Autobiografía de un pollito (1)
Hola amiguitos, ¿cómo estáis? Me llamo ... Bueno, en realidad no tengo nombre, ninguno tenemos nombre. Eso de poner un nombre a los individuos es cosa vuestra, de los humanos, supongo que para distinguiros, incluso ante vosotros mismos. Sí, ya sé que también les ponéis nombres propios a algunos animales (por cierto, bastante ridículos la mayoría), a los que adoptáis para que os hagan compañía. Pero no es nuestro caso, nosotros somos indistintos, productos seriados de fabricación industrial y obviamente no tenemos nombre, ni siquiera un código que nos individualice, al menos no mientras estamos vivos. Ahora bien, si he de contar mi historia habré de bautizarme y, la verdad, no se me ha ocurrido nada original (confío en que no me exijáis que sea imaginativo). Así que he recurrido a plagiar a quien con más eficacia se ha dedicado en los tiempos modernos a humanizar animales; me refiero, claro está, a Walt Disney. Me habría gustado remitirme a una peli clásica hecha por el propio Walt, pero lamentablemente parece que nunca le interesó mi especie. De hecho, hasta hace diez años, ochenta después de la fundación de la compañía, no se decidieron a hacer una en la que un pollo –sí, he sido un pollo– fuera el protagonista. Dicho lo cual me presento: me llamo Chicken Little, así en inglés, porque decir que mi nombre es Pollito se me antoja francamente estúpido. De momento pues, amiguitos, pensad en mí como el simpático personaje de esa peli que tanto os gustó. No es que en vida me haya parecido demasiado pero algo tenemos en común: los dos somos productos de máquinas: él de un ordenador, yo ni siquiera lo tengo del todo claro.
Mi historia, si la medimos en tiempo de vida, es corta, demasiado corta. Por eso, permitidme que, a riesgo de perder amenidad, me recree en los detalles, e incluso que me retrotraiga a mis antecedentes, muy lejanos a mi propio nacimiento. Ya os he dicho que soy un pollo (era, en realidad, pero convengamos en que esta voz fantasmal de dudosa existencia lo sigue siendo). Los pollos, queridos niños, son, según el diccionario español, las crías que nacen de cada huevo de ave, pero el término se usa en especial para referirse a los de la gallina. Es decir, soy o fui un individuo subadulto de la subespecie gallus gallus domesticus. Como el propio nombre indica, somos animalitos domésticos y lo somos desde hace mogollón, tanto como más de siete mil años, cuando algunos pobladores del Sudeste asiático empezaron sus primeros ensayos con el gallo bankiva. Sueño a veces con ese ancestro originario, corriendo libre por los bosques tailandeses, con su vistoso y colorido plumaje, su cacareo (o quiquiriqueo) orgulloso. Luego fantaseo con los primeros que fueron capturados, el desconcierto de esos tatarabuelos míos cuando los enjaularon; supongo que ya estarían acostumbrados a que esos bípedos grandotes los mataran, pero encerrarlos con vida ... En fin, así empezó nuestra historia, el que ha resultado nuestro destino: ser criados por el hombre para su alimento. Un proceso de selección artificial, una de las especies escogidas, porque ofrecíamos muchas ventajas, tantas que –aunque tardó lo suyo– hacia el siglo VI aC ya estábamos extendidos por toda Europa. A España nos trajeron los fenicios, amiguitos, cuando todavía la península la ocupaban esas tribus que llamáis íberas o celtas.
