jueves, 28 de febrero de 2013

La ironía en los blogs


Cuánta razón tenías, tío, y yo que creí que exagerabas. Más de una vez me lo has advertido: cuidado, Miros, que la ironía no se capta bien en la red. Pero no te hice caso, presuntuosamente convencido de que cualquiera detecta ese recurso discursivo, al menos en la forma en que yo lo empleo. No me duelen prendas en admitirte mi tendencia a ironizar rayana quizá en el abuso. En mi descargo alegaré que le tengo aprecio a la figura y que siempre me ha parecido de lo más pedagógica amén de elegante. Hasta puede que peque también de snob irresponsable.

No sé si te acordarás de un post que escribí hace poco más de un año a propósito de la sentencia condenatoria a Contador. Sólo tú y Vanbrugh lo comentasteis y ambos manifestando desde distintos matices vuestros respectivo desacuerdos con mi creencia en la inocencia del ciclista madrileño. Con el ejemplo de Contador, mi interés era llamar la atención (y si era posible el debate) sobre el aberrante sistema de la justicia deportiva. Ciertamente no tuve ningún éxito en mi pretensión ya que ambos os centrasteis en la inocencia/culpabilidad del ciclista. Vanbrugh rozaba el foco del asunto con una única frase final cargada a mi juicio de un riquísimo potencial para la discusión: que era necesaria la arbitrariedad del sistema de justicia para mantener el corrupto e hipócrita tinglado del deporte profesional. Tú directamente, muy en tu estilo, decías que la inversión de prueba de esos aberrantes juicios te parecía un tema menor frente a tantísimas otras afrentas a la justicia de calado mucho mayor. Verdad obvia, sin duda, pero es que no siempre me refiero a asuntos trascendentes en este blog, que al fin y al cabo confecciono para entretenerme.

En todo caso, por si te diera por pensar otra cosa, no me cupo ninguna duda de que ambos dos entendisteis de sobra cuál era la luna aunque prefirierais referiros al dedo (con lo cual el dicho que acabo de traer a colación no lleva implícita su conclusión habitual) y, faltaría más, aquí cada uno puede opinar lo que quiera y sobre lo que quiera, sin que el anfitrión esté dispuesto a ejercer de moderador y menos de censor salvo cuando las aguas, a mi juicio, se desbordan (ahora, a bote pronto, y excluyendo la breve temporada en que algunos trolls me honraron con sus visitas, sólo me viene a la memoria un incidente de ese estilo que tuvo como resultado la defección de una habitual de estos lares, ¿te acuerdas?) Tampoco dudé ni un instante, volviendo a lo quería comentarte con estas líneas, que ambos habíais entendido más que sobradamente los recursos a la ironía que colé en ese escrito.

La única forma que tiene el autor, yo en este caso, de comprobar si se captan sus alusiones irónicas es a través de lo que de su escrito comentan quienes lo leen. Lamentablemente para estos efectos, la muestra de que disponía era absolutamente inútil, tanto por su cortedad numérica como por el escaso valor representativo de los comentaristas en relación a la media de la población lectora nacional. Conste que lo sabía, que para algo saqué buena nota en estadística en la universidad, pero a veces el saber algo no te impide meter la pata. Buen consejo es el de dejar reposar el texto recién escrito antes de publicarlo y volverlo a leer con la mente fresca, para evitar imprudencias. Pero el apresuramiento me domina, hijo de mi genética impaciencia y del entorno estresante en que moro. Como endeble excusa puedo decir que creí entonces (y sigo creyendo tras revisarlo) que las ironías de ese post eran tan poco sutiles que muy bruto habría de ser alguien que se creyera que estaba a favor del sistema de justicia deportiva o de la culpabilidad de Contador (como irónicamente rezaba el título).

Erré. Hoy he recibido un comentario de un anónimo que parece ofendido por ese texto y, en una jugosa diatriba, me acusa de difamar, acción que, como es bien sabido, puede ser constitutiva de delito. En un natural estado de pánico, casi sintiendo sobre mí la opresiva amenaza de un inminente procesamiento con su inevitable condena, me he apresurado a aclarar a este ciudadano que se equivoca y que nada más lejos de mi intención que insinuar siquiera que Contador se hubiese dopado. Pero mi diligente reacción no basta para sosegarme el ánimo y, como siempre ocurre en estas situaciones de ansiedad y zozobra, me llega tardío el inútil arrepentimiento. Ay, si te hubiera hecho caso. Me queda tan solo la esperanza (virtud teologal) de que me toque un magistrado con una mínima dosis de sutileza. Para que los dioses me concedan tal don, habré de esforzarme en un sincero propósito de enmienda: no volver a recurrir a la ironía, no al menos en la red, como tan sabiamente me has recomendado en reiteradas ocasiones, las mismas en que, loco de mí, eché en saco roto tus consejos. Todo pecado trae su penitencia.


   
Perdono - Caterina Caselli (Casco d'oro dal 1964, 2004)

martes, 26 de febrero de 2013

Les sucettes

Érase una vez una tierna niña de rostro angelical y melena rubia que cantaba ñoñas canciones para adolescentes. Era la Francia del sesenta y seis, antes del famoso mayo parisino, o sea, cuando aún eran creíbles y deseables los cuentos de hadas. La niña, sin embargo, se estaba haciendo mayor y quería cantar temas más adultos. Un día, en su discográfica, le presentan a un tipo casi veinte años mayor, un judío feo pero con encanto y, sobre todo, un poeta, un artista maldito e incomprendido. Pero, para entonces, este artista estaba ya harto de no comerse una rosca (comercialmente hablando porque de las eróticas tenía para dar y tomar) y no le bastaban los elogios de Boris Vian o de los críticos ilustrados que admiraron sus ejercicios de jazz vanguardista; él lo que quería era ganar pasta y comprarse un Rolls, así que se dijo: compondré bonitas canciones para estas dulces cantantes que el público adora, y nuestra niña estuvo encantada de ser elegida (?) por este gran poeta.

Y la niña está contenta con los resultados. Sus nuevas canciones son, musicalmente, tan tontas como antes, pero en ellas se dice algo "para pensar", tienen "mensaje". Tampoco mucho, para qué exagerar, mas basta para advertir una mayor madurez. En 1965, con una de esas canciones, gana Eurovisión rompiendo la "tradición" de ese aburrido festival. No solo el tema "acelera" el ritmo habitual en el concurso, sino que además es "casi" una denuncia del negocio musical de la ñoñería adolescente del cual ella es el mayor exponente: soy una muñeca de cera, una muñeca parlante. Un éxito, oye, todos contentos y el bisnes va de maravilla: the show goes on.


Entonces, quizá para no abusar de letras tan profundas, nuestra protagonista acepta de su poeta de cabecera una cancioncilla un poco infantil, pensaría, sobre unas piruletas muy ricas que le gustan mucho a una niña llamada Annie. La graba, incluso hace un video musical de la época, y se va de gira a Japón. Annie adora las piruletas, las piruletas al anís. Las piruletas al anís dan a sus besos un sabor anisado y cuando el dulzor del caramelo perfumado de anís fluye por la garganta de Annie, se siente en el paraíso. Por unos pocos céntimos Annie consigue piruletas al anís del color de sus grandes ojos, del color de los días felices. En cuanto Annie nota en su lengua el palito corre a la tienda a por más piruletas.


Qué malo resultó ser el poeta maldito, qué malo resultó ser el que hizo el video, qué malos eran todos los de la discográfica que lo sabían; hasta fueron malos, digo yo, sus padres que no le advirtieron del sembrado en que se metía. Nuestra niña se da cuenta de golpe (¿cómo le vendría la revelación?) que estaba haciendo un canto a la felación, que lo que fluía por la garganta de Annie no era exactamente jugo de caramelo anisado, que esos céntimos (pennies, en francés) que costaba la piruleta aludían a otra cosa, que se estaba retratando como una faloadicta y, lo peor de todo, que el contraste entre el sucio contenido de la canción y su angelical imagen era un eficaz y malintencionado recurso para alimentar el morbo rijoso a su costa.

Según ella misma contó, quedó tan avergonzada que se encerró en su casa durante días sin querer ver a nadie. Pero no sólo eso, se sintió terriblemente traicionada, tanto que asegura que ese incidente cambió completamente su relación hacia los hombres, los vio de pronto como unos seres dominados por la lujuria, salaces hasta la repugnancia. Fue un duro golpe que le cambió la vida, al menos quebró definitivamente el rumbo que llevaba derivándolo hacia otros derroteros que, sin ser peores musicalmente hablando, sí estaban bastante más alejados del estrellato. El compositor, para quien esta bromita no fue sino una más de las muchas subidas de tono que prodigó en su carrera, sin embargo no salió mal parado, casi diría yo que al contrario. De hecho, a su muerte hace ya más de una década, se había convertido en una de las figuras indiscutibles (aunque siempre polémica) de la canción francesa. Su tendencia iconoclasta era, desde luego, marca de su personalidad, sin importarle qué era lo que rompía, aunque fuera la frágil ingenuidad de una muchachita. Porque lo que está claro es que lo hizo con premeditación y alevosía, sabiendo perfectamente que su muñequita de cera no sospechaba ni por asomo de qué iba la letra (como puede comprobarse en el siguiente video).  


