Un cierto desánimo (nada grave, no obstante)
Llevo unos días un tanto bajillo de ánimo. La noticia del cáncer de Luis me caló (ya he hablado de eso). Y luego está el tema del reparto de bienes que he de reconocer que no es precisamente algo para tirar cohetes.
Tras 16 años de vida en común (y economía absolutamente en común) se acumulan bastantes bienes. Parece ser que ha sido a mí a quien ha tocado hacer inventario; primer paso: saber lo que hay para repartirlo. Hasta ahora los temas materiales no se han tocado, pero es evidente que son colgaduras que hay que desprender. De hecho, también habrá que resolver los aspectos engorrosos de la separación económica. Todavía ahora, 15 meses después, seguimos con las cuentas compartidas (y los gastos e ingresos) y sin tener muy claro a nombre de quién está domiciliada cada cosa. ¡Qué coñazo!
Así que llevo un tiempillo aprovechando ratos libres para inventariar muebles, buscando en viejas contabilidades cuándo los compramos. Y eso supone recordar momentos de nuestra vida en pareja. El año 96, que pasamos tanto tiempo en Barcelona recorriendo tiendas y comprando la primera tacada para amoblar la casa nueva; los viajes de vacaciones en que nos sorprendíamos encontrando alguna pintura o cualquier otra cosa; los largos meses que pasamos hasta decidirnos a comprar la superbiblioteca de módulos correderos ... Cada mueble, cada cuadro, cada bobería tiene su pequeña historia; y al listarlo ésta me viene a la cabeza.
Y claro, me entra la melancolía tristona. No es nostalgia de mi relación de pareja; al menos, no es en absoluto deseo de retomarla (lo que, por otra parte, no dependería sólo de mí). Quiero andar por el camino que se inició tras la ruptura y sé además que es lo que debo hacer. Sé también que cuanto antes debemos ambos romper los débiles pero intrincados lazos que aún nos vinculan, porque sólo así cada uno podrá ser lo que debe ser. Incluso sólo así podremos recuperar entre nosotros una relación más sana, no como la de ahora en que seguimos con las heridas abiertas el uno ante el otro.
Creo que la tristeza blanda que me invade (que tampoco es demasiada, no se vaya a pensar) es porque estos recuerdos me retrotraen a un yo tan distinto del que ahora estoy siendo. Imagino que es que me noto viejo, que ha pasado el tiempo, que cada vez pasa más deprisa y se me va acabando. Es la tristeza de asistir a la muerte, la muerte de mí mismo, y es que, aunque ya no sea ese yo, he de reconocer que le tengo algo de cariño.
En fin, que no es más que eso. Y lo he de pasar, aunque evidentemente sin recrearme en pensamientos morbosos. Por mucho que uno vaya teniendo las ideas claras, en su interior siguen habitando, cual parásitos, algunos enanitos miedosos y nostálgicos.
He escrito este post porque hay una persona que me ha dicho que tengo que pensar en lo que me pasa, en mi desánimo, y sacarlo de mí. Y yo le he dicho que tampoco hay demasiado a lo que dar vueltas pero ... en fin.
Tras 16 años de vida en común (y economía absolutamente en común) se acumulan bastantes bienes. Parece ser que ha sido a mí a quien ha tocado hacer inventario; primer paso: saber lo que hay para repartirlo. Hasta ahora los temas materiales no se han tocado, pero es evidente que son colgaduras que hay que desprender. De hecho, también habrá que resolver los aspectos engorrosos de la separación económica. Todavía ahora, 15 meses después, seguimos con las cuentas compartidas (y los gastos e ingresos) y sin tener muy claro a nombre de quién está domiciliada cada cosa. ¡Qué coñazo!
Así que llevo un tiempillo aprovechando ratos libres para inventariar muebles, buscando en viejas contabilidades cuándo los compramos. Y eso supone recordar momentos de nuestra vida en pareja. El año 96, que pasamos tanto tiempo en Barcelona recorriendo tiendas y comprando la primera tacada para amoblar la casa nueva; los viajes de vacaciones en que nos sorprendíamos encontrando alguna pintura o cualquier otra cosa; los largos meses que pasamos hasta decidirnos a comprar la superbiblioteca de módulos correderos ... Cada mueble, cada cuadro, cada bobería tiene su pequeña historia; y al listarlo ésta me viene a la cabeza.
Y claro, me entra la melancolía tristona. No es nostalgia de mi relación de pareja; al menos, no es en absoluto deseo de retomarla (lo que, por otra parte, no dependería sólo de mí). Quiero andar por el camino que se inició tras la ruptura y sé además que es lo que debo hacer. Sé también que cuanto antes debemos ambos romper los débiles pero intrincados lazos que aún nos vinculan, porque sólo así cada uno podrá ser lo que debe ser. Incluso sólo así podremos recuperar entre nosotros una relación más sana, no como la de ahora en que seguimos con las heridas abiertas el uno ante el otro.
Creo que la tristeza blanda que me invade (que tampoco es demasiada, no se vaya a pensar) es porque estos recuerdos me retrotraen a un yo tan distinto del que ahora estoy siendo. Imagino que es que me noto viejo, que ha pasado el tiempo, que cada vez pasa más deprisa y se me va acabando. Es la tristeza de asistir a la muerte, la muerte de mí mismo, y es que, aunque ya no sea ese yo, he de reconocer que le tengo algo de cariño.
En fin, que no es más que eso. Y lo he de pasar, aunque evidentemente sin recrearme en pensamientos morbosos. Por mucho que uno vaya teniendo las ideas claras, en su interior siguen habitando, cual parásitos, algunos enanitos miedosos y nostálgicos.
He escrito este post porque hay una persona que me ha dicho que tengo que pensar en lo que me pasa, en mi desánimo, y sacarlo de mí. Y yo le he dicho que tampoco hay demasiado a lo que dar vueltas pero ... en fin.
CATEGORÍA: Mis estados de ánimo
POST REPUBLICADO PROVENIENTE DE YA.COM
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