El Comodoro Rolín
Hace diecisiete años que vivo en la calle Comodoro Rolín, de Santa Cruz de Tenerife. Se trata de una calle corta (algo menos de 300 metros) de un solo tramo en ligero quiebro comprendida entre dos avenidas de cierta importancia. No está mal urbanizada, si la comparamos con la media municipal y cuenta con un buen número de árboles, lo que contribuye notablemente a su calidad paisajística. Su margen oeste linda con una hilera de parcelas ocupadas por edificaciones aisladas de altura media, en su mayoría residenciales. Al otro lado, la acera discurre pegada a uno de los mayores parques de Santa Cruz, el de La Granja. Aunque la calle tiene doble sentido de circulación y enlaza dos arterias principales, no hay demasiado tráfico. Quizás durante la mañana haya mayor ajetreo (y problemas para aparcar) debido a que a unos cien metros de mi casa se construyó la sede central de EMMASA, la empresa suministradora de agua del municipio. Pero, en términos generales, la considero una calle suficientemente tranquila, con la impagable ventaja de disponerse en alto sobre un parque; desde mis ventanas, por tanto, tengo una amplia vista que, sin obstáculos en primer plano, alcanza hasta el mar. De otra parte, para los chicharreros "de toda la vida", este barrio puede hasta considerarse periférico (el límite tradicional de la ciudad es la Rambla) pero para mí tiene una ubicación casi perfecta: muy cerca de los accesos a la ciudad (Santa Cruz está en un "fondo de saco" territorial, lo que implica problemas de entrada y salida que se concentran casi en un solo punto) y separada lo bastante del centro para eludir el bullicio pero, al mismo tiempo, dada la escala urbana, cerca también de éste, lo que permite llegar a todos lados caminando (aunque las vueltas cuesta arriba se hagan cansadas). En resumen, que ya me estoy enrollando demasiado, que la mía es una calle agradable, en la que he vivido muy cómodamente todos estos años.
Pero de lo que va este post es del nombre que tiene. Diré de entrada que muy pocos de los santacruceros lo conocen. Cuando me piden mi dirección lo normal es que pregunten dónde queda y la forma más fácil de identificarla es diciendo que es la calle de la Casa de la Cultura, el edificio que queda dentro del propio parque al otro extremo de mi casa (con una bastante buena biblioteca, que suma una ventaja más da mi domicilio). De hecho, ya desde que nos mudamos aquí me picó la curiosidad saber quién habría sido el tal Comodoro Rolín. Nadie conocido, al menos no tanto como los personajes que dan nombre a los dos tramos de calles que, a ambos extremos de la mía, la prolongan: Pío Baroja y Zurbarán. Entre un escritor del 98 y un pintor tenebrista del Siglo de Oro (ambos buenos representantes de ese difuso concepto que se ha dado en llamar el "alma hispánica"), me tocó un marino, que era lo único que desde mi ignorancia llegaba a deducir del término comodoro. Esta palabra, por cierto, la asociaba a alguna vieja serie de televisión (¿vacaciones en el mar?) en la que el comodoro sería un miembro importante de la tripulación (pero no el capitán) que, vestidito enteramente de blanco, gorra incluida, pululaba entre los pasajeros animando la vida social del crucero. Erraba, claro, pues basta consultar el DRAE para saber que un comodoro es, en Inglaterra y otras naciones, un capitán de navío cuando manda más de tres buques. Como rango militar no tiene el mismo nombre en el escalafón español; leo que equivale al contralmirante que, a su vez sería el rango inferior del grupo de los generales (almirantes en la Armada), lo cual, la verdad, me deja bastante frío porque los asuntos militares me resultan bastante ajenos (no en vano fui declarado inútil total en su día, con gran contento mío y disgusto de mi padre que consideraba obligación básica del patriotismo hacer la mili). Ahora bien, el término comodoro también es usado en las navieras mercantiles para designar a los capitanes con mayor antigüedad, así que tampoco andaba tan desencaminado en mi vaga suposición. En fin, que lo cierto es que así he seguido durante todos estos años: preguntándome cada cierto tiempo sobre la identidad del citado señor y siempre olvidándome de dedicar un ratillo a desvelarla.
