizándola y/o ampliándola. En todo caso, puesto a leer connotaciones, espero que el "vamos a ver" inicial no connote un cierto hastío de tu parte.
ResponderEliminarSigo creyendo que mezclas dos asuntos (el de la expresión tajante de las opiniones con el de las connotaciones) que poco tienen que ver. Incluso diría que con opuestos porque, normalmente, cuanto más tajante es la expresión de una opinión, menos connotaciones deberían deducirse de ella.
Sin embargo, ahora sí entras en la cuestión que a mí me importaba (recuerdo el ejemplo del término "vascuence") aunque, a partir de un supuesto específico, la generalizas. Dices que el saber que tus interlocutores van a interpretar significados connotativos (que juzgas erróneos) en tu discurso no significa que tengas la obligación de formularlo de otra forma. Y con ese enunciado estoy de acuerdo.
Pero no sé si sería igual de válido cuando sabes que de tu discurso es muy probable que se interpreten significados connotativos que no son los que pretendes y que tú mismo interpretarías así en caso inverso.
Al final, me parece, es un problema de actitud personal, hasta de balance psicológico, si me lo permites, entre la importancia que cada uno le da a mantener una forma de expresarse frente a los riesgos de torpedear la comunicación. Creo que cuando elaboramos discursos a sabiendas de que sus connotaciones serán erróneamente interpretadas, pesa más en nuestra intención la voluntad de provocación que la de comunicación. De lo cual no debe deducirse que defiendo el lenguaje políticamente correcto, del cual abomino. Es cuestión de proporciones, salvo que lo que queramos no sea dialogar sino pisar callos por el mero gusto de hacerlo.
PS: Tus comentarios interrumpen un escrito que tengo que enviar mañana a Barcelona, lo cual agradezco.
PS2: He añadido las tres últimas palabras al post scriptum anterior porque, de no hacerlo, presupongo que interpretarías como significado connotativo del mismo que tus comentarios me están disturbando, y nada más lejos de la verdad.
El 'vamos a ver inicial' denota mi intención de que examinemos juntos la cuestión en la que me proponga entrar. Qué connote es asunto estrictamente tuyo.
ResponderEliminarNo creo en absoluto estar mezclando dos asuntos. Tanto mi post al que te refieres en la primera parte del tuyo, como las consideraciones que sobre él haces, se basan precisamente en el hecho de que hablar tajantemente connota, para muchos oyentes, la idea de que quien expresa así su opinión es porque la considera la verdad absoluta y trata de imponerla. Es decir, hablábamos, precisamente, de las connotaciones que para mucha gente tiene el expresarse tajantemente. O eso creía yo.
En cuanto a mi enunciado, lo creo universalmente válido. No soy responsable en ningún caso de los significados connotativos, erróneos en mi opinión, que mis oyentes entiendan en lo que digo, y, por tanto, no tengo por qué decirlo de otro modo para que no les pase. Eso sigue siendo verdad aunque sepa que es muy probable que entiendan lo que yo no quiero que entiendan. Que reciban una connotación que no está en mi intención es, creo, consecuencia de una concepción equivocada suya,y son ellos, por tanto, en mi opinión, quienes deben cambiar esa concepción, no yo quien debo cambiar mi discurso. Si llego a sospechar que yo mismo lo interpretaría mal en el caso inverso, me aplicaré a corregirme tan diligentemente como creo que deberían hacerlo ellos en el caso directo. Sigo pensando que las connotaciones, previsibles o no, compartidas o no, son incumbencia exclusiva del que oye. Al que habla le competen únicamente los significados denotativos de lo que enuncia. Si digo "Estoy encantado de verte por aquí", mi interlocutor debe entender eso exactamente. Si le da por pensar que mi tono indica todo lo contrario, qué quieres que le haga yo. Que no le dé.
Mi actitud puede, efectivamente, tener por consecuencia que la comunicación se torpedee. Pero no por mi culpa, sino por la de quien decide darla por torpedeada. La tuya, en cambio, me parece a mí que alienta y fomenta las manías, los prejuicios y los tabús, y por eso a mí me parece mucho más desaconsejable. Prefiero no comunicarme con quien se empeña en entenderme mal que comunicarme a costa de aceptar como buena su mala interpretación y de renunciar yo, sin motivo, a un modo legítimo de expresarme, solo porque algún maniático haya decidido que a él no le gusta.