Soy –o fui– un pollo broiler que, para los que no lo sepáis, es el nombre de la variedad desarrollada específicamente para producir carne. Lo de ir jugando con los cruces de gallos y gallinas (también de otros animales, claro) es costumbre de los humanos desde siempre, con el objetivo de ir obteniendo variedades o razas –confío en que no os ofenda el término– para finalidades concretas. Con nuestra especie siempre se ha tratado de dos cosas: carne y huevos; y claro, por eso de la economía que tanto os preocupa (ya lo aprenderéis cuando seáis grandes), conseguirlas lo más barato posible. Pues bien, hacia los años treinta, en los Estados Unidos, se dio con los primeros broilers modernos cruzando musculosos gallos Cornish, provenientes del condado inglés de Cornwall, con las grandes gallinas Plymouth Rock, originarias de Nueva Inglaterra. Esos híbridos de los cuales provengo tuvieron enseguida mucho éxito como materia para un negocio que estaba por entonces extendiéndose rápidamente. Las granjas tradicionales –esas que todavía aparecen en los anuncios publicitarios para vender pollos– no eran demasiado compatibles con los nuevos requerimientos de explotación en grandes cantidades y a toda velocidad. En esa revolución hubo unos cuantos visionarios a los que debo mi existencia, por muy fugaz que haya sido. Para no aburriros citaré sólo a uno, al canadiense Donald Shaver, pionero en la introducción de la genética en la cría y mejoramiento de nuestra raza, gracias a lo cual convirtió su compañía en la mayor productora de pollos y huevos del mundo. Así que, amiguitos, yo soy –o fui– un resultado directo de la aplicación de vuestros avances científicos. Fui un pollo impresionante: cuando me llegó la hora pesaba, a mis cincuenta días, cuatro kilos y doscientos gramos, mientras que a mi misma edad, los broilers de Shaver a mediados de los cincuenta ni siquiera llegaban al kilo. ¿No os parece fantástico cómo nos habéis engrandecido? Casi nos habéis quintuplicado el tamaño en apenas medio siglo. No entiendo por qué no os aplicáis las mismas técnicas aunque, claro está, tardaríais bastante más en lograr tan espectaculares resultados ya que pasan muchos años hasta que sois fértiles. No obstante, imaginaos un futuro de individuos humanos de 350 kilos y tres metros de altura: ¡superhombres!
Me gustaría ahora hablaros de mis padres, pero lamentablemente no los conocí. Como todos sabéis, amiguitos, nosotros nacemos de huevos que pone la gallina. Para que en esos huevos haya un futuro pollito previamente el papá gallo ha tenido que aparearse con la mamá gallina, igual que también lo hicieron vuestros padres para que vosotros nacierais. Eso de aparearse en nuestra especie tiene todo un rito, no vayáis a pensar que es un aquí te pillo y aquí te mato. Cuando a un gallo le gusta una gallina se dedica a cortejarla: baja un ala y baila en círculo alrededor de ella. Como todas las hembras, la gallina no cede a la primera a sus requerimientos, suele alejarse y el pretendiente ha de perseguirla exhibiendo sus dotes de bailarín además de otras gracias como cacareos, batir de alas e hinchares de pecho hasta que la futura mama, al fin convencida, agacha la cabeza y el cuerpo para indicarle que vale, que adelante. Es entonces cuando el gallo se acerca rápidamente por detrás a la gallina, se monta sobre ella y ambos con la cola levantada juntan sus culitos, que con muy mal gusto vosotros llamáis cloacas. En ese momento, el gallo dispara su semen a la vagina de la gallina y comienza una nueva repetición del maravilloso ciclo de la vida. Como podréis imaginar, todo este show necesita tiempo y espacio suficiente, además de la voluntad de la gallina, porque no veáis la de veces que éstas rehúsan. Y claro, cuando estás destinada a ser un pollo de engorde, los criadores no pueden permitirse esos lujos. Tened en cuenta que en las explotaciones de multiplicación (que es el nombre legal que tienen las dedicadas a producir huevos para incubar) nacemos al año unos 840 millones de pollitos, sólo en España. Para que os hagáis una idea, por cada españolito que viene al mundo, nacen casi dos mil pollos; bien es verdad que los bebés de vuestra especie viven una media de setenta y pico años y nosotros apenas seis semanas. En fin, es fácil de entender que esas magnitudes no se consiguen al "estilo tradicional", el granjero con su grupito de gallinas y algún gallo, correteando por un corral abierto. Todavía quedan unos cuantos de esos valientes, y si me hubiera tocado nacer habría visto a mi madre al salir del huevo y mi breve infancia habría sido seguramente más feliz. Pero es que las probabilidades estaban muy en mi contra.
