martes, 13 de enero de 2015

Jane Birkin

Insomnio, insomnio de anciano que se ha venido apropiando de mis noches, creciendo mes a mes. Incómodo con mis intermitentes achaques en la cama, siento junto al mío el cuerpo viejo de ella, se agita, respiros desacompasados que suelen resolverse en ronquidos extraños, casi interrogantes.

La imagen de la vecina se adueña ahora de mi mente. Una veinteañera idéntica a Jane Birkin a su edad: melena castaña y flequillo, grandes ojos azules, la piel tenue y pecosa a ambos lados de su naricita, los labios carnosos siempre ligeramente entreabiertos y, para rematar, la misma voz susurrante de aquellos discos de hace ya más de cuarenta años. Y un cuerpo tan joven, delgado, flexible ...

Otra estudiante que alquila el piso vecino al nuestro en este edificio destartalado donde llevamos toda nuestra vida de casados. Al principio, ahí tenía su consulta el doctor Quiroga, ginecólogo cuarentón entonces, muy afable el hombre. A los pocos meses de instalarnos sospeché que algo había entre Elisa y él pero, si así fue, no duró. No hice ninguna escena, pero algo quedó flotando entre nosotros, una sombra oscura y pesada, la primera.

Una noche –Elisa lo había invitado a cenar a casa– nos dio una copia de las llaves del piso. Por si acaso, dijo. Años después cerró la consulta. Ya estoy cansado, me basta con mi sueldo de la seguridad social y trabajar sólo por las mañanas; y además, tampoco es que tenga muchos pacientes. Lo alquilaría, nos informó. Y así, desde entonces y hasta hoy, sin que la muerte de Quiroga lo interrumpiera, el piso ha estado ocupado por inquilinos que nunca permanecían mucho, dos o tres años los que más, apenas pocos meses otros.

Hago memoria: ¿cuándo fue la última vez que entré? Me levanto y busco el llavero de Quiroga. Son las cuatro de la madrugada y voy a entrar; de pronto, esa idea se me impone con absoluta convicción, con la fuerza incuestionable de lo evidente. Un anciano en pijama y pantuflas camina despacio hasta el rellano, a oscuras tantea hasta acertar llave y cerradura, abre sin ruido la pesada puerta.

Quieto en el vestíbulo aspiro el aroma, olor a casa rancia salpicado con motas del de ella. Mi corazón acelerado, las manos temblorosas, los ojos fruncidos que poco a poco, gracias a la pobre luminosidad de las farolas de la calle, distinguen formas desvaídas de muebles. Mis pies avanzan con pasos pausados, premiosos, sobre el entarimado del pasillo. Al fondo, el dormitorio con la puerta entreabierta.

La ventana de la habitación de par en par, vano intento de paliar el bochorno madrileño. La cama –amplia y baja– ocupa casi todo el espacio y sobre ella, destapada, duerme Jane, aunque crea que su nombre es Elena, aunque piense que es de Cuenca, aunque no sepa cuánto me gusta su voz susurrante en francés. Su cuerpo, apenas animado por suavísimos latidos, exhala destellos de luz, vapores perfumados.

Suelto las pantuflas, me quito el pijama, me agacho renqueante hasta el lecho, me acuesto junto a ella, me adoso a su espalda, paso el brazo derecho bajo su cuello, abrazo sus pechos con el izquierdo. Acaricio su piel joven, me embargo de su aroma –bálsamo fresco–, siento la transformación milagrosa de mi cuerpo viejo, mi sangre circulando alegre, henchida de gozo. La penetro suave pero decididamente, noto todo mi ser disolviéndose en su interior húmedo, cálido.

Ella se ajusta, responde en rítmica sincronía a mis movimientos. Un rato después se gira y se monta sobre mí. Me besa larga y profundamente, me absorbe con frenesí. Hacemos el amor durante un tiempo que parece infinito, con el ardor inagotable de los cuerpos jóvenes. Al final, abrazados, caemos en un sueño dulce y pesado, ignorante del insomnio.

Al despertar yazgo solo. La claridad del día inunda mi dormitorio, blanquea mi cama. De pie, en el umbral, Elisa, mi mujer, sostiene una bandeja con el desayuno. Y sonríe.

 
La décadanse - Jane Birkin & Serge Gainsbourg (Di Doo Dah, 1973)

19 comentarios:

  1. Sí, estoy de acuerdo con SPB, delicioso... y además irreal: los ancianos no tienen ya ni poluciones nocturnas.

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    1. Yo, que todavía no me considero un anciano, hace tiempo que no tengo poluciones nocturnas, que –tal como lo escribes– pareciera que entiendes que es el último vestigio de la sexualidad activa masculina. En todo caso, no me seas corta-lote y no califiques el relato de irreal sino de ficción, que es lo que es. Una ficción que narra algo que, para el protagonista, fue casi un milagro descubrir que aún era capaz de tener el vigor eréctil necesario para mantener una relación sexual prolongada. ¿Irreal? Hombre, sé que estás de acuerdo en que el órgano sexual es el cerebro y si éste se estimula lo suficiente (y en este cuento el viagra es la evocación de la Jane Birkin que le volvía loco de deseo en su juventud) nada es imposible (y mucho menos algo tan prosaico como llenar de sangre unos cuerpos cavernosos).