PD.- Si no hubieras añadido "lo cual agradezco", me hubiera dado por informado de que mis comentarios te llegaban mientras tenías que ocuparte de otras tareas, lo que me habría servido para entender que tardaras en responderme o que no lo hicieras más tras esa advertencia. Nada más. No soy amigo de entender en lo que se me dice más que lo que se me dice. Como has añadido esas tres palabras, me doy además por enterado de que prefieres discutir conmigo esta cuestión que cumplir con tu correspondencia barcelonesa, o de que esta no es realmente tan urgente, o de que eres un hedonista irresponsable que antepone el placer al deber, de lo que me congratulo.
ResponderEliminarEl lenguaje no es sólo denotativo, Vanbrugh. No sabes cuántas veces desearía que así lo fuera: contribuiría bastante a una comunicación más eficaz; pero los seres humanos no somos robots y leemos mucho más que la literalidad del mensaje.
ResponderEliminarMe cuesta creer que de verdad-verdad consideres que el hablante es completamente inocente de las interpretaciones que saca el oyente de las connotaciones implícitas en su discurso. Creo más bien que estás llevando tu posición a un extremo y dándole un valor general que se me hace difícil admitir (aunque la admita y entienda con matices, esos que tan poco te gustan).
Al menos coincides conmigo en que "tu" actitud puede tener como consecuencia que la comunicación se torpedee, pero concluyes que, como no es tu culpa, prefieres no comunicarte con quien se empeña en entenderte mal. Aún cuando tú sabes (así lo has dicho) que es altamente probable que te interprete mal porque las connotaciones que empleas conscientemente tienen ese significado (aunque tú lo consideres erróneo).
Mi actitud no es, como dices, la de alentar y fomentar manías, prejuicios y tabúes (yo diría que tiendo a lo contrario, pero puede que yerre), sino simplemente la de intentar (casi desesperadamente, te diría) entender y que se me entienda (o sea, comunicarme). No doy por buena lo que considero una mala interpretación de lo que digo, sino que me empeño en aclararla. Pero tampoco fomento (o al menos procuro evitarlo) que se me malinterprete recurriendo a propósito a mensajes connotativos que sé, a priori, que van a generar la interpretación errónea.
En fin, tengo la sensación de que ya hemos empezado a dar vueltas en círculo. Un abrazo.
PD: No me creo ese "Nada más" de tu PD (y aquí no hay ninguna connotación posible). Y sí es urgente, pero aciertas: soy un hedonista irresponsable (aunque menos de lo que me gustaría).
ResponderEliminarEl lenguaje es artificial y convencional, Miroslav, lo hemos inventado y lo mantenemos nosotros y, por tanto, es exactamente lo que nosotros decidamos que sea. Si yo decido no tener en cuenta más que el contenido denotativo explícito de mis mensajes y de los ajenos, mi lenguaje será solo denotativo. Y las connotaciones que otros encuentren en él, serán problema solo suyo, y yo inocente por completo de ellas.
ResponderEliminarPero no voy tan lejos, aunque siempre me gusta exagerar cuando discuto, y creo que llevar al extremo las posturas es una buena forma de probar su validez. En la práctica también reconozco y acato esos matices que dices que no me gustan. No es que no me gusten, es que creo en el reduccionismo didáctico. Las excepciones, los matices y las subreglas se estudian después de haber dejado sólidamente establecidos los principios generales. Hablar de todo al tiempo solo crea confusión. Explicamos los mecanismos básicos de la física “con temperatura y presión constantes y sin tener en cuenta el rozamiento del aire”. Para entenderlos, no porque neguemos la existencia del rozamiento del aire o creamos que la temperatura y la presión no varían o no interfieren.
Yo dejo claro mi derecho a que no se entienda en lo que digo más que lo que digo. Tras de lo cual puedo usar y uso, como todo el mundo, las connotaciones más universalmente aceptadas, y hasta trato de evitar las que sé que alguien puede encontrar desagradables, aunque no lo sean en mi intención. Pero “tras de lo cual”. “TRAS”. El principio siempre será anterior y más importante, y la excepción y el matiz aceptables en tanto no lo cuestionen ni lo nieguen. Por eso no ‘fomento que se me malinterprete recurriendo a propósito a mensajes connotativos que sé, a priori, que van a generar la interpretación errónea’, sino, en general, todo lo contrario, por pura cortesía, como ya expliqué. Salvo que se ponga en duda mi derecho, y se empiece a exigirme como obligación lo que habitualmente hago como cortesía voluntaria. Entonces claro que provoco, en sana y legítima defensa de los principios. La cortesía nunca nos debe llevar a ceder en lo que no creemos que se debe ceder, ni a reconocer como verdadero lo que creemos falso. Aunque el precio sea que la comunicación se colapse. Hay cosas más importantes.