Me creo a la chica pero, aún así, no deja de sorprenderme que fuera posible tanta ingenuidad. Máxime cuando la otra noche, en un documental sobre la Barcelona de principios de los setenta, escuché a Javier Mariscal rememorar aquellos tiempos de hippismo y acracia en un país rígido y aburrido y declarar cuánto envidiaban a Francia y cuánto les encantaban las chicas francesas que se dejaban caer por Cataluña. Comentábamos entre nosotros, dijo, que en el instituto les tenían que dar clases de follar porque lo hacían de maravilla, no sabes lo bien que la mamaban. Claro que eso era unos poquitos años después del 68; a lo mejor Les sucettes contribuyó al despertar sexual de nuestro vecinos del norte. Acabo con la canción en la voz de su compositor, qué malo era el hombre ...

   
Les sucettes - Serge Gainsbourg (De Gainsbourg à Gainsbarre, 1994)

PS: Me acordé de la historieta de esta canción, que conocía a grandes rasgos, hace unas semanas escuchando un doble CD recopilatorio de Gainsbourg. Lo cierto es que por unos momentos la musiquilla de Les sucettes me evocó mi niñez; fue una ráfaga brevísima que me transportó a mis nueve o diez años y me vi en el estar de mi casa mientras sonaba ese tema en el pick-up de mis padres. No he verificado la veracidad del recuerdo, pero es probable porque a mi madre le gustaban mucho las cantantes francesas, sobre todo Françoise Hardy. Claro que si la oí hace tantos años no me enteré de la letra ni mucho menos de su procaz significado.


Actualización: El comentario de C.C. me ha hecho pensar si no cabe una explicación a la sorprendente ignorancia de la Gall. He vuelto a mirar el último video que inserto en el post, la escena en que Serge le pide a France que le explique la letra de Les sucettes y, la verdad, resulta extraña esa petición. Si la chica estaba totalmente en albis como Gainsbourg pretendía, ¿para qué interrogarla y correr el riesgo de ponerla sobre aviso? Puede decirse que lo que quería el compositor era asegurarse de que, en efecto, la cantante se mantenía en su virginal ingenuidad, pero para eso el método nunca puede ser tan directo, sino a través de rodeos y preguntas-trampa. Si, siendo inocente, me piden que explique esa letra, lo natural es que conteste que no hay nada que explicar, manifestando mi extrañeza por lo absurdo de la pregunta. En cambio, si sé de qué va la historia, lo lógico es justamente que, reconociendo el mensaje implícito del interrogador (yo sí sé de qué va), conteste algo parecido a lo de France, devolviendo de paso el mensaje confirmatorio de la complicidad (yo también sé de qué va).

Revisar la escena a que me refiero con esta hipótesis en la cabeza hace que se interprete el breve diálogo y, sobre todo, el intercambio de sonrisas y miradas, como confirmación de que estaban conchabados. Además, ¿a cuento de qué grabar una conversación tan intrascendente, salvo para dejar una "prueba" de la inocencia de la chica? Al margen de que esa prueba puede pasar de la defensa a la acusación, lo cierto es que era necesario para mayor eficacia de la broma que France se presentara como inocente. Y eso no sólo contribuía a dar mayor sustancia al "escándalo" (y, por tanto, mayor rendimiento económico), sino también placía a la vanidad de Gainsbourg (poco mérito tendría si no se la hubiera colado) y preservaba la "imagen comercial" de la dulce muchachita.

Si esta hipótesis es cierta (y he de confesar que ahora me parece la más verosímil), el engaño de la "versión oficial" se mantiene desde entonces, cuarenta y siete años lleva ya. Naturalmente, a ninguno de los dos cómplices le interesaba contar la verdad, pero aún así no deja de ser llamativo que no se haya destapado. Ciertamente, como digo más arriba, France pagó un alto precio por la tontería, pero eso no prueba su inocencia sino su error de cálculo. Puede que, a toro pasado, se arrepintiera, pero ya no le quedaba más remedio que seguir con la mentira porque la alternativa le habría sido más perjudicial.

Así que propongo que consideremos que la chica sabía perfectamente lo que cantaba, lo que parece casar más con el sentido común. Y dando un paso más, estoy por apuntarme a la tesis de Lansky de que bajo esa tierna apariencia se escondía una completa Lolita nabokoviana (por cierto, al inicio del video, en una breve escena descontextualizada, aparece Gainsbourg mostrando el disco de la canción y repitiendo Lolita, Lolita, Lolita). En el video, France bastante años después dice que su relación con Serge era "exclusivamente profesional". Pero si mintió entonces (y siguió mintiendo), también puede pensarse que vuelve a engañarnos y que a lo mejor la idea se le ocurrió a ella misma, en la laxitud post-coital, mientras su compositor-amante fumaba el cigarrito de después y se mostraba entusiasmado con la posibilidad de llevar a cabo la bromita. Claro que esto es ya ir demasiado lejos en las elucubraciones.

domingo, 24 de febrero de 2013

Moisés y Pablo conversan

– ¿Se trataba entonces de fortalecer la organización?

– Si quieres llamarlo así. Vamos a ver, lo que estaba claro es que ni Pedro ni Santiago habrían llegado a ninguna parte. La prueba es que los jerosimilitanos no sobrevivieron; treinta años después ya no eran nada.

– Hombre, los romanos se cargaron Jerusalén ...

– Ya. ¿Y acaso no se veía venir? Tanta intransigencia nuestra había de conducir a eso. Lo tuve claro desde que aposté por la secta cristiana.

– Pues qué quieres que te diga. Lo que hiciste fue una flagrante desobediencia a la Ley.

– La Ley, la Ley. Deja ya esa cantinela, mira que le sacaste provecho al truco de la zarza. Fuiste tú el que te equivocaste, el causante de tantas miserias a nuestro pueblo. Había que abrirse, hombre.

– Sí, buena estrategia la tuya. Cómo si gracias a ella hubieras mejorado la situación. Más bien al contrario, creaste al nuevo verdugo de nuestro pueblo. Bueno, yo diría que de casi todos, pero su chivo expiatorio preferido siempre hemos sido nosotros.

– No te lo niego, pero no tendría que haber sido así si aquella casta de levitas hubiese sido un poco más preclara. Teníamos todos los elementos para dominar el cotarro y asegurar la pervivencia de nuestras esencias, tan sólo se trataba de instilarlos en el centro del poder político.

– Te creerás que inventaste algo. ¿Te olvidas de cómo prevalecimos en Babilonia?

– ¿Prevalecer? Todo es relativo. Si lo comparas con las condiciones de vida de tu miserable éxodo te acepto el término. Pero yo quería mucho más, que nuestra fe fuera universal.

– A costa de traicionarla ...

– Eso lo dices tú, no en vano eres uno de los mejores ejemplos de nuestro pecado original de intransigencia. Con tus métodos no se llega a ninguna parte, hay que saber adaptarse. Algo parecido habían intentado los tres Herodes, pero fueron torpes y egoístas, atentos solo a sus intereses.

– Esto tiene gracia, el inventor del cristianismo se proclama discípulo político de los que su doctrina denuesta, tiranos sanguinarios enemigos de su Mesías.

– Estudiar a los que nos antecedieron y aprender de sus errores para poder corregirlos. Sigue anclado, amigo, que así os ha ido.

– ¿Os? ¿Acaso no eres judío?

– Lo soy, siempre lo he sido. Más merecimientos a esa título tengo yo que los que siguen anquilosados a tu Ley. ¿Quién, sino yo, señaló el necesario cambio de rumbo? ¿Quién, sino yo, supo en qué sentido habíamos de marchar para acabar de una vez con el fecundo paganismo, con esa pléyade de falsos dioses?

– ¿Habíamos de marchar? Marchasteis unos pocos apóstatas, para sumar luego a cuantos ibais convenciendo, por las buenas o las malas, y dejando en el camino al pueblo de Dios.

– Fuimos el pueblo de Dios, sí, y no supimos estar a la altura de la misión que nos había encomendado. Intenté convencer a los cabezas huecas del Sanedrín, pero ni caso, salvo amenazas de apedreamiento si molestábamos demasiado. Fueron ellos los traidores al pueblo y, sobre todo, a Dios. Poco precio me parece dejar a los gentiles que conserven el prepucio a cambio de lograr que Jehová impere en la tierra.

– Bueno, Jehová. Si quieres llamamos a Marción a que nos cuente si su Dios era Jehová.

– Pobre hombre, tenía buena intención ...

– ¿Qué vas a decir tú? La vanidad te induce a mirar con cariño a los admiradores.

– Ni te contesto. Pero dejemos a Marción quien, además, nació antes de tiempo. En esos tiempos lo importante era acabar con el paganismo. ¿Qué más da que los hombres describan de formas diferentes a Dios, discrepen en ridículos matices sobre Su doctrina? Lo fundamental es que lo reconozcan uno y omnipotente y, en consecuencia, se sometan a Su palabra.

– Que era y es la Ley.