Os preguntaréis entonces, amiguitos, cómo se aparearon mis padres para que yo naciera. Pues es que no lo hicieron; el gallo que en sentido estricto debo considerar mi padre no "pisó" (que es como se dice al apareamiento) a la gallina en cuyo útero se desarrolló el huevo del que nací. Lo que se hace en estas fábricas de pollos es extraer el semen de los gallos y luego inyectarlo en la vagina de las gallinas, todo ello, claro está, con las debidas medidas de higiene. O sea, que gallos y gallinas se mantienen vírgenes toda su vida –podríamos cantarles ese tema tan bonito de Javier Krahe: "no todo va a ser follar"– gracias a que vosotros, los humanos, os ocupáis de repetir hasta el infinito el milagro de la inmaculada concepción. Aunque no puedo hablar por experiencia propia pues no llegué a la edad fértil, intuyo que a los gallos le molaría más depositar su semen directamente en las gallinas, tal como le dictan sus instintos. Eso de que te sujeten, te soben el abdomen para estimular la eyaculación y te aprieten con los dedos los órganos sexuales no debe ser plato de buen gusto. Y menos cuando lo hacen unas cuantas veces y prácticamente todos los días. Pero papá (seas quien seas), ten en cuenta que para eso estabas ahí, gracias a eso te dejaron vivir, aunque el precio fuera convertirte en un expendedor seminal. Pues bien, de una de esas muestras, probablemente diluidas y refrigeradas hasta su uso, provino la mitad de mi ADN. La otra la aportó la gallina a la cual sujetaron y masajearon de forma muy similar al gallo para que sacara hacia afuera y abriera la vagina y, entonces, inyectarle la dosis justa de semen (probablemente mezclado de varios machos). En el video que os pongo debajo puede verse el proceso completo, aunque hecho en unas condiciones artesanales que no fueron precisamente las que antecedieron a mi propia fecundación. En fin, hasta aquí el primer capítulo de la historia de mi vida, justo hasta el momento en que empiezo a ser.
Después de leer tu entrada he ido a la Ouija, la grafía recomendada por la RAE es güija, y le he preguntado a Disney sobre lo de tu protagonismo en una película. Me ha dicho que ese corto ya lo hizo en 1943, posteriormente en 2005 se hizo largo.
ResponderEliminarPor cierto, esta semana está el grandísimo Javier Krahe actuando en el café central de Madrid, corra (corran) a verle; se va a tomar un año sabático y por ese período de tiempo desaparecerá, ¡quién sabe si le volveremos a ver. Espero que sí.
Saludos
SG
Ya tuve la ocasión de ver a Krahe la semana pasada aquí, en Tenerife. En cuanto al corto del 43 de Disney con un pollito de protagonista, no encontré la referencia al escribir el post; jabré de documentarme mejor en el futuro.
Eliminar" soy o fui un individuo subadulto de la subespecie gallus gallus domesticus.". No sólo eso: soy eso y además un macho, las hembras se apartan del proceso de engorde y matadero y se destinan a procrear huevos o más pollos; de ahí el oficio de sexador de pollos, de gran dificultad.
ResponderEliminarTodo el proceso es de una gran y fría crueldad, como toda la ganadería estabulada por otra parte, y aunque últimamente se está divulgando mucho a través de libros de gran tirada y de documentales, el asunto subsiste porque preferimos mirar a otra parte, no enterarnos. Al fin y al cabo, también lo hacemos con nosotros mismos; ¿o acaso no son preciosas y coloridas desde lejos esas favelas colgadas de los morros encima de Copacabana? Otra cosa es cuando nos acercamos y vemos la miseria de cerca.
En efecto, se trata de que no nos enteremos para que no se nos atragante el pollo (o el filete o lo que sea). Por lo menos, en breve al menos me comeré huevos de gallinas con una vida bastante mejor.