En fin, es cierto que estamos dando vueltas. Me voy a pasear al perro, que no deja de ser otro modo de dar vueltas. Otro abrazo para ti.
TABÚES
ResponderEliminarTabús y tabúes son igualmente correctos y aceptables como plural de tabú, Grillo. Del mismo modo que tú tienes, al parecer, preferencia por la forma tabúes, lo que me parece muy bien -mayúsculamente bien, incluso- yo me inclino por tabús. Con tu permiso.
ResponderEliminarNO, el lenguaje no es artificial, como ya intuyó Chomsky con su gramática generativa y ha confirmado la neurobiología más moderna.
ResponderEliminarEn cualquier caso...connotais demasiado, en exceso, aunque no lo notáis
Te leo porque me interesas tú, pero a menudo no me interesan especialmente los temas que eliges y que supongo que a tí sí te apasiona. Me parece obvio
ResponderEliminarLa gramática de Chomsky y la neurobiología pueden intuir o demostrar, respectivamente, que no es artificial nuestra disposición para el lenguaje; cosa evidente, por otra parte, puesto que nosotros mismos no somos artificiales. Pero el lenguaje es una creación nuestra, artificial y convencional.
ResponderEliminarproblema de definiciones, la tuya de artificial y la mía no coinciden totalmente
ResponderEliminarLansky: Sin duda todos (anche tu) llenamos nuestros discursos de connotaciones. Estoy bastante convencido de que los significados connotativos son en la mayoría de las ocasiones más relevantes que los denotativos, tanto para el emisor como para el receptor. La cuestión que discutíamos (poco productivamente, me temo) es el cómo se manejan las connotaciones. Las que son inadvertidas por el emisor (como las que presuntamente hacemos Vanbrugh y yo) dificilmente pueden atribuirse a éste. No digo que no existan, pero en este caso se producen porque el emisor y el receptor no comparten los mismos códigos interpretativos, al menos aquél del que resulta el significado connotativo que "lee" el receptor y no pretende "escribir" el emisor. Poca responsabilidad puede por tanto imputársele al emisor en tales casos, que era otro asunto de la discusión. De otra parte, me temo que, en estos supuestos, los significados connotativos que cree leer alguien el discurso del otro no responden a ningún código común en el grupo social, sino a una susceptibilidad excesiva del receptor que, si no se la hace ver a tiempo, puede evolucionar hacia patologías paranoides.
ResponderEliminarLansky: Los temas que elijo son los que el azar de mi cotidianeidad me salen al paso (o sea, que me eligen ellos a mí). Y tienes razón, me interesan (apasionar sería excesivo), pero es que a mí me interesa casi todo. Normalmente me pongo a escribir para intentar aclararme. Por humana inclinación, tiendo a suponer que si a mí me interesan pueden interesar a otros, pero en todo caso, ésta no es sino una motivación secundaria para publicar los posts.
ResponderEliminarEn todo caso, agradezco tu interés personal que, como sabes, es recíproco.
Me imagino que todo esto está más que estudiado, y que existe para hablar de ello una terminología inequívoca que desconozco, y unos principios básicos que ignoro. En mi desconocimiento, pues, sin duda diré tonterías y disparates, pero es un riesgo que hay que correr cuando se pretende pensar por cuenta propia sin mucho tiempo para documentarse.
ResponderEliminarA lo que voy: entiendo yo, quizás erróneamente, que, por propia definición, lo que principalmente caracteriza a los significados connotativos es que son subjetivos. En la medida en que sean universales, compartidos y conocidos por todos, dejarán de ser subjetivos y se convertirán en objetivos; y, paralelamente, dejarán de ser significados connotativos y pasarán a ser denotativos.
De modo que lo normal en los significados connotativos es que los que el emisor atribuye a su discurso no necesariamente, ni siquiera frecuentemente, le lleguen al receptor. Y viceversa, que los que el receptor advierta en un discurso no necesaria, ni siquiera frecuentemente, sean conscientes ni deliberados por parte del emisor. Es decir que, efectivamente, por regla general connotamos sin saberlo y somos, por tanto, inocentes de las connotaciones que otros reciban en nuestro discurso. Que es lo que queríamos demostrar.