Y lo cierto es que me habría bastado con consultar el popular libro de Juan Arencibia sobre las calles de Santa Cruz para enterarme: "La razón del nombre de esta calle es el siguiente: el 24 de febrero de 1922 atracó por primera vez en el puerto tinerfeño el trasatlántico alemán Cap Polonio, mandado por el comodoro Ernesto Rolín. A partir de entonces, Rolín procuró siempre hacer escala en Santa Cruz, y si por especiales circunstancias no podía, pasaba lo más cerca posible, haciéndolo notar encendiendo todas las luces y lanzando fuegos artificiales. Esta calle es un recuerdo a un símbolo turístico y un agradecimiento a quien procuró que la visita a Tenerife fuera un atractivo más para sus pasajeros". Indagando en la red para ampliar esta breve noticia del militar y escritor tinerfeño, encuentro un par de artículos de Juan Antonio Padrón Albornoz (1928-1992) de mediados los setenta en el periódico El Día. Padrón fue un periodista tinerfeño que sentía entusiasmo por las crónicas marinas de los tiempos pasados; en breves reseñas de El Día fue acumulando numerosas y amenas noticias sobre los distintos barcos que arribaron al puerto chicharrero, y por lo visto todavía hoy sigue siendo la mejor referencia para quienes se interesan por la historia marítima que tanto ha marcado a esta ciudad. Así, en el artículo del 1 de septiembre de 1983, bajo el título de "La primera escala del Cap Polonio", nos cuenta que este barco era un trasatlántico (20.576 toneladas, 202 metros de eslora y 21 de manga) perteneciente a la naviera alemana Hamburg-Sudamerikanische, que ya desde 1900 tenía Tenerife como escala en sus trayectos desde la capital hanseática a Sudamérica, pero con barcos no tan enormes, pues parece que a éste, al Cap Polonio, le corresponde el honor de ser el primer gran trasatlántico que atracó en la dársena chicharrera (no tengo ni idea de cuáles son las dimensiones a partir de las que se adjudica el adjetivo "gran" a estos barcos). Transcribo la prosa del periodista tinerfeño rememorando ese día de hace ahora casi noventa años: "… una espléndida estampa marinera –las tres chimeneas empenachadas de humo y la roda adornada por blanco bigote de espuma– apareció tras la punta de Anaga. Poco después, el magnífico trasatlántico alemán cayó a estribor y aproó a tierra, rumbo a la bocana del puerto. Luego moderó la máquina y, rodeado de remolcadores y embarcaciones menores, en el avante poca de las entradas puso proa al atraque asignado. Donde el bote del práctico señalaba, cayó el ancla de estribor y, con férreo estrépito, escapó la cadena que, al morder fondo, ayudó al borneo del trasatlántico que, poco después, quedó atracado. En la imagen bien se aprecia la expectación del numerosísimo público que llenaba el Muelle Sur. También desde la Alameda, playas y carretera de San Andrés, los vecinos de Santa Cruz –ciudad nacida al calor y color del Atlántico, nacida al filo de la ola– asistían complacidos al espectáculo pues, sin duda alguna, sabían que estaban ante algo que era historia para la Isla".
En 1927 la naviera hamburguesa botó un nuevo trasatlántico, el Cap Arcona (más grande todavía, de 27.500 toneladas, 196 metros de eslora y 26 de manga) y a su mando pusieron a Rolín. En otro artículo de El Día, éste del 29 de mayo de 1976, Padrón cuenta que en su travesía inaugural al Río de la Plata, durante la noche del 27 de noviembre de aquel año, el Cap Arcona pasó frente a nuestra capital y, aproximándose a la costa, lanzó bengalas y cohetes en sonoro saludo. Emocionado por el detalle, el entonces presidente del Cabildo, Francisco La Roche (con cuyo nombre fue bautizada la avenida costera de Santa Cruz, aunque todos la llaman avenida Anaga) envió un radiotelegrama al barco, al cual Rolín contestó con el siguiente texto: "Sumamente agradecido su atento radio, retribuyo saludos cordiales a usted y queridos conciudadanos, haciendo votos por eterna felicidad queridos tinerfeños. Ernest Rolin, comodoro". En el siguiente viaje de este barco a Buenos Aires, el 28 de enero de 1928, ya sí logró Rolín atracar en Santa Cruz y desembarcar a un grupo de turistas alemanes para que visitaran la ciudad durante el día. A lo largo de los siguientes años continuaron las escalas, consiguiendo el comodoro consolidar la Isla como una de las visitas fijas de los cruceros desde Europa a Sudamérica. Parece que este empeño del alemán obedecía realmente a un especial afecto hacia Tenerife y de hecho, ya jubilado, visitó esta tierra en la primavera del 39, recién acabada la Guerra Civil y a pocos meses de la inminente 2ª Mundial. Durante los 12 años en que sirvió de crucero intercontinental, el Cap Arcona conocido como la Reina del Atlántico Sur era el orgullo de la marina mercante alemana, un barco lujosísimo, de cuidadísimos detalles (véanse las fotos a pie de párrafo), que superaba en comodidades y entretenimientos al malhadado Titanic (de hecho, fue usado para rodar en 1942 una película alemana sobre el buque inglés). Pues quien lo comandó hasta jubilarse fue nuestro amigo Rolin, lo cual sugiere que debía de ser uno de los marinos alemanes de más prestigio. Enlazando de nuevo con mis recuerdos televisivos (aunque en un ambiente con bastante más glamour), me lo imagino paseando por los salones entre los adinerados pasajeros de primera a los que seduciría con su amabilidad y encanto (baste recordar el amilbarado estilo de su radio al presidente del Cabildo).