– Pesadito estás ... La que llamas la Ley no eran sino las reglas que nos convenían en tu época para preservar la unidad de los desmoralizados desgraciados a los que guiabas. ¿Olvidas acaso la primera de las Mitzvot?

– No tendrás dioses ajenos ...

– Tal es, en efecto, la primera voluntad de Jehová. Y no nos eligió para que fuéramos los hijos de Israel los únicos monoteístas, sino como vanguardia en tiempos de confusión politeísta, como depositarios de una misión: conseguir que la humanidad entera creyera en Él.

– Ya, y así se justifica lo de la Nueva Alianza. Muy adecuado.

– Ironiza cuanto gustes. Pero no fueron los que se aferraron a las interpretaciones muertas de tu Ley quienes derrotaron al paganismo.

– Aunque fuese apropiándose de tantos de sus ritos ...

– Cierto, pero justo a la inversa de lo que hicieron mis seguidores con el judaísmo. Si de la Torá hube de prescindir de las formas para preservar la esencia de nuestra fe, a los ritos paganos se les vació de su paganismo para darles contenido cristiano.

– La comunión, por ejemplo.

– Sigue siendo, en el fondo, la comida de pascua.

– ¿Comiéndose a Dios?

– Teníamos que competir con los malditos ritos mistéricos. De todas formas, no fui yo quien inventó la deofagia.

– No, ciertamente. Fue Ignacio de Antioquía, ¿verdad?

– Nunca ha estado claro, pero es posible; al fin y al cabo, Antioquía era una ciudad griega. Pero, si quieres, le llamamos y que nos lo cuente él mismo. Lo vi hace un rato paseando con Cicerón y me pareció escucharles hablando de Eleusis, justamente.

– Desde luego, en eso de las experiencias visionarias los paganos nos llevaban ventaja. Quizá en vez de obligar al pan ácimo tendría que haber permitido la levadura convenientemente sazonada con cornezuelo.

– Al contrario, por algo se preocupó Jehová de nuestro régimen dietético. No alcanzas a ver el riesgo que supone para la unidad de la fe y la sumisión a la doctrina permitir que el hombre abra su mente. Gran triunfo fue acabar con ese foco del paganismo que el cristianismo no ha agradecido bastante al hispano Teodosio.

– Sí, me imagino que en aquellos primeros tiempo, para uno que hubiera experimentado el éxtasis de Eleusis, comulgar tenía que resultar un poco decepcionante.

– Gracias a Dios, pronto no tuvieron con qué compararlo.

– ¿Gracias a Dios? A veces me desconciertas, viéndote tan convencido. Tú estás seguro de que Jehová aprueba lo que iniciaste. ¿Se lo has preguntado?

– Si consiguiera que se me pusiera al teléfono ...

   
Go down Moses - Louis Armstrong (Go Down Moses, 2001)

jueves, 21 de febrero de 2013

Time in our faces (Keith Richards)



Hace unos meses, una tal Lauren White, en una venta de bienes de algún embargo a las afueras de Los Ángeles, se hizo con una caja que contenía cuarenta y tres fotos a color de los integrantes de los Rolling Stones descansando en la piscina de un motel californiano, al final de su primera gira norteamericana, en mayo de 1965. No se ha identificado todavía al fotógrafo (o fotógrafa, porque White barrunta que pudo ser la novieta que tuviera Brian Jones por aquel entonces) pero sí el lugar (el Country Motor Lodge, en Savannah, Georgia) porque la misma piscina aparece en unas fotografías tomadas también en esas fechas por Bob Bonis. En la imagen de la izquierda Keith tiene 21 años.

La segunda foto foto es de cuarenta y seis años después (el 7 de mayo de 2011), en el fiestorro que organizó la Disney en Disneyland, California, para la presentación de la cuarta entrega de "Piratas del Caribe", en la que actúa el guitarrista. Si el Keith de 21 años se hubiera topado con el que iba a ser con 67, ¿se habría reconocido?
   

 Que cada quien valore a su gusto cómo ha envejecido el "chico malo" (aunque más es la fama que la realidad). Lo cierto es que siempre ha gustado a mujeres guapas; al menos muy guapas son las dos parejas estables que ha tenido. La de la primera foto, tomada en mayo de 1971 en el festival de cine de Cannes (él 27, ella 26), es Anita Pallenberg con quien convivió desde el 67 al 79 y madre de sus dos hijos mayores y luego, estando ya con Richards, dicen los rumores (ella siempre lo negó) que se enrolló con Jagger durante la filmación de Performance, película presentada en su momento casi como una obra de arte rupturista y que en mi opinión no vale demasiado. En la foto de la derecha aparece su actual mujer, Patti Hansen, con quien se casó en diciembre del 83, el día de su cuadragésimo cumpleaños. En la imagen, tomada en Anaheim en mayo de 2007, Keith tiene 64 años y ella ¡51! (y en fotos recientes, con cincuenta y seis tacos largos, está igual o más guapa).

   
Hate it when you leave - Keith Richards (Main Offender, 1992)

miércoles, 20 de febrero de 2013

Un derecho que nos reconocen y no nos dejan ejercer

A Vanbrugh

Por si alguien no lo sabe, desde junio de 2007 (¡más de cinco años!) los ciudadanos tenemos reconocido el derecho a relacionarnos con las Administraciones Públicas utilizando medios electrónicos. Por ejemplo, tenemos derecho a conocer el estado de cualquier procedimiento en el que tengamos la condición de interesado por vía electrónica, a que el organismo de turno nos entregue los documentos en formato digital  y, desde luego, a poder hacer cualquier trámite (pongamos pedir una licencia, pagar cualquier tasa) a través de internet. Así lo establece una Ley maravillosa, alentada sin ninguna duda desde el loable interés del legislador por el bienestar de la ciudadanía, una muestra más del profundo espíritu progresista del gobierno de Zapatero, entonces y todavía tan injustamente denostado.

Lamentablemente, la situación real (¡y eso que han pasado más de cinco años!) de las administraciones públicas españolas dista mucho de permitir el ejercicio de ese derecho. Todavía no puedo cumplir uno de mis más fervientes anhelos, poder resolver cualquier trámite administrativo desde casa, aunque, para ser justos, bastante hemos mejorado desde las oficinas públicas que describe Galdós o, sin irme hasta el XIX, desde las que conocí yo mismo hace algo más de treinta años, cuando iniciaba mi actividad profesional. De paso comentaré, al hilo del post de ayer de Vanbrugh, que me parece que los Registros de la Propiedad, al no ser sensu estricto "administración pública", no se ven obligados por esta Ley; o sea, que no podemos exigir resolver el papeleo que les compete sin papel y sin tener que sentarnos en la sala de espera de sus (por lo general) espantosamente decorados locales.

Como es natural, para que el ciudadano pueda ejercer el derecho a relacionarse con cualquier administración de forma electrónica, ésta ha de ofrecerle el cauce pertinente y, en efecto, así lo manda la Ley, la cual obliga a que cada entidad tenga una sede electrónica, que no es otra cosa que una web oficial en internet, sin perjuicio de que cree cuantos "canales" adicionales de comunicación con el ciudadano considere convenientes. En los últimos años, en efecto, multitud de ayuntamientos (por centrarme en éstos que son los que más me interesan) han creado su página web, aunque ciertamente no son todos pero hay que tener en cuenta que en España hay la friolera de 8.116 municipios, de los cuales el 91% tienen menos de 10.000 habitantes y el 60% menos de 1.000.

Se me ha ocurrido curiosear en alguna de estas sedes electrónicas y el azar me ha llevado a la del Ayuntamiento de Villaconejos, pequeño pueblo (tres mil y pico vecinos) al sur de la provincia madrileña, muy cerquita de Chinchón, por citar una localidad de cierta raigambre "turística". (Entre paréntesis, también los azares de mi ya lejana vida madrileña me llevaron en no pocas ocasiones a Villaconejos, donde trabajaba de "aparejador municipal itinerante" un buen amigo del que hace años que perdí la pista y que estaba enrollado con una chica encantadora que, creo recordar, era la secretaria del secretario).

Pues bien, Villaconejos cuenta con su propia sede electrónica, en cuyo portal de acceso te ofrecen interesantísimas informaciones, tales como la forma de llegar (un enlace a googlemaps), el tiempo de que disfrutan los conejeros (enlace a Tiempo.com), un educado saludo del alcalde (lo supongo porque todavía no lo han incorporado), la composición de la corporación (alcalde del PP gracias a la abstención de IU, aunque eso ciertamente no lo dice la web), un link a las ordenanzas y reglamentos municipales, otro a los Plenos (que está vacío) y otro a las ofertas de empleo, pero la única que aparece es la de contratar monitores para el verano de 2011. Hay algunas cosillas más, pero poco relevantes y, sobre todo, desfasadas (baste señalar que las "últimas noticias" son de octubre del año pasado y el único ejemplar de la "revista de información de la villa" es el número extraordinario (4 páginas a todo color en PDF) para celebrar que el C.B. Villaconejos ha conseguido el tan ansiado ascenso a la categoría preferente, lo cual ocurrió al final de la temporada 2008-2009 (lo he tenido que buscar porque la revista no tiene fecha). En resumen, que sí, que Villaconejos tiene sede electrónica, pero parece que no se preocupan mucho de darle contenido.


