jueves, 7 de febrero de 2013

Gigantes (introducción)

Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después que se llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendraron hijos. Estos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre. (Génesis 6:4).

"Aquellos días" a los que se refiere este pasaje eran los previos al Diluvio, los que en la tradición hebrea podrían corresponder a la Edad Dorada de los griegos, periodo pretérito y añorado que, como me hace notar Lansky, es común a casi todas las mitologías. Para nuestra cultura, tan apabullantemente nutrida por la Biblia, hemos de rastrear los orígenes de éste y casi todos los mitos en los sumerios, allá por el cuarto o tercer milenio antes de Cristo, más de dos mil años antes de que empiece lo que fue la cultura griega y otro tanto (algo menos, quizá) de la aparición de los hebreos como pueblo mínimamente diferenciado. Ahí es nada. Ni siquiera las cosmogonías de los Vedas del Indo pueden competir en antigüedad con los mitos sumerios en los que encontramos, aunque sea embrionarios, casi todos los elementos que prefigurarían nuestro universo "cultural-religioso".

Figura de Gilgamesh (Louvre)
Gilgamesh, el protagonista del texto escrito que se supone más antiguo de los que se conservan, era un rey legendario de Uruk (hacia mediados del tercer milenio); dos tercios de él son Dios y es grande y fuerte como un altivo buey salvaje. Se trata del antecedente de los héroes helénicos y, como éstos, vive aventuras en un mundo en el que dioses y hombres interactúan. La primera que afronta, una vez que se ha hecho con un colega de pareja valía (Enkidu) es viajar hasta el bosque de coníferas de los Zagros, morada de los Dioses, para matar al gigante-ogro Huwawa, el guardian de la entrada. El sustrato real de este asalto de los héroes a las posesiones divinas ha de encontrarse en la carencia de madera de la región mesopotámica, pero en la narración legendaria la pretensión es conquistar imperecedera gloria (objetivo que, como se ve, motiva a nuestra especie desde su infancia); ahora bien, lo que nos interesa es la aparición tan temprana en la historia del primer gigante que, como los titanes griegos, sus sucesores, era feo hasta decir basta.

Gilgamesh pudo haber existido y de hecho aparece en la famosa lista de los reyes de Sumeria. Pero este documento, de tiempos de Hammurabi (siglo XVIII aC), es de marcado carácter mitológico (muy similar a las genealogías tan del gusto del Génesis), compuesto para legitimar la continuidad del primer imperio babilónico con los antiguos sumerios. De haber existido, Gilgamesh habría muerto hacia 2650 aC (periodo dinástico arcaico) y habría entrado en la leyenda. Durante casi mil años se van formando las narraciones de su epopeya. De finales del tercer milenio (durante la etapa que se asocia a la dinastía de Ur, también llamada Renacimiento sumerio) proceden varias tabillas que narran diversos episodios de la vida de Gilgamesh. Unos cuantos siglos después, en la época babilónica, se escribe la epopeya ya configurada como una narración larga y unitaria, pero escrita en acadio; hay una segunda versión, más completa, transcrita para el rey asirio Asurbanipal (siglo VII) y hallada en la ruinas de Nínive (para quien le interese, recomiendo el libro "La epopeya de Gilgamesh, el gran hombre que no quería morir", de Jean Bottéro y publicada por Akal).

Es significativo que la mencionada lista real sumeria, que comprende 134 reyes, abarque un periodo exageradamente dilatado. Para cuando se menciona al primer rey claramente histórico, Lugalzagesi del siglo XXIV antecesor de Sargón, ya llevaban más de cuatrocientos mil años desde el inicio de las dinastías, así que pertenecerían a otra especie de homínidos anterior a la nuestra. Al margen del absurdo científico, lo llamativo es que los sumerios alargaban bastante más que los hebreos su orígenes. Como ellos, los primeros reyes (y presumiblemente todos los primeros hombres) gozaban de longevidades desmesuradas, que en su caso comprendían miles de años. Esta primera etapa legendaria (también las siguientes lo son), acaba con el Diluvio. Así pues, esta catástrofe mitológica cuyo origen ha de atribuirse a los sumerios (y de ellos la heredarán hebreos y griegos), podría considerarse el fin de la "edad dorada", cuando los hombres (mucho más fuertes, bellos y poderosos que los posteriores) se codeaban con los dioses. De ese tiempo son los gigantes.