Pero todo lo bueno acaba, y la historia del Cap Arcona es una terrible muestra de los horrores de las guerras. Poco después de la invasión de Polonia, el vapor fue requisado para fines militares (como los de casi todas las navieras germanas). Primero, amarrado en el puerto de Danzig sirvió como vivienda flotante de la marina de guerra. Luego, en el 44, se empleo para transportar civiles y soldados, pero sus turbinas se averiaron y hubo de ser remolcado, en un estado calamitoso, hasta amarrar en el puerto de Lübeck. Allí seguía cuando, el 14 de abril del 45, convencidos ya los nazis (menos Hitler) de que la guerra estaba perdida, Himmler ordenó vaciar el campo de concentración de Neuengamme, muy cerca de Hamburgo, para impedir que los aliados encontraran testigos vivos para futuras acusaciones (vano intento). Oficiales de las SS obligaron a los prisioneros a desplazarse a pie hasta Lübeck (las caminatas de la muerte, se llamaron) y entre el 19 y el 26 de abril llegaron a la ciudad portuaria unos 11.000 de ellos (muchos murieron durante el trayecto), de los cuales, pese a las resistencias de los horrorizados empleados de la Hamburg-Sudamerikanische, fueron embarcados en el Cap Arcona unos 6.500, además de 600 SS. El hacinamiento y el resto de condiciones de la vida en el antiguo trasatlántico de lujo, ahora desmantelado y convertido en una prisión miserable, eran tan horribles que cada día morían por decenas. Allí permanecían encerrados, mientras la Cruz Roja trataba de negociar su liberación y los dirigentes nazis se preparaban a torpedear el barco. El 3 de mayo, cuando ya los submarinos iban a cumplir su fúnebre encargo, los tanques aliados llegaron a Lübeck interrumpiendo los planes nazis ante las prioridades defensivas. A primeras horas de la tarde, varios cazabombarderos británicos llegaron a la bahía de Travemunde. No pretendían atacar a los buques de prisioneros (se sabía sobradamente cuáles eran), pero parece que hubo algunas confusiones en la coordinación de los mandos aliados con la Cruz Roja y además los nazis mantuvieron su bandera en vez de izar la blanca. Lo cierto es que el Cap Arcona fue bombardeado, se incendió y se hundió. Los prisioneros, aterrorizados, trataron de escapar con muy poco éxito: muchos fueron ametrallados por los guardias (que se apropiaron de los botes salvavidas inutilizando los restantes), otros se ahogaron en las heladas aguas del Mar Báltico. Sólo cincuenta de los recluidos sobrevivieron; en total, contando los otros dos buques-prisión que acompañaban al Cap Arcona en la bahía, se calcula que al menos 7.500 prisioneros de guerra murieron en esa escasa media hora trágica. Al día siguiente, las tropas nazis de la Alemania del norte se rindieron; ya podrían haberlo hecho veinticuatro horas antes. Un año antes había muerto el comodoro Rolín, de lo cual hay que alegrarse pues se evitó el hondísimo sufrimiento que le habría producido conocer el espantoso final de su querido barco.
