lunes, 7 de noviembre de 2016

Inicio de Campo Cerrado de Max Aub

De pronto se apagan las luces: las diez, la luna luce su presencia en las paredes jaharradas: el jalbegue se parte, mitad blanco, mitad gris. El silencio corre por las calles del poblado como un calofrío, de la cabeza a los pies, desde la plaza al Quintanar Alto, ya pegado al alcor. Primeros de septiembre y el aire frío bajando por el Ragudo; más arriba las estrellas de monte, tachas del viento.

Con este párrafo comienza la novela, Campo Cerrado, la primera de las seis que forman El Laberinto Mágico y que Max Aub escribió entre 1943 y 1968. Como aclara unas líneas más abajo, es la descripción del momento en el cual, por las fiestas de septiembre del pueblo castellonense de Viver de las Aguas, se va a soltar el “toro de fuego”, que es el recuerdo más antiguo de Rafael López Serrador, el protagonista del relato. El lector conoce el nombre de la localidad porque es el título de este primer capítulo. Es pueblo real, no ficticio, en la comarca del Alto Palancia, en el valle que une la Comunidad Valenciana con Aragón, concretamente con Teruel. Al buscarlo en el mapa compruebo que hace unos años pasé por allí, viniendo justamente de la capital turolense. Pero no guardo memoria de detenerme en esa villa en la que de niño veraneaba Aub (entonces lo ignoraba) aunque sí lo hice en Segorbe, algo más abajo. Tampoco nunca he asistido a ninguno de estos espectáculos de “toros de fuego” que, por lo que he podido encontrar, corresponden en las Tierras del Ebro catalanas y en la Comunidad Valenciana a los denominados bous embolats, en los que al toro se le acopla en los cuernos un armazón en cuyos extremos se colocan unas bolas impregnadas con un líquido o sustancia inflamable capaz de mantener el fuego ardiendo mientras el animal corre por las calles del pueblo.

Max Aub veraneó de adolescente, en años del segundo lustro de la década del diez, en ese pueblo. En el libro no se fechan esos recuerdos del protagonista, que pertenecen a las brumas imprecisas de la niñez. No obstante, supongo que los más remotos se corresponden con las estancias veraniegas de Max, diez años mayor que su protagonista (más adelante se nos informa de que en mayo del 29 Rafael tiene dieciséis años). Podemos pues imaginar entre el gentío al joven Max atento, al igual que el niño Rafael, a la suelta del toro. Son las diez, se apagan las farolas, probablemente de gas, de pronto la luna exhibe su presencia sobre las paredes jaharradas, que significa cubiertas con una capa de yeso o de mortero. El reflejo de la luz de luna sobre los muros hace que el enlucido que los cubre se vea blanco, mientras queda en gris la parte sin iluminar. Ese enlucido es el jalbegue, que el Diccionario me aclara que es lechada de cal con la que se enjalbega. Dos palabras que provienen de mi oficio y que desconocía, vergüenza habría de darme. Pero sigamos, tras esta breve iluminación lunar que se me antoja muy cinematográfica, Aub nos transmite un silencio que corre por las calles del poblado como un calofrío (forma originaria y en desuso del actual escalofrío), y vemos a la gente apiñada transmitiéndose de uno a otro descargas de inquietud e impaciencia; se trata de un silencio vibrante, nervioso.

Añade el autor que esa multitud que es atravesada por ese silencio calofríante se agolpa desde la plaza hasta el Quintanar Alto, ya pegado al alcor. Doy primero en pensar que esta plaza fuera la Mayor actual, de rara planta triangular y a la que abre fachada el Ayuntamiento. Pero viendo fotos compruebo que los edificios que la flanquean son de factura homogénea y de construcción posterior a la época del relato (la plaza, en efecto, fue construida por Regiones Devastadas e inaugurada en 1945). Un poco después el texto nos da una pista definitiva al señalar que, en el centro de la plaza, se erige una fuentecilla barroca de cuatro caños. Se trata –no puede ser otra– de la fuente de la Asunción, de 1608, y por tanto la plaza es la de la Constitución, detrás de la del Ayuntamiento y más insertada en la trama medieval del núcleo urbano. Lo que ya no he identificado es el Quintanar Alto, del que Aub no nos dice sino que estaba pegado al alcor, que es colina o collado, y eso que he revisado pacientemente los topónimos que constan en la cartografía oficial del municipio. Viver se asienta en terreno de poca pendiente pero encajonado entre varios altozanos, formando una abertura hacia el Palancia por la que discurre el barranco del Hurón. Uno de estos collados, el de San Roque, es por el que yo apostaría pues es el único que linda con el poblado, si bien en la actualidad ha sido mordido por la autovía llamada mudéjar (A23), que desde Zaragoza llega hasta Sagunto. Pero en los años diecitantos o veinte es probable que las casas del extremo norte del pueblo estuvieran acostadas en las faldas de esta colina, con su cumbre cien metros por encima de la plaza de la fiesta.

