martes, 7 de octubre de 2008

Un día perfecto en Roma

La semana pasada leí Un día perfecto (Un giorno perfetto), la última novela de Melania G. Mazzucco, publicada en septiembre de 2008 por Anagrama, si bien en italiano salió en 2005 e incluso ya hay hecha una película. Ya había leído, hará un par de años, la novela anterior de esta chica, Vita, con la que ganó el premio Strega y pasó a la primera fila de los actuales escritores italianos. Vita, pese a sus tantos elogios, no me gustó demasiado; la historia —una saga sobre le emigración italiana en América durante todo el siglo pasado— se me hizo pesada. Sin reclamar, naturalmente, la más mínima universalidad para mis criterios literarios, la primera condición que requiero para que un texto me guste es que me sea ameno. Pese a ese primer desencuentro, y animado especialmente por las cálidas palabras que a este libro le dedicó Maritornes (cuyo blog, por cierto, acabo de descubrir consternado que ha sido suprimido), me decidí a comprarlo. Y me alegro mucho de haberlo hecho porque no sólo he disfrutado leyéndolo, sino que la lectura me ha provocado muchas y variadas emociones, reflexiones, sorpresas, curiosidades, recuerdos ...

La novela cuenta la historia de unos pocos y muy distintos personajes con dos núcleos conyugales, el de Emma y Antonio y el de Elio y Maja. El planteamiento estilístico de la autora es ceñirse a una narración cronológica en la que cada capítulo es una de las veinticuatro horas de ese "día perfecto". En cada uno de esos capítulos asistimos a los avatares de algunos de los distintos personajes y a los encuentros entre ellos, siempre en Roma; la presencia de la ciudad en la trama es tan fuerte que puede considerarse ella también como un personaje más de la historia. El día narrado es el viernes 24 de mayo de 2001, en la recta final de la campaña de las elecciones generales que ganaría Berlusconi, iniciando así su segundo periodo como jefe del gobierno italiano. De hecho, Elio, uno de los protagonistas, es un candidato de Forza Italia que pretende renovar su escaño en la Cámara de Diputados. La novela refleja magníficamente, a mi modo de ver, el enrarecido ambiente moral que vivía Italia por esas fechas (actualmente creo que es peor) del que supo aprovecharse, astuta y despreciablemente, il Cavaliere (ambiente que, por otra parte, él mismo había fomentado desde su control de los medios de difusión). Sin duda, la posición de la Mazzucco frente a la Italia berlusconiana, concentrada en la Roma de ese giorno perfetto, es crítica; pero también se adivina que es una crítica desde el amor a la ciudad y al país, un grito personal para contribuir a la tan necesaria (e improbable) catarsis italiana.

Leyendo esta novela me ha venido a la mente, además de muchas otras cosas, la personalidad singular de Roma y la relación entre la ciudad y el estado italiano. Roma es, sin duda, fascinante; pero esa fascinación es en gran medida morbosa. Roma ha sido siempre la quintaesencia del poder y, consecuentemente, crisol de las más miserables pasiones de los hombres. La sangre de Roma son intrigas y corrupciones; su belleza está contaminada de las más perversas maldades. Para mí, que tal sea el alma de Roma, mucho tiene que ver con que en ella se asentara la Iglesia. Aunque puede que la relación causal sea al revés o, lo más probable, ambas se retroalimenten. De ello hablé este verano con un romano: ¿es Roma como es por tener al Vaticano o es la Iglesia como es por estar en Roma? En alguna medida, la casi "imposibilidad" de Italia durante tantísimo tiempo de la Historia, se debe a Roma y al eterno dilema entre el dominio y la independencia que vivieron la ciudad y la península; con el agravante, por cierto, de tantas injerencias extranjeras. Me pregunto qué habría ocurrido si en 1870 se hubiese optado por otra capital; ya sé que era (y sigue siendo) impensable pero no creo que ninguno de los padres de la unificación italiana fuera consciente de la hipoteca con que cargaban al joven estado. ¿Vendrán de aquellos lodos novecentistas (y de otros muy anteriores) estos barros berlusconianos cuyos aires tan bien se respiran en la novela de Mazzucco?

Pero dejo de improvisar banalidades, que carezco de la más mínima autoridad moral. No se puede hablar de lo que no se conoce y una ciudad no se conoce si no se ha vivido (he estado varias veces en Roma, pero el turismo no cuenta). Máxime si esa ciudad es Roma y a cuento de esto me acuerdo de la anécdota que se atribuye a un papa romano que, en una audiencia a los cardenales, les iba preguntando qué pensaban de la ciudad. Uno le dice que lleva poco tiempo y el Papa le anima a conocerla; a otro que vive ya desde hace unos años le felicita por lo bien que la conoce; al último, romano como él, le comenta: tú ya sabes que a Roma no se la termina de conocer nunca. Así que, repito, me callo y recomiendo la lectura de la novela de Mazzucco, voz muchísimo más autorizada que la mía para hablar de su ciudad y de sus habitantes.

Es terrible pensar que nuestra vida es una novela sin argumento y sin héroes, completamente inconexa, carente de coherencia, hecha únicamente de pausas y de vacíos, de digresiones sin sentido. (Página 262)

Cuando Emma lo abandonó, no sólo era la ausencia de ella lo que había sufrido. No sólo la ausencia de los niños. Sino también la ausencia de sí mismo. (Página 283)


En este post la canción venía obligada. Justo antes de la primera frase de la novela (Roma se duerme lentamente, hundiéndose en el sopor de la noche.), Mazzucco nos ofrece algunos versos de este tema que Lou Reed nos regaló en su album Transformer, de 1972.

CATEGORÍA: Literaturas

3 comentarios:

  1. En efecto, sin haberla leído, confieso que me toca (¿indebidamente?) las narices una novela que osa, se atreve a titularse como una de mis canciones favoritas de todos los tiempos: "Es un día perfecto, me has hecho olvidarme de mí mismo. Creí que era otra persona, una buena persona. Uno recoge lo que ha sembrado."

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  2. Ni más ni menos, la vida pasa factura siempre.

    BUENOS DIAS.

    ANTONIO.

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  3. Hace 15 días estuve en Roma de turismo. Evidentemente, quedaron muchas cosas en el tintero y una de ellas leerme este libro antes de ir.
    Me lo recomendaron, pero la escusa de siempre: el tiempo.

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