Pero lo que me interesaba era comprobar si, mediante este canal, puedo ejercer mi derecho a relacionarme con el Ayuntamiento por medios electrónicos. Así que cliqueo en el prometedor enlace "Trámites y Gestiones" y me encuentro con el sustancioso mensaje siguiente: Si dispone de acceso a Internet (no, no dispongo, estoy leyendo este texto en el microondas), realizar trámites en el Ayuntamiento de Villaconejos será más cómodo y sencillo, ya que podrá visualizar (ajjjj, visualizar, amén de feo, no es sinónimo de ver), descargar o imprimir los formularios correspondientes al trámite que necesite gestionar con el Ayuntamiento. Una vez cumplimentados y aportando la documentación solicitada, sólo tiene que presentarlos en la Oficina Municipal de Atención al Ciudadano (registro de entrada), Plaza Mayor, 1. El horario es de lunes a viernes no festivos, de 9.00 a 14.00 horas. ¡¡¡¿Qué?!!! ¿Es una broma? O sea, que tengo que ir a entregar los papeles, que no me permiten ejercer mi derecho a relacionarme electrónicamente. Eso sí, no miente la web, gracias a Internet ahora es más fácil (que en la época de Galdós) porque me evito el primer viaje a la plaza mayor, ése que se perdía en una o varias colas para conseguir, normalmente previo pago, los impresos oficiales (aunque a veces te tocaba un funcionario agradable que hasta te ayudaba a rellenarlos y así no tenías que volver).

En fin, que me resigno (menos da una piedra) y trato de bajarme algún formulario, el que sea, para ver qué aspecto tienen. Pero tampoco pinta demasiado bien el panorama. Por ejemplo, supóngase usted, propietario de un inmueble en Villaconejos, que quiere descargarse el impreso para pagar la basura: pues no está; o el de la tasa por el vado del garaje: ése sí aparece consignado, pero no funciona; o para pagar el IBI, pues tampoco. Por suerte la que sí se abre es la "Instancia General" que, al fin y al cabo, vale para solicitar cualquier cosa. En fin, un poco tomadura de pelo. Y vale ya, dejo Villaconejos que no pretende ser más que un mero ejemplo, no vaya a parecer que me ensaño con tan simpática localidad que no me ha hecho nada (es caprichoso el azar). Estoy seguro de que sus ostensibles carencias en cuanto al cumplimiento de la obligación de posibilitar al ciudadano el ejercicio del derecho a relacionarse electrónicamente con la administración pueden extrapolarse a muchísimas más entidades locales. En otras palabras, no creo que Villaconejos sea peor que la media (aunque mal de muchos ...)

Ahora bien, ¿de verdad tenemos los españoles ese maravilloso derecho que nos reconoce la Ley 11/2007? Pues no, porque si lo tuviéramos es evidente que las administraciones tendrían la simétrica obligación y resulta que no, que no la tienen. Uno se va leyendo la Ley y parece que sí, dice muy clarito y en varios sitios que sí, que sí están obligadas todas las administraciones a cumplir ese deber. Bien es verdad que mosquea algo que no haya ningún régimen sancionador para los incumplidores, y de sobra es sabido que una norma que carezca de instrumentos coercitivos es casi papel mojado (en este caso, un PDF mojado). Eso sí, se crea la figura del "Defensor del usuario de la administración electrónica, que velará por la garantía de los derechos reconocidos a los ciudadanos en la presente Ley", que suena un poco a cargo inútil que podría haberse resuelto asignando tal competencia al Defensor del Pueblo (cargo también bastante inútil); en todo caso, según me cuenta un amigo enterado, nunca se ha nombrado a nadie. Pero lo verdaderamente grave aparece al final, en la Disposición Final Tercera que establece que en el ámbito de las administraciones autonómicas y locales los derechos que tan graciosamente nos reconocen podrán ser ejercidos a partir del 31 de diciembre de 2009, siempre que lo permitan sus disponibilidades presupuestarias. ¡Hay que joderse!

Hay que joderse, de entrada, por el hecho de que saquen una Ley declaratoria (o constitutiva, que no soy jurídico y me pierdo en los matices) de derechos y posterguen el ejercicio de los mismos dos años y medio. Pero, sobre todo, hay que joderse porque incluso esa postergación pueda ser sine die al depender de algo tan ambiguo como las "disponibilidades presupuestarias". Obviamente, si no le da la gana, nunca tendrá un ayuntamiento disponibilidad presupuestaria por la sencilla razón de que es el Pleno el que aprueba su presupuesto y con no prever una partida para organizar sus servicios de modo que permita al ciudadano relacionarse electrónicamente, pues ya justifica sobradamente el cumplimiento de la Ley para incumplir la propia Ley. Finalmente, hay que recontrajoderse con que una Ley tenga esta redacción la cual, al margen de la pésima técnica jurídica que exhibe, demuestra una absoluta falta de respeto (o tomadura de pelo si se prefiere) a la ciudadanía. Y aprovecho aquí, siguiendo el consejo que una vez me dio Lansky en el sentido de que la ironía no se capta bien en internet, para aclarar que mi anterior comentario laudatorio sobre la progresía del gobierno Zapatero iba en ese tono (remito al lector al somero análisis que hice en su momento sobre la tan cacareada Ley de Igualdad).

Más razón que un santo tenía quien afirmó que los derechos se ganan (y hay que pelear por ellos), nunca se nos conceden graciosamente. Así que habría que aprovechar esta patochada vigente para exigir que tenga efectos reales. Porque bueno es saber que adaptar un ayuntamiento para que los ciudadanos puedan relacionarse electrónicamente es muy barato (de hecho, incluso ofrecer gran parte de los servicios puede ser gratis para las arcas municipales); ahora mismo, señor alcalde, hay empresas que le dejan la administración como una patena, cumpliendo a tope con los requerimiento de la Ley por menos de 100 euros al mes. Así que bastaría que en cada municipio se organizaran unos cuantos ciudadanos para exigir que les permitan ejercer su derecho y difícilmente podrían los ediles sostener lo de la falta de disponibilidad presupuestaria. El problema no es de perras, sino de un obstáculo mucho más graves. Y aquí paro, que ya he escrito demasiado; la solución en un siguiente post que era el que pensaba escribir (una pista, tiene mucho que ver con lo que apunta Vanbrugh en el suyo de ayer).
   
   
The law is for protection of the people - Kris Kristofferson (Me and Bobby McGee, 1971)


PS: Hoy, 20 de febrero de 2013, Miroslav Panciutti cumple siete añitos. Happy birthday to me!

domingo, 17 de febrero de 2013

De ruputuras de pareja y nieves esquimales

Un amigo mío, más bien uno que conozco bastante, porque amigo, lo que se dice amigo, no es, ligó con la que hasta hace pocas semanas ha sido su pareja mediante el viejo sistema de epatarla con abundantes chorradas pseudo-cultas. Por supuesto, la mayor parte de sus afirmaciones no eran más que lo que hoy se califica de "leyendas urbanas", pero el caso es que surtieron efecto. Hombre, puedo admitir que esas cosas contribuyeran a que la mujer, escarmentada de un matrimonio aburrido con un tipo bastante garrulo (versión de mi conocido), se enrollara con él, pero supongo que habría algún componente más de los que conforman esa química inexplicable de la atracción entre las personas. Pues bien, una de esas frases con las que Carlos (nombre ficticio, of course) ganó su particular concurso, la que según él le hizo pasar a la ronda final, fue la famosa aseveración de que los esquimales tienen más de cien palabras para denominar a la nieve. Por lo visto, durante los dos años y pico que han estado juntos fue uno de los tópicos inevitables entre ellos, que repetían en todas las reuniones con amigos, a modo de mantra reafirmante de su complicidad amorosa, como si la riqueza lingüística de ese idioma polar guardara un significado trascendente. Lamentablemente, como suele ocurrir, la relación se fue degradando y del enamoramiento inicial fueron pasando, lenta pero inexorablemente y más por parte de ella, a un hastío mutuo. Y parece que el vaso lo colmó un compañero de trabajo de la mujer a quien, en el almuerzo de empresa de las pasadas navidades, no se le ocurrió sino negarle en público que la frasecita fuera verdad, avalándolo con argumentos que convencieron a todos los presentes, incluyendo a la desolada pareja de Carlos. Ésta, de vuelta en casa, se encerró un largo rato frente al ordenador para confirmar el shock y cuando salió, lívida de ira pero con voz y ademanes serenos, le dijo a mi conocido que habían acabado, recogió sus cosas y se largó. A estas alturas, nada se sabe sobre cómo ha reorganizado su vida (algunos apuestan que caerá en brazos del compañero desmitificador quien, por lo visto, le echaba los tejos desde hacía unos meses), pero lo cierto es que se niega a todo contacto con Carlos, incluso cortándole las llamadas telefónicas. Y el hombre anda bastante abatido, arrepentido de su presuntuosa afición a coleccionar tópicos y maldiciendo a quienes tienen la "funesta manía de pensar", en vez de creer lo que te dicen y disfrutar de su simplicidad elemental. El otro día, por ejemplo, en uno de sus arrebatos filosóficos, nos hizo referencia a una de las primeras películas de Woody Allen (es Annie Hall) en la que el neoyorkino le pregunta a una pareja si son felices y, ante su respuesta afirmativa, insiste en que le expliquen sus causas: porque somos muy superficiales y vacíos, no tenemos ninguna idea ni nada interesante que decir, le contestan. Pues nosotros también lo éramos, remachó Carlos, hasta que le vinieron a remover a ella su calmada superficie, maldita sea.