La consagración de San Agustín - Jaume Huguet
La Biblia nos informa poco sobre sus gigantes, aunque sí lo suficiente para que los emparentemos con los de las restantes mitologías. Como en ellas, los gigantes son cruces entre seres humanos y no humanos; lo que pasa es que, dado el celoso monoteísmo de los hebreos (algo contradictorio a veces) y la repugnancia de Yahveh a cualquier práctica sexual, estos últimos no podían ser dioses. Así que los autores del Pentateuco (o sea, Moisés) han de recurrir al eufemismo "hijos de Dios" que, en su contexto, no puede referirse sino a los ángeles. Así lo interpreta la tradición judía y también los primeros padres de nuestra Santa Iglesia, por más que luego llegue San Agustín en el siglo V y, aguafiestas, establezca con fuerza de ley para los católicos que de ángeles nada, que simplemente es que antes del Diluvio hubo muchos gigantes pero que eran hombres porque con lo de "hijos de Dios" la Biblia se refiere a los descendientes (varones) de Seth. De esta manera, para el de Hipona, lo que nos viene a decir el Génesis es que lo que por su linaje bendecido vivían en la "Ciudad de Dios" cayeron en la iniquidad ayuntándose con las hijas de la "ciudad terrenal", esto es, las descendientes de Caín. Por otra parte, resta importancia a la excepcionalidad de los antiguos gigantes ("...porque fuera de que entonces los cuerpos de todos generalmente eran mucho mayores que los nuestros, los de los gigantes hacían siempre ventaja a los demás; así como también después, en otros tiempos y en los nuestros, aunque raras veces, pero nunca faltaron algunos que extraordinariamente excedieron la estatura y el tamaño de los otros".

En fin, un aguafiestas como ya he dicho San Agustín. Probablemente el inaugurador de la exégesis católica, tan interesada en explicarnos los episodios bíblicos para que los encajemos con lo que nos dice el sentido común y así no pongamos en cuestión la inspiración divina de las Escrituras, la cual exige, obviamente, creer en su veracidad. Por supuesto, esta dilución del componente maravilloso que es la esencia del mito no sólo no alcanza los objetivos de quienes la vienen perpetrando desde hace mil quinientos años, sino que nos pretende hurtar la magia fascinante que desde sus orígenes forma parte de nuestra especie. Gran culpa ha de achacarse a esos hebreos primitivos que se autoerigieron en pueblo singular y prostituyeron una riquísima tradición ajena encarcelándola en un sistema prescriptivo, justo lo contrario que, más o menos contemporáneamente, se dedicaron a hacer los griegos. El resultado es nuestra cultura judeocristiana, un imaginario sin duda mucho más aburrido. Aunque sólo sea por eso, prefiero indagar sobre los gigantes bíblicos (y sus parientes en otras mitologías) desde lo que realmente creían quienes sobre ellos escribieron.

   
I dreamed I saw St. Augustine - Bob Dylan & Joan Baez (Concierto en Clearwater (Florida), 1976)

7 comentarios:

  1. Los montes Zagros (persa: رشته كوه زاگرس;, kurdo: Çîyayên Zagrosê) constituyen la cadena montañosa más larga de Irak y de Irán. las coníferas probablemnte eran los apreciados Cedros del libano (Cedrus libanii)

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  2. Todas las culturas llevan milenios heredándose unas a otras, mezclándose, fundiéndose y transformándose, lo cual en principio parece no solo lógico, sino inevitable, deseable y acorde con lo que sabemos de cómo ha evolucionado cualquier otra cosa, la cultura, desde luego, y las plantas, y los animales. Todo lo que vive.

    Pero cada vez que en este proceso multiforme e inacabable intervienen los judíos o los cristianos, el proceso deja de ser objetivamente descrito como un más o menos armonioso y metamórfico fluir, y entran en juego los juicios y las calificaciones. Cualquier otra cultura 'asimila', 'transforma', 'sincretiza', 'enriquece', 'aporta'... Pero si se trata del pueblo judío o, siglos después, del cristianismo, entonces ya no: estos 'usurpan', 'pervierten', 'diluyen' o 'enmascaran'. Si aportan algo nuevo es para adulterar, si suprimen algo antiguo es para prohibir y ocultar.

    Sin duda por alguna carencia de origen judeocristiano en mis mecanismos razonadores, no deja de resultarme ligeramente chocante.

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  3. ¿Quizás porque los sumerios, por poner un caso, no son abusivamente hegemónicos en el pensamiento y ordeno y mando de hoy en día, Vanbrugh?

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  4. Hombre, Vanbrugh, creo que te precipitas. Admito que en el ámbito cultural tendemos a enjuiciar “negativamente” las intervenciones judeocristianas, pero la razón estriba, creo yo, en que la preponderancia del cristianismo en nuestro entorno y desde el siglo V ha sido absolutamente demoledora; no se puede poner en igualdad de condiciones con lo que han hecho otras culturas, ideologías o religiones.