EliminarEn Twitter todos los animalistas y anti-especicistas (sic) se dedican a recordarlo y sí, es algo dantesco. La pregunta es, ¿alternativas reales? Quizás no comer tanta carne. Podría ser un buen comienzo.
ResponderEliminarP.D: ¡Qué curioso que nadie haya nombrado Memorias de un pavo, de Bécquer! http://www.acanomas.com/Libros-Clasicos/143998/Memorias-de-un-pavo-(Gustavo-Adolfo-Becquer).htm
P.P.D: Sé que era una broma, pero los delfines quizás tengan "nombres": http://news.nationalgeographic.com/news/2013/07/130722-dolphins-whistle-names-identity-animals-science/
Desde luego, comemos demasiada carne.
EliminarMás me vale no enterarme mucho de los detalles de la cría de los animales comestibles, no vaya a ser que tenga que hacerme vegetariano o, más probablemente, que padecer graves remordimientos cada vez que coma carne.
ResponderEliminarOí una vez por la radio un reportaje, creo que verídico, sonbre una industria complementaria de la cría de gallinas que me pareció francamente insólita. Por lo visto entre las gallinas hay jerarquías, que se establecen mediante feroces picoteos de los individuos dominantes contra los dominados (originales animalitos). De las reyertas necesarias para mantener el statu quo social gallinil salen tan malparados algunos individuos que el asunto supone una seria pérdida para los criadores, un cinco o un diez por ciento de aves muertas o depauperadas por pertenecer a la casta más baja. Para evitarlas alguien se ha inventado el curiosos sistema de colocar lentes de contacto a las gallinas. Les reduce brutalmente la visión y, con ello, les impide provocar y sentirse provocadas y elimina casi por completo las peleas jerárquicas y la consiguiente pérdida de carne. La gallina cegata es más pacífica y más longeva, engorda y deja engordar. Tengo que averiguar si es cierto porque, en cualquier caso, e veramente ben trovato.
Es cierto, la jerarquía del picoteo, y el sistema antaño habitual era... recortarlas el pico.
EliminarEnterarse de los detalles suele ser deprimente, en efecto.
EliminarNo había oído eso de ponerle lentillas a las gallinas y, la verdad, se me antoja demasiado rebuscado y caro por lo que, por muy ben trovato que te parezca, me cuesta creérlo (quedo a la espera de tus averiguaciones). Como dice Lansky, lo habitual (y bastante más simple), es recortarles el pico, práctica que sigue haciéndose y que es una excepción permitida a la sprohibiciones de mutilación de los animales domésticos.
Si te voy a ser sincero, el reportaje en cuestión estaba en inglés y me enteré de la mitad. He investigado un poco en Internet y he encontrado solo un articulo de El País, de 2005, (no pongo el link, es la tercera o cuarta entrada que te sale en gúguel si buscas "lentillas para gallinas"). Al parecer se le ocurrió a un granjero americano allá por los sesenta y consiguió hacer algo de dinero con el asunto, que sí que funciona, pero no sé lo difundido que haya llegado a estar en la práctica. Me imagino que poco, porque si no sería más conocido. Se trata de gallinas ponedoras, de producción de huevos, no de carne, por eso tu Chicken Little no ha pasado por ello. Lo que sí es cierto, cuenta El País, es que planear una estrategia de introducción en el mercado de lentes de contacto para gallinas se ha convertido en un ejercicio clásico para los estudiantes de no sé qué prestigioso master postgrado en el IESE. Debe de ser bastante difícil convencer a un productor de huevos de que deje de recortar el pico a sus gallinas y las lleve en cambio al oculista. Ahora, muy caro no creo que sea. Yo uso lentillas, y estoy convencido de que las mías, graduadas y mucho más grandes, no deben de costarle al fabricante arriba de dos o tres céntimos el par. Lo más caro, sin duda, será la colocación, pero es cuestión de reciclar a los sexadores de pollos o a los recortadores de picos -operación mucho más arriesgada, más cruel y en la que, contaba mi reportaje, se echa a perder un porcentaje no desdeñable de animalitos-.
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