Algunos datos biográficos he encontrado del personaje en cuya calle habito. Por una página alemana me entero de que nació el 25 de octubre de 1863 en la provincia de Posen, entonces parte de Prusia y en la actualidad de Polonia. Murió el 19 de febrero del 44 en Prien am Chiemsee, pueblecito al sur de Baviera, junto a uno de esos maravillosos lagos, y por el que pasé el verano pasado yendo de Salzburgo a Munich (pero entonces ignoraba que allí había fallecido mi comodoro). Tenía 80 años a su muerte, 70 cuando se jubiló y cuando pasó por primera vez por esta isla andaría cerca de los 60. Un hombre mayor, en efecto, al mando de uno de los más espectaculares trasatlánticos de la época, como aparece en la portada de un libro autobiográfico (Mi vida en el océano, viajes y aventuras) publicado por su naviera; seguro que sería entretenido leerlo, pero me temo que no debe ser nada fácil de conseguir y además no sé alemán. Estudio en la escuela de marina de Hamburgo y estuvo navegando como marinero hasta obtener el título de capitán de cruceros hacia 1888 (con 25 años). Enseguida debió entrar al servicio de la Hamburg-Sudamerikanische, pues empieza a navegar como oficial en los vapores trasatlánticos Campinas, Río y San Nicolás, para ya alcanzar el grado de capitán hacia principios del siglo pasado en el Paranagua. Siguió al mando de distintos vapores que cruzaban el océano, hasta que estalló la Gran Guerra. Entonces, imagino que gracias a los contactos que habría ido trabando en Sudamérica , se desplazó a Brasil y en 1917 a Argentina, donde parece que se dedicó a la navegación fluvial. En el 21, ya con 55 tacos, regresa a Hamburgo y desde el 22 hasta el 33 comanda los dos trasatlánticos ya citados, el Cap Polonio y el Cap Arcona, con los que visita Tenerife y se hace tan querido por los isleños. Entre medias se casó, enviudó y volvió a casarse; tuvo un hijo (al menos) de su primera mujer, Fiedrich Wilhelm, que moriría a los 48 años, en 1941 (¿en acción bélica?). Poco más puedo decir del personaje; si supiera alemán, seguro que estaría en mejores condiciones de rastrear la red, explorando referencias indirectas. Si hacemos caso a Padrón Albornoz el comodoro era un tipo de lo más agradable y probablemente sea verdad; su larga trayectoria marinera significa que cumplía bien su cargo y es fácil apostar a que debió gozar, sobre todo ya mayor, de una gran popularidad en el mundo náutico y su entorno. Como botón de muestra traigo una foto publicada en el diario alemán de La Plata (Deutsche-La Plata Zeitung) dejando constancia de un banquete homenaje que le brindó el club tudesco de esa ciudad argentina. Pues nada, este es el hombre a cuyo recuerdo está dedicada la calle chicharrera en la que vivo.
Acabo (que demasiado llevo ya escrito) anotando que la razón de que mi calle se llame así se debe justamente al periodista Juan Antonio Padrón, quien no sólo publicitó la figura del comodoro en la prensa local sino que, ostentando el cargo de concejal de cultura del Ayuntamiento de Santa Cruz durante la alcaldía de Ernesto Rumeu de Armas (1972-1975), impulsó el acuerdo municipal pertinente. Poco antes, en mayo del 73, el Ayuntamiento había aprobado un acuerdo por el que bautizó un total de 108 calles de la ciudad (muchos nombres de abnegados servidores del Régimen que daba ya sus últimos coletazos). Parece que Padrón, de tan profunda vocación marinera, echo en falta que no se dedicara ninguna calle al mundo náutico, y de su empeño, además de la mía, fueron nominadas la de la Fragata Danmark (buque-escuela que visitó Tenerife en 1933) y la de La Mutine (cuya tripulación ayudó a vencer a Nelson en su ataque de 1797 a Tenerife); ambas calles, por cierto, bastante cerca de mi domicilio.
