martes, 3 de marzo de 2015

IVA (cultura y porno)

El Impuesto al Valor Añadido (IVA) se introdujo en España en 1986 como condición para entrar en la entonces Comunidad Económica Europea. Sustituyó en nuestro país, entre otros, al Impuesto General sobre Tráfico de Empresas (el ITE), también un impuesto indirecto que desde 1964. Al diferencia del IVA –donde el impuesto grava la diferencia entre el valor de venta y los costes pagados– el ITE era acumulativo en cada etapa del proceso productivo, pero con la relevante exención de la fase final de la venta minorista. Sin duda, el IVA suponía una generalización y perfeccionamiento de la imposición indirecta y, según se dijo en aquellos años, se pretendieron fijar unos tipos que no generaran variaciones significativas en la carga fiscal soportada hasta entonces. Ya fuera por incompetencia técnica o porque los responsables mentían desde el principio, lo cierto es que no fue así: hubo una evidente subida de precios al consumidor, aunque no supuso demasiado revuelo social (téngase en cuenta que la segunda mitad de los ochenta era tiempo de bonanza).

En los ya casi treinta años que en España existe el IVA, sus tipos han variado mucho, siempre al alza y no precisamente con "criterios sociales". Inicialmente se planteó dividir los bienes y servicios en tres categorías que podríamos llamar de primera necesidad (tipo reducido del 6%), normales (tipo del 12%) y de lujo (tipo incrementado del 33%). Entre los bienes con tipo reducido estaban, por ejemplo, los alimentos, los libros, revistas y periódicos, los medicamentos, la vivienda y los servicios de transporte. Pero en 1993 –parece que por exigencia de Europa– los bienes suntuarios pasaron a tributar al tipo general, lo que se compensó con la creación de un tipo superreducido al 3%. Desde entonces, ha ido subiendo hasta la última con el Decretazo de 2012 del PP, incumpliendo sus compromisos electorales porque –Montoro dixit– "era algo obligado", y ya tenemos los tipos en el 21, 10 y 4%.

La recaudación del Estado por IVA también ha ido creciendo progresivamente. Los datos que he encontrado se limitan al periodo 1998-2013, durante el cual se ha pasado de unos 20.400 millones de euros a 57.300 el ejercicio pasado, casi el triple de la cuantía en 16 años, lo que equivale a una tasa media interanual del 7,14% de incremento, mientras para el mismo periodo el PIB español ha crecido a una media interanual del 4,35%. Mientras estábamos en "vacas gordas", con algunos desajustes puntuales, el crecimiento de la recaudación por IVA seguía con bastante exactitud el crecimiento del PIB; lo llamativo, sin embargo, es que a partir de 2009, el IVA sigue creciendo mientras el PIB baja. En todo caso, sobre todo en estos últimos años de crisis, el incremento de recaudación por el impuesto es desde luego menor al que correspondería proporcionalmente a la subida que han sufrido los tipos, porque obviamente el consumo ha caído. En 2013, la recaudación por IVA se situó en torno al 5,5% del PIB, el porcentaje más alto en la historia, casi dos puntos más (3,68%) que el que tenía en 1998. Todo este rollo de cifras parece apuntar a que, más en los últimos tiempos que nunca, cualquier consideración "social" de los efectos de un impuesto (que ya de por sí es poco "distributivo") sobre una población más empobrecida han sido olvidadas por el afán del Estado de recaudar a toda costa (aunque el margen de eficiencia sea menor que si se emplearan otros instrumentos).

La excusa del Gobierno es que en cuestiones del IVA hay que obedecer a Europa. Es verdad que Europa establece los límites mínimos de los tipos normales y reducidos (e incluso la posibilidad de exenciones a determinados bienes), pero a cada país le queda un margen de maniobra. A 1 de enero de este año, el tipo normal entre los 28 Estados miembros se mueve entre el 17% de Luxemburgo y el 27% de Hungría, situándose la mayoría en torno al 21-23%. Lo que se comprueba es que lo de subir el IVA es muy del gusto de los directivos económicos europeos, como demuestra el que esté siempre entre sus recetas. La impresión que tengo es que el absoluto predominio de la concepción neoliberal se ha venido traduciendo en una convergencia fiscal al alza de la imposición indirecta, convergencia que no es ni mucho menos tan estrecha en la tributación sobre las rentas (tanto del trabajo como, especialmente, del capital). Es decir, en Europa como en España prevalece la voluntad recaudadora con muy escasa voluntad redistributiva de la riqueza. En tiempos de penurias como éstos, ello se traduce en cargas casi insoportables para la gran mayoría de la población, sin que le ocurra lo mismo a los más ricos.