También se nos da noticia de que estamos a primeros de septiembre. Sin embargo, compruebo en Internet que las fiestas patronales del pueblo, durante las cuales se corre el toro embolao son las de la Virgen de Gracia y San Miguel Arcángel, que se celebran entre finales de septiembre y primeros de octubre. ¿Cambió el municipio la fecha de sus fiestas mayores o yerra Max Aub en sus recuerdos? Dejo abierta la pregunta a ver si consigo que algún lector me despeje la duda. Otra alteración entre la novela y el presente es la hora del toro embolao: no a las diez, sino a medianoche. En todo caso, si a primeros de septiembre ya se notaba el frío, mucho más un mes después, ya que las mínimas medias descienden de 15 a 10 grados. Ese frío que en el relato anunciaba el otoño bajaba por el Ragudo, que es un alto a unos diez kilómetros al Norte de Viver (parece que es más correcta la denominación Herragudo), que separa el altiplano de Teruel que comienza en Barracas del valle del Palancia orientado a la costa. Desde su altitud dominante (1080 metros) ha sido siempre un excelente puesto de observación, como lo prueban los restos de una torre íbera, reutilizada por romanos y árabes, en esta última etapa al servicio de los castillos de Jérica y Segorbe. Hoy, sin embargo, no vigilamos posibles invasores, sino que preferimos colocar inmensos aerogeneradores blancos, a los que ni el mismo Don quijote osaría atacar.

Y acaba el párrafo llevando la vista del lector hacia las estrellas, que ahora que se han apagado las luces se hacen, como la luna, más visibles. Estrellas de monte las llama Aub, no me atrevo a dar razón del apelativo. También las califica de tachas del viento, y para entenderlo tengo antes de nada que aprender que aquí tacha es una especie de clavo pequeño, mayor que la tachuela común (de hecho tachuela, me doy cuenta ahora, es el diminutivo de tacha). Así que me represento al viento claveteando con su soplar las estrellas sobre los montes que rodean el pueblo, en una noche de final de verano, algo fría, las luces recién apagadas, el gentío que aguarda, impaciente y nervioso, el comenzar de la fiesta, la salida del toro de fuego.

Aquí lo dejo, al menos de momento. Este Laberinto Mágico es una de esas obras que desde hace años tengo apuntadas en mi lista de lecturas pendientes y que por diversos motivos he ido postergando. Por fin, anteayer, me decidí a saldar la deuda con el poco reconocido Max Aub. La primera impresión que recibí, a modo de aldabonazo exigente a mi atención, fue la riqueza léxica. En los tres primeros párrafo (el segundo y tercero los transcribo a continuación), apenas trescientas palabras, me topo con doce cuyo significado he de consultar (las cinco del primer párrafo ya las he comentado en el post; en los dos siguientes hay siete más que aparecen en rojo para que cada lector verifique la amplitud de su vocabulario). Y no se crea que este recurrir a palabras poco conocidas ocurre solo al principio, pues ya llevo mediado el libro y el ritmo de las ignotas se mantiene más o menos constante. Naturalmente, ello ralentiza la lectura pero, a la vez, la convierte en fuente de placeres añadidos, excusa sobrada para enriquecerla con averiguaciones paralelas como las que muestro en este post referidas solo al primer párrafo. Me temo que en este libro me demoraré más de lo habitual pero de momento está colmando generosamente mis expectativas.


La plaza, por ocho días ruedo verdadero, apuntaladas las fachadas limpias de derrengaduras con escaleras y tablones; el casino adargando su última luz tras las talanqueras; en el centro, la fuentecilla barroca con su canto de agua de cuatro caños recobrando su calaña de abrevadero; la plaza, acabadas de tocar las diez, ombligo del mundo. Mil quinientas almas y la Raya de Aragón. Hacia abajo, caídos hacia la mar, por Jérica y Segorbe, los pueblos de Valencia; cuesta arriba, por Sarrión, el áspero, desnudo camino de Teruel.

El reloj de la iglesia tiene la luna de cara; a todos les baraja el regustillo del miedo con el de la espera, un no se sabe qué otea por las espaldas; hay menos aire entre las gentes. Las diez y cinco: un rumor levanta su cola, asoman por los postigos las cabezas de los valientes, ya corren y cazcalean frente a la casa del notario y la contigua del doctor los que quieren presumir el tipo, puesto el ojo a las hijas en edad de merecer, agrupaditas en los balcones de los probos funcionarios, con su dote por delante y el pretendiente detrás, bálano en ristre, manos invisibles bendiciendo la oscuridad. Las blusas negras de viejos renegridos, que no quieren dar su brazo a torcer por los años, se escurren por las paredes. La albórbola recibe su corrección inmediata: un murmullo la acalla.