Pero de lo que va este post es del nombre que tiene. Diré de entrada que muy pocos de los santacruceros lo conocen. Cuando me piden mi dirección lo normal es que pregunten dónde queda y la forma más fácil de identificarla es diciendo que es la calle de la Casa de la Cultura, el edificio que queda dentro del propio parque al otro extremo de mi casa (con una bastante buena biblioteca, que suma una ventaja más da mi domicilio). De hecho, ya desde que nos mudamos aquí me picó la curiosidad saber quién habría sido el tal Comodoro Rolín. Nadie conocido, al menos no tanto como los personajes que dan nombre a los dos tramos de calles que, a ambos extremos de la mía, la prolongan: Pío Baroja y Zurbarán. Entre un escritor del 98 y un pintor tenebrista del Siglo de Oro (ambos buenos representantes de ese difuso concepto que se ha dado en llamar el "alma hispánica"), me tocó un marino, que era lo único que desde mi ignorancia llegaba a deducir del término comodoro. Esta palabra, por cierto, la asociaba a alguna vieja serie de televisión (¿vacaciones en el mar?) en la que el comodoro sería un miembro importante de la tripulación (pero no el capitán) que, vestidito enteramente de blanco, gorra incluida, pululaba entre los pasajeros animando la vida social del crucero. Erraba, claro, pues basta consultar el DRAE para saber que un comodoro es, en Inglaterra y otras naciones, un capitán de navío cuando manda más de tres buques. Como rango militar no tiene el mismo nombre en el escalafón español; leo que equivale al contralmirante que, a su vez sería el rango inferior del grupo de los generales (almirantes en la Armada), lo cual, la verdad, me deja bastante frío porque los asuntos militares me resultan bastante ajenos (no en vano fui declarado inútil total en su día, con gran contento mío y disgusto de mi padre que consideraba obligación básica del patriotismo hacer la mili). Ahora bien, el término comodoro también es usado en las navieras mercantiles para designar a los capitanes con mayor antigüedad, así que tampoco andaba tan desencaminado en mi vaga suposición. En fin, que lo cierto es que así he seguido durante todos estos años: preguntándome cada cierto tiempo sobre la identidad del citado señor y siempre olvidándome de dedicar un ratillo a desvelarla.
Y lo cierto es que me habría bastado con consultar el popular libro de Juan Arencibia sobre las calles de Santa Cruz para enterarme: "La razón del nombre de esta calle es el siguiente: el 24 de febrero de 1922 atracó por primera vez en el puerto tinerfeño el trasatlántico alemán Cap Polonio, mandado por el comodoro Ernesto Rolín. A partir de entonces, Rolín procuró siempre hacer escala en Santa Cruz, y si por especiales circunstancias no podía, pasaba lo más cerca posible, haciéndolo notar encendiendo todas las luces y lanzando fuegos artificiales. Esta calle es un recuerdo a un símbolo turístico y un agradecimiento a quien procuró que la visita a Tenerife fuera un atractivo más para sus pasajeros". Indagando en la red para ampliar esta breve noticia del militar y escritor tinerfeño, encuentro un par de artículos de Juan Antonio Padrón Albornoz (1928-1992) de mediados los setenta en el periódico El Día. Padrón fue un periodista tinerfeño que sentía entusiasmo por las crónicas marinas de los tiempos pasados; en breves reseñas de El Día fue acumulando numerosas y amenas noticias sobre los distintos barcos que arribaron al puerto chicharrero, y por lo visto todavía hoy sigue siendo la mejor referencia para quienes se interesan por la historia marítima que tanto ha marcado a esta ciudad. Así, en el artículo del 1 de septiembre de 1983, bajo el título de "La primera escala del Cap Polonio", nos cuenta que este barco era un trasatlántico (20.576 toneladas, 202 metros de eslora y 21 de manga) perteneciente a la naviera alemana Hamburg-Sudamerikanische, que ya desde 1900 tenía Tenerife como escala en sus trayectos desde la capital hanseática a Sudamérica, pero con barcos no tan enormes, pues parece que a éste, al Cap Polonio, le corresponde el honor de ser el primer gran trasatlántico que atracó en la dársena chicharrera (no tengo ni idea de cuáles son las dimensiones a partir de las que se adjudica el adjetivo "gran" a estos barcos). Transcribo la prosa del periodista tinerfeño rememorando ese día de hace ahora casi noventa años: "… una espléndida estampa marinera –las tres chimeneas empenachadas de humo y la roda adornada por blanco bigote de espuma– apareció tras la punta de Anaga. Poco después, el magnífico trasatlántico alemán cayó a estribor y aproó a tierra, rumbo a la bocana del puerto. Luego moderó la máquina y, rodeado de remolcadores y embarcaciones menores, en el avante poca de las entradas puso proa al atraque asignado. Donde el bote del práctico señalaba, cayó el ancla de estribor y, con férreo estrépito, escapó la cadena que, al morder fondo, ayudó al borneo del trasatlántico que, poco después, quedó atracado. En la imagen bien se aprecia la expectación del numerosísimo público que llenaba el Muelle Sur. También desde la Alameda, playas y carretera de San Andrés, los vecinos de Santa Cruz –ciudad nacida al calor y color del Atlántico, nacida al filo de la ola– asistían complacidos al espectáculo pues, sin duda alguna, sabían que estaban ante algo que era historia para la Isla".