“A la vista del comentario, lo primero que uno se pregunta es si Lansky lo ha leído, ya que de haberlo hecho (lo cual le agradecería) cuesta entender el porqué, dado que el asunto no le interesa.”
ResponderEliminarEn mi respuesta anterior (más arriba), respondía simplemente a esa cuestión que me planteabas en el texto y cita que reproduzco
Y te reitero: me interesas tú, no siempre los temas que eliges; no veo contradicción
Se puede usar tabús, pero es más correcto tabúes, y de tu buen hablar esperaba el plural econ la e.
ResponderEliminarPero vamos, que da igual. Como solía decirle a una suegra (querida también) que tuve: - Tienes razón en lo que has dicho y en lo que vas a decir.
Siento llegar tarde al debate, cuando ya todos estáis hablando de otra cosa pero aún así me gustaría aportar mi granito de arena. De menos importante a más, comencemos por los plurales. La RAE dice
ResponderEliminarc) Sustantivos y adjetivos terminados en -i o en -u tónicas. : Admiten generalmente dos formas de plural, una con -es y otra con -s, aunque en la lengua culta suele preferirse la primera: bisturíes o bisturís, carmesíes o carmesís, tisúes o tisús, tabúes o tabús. En los gentilicios, aunque no se consideran incorrectos los plurales en -s, se utilizan casi exclusivamente en la lengua culta los plurales en -es: israelíes, marroquíes, hindúes, bantúes. Por otra parte, hay voces, generalmente las procedentes de otras lenguas o las que pertenecen a registros coloquiales o populares, que solo forman el plural con -s: gachís, pirulís, popurrís, champús, menús, tutús, vermús. El plural del adverbio sí, cuando funciona como sustantivo, es síes, a diferencia de lo que ocurre con la nota musical si, cuyo plural es sis (→ l). Son vulgares los plurales terminados en -ses, como gachises(MAL).
De: http://buscon.rae.es/dpdI/SrvltGUIBusDPD?lema=plural
Cuando estudié en el cole me enseñaron que para que haya comunicación debe haber, además del mensaje, un emisor, un receptor y un medio a través del cual transmitir el mensaje, siendo obligación del emisor asegurarse de que el receptor había recibido y entendido bien el mensaje.
ResponderEliminarEl motivo es que dado que en todo el proceso el único agente activo es el emisor parece razonable exigirle a él dicha responsabilidad.
En resumen, en mi opinión, Miros tiene razón y Vanbrugh no.
Lo de la Virgen lo dejo para esta tarde.
Pues a mí eso de la obligación del emisor no recuerdo que me lo enseñaran. Me entero ahora de que existe, y su existencia me plantea bastantes cuestiones interesantes. Verbi gratia:
ResponderEliminar- Esa obligación del emisor de asegurarse de que el receptor recibe y entiende bien su mensaje ¿incluye la obligación de los escritores de enseñar a leer a todos los analfabetos? ¿La de los poetas de añadir a sus poemas un manual sobre cómo interpretarlos correctamente?
- Si los significados connotativos, a fin de asegurar su correcta recepción por el receptor y salvar así la responsabilidad del emisor, deben de estar claramente codificados y ser inequívocos y unívocos ¿en qué se diferencian de los denotativos? ¿No pierde esta distinción todo su sentido?
- Atribuir a determinados enunciados significados connotativos propios, personales e individuales ¿es delito, falta o mera infracción administrativa?
¿Tiene la obligación un escritor de enseñar a leer a todos los analfabetos. No. Pero si quiere que un analfabeto le entienda, tiene la obligación de leerle el texto.
ResponderEliminarconnotativos vs denotativos
- Juan Carlos I, el León
- ¿El León por bravo, valiente, audaz?
- No. El León porque todo lo lee
Atribuir a determinados enunciados significados connotativos propios, personales e individuales ¿es delito, falta o mera infracción administrativa? Pues dependenderá de la legislación de cada país. A un yanki de vacaciones en Corea del Norte se le ocurrió comentar del Gran Líder que estaba gordo (connotativo: buena salud, hermoso) y acabo en la cárcel. De manera que cuidado con los significados connotativos que los carga el diablo.