15 comentarios:

  1. Mira que me gustan las palabras, y mira que suelo disfrutar con las palabras nuevas -o sea, con las viejas que no conocía-, y que me suele parecer conveniente resucitarlas y tratar de ponerlas de nuevo en uso. Pero hay que saberlas escanciar. Una novela entera a razón de una palabra de estas por cada cincuenta, la verdad, me cansa. No solo por el trabajo de tener que averiguar cada nuevo significado -algunas, pocas, las conozco, y bastantes otras son fáciles de adivinar por el contexto o la etimología- sino porque me produce un efecto de afectación deliberada, como una especie de voluntad de no ser entendido, o de epatar. Dan ganas de preguntarle al amigo Aub: ¿usted me quiere contar una historia de manera que yo me entere, o pretende solo impresionarme con la riqueza y rareza de su vocabulario? Me pasa con otros, Gabriel Miró, por ejemplo. Me gusta avanzar por mi lectura con el paso de quien anda por la calle -que puede ser preciosa y estar llena de cosas que mirar, pero no por ello deja de tener como misión principal la de llevarte de un sitio a otro-, y no con el de quien vista un museo. En fin, que me irritan un poco los estilistas. Manías mías.

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    1. Me gusta la analogía que propones, eso de avanzar en la lectura como quien pasea por una calle (no te envanezcas, pero sueles encontrar unas metáforas bastante atinadas). La aprovecharé pues pero para con ella ejemplificar una conclusión contraria a la tuya. Digamos que la abundancia de palabras nuevas sería como la de cosas ocultas tras los recovecos de la calle por la que avanzas, que intuyes pero no puedes ver con claridad. Pero el no verlas no te impide continuar el paseo, ni siquiera adquirir una imagen bastante correcta de la calle. No obstante, sabes que tienes ahí, en esas esquinas que no has explorado a fondo, motivos para volver en otro momento, si es que no te has parado durante el trayecto principal. Eso sí, esas promesas de bellezas ocultas deben luego responder a las expectativas. En el caso de esta novela, por lo que hasta ahora llevo leído, me siento bastante satisfecho (como ya digo en el post). Pero será que me gusta, de vez en cuando y aunque sea en actividades paralelas a la normal de la lectura, entretenerme en rebuscar (por ejemplo, además de las tareas léxicas, me atraen las geográficas e históricas, como sabes y habrás visto en este post). No olvides, además, que esta obra tiene, ademá sdel literario, un valor importante como crónica casi contemporánea de la República y la Guerra Civil.

      PS: No me digas que no te maravilla el verbo "cazcalear".

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    2. Cazcalear es una palabra preciosa, efectivamente. Pero reconocerás que el bálano en ristre de los pretendientes de las niñas es una ordinariez bastante intempestiva, que a los ojos del autor probablemente se justifica por la oportunidad que le da de encajar uno de sus palabros, "bálano", pero a los míos, muy al contrario, resulta por ello todavía más fuera de lugar. Puesto a decir basteces, podía decirlas como todo el mundo...

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    3. Pues qué quieres, a mí me hace gracia. Quiero imaginar que, pese a su fama de hiperealista, ésta ha de ser una escena exagerada porque me cuesta imaginar a esos pretendientes amagando masturbaciones o apoyando la polla en los traseros ampulosos de las muchachitas en flor. Pero, hipérbole o no, si le parece pertinente describirla a mí me parece mucho más elegante recurrir a la fórmula del "bálano en ristre"; al contrario que a ti, así casi ni me parece una bastez.

      En todo caso, le he estado dando vueltas a tu crítica y me he convencido aún más de no compartirla, aunque entiendo que nos molesten estas exhibiciones lexicográficas. Pero ya lo argumentaré mañana.

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    4. Lo que quiero decir es que, para mis ¿rudimentarios? gustos lectores, el estilo y el vocabulario de un escritor pueden ser todo lo preciosistas que quieran... siempre que no me entorpezcan la lectura. Cuando el idioma deja de ser fundamentalmente un vehículo de comunicación y se convierte en un fin en sí mismo, -cuando tengo que aflojar mi paso decidido de caminante urbano y me veo obligado a deambular con el paso impreciso del visitante del museo- personalmente tiendo a cerrar el libro. No digo que no sea un defecto, es posible que hasta un grave defecto, pero es lo que me pasa.