En 1927 la naviera hamburguesa botó un nuevo trasatlántico, el Cap Arcona (más grande todavía, de 27.500 toneladas, 196 metros de eslora y 26 de manga) y a su mando pusieron a Rolín. En otro artículo de El Día, éste del 29 de mayo de 1976, Padrón cuenta que en su travesía inaugural al Río de la Plata, durante la noche del 27 de noviembre de aquel año, el Cap Arcona pasó frente a nuestra capital y, aproximándose a la costa, lanzó bengalas y cohetes en sonoro saludo. Emocionado por el detalle, el entonces presidente del Cabildo, Francisco La Roche (con cuyo nombre fue bautizada la avenida costera de Santa Cruz, aunque todos la llaman avenida Anaga) envió un radiotelegrama al barco, al cual Rolín contestó con el siguiente texto: "Sumamente agradecido su atento radio, retribuyo saludos cordiales a usted y queridos conciudadanos, haciendo votos por eterna felicidad queridos tinerfeños. Ernest Rolin, comodoro". En el siguiente viaje de este barco a Buenos Aires, el 28 de enero de 1928, ya sí logró Rolín atracar en Santa Cruz y desembarcar a un grupo de turistas alemanes para que visitaran la ciudad durante el día. A lo largo de los siguientes años continuaron las escalas, consiguiendo el comodoro consolidar la Isla como una de las visitas fijas de los cruceros desde Europa a Sudamérica. Parece que este empeño del alemán obedecía realmente a un especial afecto hacia Tenerife y de hecho, ya jubilado, visitó esta tierra en la primavera del 39, recién acabada la Guerra Civil y a pocos meses de la inminente 2ª Mundial. Durante los 12 años en que sirvió de crucero intercontinental, el Cap Arcona conocido como la Reina del Atlántico Sur era el orgullo de la marina mercante alemana, un barco lujosísimo, de cuidadísimos detalles (véanse las fotos a pie de párrafo), que superaba en comodidades y entretenimientos al malhadado Titanic (de hecho, fue usado para rodar en 1942 una película alemana sobre el buque inglés). Pues quien lo comandó hasta jubilarse fue nuestro amigo Rolin, lo cual sugiere que debía de ser uno de los marinos alemanes de más prestigio. Enlazando de nuevo con mis recuerdos televisivos (aunque en un ambiente con bastante más glamour), me lo imagino paseando por los salones entre los adinerados pasajeros de primera a los que seduciría con su amabilidad y encanto (baste recordar el amilbarado estilo de su radio al presidente del Cabildo).
Vistas del lujoso trasatlántico (de izquierda a derecha y arriba a abajo). El jardín de invierno, la escalera principal de Primera Clase, el Salón de Baile, la Galería de la Cubierta B, Una de las Suites y la pista de Tenis exterior. (Fuente)
Pero todo lo bueno acaba, y la historia del Cap Arcona es una terrible muestra de los horrores de las guerras. Poco después de la invasión de Polonia, el vapor fue requisado para fines militares (como los de casi todas las navieras germanas). Primero, amarrado en el puerto de Danzig sirvió como vivienda flotante de la marina de guerra. Luego, en el 44, se empleo para transportar civiles y soldados, pero sus turbinas se averiaron y hubo de ser remolcado, en un estado calamitoso, hasta amarrar en el puerto de Lübeck. Allí seguía cuando, el 14 de abril del 45, convencidos ya los nazis (menos Hitler) de que la guerra estaba perdida, Himmler ordenó vaciar el campo de concentración de Neuengamme, muy cerca de Hamburgo, para impedir que los aliados encontraran testigos vivos para futuras acusaciones (vano intento). Oficiales de las SS obligaron a los prisioneros a desplazarse a pie hasta Lübeck (las caminatas de la muerte, se llamaron) y entre el 19 y el 26 de abril llegaron a la ciudad portuaria unos 11.000 de ellos (muchos murieron durante el trayecto), de los cuales, pese a las resistencias de los horrorizados empleados de la Hamburg-Sudamerikanische, fueron embarcados en el Cap Arcona unos 6.500, además de 600 SS. El hacinamiento y el resto de condiciones de la vida en el antiguo trasatlántico de lujo, ahora desmantelado y convertido en una prisión miserable, eran tan horribles que cada día morían por decenas. Allí permanecían encerrados, mientras la Cruz Roja trataba de negociar su liberación y los dirigentes