    Dicho lo cual, sí creo que la incorporación de los mitos previos a la cultura judeocristiana (y valga la simbiosis porque al fin y al cabo fueron los judíos quienes iniciaron el proceso que luego heredó el cristianismo) fue “objetivamente” (desde luego, con toda mi subjetividad) reduccionista. No hay más que compararla con la análoga llevada a cabo por los griegos, actitud que todavía exageraron más los romanos. Algo tiene que ver, pienso, con el objetivo (puede que más o menos inintencionado al principio) de emplear el sistema de creencias con finalidad de cohesión y control social. En tal sentido, es curioso que frente a las mitologías mucho más “amorales” previas y contemporáneas a la bíblica, los relatos de ésta se enfoquen pertinazmente hacia conclusiones prescriptivas (lo que hay que hacer y lo que no) con sus consiguientes consecuencias de premios y castigos. No es irrelevante que el Pentateuco sea para los judíos la Torá, o sea, la Ley.

    Por último, no es mi intención “juzgar” la Biblia. Como los caminos de Dios son insondables, a lo mejor aprovechó unos relatos mitológicos para reconvertirlos en Su Ley que era lo que los hombres necesitábamos. Pero lo que digo (y creo que hasta tú me admitirás) es que el resultado es, desde el punto de vista narrativo, más aburrido y menos sugerente que el que llevaron a cabo los paganos.

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  5. Tu respuesta, Lansky, da una explicación -que por otra parte ya sospechaba, porque no es difícil de adivinar- de por qué tanta gente se comporta, respecto de esta cuestión, de manera que juzgo incomprensible e injusta. Pero no me justifica esa conducta con argumentos que me sirvan para cambiar mi opinión de que es incomprensible e injusta.

    Y la tuya, Miroslav, con un poco más de extensión, prácticamente lo mismo. "¿Por qué -vengo yo a preguntar- cuando se trata de otras culturas, su asimilación de las anteriores se describe con términos objetivos y neutros; y cuando se trata de la judía o de la cristiana, en cambio, se la describe como 'demoledora'?"
    "Porque -vienes tú a contestarme- estarás de acuerdo conmigo en que es demoledora..." ¡Ah..!

    Pues no, claro, no lo estoy. No solo considero que la aportación judeo cristiana, sea o no más aburrida y menos sugerente desde el punto de vista lieterario, es, en cualquier caso, mucho más rica desde el punto de vista ético, y mucho más importante para el desarrollo de la humanidad; no solo creo que el punto de vista literario es, en esta cuestión, el menos importante; sino que ni siquiera creo que sea, efectivamente, más aburrida y menos sugerente desde el punto de vista literario. En todo caso, más.

    Y, en cualquier caso, todo ello sigue sin explicarme los distintos criterios narrativos y valorativos con que se cuenta la historia cuando sus protagonistas son unos que cuando son otros.

    (Cosa que, para ser sinceros, ya esperaba que sucedería cuando escribí mi primer comentario...)

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  6. Vanbrugh: Cuando escribí "demoledora"me refería a que, en nuestro entorno (occidente) y durante los últimos 15 siglos, la preponderancia de la "narración" cristiana ha sido absoluta, sin dejar apenas espacio para versiones "mitológicas" alternativas, tan sólo rinconcitos residuales de interés para eruditos frikis o cuentos infantiles. No es exagerado afirmar que durante todos estos siglos casi no ha habido "otras culturas" (con la excepción, si quieres, del Islam, cuyas bases mitológicas están, al fin y al cabo, demasiado emparentadas con las "judeocristianas"). Simplemente, no se puede comparar en términos de igualdad el proceso de asimilación del cristianismo con el de las otras culturas, prácticamente nulo en ellas. Protestar por mi pretendida falta de ecuanimidad me parece una postura rayana en lo abusivo.

    No me pronuncio en estos posts sobre la mayor o menor valía moral del cristianismo, tema que daría sin duda para largas discusiones. Lo que opino es que sus "adaptaciones" de las mitologías heredadas me parecen más pobres literariamente. Sugiero que ese empobrecimiento narrativo algo puede tener que ver con la intención de sus autores (Dios, en última instancia) de poner la narración al servicio de finalidades prescriptivas, un poco como esas malas novelas de épocas pasadas que pretendían ser "ejemplarizantes", para el aprovechamiento de niños y jóvenes. Tú, en cambio, opinas que las versiones narrativas de la Biblia son incluso más interesantes y sugerentes (literariamente, no moralmente) que las paganas, pero no me dices en qué basas esta apreciación personal.

    Por último, no acierto a concretar cuáles son los distintos criterios narrativos y valorativos que he empleado entre las distintas versiones de las historias, en supuesto detrimento de las versiones judías (no todavía cristianas).

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  7. Si os interesa una opinión más (una opinión desautorizada, porque no conozco a fondo ninguna de las grandes mitologías presentes o pasadas) aquí va la mía: Creo que la cristiana es superior a las restantes en el sentido de que si ésta es la preponderante, su éxito no se debería a que han intentado implantárnosla, sino a que la habríamos hecho nuestra porque se adecua más y mejor a los tiempos presentes. Lo contrario sería lo mismo que decir que el éxito de los Beatles se debió a una campaña de marketing y no a sus propios valores.

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