En mi opinión, si no nos mandaran quienes nos mandan, se deberían hacer al menos dos cambios en el IVA. El primero, obviamente, bajar el tipo normal porque un incremento del 21% en los precios al consumo me parece una pasada, más cuando de lo que se trata es de estimular la demanda. El segundo, dividir los bienes y servicios en grupos con tipos impositivos distintos con una mayor "sensibilidad social". Es decir, eximir del IVA a los productos de primerísima necesidad, asignar un tipo reducido a los de interés social y, finalmente, recuperar el IVA incrementado para los bienes de lujo, pues me parece justo que quien se quiera comprar un deportivo, ropa de alta costura o joyas tenga un recargo del 33% o más. Puede que algo bajara la recaudación total, pero se contribuiría a aliviar los agobios de una gran mayoría y también a que los más desahogados aporten más (lo cual no quiere decir que el impuesto pase a ser redistributivo, pero sí un poco menos indiscriminado).

Lo que me lleva, para acabar este post al motivo por el que he repasado este asunto, y es la repetida queja de quienes operan en el sector de la "cultura" de que el IVA que les imponen es excesivo (21% como el de casi todo). Ciertamente, parece razonable que a estos productos se les aplique un IVA reducido, sobre todo si el Gobierno no quiere que se le acuse –como le escuché el otro día a Sabina– de odiar la cultura. Pero lo que me llamó la atención fue la frase (que ya había oído antes sin pararme a reflexionar) de que paga más IVA la cultura que la pornografía. Desde luego, es enormemente elocuente, tanto que la tentación de repetirla (y mira que se repite a poco que busques sobre este tema) es demasiado difícil de evitar aunque no sea rigurosamente verdad. Porque no lo es. Las entradas de cine, teatro y espectáculos, así como los discos y videos, tienen un IVA normal del 21% (sean o no pornográficos), mientras que los libros y revistas (sean o no pornográficos) tienen un IVA superreducido del 4%. O sea, que la frase correcta (y no verdad a medias que es la peor mentira) sería algo así como que paga más IVA una entrada al cine que una revista guarra, a la que los de la industria del porno (¿lo consideramos cultura?) replicarían que sus videos pagan más IVA que una novela de García Márquez. En fin, que Sabina y los del cine hacen un poquito de demagogia con la frasecita (y, a mi juicio, pierden autoridad), pero ello no obsta para que la subida del PP haya sido brutal para la economía cultural porque hasta entonces el IVA era el reducido al 8%. Es decir, el Decretazo les significó de golpe un 12% de incremento; si tenemos en cuenta que ante la contracción de la demanda ya tenían problemas con los precios, sólo para mantenerlos han de reducir más o menos en ese porcentaje los márgenes y costes. No necesitaban recurrir a la llamativa comparación con el porno para tener razón.

2 comentarios:

  1. Un día tengo que pararme a releer todas tus entradas sobre economía con un par de hojas de cálculo y comprobar por mí mismo cuánto variaría en mi día a día, por ejemplo.

    El porno es el fin en el que se hunde la cultura cuando los autores se limitan a repetir clichés de género. ¿Sabes esas películas de tiros? Son porno, en el sentido de que son películas en el sentido puramente técnico, en absoluto en conceptos de argumento o similares, pues al igual que el porno sólo existen para mostrar tres o cuatro escenas de acción.

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  2. La alta cultura siempre ha sido privilegio de elites, por eso existe la cultura popular. De todas formas, los sistemas fiscales expoliadores anti-robin hood, se basan en recaudar entre la masa de pobres y eximir a los ricos.

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