nazis se preparaban a torpedear el barco. El 3 de mayo, cuando ya los submarinos iban a cumplir su fúnebre encargo, los tanques aliados llegaron a Lübeck interrumpiendo los planes nazis ante las prioridades defensivas. A primeras horas de la tarde, varios cazabombarderos británicos llegaron a la bahía de Travemunde. No pretendían atacar a los buques de prisioneros (se sabía sobradamente cuáles eran), pero parece que hubo algunas confusiones en la coordinación de los mandos aliados con la Cruz Roja y además los nazis mantuvieron su bandera en vez de izar la blanca. Lo cierto es que el Cap Arcona fue bombardeado, se incendió y se hundió. Los prisioneros, aterrorizados, trataron de escapar con muy poco éxito: muchos fueron ametrallados por los guardias (que se apropiaron de los botes salvavidas inutilizando los restantes), otros se ahogaron en las heladas aguas del Mar Báltico. Sólo cincuenta de los recluidos sobrevivieron; en total, contando los otros dos buques-prisión que acompañaban al Cap Arcona en la bahía, se calcula que al menos 7.500 prisioneros de guerra murieron en esa escasa media hora trágica. Al día siguiente, las tropas nazis de la Alemania del norte se rindieron; ya podrían haberlo hecho veinticuatro horas antes. Un año antes había muerto el comodoro Rolín, de lo cual hay que alegrarse pues se evitó el hondísimo sufrimiento que le habría producido conocer el espantoso final de su querido barco.
Algunos datos biográficos he encontrado del personaje en cuya calle habito. Por una página alemana me entero de que nació el 25 de octubre de 1863 en la provincia de Posen, entonces parte de Prusia y en la actualidad de Polonia. Murió el 19 de febrero del 44 en Prien am Chiemsee, pueblecito al sur de Baviera, junto a uno de esos maravillosos lagos, y por el que pasé el verano pasado yendo de Salzburgo a Munich (pero entonces ignoraba que allí había fallecido mi comodoro). Tenía 80 años a su muerte, 70 cuando se jubiló y cuando pasó por primera vez por esta isla andaría cerca de los 60. Un hombre mayor, en efecto, al mando de uno de los más espectaculares trasatlánticos de la época, como aparece en la portada de un libro autobiográfico (Mi vida en el océano, viajes y aventuras) publicado por su naviera; seguro que sería entretenido leerlo, pero me temo que no debe ser nada fácil de conseguir y además no sé alemán. Estudio en la escuela de marina de Hamburgo y estuvo navegando como marinero hasta obtener el título de capitán de cruceros hacia 1888 (con 25 años). Enseguida debió entrar al servicio de la Hamburg-Sudamerikanische, pues empieza a navegar como oficial en los vapores trasatlánticos Campinas, Río y San Nicolás, para ya alcanzar el grado de capitán hacia principios del siglo pasado en el Paranagua. Siguió al mando de distintos vapores que cruzaban el océano, hasta que estalló la Gran Guerra. Entonces, imagino que gracias a los contactos que habría ido trabando en Sudamérica , se desplazó a Brasil y en 1917 a Argentina, donde parece que se dedicó a la navegación fluvial. En el 21, ya con 55 tacos, regresa a Hamburgo y desde el 22 hasta el 33 comanda los dos trasatlánticos ya citados, el Cap Polonio y el Cap Arcona, con los que visita Tenerife y se hace tan querido por los isleños. Entre medias se casó, enviudó y volvió a casarse; tuvo un hijo (al menos) de su primera mujer, Fiedrich Wilhelm, que moriría a los 48 años, en 1941 (¿en acción bélica?). Poco más puedo decir del personaje; si supiera alemán, seguro que estaría en mejores condiciones de rastrear la red, explorando referencias indirectas. Si hacemos caso a Padrón Albornoz el comodoro era un tipo de lo más agradable y probablemente sea verdad; su larga trayectoria marinera significa que cumplía bien su cargo y es fácil apostar a que debió gozar, sobre todo ya mayor, de una gran popularidad en el mundo náutico y su entorno. Como botón de muestra traigo una foto publicada en el diario alemán de La Plata (Deutsche-La Plata Zeitung) dejando constancia de un banquete homenaje que le brindó el club tudesco de esa ciudad argentina. Pues nada, este es el hombre a cuyo recuerdo está dedicada la calle chicharrera en la que vivo.