Lo de la multitud de nombres para la nieve entre los esquimales tiene su origen (según dicen varias webs) en un texto de Franz Boas (1858-1942), uno de los pioneros de la antropología moderna. Con apenas veinticinco años, este alemán que luego se afincaría en los USA, viajó a la isla de Baffin, interesado en los esquimales. Lo pasó fatal (el ártico no es precisamente un paraíso) pero por lo visto mantuvo muy estrechas relaciones con los inuit, quedándole desde entonces un interés profundo por este pueblo que se tradujo en numerosas publicaciones y en sentar las bases de la lingüística científica norteamericana. Así, en 1911 publica el primer tomo del Handbook of American Indian languages y en la introducción, para ejemplificar los mecanismos semánticos de las lenguas, se refiere a la palabra nieve que en esquimal se puede decir como aput (nieve en el suelo), gana (nieve cayendo), piqsirpoq (nieve movediza) e incluso con un cuarto término, quimuqsuq (tormenta de nieve). O sea que el hombre habló de cuatro palabras, bastante lejos de la exageración del tópico. En todo caso, hay que aclarar que existen varios idiomas "esquimales" (si admitimos este término, que muchos lo consideran inapropiado cuando no políticamente incorrecto).

¿Cómo fueron multiplicándose tan asombrosamente las palabras que denomina la nieve en "esquimal"? Pues según rastreo por la red, mediante posteriores artículos de otros antropólogos desde la década de los cuarenta hasta los ochenta, aunque el número final solo rondaba la decena. Pero en 1984, el prestigioso New York Times, en un artículo sin firma, quejándose de la pobreza del inglés en cuanto a sinónimos de nieve, envidiaba a los esquimales, citando una presunta información del antropólogo Benjamin Whorf acerca de una tribu que distinguía entre cien tipos de nieve (Whorf nunca dijo eso). Conclusión: la credibilidad de algo no depende de su veracidad sino de la autoridad y capacidad difusora de quien lo afirma (no descubro nada nuevo). Al fin y al cabo, es muy trabajoso ponerse a confirmar las fuentes.

De todos modos, parece que aunque las lenguas esquimales no cuenten con un excesivas palabras para nieve, como son polisintéticas, es decir, que haces una palabra larguísima agrupando cuantos lexemas distintos te dé la gana (algo así como el alemán, pero más a lo bestia), el resultado es que pueden decir nieve (y casi cualquier otra cosa) de un número ilimitado de formas. Quizá debería contárselo a Carlos a ver si le sirve como argumento para recuperar a su chica. Pero mucho más contundente le sería el trabajo que me entero (gracias al blog Parto de los Montes) que ha realizado un tal Igor Krupnik, antropólogo del Smithsonian Arctic Studies Center de Washington DC, quien viene ahora (su publicación es de 2010) a sostener que en varios dialectos inuit y yupik hay mogollón de lexemas diferentes para nieve. Por ejemplo, dice que en el inuit hablado en Nunavik (Canada) hay hasta 53, y en de Wales (Alaska) llegan a 70. Todos términos de raíces distintas que expresan la enorme variedad de matices de la nieve.

Menuda tontería esto de la nieve y los esquimales. De entrada, me cuesta entender que haya resultado tan popular porque, en principio, me parece de lo más normal que un pueblo que vive en un entorno sempiternamente nevado tenga un rico vocabulario al respecto. De otra parte, tampoco cien es un número tan asombroso; basta pensar en los sinónimos que en casi todos los idiomas hay para los órganos genitales o para cualquier droga, por poner los dos ejemplos que primero se me vienen a la mente. Pensando en ello me acordé de una canción de Kate Bush que, como el álbum (de 2011, creo que es el último), se llama "50 palabras para nieve". Explicando el porqué del disco, la cantautora británica dijo que sabía que lo de los esquimales era un mito pero le gustó como idea para dar rienda suelta a su imaginación y ponerse ella misma a inventar sinónimos de nieve. La canción (que se puede escuchar al final de este post) consiste en el recitado (en la voz de Stephen Fry) de cincuenta palabras, algunas metáforas de sugerente belleza y otras absolutamente imaginarias; incluso he pasado un largo rato este fin de semana intentando traducir la lista. No sé si a Carlos le gustara Kate Bush (no creo que sea su estilo, la verdad), pero en mi afán celestinesco estoy por enviarle una copia de la canción.

   
50 words for snow - Kate Bush (50 Words for Snow, 2011)

jueves, 14 de febrero de 2013

La participación pública en los planes urbanísticos

El panorama de la participación pública en la formulación del planeamiento es bastante similar en el conjunto de España, homogeneidad en la que interviene en gran medida que también son muy similares los diversos preceptos autonómicos que la regulan, herederos todos de la legislación estatal previa. Desde luego, la valoración general es incuestionablemente negativa, pudiéndose afirmar que, en general y salvo contadas (y honrosas) excepciones, la elaboración de los planes de urbanismo viene influida en muy escasa medida por las opiniones, intereses y/o deseos de los habitantes de los municipios correspondientes. Si bien sería exagerado decir que los planes se hacen "al margen" de la voluntad de los ciudadanos (al fin y al cabo éstos tienen dos periodos para informarse y "alegar"), mucho más dista de la realidad el objetivo idílico del artículo 5 del Reglamento canario: "que los ciudadanos colaboren en la toma de las decisiones urbanísticas".

La primera causa de esta situación, habitualmente argumentada en los colectivos profesionales, es la indiferencia de la ciudadanía ante el urbanismo; desde esta visión, resultaría que el planeamiento "no interesa" (y mucho menos, su elaboración). Hay diversos indicadores a lo largo del Estado que parecen confirmar este diagnóstico; por ejemplo, diversas encuestas relativas al "nivel de presencia" en distintos instrumentos de participación ciudadana de escala municipal (organizados por distintos ayuntamientos) suelen concluir que el urbanismo es el tema que menor asistencia e implicación genera. En la misma línea, no deja de ser también significativo que del análisis de las quejas presentadas por los ciudadanos sobre aspectos de la vida local, las relacionadas con el urbanismo sean una exigua minoría.

Obviamente sería ingenuo deducir que el aparente desinterés ciudadano por el planeamiento es consecuencia de una mayoritaria satisfacción con la ordenación urbanística. Más bien creo que deriva del progresivo alejamiento entre planeamiento y ciudadanos, que entienden éste como una actividad compleja, de difícil comprensión, y que además es manejada entre unos pocos interesados, dando pábulo a la extendida convicción de que en sus procesos de elaboración priman los intereses privados, con frecuencia enfangados en la corrupción. Esta concepción "popular" habría llevado, según varias opiniones, a una actitud de resignación derrotista, a pensar que no merece la pena involucrarse en algo en lo que, quienes mandan, tienen ya tomadas sus decisiones o, en todo caso, no tienen ninguna voluntad de atender los planteamientos de la ciudadanía.

Con los riesgos que toda simplificación supone, tal apreciación de los "profanos" sobre el urbanismo no puede tacharse de desencaminada. Lo cierto es que, prácticamente desde su nacimiento, la exigencia legal de la participación pública en el planeamiento se ha entendido por la mayoría de quienes lo promueven (tanto políticos como técnicos) como un mero trámite que, como todos los trámites, ha de salvarse de la forma menos engorrosa posible. Así, se ha entrado desde hace ya muchos años en un "círculo vicioso" que se retroalimenta: cuanto menos "participan" los ciudadanos en la elaboración de los planes, menos interés pone la administración en fomentar una participación a la que, además, no es inercialmente proclive; y complementariamente, cuanto menos facilita la administración hacer accesible a los ciudadanos el proceso de formulación, más se van alejando éstos del urbanismo, confirmándose en la percepción negativa dominante. En el fondo, no es más que la concreción en el ámbito del urbanismo de una de las carencias democráticas de nuestra sociedad, con la particularidad de que quizá aquí son más notables que en otras materias. Si en general es un deber ético-democrático de los ciudadanos involucrarse en el gobierno colectivo, y de la administración propiciar y fomentar dicha participación, los esfuerzos que han de hacerse en cuanto al planeamiento son probablemente bastante mayores que en otras esferas. De no vincular las decisiones urbanísticas a la participación ciudadana, estamos vaciando de contenido real a los planes, por mucha excelencia técnica que se alcance en su elaboración.