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    2. Vale, acepto tu corrección: es fincción, y no irreal, sino inverosimil. Y que conste que me gustó mucho el relato.

      Lo de la polución va porque el vetusto ha tenido un sueño rijoso con erección. Y llenar de sangre y sobe todo mantenerla un buen rato el tejido cavernoso es una gran hazaña a partir de ciertas edades

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  2. ¡Joooder, tío! ¡Qué pasada! ¡Eso sí que es una buena ficción!

    ¡¡ QUE TU MUJER TE LLEVE EL DESAYUNO A LA CAMA!!

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  3. Está bastante bien, sí. Saber contar una historia con pocas palabras es señal de tener talento literario. ¡Felicidades!

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  4. Una historia estupenda, estupendamente contada. Supongo que eres consciente de que tu prota es un violador en potencia. Por mi parte no volveré a mudarme de piso sin que lo primero que haga sea cambiar la cerradura. No quiero visitantes nocturnos, que luego encima pretenden que les lleves el desayuno a la cama.

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    1. Hay que ver cómo calificas al pobre ancianito. No, Vanbrugh, sus deseos de violación son oníricos, radican en su subconsciente, ni siquiera peca contra el noveno.

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    2. Ni onírica ni... leches. No es una violación de ningún modo, qué mente más sucia la de Vanbrugh, la otra acepta la agradable sorpresa y se acomoda al meneo

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    3. Claro que no es una violación, por eso digo que es un violador en potencia, y no en acto. Pero en la cabeza del sujeto, aunque no sea así en la realidad, ni se trata de su casa, ni de su cama, ni de su mujer, ni tiene por qué esperar el acomodo de la prójima, no obstante lo cual se dispone a la tarea y la consuma sin más averiguaciones. No es necesario tener una mente sucia, y yo no la tengo, para llamar violación a eso que sucede en su cabeza, aunque no lo sea lo que ocurre en la realidad.

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    4. Insisto, Vanbrugh, en que es un impulso erótico onírico: sueña con hacer el amor con Jane Birkin, sueña que lo hace y sueña que ella acepta de buen grado hacerlo. Y además, en estado sonámbulo, ocurre lo que sueña. Calificar de violador en potencia a alguien por los fantaseos de su subconsciente me sigue pareciendo un tantico exagerado.

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    5. "...sueña que lo hace y sueña que ella acepta de buen grado hacerlo." Yo insisto en que estos dos sueños se tendrían que haber producido justo en el orden contrario. Se tira a la Birkin y solo cuando ya lo está haciendo comprueba que a ella también le parece bien. ¿Y si no se lo hubiera parecido?

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    6. Vamos a ver, Vanbrugh. Ya no en el plano onírico, sino en la realidad, tomar la iniciativa en una actividad sexual no es lo mismo que tener intenciones de violar a nadie. Las intenciones "violadoras" existen cuando no sólo tienes el impulso de adoptar una iniciativa sexual sino también la decisión de llevarla a cabo aunque la otra persona rechace tu iniciativa. Si acometer una iniciativa sexual sin contar previamente con la aceptación expresa de la otra persona fuera ser un "violador en potencia", me temo que todos somos o hemos sido violadores en potencia (sin distinción de sexo).

      Pero si ya vamos al plano de lo onírico –que es en el que desarrolla el cuentito– ya me parece todavía mucho más exagerado tu calificativo a mi pobre protagonista. Soñó que ocurría algo que, si hubiera ocurrido en la vida real, ni siquiera debería calificarse de violación. Pero es que voy más allá: incluso si su sueño hubiera consistido en que estaba violando efectivamente a Jane Birkin (es decir, que se metía en su cama, la penetraba, ella se resistía y aún así él seguía), tampoco puede a mi juicio decirse que el viejito sea un "violador en potencia" (y, por supuesto, no soy consciente –como erróneamente supones en tu primer consciente– de ello). Te admitiría calificarlo de violador en potencia si pensara conscientemente sobre esa posibilidad (y, por ejemplo, se abstuviera de hacerlo porque teme las consecuencias, pero no porque considere tal acto repugnante). Pero uno no es responsable de las producciones oníricas de su cerebro y en absoluto puedes correlacionar sueños inmorales con que esa persona, conscientemente, admita como posible llevar a cabo tales acciones. Si admitiéramos que haber tenido un sueño en que violamos a alguien o matamos a alguien nos califica como violadores o asesinos en potencia, todos lo somos.

      Pero, insisto, él ni siquiera soñó que violaba a Jane Birkin.

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  5. Me ha gustado el relato, tengo dudas sobre si su mujer se aprovecha del sueño de su marido, creo que sí porque sonríe como diciendo: "aunque me llames Jane los dos salimos ganando". Enhorabuena por la historia, muy bien escrita.
    Un saludo, :)

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    1. La interpretación del cuento, Babe, es de los lectores, sobre todo cuando el autor no cierra las explicaciones. La mía es que el viejito hizo el amor con su mujer en estado sonámbulo y ella disfrutó obviamente, sin necesidad de enterarse de que su marido creía estar haciéndolo con la Birkin. Me alegra que te haya gustado.

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