Acabo (que demasiado llevo ya escrito) anotando que la razón de que mi calle se llame así se debe justamente al periodista Juan Antonio Padrón, quien no sólo publicitó la figura del comodoro en la prensa local sino que, ostentando el cargo de concejal de cultura del Ayuntamiento de Santa Cruz durante la alcaldía de Ernesto Rumeu de Armas (1972-1975), impulsó el acuerdo municipal pertinente. Poco antes, en mayo del 73, el Ayuntamiento había aprobado un acuerdo por el que bautizó un total de 108 calles de la ciudad (muchos nombres de abnegados servidores del Régimen que daba ya sus últimos coletazos). Parece que Padrón, de tan profunda vocación marinera, echo en falta que no se dedicara ninguna calle al mundo náutico, y de su empeño, además de la mía, fueron nominadas la de la Fragata Danmark (buque-escuela que visitó Tenerife en 1933) y la de La Mutine (cuya tripulación ayudó a vencer a Nelson en su ataque de 1797 a Tenerife); ambas calles, por cierto, bastante cerca de mi domicilio.
When the ship comes in - Bob Dylan (Unravelled Tales (Live at Carnegie Hall), 1963)
Estimado Miroslav,
ResponderEliminarLe escribo por una cuestión que en nada concierne a Comodoros y todo a Carnotistas.
¿Ha observado el post más reciente de la honorable Sociedad rioplatense? ¿Y el nombre de su autor? Estoy incrédula a mis ojos... quizás a usted se le ocurra un paso activo para develar qué ha ocurrido con nuestro querido Ulschmidt.
Saludos montevideanos, J.
Julia: Hacía tiempo que no entraba donde Ulschmidt (y eso que me gusta mucho) debido a que me he habituado a fijarme en las actualizaciones de los blogs que aparecen en la barra lateral del mío. Con motivo de tu comentario he revisado mi enlace (donde consta que la última entrada, "desflorando el maíz", data ya de hace seis meses) y tras el clik pertinente he caído en un blog vacío denominado New York y que parece pertenecer a un tal Dale, residente en Florida. La verdad es que es, en efecto, desconcertante. Si este tipo no es Ulschmidt, para poder "apropiarse" de la url de "carnotistas", nuestro amigo tuvo que darla de baja. Aún así, resulta extrañísimo que un gringo escoja esa url específica en Blogger (además, lo acaba de hacer, en este mismo mes de agosto) y para no escribir nada.
ResponderEliminarEn fin que es muy extraño todo. Lo que sí he comprobado es que desde febrero Ulschmidt dejó de publicar. Él mismo comenta en el la entrada del 16 de febrero del blog de Bradanovic que "Carnotistas debe extinguirse alguna vez, como todo lo afectado por la Segunda Ley de la Termodínámica...." Si así lo ha decidido pues no queda sino lamentarnos, ya que parece que las diversas quejas y reclamos que se la han dirigido por la red no consiguen hacerle mella.
Saludos tinerfeños
Muy interesante su blog, que encuentro buscando en google su calle, a la que, según la oficina del censo, he de dirigirme para hacer uso de mi ¿derecho? al voto. Apunto su dirección, y trataré de leerle siempre que tenga ocasión pues me ha motivado tanto su artículo que incluso incentivó en mí la profunda sospecha de que hubiera una calle Comodoro Rolín en mi ciudad natal; Buenos Aires. No la hay, o al menos todo lo lejos que alcanzan mis pesquisas es al Comodoro Rivadavia, pero ha sido divertido intentar rastrear a su amigo tripulante por mis antigüos pagos.
ResponderEliminarY ahora me marcho a votar, pues el cybermundo amenaza, como siempre, terminar succionando cada uno de los preciosos minutos de este día cuyo cielo comienza a aclararse. Un afectuoso saludo
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