Matizando el anterior juicio sobre la indiferencia generalizada de los ciudadanos en los procesos de información pública de los planes hay que referirse a determinados sectores de la población que sí intervienen en dichos periodos (e incluso fuera de ellos). Se trata de los propietarios de inmuebles (suelo principalmente, pero también edificaciones) así como, en menor medida, quienes dedican su actividad económica a la intervención inmobiliaria. Es incuestionable el derecho de los propietarios a plantear alegaciones a un Plan en formación para que su patrimonio sea tratado de la mejor forma posible para sus intereses (y, a ser posible, que aumente de valor gracias a las determinaciones urbanísticas). Sin embargo, también es lícito considerar que las propuestas de estas personas no expresan los intereses colectivos de la ciudadanía. De esta forma, el apartamiento de los "ciudadanos" (entendiendo como tales a estos efectos quienes no ven afectados sus intereses privados por el planeamiento) de la participación pública, y la presencia muy mayoritaria de los "propietarios" conduce a exacerbar el carácter del Plan como "asignador" de plusvalías (o definidor del contenido económico de la propiedad inmueble, si se prefiere), en detrimento de otras facetas que en absoluto son menos importantes: básicamente las de configurar un espacio urbano de calidad, funcional y adecuadamente equipado para las necesidades colectivas. De nuevo otro "círculo vicioso".

Ciertamente, en los últimos años hemos asistido en Canarias a lo que erróneamente podríamos valorar como un avivamiento del interés ciudadano por los planes urbanísticos. Lamentablemente, cuando se indaga en los casos concretos, se comprueba que estas recientes "movilizaciones" ciudadanas contra planes generales en redacción obedecen casi sin excepción a intereses "patrimoniales" que, gracias a hábiles campañas demagógicas, han sido presentados como afecciones generalizadas: todos los propietarios, hasta los de un mínimo piso, van a ser perjudicados por el planeamiento que hace el Ayuntamiento. Parecen ya desaparecidas las motivaciones que presidieron los movimientos vecinales de la Transición (básicamente, de mejora de la calidad urbana de los barrios y de denuncia del urbanismo "desarrollista", causante de graves destrozos en la ciudad existente). En todo caso, estas muestras de "interés" por el planeamiento en elaboración no es en absoluto participación pública, pues en absoluto pretenden estos "activistas" colaborar en la toma de decisiones de ordenación y, en el fondo, mantienen la indiferencia ya descrita respecto de los asuntos urbanísticos (salvo en lo que les toca a sus intereses privados). Sin embargo, desde el punto de vista de los fines de la participación pública, tales actuaciones no son inocuas sino contraproducentes, porque refuerzan entre los promotores del planeamiento (especialmente en los políticos) la tendencia a soluciones simplificadoras (cuando no demagógicas), centrándose en los aspectos conflictivos (los destacados casi nunca con un mínimo de rigor por los medios de comunicación) y despreciando los restantes; incluso, en no pocas ocasiones, supeditando las decisiones sobre las cuestiones importantes (pero poco llamativas o "peligrosas") a propuestas "complacientes" de baja calidad. El resultado, desde luego, rara vez es coherente con los siempre repetidos objetivos y criterios del planeamiento.

   
Diez décimas de saludo al pueblo - Alfredo Zitarrosa (Mis Treinta Mejores Canciones)

sábado, 9 de febrero de 2013

Buen oficio

Esta tarde, al azar, he visto la última media hora de la película Matrimonio de conveniencia (Green Card) en la tele. Ya la vi en su día (1990, cómo pasa el tiempo), atraído al cine por la presencia de la preciosa Andie McDowell. En la primera mitad de los noventa disfruté de varias pelis de esta chica: Sexo, mentiras y cintas de video, la que motiva este post, Atrapado en el tiempo, Short cuts y Cuatro bodas y un funeral; luego creo que no he vuelto a verla más, salvo en anuncios de cosméticos (que le funcionan, como puede comprobarse en la foto adjunta, de hace un mes, con cincuenta y cuatro añitos). Su partenaire es Gerard Depardieu, quien ya para entonces era archiconocido en Europa pero sería esta película la que le abriría el mercado americano. La trama, típica de comedia romántica, es previsible lo cual no quita para que se vea con agrado y haya de reconocerse el buen oficio que caracteriza a estos productos hollywoodienses.

A propósito del "buen oficio", me ha llamado la atención una brevísima escena que en su momento me pasó desapercibida. Dura apenas 18 segundos, los que van desde que Andie, cabreada, echa de la casa a Gerard y cierra de un portazo, hasta que, ya a la mañana siguiente, se nos muestran unos planos encadenados de unos peces, unos canarios y ropa interior colgada de un tendedero de tijera en la terraza del apartamento neoyorkino. Se ve a Andie, de espaldas, encajando y corriendo la cadenilla que bloquea la puerta y seguidamente dando una vuelta al pestillo de la cerradura. Entonces la cámara pasa a un primer plano de perfil de la chica que levanta la tapa de la mirilla y acerca a ésta el ojo con cara de mosqueo para ver qué hace Gerard. De inmediato el plano es frontal: el rectángulo oscuro de la pantalla y en el centro un círculo luminoso que enmarca, con algo de deformación de gran angular, la figura de Depardieu de pie en el vestíbulo exterior, con expresión pánfila y suplicante. Vuelve la cámara al primer plano del perfil de la bella quien, con una interjección exasperada, se retira de la vista dando un golpe a la tapa de la mirilla. Esta empieza a rotar a toda velocidad y justo entonces se recupera el plano frontal (aunque más alejado), de modo que las vueltas de la chapita nos van mostrando intermitente la cara de Gerard hasta que finalmente queda oculta cuando aquélla se detiene. Pero en fin, se tarda más en contarlo que en verlo; he aquí la imagen.



En 100 minutos de película, estos breves segundos apenas representan nada; probablemente, a la mayoría de los espectadores les habrán pasado desapercibidos. Y sin embargo, si nos detenemos a pensarlo, revelan un singular ingenio y una cuidadosa ejecución. A alguien se le ocurriría condensar visualmente el cabreo de Andie y el desconcierto de Gerard con la imagen de la mirilla giratoria, una ocurrencia que me parece brillante. Y la ejecución técnica creo yo (desde mi ignorancia sobre cine; espero tu opinión, Grillo) refuerza muy eficazmente el remate de esa escena antes de abordar la parte final de la película. Hay mucho esfuerzo en esos dieciocho segundos que me parecen un buen ejemplo de lo que llamaba "buen oficio". Ésta es la cualidad imprescindible para hacer un buen producto. No basta, desde luego, para crear obras maestras ni tampoco requiere el talento de los genios. Sí, en cambio, obliga a poner atención, dedicación y cariño en el trabajo que se está haciendo, incluso en detalles mínimos que, mientras los preparas eres consciente de que es muy probable que pasen desapercibidos. Lamentablemente, esto del "oficio" está muy desprestigiado en estos tiempos y, sin embargo, para mí es la condición ineludible que se debe exigir a toda tarea. Entre quienes desprecian el cuidado por la obra bien hecho me he topado no pocas veces con pretenciosos que se las dan casi de genios y hasta se ofenden cuando se les reclama que cumplan unos niveles mínimos de calidad. Lo peor es que a bastantes de ellos (ahora estoy pensando en algún arquitecto estrella) se lo consienten.

jueves, 7 de febrero de 2013

Los montes Zagros

Sumeria ocupaba el territorio comprendido entre la parte baja de los ríos Tigris y Éufrates, en el actual Irak y, más o menos, entre Bagdad y Basora. Aunque quiénes y de dónde vinieron los sumerios dista todavía de estar dilucidado, las hipótesis más probables apuntan a que se asentaron en Mesopotamia hacia mediados del siglo 45 aC (ya había población autóctona) y que provendrían del Este, del actual Irán o incluso de la India. La fértil y llana Sumeria queda limitada al oeste por los montes Zagros, una cadena que va desde Turquía hasta el estrecho de Ormuz, bordeando toda la longitud del golfo pérsico. Estas montañas son, en la actualidad, bastante áridas, como se puede comprobar viendo imágenes en la red o pinchando en las que han subido los usuarios al GoogleEarth (no puedo dar fe personal porque no he estado por esos lares). En todo caso, sea por su relativa cercanía (unos 200 kms) o por la probable vinculación a su pasado presedentario, lo ciertos es que los Zagros ocuparon desde siempre un puesto relevante en la vida sumeria y, naturalmente, en su mitología.

En la región sumeria no había bosques y, por lo tanto, la madera era un bien muy valioso que había de ser importado. El árbol más preciado, casi sagrado, era el cedro y los bosques de cedros más renombrados desde la antigüedad son los del Líbano. Yo, desde que hace años empezó a interesarme la cuna de nuestra civilización, había pensado lo que Lansky me comenta en el post anterior, que la madera de los mesopotamios provenía del Líbano. No en vano, desde tiempos remotos (contemporáneos a los del poema de Gilgamesh), los antiguos cananeos ya tenían en la explotación forestal y exportación maderera una de las bases principales de su economía. De hecho, he encontrado no pocas referencias que aseveran que el primer viaje del rey sumerio fue justamente a los famosos bosques de cedros libaneses, tal como Lansky conjetura.