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  2. Jaharrar, Joaquín, no tiene un significado excesivamente preciso, porque tanto se refiere a la primera capa de yeso con la que se allana la pared (sea interior o exterior) como a la que forma la capa final, hecha esta vez de mortero (de cemento o de cal, como bien apuntas). No obstante, una cosa es el uso de una palabra técnica (de un ámbito específico como el de la construcción, en este caso) y otra su empleo literario. Lo que nos cuenta Aub es que los muros de las construcciones de Viver estaban enlucidas con mortero de cal, lo cual sigue hoy siendo cierto en muchas de las edificaciones del pueblo, como he podido comprobar gracias a StreetView.

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  3. Diría que la palabra "adargando" corresponde con el verbo "adargar", que relaciono inmediatamente con la "adarga antigua" de don Quijote, a quien nombras. Sin buscarlo, diría que "el casino adargando su última luz" puede querer decir que la luz del casino en el entorno oscuro crea la sensación de que contemplas como una bola de luz, o en este caso un disco (un escudo es más bien un disco, rectángulo, etc...).

    Lo he buscado y no iba desencaminado, pero la interpretación correcta es que el casino resguarda su última luz... y la adarga sería las talanqueras esas. Es decir, sus paredes. Va a llevar razón Vanbrugh, ¿eh?

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    1. Bien deducida, Ozanu, la relación de adargar con adarga, pero no así (como ya sabes) el significado que le atribuyes el cual me ha resultado ingenioso pero estrambótico. La lógica parece sugerir que adargar sea usar la adarga y ésta, como es un escudo, se usa para defenderse; luego adargar sería (y es, en efecto) defender, proteger (la luz, en este caso).

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  4. Leí hace mucho los cuatro libros de 'Campos' de Max Aub y me encantaron sin preocuparme la abudancia de ruralismos y casticismos, al contrario. La considero una de las dos novelas más interesantes sobre la Guerra Civil, la otra es Días de llamas, de Iturralde

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    1. Te sumas a los varios buenos lectores que ya me habían recomendado esta serie aunque hasta hace unos días no me he decidido a atacarla. Y de momento, acabando el primer tomo, no me está defraudando.

      Por cierto, los 'Campos' como los llamas, son seis, no cuatro. ¿Excluyes tal vez los dos últimos -Campo de Sangre y Campo de Almendros- por haberse escrito veinte y veinticinco años después y en México?

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    2. No los excluyo, había olvidado que eran dos más, pero los leí todos

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  5. Me llama la atención que, salvo Ozanu, desde que tengo nueva dirección en el blog os abstengáis de comentar. Debe ser demasiado el esfuerzo, qué le voy a hacer, entre vosotros y blogger me habéis jodido el tinglado

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    1. Llegué ayer de una semana de descanso y caminatas. Me he encontrado con bastantes asuntos atrasados. Lo primero ha sido actualizar mi blog, incluyendo en esa tarea enlazar tu nueva dirección. Pero no te nos enfades: esta misma tarde me pongo al día con el tuyo.

      De otra parte, me parece que sacas conclusiones demasiado apresuradas y nos (¿quiénes somos nosotros?) imputas injustamente aviesas intenciones jodedoras.

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    2. Lansky, "abstenerse" de comentar, así dicho, más que un simple no hacer, que se puede deber a muchas causas, parece un deliberado dejar de hacer, no sé si me explico. Pareces reprochar(¿nos?) que no solo no comentamos, sino que lo hacemos -lo dejamos de hacer- con el deseo específico de que tu blog no tenga comentarios y se vaya al carajo. La verdad, no me parece bien. Me disgusta la impresión de formar parte a tus ojos de una voluntad colectiva -como bien pregunta Miroslav ¿quiénes integran ese "vosotros" a que te diriges? ¿Tus comentaristas habituales, hay que suponer, entre los que me cuento? ¿Nos hemos puesto todos de acuerdo?- y que, encima, sea una mala voluntad.

      Como ya he dicho alguna vez, mis comentarios necesitan para producirse que se reúnan varios requisitos: que tenga yo tiempo y disposición anímica y mental, el primero. Y que el post me sugiera alguna consideración propia que me parezca interesante, el segundo. Cuando falta alguno de ellos, no comento, y eso no significa nada ni sobre mis intenciones ni sobre el post, solo sobre si se han dado o no esos requisitos.

      Sigo intentando a ratos perdidos importar las entradas antiguas a la nueva ubicación. En teoría es una operación automática, que se hace sola. En la práctica el problema es que tarda un huevo en hacerse, y un huevo durante el que hay que estar pendiente de la pantalla, renovando cada tres minutos la prueba de que uno no es un robot. Un coñazo, pero sigo en ello.

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    3. Disculpad si os ofendido, melindrosas señoritas (es broma, no sois señoritas, todo lo más señoras)

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