Sin embargo, en el libro que recientemente he leído (y que recomendé en el post anterior), el autor se decanta por que las arboledas a las que se dirigió Gilgamesh estaban en los montes Zagros y aporta algunos argumentos que me convencen. El fundamental es que estos bosques estaban bajo el dominio de Utu, el dios del Sol, lo que apunta a que se situaban al oriente, como los Zagros. No oculta Bottéro que en estas montañas iraníes nunca han crecido cedros, que es la palabra que habitualmente aparece en las traducciones de la epopeya. Su explicación es que, en razón del progresivo prestigio de este árbol, el término sumerio fue acotando al mismo su significado, pero en un origen se referiría genéricamente a las coníferas. Pues parece que en los Zagros, hasta finales del III milenio, abundaban bosques de coníferas (enebrales y abietáceas).

Un segundo argumento es que la sucinta descripción del viaje cuadra mucho mejor con la suposición de que los dos amigos marchaban hacia el país de Elam (se habla de "más allá de las siete montañas") que en dirección noroccidental, hacia una meta bastante más alejada y de más difícil acceso. Ciertamente, hacia finales del tercer milenio (que es la época en la que se datan las primeras tabillas que recogen fragmentos de la historia de Gilgamesh) los sumerios sabían del Líbano y comerciaban con los pueblos que habitaban las tierras intermedias; pero las relaciones (no siempre pacíficas) eran mucho más intensas con los vecinos elamitas del Este.


En todo caso, la discusión desaparece si damos crédito a la primera de las dos versiones completas (la llamada antigua o babilónica), en la que se afirma explícitamente que se trataba de cedros y que el país era el actual Líbano. Como ya dije, este documento fue escrito en acadio, se supone que para el propio Hammurabi (siglo XVIII aC) en una época en la que los bosques de los Zagros se habían extinguido (probablemente debido a la sobreexplotación y a la aridez del clima). Para entonces, el árbol maderero por excelencia era, sin ninguna discusión, el cedro (lo que refuerza la tesis, además del cambio de idioma, de la progresiva especificidad del vocablo) y el casi monopolio de su producción correspondía al Líbano. No es pues extraño que mil años después se produjera con completa naturalidad el cambio del escenario geográfico de esta primera aventura. Quizá también contribuyera que Hammurabi era descendiente de los amorreos, un pueblo semita que provenía de Canaán y alrededores (o sea, del Líbano y entorno).

En resumen, que no puede saberse a ciencia cierta dónde vivía el gigante Huwawa y, consiguientemente, dónde tenían su morada los dioses sumerios. Todo ello, claro, si es que Gilgamesh existió y si, habiendo sido un personaje real, hizo ese famoso viaje que sería objeto de la primera novela de aventuras de la historia. Hemos de especular y movernos en el terreno de lo probable, como bien dice Lansky en su comentario. Yo sigo apostando por los Zagros en base a una última consideración que se refiere a la esfera de lo sagrado: los dioses suelen habitar en los lugares de origen de sus pueblos. Recordemos que la antigua Sumeria se formó, aparte de la base autóctona demográfica y culturalmente la menos relevante, por la convivencia de sumerios y semitas. Fueron los primeros los que dieron su impronta a esa civilización, hasta su decadencia y sustitución por el imperio babilónico en el cual el elemento semita es el preponderante. Como ya dije, es bastante probable que los sumerios llegaran a Mesopotamia tras cruzar los Zagros, nunca del Oriente Próximo.

   
Cedars of Lebanon - U2 (Non Line on the Horizon, 2009)

Gigantes (introducción)

Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después que se llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendraron hijos. Estos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre. (Génesis 6:4).

"Aquellos días" a los que se refiere este pasaje eran los previos al Diluvio, los que en la tradición hebrea podrían corresponder a la Edad Dorada de los griegos, periodo pretérito y añorado que, como me hace notar Lansky, es común a casi todas las mitologías. Para nuestra cultura, tan apabullantemente nutrida por la Biblia, hemos de rastrear los orígenes de éste y casi todos los mitos en los sumerios, allá por el cuarto o tercer milenio antes de Cristo, más de dos mil años antes de que empiece lo que fue la cultura griega y otro tanto (algo menos, quizá) de la aparición de los hebreos como pueblo mínimamente diferenciado. Ahí es nada. Ni siquiera las cosmogonías de los Vedas del Indo pueden competir en antigüedad con los mitos sumerios en los que encontramos, aunque sea embrionarios, casi todos los elementos que prefigurarían nuestro universo "cultural-religioso".

Figura de Gilgamesh (Louvre)
Gilgamesh, el protagonista del texto escrito que se supone más antiguo de los que se conservan, era un rey legendario de Uruk (hacia mediados del tercer milenio); dos tercios de él son Dios y es grande y fuerte como un altivo buey salvaje. Se trata del antecedente de los héroes helénicos y, como éstos, vive aventuras en un mundo en el que dioses y hombres interactúan. La primera que afronta, una vez que se ha hecho con un colega de pareja valía (Enkidu) es viajar hasta el bosque de coníferas de los Zagros, morada de los Dioses, para matar al gigante-ogro Huwawa, el guardian de la entrada. El sustrato real de este asalto de los héroes a las posesiones divinas ha de encontrarse en la carencia de madera de la región mesopotámica, pero en la narración legendaria la pretensión es conquistar imperecedera gloria (objetivo que, como se ve, motiva a nuestra especie desde su infancia); ahora bien, lo que nos interesa es la aparición tan temprana en la historia del primer gigante que, como los titanes griegos, sus sucesores, era feo hasta decir basta.

Gilgamesh pudo haber existido y de hecho aparece en la famosa lista de los reyes de Sumeria. Pero este documento, de tiempos de Hammurabi (siglo XVIII aC), es de marcado carácter mitológico (muy similar a las genealogías tan del gusto del Génesis), compuesto para legitimar la continuidad del primer imperio babilónico con los antiguos sumerios. De haber existido, Gilgamesh habría muerto hacia 2650 aC (periodo dinástico arcaico) y habría entrado en la leyenda. Durante casi mil años se van formando las narraciones de su epopeya. De finales del tercer milenio (durante la etapa que se asocia a la dinastía de Ur, también llamada Renacimiento sumerio) proceden varias tabillas que narran diversos episodios de la vida de Gilgamesh. Unos cuantos siglos después, en la época babilónica, se escribe la epopeya ya configurada como una narración larga y unitaria, pero escrita en acadio; hay una segunda versión, más completa, transcrita para el rey asirio Asurbanipal (siglo VII) y hallada en la ruinas de Nínive (para quien le interese, recomiendo el libro "La epopeya de Gilgamesh, el gran hombre que no quería morir", de Jean Bottéro y publicada por Akal).

Es significativo que la mencionada lista real sumeria, que comprende 134 reyes, abarque un periodo exageradamente dilatado. Para cuando se menciona al primer rey claramente histórico, Lugalzagesi del siglo XXIV antecesor de Sargón, ya llevaban más de cuatrocientos mil años desde el inicio de las dinastías, así que pertenecerían a otra especie de homínidos anterior a la nuestra. Al margen del absurdo científico, lo llamativo es que los sumerios alargaban bastante más que los hebreos su orígenes. Como ellos, los primeros reyes (y presumiblemente todos los primeros hombres) gozaban de longevidades desmesuradas, que en su caso comprendían miles de años. Esta primera etapa legendaria (también las siguientes lo son), acaba con el Diluvio. Así pues, esta catástrofe mitológica cuyo origen ha de atribuirse a los sumerios (y de ellos la heredarán hebreos y griegos), podría considerarse el fin de la "edad dorada", cuando los hombres (mucho más fuertes, bellos y poderosos que los posteriores) se codeaban con los dioses. De ese tiempo son los gigantes.

La consagración de San Agustín - Jaume Huguet
La Biblia nos informa poco sobre sus gigantes, aunque sí lo suficiente para que los emparentemos con los de las restantes mitologías. Como en ellas, los gigantes son cruces entre seres humanos y no humanos; lo que pasa es que, dado el celoso monoteísmo de los hebreos (algo contradictorio a veces) y la repugnancia de Yahveh a cualquier práctica sexual, estos últimos no podían ser dioses. Así que los autores del Pentateuco (o sea, Moisés) han de recurrir al eufemismo "hijos de Dios" que, en su contexto, no puede referirse sino a los ángeles. Así lo interpreta la tradición judía y también los primeros padres de nuestra Santa Iglesia, por más que luego llegue San Agustín en el siglo V y, aguafiestas, establezca con fuerza de ley para los católicos que de ángeles nada, que simplemente es que antes del Diluvio hubo muchos gigantes pero que eran hombres porque con lo de "hijos de Dios" la Biblia se refiere a los descendientes (varones) de Seth. De esta manera, para el de Hipona, lo que nos viene a decir el Génesis es que lo que por su linaje bendecido vivían en la "Ciudad de Dios" cayeron en la iniquidad ayuntándose con las hijas de la "ciudad terrenal", esto es, las descendientes de Caín. Por otra parte, resta importancia a la excepcionalidad de los antiguos gigantes ("...porque fuera de que entonces los cuerpos de todos generalmente eran mucho mayores que los nuestros, los de los gigantes hacían siempre ventaja a los demás; así como también después, en otros tiempos y en los nuestros, aunque raras veces, pero nunca faltaron algunos que extraordinariamente excedieron la estatura y el tamaño de los otros".

En fin, un aguafiestas como ya he dicho San Agustín. Probablemente el inaugurador de la exégesis católica, tan interesada en explicarnos los episodios bíblicos para que los encajemos con lo que nos dice el sentido común y así no pongamos en cuestión la inspiración divina de las Escrituras, la cual exige, obviamente, creer en su veracidad. Por supuesto, esta dilución del componente maravilloso que es la esencia del mito no sólo no alcanza los objetivos de quienes la vienen perpetrando desde hace mil quinientos años, sino que nos pretende hurtar la magia fascinante que desde sus orígenes forma parte de nuestra especie. Gran culpa ha de achacarse a esos hebreos primitivos que se autoerigieron en pueblo singular y prostituyeron una riquísima tradición ajena encarcelándola en un sistema prescriptivo, justo lo contrario que, más o menos contemporáneamente, se dedicaron a hacer los griegos. El resultado es nuestra cultura judeocristiana, un imaginario sin duda mucho más aburrido. Aunque sólo sea por eso, prefiero indagar sobre los gigantes bíblicos (y sus parientes en otras mitologías) desde lo que realmente creían quienes sobre ellos escribieron.

   
I dreamed I saw St. Augustine - Bob Dylan & Joan Baez (Concierto en Clearwater (Florida), 1976)

lunes, 4 de febrero de 2013

Longevidad bíblica

Un capítulo apasionante del Génesis es el quinto, donde se nos detalla exhaustivamente el árbol genealógico de Moisés a partir del propio Adán. Gracias a esos datos podemos saber con casi exactitud la fecha en que aconteció el diluvio, la segunda de las intervenciones de Dios sobre el conjunto de la humanidad (la primera, obviamente, fue la expulsión del Paraíso). Todavía hará alguna más, pero seguramente debido a que nos multiplicábamos como conejos y éramos demasiados, a partir de Abraham ya se va a limitar a Su pueblo elegido hasta que San Pablo le enmiende la plana y decida universalizar (mejor dicho, planetizar) su actividad. Por cierto, este capítulo del Génesis se retoma y amplía en Crónicas.

Rubens: Caín asesinando a Abel
Ya fuera del Paraíso Adán y Eva se dedicaron a la gratificante tarea de poblar la tierra y les nacieron Caín, el primogénito, y Abel. Pasaron bastantes años, los suficientes para que los dos chicos crecieran, se dedicaran a sus oficios (labrador y pastor, respectivamente) y aconteciera el primer asesinato de nuestra especie (fraticidio, para más inri), y nuestro primeros padres tuvieron otro retoño al que pusieron el significativo nombre de Set. Aunque nada se nos diga, entre medias Adán y Eva hubieron de tener más hijos, probablemente siempre niñas porque, si hubiera nacido un varón constaría en las Escrituras. Caín, sin ir más lejos, una vez desterrado por el Señor tras su abominable crimen, "conoció" a su mujer, que necesariamente sería alguna de sus hermanas, y comenzó su propia estirpe. Pero este linaje, como el de cualquiera de los eventuales otros hijos e hijas de Adán, carece de relevancia ya que todos ello habrían de desaparecer ahogados en el Diluvio. Así que volvamos a Set, de quien procedemos.

La relación de los ascendientes masculinos directos de Noé, como ya he dicho, viene detallada con indicación de la edad del padre cuando nació cada uno de ellos; es la siguiente: Adán (130), Set (105), Enós (90), Cainán (70), Mahalaleel (65), Jared (162), Enoc (65), Matusalén (187) y Lamec (182). Es decir, que cuando Noé vino a esta tierra la Creación ya tenía 1.056 años: más de un milenio en apenas nueve generaciones. Desde luego, eran fértiles a edades muy provectas nuestros primeros ancestros (habría estado bien que la Biblia nos informara de las edades de las madres porque, si eran parecidas, la especie venía con mucha mayor disponibilidad ovular que ahora). Pero eso no es nada comparado con la duración de sus vidas. Adán, con la friolera de 930 años, llegó a conocer a Matusalén. Pero es que la media de nuestros diez primeros ancestros, incluyendo a Noé, da 857 años y eso por culpa de Enoc que solo vivió 365 añitos (pero no murió, sino que se lo llevó Dios a Quien había agradado singularmente) que si lo sacamos del cálculo el tiempo normal de vida de esa gente supera los novecientos. Alucinante.

Los escépticos me dirán que cuando el Génesis dice años se refiere a meses, y la explicación puede sonar congruente porque dividiendo entre doce las edades de esos patriarcas encajan bastante mejor en lo que hoy dura normalmente una vida humana (en torno a 75 años). Ahora bien, entonces habrían sido fértiles a edades demasiado tempranas y en algunos casos imposibles (Enoc, con cinco años y medio). De otra parte, en los tiempos de la confección del Génesis estaba más que clara la medición del tiempo y la distinción natural entre años, meses, semanas y días. Por último, que ésas eran las edades de los antiguos queda claro cuando, en Salmos 90:10, Moisés ora al Señor con estas palabras: "Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan, y volamos". Así que, reiterando la exactitud literal de la Biblia, ha de darse por verídico que nuestros primeros ancestros tuvieron vidas larguísimas y que, a partir del Diluvio, la longevidad fue decreciendo (Abraham e Isaac, por ejemplo, no llegaron a los doscientos años, Jacob 147, José 110).

Lucas Cranach el Viejo: Adán y Eva
¿Por qué vivían tantos años? Pues ni idea, claro. Aunque puestos a elucubrar, pienso que Dios fue ajustando la longevidad humana media a base de pruebas hasta que la fijó en la duración que Le pareció más conveniente. Téngase en cuenta que en principio creó a Adán y a Eva con la idea de que fueran eternos. Eso sí, con no poca mala leche (más sabiéndolo todo), les advirtió que perderían la inmortalidad si comían del fruto del árbol que está en medio del huerto. Cometida la infracción (algo ineludible a la naturaleza humana) con el acicate nimio de la serpiente, el hombre pierde la inmortalidad (polvo eres y al polvo volverás). Una vez fuera del Edén, hubo de ocuparse el Creador de activar los mecanismos biológicos del envejecimiento y demás zarandajas. Hay que suponer que ya había programado las longevidades de los demás seres vivos por lo que, salvo que haya hecho cambios en tiempos antiguos, no debió tomar como referencia a los animales, que ninguno dura tanto, sino a alguna especie milenaria de árbol, que de esos sí hay varios. En fin, que a las primeras generaciones, les concedió sus novecientos añitos de media, con vida sexual fecunda hasta los quinientos más o menos y, a partir de ahí, casi otro tanto para actividades más maduras. En mi opinión es un tiempo bastante adecuado para que uno pueda aprovechar la vida sin agobios y no los miserables ochenta añitos de que ahora disponemos.

Como siempre, los hombres la jodimos (al menos, desde el punto de vista divino). Hacia la época de Noé (o sea, milenio y medio más o menos desde la Creación) "vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal". Y Le dolió, prueba de que todavía nos guardaba cariño, pero también se arrepintió de habernos creado (por mucho que no cuadre a un Dios omnisapiente lo de arrepentirse, pero es que Yahveh, a veces, es casi tan contradictorio como nosotros). Así que tomó dos decisiones drásticas. La primera, raer nuestra especie de la Tierra (qué bonito ese verbo), y ya de paso bastantes más que, salvo la serpiente, no se me alcanza qué culpa tendrían los animalitos. Eso sí, como Noé "halló gracia" ante Sus ojos lo exoneró de la extinción diluviana. Pero, y ésta fue la segunda decisión, bajó drásticamente la longevidad humana media (en previsión de nuevas multiplicaciones a partir de Noé y sus hijos) a apenas ciento veinte años, una rebaja de más del 85%, se pasó diez pueblos con las tijeras. Aún así, las primeras generaciones a partir de Noé todavía vivirían unos cuantos siglos, lo que hace pensar que este descenso fue progresivo, hasta incluso por debajo de la cifra establecida por Dios, como deja constancia el autor de los Salmos. Naturalmente, hay que imputar esta reducción de la longevidad a nuestro pertinaz empeño en no portarnos bien.

Así que, siempre por nuestra culpa, hemos pasado de ser inmortales a tener una esperanza de vida que en épocas históricas se situaba como mucho en cuarenta años (descontando la mortalidad infantil). Desde finales del XIX, gracias a las mejoras higiénicas, nuestra especie ha ido remontando esta maldición bíblica y hoy, en nuestro entorno, hemos recuperado la cifra del Libro de los Salmos (escrito hace unos tres mil años) pero seguimos lejos todavía de la fijada por Yahveh justo antes del Diluvio, y la de los primeros padres se nos antoja inimaginable. En todo caso, que la longevidad del ser humano remonte aunque sea en tan modestas proporciones pone de manifiesto, a mi juicio, que a estas alturas Dios está ya más que harto de nosotros. Y no Le culpo.

   
Secret to a long life - Michelle Shocked (Arkansas Traveler, 1992)